- El concepto Epipaleolítico
El periodo comprendido entre los años 14.000 y 11.500 BP representan el final del paleolítico y el inicio de una nueva etapa.
No hay mucho consenso sobre la dimensión de los cambios culturales que se produjeron en este momento, ni siquiera en la terminología a utilizar.
Hay algunos historiadores que califican a las comunidades humanas que poblaron el continente después del 14.000 BO bajo el término “Epipaleolítico” (posterior al Paleolítico), aunque otros las denominan bajo el término “Mesolítico” (Periodo de la piedra media).
Las dos posturas responden a las diferencias en las tradiciones historiográficas de investigación:
- El término Mesolítico es preferido sobre todo por los prehistoriadores de la tradición anglosajona: los funcionalistas británicos y los procesalistas norteamericanos.
Defienden que las comunidades humanas del Mesolítico se caracterizan por incorporar importantes cambios culturales con un propósito de buscar la mejor adaptación posible a una naturaleza cambiante. Esta interpretación tiene como premisa clave la consideración de la cultura como una estrategia adaptativa que permite al ser humano afrontar con éxito la supervivencia.
- Los paleolitistas, implicados con la tradición francesa, prefieren el término de Epipaleolítico porque prioriza una imagen de continuidad cultural respecto del Paleolítico, limitando la dimensión de los cambios en el paso a los nuevos tiempos. En su opinión existen importantes pruebas arqueológicas, sobre todo en los capos de la tecnología y cultura material, para sostener que no hubo cabios drásticos de adaptación humana sino una prolongación sostenida de los modos de vida.
Cada una de estas propuestas aporta pruebas interesantes para comprender qué sucedió en este periodo de la Prehistoria:
- El enfoque continuista implícito en el término Epipaleolítico permite comprender los rasgos de perduración tecnológica que se aprecian en la industria lítica, como la supervivencia del instrumental microlítico y de puntas cinegéticas que recuerdan las tradiciones líticas del Paleolítico superior final.
- El enfoque rupturista inherente al térmico Mesolítico permite la comprensión de algunos interesantes cambios registrados en los modos de subsistencia:
- La ampliación de la dieta mediante la diversificación de la base de recursos alimentarios.
- La restricción de la movilidad residencial.
- La restricción de los territorios de explotación de recursos.
- La desaparición de las expresiones artísticas tradicionales.
Para otros especialistas las culturas de este periodo pertenecen a la primera fase del Mesolítico, conocida como Mesolítico inicial, una fase previa de experimentación que condujo hacia las comunidades del Mesolítico pleno del posterior Holoceno.
1.2. Medioambiente: el final del Tardiglaciar
El Epipaleolítico comienza con el principio del episodio climático del Alleröd hacia el 14.000 BP.
El clima se caracteriza por las altas temperaturas y la elevada humedad. Esta templanza climática llevó a transformaciones profundas en el medioambiente:
- La deglaciación parcial del inlandsis finoescandinavo.
- La subida del nivel de las aguas del mar,
- La inundación de zona de la plataforma continental de tierra.
- La modificación de las cronozonas ecológicas, lo que provocó el retroceso de la banda subártica hacia el norte con sus paisajes de tundra y estepa fría.
De manera bastante inmediata se produjo un deterioro climático profundo provocado por la disminución de las temperaturas y de las precipitaciones. El enfriamiento seco acabó deteriorando el clima a lo largo de los mil años siguientes y convirtió el final del Alleröd, 12.900 BP, en un momento bastante riguroso.
El proceso de deterioro ambiental no se paralizó y continuó hacia el Younger Dryas, finalizando con un regreso a las condiciones rigurosamente glaciares, con una bajada drástica de la temperatura y una disminución de la humedad.
Durante el Alleröd y el Younger Dryas se produjeron otros cambios ambientales profundos:
El retroceso de los hielos generados por la deglaciación originó una acusada transferencia de agua hacia el océano, que supuso una notable subida del nivel marino y la anegación de buena parte de la plataforma terrestre. Esto provocó escasas consecuencias en el Mediterráneo pero en el Atlántico se produjo la desaparición de amplios territorios de la costa francesa y la desaparición de una plataforma situada entre las Islas Británicas y Dinamarca (Doggerland).
Las comunidades vegetales también acusaron las profundas transformaciones de este periodo:
- El incremento de las precipitaciones a comienzos del Alleröd aportó el grado de humedad necesario para la regeneración vegetal y provocó la subida de las bandas de los ecosistemas.
- La tundra experimentó la regresión hacia latitudes septentrionales, enmarcada por bosques boreales y coníferas.
- Los bosques caducifolios comenzaron a colonizar las latitudes medias, alternando on llanuras de gramíneas.
- Las estepas continentales de las regiones orientales dieron paso a un mosaico más variado como la estepa arbolada.
