El tercer bloque que engloba desde los capítulos XV hasta XXIII,
reflexiona en torno a las cualidades que deben guiar las acciones de los
príncipes, los recursos psicológicos que debe atesorar el príncipe
moderno para conservar el poder y sentar las bases de la dominación
social sobre sus súbditos. Constituye este bloque la parte más universal y atemporal del discurso y sobre
la que se han intentado fundamentar más las críticas morales a la obra a
partir de la concepción maquiaveliana de la dialéctica entre medios y
fines.
El cuarto bloque serían los capítulos tres últimos capítulos (XXIV hasta
XXVI), que vendrían a ser la traducción de la crisis italiana de los
aspectos anteriormente descritos. Es aquí donde toda la articulación
teórica del texto alcanza su plenitud y se invoca al príncipe nuevo que
levante desde su “virtud” el orden también nuevo que la necesidad
histórica reclama.
La innovación de “El Príncipe” no se trata pues del tema, sino del
contenido y del método de análisis: es una reflexión teórica que indaga
rigurosamente la realidad tal como es y no como (moralística e
idealmente) nos imaginamos que debería ser.
Los problemas que afronta Maquiavelo no son problemas abstractos que se
ponen en el plano de las categorías universales (moral, religión…) sino
problemas unidos a la solución de una situación política concreta. Por
esto “El Príncipe” se centra en la figura del príncipe nuevo como la
única que pueda deshacer de manera adecuada la compleja trama de la
crisis italiana.
Por lo tanto el Estado, es la única fuerza sobre la que apoyarse, y el hombre (malvado por naturaleza, sin ninguna virtud sobre
la que alzarse) se reduce a ser “ciudadano”, un simple “animal
político”, al cual se puede juzgar por su grado de sociabilidad y por
sus virtudes cívicas.
La obra de Maquiavelo es una teoría del Estado, es decir de las formas
de organización que permiten al hombre (venciendo su egoísmo instintivo)
vivir en sociedad, vivir sin que el bueno pueda ser aplastado por el
malo. De ahí su insistencia en el término “virtud” ya que le da un nuevo
significado con una nueva carga moral (vitalidad, energía…). Esta
virtud es la que distingue al verdadero hombre, al ciudadano, al hombre
de estado, al príncipe, en definitiva.
Maquiavelo, resalta la diferencia entre tirano y príncipe, considerando
tirano al que gobierna en beneficio propio y príncipe el que lo hace
buscando los intereses del estado y de la colectividad. Por eso aconseja
la violencia, la crueldad… pero solo cuando sean necesarias y en la
medida en la que sean necesarias. La mayor parte de los dictadores han
malinterpretado la figura del príncipe queriéndose comparar al personaje
de Maquiavelo cuando en realidad por la definición que este nos hace,
son tiranos.
El príncipe antes de ser gobernante ha sido hombre, y como todos los
hombres es malvado, egoísta, voluble etc.; pero ha sabido, en el momento
adecuado, adaptarse a la situación que le exige erigirse como líder
para dejar de ser un simple ciudadano. El hombre del pueblo no se
preocupa por contener sus emociones y sus pulsiones, es “libre” de
actuar en función a sus propias necesidades, y por eso puede ser juzgado
por su grado de sociabilidad y sus virtudes cívicas. Sin embargo el
gobernante está atado a la moral pública que le exige una forma de
comportamiento muy estricta, de la cual no le está permitido salirse.
Posiblemente en muchas ocasiones, por ser también hombre, tenga la
necesidad de transgredir sus propias leyes: ahí es cuando surge el
dilema, y es donde tiene que prevalecer el interés público al privado
para no caer en la tentación de anteponer sus prevalencias a las del
pueblo. La persona que ha decidido tomar la iniciativa de llevar un
pueblo, debe saber a lo que se expone, a lo que tiene que renunciar para
ser un buen gobernante. Si no esta dispuesto a ello no debería
plantearse ningún dilema, y podría seguir siendo un ciudadano mas, un
hombre común que lleva a cabo sus intereses sin intervenir en los de los
demás.
