Durante el primer semestre de 1848 una nueva oleada revolucionaria recorrió Europa continental. Francia, Italia, el Imperio Austrohúngaro y la Confederación Germánica sufrieron una enorme convulsión. Ni a Rusia, ni a la Europa meridional, excepto a Italia, les afectaron en demasiá las revueltas por lo atrasado de su sociedad civil, y en el caso de Rusia, por el enérgico y represivo sistema zarista que hasta el momento había impedido el más mínimo atisbo democrático.
Definida por Eric Hobsbawm como la Primavera de los Pueblos, la revolución se caracterizó por su brevedad y rapidez, y su objetivo fue finiquitar el sistema absolutista renacido en el Congreso de Viena de 1815. La revolución de 1848 significó un nuevo avance del liberalismo y el inicio de la cuestión social y de las corrientes nacionalistas.
Como consecuencia de este movimiento, cayó la monarquía francesa de Luis Felipe, dando paso a la II República, y se inició la disolución de los grandes imperios austriaco y otomano. De la semilla del nacionalismo nacerán dos grandes estados, con la unificación de Italia y Alemania, retocando, una vez más, el mapa de la vieja Europa.
La revolución de 1848
Una serie de factores comunes a gran parte de la sociedad europea fue lo que desencadenó la expansión de un movimiento tan amplio. En primer lugar, la crisis económica del bienio 1846-1847 que afectó sucesivamente a la agricultura, a la industria y al comercio. Las malas cosechas duplicaron los precios, ocasionando hambrunas y enfermedades. El descenso del poder adquisitivo obligó a cerrar fábricas, con el aumento de la miseria. Por último la falta de capital y el miedo generaron el hundimiento de las bolsas.
Los gobiernos, ocupados en adquirir productos básicos en el extranjero a elevados precios, no pudieron acudir en auxilio de las sociedades crediticias, por lo que gran parte de la economía europea de desplomó, suscitando un clima de profundo malestar.
Para algunos historiadores, no sólo se trató de una crisis económica, pues entonces las revueltas hubiesen estallado en 1847, sino que a ella se unió la inquietud social tanto de obreros, que habían comenzado a organizarse en pequeños grupos que serían los embriones de los futuros sindicatos; como de intelectuales, de tendencia socialista (Étienne Cabet o Luis Blanc), comunistas (Karl Marx) o anarquista (Mijaíl Bakunin), que empezaron a publicar, en torno a 1848, sus reflexiones sobre desigualdades y la explotación de los trabajadores. Sus ideas alentaron los movimientos revolucionarios.
Europa en 1848 |
Francia: la revolución de febrero de 1848
Como ya sucediera en 1830, de nuevo el proceso se inició en París. Los franceses habían alcanzado uno de los sistemas menos opresivos de Europa, pero esta madurez civil y cultural la había convertido en una sociedad más intolerante con las oligarquías y con la monarquía liberal de Luis Felipe de Orleans. Luis Felipe había basado su política en satisfacer los intereses de la burguesía, pero medidas como la libertad de enseñanza habían defraudado tanto a los grupos católicos, al arrebatarles el dominio intelectual, como a los partidos de izquierdas ávidos de extender sus ideales. A la vez, el cierre de fábricas provocado por la crisis económica aumentó el desempleo y el hambre, con las consiguientes protestas de los obreros, apoyados por la baja burguesía y los estudiantes. El malestar generó un amplio frente de oposición que iba desde los liberales progresistas a los demócratas, desde los bonapartistas a los socialistas.
El detonante se produjo cuando, el 22 de febrero de 1848, el primer ministro Guizot prohibía un banquete republicano en un restaurante de los Campos Elíseos. Como respuesta, se iniciaron manifestaciones con enfrentamientos callejeros. Cuando el Gobierno intento movilizar a la policía y las fuerzas armadas, estas se negaron a actuar, provocando la dimisión de Guizot. Al día siguiente continuaron las manifestaciones y los disturbios. París se llenó de barricadas, abdicando Luis Felipe.
El 24 de febrero, un Gobierno Provisional proclamaba la II República. Su programa político se basaba en el sufragio universal masculino, la abolición de la esclavitud en las colonias, la libertad de reunión y de prensa y la supresión de la pena de muerte. En los aspectos sociales, las propuestas abogaban por el derecho al trabajo, la libertad de huelga, la jornada laboral de 10 horas y la creación de talleres nacionales para acoger a los desempleados. Para no inquietar al resto de las naciones, se ofreció una imagen de paz y moderación a las cancillerías europeas.
La Segunda República francesa
La actividad política se desató a lo largo de las siguientes semanas. Proliferaron periódicos y clubs dispuestos a difundir los nuevos ideales republicanos. Para éstos, el objetivo máximo era el sufragio universal, es decir, la concesión del derecho de voto a todos los ciudadanos varones sin restricciones económicas ni sociales. El plebiscito se concebía como la verdadera expresión del principio desoberanía popular y el medio más seguro de conseguir los ideales de justicia social.
El creciente temor de la alta burguesía, ante las exigencias democráticas de los pequeños propietarios, impulsó una masiva retirada de depósitos bancarios. A continuación, una amplia crisis económica provocó el desplome de la Bolsa. En abril de 1848, se celebraron las primeras elecciones por sufragio universal masculino, que llevaron a la Asamblea a una mayoría de liberales moderados, fracasando las opciones tanto de derechas como de izquierdas.
Descontentos con la marcha de los acontecimientos, en julio, tras cerrarse los talleres nacionales, los obreros de nuevo se revelaron, siendo cruentamente reprimidos. Tras los disturbios, la burguesía impuso su orden conservador y elaboró una Constitución favorable a sus intereses con sufragio limitado, y con amplios poderes para el presidente de la República. En noviembre se ratificó el texto y se iniciaron las elecciones para la asamblea legislativa. Un mes después, con el apoyo de los monárquicos, se designó como presidente al candidato más conservador: Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del que fuera emperador. Las clases dominantes tradicionales habían manipulado a la opinión pública para conseguir un giro hacia posiciones conservadoras, con lo que fracasaba el intento de una república moderada. Durante este período, la asamblea legislativa elaboró una serie de leyes que derogaban el sufragio universal, el derecho a asociación y la libertad de prensa y enseñanza.
