Estoy
congelado. Ya no siento los pies y las manos se me llenan de escarcha. A pesar de los guantes y el abrigo, el viento
helado me penetra y me congela el corazón. Me estoy mareando. Debe ser por la
falta de oxígeno…
…
Era
sábado. Pedro y yo habíamos decido irnos con el coche a la sierra de Guadarrama
para escapar de la monotonía y el ruido de las calles de Madrid y cambiar de
aires. Así que empacamos los abrigos, las botas y los equipos de escalada y nos
dirigimos a la sierra sin saber cómo acabaría el día.
Llegamos
a la sierra después de dos horas interminables. Aparcamos en la recepción del
hostal, cogimos nuestras cosas, dejamos las maletas y nos preparamos para dar
un paseo por la sierra madrileña. Dimos un paseo por los alrededores del pueblo, haciendo un poco de turismo y saludando a los viandantes: la sierra madrileña es otro mundo, tan tranquila, sin prisas, sin ruidos, sin atascos sin aglomeraciones de las grandes ciudades... otra forma de ver la vida. un lugar tranquilo e idílico donde nada puede salir mal.
Tras
instalarnos, decidimos hacer un poco de ejercicio. Necesitábamos que el aire fresco y limpio llenara nuestros pulmones y eliminará la polución acumulada de la gran ciudad que ya pesaba en nuestros pulmones. El aire fresco nos rejuvenece, es otra sensación, es volver a vivir, sentirse libre y sentirse vivo. Esa sensación de vitalidad que te anima a plantearte retos complicados, casi imposibles, buscando repetir esa sensación al máximo. La montaña se lazaba ante nosotros, el día era muy apacible y tampoco había anda que hacer allí; así que, cogimos el equipo
de escalada y empezamos nuestra aventura.
La ascensión empezó tranquila. Era un paseo idílico, pero a medida que ascendíamos entendimos por qué los montañeros le tienen tanto respeto a la montaña. El tiempo no es como en las ciudades, es cambiante y caprichoso; en un momento puedes estar en el paraísos y al otro descender abruptamente a los infiernos. Los primeros copos hicieron su aparición casi sin darnos cuentas, y esa pequeña lluvia se convirtió en una ventisca imparable: el frío empezó a hacer estragos y un viento helado frenaba nuestro camino, empujándonos hacía el suelo, impidiendo nuestro ascenso y nuestro avance. Perdidos en una vorágine de
viento y nieve, empezamos a caminar sin rumbo y sin dirección. Cada vez hacía
más frío. De nada servían los abrigos, los gorros y las botas. La nieve
penetraba toda barrera física hasta contactar con la carne.
Estamos
perdidos en un océano de nieve. No tenemos ningún rumbo ni ninguna dirección
que seguir: somos un barco en medio de una tempestad que se agita a merced de
la tormenta, sin que nosotros podamos hacer nada para controlarlo. Pero no perdemos la esperanza, todo va a salir bien. Estoy seguro.
Seguimos
andando buscando un lugar donde resguardarnos. Empezamos a palpar la fachada de
la montaña, buscando una grieta, una cueva donde poder refugiarnos de esta
tormenta. Cada vez hacía más frío y ya no sentía los pies y mis manos empezaban
a volverse azules. Caminar era una misión imposible: la nieve seguía cayendo,
había borrado nuestras huellas con su manto blanco y ralentizaba nuestra marcha. El frío calaba mis huesos, penetrando el grosor del abrigo y mis botas. Notaba cómo mi corazón bombeaba cada vez más sangre, intentando que no me quedará congelado. mi respiración se hacia cada vez más complicada, entre la altura y el frío que quemaban mis pulmones. Desesperado por no encontrar ningún refugio, lo único que me quedaba por probar era buscar ayuda, pero no había nadie a mi alrededor, solo un manto blanco de nieve.
Nuestra única esperanza era llamar a emergencias para que nos rescatarán. Con las manos heladas cogí el
móvil y marqué esperando un atisbo de esperanza. La llamada se perdió entre le viento de la montañas y el frío. Sin perder la esperanza, volví a marcar. Esta vez sí tuve suerte.
-Emergencias?
- Si. Hola. Somos dos montañeros que nos hemos perdido en el parque de Peñalara.
-No pierda la conexión. Intentaremos localizarlos.
Seguimos
caminando sin rumbo fijo mientras explicaba a voces nuestra situación al 112.
Llegamos a la cara de la montaña, buscando una cueva donde resguardarnos. Tanteando la gruesa pared de la montaña, buscaba una especie de grieta o cueva donde poder resguardarnos Por fin, una hendidura apareció ante nosotros. Arrastrando mi compañero y luchando contra el viento invernal, entramos y caímos al suelo exhaustos. Mi compañero se desplomó inerte y comenzó a temblar. Entre espasmos y voces entrecortadas, me pidió que sujetara su mano. El frío nos envolvía y nos
abrazamos en un desesperado intento de entrar en calor. Abrazados y tiritando, los últimos vestigios de temperatura se disipaban en el aire, mientras nuestros cuerpos buscaban desesperadamente calor moviéndose.