Parecería que “el Príncipe” es concebido por Maquiavelo como una víctima
de su posición, obligado a comportarse de determinadas maneras debido a
la maldad de los demás, dispuesto a condenarse con tal de cumplir con
su deber y mantener en vida el Estado. Esa moral cruel que le aconseja
al príncipe está en función del bienestar de los hombres, que no es
posible sin la existencia de un estado ordenado y tranquilo, seguro de
los enemigos externos y no “desordenado” por los enemigos internos.
Época
Durante los siglos XV y XVI, Florencia logró convertirse en una de
las ciudades más importantes por su actividad cultural y comercial, era
el centro de la difusión de las ideas de la revolución renacentista.
Europa vive un proceso de transición hacia los tiempos modernos, donde
el teocentrismo y el feudalismo ya no tienen cabida. La burguesía se
nutre del comercio emergente y el nuevo modelo capitalista de
organización de la economía empieza a amanecer.
La Edad Media había creado en Europa un gran número de principados
feudales fraccionados y dispersos. Todos ellos operaban como factores
adversos a la necesidad de centralización del poder requerido por las
nuevas clases sociales en su camino de expansión comercial. La amplia
experiencia acumulada por Maquiavelo en las cortes europeas como
representante de la cancillería florentina, su contacto con príncipes y
su observación de las decisiones gubernamentales, le ofrecieron una
visión excepcional sobre el carácter de los hombres y los alcances de
sus actos políticos.
El Príncipe
El Príncipe fue la obra póstuma de Maquiavelo. En ella podemos decir
que el autor acabó de definir el “descubrimiento” de la posibilidad de
una ciencia política autónoma, independiente de los antiguos principios
generales y al margen de consideraciones de orden moral. Según
Maquiavelo, el príncipe ha de seguir los preceptos de la utilidad, el
valor, la virtud, la fuerza y la astucia.
Al escribir esta obra, el secretario florentino parte de realidades, a
veces experimentadas personalmente, siendo coherente con su idea de la
autonomía de la ciencia política. Se propone dejar de lado las utopías
políticas, como la de Platón, para teorizar sobre un nuevo modelo de
política más realista y aplicable a los gobiernos de su época. Francis
Bacon decía que Maquiavelo se limita a describir lo que los hombres
hacen realmente. Lo que son, no lo que debieran ser.
Aunque Maquiavelo empieza describiendo los diferentes tipos de
principados, su objetivo es hablar del “príncipe nuevo”, es decir, del
hombre que llega a dirigir un Estado por factores como la propia virtud,
la buena fortuna, el favor del pueblo o la colaboración militar de
otros príncipes. Para cada uno de estos casos, Maquiavelo expone causas y
motivaciones, analiza posibles peligros y desequilibrios del poder o de
las relaciones de éste con los súbditos y con los nobles o magnates del
Estado.
Teniendo en cuenta las vivencias personales de Maquiavelo y su entorno político-social, no es de extrañar su pesimismo extremo.
Maquiavelo da mucha importancia al arte de la guerra como medio para
lograr mantener un Estado íntegro y próspero, al igual que insiste en la
importancia que el pueblo respete y tema a su señor. Él cree que un
príncipe ha de dar una buena imagen de sus atributos, aunque en realidad
no los tenga. Maquiavelo alaba la virtud de los gobernantes que son
crueles con unos pocos y así mantienen el Estado, mientras que critica a
los pueblos y príncipes crédulos que son buenos y dejan que sus
enemigos destruyan una parte de su patria, seguros de que así la sed de
conquista de sus enemigos se saciará.
El bien del Estado no se subordina al bien del individuo, y su fin se
sitúa absolutamente por encima de todos los fines particulares por más
sublimes que se consideren.