A lo largo de los tres años siguientes, hasta diciembre de 1851, la sociedad francesa se debatió en frecuentes tensiones entre los monárquicos (divididos entre legitimistas, orleanistas y bonapartistas), los republicanos moderados y los radicales. Todos ellos se enfrentaban a los socialistas protagonistas de la
revolución de febrero y defensores del socialismo utópico. Las fuertes discrepancias entre los distintos grupos y el Presidente desembocaron en el golpe de Estado de Luis Napoleón el 2 de diciembre de 1851, que acabó con la república, proclamándose un año después el Segundo Imperio. En apenas cuatro años, tras una revolución que había derrocado una monarquía liberal, se pasó de una república social a una monarquía autoritaria.
La revolución en el resto de Europa
En Austria las exigencias de reformas políticas habían provocado fuertes tensiones sociales. Aprovechandolas revueltas de París, se desencadenaron disturbios en Viena. El 13 de marzo de 1848, estudiantes y obreros exigieron al emperador Fernando I una Constitución y la dimisión de Metternich, quien huyó a Londres. El emperador prometió la creación de un gobierno liberal, la organización de una Guardia Nacional y la libertad de prensa. Un día después estallaba la revolución en Hungría, que desembocó en una guerra civil por la que los magiares alcanzaron un gobierno autónomo y la gestión de sus propios impuestos. En la Confederación Germánica, los grupos liberales de Baden, además de exigir al rey de Prusia libertad de prensa y juicio por jurado, reclamaban la creación de un parlamento alemán, elegido por sufragio universal, extremo que añadía un elemento nacionalista a sus reivindicaciones. Sin utilizar la violencia, la revolución se extendió, consiguiendo que se convocara por sufragio universal masculino una Asamblea Constituyente en Frankfurt. Pero las discrepancias de los grupos políticos acabaron con la revolución: ni se alcanzó la unificación pretendida por los nacionalistas ni un modelo político constitucional. Por otra parte, la solicitud de liberar a los campesinos de las cargas feudales, chocó con los intereses de los terratenientes que constituyeron un Parlamento de propietarios. Además, los intentos de ayudar a la revolución de Viena obligaron a Federico Guillermo de Prusia a reprimir el movimiento.
En Italia, se exaltaron los ánimos de los independentistas y nacionalistas que intentaron expulsar a los austriacos. En marzo de 1848 estallaron en Venecia y Milán varios levantamientos a los que se unieron los piamonteses dirigidos por Carlos Alberto de Saboya que declaró la guerra. Un año después,la revolución era sojuzgada por las tropas imperiales. Al fracasar, Carlos Alberto abdicó en su hijo Víctor Manuel II, quien más adelante hará posible la unificación.
A mediados de 1849 los diferentes movimientos revolucionarios parecían estar sofocados. Los grupos de poder tradicionales habían conseguido frenar los movimientos nacionalistas y sociales. A menudo se achaca el fracaso de esta revolución a la falta de integración del mundo rural, indiferente a los avances
democráticos y nacionalistas de los grupos urbanos que la promovieron. También afectaron las disensiones entre los liberales y demócratas, las contradicciones sobre el alcance de los principios revolucionarios y la insolidaridad entre los grupos. Frente a la unidad inicial, una vez alcanzadas ciertas reivindicaciones, los revolucionarios se mostraron más preocupados por mantener la ley y el orden que en proseguir con el proceso. Aún así, el sufragio universal se estableció en Francia y la mayor parte de Europa fue evolucionando hacia sistemas más democráticos y parlamentarios.
El sufragio universal y la democracia
Durante el primer decenio del siglo XIX, el sufragio universal (masculino) fue defendido por los grupos demócratas, mientras que los moderados y liberales se mostraban favorables al sufragio restringido, limitado a los estamentos con capacidad económica o los individuos con méritos contrastados. Tras la
revolución de 1848, muchos demócratas comprobaron como la reforma volvía a entregar el poder a los grandes propietarios y al clero, que eran quienes influían sobre las clases bajas. A la vista de los hechos, algunos conservadores apoyaron el cambio al observar que se trataba de un instrumento de estabilización política y social.
A finales del XIX y principios del XX el sufragio universal masculino se impuso en la mayoría de los países dotados de instituciones representativas. El sufragio universal pleno debió esperar. El primer país en adoptarlo fue Nueva Zelanda en 1893, seguido por la Rusia revolucionaria en 1917. En España se alcanzará en 1931.
Al acudir millones de electores a las urnas, los grupos de poder tradicionales perdieron su influencia sobre los elegidos. El sufragio generalizado propicio la organización de partidos políticos dotados de burocracia propia. A partir de entonces, los partidos controlaran a los miembros de los parlamentos y el jefe del partido obtendrá un gran poder ocupando, por lo general, el cargo de primer ministro y designando a su equipo de gobierno.
El sistema de partidos políticos fue capaz de conciliar el sufragio universal con el mantenimiento de una sociedad desigual, consiguiendo domesticar a la democracia. Los partidos limaron las aristas de los conflictos de clase, protegieron la propiedad y el sistema de mercado, además de afianzar ciertos derechos civiles y recortaron algunas diferencias de clase.
El marxismo: de El manifiesto comunista a El capital
De la confluencia de las ideas socialistas con el movimiento obrero nació el socialismo científico, elaborado por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). El marxismo se inspiró en tres fuentes: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo utópico. Durante la revolución de 1848 en Alemania, Marx agitó a las masas desde el periódico en que trabajaba. Ese mismo año, junto a Engels, publicó El manifiesto comunista. En sus páginas, se exponía un análisis crítico sobre la sociedad del momento, la industrialización, la emigración del campo a la ciudad, la formación de la nueva clase obrera y sus míseras condiciones laborales. Además, desarrollaban los principios económicos del capitalismo y las consecuencias sociales de su implantación. Marx, al fracasar la revolución, huyó a París, desde donde se trasladó a Londres para redactar El capital.
