Hay un concepto de Adam Smith que viene a sostener que
"el salario es
el estímulo del trabajo, que- como otras cualidades humanas - crece en
proporción al estímulo que recibe." Agreguemos que, durante mucho tiempo,
la riqueza se medía por la cantidad de oro y la plata de que se era poseedor,
situación que con los años se hizo a aplicable tanto al individuo como a los
países; por eso, los estados prohibían toda exportación de estos metales,
aunque se trataba de atraer por todos los medios el oro y la plata de las
naciones vecinas. Esta norma alcanzó su mayor vigencia hasta fines del siglo
XV, cuando los audaces portugueses desviaron en provecho propio y exclusivo la
ruta del oro sudanés.
Dos circunstancias se sucedieron en esos años 1) Una caída general de
precios y 2) Un cambio político que se apuntaba desde fines del cuatrocientos
cuando Luis XI de Francia, Maximiliano de Habsburgo, Enrique VII de Inglaterra
y Fernando, el Católico de España - daban por concluida la larga etapa del
Feudalismo, y el rey pasaba a ser un señor entre los señores; a la vez, se
preparaban para ganar una hegemonía universal, para lo cual era necesario una
administración poderosa capaz de someter a la aristocracia y contratar y
cumplir las exigencias de los mercenarios suizos, los mejores soldados del
momento.
De la coincidencia de estos dos factores mencionados, nació el sistema
llamado mercantilismo. El mercantilismo estableció que se podía permitir la
exportación de los metales preciosos, siempre que se importaran productos que
pudieran venderse al extranjero por un precio mayor del que se había pagado por
ellos, lo que, a su vez, daba la salida a la producción nacional. Este hecho se
conoció con la denominación de balanza de comercio, es decir, los países
desprovistos de minas solo exportando podían acumular riquezas, por lo que
debían exportar en el mayor grado posible. Mun, uno de los grandes
mercantilistas ingleses, establecía como norma para el comercio exterior,
verdadera fuente de la riqueza nacional, vender a los extranjeros por más valor
que el de los productos que de ellos consumimos.
Y ahora, presentemos a Adam Smith que nació el 5 de junio de 1723, en la
pequeña ciudad de Kirkcaldy Su padre era un modesto inspector de aduanas, que
falleció pocos meses antes del nacimiento de la criatura. De esta forma la
educación del niño recayó enteramente sobre su madre. Adam era de constitución
enfermiza, lo que le valió ser tratado con gran indulgencia por parte de sus
familiares y educadores. En compensación, el niño les pagó con una solicitud y
un afecto que habían de caracterizarle toda su vida. Ningún hecho sobresaliente
se registra en sus primeros años, salvo el haber sido raptado, cuando contaba
tres, por una banda de gitanos. Pero el pequeño fue recuperado con facilidad.
Adam asistió hasta 1737 a la escuela secundaria de Kirkcaldy. A los catorce
años de edad la abandonó para cursar estudios superiores en la Universidad de
Glasgow. En ella permaneció tres años, entregado al estudio de las matemáticas y
de la filosofía natural. De Glasgow; Adam pasó a Oxford para completar su
formación. En la famosa Universidad se aficionó a las bellas letras, a la
filosofía moral y a las ciencias políticas. En conjunto se trataba de adquirir
una cultura amplia, como convenía a un joven destinado a convertirse en
eclesiástico.
Adam Smith, en cambio, en las ciencias políticas, supo aprovechar los
avances logrados por sus predecesores y engarzarlos en un sistema coherente. El
sistema librecambista, creado por él, fue un sistema capaz de sustituir
plenamente, al sistema mercantilista.
