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sábado, 24 de agosto de 2024

TRUMAN CAPOTE Y EL NUEVO PERIODISMO

En los años sesenta surge en Estados Unidos el Nuevo Periodismo, también denominado género de no ficción; considerado como una nueva tendencia en la forma de hacer periodismo que proponía traspasar los límites del modelo objetivo de la prensa tradicional. Su surgimiento vino a poner en tela de juicio el ideal de transparencia y objetividad que prevalecía en la forma clásica de ejercer la profesión, donde la ética periodística estaba más bien vinculada a la neutralidad de los mensajes, herederos de la concepción funcionalista de la comunicación como mera transmisión de información. En estos años, los medios de comunicación se vieron superados por su entorno social, en tanto se tornaron incapaces de transmitir con profundidad, conciencia y frescura acontecimientos tan desconcertantes como los asesinatos de John y Robert Kennedy, los paseos espaciales, la guerra de Vietnam, los disturbios raciales, la cultura underground o las nuevas voces de la juventud norteamericana. Por su parte, esta nueva tendencia no sólo pretendía recuperar los viejos preceptos del periodismo: investigación, denuncia, pluralidad de voces y compromiso ético, sino que vio en su contexto social nuevas temáticas para abordar, donde los mismos acontecimientos parecían extraídos de una obra “literaria”.

Algunos de sus protagonistas fueron Rodolfo Walsh, Tom Wolfe, Norman Mailer, Truman Capote o Hunter S. Thompson entre otros.
Truman Capote


TRUMAN CAPOTE: SU VIDA

Truman Capote nació el 30 de septiembre de 1925 en Nueva Orleans (Estados Unidos). Era hijo de un comerciante llamado Archulus Persons y de una reina de la belleza de nombre Lillie Mae Faulk que adoptaría el apellido de Capote tras contraer matrimonio con Joseph García Capote, empresario de ascendencia cubana.

A los cuatro años sus padres se divorciaron y durante el resto de su niñez vivió la peripecia y la soledad del típico producto de "hogares separados" (inestabilidad o bonanza, traslados entre uno y otro progenitor), todo ello con el horizonte imperturbable de las granjas del Sur profundo y rural. Su madre se volvió a casar con un próspero hombre de negocios apellidado Capote, nombre que adoptó Truman casi de inmediato.

Escritor precoz, desde muy adolescente había comenzado a pergeñar historias para, como él mismo diría, paliar la soledad de su infancia. A los dieciocho años entra a trabajar en el New Yorker y a los veintiuno deja el periódico y publica un relato, Miriam, en la revista Mademoiselle, que atrae la atención de los críticos y es seleccionado para el volumen de cuentos del premio O'Henry de 1946.

Después del galardón y tras haber conseguido que se hablara de su estilo "gótico e introspectivo" y de la influencia de Poe en sus cuentos, Truman Capote escribe, durante dos años, Otras voces, otros ámbitos (1948). Esta novela impresionó más por su abierto planteamiento de las relaciones homosexuales que por sus verdaderos méritos literarios, y por sus reflejos autobiográficos más que por su delicada exposición de las vivencias infantiles: un niño solo, Joel, que busca a su padre en el profundo Sur y termina por elegir a un travestido como figura paternal. En esta su primera novela, Capote fue comparado con Alain-Fournier, el autor de El gran Meaulnes, por su peculiar objetivación poética del mundo de la infancia, por su atmósfera lírica y por su exaltación de la naturaleza.

Vinieron luego los años de sus viajes y de residencia en Italia, Grecia y España; visitó también la Unión Soviética. Durante la década de los cincuenta publica insuperables entrevistas en Playboy y termina una de sus novelas más deliciosas, Desayuno en Tiffany's (1958). El relato gira en torno a Holly Golightly, una joven sofisticada a quien el supuesto autor del relato (está escrito en primera persona) tuvo por vecina antes de convertirse en escritor famoso. Holly es una muchacha que vive su vida, sin tener en cuenta los convencionalismos sociales y dispuesta a conservar su libertad como sea. Le gusta vivir y vestir bien, para lo cual no tiene inconveniente en aceptar dinero de los hombres; fingiendo ser su prima, visita en la cárcel a un gangster, Sally Tomato, de quien más o menos inconscientemente hace de mensajera, y que le paga por ello 200 dólares cada semana.

En sus "horas negras", el mejor remedio que encuentra Holly "es tomar un taxi e ir a Tiffany's"; el ambiente elegante y la tranquilidad que allí se respira tienen la virtud de calmarla. Así pasa Holly por la vida, sin preocuparse por el pasado ni por el futuro; conservando un fondo de inocencia en medio de su alocada vida, que en muchos ambientes se consideraría reprobable. Al final, su amistad con el gánster le hará tropezar con la justicia y la obligará a abandonar el país, desapareciendo de la vida del autor.

TRUMAN CAPOTE Y EL NUEVO PERIODISMO

Su interés por el periodismo y su intensa colaboración con la revista New Yorker lo acercaron a la disciplina del reportaje de investigación, lo que dio como fruto su célebre obra A sangre fría (1966), creadora del género de la  novela de no-ficción , que relata el caso real del asesinato de la familia Cutters, basándose en documentos policiales y el testimonio de los implicados. Por esta novela, junto a Norman Mailer y Tom Wolfe, Capote es considerado uno de los padres del Nuevo Periodismo), que combina la ficción narrativa y el periodismo de reportaje, dentro de una nueva concepción de la relación entre realidad y ficción. La escritura de esta novela le llevó siete largos años y la crítica no tardó en saludarla como la novela más "dura" y significativa de la década de los sesenta.

Minuciosa reconstrucción de un crimen real (el despiadado asesinato de una familia de granjeros de Kansas),  A sangre fría llegó a ser, tras su publicación, el mejor exponente de la novela-documento o novela-reportaje, y un claro ejemplo del nuevo género narrativo que diluye los límites del periodismo y la literatura. Para la realización de su novela, Capote llevó a cabo una dilatada investigación de los terribles hechos que relata y realizó numerosas entrevistas, manteniendo un estrecho contacto con los asesinos antes de ser ejecutados. Narrada con detallado realismo y una fría distancia, la novela es en un estudio incisivo de la América de su época que expone el desorden y la violencia que laten bajo una feliz apariencia de progreso y desarrollo.

A la precursora A sangre fría le siguieron los autores que cultivaron con éxito el Nuevo Periodismo: entre los más conocidos figuran Tom Wolfe, Norman Mailer y Gay Talese. Este último firma una de las piezas más comentadas en las facultades de Periodismo de todo el mundo: el perfil sobre la vida de la Voz “Sinatra está resfriado”, que publicó la revista Esquire a mediados de los 60.