Sus tesis defendían que en el modo de producción capitalista coexistían dos clases sociales antagónicas: una clase dominante y minoritaria, propietaria de los medios de producción, la burguesía; y otra mayoritaria pero dominada, el proletariado, obligada a trabajar y a percibir una retribución inferior a lo que aportaba por su trabajo. La diferencia entre lo contribuido y lo percibido por el trabajo es la plusvalía, cantidad que queda en manos de la burguesía y que es el beneficio. Esta explotación había provocado la lucha de clases que era el verdadero motor de la historia. El proletariado era la clase nacida de la industrialización y acabaría con el capitalismo. Para emancipar a la sociedad de la opresión, el proletariado emprendería una revolución que impondría su dictadura, con el fin de crear una nueva sociedad, la sociedad comunista. Sin propiedad privada ni clases sociales se acabaría definitivamente con la explotación humana.
Entre los seguidores del marxismo pronto surgieron dos tendencias, los ortodoxos, que mantenían la línea ideológica trazada por Marx, y los revisionistas, que pretendían alcanzar el socialismo mediante las reformas propuestas por los representantes obreros en los parlamentos nacionales, y no a través de una revolución. El revisionismo se impuso, a la vez que los partidos marxistas se fueron adaptando a los parlamentos de sus respectivos países. Sus representantes trabajaron a favor de sus compatriotas para obtener mejoras legislativas, por lo que el internacionalismo del movimiento pasó a un segundo plano.
La construcción de las grandes naciones
En la segunda mitad del siglo XIX, una serie de factores económicos, sociales e ideológicos crearon un sentimiento de unidad en algunos pueblos con características comunes. Bien en forma de idealismo romántico, como es el caso de Italia, o bien partiendo de un proceso económico, en el caso de Alemania, en ambos casos se unieron un componente racial, contribuyendo a que alcanzaran su unidad política bajo una estructura de gobierno monárquica.
Italia
La unificación italiana, 1849-1870
A mediados del siglo XIX, un conglomerado de territorios que habían sido repartidos y reordenados por Napoleón y los congresistas de Viena, formaban la actual Italia. Desde 1815, la única monarquía italiana propia era la de Cerdeña, también denominada de Saboya o Piamonte. Ocupaba, además de la isla sarda, el noroeste de la península y actuaba de estado-tapón frente a Francia. Hacia el este, la Lombardía y Venecia, pertenecían al Imperio austriaco desde 1814. Príncipes austriacos también regían el ducado de la Toscana o los pequeños ducados de Módena, Parma y Lucca. En el centro se hallaban los Estados Pontificios y en el sur, una rama de los Borbones gobernaba desde 1735 el reino de Nápoles o de las Dos Sicilias.
Estos estados, además de diferencias políticas, presentaban enormes contrastes económicos. El norte era la zona más avanzada, con una rica y variada agricultura, además de una saneada industria textil. Los Habsburgo habían invertido en grandes obras públicas y creado una amplia red ferroviaria que facilitaba la integración de esta zona en las redes comerciales europeas. En el centro, los Estados Pontificios, separaban este norte modernizado del sur pobre y subdesarrollado. El poder vaticano se hallaba en manos de una pequeña oligarquía de prelados que perseguía tanto a liberales como a demócratas cuyos movimientos eran condenados en los documentos pontificios.
El Risorgimento
Pero los intelectuales, las necesidades económicas y la actividad política de algunas figuras emblemáticas crearon la conciencia nacional italiana. El sueño unitario había sido expresado a principios del XIX en los escritos románticos. Durante los tiempos de Napoleón, floreció un anhelo creciente de resucitar la grandeza de la antigüedad y del Renacimiento, un resurgimiento que fue tomando forma apoyado en los movimientos liberales. Sobre esa base ideológica y literaria, se sustentaron las propuestas políticas para la construcción de la Italia unificada.
Los inicios del proceso de unificación
El proceso de unificación italiano puede dividirse en cuatro fases de acción que abarcaría desde el año 1859 hasta el 1870. Si bien es cierto que algunos territorios no se recuperarían hasta 1919, hay que destacar que fue la primera nación en conseguir su independencia y unidad territorial en la Europa del siglo XIX.
Las revoluciones románticas y liberales de 1815 y 1830 habían fracasado en Italia. Aun así, la burguesía patriota se había organizado en sociedades secretas. El pensamiento unitario se fue desarrollando en torno tres propuesta, desde los supuestos más conservadora, auspiciados por Gioberti y Balbo, que buscaban una unión en torno al Papa; las tesis monárquicas, que apoyaban el liderazgo de la casa de Saboya (Massimo d’Azgelio), hasta las concepciones más demócratas y socialistas que aspiraban a la creación de una república. En esta línea, Giuseppe Mazzini fundó en 1831 una asociación política, La Joven Italia, cuyo fin principal era el de soliviantar a las masas para expulsar a los austriacos y propiciar la unificación.
La zona norte
Tras la ocupación de Ferrara en 1847 por las tropas austriacas para detener la revolución, los saboyanos decidieron apoyar a los milaneses y en pocas semanas acordaron la unión de Piamonte, Lombardía y Venecia para enfrentarse a los Habsburgo. Fueron directos al fracaso. Víctor Manuel II de Saboya comprendió la necesidad de buscar el apoyo extranjero y se ocupó de convertir la unidad de Italia en un asunto internacional. Para ello, se embarcó en la guerra de Crimea (1853-1856) como aliado de Inglaterra y Francia en contra de Rusia. De este modo pudo exigir en la mesa de negociaciones el reconocimiento de la unidad italiana.
Víctor Manuel II |
Por otra parte, también Pío IX hubiera aceptado encabezar la unificación italiana, pero la violencia revolucionaria de 1848 y el republicanismo radical le hicieron retroceder y abandonar la causa del nacionalismo italiano, sobre todo después de ser expulsado de Roma por Mazzini al proclamar la República Romana de 1849.