Durante ciento cincuenta años, desde la aparición de La riqueza de las
naciones, en 1776, hasta la primera guerra mundial, en 1914, el mundo andaría
una de sus etapas más felices bajo los auspicios de las sencillas directrices
trazadas por aquel modesto profesor escocés. El valor de la obra de Adam Smith
para la economía ha sido comparado al de la de Locke para el pensamiento
filosófico, porque representa la primera sistematización de la ciencia
económica. Como no podía menos de suceder, dados sus precedentes, su punto de
partida es el concepto de la riqueza. En oposición a la escuela francesa de
Quesnay, Smith enseñó que el trabajo es su única fuente, y que el deseo de
aumentar nuestras fortunas y prosperar -un deseo congénito a la naturaleza
humana- es el origen de toda riqueza, ahorrada y acumulada.
Precisó que el trabajo es tan productivo de riquezas cuando se emplea en la
industria y el comercio como en el cultivo de la tierra. Trazó los diversos
medios por los cuales la labor puede hacerse más efectiva, mediante el análisis
de la división del trabajo y el empleo de la riqueza acumulada, es decir, del
capital, en las empresas. Y predicó que constituye siempre la mejor norma de
política económica dejar desenvolverse a la iniciativa individual. Deshizo el
error de la incompatibilidad de intereses económicos entre los diversos países
y aclaró que todos podían participar en el deseo de un mayor bienestar para sus
súbditos. Una serie de principios, en suma, que hoy nos parecen ingenuos de tan
elementales como son; es el mejor elogio que se les puede tributar. Piénsese
tan sólo en la confusión imperante antes de Adam Smith y en el progreso alcanzado
por las naciones más avanzadas a partir de su obra.
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga […] Al orientar esa actividad de modo que produzca un valor máximo, él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en su propósitos […] Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo.
El autor sobrevivió quince años al éxito de su teoría. Fueron años de
triunfo en los que el libro fue traducido a los principales idiomas europeos,
Smith era llamado a consulta por la mismísima Cámara de los Comunes y la nueva
doctrina fue aceptada por un público cada vez más amplio. Sin embargo, su éxito
debió atravesar una dolorosa contrapartida, porque al poco tiempo, experimentó
la dolorosa pérdida de su gran amigo David Hume. Y, todavía más su éxito se vio
ensombrecida por el innoble ataque del obispo de Norwich, porque tuvo la osadía
de enaltecer la memoria del filósofo fallecido que toda su vida fue un completo
heterodoxo en materia religiosa.
Adam Smith residió en Londres hasta 1778, en que, por indicación de su
antiguo pupilo el duque de Buccieugh, fue honrado con el cargo de comisario
general de las Aduanas escocesas. Como consecuencia de este nuevo destino, pasó
a Edimburgo en compañía de su madre y una prima, que se encargaba de la administración
familiar.
En 1787 la Universidad de Glasgow le ofreció el rectorado, función que su
delicado estado de salud no le permitió desempeñar por mucho tiempo. Diremos,
por último, que muertas su madre y su prima, no quedó ni solo ni desamparado
para soportar su última enfermedad, pues estos cuidados los asumieron sus
muchos amigos.
