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viernes, 20 de diciembre de 2024

EL BARCO

Los marineros de todo el mundo conocen los peligros del mar. El océano es fuente de vida, alimento, oxígeno y un lugar que muchos adoramos. Sin embargo, el océano también tiene mucho poder y puede ser peligroso para los seres humanos bajo ciertas condiciones. Las corrientes de resaca han cobrado varias vidas alrededor, la marejada ciclónica ha afectado y hasta destruido estructuras, y los tsunamis han arrastrado pueblos enteros y cobrado miles de vidas a través de la historia. Estos eventos son la máxima expresión del poder del mar y océano. Es necesario entonces, respetar el océano y aprender más sobre estos eventos para protegernos y saber qué hacer en caso de emergencia.

El mar está lleno de historias de naufragios y desapariciones. Esta es la historia de una de ellas. El Poseidón había zarpado del puerto hace dos semanas y nadie hubiera sospechado lo que ocurrió. El mar estaba en calma y los vientos soplaban tranquilos, permitiendo la navegación. Aún así, navegar ha sido siempre tribal, y los contadores de porotos en tierra, siempre considerados como extranjeros. La tripulación también se asemeja, de otras maneras, a las de los días de Melville. El viento estaba tranquilo y el sol brillaba en el horizonte. Todo iba bien. Era un día más. El negocio iba bien,. Antes la industria naval estaba controlada por el Viejo Continente, y muchos barcos eran propiedad de aseguradoras y banqueros pero las tripulaciones fueron salvajemente cosmopolitas. La tripulación está compuesta por hombres de todo tipo y condición, de rasgos variados y teces variopintas. Sus comidas reflejan esta diversidad. Sin embargo, a pesar de esta variopinta mezcla, nadie podía obviar la discutible carga que transportaban y que sería su condena.

El barco era el epicentro de un triple comercio: era el nexo para el intercambio de cargamentos destinados a África, como productos textiles y armas de fuego, objetos de lujo que se enviaban a Europa, como oro y marfil, y materia humana con destino América, los propios esclavos.tras depositar su carga. El último cargamento había sido muy beneficioso para la tripulación, muchos de sus miembros ya pensaban en cómo gastar sus ganancias, en la comida que iba a disfrutar al llegar a tierra, en los licores que iban a degustar en tierra firme, una vez acabado el trabajo, sin cuestionar la procedencia de sus ganancias de dudosa moralidad.

La travesía continuó. Tras dejar su carga, continuaron su viaje, rumbo al horizonte. El tiempo acompañaba: un paisaje despejado animaba a continuar rumbo a casa. El barco había caído en una densa niebla acompañada de calma. Desde entonces, el banco de niebla no se había disipado y el único viento que había soplado eran ráfagas de viento y gaviotas. Esto en sí no era tan malo, ya que las goletas nunca tienen prisa mientras estén en medio de ellas; pero el problema residía en el hecho de que en ese punto la corriente soplaba con fuerza hacia el norte. Así, el barco había cruzado sin darse cuenta la línea y, a cada hora, se adentraba, sin querer, más y más en las peligrosas aguas donde montaba guardia.

El mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la naturaleza. Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos. A lo lejos, hacia el norte, el cabo alzaba su negra y amenazante cabeza como un enorme monstruo que surgía de las profundidades. La nieve del invierno, que el sol aún no había disipado del todo, la cubría de manchas blancas relucientes, sobre las que soplaba el viento suave que se dirigía hacia el mar.

La tripulación estaba acostumbrada a vivir en alta mar. Pero el dominio de Poseidón es caprichoso y caótico: El viento cambió bruscamente a medida que la noche hacía acto de presencia. En el momento que el astro solar despareció en el horizonte, el viento cambió, tal vez animado por la presencia de la dama blanca de la noche. Su Oscura Majestad no estaba sola, un viento fuerte la acompañaba.Las tormentas en alta mar pueden desatar una fuerza implacable, desafiando incluso a las embarcaciones más resistentes. Los vientos huracanados, las olas monstruosas y la lluvia torrencial pueden convertir un viaje tranquilo en una lucha desesperada por la supervivencia. La tempestad ya estaba sobre ellos. El barco galopaba entre olas gigantes. Por momentos parecía que el mar se lo había tragado, pero luego aparecía en la cresta de una ola, iluminado por los relámpagos. Diluviaba desde todos lados, las velas se rasgaron y el mástil principal fue derribado. Bajo cubierta, algunos marineros rezaban, otros se habían resignado, y sólo esperaban el inevitable momento de su muerte.

Fue en cubierta donde se pudo apreciar plenamente la fuerza del viento, sobre todo después de dejar atrás el sofocante castillo de proa. Parecía levantarse contra uno como un muro, haciendo casi imposible moverse en las cubiertas agitadas o respirar cuando las fuertes ráfagas pasaban a toda velocidad. La goleta estaba a la vela mayor, foque y trinquete. Procedimos a arriar el trinquete y amarrarlo. La noche era oscura, lo que dificultaba mucho nuestra labor. Aun así, aunque ni una estrella ni la luna podían perforar las masas negras de nubes de tormenta que oscurecían el cielo a medida que avanzaban ante el vendaval, la naturaleza nos ayudó en cierta medida. Una suave luz emanaba del movimiento del océano. Cada mar poderoso, todos fosforescentes y resplandecientes con las diminutas luces de miríadas de animálculos, amenazaba con abrumarnos con un diluvio de fuego. Cada vez más alta, más delgada, la cresta se hacía más y más alta a medida que comenzaba a curvarse y a sobrevolar la superficie, preparándose para romper, hasta que con un rugido cayó sobre las amuradas, una masa de luz suave y brillante y toneladas de agua que hizo que los marineros se desparramaran en todas direcciones y dejó en cada rincón y grieta pequeñas motas de luz que brillaban y temblaban hasta que el siguiente mar las arrastraba, depositando otras nuevas en sus lugares. A veces, varios mares se sucedían uno tras otro con gran rapidez y se precipitaban con estruendo.