A principio de los setenta, Capote comenzó a escribir la que sería su obra póstuma e inacabada, Plegarias atendidas. En 1975 publica Música para camaleones, un conjunto de relatos escritos con el magistral estilo de Capote, en los que bucea con implacable lucidez en la poesía y el horror de la vida. Capote, tal vez uno de los mayores narradores del siglo veinte norteamericano, fue un maestro en el arte de la construcción imaginativa (tanto en el relato corto, reportajes o novelas), y sobre todo un poseso de la perfección estilística. Su obra quedará al lado de las ya clásicas de Faulkner, Penn, Welty y McCullers.

martes, 6 de agosto de 2024

LA BOMBA ATÓMICA

Mientras en las grandes instalaciones de Hanford y Clinton se empezaban a producir los explosivos plutonio y actinuranio en cantidades suficientes, se comenzó la construcción de la bomba atómica en una meseta montañosa muy alejada, elevada y desértica, en Los Alamos, cerca de Santa Fe, Nuevo Méjico. (Los datos de este artículo han sido tomados del libro de Hans Thirring- Historia de la bomba atómica. Aquí se instaló un gigantesco laboratorio de química y física nuclear, ya que, antes de que los teóricos pudieran dar indicaciones decisivas para la resolución de determinados problemas técnicos, era pre­ciso encontrar una respuesta experimental a muchas cuestiones relativas al comportamiento de los neutrones, su velocidad de difusión, su absorción, dispersión, etc. Un ensayo directo quedaba excluido debido a los temibles efectos devastadores de una explosión. Todas las premisas para la correcta elaboración de la bom­ba atómica tuvieron que establecerse teóricamente. En Los Álamos se reunieron los físicos nucleares más famosos de los Estados Unidos y del mundo entero, entre los cuales se encontraban Bohr, Fermi y Robert Oppenheimer.


Proyecto Manhattan (1942-1946): el proyecto encabezado por el Gobierno de E.U. para producir la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial.

El Proyecto Manhattan desplegado en 1942, cuyo resultado fundamental fue el arma atómica, marcó la nueva era que se abría ante la ciencia. Megaproyectos orientados a fines prácticos, activa intervención gubernamental, trabajo interdisciplinario, gran complejidad organizacional y cuantiosos recursos, serán rasgos que distinguirán en lo adelante la Big Science que desplazará a la Little Science[1]. Otra de las transformaciones fundamentales que convierten este momento en un punto de inflexión en el desarrollo institucional de la ciencia moderna es la estrecha conexión entre la comunidad científica y el poder militar. La solidez de esta alianza se ha robustecido en las últimas décadas y sus consecuencias han sido harto elocuentes: por un lado, ha influido extraordinariamente en el desarrollo de la tecnociencia contemporánea, por el otro, ha permitido el despliegue sin precedentes de la carrera armamentista, con su correspondiente secuela de guerras, destrucción y muerte.

La génesis del Proyecto Manhattan está estrechamente asociada a la presencia en territorio estadounidense a finales de la década de 1930 de un grupo de notables científicos europeos, la mayoría de origen judío, obligados a emigrar desde sus naciones de origen por el avance del nazismo. Uno de ellos fue Leo Szilard, brillante académico húngaro, quien en 1933 fue el primero en concebir la posibilidad de producir una reacción en cadena utilizando para ello núcleos pesados que se romperían −fisionarían− al ser golpeados por neutrones. Este descubrimiento resultó capital para el nacimiento más tarde del arma nuclear pues defendía la idea de que una reacción en cadena controlada podía liberar enormes cantidades de energía

El 25 de abril, Stimson y Groves presentaron al presidente el primer informe completo sobre el Proyecto Manhattan. Primero presentaron un memorándum que informaba: "Dentro de cuatro meses habremos completado con toda probabilidad el arma más terrible jamás conocida en la historia de la humanidad, una bomba de la cual podría destruir una ciudad entera". El memorándum continuaba diciendo que, aunque en la actualidad Estados Unidos tenía el monopolio del arma, este monopolio no duraría mucho. Predijo que "la única nación que podría entrar en producción en los próximos años es la Unión Soviética". Además afirmaba: "El mundo, en su actual estado de avance moral comparado con su desarrollo técnico, quedaría finalmente a merced de un arma de este tipo. En otras palabras, la civilización moderna podría quedar completamente destruida".


A continuación, Stimson entregó al presidente un segundo memorando, redactado por Groves, que trataba del aspecto técnico de la bomba atómica. La parte más importante de este informe era el calendario detallado de la producción de la bomba. Prometía que la primera bomba "de tipo cañón" "debería estar lista hacia el 1 de agosto de 1945". La primera bomba de tipo implosión debería estar disponible para pruebas "a principios de julio". A Stimson le preocupaba lo que consideraba la cuestión más fundamental del mundo de posguerra: el control internacional de las armas nucleares. En opinión de Stimson, todavía era prematuro enfrentarse a la Unión Soviética en la cuestión de Polonia. Ese momento sólo llegaría cuando Estados Unidos hubiera completado con éxito la producción de las bombas atómicas.

Las cuestiones decisivas eran la determinación exacta de la «masa crítica» y la obtención de las premisas para una reacción en cadena que se desarrollara suficientemente rápida de modo que abarcara a toda la masa de la sustancia explosiva antes de que ésta resultara esparcida en todas direcciones por una explosión parcial de una parte de la misma. A fin de evitar una pérdida prematura de neutrones y de conseguir mediante una demora -aunque ciertamente muy corta- la explosión completa, se rodeó la sustancia explosiva de una capa gruesa de metal pesado, con átomos pesados como, por ejemplo, acero o plomo. Al chocar los neutrones con los átomos muy pesados de esta envoltura metálica resultan reflejados de nuevo hacia el interior de la bomba, con lo que se ayuda al desarrollo de la reacción en cadena. Este manto metálico se denomina «tamper».

Un factor clave en el éxito del proyecto fue situar al brillante y polémico físico teórico Julius Robert Openheimer al frente del laboratorio de investigación y desarrollo de bombas. Bajo su liderazgo se agruparon los más prestigiosos químicos, físicos, matemáticos e ingenieros de la época: Niels Bohr, Edward Teller, Hans Bethe, John Von Neumann, Richard Feynman, Enrico Fermi y el propio Leo Szilard, junto a muchos otros. El trabajo desplegado por este grupo se fundamentó en resultados anteriores de otros grandes científicos como Marie Curie, Ernest Rutherford, Otto Hahn y Fritz Stassman que cimentaron el camino de la nueva ciencia.