A favor de la unificación estaban los empresarios y comerciantes de toda la península que abogaban por una infraestructura viaria común y la supresión de las barreras aduaneras. El primer ministro del Piamonte, Cavour, supo armonizar la confluencia de intereses políticos y económicos para hacer posible la unificación.
Cavour fue nombrado por Víctor Manuel II primer ministro del Piamonte. Adoptó una política económica librecambista firmando tratados comerciales con Francia, Inglaterra, Bélgica y Austria. De ellos consiguió financiación para aumentar la red de ferrocarriles y la construcción de puertos, inversiones para aumentar el regadío, y el apoyo decidido al comercio exterior al suprimir los aranceles sobre el grano. Tendió a la laicización del Estado al suprimir los privilegios eclesiásticos, atreviéndose a eliminar varias fiestas religiosas e incautarse de inmuebles de la Iglesia. El Piamonte de Cavour se convirtió en el punto de referencia de la burguesía liberal de toda la península.
Cavour |
Desde Saboya, Cavour se propuso alcanzar la unidad italiana. Para ello, necesitaba que la monarquía saboyana se convirtiera en una potencia media europea. Con una sutil destreza diplomática, primero incitó a los franceses y, a continuación consiguió provocar deliberadamente a los Habsburgo para asegurarse la adhesión de los primeros.
Napoleón III sentía por Italia un afecto especial. Consideraba la consolidación de las nacionalidades como un avance histórico y ante los liberales franceses, le favorecía mostrarse en contra de la Austria reaccionaria.
Por eso accedió a mantener una entrevista secreta con Cavour, acordando el apoyo francés a la unificación italiana. Con esta promesa, Saboya declaró la guerra a Austria en mayo de 1849. Mientras tanto, el ejército francés cruzaba los Alpes.
Ante la conquista de la Lombardía por los saboyanos, los austriacos desplazaron sus tropas por el Rin. Los italianos, crecidos por la derrota austriaca de Magenta y Solferino, iniciaron movimientos revolucionarios para derrocar los gobiernos existentes. Entretanto, la opinión pública francesa estaba impresionada por el alto coste financiero y humano del conflicto, acusó a Luis Napoleón de involucrarlos en una guerra innecesaria. Resultaba paradójico estar protegiendo al Papa en el Vaticano y a la vez apoyando la independencia italiana.
En el verano de 1859, cuando la situación era favorable a los italianos, Napoleón decidió interrumpir la campaña y firmar con Austria el Armisticio de Vilafranca. A modo de consolación, los Habsburgo cedían la Lombardía al Piamonte pero mantenían el Véneto bajo su dominio. La traición indignó a los demócratas italianos.
Pero la unificación era imparable. Cavour promovió revueltas en el centro de la península consiguiendo que la Toscana, Módena, Parma y la Romaña se incorporasen al reino de Piamonte-Lombardía. En 1860 se reunió en Turín el primer Parlamento con la participación de representantes de todos los Estados.
Finalmente, a cambio de ceder a Francia Niza y Saboya, Luis Napoleón reconoció el extendido Estado Piamontés. Gran Bretaña, por su parte, respaldó este nacimiento que debilitaba a los austriacos y mantenía a raya a Francia.
La zona sur
El deseo de expulsar a los opresores extranjeros y de unir a toda la nación itálica tuvo en Giuseppe Garibaldi (1807-1882) , revolucionario nacido en Niza, uno de sus pilares. Junto a José Mazzini dirigió el Partido de Acción, que cifraba sus esperanzas en el pueblo y en audaces acciones revolucionarias. Aunque no pudo llevar la lucha hasta la instauración de una república, mucho hizo por la unidad nacional. Por eso la Historia le otorgó el título más alto que se da a un genuino luchador: el de patriota.
Garibaldi marchó sobre Sicilia con los Mil Camisas Rojas y se convirtió en su gobernador, a la vez que rechazó entregarle el control a Víctor Manuel II. En mayo de 1859 organizó un grupo de 1500 seguidores para efectuar una expedición armada contra los Borbones. Como a Cavour le resultaba imposible patrocinar abiertamente la invasión de un estado vecino, se desatendió de la marcha de Garibaldi. Éste desembarcó en Sicilia, donde se le unieron los revolucionarios locales, iniciando su exilio el gobierno de Fernando II. Garibaldi se nombró dictador y constituyó un nuevo gobierno.
Garibaldi |
Pero a Garibaldi le resultaba complicado avanzar hacia Roma, pues tendría que enfrentarse a las tropas francesas defensoras del Papa y, a la vez, al escándalo internacional. Así pues, fue Cavour quien resolvió la situación. Sin acercase a Roma dirigió el ejército piamontés hacia Nápoles y conquisto el territorio que Garibaldi pretendía convertir en república. Un plebiscito confirmaba la unión del norte y el sur, quedando fuera Roma y Venecia. Formalmente, el 17 de marzo de 1861 se proclamó el reino de Italia bajo la corona de Víctor Manuel II. En 1866, como reconocimiento a la ayuda italiana a Prusia, tras la batalla de Sadowa, Austria tuvo que entregar Venecia. Cuatro años más tarde (1870), con la caída del Segundo Imperio francés en Sedán se retiraron las tropas galas del Vaticano. El ejército italiano cruzó la frontera papal y Roma quedó anexionada al reino de Italia después de un plebiscito
En seguida se apreciaron las consecuencias de la unificación, tanto la positivas, como la supresión de aranceles, el uso de la moneda única, un código penal uniforme; como las negativas, entre las que sobresalía el sentimiento de los nacionalistas de una unión inconclusa. Consideraban el Trentino, Trieste, Niza, Saboya y algunas islas dálmatas como territorios amputados. Éste fue el inicio de su discurso sobre la Italia irredenta, que llegó hasta la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, aquí no terminó la unificación, sino que siguieron avanzando hacia la tercera fase: la incorporación del Véneto. Aprovechando que los prusianos querían terminar con la hegemonía austríaca, los italianos se aliaron con ellos en la guerra de las Siete Semanas. Aunque las tropas de Víctor Manuel sucumbieron ante el poder de los austríacos en la segunda batalla de Custozza y perdieron la flota en Lissa, los prusianos salieron victoriosos en Sadowa. Esto permitió que el Véneto se pudiese unir al nuevo reino de Italia en 1866.
