El movimiento insurreccional de 1934 fue una de las grandes batallas que el proletariado ha llevado a cabo en este país y abarcó a todo el territorio; fue también una experiencia decisiva ya que, a pesar de ser aplastado y de la posterior represión que se desató, las enseñanzas que de él se extrajeron fueron en buena medida artífices de la unidad de los demócratas y antifascistas que dio como resultado la formación del Frente Popular y su victoria en las urnas, el 16 de febrero de 1936.
La huelga general fue la respuesta de la clase obrera a la entrada en el Gobierno de la República de miembros de la fascista CEDA. El PSOE se lanzó a una huelga insurreccional, desorganizada y sin contar con otras fuerzas sindicales y políticas. La huelga general fue seguida, con diversa intensidad, en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba, Salamanca, Palencia, Asturias y el País Vasco.
Donde la batalla duró quince días y estuvo mejor organizada fue en Asturias. Allí se había alcanzado la unidad de comunistas, socialistas y anarquistas. La huelga fue total, desde el primer momento, las cuencas mineras estaban bajo el control de los insurrectos que llegaron a tomar Oviedo. La otra fue Asturias, donde sí se inició una revolución con todas las de la ley debido al vínculo que se estableció entre la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y la Alianza Obrera que propusieron el PSOE y la UGT y a la que más tarde se incorporaría el PCE. La insurrección comenzó en Mieres, uno de los corazones de la cuenca minera, y se extendió de inmediato por las grandes áreas urbanas de la región. Los mineros tenían armas y dinamita y los sindicatos se habían esmerado con los preparativos. En Gijón se proclamó la República Socialista Asturiana y por todo el territorio se empezaron a tomar puestos de la Guardia Civil, iglesias y ayuntamientos. A los diez días había unos 30.000 trabajadores formando parte de lo que ellos mismos dieron en llamar el Ejército Rojo Asturiano. La capital, Oviedo, que era la sede de las instituciones y por tanto el lugar donde se concentraba el poder, sufrió un largo asedio. Algunas de sus joyas, entre ellas la Cámara Santa de la catedral y la biblioteca universitaria, quedaron devastadas en ataques que la propaganda gubernamental achacó a los revolucionarios, pese a que las pruebas avalen que algo o mucho tuvieron que ver en el desastre quienes defendían la ciudad de las incursiones obreras.
Durante la revolución de Asturias de 1934, la dinamita y la decisión van rindiendo los cuarteles, las comisarías y los ayuntamientos. Y sobre Oviedo confluyen las columnas obreras dispuestas a adueñarse de los resortes del poder provincial. Son los guardias, la policía y los carabineros los que les oponen mayor resistencia. Estos revolucionarios, convertidos en guerrilleros, funcionaban en grupos y cada grupo tiene un jefe o líder que recibe las órdenes y transmite las novedades a los enlaces del Comité de la Alianza Obrera. Van armados de fusiles, escopetas y pistolas, pero se abren paso con la dinamita y la gasolina.
Las guerrillas encuentran fuerte resistencia en el palacio de la Diputación. El día 7 de Octubre, tratan de rodearlo por detrás. Pero desde el edificio del Banco de España, una pequeña fuerza les hace fuego y les contiene. Son los tres carabineros de protección del Banco que han sido reforzados con una patrulla del ejército formada por un sargento, un cabo y seis soldados de Infantería. Sitiados, los defensores del Banco terminan por agotar las municiones y rendirse cuando amanece el día 9: ¡Ya está el Banco de España en poder de los revolucionarios!.
Los trabajos para hacerse con el contenido de la cámara acorazada no fueron tarea fácil. Hubo testigos que declararon haber visto llegar un camión con botellas de acetileno y oxígeno y varios sopletes. No escasearían, precisamente, oficiales metalúrgicos de confianza, de las fábricas de armas y de la Duro Felguera, para que realizasen los trabajos preparativos. Con un soplete de autógena se inició la acometida. Se colocaron las cargas de dinamita, pero la cámara acorazada resistió la explosión. A la segunda, fue la vencida.