Los científicos del Proyecto Manhattan lograron superar no pocos escollos teóricos y prácticos para fabricar la primera bomba atómica. Quizás unos de los principales fue la fabricación del combustible para lograr la fisión nuclear. Para lograr tal propósito se emplearon dos tipos diferentes de combustibles: los isótopos de uranio-235 y de plutonio-239.La razón para ello estribaba en la necesidad de poseer más de una bomba en condiciones de ser empleadas contra sus enemigos y en las dificultades que comportaba la producción de ambos isótopos radiactivos, sobre todo del primero de ellos.

El diseño de la bomba de Uranio quedó concluido en febrero de 1945 y se consideró innecesario e imposible someterlo a una prueba antes del lanzamiento en territorio enemigo. Resultaba innecesario, porque confiaban plenamente en la tecnología empleada; e imposible porque solo había U-235 para una bomba que bautizaron como Litle Boy, por sus dimensiones. La bomba elaborada con Plutonio, denominada Fat Man por las mismas razones, quedó lista al mes siguiente, pero en este caso sí se programó una prueba atómica – la primera del mundo- que fue denominada Trinity por el propio Oppenheimer. El 16 de julio a las 5:30 a.m., en el desierto Jornada del Muerto, cerca de Alamogordo, Nuevo México se escuchó una explosión colosal, seguida de una repentina ola de calor y una tremenda onda expansiva. La bola de fuego ocupó una extensión de 12 mil metros y el poder explosivo de la bomba fue similar al de 20 toneladas de TNT[4]. La mayoría de las predicciones de los científicos se cumplieron.


Los científicos que participaban en el Proyecto Manhattan, conocían mejor que nadie las catastróficas consecuencias que el empleo de las armas atómicas creadas podía generar, sobre todo si se lanzaban en las ciudades. Así que, casi un mes antes de la prueba Trinity, en junio de 1945, 155 de ellos firmaron una declaración que exigía detonar una de las bombas en territorio deshabitado, demostrando así a Japón su poder destructivo y provocar su rendición sin mayores daños.

El Brigadier Groves al confirmar que la iniciativa, luego denominada como Franck Report, podía adquirir mucha mayor fuerza aún, realizó un sondeo entre los científicos nucleares preguntando que pensaban de una demostración de este tipo. El 83% de los consultados respondió que era preferible cualquier acción disuasoria antes de lanzar las bombas contra civiles. Para entonces, el presidente Truman, sucesor del fallecido Roosevelt, había adoptado la decisión final de lanzar las bombas sobre ciudades japonesas. La nación nipona, a diferencia de Alemania, se negaba a rendirse y además quedaba pendiente “la cuenta” de Pearl Harbor, así que Groves decidió bloquear la petición y cualquier otro reclamo similar hasta después de que las bombas cayeran sobre Japón.

Evidentemente, la existencia de esta envoltura metálica no representa obstáculo alguno para la explosión frente a la enorme energía con que se produce ésta; por otra parte, la momentánea demora provoca una desintegración más completa y con ello se obtiene la máxima cantidad de energía posible.

Debido a que al alcanzarse o superarse el volumen crítico la reacción en cadena provocada por los neutrones de los rayos cósmicos se extiende en una millonésima de segundo a toda la masa y provoca la explosión momentánea, la sustancia explosiva de la bomba debía colocarse en dos mitades separadas, e inferiores cada una de ellas al volumen crítico, de modo que éste se alcanzase o superase solamente en el momento del lanzamiento de la bomba mediante la unión de ambas partes. Esto puede conseguirse, por ejemplo, construyendo ambas partes de modo que encajen completamente, dando a una forma de cavidad y a la otra forma de tapón de idénticas dimensiones al orificio de la primera. El tapón se lanza veloz a su correspondiente cavidad con una es­pecie de cañón, superándose así el volumen crítico y provocándose inmediatamente la reacción en cadena.

La prueba general de la primera bomba atómica se realizó el 16 de julio de 1945. Hans Thirring informa con las siguientes palabras:

«En un lugar apartado de la base aérea de Alamogordo, en me­dio de un desierto de rocas de Nuevo Méjico, unos 200 km al sudeste de Albuquerque, se había levantado una torre de acero de 45 m de altura en la que se colocó la bomba. El puesto de observación más ­próximo estaba situado a 10 km y el punto central de observación, con el personal científico, se encontraba a 17 km. Se habían es­cogido las primeras horas de la mañana, pero la atmósfera estaba perturbada por aguaceros y tormenta. Faltan dos minutos para el momento previsto, la tensión está en su punto culminante, los observadores, con los ojos protegidos con gafas oscuras contra las intensas radiaciones UV, se echan al suelo para no presentar una gran superficie a la fuerte onda expansiva. A las 5.30 horas en punto se eleva como un rayo una llamarada verdosa, más deslum­brante que la luz solar directa, y al cabo de unos segundos llega la onda expansiva. Dos observadores que se habían arriesgado a permanecer de pie fuera del refugio fueron derribados, un rugido llenó el aire y su eco resonó potente hasta las lejanas montañas. Tuvo que esperarse cierto tiempo antes de poder arriesgarse a acercarse al centro de la explosión, hasta que éste se hubiera enfriado suficientemente. De la torre de acero no quedaba el menor rastro. En el mismo lugar en que ésta se elevaba, la onda expansiva había provocado una amplia depresión en el duro suelo. El suelo de piedra aparecía cubierto de una capa vítrea; la superficie de las rocas resultó fundida por acción de las temibles radiaciones. No debe olvidarse que la potencia de una radiación es proporcional a la cuarta potencia de la temperatura y que, además, la tempe­ratura en la explosión de la bomba atómica es varios millares de veces superior a la temperatura de la superficie solar. Así se ex­plica que se produzca un rayo de tal intensidad que en una milé­sima de segundo provoca la fusión de la superficie de las rocas.

El dictamen de los físicos, sus previsiones, resultaron confirmados.

El 6 de agosto de 1945 la ciudad de Hiroshima resulta destruida por el lanzamiento de la primera bomba atómica; y tres más tarde, el 9 de agosto Nagasaki sufre las consecuencias del lanzamiento de la segunda bomba atómica.


La teoría de la relatividad de Einstein

Einstein formuló en 1905 la ecuación que 40 años más tarde serviría de base teórica para fabricar la bomba. Su contribución podría haberse quedado ahí si en julio de 1939 su viejo amigo Leó Szilárd no se hubiese presentado en Long Island, donde veraneaba el científico, con noticias inquietantes. Szilárd era un físico húngaro judío que, como Einstein, se había exiliado a EE.UU. huyendo de los nazis.