- El bosque mediterráneo y matorral xerófilo se extendió por el arco mediterráneo.
Las comunidades animales también se vieron afectadas:
- Las grandes especies de mamíferos asociadas a las temperaturas glaciares, paisajes de tundra y estepa emigraron a latitudes septentrionales como los renos.
- Los mamut, rinoceronte lanudo y el oso de las cavernas iniciaron un proceso de extinción inducido debido a su limitada capacidad de adaptación.
- Proliferaron otras especies de ambiente templado y preferencia forestal: los ciervos, los corzo, …
1.3. La cultura material: la microlitización.
Las industrias del Epipaleolítico tienen numerosos puntos en común con las industrias del Paleolítico superior final, principalmente con:
- La proliferación del instrumental sobre laminillas.
- La relevancia tipológica de puntas microlíticas con retoque abrupto de dorso.
- La sistematización de las técnicas de producción laminar basadas en núcleos prismáticos y piramidales.
En líneas generales la característica más notable de las industrias epipaleolíticas fue la generalización de los microlitos. Los microlitos son piezas de reducidas dimensiones talladas sobre laminillas, que ofrecían una silueta normalizada en función de la aplicación de técnicas de talla regularizadas. Su aparición se remonta al Solutrense y su uso se generaliza en los primeros tiempos del Magdaleniense. El Epipaleolítico supone un avance más del proceso de microlitización al aplicar técnicas microlíticas a instrumentos convencionales como raspadores, buriles y perforadores.
Las piezas microlíticas más numerosas fueron las laminillas de dorso, piezas que presentan una morfología rectangular, a veces levemente apuntada, fabricadas de forma muy normalizada usando métodos de talla prismática o piramidal. Las piezas apuntadas microlíticas constituyeron probablemente puntas de caza para su potencial adhesión a los extremos de los vástagos, realizados en hueso o madera, que servían como lanzas y de manera más previsible como flechas.
Las puntas microlíticas del epipaleolítico podían pertenecer a dos modelos:
- El primero lo conforman laminillas con un lado dotado de un dorso, es decir, modificado por delicado retoque abrupto, que presentaba una delineación curvada. La mejor expresión de este modelo son las puntas azilienses que aparecieron ya en el Paleolítico superior final, como las puntas creswellienses de Gran Bretaña. El modelo perduró hasta finales del mesolítico con variantes como las puntas sauveterrienses y tardenoisienses de Francia.
- El segundo modelo de punta microlítica lo conforman las laminillas con la base pedunculada en su extremo proximal. La mejor expresión de este tipo se halla en las puntas ahresburgienses y swiderienses. La variedad de puntas microlíticas respondía previsiblemente a distintas técnicas de caza, tal vez en función del tipo de presa o de la táctica de captura. Pero también una expresión de tipo territorial pues las laminillas de dorso resultaron típicas de las culturas del suroeste continental, mientras las puntas pedunculadas se generalizaron sobre todo por latitudes centro europeas.
Laminillas y puntas microlíticas eran piezas pequeñas de una apariencia delicada muy ligera, en apariencia frágiles pero en verdad muy prácticas para sus fines. Debido a sus pequeñas dimensiones no hay que pensar para cazar o pescar, formando pequeños dientes o puntas terminales adheridas con resinas a vástagos de madera y hueso.
El Epipaleolítico se caracteriza además por un retroceso sustancial de la industria de hueso y asta. Las piezas más significativas son los arpones azilienses y las puntas barbeladas ahrensburgienses, que posiblemente tenían una misma finalidad relacionada con la caza.
Epipaleolítico: puntas Azilienses, Museo de Toulouse, Francia. |
1.4. Los modos de aprovechamiento económico
Los sucesivos cambios ambientales que tuvieron lugar durante el Alleröd y el Younger Dryas, tanto en las poblaciones animales como vegetales, condicionaron la caza y la recolección de las comunidades del Epipaleolítico.
Los renos migraron hacia el norte por lo que su caza se limitó a las zonas más septentrionales. Su sustituto fue el ciervo lo que obligó a una adaptación en la caza pasando de la caza de grandes animales de la tundra a animales boscosos de talla media.
En líneas generales los yacimientos de la mitad meridional revelan un incremento sustancial de las cacerías de las especies templadas boscosas, encabezadas pro ciervo y complementadas con corzo y jabalí.
La caza mayor proveyó la base principal de la dieta epipaleolítica, pero hubo otras fuentes menores de alimentación que ya se habían comenzado a explotar en el Magdaleniense: los alimentos procedentes de ríos y mares.
En muchos yacimientos azilienses se han recogido conchas litorales de dos variedades:
- Bivalvos (Patella).
- Caracolillos o bígaros (Littorina).
En otros yacimientos se han recuperado conchas de molusco de tierra (Hélix), que acreditan tarreas de recolección de caracoles terrestres.