Para entonces, el mar estaba bastante agitado, rompiendo ocasionalmente sobre las cubiertas, inundándolas y amenazando con destrozar los botes. En todos los rincones parecían aparecer y desaparecer sombras oscuras, mientras que en lo alto, más allá de los restos de paño mortuorio, descendiendo de cubierta a cubierta, donde parecían acechar como un dragón en la boca de la caverna, todo estaba oscuro como el Erebo. De vez en cuando, la luz parecía penetrar por un momento mientras la goleta se balanceaba más pesadamente de lo habitual, sólo para retroceder, dejándola más oscura y negra que antes. El rugido del viento a través de las jarcias llegaba al oído amortiguado como el lejano estruendo de un tren que cruza un puente de caballetes o el oleaje en la playa, mientras que el fuerte estruendo de las olas en su proa de barlovento parecía casi desgarrar las vigas y el entablado al resonar a través del castillo de proa. El crujido y el gemido de las maderas, los puntales y los mamparos, a medida que se sentía la tensión que estaba sufriendo el barco, sirvió para ahogar los gemidos del hombre moribundo mientras se agitaba inquieto en su litera. El movimiento del palo de proa contra las vigas de cubierta provocó una lluvia de polvo en escamas y envió otro sonido que se mezcló con la tumultuosa tormenta. Pequeñas cascadas de agua brotaron de los trozos de palé del castillo de proa que se encontraban encima y, uniéndose a los chorros de los impermeables húmedos, corrieron por el suelo y desaparecieron a popa en la bodega principal.

Una ráfaga de viento a estribor, luego otra a babor cuando las enormes olas golpearon la goleta por popa y casi la hicieron escorar. Cuando amaneció, arriamos el foque, sin dejar ninguna vela desplegada. Desde que habíamos empezado a navegar, la goleta había dejado de recibir las olas por la proa, pero en el centro del barco se rompían rápido y furiosos. Era una tormenta seca en cuanto a lluvia, pero la fuerza del viento llenaba el aire de una fina espuma que volaba tan alta como las crucetas y cortaba la cara como un cuchillo, haciendo imposible ver más allá de cien yardas. El mar era de un color plomo oscuro, mientras con un balanceo largo, lento y majestuoso el viento lo amontonaba en montañas líquidas de espuma. Las travesuras salvajes de la goleta eran repugnantes a medida que avanzaba. Casi se detenía, como si estuviera escalando una montaña, y luego se movía rápidamente de derecha a izquierda cuando alcanzaba la cima de un mar inmenso. Se estabilizó y se detuvo por un momento como si estuviera asustada por el precipicio que se abría ante ella. Como una avalancha, se lanzó hacia adelante y hacia abajo mientras el mar de popa la golpeaba con la fuerza de mil arietes, enterrando su proa hasta los cimientos en la espuma lechosa del fondo que subieron a cubierta en todas direcciones: hacia adelante, hacia atrás, a derecha e izquierda, a través de los escobén y sobre la barandilla.

El agua empezó a golpear el barco. Las olas cubrían el barco, como si manos invisibles echaran desde el agua frazadas de lana marrón encima del casco. Al mástil de la vela mayor, que pasaba por el medio de los camarotes, rugía como si le estuvieran pegando con discos de amoladora. El viento rasguñaba el casco, los herrajes crujían. Todos los materiales, empujados a su máximo punto de resistencia, chillaban. Todo el esqueleto gemía esforzándose para pasar bajo el viento que lo trituraba contra el agua. Sumido en el torbellino, el barco era como el gato que soporta la caricia arqueando la columna vertebral, para esquivar el peso de la mano que lo aplasta.

La tormenta, lejos de amainar, creció. El viento rasguñaba el casco, los herrajes crujían. Todos los materiales, empujados a su máximo punto de resistencia, chillaban. El esqueleto entero gemía, esforzándose para pasar bajo el viento que lo trituraba contra el agua. Sumido en el torbellino, el barco era como el gato que soporta la caricia arqueando la columna vertebral para esquivar el peso de la mano que lo aplasta. Una violenta tormenta acabó con los días gloriosos de este galeón cuando un rayo impactó de lleno sobre él, incendiando y destruyéndolo por completo. Los incesantes esfuerzos de los navegantes no fueron suficientes para frenar el infierno que desató, dejando atrapadas las almas de todos aquellos que estaban a bordo en un estado de sufrimiento eterno.

Desde entonces se dice que vaga por los mares como una sombra fantasmal que aparece solo en las noches de tormenta, condenado a revivir una y otra vez los horrores que ocurrieron en su cubierta, un eterno castigo por sus pecados, por una vida cuestionable y una moralidad errática. Los navegantes afirman haber escuchado voces en la distancia, lamentos y gritos que emergen de la niebla que envuelve al barco. Otros aseguran haber visto los rostros pálidos y demacrados de la tripulación del barco, almas condenadas que sufren por sus pecados pasados , que buscan desesperadamente la redención en medio de la condena eterna.

1 comentario:

  1. Que decir maestro .. brillante ! Y es verdad... ha convertido el mundo en una inmensa jaula
    lo viralizo Daniel - Gracias como siempre

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