En la memoria del Banco de España referida al ejercicio de 1934 se dice que la cantidad robada en la sucursal de Oviedo durante los sucesos revolucionarios fue de 14.425.060,60 pesetas de la época, lo que equivaldría a unos 28 millones de euros actuales. No fue el único golpe. Los comunistas asaltaron una sucursal del Banco Herrero para su financiación, mientras que la CNT hizo lo propio con la caja fuerte de la Duro Felguera.
El gobierno republicano decretó el estado de guerra y empleó la represión a fondo: envió a Asturias tropas de legionarios y regulares que, con el apoyo de la Guardia Civil, sembraron el terror. Más de un centenar de trabajadores fueron fusilados, 30.000 encarcelados, las organizaciones obreras ilegalizadas… Una represión que se extendió por todo el país: miles de detenidos y torturados, partidos y organizaciones ilegalizados, cierre de periódicos y locales obreros, censura de prensa, etc.
Temiendo que los soldados del servicio militar, o movilizados para la ocasión , pudieran amotinarse y ponerse del lado de los revolucionarios, el Gobierno enviaría a Asturias al Ejército de Marruecos, formado por profesionales, muchos de ellos norteafricanos, acostumbrados a una guerra sin reglas, sin ninguna empatía por los obreros a los que iban a combatir.
Los mandos del Tercio y de la Legión partían de una hipótesis típicamente colonialista, pero trasplantada a suelo europeo: el triunfo de la insurrección no se había debido solo a los combatientes armados, sino también al apoyo de las familias, y en general de toda la comunidad.
Por ello, toda ella debía ser castigada, portara o no armas. Eliminar la barrera entre milicianos y civiles suponía elevar el nivel de la represión conocida hasta entonces en la lucha contra el movimiento obrero.
Se nombró a Franco como asesor quien desde su despacho en el Ministerio de la Guerra dictó las órdenes que ejecutaron sobre el terreno el general López Ochoa y el coronel Yagüe, éste al mando de las fuerzas coloniales, legionarios y regulares, dispuesto a desplegar en los valles asturianos las tácticas de exterminio sufridas por los rifeños en el Mogreb. La decisión gubernamental de poner a Franco, africanista con fama de duro e implacable, al mando de las operaciones militares, sería controvertida incluso en el seno de las derechas, que ostentaban el gobierno republicano desde noviembre de 1933.
Finalmente se impondría la posición de los partidarios de un castigo ejemplar al movimiento revolucionario. Franco, que ya había reprimido la gran huelga general de 1917 en Asturias, dirigiría desde Madrid las operaciones militares, y los generales Yagüe y López Ochoa se encargarían de las operaciones sobre el terreno.
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La balada del norte. Alfonso Zapico |
Las fuerzas traídas de África y dirigidas por Yagüe se distinguieron por su especial crueldad. La represión fue despiadada, y las tropas extranjeras, con el beneplácito de sus jefes, se dedicaron al pillaje, con una brutalidad que hacían presagiar lo sucedido años más tarde con el Golpe de estado de 1936.
Tal y como señala el historiador Paul Preston, el Ejército africano desplegó contra los revolucionarios asturianos “una brutalidad similar a sus prácticas habituales al arrasar aldeas marroquíes” e infringir castigos colectivos a la población civil. El bombardeo sobre poblaciones, apenas conocido en Europa hasta entonces y que en la Guerra Civil va a tener dramáticos episodios en Gernika, Madrid o Barcelona, será ensayado sobre las cuencas mineras asturianas, epicentro del movimiento revolucionario, para aterrorizar y desmoralizar a los resistentes. Como explica el viajero belga Mathieu Corman en su diario de viaje por Asturias, el Ejército arrojaría las bombas no solo sobre las posiciones de los milicianos, sino también sobre los pueblos mineros, sabiendo que estos “habían sido abandonados por los hombres, que habían salido a combatir en el frente”, pero con otro objetivo: destruir “la moral de los combatientes revolucionarios”, que se daban cuenta “de que la vida de los suyos estaba tan cruelmente expuesta”.