En varias cuevas se han recogido vertebras de peces de río que avalan la pesca del salmón y la trucha.
Es posible pensar que la regeneración vegetal permitiera contar con un potencial alto de tubérculos, semillas, frutos secos y frutas, pero a ciencia cierta son pocos los restos reconocibles.
1.5. Los modos de organización social
EL marco medioambiental que surgió en el Alleröd provocó posiblemente cambios en la organización de las comunidades epipaleolíticas. El incremento del bosque y la aparición de entornos en mosaico acabaron por compartimentar el territorio, de modo que los grandes espacios abiertos, llanuras, estepas y tundras, dejaron paso a biotopos locales más reducidos y cerrados, bosques caducifolios, bosque de ribera, matorrales, que presentaban mayor dificultad de movimientos.
Los pueblos epipaleolíticos acusaron la restricción de los movimientos por el territorio de dos maneras:
- Redujeron la movilidad residencial entre campamentos permanentes.
- Restringieron sus radios de adquisición de materias primas, caza y recolección.
Los hábitos nómadas a larga distancia que habían practicado los antiguos cazadores de la época glaciar, basados en el desplazamiento de campamentos residenciales, siguiendo las grandes manadas de renos por las grandes llanuras, se limitaron a las tierras más septentrionales del continente.
En las latitudes de Centroeuropa y Mediterráneo los pueblos del Epipaleolítico fueron adoptando costumbres menos migratorias, un nomadismo restringido, reduciendo la movilidad residencial de sus campamentos base, limitando el radio de acción de los territorios de caza y disminuyendo las áreas de captación de materias primas.
Los estudios antropológicos consideran que la intensificación de la territorialidad suele ir asociada a otros factores sociodemográficos como la delimitación estricta de territorios locales, el aumento de la competencia por los recursos, las tensiones sociales dentro y fuera de la comunidad y el incremento de la conflictividad social. Pero nada de esto se observa en los restos de esta época.
Durante la mayor parte del Epipaleolítico las industrias principales se extendían por territorios extensos, a modo de grandes regiones con pautas culturales homogéneas. Pero a finales del periodo las grandes unidades culturales desaparecieron para dar paso a un caleidoscopio cultural más complejo, heterogéneo y diversificado.
La regionalización cultural que comenzó a vislumbrarse hacia el Alleröd coincidió con algunos cambios bruscos en el mundo de las mentalidades. La prueba más reveladora de la crisis de los antiguos códigos sociales paleolíticos fue la desaparición del magnífico arte rupestre de los tiempos Magdalenienses. En el Epipaleolítico no hay rastro alguno de representaciones rupestres ni del exuberante arte mueble sobre industria ósea- Esta crisis del gran arte paleolítico se rastrea en el Magdaleniense superior final, pero fue en el Epipaleolítico cuando prácticamente se produjo su desaparición, mostrando un cambio absoluto en la concepción del universo mental de las comunidades humanas, que tuvo implicaciones en las pautas de solidaridad comunitaria y en fórmulas de identidad colectiva.
EPIPALEOLÍTICO EN EUROPA OCCIDENTAL
2.1. La cultura Aziliense
El Epipaleolítico en la Cornisa Cantábrica y Suroeste de Francia está representado por la Cultura Aziliense, nombre procedente del yacimiento Mas d’Azil en el Pirineo oriental francés.
Los orígenes azilienses se remontan al 11.500 BP en cuevas francesas como Mas d’Azil, La Madeleine, Laugerie-Basse, La Tourassem, Rhodes II y Balma de l’Abeurador. En la cornisa cantábrica la ocupación aziliense se encuentra en Los Azules, (Asturias oriental), El Pendo, Cueva Morin, El Valle (Cantabria) y Ekain (País Vasco).
Los niveles azilienses enlazan con niveles magdalenienses con una clara continuidad en materia de población que convierte a las comunidades azilienses en sucesores culturales de los grupos glaciares.
La tecnología instrumental representó la herencia industrial del Magdaleniense, y de este compromiso resulto la combinación de útiles tradicionales (raspadores, buriles, muescas, denticulados, raederas) y nuevos modos de talla microlíticas. La microlitización permitió obtener versiones reducidas de instrumentos clásicos como raspadores circulares, de disquitos o de botón, microburiles, microperforadores, pero también permitió una nueva generación de laminillas como las microgravettes (piezas alargadas con retoque de dorso rectilíneo en un lateral) y las puntas azilienses (piezas alargadas con retoque de dorso curvo).
El instrumental óseo es relativamente pobre y tallado con técnicas bastante sencillas compuesto por punzones, azagayas, espátulas, pequeñas esquirlas con dos extremos (pudiendo ser anzuelos) y arpones. La morfología del arpón aziliense difiere del magdaleniense, por su silueta fusiforme, sección aplanada y dientes recortados en una o dos hileras. Los hay que carecen de perforación en la base, otros con perforación circular y los más típicos presentan perforación en ojal. Habitualmente carecen de decoración, pero hay ejemplares con motivos sencillos no figurativos y con decoraciones geométricas detalladas, y algunos de estos arpones pudieran haber tenido una utilidad ritual o simbólica, que para su utilización en la pesca.