Pensamiento
El poder considerado como uno de los ámbitos de realización del
espíritu humano y el fenómeno político visto como la expresión suprema
de la existencia histórica, que involucra todos los aspectos de la vida,
es la concepción que subyace en las disertaciones de El Príncipe.
El Renacimiento había dado inicio a la secularización del mundo y las
cuestiones religiosas quedaban restringidas al ámbito de la conciencia
individual. La ciencia renacentista había despojado al hombre de su
armadura teológica y le había devuelto la voluntad de organizar su
existencia sin temores o esperanzas de compensación espiritual.
El Estado también empezaba a concebirse como un poder secular no
ofrecido a los individuos por derecho divino sino por intereses
económicos, de clases o ambiciones personales. Fue esa gran mentalidad
la que permeó la obra de Maquiavelo y de la que derivó su concepción del
poder y de la política. Maquiavelo no es ajeno a la moral. Y supo
intuir antes que sus propios contemporáneos que era imposible organizar
un Estado en medio del derrumbe social de Italia.
Las opiniones posteriores sobre su obra, en lo concerniente a su
política de maximizar los medios frente a los fines en el ejercicio del
poder, ignoran que el escritor florentino fue un ardiente partidario de
la libertad. Y lo demostró con sus escritos defendiendo las
instituciones republicanas que fueron destruidas con la invasión de
Francia y España a Italia; lo mismo que contra la corrupción, a la que
consideraba una amenaza contra la libertad, virtud sin la cual ningún
pueblo puede construir su grandeza. “La experiencia muestra que las
ciudades jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido
libres”, dijo Maquiavelo. “El fin justifica los medios”, no es una
sentencia carente de moral y ética como han pretendido demostrar los
críticos de Maquiavelo. Sencillamente es una reflexión en la que se
reconoce que de las mismas circunstancias que enfrenta El Príncipe, él
debe extraer las premisas necesarias para desenvolverse en un mundo
cambiante.
El éxito de un soberano radica en tomarle el pulso a las situaciones,
valorarlas y armonizar su conducta con la dinámica inherente a ellas.
Son las necesidades las que impondrán una respuesta. Y con ello
Maquiavelo demuestra que los hombres se miden con el mundo y actúan
sobre él. Premisa infalible que había olvidado la Edad Media. Ello
significa que la ambición de Maquiavelo de ver una Italia unida,
expuesta de forma precisa en los consejos que en 26 capítulos sugieren
al magnífico Lorenzo de Médicis, no constituyen un espejismo político
sino que puede realizarse en la realidad material a través de la lucha
por el poder y estimulando en los italianos los sentimientos comunes que
configuraban la identidad cultural de ese país.
Existe una circunstancia concreta: Italia invadida por fuerzas
extranjeras, y una necesidad real: la liberación nacional y la
construcción de la unidad política. El medio para lograrlo es la guerra y
el fin, adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, organizándose
como estado nacional. Para Maquiavelo los fines políticos eran
inseparables del “bien común”.
La moral para el diplomático florentino radica en los fines y la ley
constituye el núcleo organizador de la vida social. Todo lo que atenté
contra el bien común debe ser rechazado y por ello “la astucia, la hábil
ocultación de los designios, el uso de la fuerza, el engaño, adquieren
categoría de medios lícitos si los fines están guiados por el idea del
buen común, noción que encierra la idea de patriotismo, por una parte,
pero también las anticipaciones de la moderna razón de Estado”.
Las simplificaciones de las que ha sido víctimas Maquiavelo, no han
logrado minimizar esa nueva dimensión ontológica sobre el poder
genialmente concebida por el estadista florentino. Para Maquiavelo está
claro que ha diferencia de los países europeos, en Italia no había sido
posible construir el Estado-Nación. El soberano que fuese a enfrentar
este reto histórico, necesitaría de una suma de poder que lo convirtiera
en un monarca absoluto. Esa empresa solo es posible si el gobernante
dispuesto a llevarla a cabo, arma los ciudadanos para liberar a su
patria de las fuerzas extranjeras. Cumplida esta tarea procurará ofrecer
al pueblo leyes justas y éste a su vez , asumirá la defensa y seguridad
de la nación.