Adam Smith falleció en julio de 1790
LA RIQUEZA DE LAS NACIONES – ADAM SMITH
De la división del trabajo
“El ejemplo de la fábrica de alfileres”
Consideremos por ello como ejemplo una manufactura de pequeña entidad, una en la que la división del trabajo ha sido uy a menudo reconocida: la fabricación de alfileres. Un trabajador no preparado para esta actividad(que la división del trabajo ha convertido en un quehacer específico), no familiarizado con el uso de la maquinaria empleada en ella (cuya invención probablemente derive de la misma división del trabajo), podrá quizás, con su máximo esfuerzo, hacer un alfiler en un día, aunque ciertamente no podrá hacer veinte. Pero la forma en que esta actividad es llevada a cabo actualmente no es sólo un oficio particular sino que ha sido dividido en un número de ramas, cada una de las cuales es por sí mismo un oficio particular. Un hombre estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto lo lima en un extremo para colocar la cabeza; el hacer la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas; el colocarla es una tarea especial y otra el esmaltar los alfileres; y así la producción de un alfiler se divide en hasta dieciocho operaciones diferentes, que en algunas fábricas llegan a ser ejecutadas por manos distintas, aunque en otras una misma persona pueda ejecutar dos o tres de ellas. He visto una pequeña fábrica de este tipo en la que sólo había diez hombres trabajando, y en la que consiguientemente algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Y aunque eran muy pocos y carecían por tanto de la maquinaria adecuada, si se esforzaban podían llegar a fabricar entre todos unas doce libras de alfileres por día. En una libra hay más de cuatro mil alfileres de tamaño medio. Esas diez personas, entonces, podían fabricar conjuntamente más de cuarenta y ocho mil alfileres en un sólo día, con lo que puede decirse que cada persona, como responsable de la décima parte de los cuarenta y ocho mil alfileres, fabricaba cuatro mil ochocientos alfileres diarios. Ahora bien, si todos hubieran trabajado independientemente y por separado, y si ninguno estuviese entrenado para este trabajo concreto, es imposible que cada uno fuese capaz de fabricar veinte alfileres por día, y quizás no hubiesen podido fabricar ni uno; es decir, ni a doscientas cuarentava parte, y quizás ni siquiera la cuatro mil ochocientasa va parte de lo que son capaces de hacer como consecuencia de una adecuada división y organización de sus diferentes operaciones.
Del principio que da lugar a la división del trabajo
“No es la benevolencia del carnicero …”
El hombre, en cambio, está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. Estos es lo que propone cualquiera que ofrece un trato. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas. Sólo un mendigo escoge depender básicamente de la benevolencia de sus conciudadanos.
Del origen y uso del dinero
El carnicero guarda en su tienda más carne de la que puede consumir, y tanto el cervecero como el panadero están dispuestos a comprarle una parte, pero sólo pueden ofrecerle a cambio los productos de sus labores respectivas. Si el carnicero ya tiene todo el pan y toda la cerveza que necesita, entonces no habrá comercio. Ni uno puede vender ni los otros comprar, y en conjunto todos serán recíprocamente menos útiles. A fin de evitar los inconvenientes derivados de estas situaciones, toda persona prudente en todo momento de la sociedad, una vez establecida originalmente la división del trabajo, procura naturalmente manejar sus actividades de tal manera de disponer en todo momento, además de los productos específicos en todo momento, además de los productos específicos de su propio trabajo, una cierta cantidad de alguna o algunas mercancías que en su opinión pocos rehusarían aceptar a cambio del producto de sus labores respectivas.
Es probable que numerosas mercancías diferentes se hayan concebido y utilizado sucesivamente a tal fin. … el ganado … la sal en Abisinia… el bacalao seco en Terranova … el tabaco en Virginia … el azúcar en las Indias Occidentales … y hasta clavos en un pueblo de Escocia.
Examinaré a continuación las reglas que las personas naturalmente observan cuando intercambian bienes por dinero o por otros bienes. Estas reglas determinan lo que puede llamarse el valor relativo o de cambio de los bienes.
“Valor de uso” y “valor de cambio”
Hay que destacar que la palabra VALOR tiene dos significados distintos. A veces expresa la utilidad de algún objeto en particular, y a veces el poder de compra de otros bienes que confiere la propiedad de dicho objeto. Se puede llamar a lo primero “valor de uso” y a lo segundo “valor de cambio”. Las cosas que tienen un gran valor de uso con frecuencia poseen poco o ningún valor de cambio. No hay nada más útil que el agua, pero con ella casi no se puede comprar nada; casi nada se obtendrá a cambio de agua. Un diamante, por el contrario, apenas tiene valor de uso, pero a cambio de él se puede conseguir generalmente una gran cantidad de otros bienes.
Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en moneda
Pero el oro y la plata, como cualquier otra mercancía, cambian de valor, y a veces son más caros y otras veces más baratos, unas veces más fáciles y otras más difíciles de comprar. La cantidad de trabajo que cualquier cantidad dada de ellas puede comprar o dirigir, o la cantidad de otros bienes por la que se puede cambiar, depende siempre de la riqueza o pobreza de las minas conocidas cuando tiene lugar el intercambio.