El ciervo continuó siendo el principal objetivo de caza, seguido del corzo y el jabalí, y en zonas montañosas, la cabra y el rebeco jugaron un papel importante en periodos estivales. En la recolección se intensifico la recogida de moluscos marinos (pequeñas lapas, bígaros, ostras y mejillones) y en la pesca se intensificaron las capturas de salmones y truchas. También encontramos pruebas de la incorporación de prácticas de pesca marina (sencillos palangres colocados durante la pleamar, anzuelos suspendidos por lajas de piedra, redes emplazadas en pequeños estuarios). El consumo de vegetales es desconocido salvo los datos arqueológicos en el yacimiento pirenaico de Balma de l’Abeurador, donde se hallaron restos carbonizados de varias leguminosas como lentejas, guisantes y garbanzos.
Los enterramientos son poco conocidos y se limitaron a sencillas inhumaciones individuales de cuerpo entero con un pequeño ajuar formado por restos de ocre, objetos líticos, arpones, conchas marinas y unos cantos naturales decorados con pinturas y grabados. Las únicas expresiones artísticas fueron pequeños guijarros planos decorados con motivos geométricos básicos, con manchas, puntos, líneas, cruces y zig-zag, y pintados en tonos negros o rojizos. El yacimiento francés de Mas d’Azil cuenta con 1.400 de estas piezas y tan sólo una docena en la Cornisa Cantábrica. Esta simplicidad estética posee un código sociológico, ideológico y espiritual cuyo significado es difícil de descifrar, pero que seguro era un elemento importante en la sociedad y espiritualidad de los pobladores.
2.2. La cultura Sauveterriense
La cultura Sauveterriense recibe su nombre de la región francesa de Sauveterre-la-Lemance, donde se sitúa el yacimiento más conocido, Martinet.
El núcleo de esta cultura ocupó el valle del río Garona, desde los Pirineos hasta el Atlántico, aunque se expande por el litoral mediterráneo francés e incluso llega a parte de la cuenta del río Ródano, llegando incluso hasta los Alpes italianos.
Los yacimientos se encuentran en cuevas aunque en la zona más occidental se han detectado varios lugares al aire libre lo que revela su interés por la vida en poblados de chozas levantadas con materiales endebles.
El repertorio instrumental incluyó raspadores microlíticos, muescas, denticulados y piezas microlaminares. La pieza más representativa es la Punta de Sauveterre, laminilla apuntada fusiforme con retoque abrupto en uno o dos lados, que se usó como una punta de proyectil para la caza.
La principal fuente de alimentación procedía de la matanza de la manada de ciervos que complementaban con capturas mas oportunistas de jabalí y corzo. En las zonas más montañosas de Los Pirineos y del Macizo central la caza de la cabra y rebeco ofertaron un importante agregado a la dieta.
La fase final de esta cultura puede considerarse propiamente mesolítica porque aparecen en grandes cantidades los microlitos geométricos, hasta el punto de que la mitad de los útiles son triángulos isósceles y escalenos.
EPIPALEOLÍTICO EN CENTROEUROPA
3.1. La cultura Federmesser
Esta cultura se remonta a tiempos glaciales en el año 12.000 BP, aunque se consolida en el año 11.500 BP en el norte de Francia, Bélgica, Países Bajos y Alemania.
El tipo básico de hábitat fue el asentamiento al aire libre, una diferencia sustancial con la ocupación en cuevas que caracterizó las latitudes meridionales del continente.
El referente más conocido es el yacimiento alemán Niederbieber (en un promontorio junto a las aguas de un afluente del Rhin). Su conservación se debe a que fue sepultado por las cenizas de una erupción volcánica. Poseía una planta de 10.000 m2 con 7 áreas habitacionales de hasta 100 m2 y no presentan huellas claras de cabañas, aunque se supone que eran chozas alzadas con materiales perecederos poco consistentes. Lo que sí han quedado son las huellas de hogares que permiten conocer de una manera aproximada como se distribuían las viviendas.
El instrumental contaba con raspadores microlíticos, buriles, muescas y denticulados, aunque su herramienta característica era la Punta Federmesser (laminillas apuntadas de dorso curvo y retoque abrupto lateral, que representan el horizonte de puntas de dorso típicas del Epipaleolítico inicial, recordando a las puntas azilienses).
La industria ósea es muy pobre donde tan sólo se usaron una pocas puntas lisas o dentadas, posiblemente para cazar ciervos, aunque restos de huesos hallados en el yacimiento prueban además la caza esporádica de caballo, bóvidos, alce, rebeco, cabra, corzo y castor. En ciertos lugares se han hallado restos de pescado (lucio) y en el arte mobiliar cuenta únicamente con plaquetas de motivos esquemáticos y algún diente grabado.