La conquista de Roma
La cuarta y última fase del proceso de unificación fue la anexión de los Estados Pontificios en 1870. Tras la derrota francesa de Sedán, los galos retiraron todas sus tropas de los territorios extranjeros. Esto afectó al destacamento que tenían en los Estados Pontificios, dejando vía libre a Víctor Manuel II para ocupar Roma. La “ley de garantías” le dejó al papa sólo el territorio del Vaticano y algunos pequeños territorios de uso eclesiástico.
Hasta aquí llegó la unificación italiana, que fue la primera que se realizó en Europa en el siglo XIX. Sin embargo, hay que destacar que Italia no recuperaría el Tirol Meridional (Alto Adigio y Trentino) hasta la disolución del Imperio de los Habsburgo en 1919.
La ocupación de Roma también abrió una brecha entre el Estado italiano y el papado. Hasta la llegada al poder de Benito Mussolini en 1929, el papado no reconoció al Estado Italiano. Por el Tratado de Letran (1929), suscrito entre Benito Mussolini y el Papa Pio XI, quedo solucionada la Cuestión Romana. Por dicho Tratado, se reconocía la existencia del pequeño Estado del Vaticano (Estado que queda dentro de la ciudad de Roma) y el Papa era, también, reconocido como su soberano. Se le reconocieron todos los derechos y todas las prerrogativas que corresponden a los estados soberanos e independientes.
Del mismo modo se agudizó el abismo entre el norte y el sur, pues, víctima de la emigración hacia el norte, el sur se deprimió aún más. La salida de los Borbones no significó la entrada de la ley, sino la persistencia del desorden, la extorsión y el mal gobierno.
A pesar de tratarse de una monarquía parlamentaria, sólo una pequeña parte de la población tenía derecho a voto. Hasta 1913 no se amplió considerablemente el sufragio. Y, bajo nuevas formas, el socialismo, el marxismo, el anarquismo o el sindicalismo continuaron exigiendo sus reivindicaciones. No por ello, la unificación dejaba de ser una realidad de la que podían enorgullecerse todos sus actores.
Alemania
El proceso de unificación alemana, 1862-1870
De Alsacia a Polonia y de los Países Bajos a los Balcanes, hasta su disolución en 1806 para evitar que Napoleón tomara el título de emperador, el Sacro Imperio Romano Germánico había ocupado gran parte de Centroeuropa. Era un territorio sin fronteras tangibles, donde no existía el concepto de Alemania.
Durante el Congreso de Viena de 1815 se había constituido la Confederación Germánica con 39 estados, entre los que Austria y Prusia irrumpieron como los más potentes, seguidos de Baviera, Wuttemberg, Hannover y Sajonia, hasta llegar a las pequeñas ciudades libres de Hamburgo y Fráncfort. Sólo había un órgano común, la Dieta federal presidida por el emperador de Austria, quien pretendía mantener el statu quo.
En 1834, entre los Estados del norte de Alemania y auspiciado por Prusia, se estableció una unión aduanera, el Zollverein. Los comerciantes y fabricantes comprobaron las ventajas de esta alianza. En 1835 se inauguraba la primera línea férrea y en poco tiempo, obviando las divisiones políticas, todo el norte de Alemania se hallaba enlazado por una tupida red de ferrocarriles que contribuyó a la unidad alemana.
El fracaso de la revolución de 1848 había llenado de confusión a nacionalistas y liberales. Habían pretendido la unificación alemana de un modo constitucional, a través de la Asamblea de Fráncfort, pero las luchas intestinas hicieron patente su incapacidad para garantizar la ansiada unidad. El desacuerdo oscilaba entre incluir a Austria o no, adoptar un modelo de estado autoritario o liberal, centralizado o federal; un sistema de sufragio censitario o democrático, y, respecto al imperio, hereditario o electivo. Los conservadores apoyaban una confederación que respetara a los soberanos, mientras que los liberales defendían un estado federal con un emperador y poderes reducidos para los diferentes linajes. Los demócratas sólo consideraban la posibilidad de eliminar cualquier resto de la vieja Alemania. El acuerdo resultaba imposible.
Las nuevas revueltas de mayo de 1849 de carácter democrático y obrero, incrementaron el miedo de la burguesía a una revolución social. Los estados con más peso, Austria y Prusia reprimieron los movimientos en su área. Todo ello no impidió el desarrollo económico, sobre todo en la zona del Rhur, ni tampoco la continuación del proceso de unificación en Prusia, al reorientar las ideas nacionalistas, liberales y sociales hacia la unificación pero alrededor de un nuevo imperio. La tenacidad del canciller prusiano Otto von Bismarck (1815-1898) alcanzará la confluencia.
El reino de Prusia era un estado con gran prestigio internacional gracias a su ejército, la guardia de Postdam. Federico Guillermo III, tras unas buenas negociaciones en el Congreso de Viena de 1815, había conseguido extender su territorio al anexionarse Renania. El aumento de extracción de minerales y de producción de maquinaría se vio potenciado gracias al Zollverein. Así Prusia se convirtió poco a poco en una potencia dentro de la Confederación.
La Constitución promulgada por Federico Guillermo IV en 1850, progresista en su momento, acabó creando una situación de privilegio para los grandes terratenientes e industriales, puesto que su parlamento, formado por dos cámaras, elegía por sufragio masculino a la cámara baja siguiendo un proceso censitario según el pago de impuestos.
La conciencia política de la burguesía liberal se vio reforzada por el crecimiento económico hasta el punto de crear en 1861 el partido Progresista Alemán, que obtuvo un gran peso en el parlamento prusiano. Su fuerza le permitió negar la asignación de fondos para reformar el ejército, solicitada por Bismarck. El “Canciller de Hierro” no se arredró, y durante cuatro años gobernó sin la aprobación parlamentaria del presupuesto. En ese tiempo modernizó el ejército y preparo a Prusia para situarla al frente de un nuevo imperio que contrapesase el poder de Austria y Rusia. Bismarck estaba convencido de que las fronteras prusianas fijadas en 1815 eran injustas y que su país debía estar listo para extenderse hasta donde le correspondía en cualquier momento.