El trabajo exclusivamente, al no variar nunca en su propio valor, es el patrón auténtico y definitivo mediante el cual se puede estimar y comparar el valor de todas las mercancías en todo tiempo y lugar. Es su precio real; y el dinero es tan solo su precio nominal … aunque el trabajo tiene como las mercancías un precio real y un precio nominal. Su precio real consiste en la cantidad de cosas necesarias y cómodas para la vida que se dan a cambio de él; su precio nominal, en la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre, es remunerado bien o mal, no en proporción al precio nominal de su trabajo sino al precio real.
De las partes que componen el precio de las mercancías
Aquí es donde estipula que las tres partes son; las rentas de la tierra, trabajo y beneficios.
De la división del capital - Capital circulante y capital fijo
Hay dos maneras diferentes de asignar el capital para que rinda un ingreso o beneficio a su inversionista.
En primer lugar, puede ser invertido en cultivar, elaborar o comprar bienes, y venderlos con un beneficio. El capital invertido de esta forma no produce ingreso ni beneficio alguno a su propietario mientras continúa en su posesión o conserva su forma. Los bienes del comerciante no le rinden ingreso ni beneficio mientras no los venda a cambio de dinero, y el dinero tampoco lo hace mientras no es a su vez intercambiado por bienes. Su capital continuamente sale de sus manos de una forma y regresa a ellas de otra, o intercambios sucesivos. Tales capitales pueden ser denominados, con toda propiedad, capitales circulantes.
En segundo lugar, puede ser invertido en la roturación de la tierra, en la compra de máquinas útiles o instrumentos de trabajo, o en cosas así que rindan un ingreso o beneficio sin cambiar de dueño y sin circular. Esos capitales, entonces, pueden ser apropiadamente llamados capitales fijos.
Las distintas actividades requieren proporciones también muy diferentes entre los capitales fijos y circulantes invertidos en ellas.
El capital de un comerciante, por ejemplo, es por completo capital circulante. No necesita máquinas ni instrumentos de trabajo, salvo que se consideren tales su tienda o su almacén.
Una fracción de capital de todo artesano o industrial debe estar fijo en los instrumentos de su labor. Esta fracción es pequeña en algunos casos y grande en otros. Un maestro sastre no necesita más instrumentos que un paquete de agujas. Los de un maestro zapatero son algo más caros, pero no mucho más. Los del tejedor sí superarán con mucho a los del zapatero. La mayor parte del capital de todos estos maestros artesanos, de todos modos, es circulante, sea en salarios de sus trabajadores o en el precio de sus materiales, y es reembolsado con un beneficio a través del precio de sus productos.
En otras actividades se necesita un capital fijo mucho mayor. En la industria del hierro, por ejemplo, el horno de fundición, la forja y la máquina de cortar son medios de producción que no pueden ser construidos sin un abultado coste. En las minas de carbón y otras, la maquinaria necesaria para drenar el agua y otros propósitos es con frecuencia incluso más cara.
La mano invisible
Cada individuo está siempre esforzándose para encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga. Es evidente que lo mueve su propio beneficio y no el de la sociedad. Sin embargo, la persecución de su propio interés lo conduce natural o mejor dicho necesariamente a preferir la inversión que resulta más beneficiosa para la sociedad.
En primer lugar, cada individuo procura emplear su capital lo más cerca de casa que sea posible, y por ello en la medida de lo posible apoya a la actividad nacional …
En segundo lugar, cada individuo que invierte su capital en la actividad nacional, necesariamente procura dirigir la actividad para que la producción alcance el máximo valor posible …
Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actual en bien del pueblo. …”
SOBRE LA PROPIEDAD PRIVADA
El dios romano Término era, para los romanos, el guardián de las propiedades, el protector de los límites y el vengador de las usurpaciones.
