La novela de Ray Bradbury plantea una sociedad
utópica donde denuncia los problemas causados por los medios de comunicación
tecnológicos en contraste con los medios
escritos. A través del personaje de Beatty, el autor justifica que la lectura
no tiene cabida en una sociedad cada vez más acelerada y deshumanizada: la
lectura de un libro crea un mundo imaginario, paralelo al real que permite
desconectarse de la realidad: la imaginación es capaz de crear mundos paralelos
donde se plantean situaciones amorosas, idílicas, fantásticas… que no tienen
cabida en una sociedad tecnológica, burocráticamente ordenada, utópica donde
los habitantes solamente tiene que cumplir con su labor,
desindividualizándoles, creando una sociedad de masas donde nadie destaque
sobre el resto de la gente porque la educación viene dada por el propio
gobierno a través de las pantallas de televisión.
El control de la educación y la cultura crean una igualdad de saberes y un pensamiento
único, eliminando todo tipo de disidencia intelectual mediante la persecución y
la quema de libros.
Esta pugna entre ignorancia y conocimiento (tema
tratado también por George Orwell en 1984) es uno de los pilares en los que se
sustenta la novela: el conocimiento lleva a la libertad del individuo, al
propio individualismo y permite experimentar emociones y conocer ideas que se
apartan de las normas sociales aceptadas convencionalmente.
Esa libertad del individuo le lleva a enfrentarse al
mundo, a sus semejantes, a buscar un lugar donde encajar y ser feliz que choca
bruscamente con la realidad. Por ese
motivo, los bomberos se encargan de quemar los libros: porque individualizan al
ser humano y les hacen infelices.
La libertad es un rasgo distintivo del individuo que
le da la capacidad de elección. La quema de libros, como un atentado a dicha libertad, debe
entenderse como un acto de represión y de censura a la propia persona.
El poeta y revolucionario cubano José Martí afirmó
que la cultura es la única forma de ser
libre: la cultura se adquiere mediante la lectura y la compresión de los
textos leídos. Todo sistema político, ya
sea democrático o dictatorial, se basa en el control de la población mediante
diversas vías de dominación: militarmente, políticamente o culturalmente.
La quema de libros es una constante en la historia
del ser humano. Algunos ejemplos son la quema de la biblioteca de Alejandría
por parte del emperador romano y cristiano Diocleciano, la quema de los libros
de Miguel Serper Verdún por Calvino, la
quema de libros árabes y judíos en España por parte de la Inquisición, los
juicios de Nuremberg del nazismo de Hitler…. Son claras muestras de cómo el
poder trata de controlar culturalmente a la sociedad: el poder teme al
conocimiento porque impide el control de la población. En la medida en que las personas adquieren
cultura por sus propios métodos, les da libertad de pensar y la capacidad de
plantarse nuevas ideas, de poner en práctica la mayéutica socrática y “dar a luz” sus propias ideas.
La quema de libros es una consecuencia de la censura
impuesta por la sociedad de la novela. Es
el último acto que culmina y asienta el pensamiento único desindividualizando a
las personas, creando una sociedad de masas.
La sociedad de masas se define, como dijo Ortega y
Gasset, como un ente uniforme, incapaz de pensar por sí mismo, fácilmente
manejable por el poder puesto que el mensaje propagandístico va directamente
dirigido a los sentimientos de este colectivo, sin pararse a meditar el
contenido de dicho mensaje ni reflexionar en las consecuencias que conlleva,
anulando la función metalingüística del propio lenguaje.
Por consiguiente, el control de la cultura por parte
del poder es el control del individuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario