Por fin es de noche. Llevo doce horas trabajando, soportando a un aburrido jefe y a unos estúpidos compañeros. Odio sus sonrisas falsas, su servilismo, su mediocridad. Odio la rutina absurda en la que se ha convertido mi vida. Una vida que no se divide en géneros, sino que es una horrible, romántica, trágica y cómica novela esperpéntica y monótona donde no hay cabida para la imaginación ni salida a este eterno y aburrido bucle.
Vuelvo andando hacia mi casa. Por el camino, veo el otro rostro de la ciudad, ese que no sale en los panfletos turísticos, ese que no queremos ver. Por la noche salen bichos de todas clases: furcias, macarras, maleantes, drogadictos, traficantes de droga...tipos raros. Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria.
Por fin llego a casa. Esta ciudad es un túnel sucio y pequeño, como las alcantarillas de las peores ciudades. Es una contaminación mental que va envenenando desde adentro para afuera y de repente, antes de que te des cuenta, eres un muerto viviente que no trasciende y que no crea, que no deja nada.
La única salida del túnel es un conjunto de escalones empinados que parecen subir hasta las nubes, hacia el espacio y la nada. Cada paso que se da significa inhalar y aguantar más que ayer. La subida siempre es difícil, incluso temerosa. Pero es la única salida, una escalera al cielo, cuya única llave es el gatillo de una pistola.
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