En la entrada del pueblo existe una una fuente donde sigue saliendo del agua como antaño. recuerdo de una época pasada, sigue en pie a pesar del paso del tiempo y al abandono, ha visto pasar miles de personas, miles de acontecimientos: Eterno túmulo del que brota el agua, recordando el crimen acontecido, lo pasado y lo ocurrido.
Los años pasan, Don Miguel y conforme lo hacen y me aproximan inexorables a esa edad en la que ya aparte de pasar también pesarán, lejanos ya los tiempos en que tuve la inmensa fortuna de ser uno de sus alumnos, van marcándonos golpe tras golpe. La memoria aún funciona ¿Cómo no recordar lo acontecido y lo ocurrido cuando te marca de por vida? hay personas que dejan una huella imborrable y siempre vuelven como recuerdos de un pasado ya ocurrido.
Don Miguel estaba marcado desde el primer día: desde que empezó a enseñar a los obreros, desde que empezó a enseñarles a leer y a escribir, desde que empezó a tratarles como personas después de años siendo humillados y expuestos peor que las bestias de carga. El maestro que vino de lejos a un pueblo perdido, abandonado por el mundo y la humanidad, a enseñar, a hacer que disfrutaran la lectura y la cultura tanto como a los titiriteros, abriéndoles una ventana a un mundo desconocido y más amplio de lo que habían visto hasta ahora.
Llegó la guerra y con ella acabaron las clases. La felicidad se tornó en miedo, el bullicio en silencio incómodo. Los soldados ocuparon el pueblo y aplicaron la ley marcial: el miedo se apoderó a del pueblo y de sus gentes, el miedo debía propagarse, alguien tenía que servir de ejemplo y alguien debía recordar lo que pasaría.
Dos agentes uniformados llamaron a la puerta de la casa y su madre, la noche ya encima, le rogó que no abriese la puerta. Se lo llevaron. Fue, precisamente este agente el primero que arremetió contra él tirándolo al suelo y luego, ayudado por el otro, lo golpearon con la culata de sus fusiles. De camino a la sierra, les esperaba un grupo de falangistas. Los agentes pararon en una taberna a abrevar y a él, mientras, lo amarraron a una argolla. Se lo llevaron con cuatro hombres más. El Verdugo les daba duro, la ropa se les quedó roja de sangre en un momento. Entonces pegó a seguirnos mientras subíamos al llano, allí esperaban dos hombres, dos picadores de cantera, tenían ya terminada una fosa de unos cuatro metros, poco profunda, pero que cabían bien varios cuerpos. El Verdugo no dejaba de pegarles, yo tenía hasta fatigas, ganas de marcharme, me iba a vomitar de ver tanta sangre, de escuchar los gritos de aquellos pobres diablos. Entonces el sargento dio la orden.
Monte arriba, cabalgaron sobre su lomo. Venía un viento frío, aunque fuera agosto del 36. Al llegar a la cima, “le cortaron los testículos, se los metieron en la boca, le cortaron la lengua y le quitaron los ojos… Y todo eso vivo, claro”. Luego lo molieron a palos y abrieron fuego. “Eran tiros de escopeta, porque la cabeza estaba desfigurada”. Lo cogieron por los brazos y lo colocaron de espaldas a una pared de tierra que aún se mantiene en pie. Entonces se oyó el estruendo, era como un trueno, el fin del mundo, todos dispararon a la vez sobre los hombres, Don Miguel cayó fuera de la fosa, boca arriba, entonces el perro vino corriendo y empezó a dar aullidos y a lamerle la sangre que le salía por los ojos. Aquello era terrible, nunca había visto algo tan triste. Los dos policías se acercaron y le dispararon también al perro en su cabeza y en el lomo, el animal se fue redondo al suelo encima de su dueño. Metió a patadas al perro en la fosa, el perro seguía vivo, nos miraba con aquellos ojos tan dulces. En menos de cinco minutos los taparon, parecía que allí no había pasado nada. Me quedé paralizado, sentado mirando la tierra mientras casi amanecía, al rato miré a mi alrededor y estaba solo, se habían marchado todos, no supe jamás cuanto tiempo estuve allí…
Don Miguel no acabó en la fosa: el cuerpo del maestro encadenado, roto por el destino que vislumbra, fue paseado por sus captores por las calles de su pueblo natal. Arrastraron su cuerpo. Se ensañaron con su cuerpo exhausto hasta límites inenarrables. Acabaron con su vida y abandonaron su cadáver en la plaza del pueblo.
El silencio se instaló en el pueblo, el miedo estaba presente en cada mirada gacha y cada silencio incómodo. El dolor, las lágrimas secas... las gentes no olvidaban lo que allí pasó, y a pesar de las palabras mudas, la memoria seguía presente. La sangre derramada, el barro que recogió el testigo, el polvo que recuerda lo pasado... El agua siguió brotando de la fuente, quien moldeó el barro y, junto la sangre depositada, dio a la tierra más calor y más fuerza para que en el futuro nacieran nuevos brotes de esperanza, pensamientos que recuerdan un pasado ya ocurrido. A pesar del paso del tiempo, el olvido nunca hizo mella en aquellos que sufrieron y vivieron en sus carnes las huella de la bestia fascista.
Los maestros de la República también dieron cultura a las mujeres, para que no se vieran condenadas a servir a un marido. El peor enemigo del fascismo es cultura, por eso se ensañaron con Don Miguel.
ResponderEliminarYO, tuve un maestro republicano, de los de verdad. Tenía por aquellos tiempos 8 ó 9 años, me dijo: "todo frase que acaba en ISMO, es uro fascismo, ejemplo: nacionalismo, comunismo, socialismo, cristianismo,anarquismo, etc.
ResponderEliminarSe debe luchar por conseguir una verdadera libertad social .