Durante el reinado de Saturno, los campos carecían de confines, todo era una posesión común y a eso se debía el que los romanos no tuvieran el sentido de propiedad; ellos, no establecían diferencias entre lo mío y lo tuyo, como nos ocurre a nosotros. Pero se produjo un cambio al aparecer la ambición, la codicia y la usurpación, que acarrearon querellas y procesos. Entonces, Ceres, la diosa legisladora, estableció reglas ordenando que los campos fueran separados por quienes los cultivaban y la separación consistía en hileras de árboles, piedras o cualquiera señal que indicara un límite. La preferida fue un mojón y nació la costumbre de venerarlo como un dios y le dieron el nombre de Término y le asignaron un día de fiesta, que fue la fiesta terminal. Los propietarios de tierras contiguas acudían junto al Mojón que delimitaba sus tierras, depositaban guirnaldas, lo rociaban con aceite, inmolaban corderos y lechones, y se los comían las familias reunidas.
Un hecho milagroso ocurrió para dar nacimiento al dios Término.
Tarquino, el Soberbio, quiso levantar sobre el Capitolio un templo a Júpiter y fue necesario cambiar de ubicación las estatuas, los edículos y los pedestales. Todos los dioses abandonaron sin resistirse el lugar que habían ocupado hasta entonces, solo opuso resistencia el dios Término y no fue posible moverlo de su lugar, de modo, que debió quedar emplazado en el centro del nuevo templo.
Esta fábula fue divulgada entre la gente del pueblo para demostrar que los límites de los campos son sagrados y que el usurpador que tuviese la audacia de cambiarlos debía ser entregado a las Furias.
Las Furias de hoy son las leyes que rigen la Propiedad Privada.
IDEAS ECONÓMICAS DE ADAM SMITH
Adam Smith escribe sus dos principales obras: La teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones. Las principales aportaciones al progreso económico que podemos extraer de ellas son las siguientes:
- Liberalismo económico: Adam Smith es el primero en el contexto anglosajón en apostar por una economía desvinculada del Estado (en el mundo mediterráneo dicha idea había sido defendida por los teóricos de la Escuela de Salamanca varios siglos atrás). La explicación dada por Adam Smith fue que cuando los diferentes agentes buscan su propio interés personal hay una mano invisible que les lleva a que esa búsqueda de beneficio personal sea un beneficio para toda la sociedad. La intervención del Estado en la economía no haría otra cosa que empeorar los resultados dados por el libre mercado. Esta idea sería desarrollada por la escuela Austriaca en los siglos XIX y XX.
- División del trabajo: en una sociedad agraria donde no estaba desarrollado el comercio, Adam Smith se dio cuenta que podría aumentar la producción con la división del trabajo. El ejemplo que pone de la fábrica de alfileres lo ilustra muy bien: si un obrero hace todo el proceso no podría hacer más de veinte alfileres al día. Sin embargo, si cada uno se especializa en una fase del proceso podrían llegar a hacer doce libras de alfileres. Esta teoría fue la base de la especialización productiva, puesta en marcha por primera vez por Taylor y Ford en la fábrica de coches homónima.
- Importancia del comercio internacional: como fruto de la especialización, cada nación será más productiva en la fabricación de unos bienes y menos en otros. Adam Smith rompe con la tradición de restringir las importaciones y propugna la especialización de una nación en aquello que le es más barato producir para luego venderlo y comprar a otras lo que no fabrica. Dicha teoría se denomina ventaja absoluta, la cual fue mejorada después por David Ricardo y su teoría de la ventaja comparativa.
- Repliegue del estado de la vida pública: según Adam Smith, el Estado solo debería prestar los servicios de seguridad, justicia y educación.
Estas aportaciones sentarían la base de un cambio en el paradigma económico, desde el mercantilismo al capitalismo. Además, sirvieron como raíces a los teóricos de la escuela austriaca para hacer una explicación mucho más concreta de la economía, partiendo de la acción humana.
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