Tras las bombas llegaría el lanzamiento por los aviones militares de octavillas informando sobre el fracaso de la huelga en el resto de España e instando a los “rebeldes de Asturias” a deponer las armas y entregarse, so pena de sufrir nuevos castigos “hasta destruiros, sin tregua ni perdón”. En los barrios obreros y de la periferia de Oviedo, como Pumarín y La Tenderina, y en las zonas rurales del concejo, como Villafría y la falda del monte Naranco, el ejército colonial va a matar de forma indiscriminada a más de 60 vecinos acusados de haber apoyado el movimiento revolucionario. En los saqueos de casas y de tiendas, palizas y fusilamientos que van a acompañar la toma de la capital asturiana por el Ejército, los mercenarios de origen norteafricano van a distinguirse por una violencia y crueldad desconocida inusual.
Los ecos del baño de sangre causado por estos en Oviedo va a llegar hasta unas fuerzas revolucionarias desmoralizadas y en retirada hacia las cuencas mineras. Cuando el comité revolucionario de la batalla definitivamente por perdida y el líder socialista Belarmino Tomás negoció la rendición con el general López Ochoa, Tomás puso precisamente como una de las condiciones que no sean las tropas moras las primeras en entrar en las cuencas mineras. Una condición que Ochoa va a respetar, pero que no va a ser suficiente para impedir la ola represiva de los meses siguientes a la “pacificación” de Asturias
Los episodios de violencia indiscriminada no concluirían con la derrota del movimiento huelguístico de octubre. Es más, se intensificarán a finales de mes, cuando la Comuna de Asturias ya es solo un recuerdo. A la ocupación militar de Asturias por 15.000 soldados y 3.000 guardias civiles, de asalto y carabineros, le seguirán días de plomo marcados por la llegada el 1 de noviembre de 1934, procedente de Marruecos, del oficial de la Guardia Civil Lisardo Doval, para tomar posesión del cargo de delegado especial del gobierno para el restablecimiento del orden público en las provincias de Asturias y León. Doval ejercerá esta responsabilidad durante tan solo un mes, lo suficiente intenso como para dejar un recuerdo imborrable tanto entre las clases trabajadoras de la región, como entre la burguesía asturiana, que le convertirá en su particular héroe libertador.
Bajo el pretexto de apresar a los dirigentes del movimiento revolucionario y de localizar tanto los arsenales de armas como el dinero robado de la delegación del Banco de España en Oviedo, se generalizará la tortura de prisioneros en cárceles y comisarías. También se producirían saqueos de las Casas del Pueblo y ateneos obreros, clausurados por orden gubernamental, quema de libros y represalias y humillaciones públicas contra familiares de los líderes revolucionarios como Purificación Tomás, hija del principal dirigente socialista, que será obligada a recorrer descalza las calles de Sama de Langreo durante horas bajo una torrencial lluvia.
Además, las fuerzas armadas se tomarán su propia venganza por los 300 militares y guardias caídos en los combates de octubre.
Aunque no será el único caso de una ejecución sin juicio previo, tendrá una especial repercusión la historia de los llamados “Mártires de Carbayín”. La matanza Carbayín escandalizará al propio general López Ochoa y anticipará los “paseos” de la Guerra Civil: 24 hombres de la cuenca minera del Nalón detenidos arbitrariamente por soldados y guardias civiles, dos de ellos incluso simpatizantes de las derechas, trasladados de noche en camión a un monte cercano para ser salvajemente apuñalados, mutilados, torturados y fusilados, antes de ser arrojados a una fosa común.
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La balada del norte. Alfonso Zapico
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La prensa conservadora regional y nacional jugará un papel clave no solo en silenciar estos excesos, sino también en legitimar la represión oficial, gubernamental.
