El marco geográfico y cronológico
La Segunda Edad del Hierro en la Europa Templada es conocida como Cultura de la Tène. Hoy en día sabemos que la Cultura de La Tène surgió en una franja territorial muy amplia, distribuida por Francia oriental, Alemania meridional, Austria, República checa, Eslovaquia y Hungría. En el transcurso del siglo V aC la Cultura lateniense se propagó por regiones limítrofes (buena parte de Francia hasta los Pirineos, Países Bajos y Alpes italianos).

La Cultura de la Tène discurrió a lo largo de cuatrocientos años, desde la primera mitad del siglo V aC hasta la mitad del siglo I aC. Los últimos momentos de la Edad del Hierro se sitúan en torno al 52 aC (fecha convencional que representa la definitiva conquista romana de Las Galias tras la célebre campaña de Julio César y la toma del conocido oppidum galo de Alesia. Generalmente los historiadores han pretendido dividir la cultura lateniense en diversas etapas, tres o cuatro en función de distintos aspectos según los autores, desde los que fijan estas etapas a partir de la evolución tipológica de los principales objetos metálicos (espadas, puñales y fíbulas), hasta los que se basan en los tipos de enterramientos y en los objetos hallados en las necrópolis.
Hoy día la periodización más utilizada es la diseñada por John Collis, que registra tres
períodos sucesivos:
- La Tène A o período clásico (500-400aC).
- La Tène B o período de expansión (400-150aC).
- La Tène C o período de los oppida (150-50aC).
Generalmente también se aceptan dos grandes períodos para esta cultura. El primer período entre los años 500-250aC, calificado como período de "Reflujo de la Marea". Fue un período de crisis aguda, un largo episodio de recesión económica en relación con la caída de los principados del Hallstat y cuya consecuencia más notable fue la vuelta a los modos autárquicos de producción. El segundo período entre los años 250-50aC, representó un "Renacimiento económico", un nuevo impulso del comercio mediterráneo estimulado por griegos e itálicos, incorporando nuevas bases de producción e intercambio que tuvieron su mejor expresión en los famosos oppida.
La Cuestión Celta
Durante mucho tiempo, los prehistoriadores asociaron la Cultura de la Tène con los pueblos llamados celtas, conocidos a través de textos clásicos escritos por varios literatos y cronistas grecolatinos, como Tito Livio, Heródoto o Plinio el Viejo. La palabra celta tiene su origen en el vocablo griego "keltoi", usado para calificar a todos aquellos pueblos "bárbaros" situados al margen de la cultura helénica, más allá de los limites de la "civilización" que asociaban a su propia cultura helénica. Era una manera de designar la barbarie o lo extranjero. Para el caso concreto de los celtas centroeuropeos, la narración básica consiste en una crónica militar, la que escribió Julio César a mediados del siglo I aC y que se conoce como "La Guerra de Las Galias"
En el ámbito académico hay dos posturas respecto a los pueblos celtas. De una parte los partidarios de reconocer la existencia de pueblos celtas y de considerarlos la imagen de las comunidades centroeuropeas de la Segunda Edad del Hierro. La teoría sostiene que los celtas representaron una civilización vigorosa, un pueblo dotado de una identidad cultural común, incluyendo la pertenencia a una misma comunidad lingüística. Algunos autores propusieron varias regiones en el continente, cada una con sus propios rasgos pero unidas por una causa común:
- la Céltica Continental (Galia, Italia del Norte, España septentrional, Bohemia, Transilvania, Rusia septentrional, Alemania meridional, Austria y Hungría);
- la Céltica Insular (Inglaterra, Escocia e Irlanda);
- la Céltica Germánica (Alemania del Norte, Dinamarca y Suecia).
La otra propuesta está representada por los partidarios de considerar los pueblos celtas simplemente una construcción cultural artificial creada a lo largo de los siglos de la historia europea por literatos e historiadores. Para estos autores nunca existió en la Segunda Edad del Hierro un pueblo celta común, ni comunidades celtas partícipes de un mismo destino como cultura, civilización o lengua. Esos supuestos celtas no fueron más que un caleidoscopio dispar de culturas, comunidades y etnias, imposibles de unificar bajo un mismo concepto.