Al bombardear núcleos de uranio con neutrones, los núcleos se dividen (se fisionan) en núcleos más livianos. Sumando las masas de los productos de fisión vemos que el resultado es menor a la masa inicial. ¿Qué ha pasado con el resto? La diferencia se ha convertido en energía. Ya que el factor C² es muy grande, esa energía también lo es. Mediante la fisión, se libera una cantidad relativamente grande de energía. Además, se liberan también algunos neutrones. Si estos inciden sobre otros el resto de núcleos, estos también se fisionan, produciéndose una reacción en cadena. Si esta es controlada, podemos tener una fuente de energía. Si en cambio la reacción nuclear es explosiva y escapa de control, lo que tenemos es una bomba atómica, como la de Hiroshima


Finaliza la Segunda Guerra Mundial

En la primavera de 1945 la Alemania nazi había sido derrotada, pero Japón resistía a pesar de la campaña de bombardeos que había llevado a cabo Estados Unidos y que había destruido algunas de las ciudades importantes y se había cobrado cientos de miles de vidas.

En julio de ese año, en Potsdam (Alemania), los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y la URSS se reunieron para fijar el orden que regiría en la Europa de la posguerra y solicitar la rendición incondicional de Japón.

El reloj marcaba las 08.15 ese 6 de agosto de 1945 cuando un bombardero Boeing B-29 llamado Enola Gay lanzó sobre Hiroshima la bomba de uranio Little Boy. Justo 43 segundos después, cuando se encontraba a 600 metros del suelo, estalló en una bola de fuego de hasta un millón de grados centígrados, arrasando con casi todo lo que estaba a su alrededor.

Ya antes del lanzamiento de la primera bomba, el 6 de agosto de 1945, sobre la ciudad de Hiroshima, un grupo de investigadores atómicos americanos bajo la dirección del entonces profesor en Gottingen, Dr. James Franck, se pronuncian en el informe contra el lanzamiento de la bomba por motivos morales. En este informe se advierte ya que al empleo de la primera bom­ba atómica seguirá lógicamente una carrera mundial de armas nucleares, tal como luego sucedió.

Después del lanzamiento de la segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki, la producción de bombas atómicas y otras armas nu­cleares se ha desarrollado extraordinariamente en los Estados Unidos y luego en la Unión Soviética. Los numerosos ensayos atómicos han provocado la contaminación radiactiva no sólo de los lugares de explosión, sino que, como consecuencia de las corrientes de aire, sus efectos se han extendido hasta lugares muy apartados del centro de prueba.

En el polvo radioactivo se encuentra el estroncio 90, cuyo período de semidesintegración asciende a los 28 años. Desde las capas superiores del aire cae a la tierra con la lluvia, siendo absorbido por las plantas y de ahí pasa al cuerpo de los animales y de los hombres, en el proceso de alimentación, concentrándose particularmente en los huesos, una de las partes sensibles a las radiaciones, y desde el interior del organismo se produce una radiación constante que influye en forma muy especial sobre todos los procesos bioquímicos.

Hiroshima y Nagasaki

sábado, 3 de agosto de 2024

LA FOTOGRAFÍA

Mirar. Siempre mira. Mira mucho. Mirar con ojos que tocan, con ojos que sienten, con ojos que abrazan, aman, incluso odian. Observa cómo pasa la vida, cómo el mundo no se detiene, cómo sigue su curso y pasa por delante de tus ojos. Mira y observa con atención.
Mira. Nunca dejes de mirar. La vida pasa en los ojos. Incluso si los mantienes cerrados, incluso si no pueden ver. La vida pasa ante tus ojos.
Ver el espacio inútil entre el sueño y la realidad. Llenarlo. Intenta llenarlo con todo lo que eres. Hay grandes dificultades que superar, momentos en los que querrás no mirar. En esos momentos hay que mirar aún más, en esos momentos hay que abrir aún más los ojos. Para que puedas ver lo que puedes hacer para ver algo diferente. El secreto del éxito es ver bien. Entiende a quién tienes delante, a quién tienes a tu lado, a quién tienes detrás. Hay que ver bien para elegir bien, para decidir bien. Aunque duela, aunque pese, aunque tengas ganas de no mirar. Mirar. Siempre mira.
Y mientras el tiempo pasa, los recuerdos se quedan grabados en nuestra mente, agolpándose en momentos de dolor y nostalgia. Fotografías de un pasado que se tornan amarillas mientras las miradas se difuminan y la vista flaquea, distorsionando la realidad, dejando paso a instantáneas frías y estáticas, fotografías colgadas en la pared, silenciosas miradas de un pasado ya ocurrido.

viernes, 2 de agosto de 2024

JAPÓN DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX: LA CREACIÓN DE UN IMPERIO

Japón es un país donde conviven a la par la tradición y la modernización. A finales de siglo XIX, en 1866 tiene lugar la restauración Meiji, la cuál permite la modernización de Japón gracias a la implantación de un sistema liberal parecido al modelo occidental y la industrialización del país.

La guerra Boshin (1868-1869), entre partidarios y detractores del shogún imbuidos de un acentuado frenesí xenófobo, se saldó con la caída del régimen y la restauración del emperador como figura central de la política japonesa. La nueva élite gobernante encontró un delicado balance entre xenofobia por principio y pragmatismo por necesidad, mirando de reojo a Occidente con el objetivo de modernizar el país e incorporando finalmente a Japón a la inercia de la Revolución Industrial a partir de los años 80 del siglo XIX.

Estas medidas chocaron con la oposición de los samuráis y los señores feudales, con bien refleja la película El último samurái de Tom Cruise. Sin embargo, la era Meiji permitió a Japón convertirse en una potencia mundial tras la Primera Guerra Mundial. Uno de los principios motores del período Meiji fue situar a Japón en el mapa de las potencias internacionales y terminar de una vez por todas con los odiosos “tratados desiguales”, sacudiéndose las humillaciones de las últimas décadas sin por ello dejar de imitar todos aquellos aspectos que aceleraran la integración de Japón, con relaciones de igual a igual, en el sistema internacional. Estas necesidades políticas y económicas convivían con el auge imparable de un nacionalismo que cambió de orientación a medida que Japón ganaba terreno y confianza en la escena internacional.


La integración japonesa en el mundo occidental 

Hasta mediados del siglo XIX, su insularidad y una estricta política de retraimiento había preservado a Japón del expansionismo comercial de las grandes potencias. Poseía una peculiar estructura política, basada en la existencia de una mítica, remota y divina dinastía imperial, factor de unidad y continuidad, que habitaba en su palacio de Kioto apartado de la realidad, y un gobierno efectivo y pacificador ejercido desde el siglo XVI por el clan guerrero de los Tokugawa. El jefe político-militar era el Sogún, apoyado por los nobles feudales, para los que el cultivo del arroz era la base de la economía. 