En las latitudes centroeuropeas la base de la alimentación siguió siendo la caza de herbívoros. Dependiendo de la localización de los yacimientos o bien podemos encontrar que cazaban renos, en el caso de las zonas bajo el dominio de tundras y estepas frías, o ciervos y corzos en el caso de los yacimientos localizados en las tierras altas en donde se comenzaba a observar un incipiente crecimiento forestal.
3.2. La cultura Ahrensburgienses
Hace 11.000 años BP la Cultura Federmesser dio paso gradualmente al horizonte cultural llamado Ahrensburgiense, con orígenes situados en las regiones del Mar del Norte, donde se acabó extendiendo por franjas del territorio entre Bélgica, Alemania y Polonia. Incluso se extiende también por la región de Dogger (plataforma de tierra emergida entre Gran Bretaña y Dinamarca que se sumergió posteriormente al subir las aguas) y suroeste de Gran Bretaña, por entonces unida al continente.
El término procede del yacimiento alemán de Ahrensburg (Hamburgo). Este yacimiento representa el hábitat tipo: campamentos al aire libre, formando poblados a orillas de lagos, ríos o costas. Dada la cercanía al agua muchos yacimientos quedaron cubiertos de turba, permitiendo la preservación de objetos elaborados en madera y fibras vegetales.
Su utillaje comprendía raspadores microlíticos, muescas, denticulados y raederas, pero su punta para la caza más conocida es la Punta de Ahrensburg (laminilla alargada con truncatura oblicua en el lateral y pedúnculo retocado en el proximal, y clasificada en la tradición de puntas pedunculadas del Epipaleolítico antiguo). En su última etapa aparecieron los geométricos, predominando sobre todo los trapecios.
En la industria ósea eran comunes las puntas dentadas y los arpones (de fuste grueso con hilera de perfilados dientes ganchudos y de fuste delgado y dos hileras de dientes alternativos por lado “Puntas Bremme”). Pero la pieza más llamativa fue tallada en madera y trenzadas con fibras vegetales, como el hallazgo del yacimiento alemán de Stellmoor, donde se encontró al arco más antiguo conocido, datado en 10.000 años BP y que seguro que sirvió para lanzar algunas de las flechas talladas en vástagos de pino de 85-100 cm de longitud. En la zona pantanosa de Friesack (cerca de Berlín) se recuperaron fragmentos de redes de un flotador tallado en corteza de abedul, interpretado como restos de un artilugio de pesca de grandes dimensiones,y en el yacimiento de Duvensee, se halló el resto de un remo (zagual) de 9.000 años BP, demostración clara de pericia en el manejo de embarcaciones.
Esta cultura se distinguió por las manifestaciones de arte mobiliar, que aunque no teniendo un repertorio muy prolífero, resultó interesante dentro del marco de pobreza generalizada del arte en el Epipaleolítico. Las representaciones se limitaban a motivos geométricos grabados en bastones perforados y puntas barbeladas, conformando hileras continuas a partir de incisiones rectilíneas, ondulaciones, zig-zag y rombos. En yacimientos orientales las decoraciones de los arpones no eran solo geométricas, sino que también incluían motivos naturalistas estilizados de animales e incluso humanos.
Distribución del Ahrensburgiense |
3.3. La cultura Swideriense
La cultura Swideriense apareció durante el Younger Dryas. Es una cultura originaria de Polonia. en la desembocadura del río Vístula, en el Mar Báltico, se extendieron tierra adentro hasta las montañas de los Cárpatos y zonas esteparias de las tierras altas del Dniéper.
Estas comunidades levantaron campamentos al aire libre bastante extensos, con cabañas levantadas con materiales perecederos. Las únicas huellas que se conservan son agujeros de postes y algunos hogares.
El yacimiento más representativo es el yacimiento de Swidry Wielkie, que se sitúa en las llanuras polacas del interior.
El repertorio instrumental reunía raspadores, buriles, muescas, láminas y su peculiar pieza, la Punta de Swidry (laminillas apuntadas con pedúnculo y retoque abrupto inverso localizado en punta y borde).
El utillaje de asta de reno se componía de arpones de 1 o 2 hileras de dientes y peculiares piezas llamadas hachas de Lingby.
La base de la alimentación en estas latitudes todavía era el reno que se complementaba en ciertos lugares con animales de mayor talla como el auroch.
Sus tradiciones perduraron hasta los 8.000 años BP con una serie de tradiciones locales conocidas como Postswideriense.