De pensamiento conservador, creía en el cumplimiento del deber, el orden y el servicio y el temor a Dios. Desconfiaba de la sociedad alemana y de la occidental, que consideraba turbulentas, librepensadoras y materialistas. Juzgaba de ignorantes e irresponsables tanto a los órganos de gobierno como a los parlamentarios. Le repugnaba el liberalismo, la democracia y el socialismo.
Para situar a Prusia al frente de un Estado alemán unificado, Bismarck se involucró en tres guerras sucesivas. A la vez, estableció un gobierno fuerte que superara las críticas del liberalismo y la acción diplomática necesaria para excluir a Austria de la Confederación Germánica.
La formación del imperio alemán, 1864-1871
La puesta en marcha del programa bismarckiano tuvo su primer acto en 1864. El escenario: los ducados de Schleswig-Holstein y Lauenburgo, de población alemana pero gobernados por príncipes daneses.
Dinamarca deseaba agregar estos territorios. Al morir el príncipe danés Cristian de Gluksburgo sin descendencia masculina, la Dieta de la Confederación Germánica reclamó estos territorios. Ante la negativa de Dinamarca, la Dieta propuso entrar en guerra para recuperar los ducados. Por su parte, Bismarck implicó a Austria en la guerra y, de este modo, consiguió Schleswig y el puerto de Kiel sin alterar el estatuto territorial del Congreso de Viena. Holstein pasó a ser austriaco.
Dos años después, las disputas por los derechos de paso y el mantenimiento del orden interno en los Ducados acabarían en una guerra entre Austria y Prusia, que se resolvió brillantemente a favor de la segunda en la batalla de Sadowa. La rapidez del ferrocarril y el uso del fusil de aguja Dreyse arrasaron con las tropas austriacas, lo que constituyó el segundo acto en el programa del Canciller.
- Batalla contra Austria
Después de la Guerra de los Ducados, Austria se había quedado con el ducado de Holstein. Bismarck estaba descontenta con la administración austríaca en el condado y declaró la guerra a Austria en el año 1866. Prusia derrotó a Austria en la guerra y pasó a dominar a los Estados del norte de la Confederación.
En 1866, Bismarck disolvió la confederación alemana y Austria le declaró la guerra a Prusia, confiando en la victoria. No obstante, no tuvieron en cuenta la destreza y la fortaleza del ejército prusiano. Las fuerzas prusianas arrasaron el territorio austríaco a una velocidad alarmante y el poder del imperio Habsburgo austríaco fue debilitado para siempre cuando los austríacos fueron vencidos el 3 de julio de 1866, en la batalla de Sadowa. Bismarck luego formó la confederación del norte de Alemania, con Prusia como su miembro más poderoso.
Además de aplastar al enemigo, Bismarck consiguió desacreditarle frente a la diplomacia internacional. Por unas u otras razones, la mayoría de los Estados aplaudieron a Prusia.
Al firmarse la paz de Praga, en agosto de 1866, Prusia se extendió sobre Schleswig-Holstein y la ciudad libre de Fráncfort. Bismarck terminó con la Dieta federal, reunió a 21 estados formando la Confederación Alemana del Norte, evidentemente bajo su control, e Italia recibió Venecia. El éxito en el interior no fue para menos, Bismarck se reconcilió con los liberales, la burguesía le entregó su total confianza para financiar el desarrollo económico y los nacionalistas lo consideraron el único capaz de alcanzar la unidad de un nostálgico imperio desmembrado a partir de la paz de Westfalia en 1648.
Para la nueva Confederación, Bismarck dictó en 1867 una Constitución que sancionaba al rey de Prusia como jefe hereditario y ante quien era responsable el gobierno. El Parlamento se dividía en dos cámaras: la alta, que representaba a los Estados, y la baja o Reichstag, que representaba al pueblo, y era elegida por sufragio masculino. Para gran disgusto de Marx, los socialistas alcanzaron un acuerdo con Bismarck: aceptaban la Confederación Alemana a cambio de un sufragio democrático; por su parte Bismarck obtenía la aprobación popular de su naciente imperio. Las leyes sociales del Canciller, unidas a la entrega de algunos cargos a los demócratas, desactivaron durante cuatro décadas al partido socialista. Por último, el Canciller entabló una batalla legal contra la influencia de los católicos (el Kulturkampf), restándoles poder sobre la sociedad civil y la educación, aunque terminase aliándose con ellos en contra de los liberales.
- Batalla contra Francia
Pero Francia no iba a consentir la existencia de otro estado fuerte al este de sus fronteras. Aún estaban en liza cuestiones como la romana, donde el emperador galo custodiaba al Papa e impedía que Roma formase parte del reino de Italia y la tendencia profrancesa de algunos estados del sur de Alemania, que huían del dominio prusiano. A pesar de su debilidad, Napoleón III consideraba que una victoria podría devolverle el poder frente a la opinión pública gala. Pronto surgió una excusa: el trono de España. La revolución de 1868 había derrocado a Isabel II y el gobierno español proponía a varios candidatos para el reino. Uno de ello será Leopoldo de Hohenzollern, primo del rey de Prusia. Francia protestó ante la posibilidad de hallarse rodeada de alemanes, pero Bismarck manipuló de tal forma un telegrama enviado por el embajador francés al rey de Prusia que Napoleón apareció como el agresor frente a los intereses prusianos. La injuria obligó a Napoleón a declarar la guerra el 19 de julio de 1870. El 2 de septiembre, tras la batalla de Sedán, Francia se rendía. Napoleón izó la bandera blanca rindiéndose con todo su ejército.
