Existen varias formas de dominación. Una de ellas es por la
vía militar: los poderosos utilizan el ejército o las fuerzas del orden (policía,
grupos paramilitares, milicias) para reprimir a la población cuando esta se
manifiesta o se muestra disconforme con las medidas adoptadas por sus
gobernantes. Un claro ejemplo son las dictaduras.
Otra vía es la vía económica: se crea una oligarquía donde
quien controla el mundo son aquellos que controlan los recursos naturales, las
manufacturas y su comercio. Un claro ejemplo es el sistema capitalista.
Pero existe otro tipo de dominación más certera, más directa y más eficaz. La
dominación cultural: quienes manejan la cultura ordenan qué pensar, cómo actuar
y qué es lo correcto.
La aparición de la imprenta en el siglo XVI supuso una gran
revolución y progresivo aumento de la alfabetización de la población, así como
la Reforma Protestante de Lutero que rompió el monopolio cultural de la iglesia
católica y forzó la aparición del calvinismo en Suiza por parte de Juan
Calvino, de tendencia más ortodoxa, y del anglicanismo en Inglaterra por parte
de Enrique VIII.
Con la imprenta, la comunicación volvía a ser una
comunicación horizontal: Aparecieron dos situaciones. Una de ellas era la
censura impuesta por parte de los estados católicos como España, la cual creó
la Compañía de Jesús dirigida por San Ignacio de Loyola, quien se encargaría de
transmitir el legado cultural del catolicismo a través del arte barroco y la
creación de la congregación para la Propaganda de la fe en 1622 por parte del
papa Gregorio XV con el objetivo de evangelizar a la población y mantener un
férreo control a la iglesia católica.
La cultura popular fue utilizada por la iglesia y por el
estado como una forma de control de la población: a través de los cuentos se
transmitía una visión maniquea de la vida, donde se mezclaban los mitos y la
religión cristiana y una cultura basada en el miedo como se manifestó en la
persecución de herejías y de brujerías.
El Estado controlaba la cultura, por lo que se hallaba en
posesión de la verdad. Para ello, ejercía la censura y justificaba el régimen a
través de la divinización del rey, consiguiendo unir religión y política. Se
encargaba de crear bibliotecas itinerantes para educar a los campesinos a
través de libros de temática moralizante que eran memorizados por la población.
En los países libres de censura (la segunda situación) hubo
un gran desarrollo de la imprenta creándose grandes centros de difusión
cultural en Venecia, Ginebra (que sería la principal ciudad calvinista), París
(la cual serviría de puente para comunicar a España con el resto de Europa),
Frankfurt en Alemania y Amberes en Bélgica (que se convertiría en la principal
ciudad productora de libros).
La llegada del liberalismo tras la Revolución Gloriosa de
Inglaterra en 1668, que creó la primera monarquía parlamentaria en Europa,
permitió una gran difusión de la libertad de expresión y de las nuevas ideas
ilustradas que criticaban las monarquías absolutas.
Las ideas ilustradas se recopilaron en enciclopedias y se
difundieron a través de bibliotecas, tertulias, tabernas, clubes, salones y
academias transmitiéndose de forma horizontal entre las personas, provocando la
aparición de clubes que abogaban por una alfabetización de la sociedad, por la
tolerancia religiosa, por la libertad de prensa y, finalmente, por cambiar el
sistema político imperante de ese momento (las monarquías Absolutas)
La revolución industrial fue clave para la difusión de estas
ideas. Al aplicar los nuevos avances tecnológicos como la máquina de vapor se
creaba un sistema de producción que reducía los costes y bajaba los precios de
las manufacturas, permitiendo que una mayor parte de la población pudiera
consumir los productos.
Los diversos grupos políticos surgidos tras esta época de
revoluciones utilizarían estos avances tecnológicos para difundir sus ideas a
través de la propaganda, rompiendo así con el monopolio de la iglesia y del
estado, sentando las bases para una Prensa Libre que actuaría como Cuarto
Poder.
Durante el siglo XIX y el siglo XX, la prensa se asentó como
un sistema de contrapoder siempre en pugna con el poder político. El caso más
claro es el de Estados Unidos donde la prensa consigue asentarse como el Cuarto
Poder, tras el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.
La aparición en el siglo XX de la Prensa de Masas gracias a
los avances técnicos en la impresión de periódicos, el abaratamiento de los
costes de producción y al aumento de la alfabetización de la sociedad unido a
un progresivo aumento de la libertad de prensa permitió a la población estar
mejor informada, creándose un tipo de prensa politizada que servía de
propaganda para sus reivindicaciones como la igualdad de derechos, la
transmisión de ideas revolucionarias como el socialismo o un tipo de prensa
estatal que servía de propaganda política del poder.
Pero la prensa de masas no servía sólo como propaganda
política. En el caso de Estados Unidos, la prensa se caracterizaba por su
sensacionalismo y amarillismo hasta la aparición del New York Times, un
periódico de tendencia liberal que sería el origen de la prensa especializada.
La revolución tecnológica de los años 60 con la aparición de
la radio y la televisión permitiría una información más directa a la población,
poniendo cara a las noticias, intentando influir en la opinión pública de una
manera más directa.
Asimismo, la progresiva alfabetización de la sociedad y el
aumento en la producción del número de libros y su fácil acceso por parte de la
población gracias a los bajos costes o a la creación de bibliotecas públicas y
centros culturales permite a la propia población culturizarse, estar informada
y ser menos manejable por el poder político.