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jueves, 17 de diciembre de 2020

EL PASEO

Despuntaba la mañana. El frío viento golpeaba en la cara a los cuatro hombres que estaban de pie, esperando impacientes. Se frotaban las manos con fuerza para intentar entrar en calor, el frío y la humedad iba calando poco a poco en sus ropas y en sus huesos. A pesar de que el sol salía y no había ninguna nube en el horizonte, el frío persistía e iba haciendo mella en ellos.

- Muy buenas ¿no tendrá usted un cigarro?- pregunto uno, un hombre con una gorra azul, una gabardina negra desgastada, manos curtidas por el trabajo en la que faltaban dos dedos, a su compañero, un hombre vestido con un traje de pana azul, camisa blanca y gafas oscuras.

-Si. aquí tiene- respondió- tengo justo la cantidad para dos cigarros en la petaca. Sacó una vieja bosa verde desgastada y manchada por el tabaco. Con los dedos temblorosos por el frío, lío dos cigarros y le ofreció uno a su compañero.

-Se agradece. Muchas gracias- Sacó un mechero tipo zippo del bolsillo de su gabardina. Encendiéndolo con la mano izquierda, aspiró una bocanada de tabaco y ofreció la lumbre a su compañero.

- Gracias. El mejor cigarro es el de por la mañana

-Tiene usted razón. Toda la del mundo.

-¿Cómo se llama usted?

-Manuel.

-Miguel, encantado. Tiene usted un buen mechero. Ojalá hubiera podido conseguir uno para mí. 

-¿Lo quiere? Se lo regalo.

-No puedo aceptarlo. Es muy caro

-No se preocupe. Para lo que nos queda, disfrútelo

-¿No le importa?

- En absoluto.

Los dos se sentaron en una roca. Fumaban en silencio, apurando cada bocanada, disfrutándola como si fuera el primer cigarro en mucho tiempo.

Un sollozo ahogado les sacó de su ensoñación. Era uno de sus compañeros, que sentado en una roca, escondía la cabeza con las manos mientras el cuarto hombre del grupo le ponía su mano en la espalda, intentando consolarle. El hombre, de piel morena, ojos verdes y pelo oscuro no para de mecerse, sollozando mientras su compañero, un hombre rubio, de piel clara y ojos azules, intentaba, sin éxito, animarle.

- ¿Qué le pasa?- preguntó Manuel al hombre rubio.

-Lo que a todos. respondió- pero él no se lo guarda dentro. Prefiere sacarlo todo: la rabia, el dolor, el miedo, la impotencia. Sabe que no es bueno guardárselo. Que no sirve de nada.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó Manuel al hombre que sollozaba.

El hombre enjuagándose los ojos, respondió:

- Paco Pérez, para servirle a usted y a su familia.

-Vamos, Paco, no hay de qué avergonzarse. A todos nos pasa lo mismo, solo que algunos somos tan majaderos que nos da vergüenza reconocerlo.

-No lloro por eso señor- respondió Paco- Es que nunca me he confesado.

-!Ah¡¿Sólo por eso? esos tiene fácil solución. Seguro que hay un cura entre ese grupo que nos acompaña. Voy a preguntarlo.

- No, señor, no es eso. No quiero hablar con ellos. No quiero que me vean suplicar. 

-¿Quieres contármelo a mí? estoy acostumbrado a que la gente me pregunte y se explaye conmigo: padres, alumnos, amigos, niños... Sé escuchar y, tranquilo, puedes contarme lo que quieras.

-No sé. ¿ha servido esto para algo? tanto dolor, tanto sufrimiento, ¿para esto? para ver como todo es destruido, como cae todo lo que hemos luchado, cómo se convierte en polvo ¿sirve de algo luchar? ¿sirve para algo? tanto esfuerzo, tanta sangre, tanta muerte... para ver cómo se derrumba ante tus ojos, sabiendo cuál va a ser nuestro final.

-Siempre sirve, porque hay que estar a gusto con las acciones que uno hace: asumirlas sean buenas o malas. si son buenas para repetirlas, y si son malas, para aprender de ellas y rectificar si es necesario. Nuestra existencia es fortuita, somos polvo, un renglón en la historia, en la que no conocen nuestros nombres ni apellidos, pero dejamos nuestra huella. Pequeña, pero nuestra al fin y al cabo. y eso es lo importante: saber que pudimos y que no nos doblegamos ante la adversidad. Que avanzamos y resistimos pese a que sabíamos que era previsible la derrota, pero no nos achantamos y dimos batalla hasta el final. Eso es lo importante. Y las futuras generaciones sabrán de qué bando había más y mejores. Venga, parece ya nos toca.

La mañana iba avanzando. Los cuatro protagonistas caminaban por un camino de piedras mientras el frío seguía calando sus huesos. Pero eso no importaba. Todo acabaría pronto. Mientras caminaban, el pelotón les seguía y cargaban sus armas. Oirían un sonido fuerte a sus espaldas y notarían cómo las balas desgarraban su ropa y su cuerpo, mientras se doblaban de dolor y caían al suelo. Alzando la vista al horizonte, oirían cómo unos pasos de botas militares se acercaban pero no notarían el tiro de gracia del coronel que remataba la faena de los soldados.

El sol había salido. No había ningún aviso de lluvia ni ninguna nube de tormenta. Iba a ser un buen día. 

1 comentario:

  1. "Por las ideas se puede morir, pero no se puede matar"; frase de Melchor Rodríguez, anarquista y delegado de prisiones de la segunda República, conocido como
    "El Angel Rojo" , apodo que le pusieron por haber salvado de ser ejecutados a decenas de presos, que tenía a su cargo.

    Pero las guerras no se producen por diferencias ideológicas, sino por exceso de codicia, ambición y soberbia. Las ideas son el pretexto y las banderas el disfraz

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