Un cierto paralelismo asemeja la evolución de la sociedad japonesa con la europea. Tras el período de las luchas feudales se impuso un absolutismo en el que la paz civil era preservada por una burocracia imperial, a su vez respaldada por una privilegiada y anticuada clase militar, los samuráis. Existía asimismo una clase mercantil y artesana enriquecida por sus servicios a las otras dos, encasillada en una especie de tercer estado. A partir del siglo XVIII, los grandes señores fueron obligados por los sogunes a establecerse en la corte del Yedo (antigua Tokio). En 1800, Yedo era una ciudad con más de un millón de habitantes, mucho mayor que Londres, París o Moscú. En esta metrópoli los negocios habían permitido a algunos comerciantes adquirir el rango de samurái, lo que significaba un principio de resquebrajamiento de las estructuras tradicionales. 

Durante el período Tokugawa, una activa vida intelectual propició una cierta desacralización de la sociedad, por lo que el budismo dejó de tener influencia en parte de la población. Se volvió la vista hacia el Bushido, “el camino del guerrero”, código de conducta personal y moral de los samuráis basado en el honor y la lealtad, que adquirió un gran predicamento entre la sociedad civil. 

También resucitó el Shinto, la antigua religión del Japón, que aseguraba que el emperador era el hijo del Cielo. El interés hacia el pasado había aumentado la atracción por los estudios históricos y se había llegado a la conclusión de que los sogunes eran unos usurpadores del poder. 

Los Tokugawa se aferraban a una política autárquica, cerrando la entrada de misioneros y comerciantes extranjeros, para evitar la subversión a través de las ideas occidentales. Sólo habían permitido a los chinos y a los holandeses acercarse hasta Nagasaki. Pero la situación cambió cuando la flota norteamericana se adentró en la bahía de Yedo en 1853. A continuación, los estadounidenses obligaron a los japoneses a abrirse al comercio internacional firmando en 1854 en tratado de Kanagawa, seguido de otros similares como los de Aigun y Tientsin, ratificados en 1858, por los que Gran Bretaña, Rusia, Holanda y Francia finalmente obtenían ventajas comerciales. Los japoneses pronto comprendieron que los occidentales habían abusado al hacerles firmar acuerdos en los que estos ponían los aranceles y les obligaba a mantener una tarifa baja para las importaciones, así como cláusulas de extraterritorialidad, es decir, que los ciudadanos occidentales no se hallaban bajo las leyes japonesas, sino bajo la jurisdicción de sus respectivos países impartida por funcionarios consulares. Los japoneses, según se abrieron más al conocimiento del mundo occidental, comprendieron que habían sido tratados como un pueblo atrasado e ignorante, lo que produjo una fuerte reacción xenófoba. En 1862, una infracción protocolaria de unos soldados ingleses, por la que uno de ellos fue ajusticiado, desencadenó la sublevación de los sogunes de las islas occidentales contra los Tokugawa al no sentirse respaldados. Su intención era derrocarlos y encabezar una insurrección nacional acaudillada por el Emperador para expulsar, de paso, a los extranjeros. La artillería japonesa cañoneó varios barcos occidentales por lo que Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Holanda destruyeron las fortificaciones y la flota de las islas occidentales e impusieron una fuerte indemnización. Lo grave no fue que el sogún de Yedo no supiera resolver la situación, sino que de pronto los occidentales descubrieron que no era el gobernante supremo. 

Los shogunes de las islas occidentales comprendieron que debían conocer bien al enemigo para hacerles frente y adoptar sus maneras. Una de ellas fue modernizar sus armas y adoptar la tecnología propia de Occidente. El contacto generó un cambio de mentalidad en algunas capas sociales japonesas que se inclinaron por la modernización. 

Por otra parte, en 1865 y en 1867 van a suceder dos acontecimientos que variaron el rumbo de la política japonesa. Por un lado una fuerte crisis económica causada por el aumento del precio del arroz, que desencadenó múltiples revueltas urbanas y campesinas, a las que se unieron también los samuráis. El poder cada vez más socavado del sogún de Yedo le llevó a la dimisión en 1867. 

Ese año también fallecía el emperador, lo que produjo un vacío de poder que utilizaron los reformadores para apoyar a su sucesor Mutsu-Hito con la intención de que asumiera el gobierno. El nuevo emperador aceptó el reto y tomó para su reinado el nombre de Meiji “el gobierno de las luces”. Los grupos contrarios a la modernización fueron eliminados y se iniciaron las reformas necesarias para la occidentalización del archipiélago. 

En “El Juramento de los 5 artículos” el emperador dio las claves de su nueva gestión basada en reformas políticas, económicas y jurídicas que abolían el feudalismo. Suprimió las instituciones medievales, separó los poderes, centralizó el gobierno y creó un ejército imperial siguiendo el modelo prusiano. En cuanto a las reformas económicas, inició un amplio programa de desarrollo industrial y viario, estableció un sistema fiscal y una moneda única, el yen. Respecto a las jurídicas, eliminó los estamentos y se igualó el derecho para todos; el samurái perdió el privilegio de portar dos espadas, comenzó a depender de los oficiales del ejército y no de los jefes del clan. Se confiscó la propiedad de los monasterios budistas, se nacionalizó la enseñanza y se estimuló el culto al Shinto. En 1889 se promulgó una Constitución similar a las occidentales aunque con rasgos autoritarios. 

El Imperio Mejí comenzó un período de expansión, cuyo primer hito fue el enfrentamiento chino-japonés de 1894-1895 donde Japón demostró al resto del mundo su modernización. La causa del conflicto surgió al esgrimir China una serie de reivindicaciones sobre el reino de Corea, después de varias anexiones realizadas por los nipones. China sufrió una tremenda derrota y Japón consiguió la península Liaodong, Formosa y Port Arthur e inició una remodelación de su flota. En 1905 se enfrentaba a Rusia aniquilando a la escuadra zarista. Por la paz de Portsmouth adquirió la isla de Sajalín, el sur de Manchuria y Corea, iniciando de este modo una expansión imperialista que le enfrentará con los intereses occidentales en el continente asiático. Sin perder su sentido moral, su cultura, su arte, sus concepciones religiosas, pero apoyada en la modernización occidental, Japón había logrado un alto grado de independencia respecto a la influencia europea y norteamericana que la convertiría en breve en un gran imperio


La economía japonesa

Japón desarrolló una gran capacidad industrial centrándose en dos sectores: la industria textil con la producción de seda y algodón, haciendo competencia a Inglaterra y con la producción de acero a través de la empresa Yawata. El desarrollo de su economía vino acompañada de una política exterior expansionista y militar debido a su falta de materias primas, necesarias para el desarrollo de su industria que luego revendería sus colonias convertidas en manufacturas, convirtiéndose en la metrópolis del posterior imperio.