EPIPALEOLÍTICO EN LA CUENCA MEDITERRÁNEA
Los cambios medioambientales de principios del Alleröd no tuvieron grandes repercusiones en las riberas mediterráneas. Los grupos humanos ocupaban angostos corredores litorales, próximos a cadenas montañosas, donde sus capacidades de movilidad se limitaban a traslados a lo largo de la costa y pequeñas subidas estacionales a montes cercanos, de modo que las redes de comunicación e intercambio cultural seguían el corredor costero.
Las suaves temperaturas de inicios del Alleröd favorecieron la extensión del bosque y del matorral mediterráneo, un tipo de vegetación esclerófila y xerófila acreditada por las investigaciones paleobotánicas y polínicas.
Las comunidades cazadoras-recolectoras de la cuenca mediterránea se califican de manera genérica como cultura Epigravetiense o Epipaleolítico microlaminar. Pero hay prehistoriadores que rechazan esta clasificación y propinen una imagen de regionalización cultural caracterizada por la siguiente serie de fascies industriales: Epipaleolítico microlaminar, Laboriense, Valorguiense, Romanelliense, Clisuriense y Epigravetiense oriental.
Pero más allá de la variabilidad industrial de las puntas, la mayoría de yacimientos epipaleolíticos de la cuenca mediterránea presentan una serie de rasgos comunes que avalan un comportamiento adaptativo similar en esta amplia región:
- Las cuevas fueron el hábitat generalizado.
- Muchas cuevas de la costa se ocuparon como campamentos residenciales, en lugares estratégicos para la caza de manadas de ciervos.
- La proximidad inmediata de las serranías litorales permitía desplazamientos breves para realizar cacerías de animales de montaña, sobre todo cabra y rebeco, previsiblemente durante a temporada estival.
- Los repertorios industriales también presentan varias semejanzas:
- La presencia de raspadores, muescas denticulados.
- La abundancia del industrial microlaminar de dorso abrupto.
- La limitada producción de la industria ósea.
- Epipaleolítico microlaminar.
El Epipaleolítico microlaminar del levante español se ha reconocido en las cuevas de Nerja (Málaga) y Les Mallaetes (valencia).
La industria lítica se caracterizó sobre todo por la presencia de numerosos raspadores y útiles microlaminares con clara influencia del magdaleniense. Los especialistas insisten en la existencia de dos fases:
- Una de rasgos propiamente epigravetienses, reproducida en Les Mallaetes.
- Otra de influencia aziliense, reconocible en yacimientos catalanes como Sant Gregori.
La materia prima fue local, lo que prueba una reducida movilidad residencial y una reducción de los territorios de captación, habitual en los procesos de regionalización.
La caza de ciervo constituyó la base de la alimentación, que se complementaba con la caza de cabra, conejo o la ingesta de moluscos, en particular el mejillón.
- Valorguiense.
Se extiende por las tierras del Languedoc y la Provenza, tomando el nombre del yacimiento de La Baume de Valorgues, situado en la cuenca del Ródano.
La industria lítica se caracterizó por las raederas cortas, láminas truncadas de dorso retocado, laminillas y unas peculiares puntas fusiformes llamadas Puntas de Istres.
La industria ósea ofrecía clara continuidad con el magdaleniense y se caracterizó por la azagaya de sección redondeada y base aplanada.
La dieta se basó en la caza de ciervo, caballo, bóvido, jabalí y conejo.
En la fase más avanzada aparecieron los geométricos, adelanto transicional hacia el periodo propiamente mesolítico en la región.
- Laboriense.
El laboriense se registró en ciertas zonas de sureste francés y toma su nombre del yacimiento de La Bourie.
La industria lítica estaba compuesta por raspadores y láminas de truncatura y de borde abatido, pero la pieza más significativa fue una punta microlítica hecha en laminillas alargadas con dorsos rectilíneos y base truncada cóncava, llamada punta de Malaurie.
La presencia de puntas azilienses incorpora esta cultura en la órbita aziloide.
- Romanelliense.
El Romanelliense italiano toma su nombre del yacimiento Grotta Romanelli, que se sitúa en Apulia, aunque su mejor ejemplo es la Grotta dell’Uzzo, en Sicilia.
El registro material presenta numerosos raspadores circulares, laminillas de dorso y la punta romanelliense, que consistía en una laminilla apuntada con retoque de dorso,
En algunos yacimientos romanellienses aparecen incluso puntas azilienses, que avalan los contactos con la región del norte.
- Epigravetiense oriental.
El Epipaleolítico de las costas mediterráneas orientales es muy poco conocido y se concentra en apenas media docena de cuevas en Grecia.
Los datos más interesantes proceden de la cueva de Franchti, en el noroeste del Peloponeso.
El repertorio industrial reconocido en esta cueva resulta convencional: laminillas talladas a partir de la técnica de microburil, muescas, denticulados, raspadores y geométricos.
La dieta se basaba en la caza de ciervos aunque complementada con la caza de jabalí. Se puede observar una importante recolección vegetal, particularmente frutas y leguminosas: almendras silvestres, peras, algarrobas amargas, lenteja, avena y cebada.