La evolución histórica
Los orígenes de la cultura se sitúan en la primera mitad del siglo V aC en dos zonas; la primera fue la región francesa de la Champaña, y la segunda la región alemana de Hünsruk Eifel en el curso medio del Rhin. Durante los tiempos de la Primera Edad del Hierro ambas regiones habían sido territorios ocupados por la Cultura Hallstat, las futuras tierras latenienses conformaban una sociedad de agricultores y ganaderos, regida por jefaturas de poca importancia y viviendo de un modo bastante autárquico.
Pero la situación de los poblados cambió radicalmente hacia el 450aC debido a varios factores. En primer lugar se produjo un crecimiento notable de la población regional que originó los primeros problemas serios de presión demográfica. En segundo lugar se produjo un incremento notabilísimo de la producción de hierro. Y en tercer lugar se registró un crecimiento del comercio interregional, impulsado por los mercaderes orientales.
Tras la caída de los principados hallstáticos, poco a poco los poblados latenienses sustituyeron a los desaparecidos principados del Hallstat, ocuparon su lugar y desencadenaron un nuevo período. Los arqueólogos han podido rastrear en las tumbas el comienzo de los cambios; en contraste con las tumbas igualitarias de tiempos pasados, en los primeros enterramientos latenienses se aprecian rasgos del incremento de la desigualda social, reconocible en el enriquecimiento de los ajuares de las minorías dirigentes.
Hacia el año 400 aC los productos latenienses ya inundaban un amplio territorio de la Europa Templada, desde Calais en Francia hasta los montes de Transilvania en Rumanía, y desde el Po hasta las llanuras de Polonia.
Los relatos de Livio o Plinio el Viejo retratan los años 400-300aC con migraciones masivas de pueblos celtas por buena parte del continente. Estas crónicas coinciden al mostrar un panorama de enormes turbulencias y desórdenes generalizados. La presión celta resultó tan abrumadora que en el año 386aC sus huestes llegaron a las puertas de Roma y no dudaron en reducirla a escombros. El poder celta llegó a tal punto que en el año 335 aC ciertas tribus pactaron con Alejandro Magno a orillas del Danubio. Varios pueblos avanzaron hacia el sur para saquear el santuario de Apolo en el 279aC, mientras que algunas tribus atravesaban el Estrecho del Helesponto, penetraban en Anatolia y daban inicio al reino de Galacia.
Plinio el Viejo buscó una explicación y relacionó las migraciones y conquistas militares celtas con un aumento excesivo de la población, una presión demográfica tan exacerbada que provocó una desconocida hasta entonces desestabilización sociopolítica. Las duras condiciones de vida que tenían que afrontar las gentes más modestas hizo que no tuvieran más remedio que emigrar en busca de fortuna y medios de vida más seguros, ya fuera por vía pacífica, ya por vía violenta. Los movimientos actuaban como oleadas sucesivas a modo de reacción en cadena, pues cada migración o conquista desplazaba a los antiguos invasores, que buscaban nuevas tierras cada vez más lejos de sus tierras de origen.
Ciertos prehistoriadores rechazan de plano la hipótesis invasionista. En su opinión no hay pruebas arqueológicas convincentes para avalar esa hipótesis sino más bien al contrario.
Por ejemplo, los datos arqueológicos del siglo IV aC revelan un mundo rural, muy alejado de lo imaginable para una vida militar: no hay ni grandes poblados ni sólidas fortificaciones, tan sólo núcleos modestos de población a modo de aldeas y granjas. Este patrón de poblamiento cuadra mejor con un modo de vida pacífico.
El último período ocupó los siglos II y I aC. Fue a principios de esta etapa cuando comenzaron a experimentarse rápidos cambios de tendencia, sintetizados en los siguientes puntos: la concentración de la población en los núcleos fortificados (oppida); la implantación de formas de gobierno mucho más complejas; el incremento de la conflictividad y de la competencia; y el inicio de un ciclo de crecimiento económico basado en el aumento de la complejidad tecnológica. Este período ha sido calificado como "Renacimiento económico".
Los siglos II y I aC fueron una etapa muy complicada para los celtas a raíz de continuos reveses militares en toda Europa. En el sur toparon con el agresivo ímpetu expansionista de Roma, que ocupó de modo decidido la cuenca del Po (197-196aC) y el litoral mediterráneo francés (125aC). En oriente sufrieron los embates del poderoso reino de la Dacia. Mientras que en el norte sucumbieron frente a una confederación de tribus germánicas oriundas de Jutlandia y litoral del Mar del Norte, liderada por cimbrios y teutones, que acabaron arrasando parte de Alemania, Chequia, Hungría, Países Bajos y Francia (120aC). Cuando los anhelos de Roma se dirigieron hacia las tribus celtas de Las Galias en una campaña dirigida por Julio César, la historia de los pueblos celtas acabó en el 52aC y sus tierras se convirtieron en provincias romanas.