El interés de Maquiavelo se centra, a través de toda su obra, en la
política como “arte de conquistar el poder”. La política es por tanto el
arte de el príncipe o gobernante en cuanto tal. Y el príncipe, en
cuanto conquistador y dueño del poder, en cuanto encarnación del Estado,
está por principio (y no por accidente) exento de toda norma moral. Lo
importante es que tenga las condiciones naturales como para asegurar la
conquista y posesión del poder, “que sea astuto como la zorra, fuerte
como el león”. Dice Maquiavelo que el príncipe que quiere conservar el
poder “debe comprender bien que no le es posible observar, en todo, lo
que hace mirar como virtuosos a los hombres, supuesto que a menudo para
conservar el orden de un Estado, está en la precisión de obrar contra su
fe, contra las virtudes de la humanidad y caridad y aún contra su
religión”.
Para Maquiavelo la razón suprema no es sino la razón de Estado. El
Estado (que identifica con el príncipe o gobernante), constituye un fin
último, un fin en sí, no solo independiente sino también opuesto al
orden moral y a los valores éticos, y situado de hecho, por encima de
ellos, como instancia absoluta. El bien supremo no es ya la virtud, la
felicidad, la perfección de la propia naturaleza, el placer o cualquiera
de las metas que los moralistas propusieron al hombre, sino la fuerza y
el poder del Estado y de su personificación el príncipe o gobernante.
El bien del Estado no se subordina al bien del individuo o de la persona
humana en ningún caso, y su fin se sitúa absolutamente por encima de
todos los fines particulares por más sublimes que se consideren.
El sentido de la vida y de la historia, no acaba para los hombres si
ellos prosiguen en la tarea de perfeccionar la sociedad sobre bases
racionales que los trasciendan más allá del simple plano individualista o
de atomización social en el que viven dentro de las sociedades
contemporáneas de finales del siglo XX. La permanente transformación de
la política, como la soñó Maquiavelo, puede ser el camino para la
humanización del poder y la sociedad.
Leer “El Príncipe” es enfrentarnos al triunfo del espíritu renacentista
sobre la religión, como también bordear el lado más creador y sombrío de
los hombres en la ardua e inconclusa tarea de perfeccionamiento de la
conciencia humana y de la sociedad. Generalmente se afirma que la
historia es el registro de los choques entre situaciones o estructuras
extremas. Desde esa interpretación “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo
es la síntesis de la disolución de un mundo, el medioevo, y el
nacimiento de un nuevo principio de realidad en el que el hombre, volvía
a ser la preocupación esencial de todas las cosas, el Renacimiento.
Si la política debía ser el arte de lo posible, para Maquiavelo ello
significaba que ésta debía de basarse en realidades. Las necesidades de
cambio que él formuló para su tiempo, fueron extraídas de su observación
del mundo material y del estado de ánimo colectivo de sus compatriotas.
Sin embargo en la médula de “El Príncipe” se encuentra la
reivindicación del Estado moderno como articulador de las relaciones
sociales y la necesidad de que los hombres vivan en libertad.
El Príncipe y su ética
El príncipe es un libro escrito por Maquiavelo para Lorenzo de
Médicis, en muestra de su apreciación. Este libro habla de las distintas
formas de obtener el poder, de como conservarlo y acrecentarlo, bajo
una ética muy particular.
Contraria a la ética que nos inculcaron desde niños; la aristoteliana,
que nos habla del respeto la mesura, el equilibrio y que tiene como bien
superior la felicidad. Esta la ética que plantea Maquiavelo en su
libro.