La
oscuridad se cernió sobre mí y cerré los ojos aceptando mi destino.
…
Pedro despertó en el hospital. Estábamos vivos, lo habíamos conseguido. Intenté alzar los brazos de júbilo y lanzar un grito de felicidad, pero mi cuerpo no respondía. El dolor, el frío y el cansancio hacían mella en mi, impidiendo que pudiera levantarme de la cama: me recosté sobre la almohada y caí en un profundo sueño. me desperté cuando noté una mano caliente sobre mí: una enfermera estaba de guardia, vigilando mi temperatura. La enfermera me sonrió, y noté cómo la calidez de su sonrisa me relajaba: el calor empezó a flui por mi cuerpo y pude ver cómo mis miembros me respondía, los brazos, las piernas... ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? Tras el
impacto inicial, empecé a recordar: los recuerdos se veían confusos y partidos, como imágenes borrosas y difuminadas, sin orden ni sentido. Recordaba el principio: estaba junto a Juan en el parque de
Peñalara, habíamos ido de excursión y, mientras estaban subiendo la montaña, les
sorprendió una tormenta de nieve. a partir de allí, los recuerdos, se volvían cada vez más borrosos, y confusos.
No recordaba nada más. ¿Qué había pasado? ¿por qué no podía recordar todo? ¡habría pasado algo malo? necesitaba respuestas que calmaran su ansiedad .Una enfermera entró en
la habitación. seguro que ella podrían decirme algo, seguro que podría aclararme mis memorias confusas.
-Por fin estás despierto- saludó- Has tenido mucha suerte. la montaña es muy peligrosa en esta época del año: yo no me atrevería a subir nunca, ni cuando hace buen tiempo.
-¿Dónde estoy?- preguntó Pedro. estaba perdido y necesitaba respuestas. ¿Qué había pasado? ¿estaban todos bien? ¿Dónde estaba su compañero?
-Estás en el Hospital de la Paz, en Madrid. Te trajo una ambulancia de la
Cruz Roja. Estabas congelado con una leve hipotermia, pero ya estás
recuperándote y volviendo a entrar en calor. Los bomberos y la Guardia Civil os
encontraron a última hora de la noche. Menos mal que pudisteis refugiaros en
una grieta de la montaña.
- - ¿Y mi compañero?- preguntó Pedro. ¿Dónde estaba? No estaba junto a él ¿le habría pasado algo malo? los recuerdos empezaban a aglomerarse en él, y crecía la angustia y el dolor en el pecho. La tristeza fluía esperando lo peor. Esperaba que estuviese bien, pero la fatalidad de aquel día no dejaba lugar a la esperanza
- -También sobrevivió- respondió la enfermera. Pedro respiró aliviado:
los dos se habían salvado. habían sobrevivido. La montaña no pudo doblegarles. Se sentía renacido, con ganas de comerse el mundo. esa sensación de alivio, de nueva vitalidad, le inundó. estaba preparado para todo pero la vida da giros inesperados, a veces en la buena dirección, a veces, no - Sin embargo…
Contuvo la respiración. ¿Qué había
pasado? ¿Dónde estaba Juan? Imaginaba lo que iba a decir, pero no quería oírlo. No, Juan , no , tú no... esto es un mal chiste, una mala broma... no podía ser verdad, no podía creérmelo... no estoy preparado para recibir semejante jarro de agua fría... tiene que ser una broma.... me está tomando el pelo, no puede ser verdad...
- -Tu compañero tenía una hipotermia severa. No hemos podido hacer nada a
pesar de que lo trasladamos urgentemente en helicóptero al hospital: La Cruz
Roja intentó reanimarlo… Lo siento.
Se derrumbó en la cama: el dolor el cansancio, la pena , la tristeza... todas esas sensaciones aparecieron y le golpearon en el pecho. Se ahogaba, un dolor empezó a crecer dentro de él, una rabia tan grande que le arrastraba hacia el abismo. no podía creerlo: Juan se había ido para siempre. Ya no estaba ¿Por qué?
¿Por qué él había sobrevivido y Juan ya no estaba? ¿Cómo decírselo a su familia? Él le había salvado y, sin embargo, no estaba allí para contarlo. Era un héroe. Un verdadero héroe. todos debían saberlo: saber que le había salvado. Tu padre, tu hermano, tu hijo... era un héroe. Escuchadlo todos. gracias a su sacrificio había sobrevivido Su familia lo sabría: él se encargaría de decírselo y recordad su legado. alzaría la voz a los vientos y lo divulgaría por valles y montañas. Era una persona maravillosa, alguien al que debía agradecer que siguiera vivo. Alguien que siempre recordaría: gracias a él había renacido, había salido de ese infierno vasto y blanco que llaman montaña. había conseguido sobrevivir gracias a su sacrificio. Todos lo sabrían; todos recordarían su nombre y darían fe de su valor: porque nadie muere del todo mientras siga siendo recordado.