La Cultura de La Tène. Del hábitat a la ideología
Durante la mayor parte de la Cultura lateniense predominó un modelo de poblamiento de carácter disperso, a partir de aldeas de una extensión muy reducida, y que formaban modestas granjas habitadas por unas pocas familias y que carecían de defensas, lo que da cuenta de un modelo de convivencia pacífica y de un sistema de baja conflictividad. Las casas eran modestas, de plantas rectangulares, divididas en tres estancias según un tipo de planta tripartita que los arqueólogos consideran prototipo de la casa indoeuropea. Entre las viviendas se han hallado hoyos que se han interpretado como silos para el almacenamiento, aunque algunos pudieron haber sido usados como simples basureros. Esos pequeños núcleos rurales revelan un alto grado de autosuficiencia y descentralización.
Aquel sistema cambió hacia la mitad del siglo II aC. Los pequeños poblados no desaparecieron, pero junto a ellos surgieron nuevos poblados fortificados (oppidum), cuya aparición vincularon (los autores clásicos) a los temores celtas ante la aparición de hordas germánicas de cimbrios y teutones, que obligaron a levantar plazas fortificadas para la defensa del territorio, y que va unido a la implantación de un modelo de centralización política, basado en clases dirigentes que utilizaron los poblados como residencias y a la creación de plazas adecuadas para centralizar un nuevo y potente mercado interregional basado en un mayor tráfico de productos como metal, cuero, grano y esclavos.
Los oppida se construyeron sobre pequeñas colinas y valles, con sólidas empalizadas y murallas, que constituían una línea continua hasta el punto de superar cualquier accidente topográfico, ya fueran vaguadas, ya montículos. Estos rasgos son comunes a los más de cincuenta oppida detectados en el área nuclear lateniense. La extensión media de estos poblados se sitúa en las 90ha, algunos llegaron hasta las 600 e incluso los hay mayores como el de Heidengraben, de 1.500ha. Los oppida más conocidos son los descritos por Julio César en la campaña de las Galias del 50aC, Bibracte y Alesia, de entre 100 y 150ha.
Los oppida contaban con un poderoso sistema defensivo. Los modelos técnicos para levantar los muros eran dos: la muralla Gálica y la Kelheim. Julio César proporcionó una descripción precisa de la técnica conocida como murus gallicus; se trataba de una muralla levantada a partir de una tablazón de hiladas de postes de madera en vertical y horizontal, los postes verticales estaban clavados firmemente en paramentos de piedra seca, a intervalos regulares. Para aumentar la solidez aún más se procuraba recubrir la superficie exterior de la muralla con un terraplén de cuatro metros de altura y otros cuatro de grosos, a base de un rellene de piedras, gravas y tierra apelmazada. El muro era precedido por un foso ancho y profundo, así como por campos de largas piedras hincadas sobre el suelo para frenar a la
caballería enemiga.
La áreas habitadas de los oppidum contaban con un núcleo central -tal vez vinculado a las minorías dirigentes-, zonas residenciales y barrios artesanales. En muchos casos existía una distribución jerárquica, como por ejemplo en Bibracte, donde la parte más alta del poblado albergaba el santuario, la meseta situada por debajo acogía las residencias aristocráticas, y las zonas bajas, próximas a la puerta principal, por el barrio de artesanos. En varios oppida tardíos, como Bibracte, la nobleza levantó residencias de grandes dimensiones pero ya por influencia romana.
Desde el punto de vista socioeconómico, los oppida fueron agrupaciones de población de crecimiento rápido, levantadas de manera planificada tras un apresurado proceso de concentración y centralización. Los oppida se convirtieron en centros multifuncionales; como centro político, centro de administración económica, centro militar y, posiblemente también como centro religioso.