Todo tipo de exageraciones y mentiras acerca de sacerdotes degollados por los revolucionarios, así como otras invenciones sobre supuestos crímenes sádicos cometidos durante la revolución, fundamentalmente contra religiosos, van a ser amplificados profusamente por los medios
derechistas, creando con ello un estado de ánimo favorable a la mano dura y la aplicación de medidas de excepcionalidad.
Hay que “barrer todo lo que sea antipatria, extranjerismo, doctrina exótica”, escribiría en 1934 el diputado monárquico Honorio Maura en las páginas del ABC. La deshumanización y la desnacionalización de los revolucionarios, presentados como seres sedientos de sangre, miembros de un complot bolchevique y traidores a su patria, anticipará el nacimiento del concepto de la Anti-España, fundamental a partir de 1936 para justificar el proceso de limpieza política en la España en manos de los golpistas. Al enemigo interior se le podía destruir con la misma falta de compasión que a un invasor o un pueblo colonizado. Una parte de la clase obrera, envenenada por las “doctrinas exóticas” y al servicio de Moscú, se había convertido de algún modo en extranjera a los ojos de las derechas.
Con la prensa obrera clausurada, las garantías constitucionales suspendidas y buena parte de las izquierdas en prisión, las derechas no van a encontrar apenas oposición a su relato hasta que algunos periodistas progresistas españoles y la presión internacional de diputados laboristas y socialistas franceses comience a airear los excesos represivos cometidos en Asturias.
Serán también algunas voces poco sospechosas de complicidad con los revolucionarios, como la del general López Ochoa, las que contribuyan a desmentir las exageraciones de la prensa conservadora: “Las historias de atrocidades cometidas por los revolucionarios en Asturias son producto de una campaña baja y exagerada. Condeno los acontecimientos de Asturias de todo corazón, pero he de condenar también la campaña de que son objeto. Los revolucionarios mataron a cuantos se les resistieron, pero como regla general respetaron la vida de sus prisioneros”.
También la diputada Clara Campoamor, republicana liberal, opuesta al movimiento
revolucionario de octubre de 1934, desmentirá tras un viaje oficial a Asturias como parlamentaria, los supuestos actos de sadismo de los revolucionarios: “No conozco otro caso de represión por parte de los revolucionarios que unos fusilamientos en Turón. No ha habido más crueldades que aquellas que pueden llamarse de guerra. Casi todos los actos de salvajismo están sólo en la imaginación morbosa de algunas personas”.
El 8 de diciembre de 1934 concluía el periodo de Lisardo Doval como delegado gubernamental para la pacificación de Asturias y León. El Gobierno de Lerroux ordenaba su regreso a Tetuán y le ascendía a jefe de seguridad de las posesiones coloniales españolas en Marruecos. En su discurso de despedida de la región asturiana, donde sería homenajeado por la burguesía local en un acto celebrado en Oviedo, se le atribuye esta elocuente frase: “Es lo mismo. Asturias.... Marruecos... No cambia más que el paisaje”.
Asturies, tierra bañada por la lluvia
regada por la sangre minera mezclada con el carbón
recuerdos de lo acontecido y pasado
de lo vivido y lo sufrido
Asturies, tierra bravía, tierra de luchadores, marcada por la injuria
barricadas destrozadas, muerte y sangre, derrotada la revolución
bajan los mineros presos y derrotados
el sueño proletario ha muerto. Los mineros han perdido
Bajaron de las cuencas a Oviedo empuñando el fusil,
llamada a la revolución contra el gobierno reaccionario
que pretendía eliminar todo lo que habíamos conseguido
en las calles, en los pueblos, en los montes y los tajos
murieron bajo los disparos de la Guardia Civil
derrotados fueron los mineros revolucionarios
cárcel y represión siguieron a los que habían sobrevivido
por defender un mundo nuevo donde hubiera Pan, Libertad y Trabajo