Al igual que sus homólogos europeos, nace una industria militar doméstica estrechamente controlada. En segundo lugar, debido a la falta de recursos en las islas de Japón, para poder mantener un sector industrial fuerte y con gran crecimiento, las materias primas como el hierro, petróleo y el carbón en gran parte se habían de importar a pesar de que el país disponía de una pequeña parte de éstas. Gran parte de estos materiales llegaba de Estados Unidos. Así, por el esquema de desarrollo militar industrial y el crecimiento industrial, las teorías mercantilistas prevalentes, hacían imprescindibles las colonias. Estas eran necesarias para competir con las potencias europeas. Corea (1910) y Formosa (Taiwán, 1895) fueron anexionadas muy pronto como colonias agrícolas. Además, el hierro y el carbón de Manchuria, la goma de Indochina y los vastos recursos de China eran los principales objetivos para la industria japonesa.

Este desarrollo industrial provocó un gran crecimiento demográfico ( la población pasó de 35 millones a 55 millones de habitantes) y la instauración de un sistema parlamentario a imagen y semejanza de la Prusia de Otto von Bismark: se creó un sistema de Cortes Bicamerales elegidas por sufragio censitario masculino.( se elaboró un sistema de turnismo de partidos similar al creado en España tras la Restauración borbónica).

La victoria en la guerra chino-japonesa (1894.-1895) y la firma del tratado de Shimonosekie, el cual permite a Japón anexionar Taiwan y la posterior victoria frente al imperio ruso de Nicolás II en 1905 son fundamentales para comprender la creciente hegemonía japonesa en el extremo oriente. La participación en la I Guerra Mundial a favor de los aliados y el crecimiento de las exportaciones durante el periodo bélico permitirán desarrollar la industria japonesa: empresas como Mitsubishi aparecen en estas fechas.


La deriva totalitaria

A pesar de que Japón era un sistema liberal sus ansias expansionistas lo irán transformando gradualmente en una potencia imperialista. De un nacionalismo basado únicamente en el rechazo aislacionista de todo lo extranjero se pasó a otro mucho más agresivo, de corte netamente imperialista, que se miraba en el espejo del modelo de construcción nacional alemán, con un componente étnico muy acentuado que explica la exitosa difusión de los prejuicios xenófobos. La vertebración de un nuevo Estado en el que los militares jugaban un papel extraordinariamente protagonista fomentó el complejo de superioridad racial y el mesianismo civilizador –muy especialmente, con respecto a las otras naciones asiáticas–, así como un nacionalismo exacerbado que se establecía en torno al progresivo reconocimiento como religión de Estado del sintoísmo (en detrimento del budismo, de origen foráneo), que llevaba aparejado un fervoroso culto a la persona del emperador y un patriotismo excluyente.


La historia del Japón contemporáneo, marco en el que situar la formación del imperialismo japonés, se divide en tres fases. 
  • La primera, entre 1868 y 1912, es la época de la revolución Meiji. Significa la modernización y occidentalización. Liberado Japón de la incipiente dependencia colonial occidental, se permite un completo desarrollo que le transforma en gran potencia mundial. Hay dos momentos en este proceso: de 1868 a 1881 es el período de las reformas y la consolidación de la revolución Meiji; reformas que tienden a transformar ampliamente la sociedad japonesa, aunque manteniendo su base tradicional. El segundo momento, de 1881 a 1912, corresponde al apogeo del Japón Meiji, con la nueva organización e institucionalización del Estado y la sociedad, y a los comienzos de la expansión territorial e imperial que, en su plenitud, configura un imperialismo propio, rival del occidental.
  • La segunda fase, de 1912 a 1937, es la época del Japón potencia mundial: entre la Primera y Segunda Guerra Mundial se suceden las llamadas era Taisho, entre 1912 y 1926, y era Showa, desde 1926. Japón se convierte en un nuevo centro de poder mundial. Su vida política y económica está dominada por los grupos oligarcas, financieros y militares, que mantienen el crecimiento capitalista y la prosperidad económica, el control político y la expansión exterior. Con ello, en el orden interno, desde las bases de un sistema que se considera liberal, se tiende a formar un régimen autoritario, y en el plano externo, a construir un Nuevo Orden en Asia oriental que consagre el poderío japonés.
  • La tercera fase, de 1937 a 1945, es durante la Segunda Guerra Mundial: en el orden interno se llega al gobierno de los militares, y en lo internacional, a la alianza con las potencias del Eje, llevando el proceso bélico a la derrota japonesa en el año 1945. A lo largo de este proceso se formula el imperialismo nipón, que entra en rivalidad y conflicto con los imperialismos occidentales hasta entonces dominantes en Extremo Oriente. Configuran este imperialismo tres factores: la ascensión diplomática e internacional de Japón a potencia mundial, la concreta expansión territorial exterior impulsada por las necesidades de ese mismo crecimiento económico y político que lleva al país a construirse un imperio colonial propio en Asia oriental y, por último, los fundamentos ideológicos y sociales del ultranacionalismo e imperialismo japoneses en el seno de su propia identidad histórica. Resultado de todos estos elementos es la construcción del Nuevo Orden japonés en Extremo Oriente.
 En 1925 Japón permite el sufragio universal masculino. En esas mismas fechas, los japoneses empiezan una persecución contra los comunistas a través de la ley de Preservación de la Paz. El auge del ultranacionalismo perjudica gravemente a la población coreana que trabaja en territorio japonés, la creación de sociedades secretas ultranacionalistas de carácter militar (Escuela Imperial, Escuela del orden) y movimientos ultranacionalistas (Dragón oscuro, Océano Oscuro) afianzan la transformación de Japón en potencia imperialista.

El enfrentamiento con la China de Chang Kai Shek en 1928, la ocupación de Manchuria en 1931 tras el incidente Mukden, la conquista de la península coreana y la creación del estado de Manchuko son fundamentales para entender el imperialismo japonés: Japón es un país que carece de materias primas para su industria. Las diferentes conquistas del imperio del Sol Naciente permitirán a Hiro Hito conseguir las materias primas necesarias para que las industrias japonesas las conviertan en manufacturas, revendiéndolas a los territorios conquistados creando así un imperio colonial donde Japón sería la metrópolis. La firma del pacto Antikommintern con la Alemania de Hitler en 1936 y el posterior ataque a la China de Mao y Chang Kai Shek en 1937 afianzarían la política exterior japonesa: La creación de un Nuevo Orden asiático.