Enterramientos
Durante la mayor parte de la Cultura lateniense se mantuvo la tradición de inhumación en tumbas individuales planas. El paisaje funerario respondía a multitud de cementerios de tamaño muy reducido, muy al uso del mundo rural de pequeños poblados y aldeas agropecuarias. En muchos casos los cadáveres se enterraban sin ningún objeto o a lo sumo con elementos ordinarios muy sencillos. La presencia de amuletos era habitual en las tumbas de mujeres y niños. En resumen, la imagen que desprenden estos enterramientos se corresponde con una sociedad sencilla y humilde, sin preocupación por la acumulación de riqueza.
Las tumbas de los sectores dirigentes eran minoritarias y destacaban por el depósito de objetos más suntuosos, si bien la acumulación de riquezas nunca dio lugar a tumbas principescas. Las sepulturas más espléndidas poseían como mucho unas docenas de objetos: espadas, puñales y de modo ocasional petos, cascos y carros de dos ruedas. En una tumba en Wadalgesheim se hallaron un elaborado collar, un par de brazaletes -todos ellos de oro-, una sítula de bronce y varias piezas de bronce para decorar un carro. Otra tumba de Dürnberg contenía piezas de oro (en particular brazaletes), armamento ofensivo de hierro (una espada y dos puntas de lanza), un casco de bronce, una sítula, una copa, un kylix ático y diversas
piezas de hierro integrantes de un carro de madera.
Las necrópolis del período La Tène C pertenecientes a las oppida son mal conocidas.
Algunos prehistoriadores lo interpretan como consecuencia del aumento del ritual de incineración realizado directamente sobre la tierra, sin siquiera recoger las cenizas.
Sociedad
La mayoría de la población se componía de agricultores y ganaderos, y se sospecha que se organizaban en unidades familiares autónomas y reducidas, con sus pequeños cultivos y rebaños, practicando una artesanía local para el consumo propio y llevando un modo de vida autárquico. Los artesanos especialistas y comerciantes eran minoría. El mejor ejemplo de estas minorías especializadas se registra en el complejo minero austriaco de Dürnberg. En las tumbas próximas a ese yacimiento no se han reconocido diferencias sensibles, más bien una absoluta igualdad. Sin embargo, la mayor parte de la información sobre esas minorías dirigentes puede rastrearse a partir del mundo funerario, aunque las tumbas de estos cabecillas se caracterizaron por el escaso interés mostrado por enterrarse con bienes de lujo.
El interés de los cabecillas residía en aumentar su prestigio no por la acumulación de objetos de lujo sino por la realización de acciones militares dignas de recuerdo en la comunidad. Es un tipo de caudillaje llamado primus inter pares ("el primero entre iguales"). El poder de liderazgo de estos cabecillas residía en el control inmediato de la milicia. En otras palabras, sobre milicianos que servían básicamente a su caudillo. La representación de guerreros a caballo parece apuntar que los caciques se presentaban con la dignidad de un caballero, pues en aquella época los caballos eran artículos de prestigio social y un símbolo principal de poder. Este liderazgo resulta ideal en sociedades expansionistas y presenta una organización sociopolítica de indudable éxito para un mundo de conquista militar y razzias de combate.
La distribución igualitaria de la riqueza en las tumbas guerreras apunta hacia que la milicia lateniense no formaba una casta cerrada, sino un grupo abierto que facilitaba una gran movilidad social. De ese modo cualquier joven podía convertirse en un vasallo militar y tomar parte en una carrera guerrera plagada de esperanzas y posibilidades.
Pero este sistema político tenía dos graves contrapartidas: la competencia entre caudillos para alcanzar el poder era una fuente de tensiones continuas, y el uso de la guerra como instrumento para ascender socialmente convirtió los saqueos y pillajes en unas necesidades endémicas para perpetuar el sistema político. El resultado fue un clima de permanente inestabilidad. La expansión hacia el exterior, la ocupación de nuevas tierras y las razzias destinadas al saqueo se convirtieron en medidas necesarias para permitir el ascenso de los jóvenes guerreros. Pero en ningún sistema político se puede mantener de manera permanente este modelo de crecimiento, lo que llevó a implantar el período de los oppida en un momento de máxima tensión e inestabilidad. De esta manera, la Segunda Edad del Hierro representó un universo político muy heterogéneo: junto a pueblos organizados al modo de pequeños estados, otros se mantenían como jefaturas tribales y otros como simples aldeas de granjas.