La batalla de Sedan, en el oriente de Francia, el 1 y 2 de septiembre de 1870, fue la escena de un conflicto desigual entre las fuerzas prusianas y las francesas. Las fuerzas francesas fueron superadas en número, de dos a uno. Aunque Leboeuf, el ministro de Defensa francés, había asegurado que la preparación francesa era total, cuando la batalla comenzó se encontró con que no todos los carabineros franceses tenían un rifle. Rodeados e incapaces de huir, Napoleón III y una tropa francesa de 85.000 hombres finalmente fueron obligados a rendirse.
Batalla de Sedán |
Con un ejército formado por militares prusianos y germánicos, Prusia condujo la invasión y conquista de Francia. Guillermo I fue proclamado emperador de Alemania en 1871, completando el proceso de unificación de Alemania. En 1871 fue firmado el Tratado de Frankfurt entre Francia y Alemania. Como vencidos, los franceses tuvieron que pagar una elevada indemnización de guerra y ceder a Alemania los territorios de Lorena y Alsacia.
En París, dos días más tarde, una junta de defensa nacional proclamaba la III República. Las tropas alemanas sitiaron la capital francesa, que se negó a capitular hasta cuatro meses después.
El 18 de enero de 1871, en el salón de los Espejos del palacio de Versalles, Bismarck proclamaba el Imperio alemán. El rey Guillermo I de Prusia recibía el título hereditario de Káiser del Segundo Reich. Con Napoleón preso, la falta de un gobierno francés impidió al Canciller firmar la paz. El general prusiano exigió una elevada cantidad en metálico, cinco millones de francos oro, y los territorios de Alsacia y Lorena como reparación de guerra. Los franceses nunca olvidaron aquella humillante derrota.
Tras la victoria de Prusia en la Guerra Franco-Prusiana, se consigue la unificación de los diferentes estados alemanes, excluyendo a Austria. De esta manera Prusia se convierte en Alemania bajo el régimen del canciller Otto von Bismarck, uno de los estadistas más importantes del siglo XIX. A partir de entonces se inicia un período de gran desarrollo nacional en los ámbitos de economía, política y milicia. Desde entonces, Alemania es considerada junto con el Reino Unido, una de las principales potencias del mundo. Bajo este liderazgo, Alemania experimentó rápida industrialización, y el nacionalismo alemán militante surgió a finales del siglo XIX.
El kaiser Guillermo I
Partidario de una monarquía fuerte, emprendió inmediatamente una profunda reorganización del ejército con el objetivo de hacer realidad la realpolitik, el proyecto de unidad alemana. El Landtag, el parlamento bicameral, no aprobó las partidas presupuestarias necesarias para su financiación, pero Bismarck, su nuevo canciller, hizo caso omiso tanto del voto parlamentario como de las protestas de la oposición y llevó adelante los planes.
Después de la guerra de los Ducados (1864-1865), autorizó, no sin reparos, la guerra contra Austria, que fue derrotada en Sadowa. Tras la victoria militar, se anexionó los estados de Schleswig, Holstein, Hannover, Hesse electoral, Hesse-Nassau y Frankfurt, logró el apoyo de otros en el seno de la Confederación Alemana del Norte y firmó alianzas militares con los estados del sur.
Durante la Guerra Franco-Prusiana, el 18 de enero de 1871, Guillermo fue proclamado Emperador Alemán en el Palacio de Versalles. Este título fue elegido cuidadosamente por Bismarck después de la discusión hasta (y después) el día de la proclamación.
Guillermo I |
La figura de Otto von Bismark
En el año 1862, el rey prusiano Guillermo I eligió para ser el primer ministro de Prusia, al político y diplomático Otto von Bismarck, apodado el Canciller de Hierro. La idea de Guillermo I era unificar los Estados alemanes, un proceso que sería organizado por el líder político. Sin embargo, Bismarck creía que para eso sería necesario el camino militar. Para lograr su objetivo, Bismarck pasó a aumentar el poder bélico de Prusia, ampliando el número de militares e invirtiendo en la producción de armamentos.
Desde que el rey Guillermo I le nombró canciller (primer ministro) en 1862, puso en marcha su plan para imponer la hegemonía de Prusia sobre el conjunto de Alemania, como paso previo para una eventual unificación nacional. Empezó por reorganizar y reforzar el ejército prusiano, al que lanzaría a continuación a tres enfrentamientos bélicos, probablemente premeditados, en todos los cuales resultó vencedor: la Guerra de los Ducados (1864), una acción concertada con Austria para arrebatar a Dinamarca los territorios de habla alemana de Schleswig y Holstein; la Guerra Austro-Prusiana (1866), un artificioso conflicto provocado a raíz de los problemas de la administración conjunta de los ducados daneses y dirigida, en realidad, a eliminar la influencia de Austria sobre los asuntos alemanes; y la Guerra Franco-Prusiana (1870), provocada por un malentendido diplomático con la Francia de Napoleón III a propósito de la sucesión al vacante Trono de España, pero encaminada de hecho a anular a Francia en la política europea, a fin de que dejara de alentar el particularismo de los Estados alemanes del sur.
En cada una de aquellas guerras Prusia acrecentó su poderío y extendió su territorio: en 1867 ya fue capaz de unir a la mayor parte de los Estados independientes que subsistían en Alemania, formando la Confederación de la Alemania del Norte; en 1871, además de anexionarse las regiones francesas de Alsacia y Lorena, impuso la creación de un único Imperio Alemán bajo la corona de Guillermo I, del que sólo quedó excluida Austria.
La política interior de Bismarck se apoyó en un régimen de poder autoritario, a pesar de la apariencia constitucional y del sufragio universal destinado a neutralizar a las clases medias (Constitución federal de 1871). Inicialmente gobernó en coalición con los liberales, centrándose en contrarrestar la influencia de la Iglesia católica (Kulturkampf) y en favorecer los intereses de los grandes terratenientes mediante una política económica librecambista; en 1879 rompió con los liberales y se alió al partido católico (Zentrum), adoptando posturas proteccionistas que favorecieran el desarrollo de la revolución industrial. En esa segunda época centró sus esfuerzos en frenar el movimiento obrero alemán, al que ilegalizó aprobando las Leyes Antisocialistas, al tiempo que intentaba atraerse a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento.