El 20 de febrero de 1937, en Japón; obtiene la victoria electoral el partido liberal “Minseitō” imponiéndose sobre los conservadores ortodoxos del reconocido partido conservador “Rikken Seiyūkai” ("Amigos del Gobierno Constitucional"). Este acto será considerado un duro revés para el gobierno conservador de la época que estaba a punto de invadir China e iniciar la Segunda guerra chino-japonesa. El 27 de septiembre de 1940, el Imperio de Japón firmó el Pacto Tripartito con la Alemania Nazi y el Reino de Italia, siendo sus objetivos "establecer y mantener un nuevo orden de las cosas" en sus respectivas regiones del mundo y esferas de influencia, con la Alemania nazi en Europa, Japón Imperial en Asia y el Reino de Italia en el norte de África. Los firmantes de esta alianza son conocidos como las Potencias del Eje. El pacto también pide asistencia mutua si alguna de las potencias fuera atacada por un país aún no implicado en la guerra, con excepción de la Unión Soviética, y de la tecnología y la cooperación económica entre los signatarios.

Con la ocupación de la Indochina francesa en los años de 1940-41 y la continuación de la guerra en China, los Estados Unidos embargaron a Japón materiales estratégicos, tales como la chatarra y el petróleo, que eran sumamente necesarios para su esfuerzo de guerra. Los japoneses se enfrentaban con la opción de retirarse de China y de perder su influencia, o la captura y obtención de nuevas fuentes de materias primas en las colonias ricas en recursos del sudeste de Asia controladas por las potencias europeas - específicamente la Malasia británica y las Indias orientales holandesas.

Hiro Hito

El holocausto asiático del siglo XX: las atrocidades del Ejército japonés

El Ejército Imperial Japonés ha sido responsable de las matanzas y otros crímenes cometidos contra varios millones de civiles y prisioneros de guerra en el transcurso de la primera mitad del siglo XX. Se ha culpado a la Casa Imperial japonesa de tener responsabilidad en la masacre. De hecho, aunque el ejército japonés disponía de autonomía para tomar decisiones, el emperador Hirohito era el jefe supremo de las fuerzas armadas. Por otra parte, era el ejército el que mantenía en el poder al emperador y tal vez éste prefirió mirar hacía otro lado y no involucrarse. 



Destrucción de ciudades

En su afán expansionista, Japón planeó la invasión de diferentes países del sudeste asiático para lograr su objetivo de construir una Gran Asia Oriental y liberarlo del dominio europeo. Para ello hicieron uso de bombardeos que mayoritariamente asolaron barrios residenciales centrando casi exclusivamente los ataques a la población civil, pero también destruyendo el legado arquitectónico y cultural de muchas de las ciudades. Durante el periodo de 1895 a 1945 el Gobierno y personal militar japonés participó en saqueos extensos en la que la propiedad robada incluía terrenos privados, así como diferentes clases de bienes valiosos robados de los bancos, depósitos, templos, iglesias, museos y casas privadas.

Ejecuciones

Entre 1937 y 1945, el ejército japonés asesinó entre tres y más de diez millones de personas. Ejecutaron a millones de chinos, indonesios, coreanos, filipinos e indochinos, entre otros, incluyendo prisioneros de guerra occidentales. Asesinaron alrededor de 10,2 millones de personas a lo largo de la guerra, a veces a sangre fía y otras para hacer un alarde de poder o servir de lección a cualquiera que quisiese revelarse contra el Emperador.

Masacres

Uno de los más crueles de este periodo fue la Masacre de Nankín de 1937-1938, cuando el Ejército japonés asesinó a 200.000 civiles y prisioneros de guerra, según a documentado el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente, aunque el número aceptado se encuentra en centenas de miles.​ Los soldados nipones llevaron a cabo el homicidio masivo en la ciudad china de Changjiao, donde murieron 30.000 personas en mayo de 1943. 

Otras fuentes apuntan a que el silencio imperial podría deberse a la aquiescencia de la Casa Imperial con la estrategia militar japonesa en China. Sea como fuere, la masacre de Nankín se enmarcó dentro de las políticas con tintes racistas de expansión que Japón impulsó para justificar su imperialismo, algo habitual entre las potencias coloniales. Así, se presentaban a la población china como una "raza inferior" que debía ser gobernada por Japón, y también se inculcaba entre la población nipona la idea de que lo más noble que podía hacerse era morir por el emperador. Así, si la vida de un soldado japonés valía poco, podríamos preguntarnos entonces qué valor tendría la vida de un enemigo al que se consideraba infrahumano.

Se presentaban a la población china como una "raza inferior" que debía ser gobernada por Japón, y también se inculcaba entre la población nipona la idea de que lo más noble era morir por el emperador.

En el Sureste Asiático, la Masacre de Manila, Filipinas, tuvo como resultado cien mil civiles muertos; mientras que en la Masacre Sook Ching fueron masacrados entre veinticinco y cincuenta mil chinos en Singapur.



Memorial a las víctimas de la masacre de Nanjing

Experimentos con humanos

Existieron varias unidades militares japonesas especiales que realizaron experimentos en civiles y prisioneros de guerra en China. Una de las más sonadas fue el Escuadrón 731 que promovió la creencia en la supremacía racial japonesa. Las víctimas sufrieron vivisecciones sin anestesia, amputaciones... fueron usadas para probar armas biológicas, entre otros experimentos. Realizaron todas estas operaciones sin anestesia porque consideraban que afectaría a los resultados. Fueron alrededor de diez mil personas tanto civiles como militares de origen chino, coreano, mongol y ruso.

Las fuerzas imperiales japonesas utilizaron ampliamente la tortura entre los prisioneros como método para sacarles información de manera rápida. El trato que daban al preso consistía en palizas, amputación de miembros, inanición y falta de suministros médicos. También se ha reportado que se utilizó mano de obra forzosa, uno de los incidentes más sonados fue la construcción del ferrocarril que unía Birmania con Siam que provocó la muerte de cien mil civiles y prisioneros de guerra. Las personas que fueron torturados, a menudo, fueron ejecutados más tarde.

