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domingo, 19 de agosto de 2012

UN PAISAJE

Amanecía. Los rayos del sol lamían lentamente las amplias colinas y las faldas de la montaña, pico de piedra y minerales que se erguía en el fondo del valle, rodeada de una mata frondosa de musgo y vegetación. Los árboles se despertaban soñolientos con el son del viento que soplaba juguetón y llamaba al nuevo día.

Diversos animales salían de sus madrigueras: un sinfín de conejos, ardillas, aves de distintas clases, osos golosos en busca de miel y de algún salmón del arroyo cristalino que mana agua, sangre  plateada de una herida de la montaña que enriquece a la vegetación y los habitantes del bosque.

Grupos de flores despertaban mostrando vistoso colores rojos, amarillos… creando un manto multicolor que resplandecía con la luz del sol e invitaba a los animales a pastar libremente. El sonido del agua borboteando de las piedras, el calor del sol que lamía lentamente mi cuerpo, la multitud de aromas embriagadores me transportaban a un Edén imaginario cuando cerraba los ojos.

Pero, veía, también, como morían lentamente plantas y animales. Como caían al suelo frío y desalentador, como el sonido del viento se transformaba en una risa burlona, cruel, despiadada, carente de todo sentimiento. Viento que movía los cabellos terráqueos que empezaban una danza invisible y monótona al son de trompetas que salían de las profundidades, tocando un réquiem lento que anunciaba su fin. Fin anunciado como cada año, cada primavera.

Entonces grité de rabia y desesperación. Pues soy, como tú, viento, rebelde, traicionero, me levanto, me sublevo; hago mover la naturaleza al compás de mi melodía. La modifico a mi gusto, y la deformo creando nueva vida y nuevas sensaciones.  Soy como tú también, naturaleza, siempre resurjo a pesar de la adversidad, de incendios y de catástrofes. Siempre estoy aquí, a la espera, latiendo y cohibida, esperando los rayos del sol de primavera para hacer brotar esas semillas de esperanza.

Nubes oscuras ennegrecen el cielo y una melodía de rayos y truenos rompen el silencio. La lluvia andante semiparalela empieza su danza, mientras surgen en todas partes partes funerales alegres y naturales de hojas muertas que alzan sus vista al cielo en pos de tan divino regalo. Las gotas se precipitaban como un bombardeo silencioso, como una obertura de una sinfonía natural que busca producir una catarsis en el oyente que impasiblemente contempla tan bello espectáculo. Catarsis que no suena réquiem, sino que llama la festejar la vida en todas sus formas, obertura natural que es un canto a la vida.  

Porque no he muerto. Repito, aun no he muerto. Yo me alegro de la lluvia de las negras tormentas y me alegro del viento que trae nuevas noticias. Hago levantar manantiales cristalinos, hago resurgir vida de la tierra inerte, cubro con flores las piedras y lleno de aromas frescos el ambiente. Y, a pesar de que muera, mi sangre se mezclará con el barro para dar nueva vida; pues como dijo Neruda, aquel poeta chileno, aunque cortemos las flores, seguirá la primavera, fuerte, lista, preparada y la espera para derrotar al duro invierno y cubrir de vida de nuevo el paisaje.

Y transcurría el día, pero seguía la vida presente; pues nunca perdí la esperanza. Surgieron nuevos brotes que reemplazaron a los antiguos, y nuevos frutos dieron los árboles, y nuevas flores cubrieron de nuevo el suelo, y un sinfín de animales volvieron a su hogar para recordar que la diosa Tierra, Gea o Gaia, nunca muere aunque parezca derrotada.

Ella se toma su tiempo y reclamará lo que el hombre le ha arrebatado lentamente; y cuando lo haga nuevos árboles y animales cubrirán la obra del hombre mortal, siendo un renglón más de la historia del planeta.

Vuelvo a abrir los ojos y albergo la esperanza de preservar aquellos momentos de paz y tranquilidad que nos da Madre Tierra gratuitamente, agradeciéndoselo y disfrutando de un manjar para la vista.
Un regalo para la eternidad.

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