Maquiavelo considera correcto de una manera diametralmente opuesta, en
vez de teórica, de una manera práctica. Propone una ética pragmática,
fría, mas que un ideal, un día a día, expresada en su máxima “El fin
justifica los medios” es decir no importa como se logre mientas que se
logre.
Considero la frase aplicable, pero con ciertas restricciones:
- Siempre y cuando los medios no contradigan el fin.
- Y el fin (sus beneficios u objetivos) sea muy poderoso
En lo personal creo que esta ética, en el plano individual, puede ser
llevada a acabo en situaciones excepcionales y no cotidianas, como
solemos hacer. Además pienso que, aplicar ante cualquier situación, esta
ética es un menoscabo a la inteligencia, ya que demuestra que no somos
capaces de idear una solución que concilie los medios y el fin.
Necesidad de la ley y de la fuerza por parte del gobernante
Se trata de un texto que encontramos en el capítulo XVIII de la obra de Nicolás Maquiavelo: El Príncipe.
La idea principal responde a una defensa apasionada de cuál es el mejor modo de llevar a cabo las conveniencias del Estado.
La ideología maquiavélica al respecto se refleja a través de una ética
que no contempla más que llegar al fin perseguido, debido a lo cual
quedarán automáticamente justificados todos los medios utilizados para
ello, por condenables que puedan parecer.
El párrafo primero es un alegato en favor de la tesis expuesta
anteriormente. La idea de Maquiavelo de que un gobernante debe ser
inflexible ante todo para preservar el bien del Estado, aunque sea a
costa de una conducta moralmente indigna.
Ello suscitó la inmediata incomprensión de casi todos sus coetáneos que
lo interpretaron como una astucia maligna, saltaron los mecanismos de
defensa sociales y pronto se estableció una corriente antimaquiavélica
en defensa de las bases morales hasta entonces establecidas que aún
perdura en nuestros días, asociada a la idea de astucia, mala fe y
cinismo en política.
Cosa bastante injusta porque Maquiavelo no acepta ni legitima la
violencia como norma del obrar político, sino sólo en casos
extraordinarios y en orden, no al mantenimiento del poder por parte del
gobernante, sino en orden al bienestar de todos.
El segundo párrafo establece la necesidad de uso por parte de los
gobernantes de la fuerza bruta como conveniente complemento para
reafirmar el poder propio de quienes poseen la inteligencia para aplicar
las leyes que aseguran el bien del Estado. Esa fuerza bruta será un
buen complemento porque utilizada con inteligencia asegura el
sometimiento de los demás hombres y por tanto el poder.
En el tercer párrafo la tesis anterior se desarrolla desvelando el
pensamiento de Maquiavelo. Se expone el mejor modo de reafirmarse y
asegurarse en ese poder. Para él está claro que aunque puede que los
hechos acusen los resultados excusarán; de modo que la falta de
escrúpulos debe ser tenida como el modelo correcto de actuación para el
buen gobernante. Y esto lo justifica mediante la teoría de que el hombre
es malo y al ser malo lo mueve su naturaleza. Tal teoría la demuestra
exponiendo los numerosos ejemplos de ello que a lo largo de la historia
se han sucedido. Ejemplos que dejan al descubierto y sin lugar a dudas,
cómo cada desastre social, guerras, miseria, etc…, ha sido siempre culpa
de los mismos hombres que movidos por su propia maldad actúan siempre
unos en contra de otros, destruyendo todo cuanto se ha construido,
resultando el más perjudicado el Estado.
Por eso no pasa nada si se actúa para defenderlo en contra de quienes lo atacan.
Como se ha dicho, prueba de ello son los numerosos ejemplos que se van
repitiendo cíclicamente, por lo que habrá que anticiparse al desastre
para atajarlo sin miramiento alguno. La falta de ética será excusable en
la aplicación de tal precepto porque precisamente va en contra de la
maldad humana y en bien del Estado.