Se utilizaron eufemismos como los términos «mujeres de consuelo» o «mujeres de consuelo militar» para referirse a las mujeres en los burdeles militares japoneses en países ocupados, muchas de las cuales fueron reclutadas por la fuerza o engañadas con la promesa de una vida mejor, trabajo y bienestar, pero la realidad fue que se convirtieron en objeto de agresión sexual o esclavitud sexual. Mujeres y niñas entre doce y veinte años procedentes de Vietnam, Taiwán, China, Malasia, Filipinas y Corea fueron víctimas de este espantoso tráfico. Muchas veces fueron seleccionadas después de arrasar y masacrar alguna aldea obligándolas a elegir entre prostituirse o morir. Hasta día de hoy se desconoce el número real de víctimas pues viendo la derrota cerca, el ministro de guerra japonés ordenó quemar cualquier documento que pudiese incriminar al país.

Japón durante la Segunda Guerra Mundial

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, dio a Japón una nueva oportunidad para extenderse por Sudeste asiático, después de haber alcanzado varios acuerdos diplomáticos. En septiembre de 1940 Japón estableció una alianza tripartita con Alemania e Italia, el denominado Eje Roma-Berlín-Tokio, que aseguraba ayuda mutua y total durante un periodo de diez años. Sin embargo, Japón consideró que el pacto firmado en 1939 entre Alemania y la URSS había liberado al Imperio de cualquier obligación contraída en la alianza anticomunista de 1936. Por tanto, en abril de 1941, Japón firmó un pacto de neutralidad con la URSS, que garantizaba la protección del norte de Dongbei(-)Pingyuan.

Al mismo tiempo, Japón intentó obtener acuerdos económicos y políticos en las Indias Orientales Neerlandesas. Estas acciones provocaron el embargo de petróleo estadounidense e incrementaron la hostilidad entre ambos países, bastante fuerte desde la invasión japonesa de China en 1937. En octubre de 1941 el general Hideki Tōjō se convirtió en el primer ministro japonés y ministro de Guerra, lo que no favoreció la normalización de las relaciones.

El 7 de diciembre de 1941 (domingo) sin aviso y mientras todavía se estaban celebrando negociaciones entre los diplomáticos estadounidenses y japoneses, varias oleadas de aviones japoneses bombardearon Pearl Harbor, en Hawái, la principal base naval estadounidense en el Pacífico ; poco después se lanzaron ataques simultáneos contra Filipinas, la isla de Guam, isla Wake e islas Midway, Hong Kong, Malasia británica y Tailandia. El 8 de diciembre (lunes), Estados Unidos declaró la guerra a Japón tras la declaración del presidente Franklin D.Roosevelt en el senado, al igual que el resto de los poderes aliados, excepto la URSS.

Un año después del éxito de estos ataques por sorpresa Japón mantenía la ofensiva en el Sudeste asiático y en las islas del Pacífico Sur. El Imperio designó el Este asiático y sus alrededores como la ‘Gran Esfera de Coprosperidad de Asia Oriental’ e hizo efectiva la propaganda del lema ‘Asia para los asiáticos’. Además, los elementos nacionalistas en la mayoría de los países de Asia Oriental daban apoyo tácito, y en algunos casos real, a los japoneses, porque vieron un camino aparente para liberarse del imperialismo occidental.

En diciembre de 1941, Japón invadió Tailandia, a cuyo gobierno obligó a firmar un tratado de alianza. Las tropas japonesas ocuparon Birmania, Malasia británica, Borneo, Hong Kong y las Indias Orientales Neerlandesas. En mayo de 1942, las Filipinas cayeron en manos niponas.

A diferencia de ésta, no pretendía una indefinida expansión, sino que quería limitar su área de influencia tan sólo al Extremo Oriente. Fueron las derrotas de los aliados las que llevaron a Japón a elegir una nueva vía de expansión diferente de China. La Indochina francesa, la Indonesia holandesa y las posesiones británicas del Extremo Oriente satisfacían de un modo mucho más completo sus necesidades de materias primas pero, aun así, la decisión bélica tardó en tomarse. Para Japón, las potencias occidentales eran, en efecto, el enemigo por excelencia y no sólo por motivos estratégicos sino también por un cierto antioccidentalismo muy enraizado en sus núcleos dirigentes. De ahí que Japón ingresara en el pacto tripartito en septiembre de 1940, de modo que creó con ello una comunidad de intereses con Alemania e Italia. El siguiente paso fue suscribir un acuerdo de no-agresión con Moscú, en abril de 1941. Los dirigentes japoneses carecían de la obsesión antisoviética de Hitler y, en la práctica, llegaron incluso a hacer un inapreciable favor a Stalin, puesto que es muy probable que no hubiera podido soportar una guerra en dos frentes. A diferencia de alguno de sus colaboradores más destacados, Hitler fue incapaz de percibir esta realidad y se limitó a esperar de Japón que mantuviera ocupados a los norteamericanos ante la eventualidad de un conflicto con ellos. Pero, porque era consciente de que antes o después tendría que enfrentarse con los norteamericanos, prometió declararles la guerra en el caso de que Japón, que complementaba su ausencia de suficiente fuerza naval, también lo hiciera.

Volviéndose hacia Australia y Nueva Zelanda, las fuerzas japonesas desembarcaron en Nueva Guinea, Nueva Inglaterra (actualmente parte de Papúa-Nueva Guinea) y las islas Salomón. Un destacamento especial japonés también invadió y ocupó Attu, Agattu y Kiska en las Islas Aleutianas frente a la costa de Alaska, en Norteamérica (cf. Batalla de las Islas Aleutianas). Al final, la guerra se convirtió en una lucha naval por el control de las vastas extensiones del océano Pacífico.

A comienzos de 1942, los aliados tenían muchas razones para sentirse profundamente descorazonados. En el plazo de seis meses, Japón, un adversario al que los anglosajones no habían tomado en serio, había construido a sus expensas y a las de terceros un Imperio que cubría una séptima parte del globo. Las victorias las había obtenido demostrando tener una Marina muy moderna, cuya fuerza principal estaba constituida por los portaaviones. Los japoneses habían logrado sus éxitos muy a menudo con inferioridad numérica y en un momento en que se podía interpretar que los alemanes todavía estaban en condiciones de aplastar a la Rusia soviética. La caída de Singapur era un hecho de tal gravedad que podía suponer una directa amenaza a la India e incluso al Medio Oriente. No puede extrañar que un protagonista esencial de la guerra, como fue Churchill, anote en sus Memorias que el peor momento de la guerra fue precisamente éste, algo en lo que coincidieron también algunos de los mandos militares británicos. Fue entonces cuando se sometió a un voto parlamentario de confianza, que superó, pero que revelaba la sensación de que la victoria aliada estaba todavía muy lejana. Sin embargo, en los meses iniciales de 1942 si, por un lado, las potencias del Eje llegaron al máximo de su expansión, al mismo tiempo empezaron a testimoniar sus limitaciones, no sólo materiales sino también de otra clase.