- Clisuriense.
Se sitúa en la región balcánica en donde el yacimiento más representativo es Las Puertas de Hierro, en la cuenca del Danubio.
En esa zona existe un gran número de yacimientos lo que se interpreta como una zona de refugio para determinadas comunidades de cazadores-recolectores.
La industria lítica se caracteriza por los raspadores unguiformes y las hojitas de dorso, muy similares a los útiles hallados en otras culturas mediterráneas.
La dieta se sostenía en la caza de ciervos y jabalíes, junto con la captura ocasional de cabras y rebecos. Como suplemento tenemos la pesca de carpas y esturiones.
Los yacimientos se mantuvieron ocupados en el periodo mesolítico bajo la cultura de Lepenski Vir.
- EL PRÓXIMO ORIENTE
La cultura Kebariense
La evolución cultural en el continente africado y en el Próximo Oriente desde finales del Tardiglaciar no tuvo nada que ver con la evolución cultural que hemos visto en el continente europeo.
Las culturas del Epipaleolítico reconocidas para el Próximo Oriente tienen una cronología entre el 17.000 – 14.000 años BP, de forma que son contemporáneas del Paleolítico superior en Europa y tienen lugar durante los momentos de la glaciación registrada en el hemisferio norte.
El Epipaleolítico del Próximo Oriente se conoce como cultura Kebariense. El Inicio de este periodo, hace 20.000 años BP, coincidió con el empeoramiento del clima, que sufrió el retroceso de las temperaturas y de la aridez.
La presencia humana está atestiguada por una treintena de yacimientos dispersos por Palestina e Israel. Las gentes kebarientes habitaron cuevas y lugares al aire libre de tamaño dispar, sobre todo en las zonas llanas próximas a wadis (cauces de ríos) y en menor medida en promontorios elevados, ideales para el control de manadas.
La tecnología industrial se basaba en la producción de laminillas. Sobre todo micropuntas de base truncada y de dorso curvo.
La producción de útiles óseos fue muy limitada, apenas unas pocas puntas, punzones y bruñidores. Resultan llamativos unos artilugios líticos que se vinculan tradicionalmente con labores de molienda, aunque la arqueología no ha detectado restos de cereales o leguminosas silvestres en los yacimientos.
Su dieta se basa en la caza de herbívoros: gamos, cabras y gacelas. También se recurrió al marisqueo: los moluscos litorales como complemento de la dieta.
En torno a los 14.500 años BP apareció el Kebariense geométrico que coincidió con una mejora climática en la región.
El Natufiense: la primera cultura mesolítica.
La cultura Natufiense apareció hacia el año 14.000 BP en la región del Próximo Oriente que discurre por el corredor levantino formado por Palestina, Israel, Líbano y la vertiente occidental de Jordania.
Se trata de la primera cultura mesolítica, que se adelantó 3.000 años a la aparición del Mesolítico en Europa. Esta asincronía entre el Próximo Oriente y Europa se mantendrá varios milenios.
Su nombre se debe al yacimiento del Wadi-en-Natuf. Los yacimientos más relevantes son:
- Hayonim en Palestina.
- Ain Mallaha en el río Jordán.
- Jericó en el Mar Muerto.
- Mureybet en el Éufrates.
Vemos la cultura Natufiense en este tema y no en el siguiente por su cronología que podemos limitar grosso modo entre los años 14.000-12.000 BP, por lo que se trata de un horizonte estrictamente contemporáneo de las sociedades epipaleolíticas europeas.
El Natufiense representa el inicio hacia el largo proceso de neolitización del Próximo Oriente. Es una cultura plenamente inmersa en el universo de los cazadores-recolectores pero que incorporó algunas modificaciones sustanciales en el modo de vida tradicional:
- Campamentos sedentarios a modo de poblados que se interpreta como el primer paso hacia el sedentarismo.
- Recolección intensa de cereales. Esto nos hace suponer que comienza el conocimiento del ciclo de las plantas.
- Grandes cuencos y manos de molienda vegetal en piedra pulimentada. Aparece una nueva técnica: el pulimiento de la piedra.
En los inicios del Natufiense la región de Palestina e Israel presentaba un mosaico ambiental bastante heterogéneo, que conjugaba pequeñas llanuras litorales, florestas mediterráneas, bosques caducifolios y coníferas en las faldas montañosas, parches de estepa arbolada, praderas de gramíneas y rebordes desérticos. El territorio era recorrido por manadas de gacelas, ciervos y equinos y presentaba una notable riqueza vegetal de gran productividad, sobre todo gramíneas y leguminosas silvestres. Todo ello a pesar de que el clima comenzaba a padecer un sensible deterioro vinculado con el retroceso de la lluvia. El incremento de la aridez provocó cambios en la riqueza u distribución de plantas y animales, favoreciendo la concentración en torno a los puntos de agua.
