NOCHE EN EL PARQUE

La noche es un lugar peculiar. Oscura y enigmática, creadora de grandes momentos, hipnotizante y mágica, lugar de encuentro de amantes fugaces, de ladrones que huyen al amparo de la oscuridad, de forajidos que buscan pasar inadvertidos, de viandantes que huyen de miradas curiosas.  

Escenario silencioso de dramas, comedias y tragedias, lugar perfecto para enamorados que buscan intimidad y crear momentos eternos bajo la luz de las farolas y el silencio de la noche. Mírame, mi espalda carga con las sombras de mis miedos, que emergen vacilantes de mi boca como flores marchitas que alguien olvidó regar. Llevo este silencio lleno de ruido que me acaricia y quema cada noche, soy un eterno tropiezo, una herida que nunca sana del todo, bailo en la oscuridad entre la tentación y la redención y camino descalzo sobre las brasas de mis recuerdos... . . . .Los prejuicios a veces se me clavan como agujas y me di cuenta de nuevo de que algo se siente o no se siente, que no quiero que se escuchen mis gritos mientras pido sobras a los demás.

Lugar de reunión de rebeldes e inconformistas que huyen de la monotonía impuesta. La rebelión es una acción que surge del amor, del amor a los demás y del amor a las cosas por las que vale la pena vivir e incluso morir. Por eso es muy difícil definir la rebelión. Le sucede, como al amor, que lo matamos cuando encontramos palabras para evocarlo. El amor es indefinible y a veces incluso invisible; pero existe, por supuesto que existe. Y la rebelión también existe de mil maneras.

Hay gente que vive en los llanos y sigue las luces y las señales de la calle, el camino asfaltado y el rebaño. Y nunca arden, ni exceden sus propios límites, ni se sumergen de cabeza en el infinito ni en las estrellas. Nunca se hacen esas preguntas que destruyen su sentido existencial y el sistema social que les ha lavado el cerebro, cerrado el infinito y destruido su imaginación y sus sueños. Los que nunca se volvieron locos ni de la poesía, ni de la libertad, ni del abismo, ni de la inexistencia, ni de la melancolía, ni de la indignación, ni de la rabia, ni del amor, ni de la vida. Pero también hay quienes mueren cada día en nuestro propio crepúsculo. Y aunque duele morir… no hay nada que podamos hacer.

Me pierdo en mi propia vorágine de pensamientos y miedos. Al igual que Ulises, voy vagando por el mar de la noche sin rumbo ni dirección buscando esa Ítaca prometida que me llama donde espero encontrarme con mi amada Penélope. quiero esquivar esos cantos de sirena y salir vivo de la tormenta que me dejó tirado en la arena, mojado hasta los huesos... Cierro los ojos y acepto mi inevitable destino. 

Dicen que antes de entrar al mar, el río tiembla de miedo. Mira todo el camino, los picos, las montañas, el largo y sinuoso camino que se abre entre la selva y las ciudades, y verás ante ti un océano tan vasto que entrar en él sólo puede significar desaparecer para siempre. Pero el río no puede regresar, nadie puede regresar. Volver a la existencia es imposible. El río debe aceptar su naturaleza y entrar en el océano.

Un pequeño golpe me saca de mi mar de dudas y pensamientos irracionales. Mis ojos se cruzan con los tuyos y en tu mirada veo la paz y clama que tanto ansiaba. Mis preocupaciones desaparecen cuando observo la luz de tu sonrisa y me fundo en tus labios. Pude besar el silencio con esos labios secos y perdidos y dejé de sentirme diminuto, mirando al mar de mis pensamientos, que pronto volvería a lo que era, al mar, cuyas olas me traerán a casa...Y el telón caerá como un golpe seco y certero, y recordaré lo que una vez me dijo: “Sólo el que tiene algo es capaz de perderlo…”