En política exterior, se mostró prudente para consolidar la unidad alemana recién conquistada: por un lado, forjó un entramado de alianzas diplomáticas (con Austria, Rusia e Italia) destinado a aislar a Francia en previsión de su posible revancha; por otro, mantuvo a Alemania apartada de la vorágine imperialista que por entonces arrastraba al resto de las potencias europeas. En 1872 Alemania, Rusia y Austria firmaron la Liga de los Tres Emperadores. La Liga de los Tres Emperadores se fue renovando hasta 1887, siendo cancelada por el zar como consecuencia de sus rivalidades con Austria en los Balcanes.
En 1882 formó la Triple Alianza promovida por el canciller alemán Bismarck, constituida por Alemania, Austria-Hungría e Italia. Sin embargo esta última no cumplió sus compromisos cuando estalló la guerra y en principio se mantuvo neutral hasta intervenir más tarde como miembro del bando contrario. Fue precisamente esta precaución frente a la carrera colonial la que le enfrentó con el nuevo emperador, Guillermo II (1888), partidario de prolongar la ascensión de Alemania con la adquisición de un imperio ultramarino, asunto que provocó la caída de Bismarck en 1890.
Otto von Bismarck |
La industrialización de Alemania
En la industrialización alemana, el Estado jugó un papel muy activo. La intervención estatal fue relevante a la hora de la modernización del sistema de comunicaciones, la mayoría de las líneas ferroviarias fueron construidas con participación estatal. A fines de los años 1870, la política arancelaria volvió hacia el proteccionismo debido a la gran depresión, tanto para la industria como la agricultura.
Los aranceles proteccionistas favorecieron la expansión de las exportaciones industriales alemanas, ya que las empresas pudieron vender a precios elevados en el mercado interno, protegido por barreras aduaneras, y a precios bajos en el mercado externo, practicando políticas de dumping.
Los bancos constituyeron un factor decisivo en el proceso de industrialización de Alemania. Existió una relación más estrecha entre crédito bancario y desarrollo industrial. Los bancos, además de otorgar créditos, promovía la formación de nuevas empresas y canalizaban el ahorro hacia ellas. Los bancos se convirtieron en grandes accionistas de las empresas industriales, a tal punto de poder participar en la dirección de ella.
Las grandes empresas también cumplieron un rol decisivo en la industrialización. Se incrementaron la cantidad de sociedades anónimas, se aceleró el proceso de propiedad y gestión. La competitividad de las grandes empresas, llevaron a la adaptación de medidas eficaces en la organización y al desarrollo tecnológico. Una de las características distintivas de las empresas alemanas fue su tendencia a la expansión y la integración vertical, con el fin de controlar las diversas fases de producción.
Etapas de la industrialización alemana
1780-1840: Primera industrialización
- Comienzo de la mecanización, se realizaron reformas institucionales aboliendo el feudalismo y favoreciendo al libre comercio y los mercados de mano de obra y de tierras.
- El incremento de la población se vio acompañada por un incremento en la producción agrícola.
- Se mecanizaron la industria textil y metalúrgica.
- Zollverein, unión aduanera, abolición aduanera que permitió la integración económica dentro del país.
1840 -1870: El despegue
- Desarrollo del ferrocarril y su impacto en las industrias del carbón, hierro y maquinarias, que pasaron a ser sectores líderes en la industria alemana.
- La red ferroviaria disminuyó los costes de transporte e hizo posible el transporte a larga distancia.
- La red ferroviaria fue clave para la integración del mercado interno..la red ferroviaria dio impulso a la expansión de la industria siderúrgica y mecánica.
- Al principio, los insumos eran importados, pero posteriormente fueron reemplazados por productos nacionales.
- Rápida innovación tecnológica, nuevos métodos de producción para la industria pesada.
1870 -1914: Fase industrial madura
- Difusión de la industria moderna, aceleración del cambio estructural y de la urbanización.
- Expansión internacional de la economía alemán, desplazando a Gran Bretaña del liderazgo industrial.
- Crecimiento del PIB per cápita.
- Exportación de bienes de capital.
- Expansión de nuevos sectores de punta.
- Desarrollo del sistema educativo.
- El estado social alemán
Bismarck entendió que, al movimiento obrero, organizado a través del SPD, no se le podía acallar simplemente con represión. Y que el Estado debía intervenir con alguna medida de tipo social para contentar a los trabajadores y sofocar las demandas socialistas más radicales y revolucionarias.
Bismarck entendió que, al movimiento obrero, organizado a través del SPD, no se le podía acallar simplemente con represión. Y que el Estado debía intervenir con alguna medida de tipo social para contentar a los trabajadores y sofocar las demandas socialistas más radicales y revolucionarias.
En el mensaje imperial de noviembre de 1881, fueron aprobadas las siguientes leyes: el seguro público de salud en 1883, un segundo seguro de accidentes en 1884 y la pensión por discapacidad y las jubilaciones en 1889. Este seguro al igual que los dos anteriores era obligatorio, con contribuciones progresivas por parte del patrón, empleado y Estado. El Estado social, se convierte entonces, en un contrato social entre los ciudadanos y el gobierno, como instrumento de bienestar, para la población.
El estado del bienestar de Bismarck no fue fruto de la generosidad y la empatía para con los trabajadores, sino, más bien, una medida ante la amenaza que podría llegar a suponer el movimiento obrero organizado. Pero sirvió a Bismarck para cohesionar a la nación, puesto que el sistema de pensiones era un bien común que incumbía a todos los alemanes. Defender el estado del bienestar suponía, también, defender a la nación política que lo sustentaba.
Con la unificación de Italia y Alemania se transformó una vez más la geopolítica europea. Los acuerdos de Viena de 1815 e incluso de los Westfalia de 1648, que impedían el dominio de unos estados frente a otros, fueron anulados. La idea de Bismarck de una unificación sin Austria, dejaba aproximadamente una sexta parte los germanos fuera del Reich. Doce países y diez nacionalidades tuvieron que diseñar un futuro común alrededor de Austria. Alemania, por su parte, asumía su nuevo lugar en el concierto de las naciones.
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