Se caracterizan por ser campamentos al aire libre con una extensión variable. No se aprecia organización interna acondicionamiento del poblado, salvo ciertos pavimentos rudimentarios de piedras circulares y redondeadas en algunos casos.
Las cabañas de los poblados presentaban una planta modesta, próxima a los 10 m de diámetro máximo, de forma circular o elíptica, levantada sobre una base perimetral de una hilada de altura compuesta por piedra seca o una mezcla de arcilla endurecida con mortero. El basamento sostenía paredes de material orgánico, zara, cañas, barro, sobre postes hincados en tierra, que ofrecían consistencia al muro y sostenían la techumbre. Los suelos interiores se recubrían a veces de colorante rojizo, contando apemas con unos hogares de piedra entre la tierra apisonada. En ciertas cabañas se excavaron hoyos de cierta profundidad, revocados toscamente de barro, así como cubetas delimitadas por hileras de piedra, que podrían haber servido como fosas culinarias o silos para el almacenamiento del grano.
En cuanto a la industria lítica destacaron las piezas microlíticas, sobre todo segmentos geométricos. Estas piezas podrían haber servido como puntas de caza, y tal vez como dientes de hoz para recolectar plantas silvestres pues hay laminillas con filos mellados y lustres superficiales. Se contaba además con muescas, denticulados y perforadores.
El repertorio en hueso lo formaban punzones, azagayas biapuntadas, anzuelos, arpones de una hilera de dientes y mangos de hoz. Estos últimos rectilíneos y tenían una acanaladura para insertar las laminillas de sílex que servían como dientes. Pero entre las herramientas más sorprendentes se hallaban unas piezas macrolíticas realizadas con una técnica hasta entonces desconocida: el pulimento. La piedra pulimentada se utilizó para confeccionar morteros, molederas, molinos y alisadores. Que podrían ser usados en las distintas tareas para procesar vegetales como la trituración del grano. El pulimento sirvió además para realizar cuencos y grandes recipientes de piedra con una cuidada superficie pulida: algunos tan pesados que sólo son útiles en campamentos sedentarios, otros son poco profundos pero con la suficiente capacidad para almacenar agua o productos agrícolas.
No menos insólito son los restos de materias primas exóticas halladas en las viviendas, como ciertos fósiles y las piedras alisadas de ágata natural, quizá de carácter ornamental.
En materia de adorno personal sobresalen numerosos colgantes decorados, a base de dientes, huesos de animales y conchas de la variedad llamada Dentalium.
El pueblo natufiense recurrió a una economía de amplio espectro que procuraba el aprovechamiento de numerosos recursos alimentarios. Pero la base de esta economía era la caza mayor, sobre todo de gacelas, aunque también cabra salvaje, caballo, bóvido, jabalí, zorro, liebre, tortuga y varias especies de aves. Los restos de peces avalan las actividades de pesca de agua dulce y las conchas marinas corroboran las tareas de marisqueo litoral. Los restos de los pólenes y carbones aseguran el consumo de plantas y semillas, en particular cereales silvestres: escaña, escanda y cebada. También leguminosas como la lenteja o el guisante. Así como semillas de pistacho, bellota, almendra y uva.
De la relevancia de la recolección vegetal informan indirectamente las múltiples herramientas para su recolección y procesado: hoces, morteros y molederas de distintos tamaños. La presencia de varios hoyos excavados en el suelo podría confirmar incluso la utilización de silos de almacenaje para granos y semillas. La variedad de las fuentes alimenticias respondía a una dieta amplia y diversificada, pero quizá no del todo óptima, pues las pruebas realizadas a partir del esmalte de los dientes humanos revelan una serie de deficiencias nutricionales propias de las épocas de carestía, que entre otras consecuencias, provocó un descenso de la estatura humana con el paso del tiempo.
La existencia de numerosos enterramientos constituye otro rasgo típico del Natufiense. Hay inhumaciones bajo el suelo de las viviendas pero también en zonas anexas al poblado a modo de auténticas necrópolis o cementerios. Como ejemplo tenemos la necrópolis de Ain Mallaha.
Los natufienses prodigaron el arte mobiliar en una medida desconocida en los puebles precedentes de la región. Entre las imágenes más interesantes se hallan ciertos motivos geométricos grabados en los morteros, por lo común grandes líneas incisas sobre los bordes exteriores,. No menos relevantes son los mangos de las hoces, que cuentan con representaciones naturalistas de animales esculpidas de manera sencilla, como refleja la cabeza de gacela del yacimiento de Nahal Oren. Dentro del arte mobiliar figuran también unas esquemáticas cabezas humanas con rasgos anatómicos muy simples, trazados a partir de incisiones profundas, tal como sucede en el yacimiento de Ain Mallaha.
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