En la Guerra de Las Galias se describe un interesante modelo de jerarquía en ciertas tribus: una especie de magistrados-reyes ocupaban la cúspide; por debajo figuraba un consejo formado por nobles ancianos; y más abajo aparecía una asamblea popular integrada por varones adultos, libres y con capacidad para tener armas, con una tendencia, en la época de las oppida, a la pérdida relativa de poder de líderes militares y el ascenso de una oligarquía comercial y administrativa.
La economía se centraba en la producción agrícola y ganadera. Pero la producción de las modestas granjas latenienses tuvo que afrontar un panorama bastante acuciante a raíz de las necesidades causadas por la presión demográfica. Se adoptaron estrategias para aumentar la producción con la que alimentar a una población en continuo aumento como la incorporación de nuevos aperos de labranza gracias al desarrollo de la metalurgia del hierro, la roturación de tierras antaño baldías y la puesta en marcha de nuevos cultivos más resistentes como el centeno.
Los herreros comenzaron a confeccionar hoces, guadañas, cuchillos de poda o azadas.
El incremento de la producción agrícola se completó con la mejora de las técnicas de procesamiento de las materias primas, cuya mejor muestra fue la invención del molino giratorio.
La cabaña ganadera comprendía principalmente vacuno, seguido de ovino y porcino.
En un principio la cabaña ganadera mantuvo un régimen autárquico para el autoabastecimiento familiar, pero la aparición de los oppida supuso un cambio al estimular un incremento de la producción. En el poblado de Manching se han hallado concentraciones masivas de restos de animales que superaban con creces las necesidades del poblado, esto podría apuntar a que Manching operaba como un centro ferial y plaza de mercado regional, donde acudían las gentes del entorno para la compraventa de animales.

Aunque el torno de alfarero ya era conocido a finales de Hallstat, durante los primeros tiempos de La Tène, la mayor parte de la producción cerámica aún se hacía a mano. En este marco, la cerámica común se limitaba a producciones sencillas hechas a mano (ánforas de cuello alto con bandas pintadas o incisas, escudillas con pie y urnas).
El torno no tuvo importancia hasta el período de La Tène C (siglo II aC), cuando se realizaron producciones cerámicas masivas en los talleres de los oppida. Aparecieron productos de lujo y artículos cotidianos para cocina y bebida. Estas producciones eran básicamente locales de modo que cada oppidum producía su propia cerámica, destinada al autoabastecimiento. Los productos de mayor calidad eran llamativas cerámicas pintadas, que necesitaban unas arcillas depuradas completamente blancas. La producción habitual tenía motivos decorativos geométricos pintados a base de bandas de colores rojo y blanco.
Hacia el siglo V aC el hierro se usaba para modelar herramientas corrientes: sobre todo aperos de labranza; pero también fíbulas y broces de cinturón; y de manera ocasional algunas armas como espadas, cascos y escudos. Durante los siglos V-III aC los herreros realizaron modelos de espadas cortas, ideales para la lucha a poca distancia, pero el modo de lucha evolucionó y se manufacturaron espadas pesadas, muy largas pues superaban el metro de longitud, y con filos paralelos. La artesanía del hierro brilló con luz especial en las vainas que protegían las espadas, consistentes en láminas finas de hierro decoradas con grabados y adornos repujados.
Las puntas de lanza presentaron muchas adaptaciones, pero entre todas destacaron piezas semejantes al pilum romano, conformadas por un cuerpo corto y una hoja ancha cordiforme. Los yelmos también ofrecieron muchas variaciones, pero cabe destacar dos tipos: los largos de morfología puntiaguda; y los hemiesféricos con peculiares protecciones para el cuello o con láminas metálicas para cubrir las carrilleras.
El bronce quedó relegado como metal para la manufactura de objetos de lujo, sobre todo para vasijas y joyas como fíbulas o brazaletes. El oro se empleó para la producción de adornos, sobre todo torques, brazaletes y piezas singulares.
Los herreros asumieron un rol muy distinto del vigente en la Primera Edad del Hierro para los broncistas: abandonaron la tutela clientelar respecto de los linajes aristocráticos, que habían perdido además el control de la producción, y de este modo pudieron alcanzar un nuevo estatus de importancia, en este sentido casi todas las tumbas de metalúrgicos se hallaban bien surtidas, demostración palpable de la alta valoración social de los profesionales del metal.
La metalurgia del hierro conoció un segundo gran auge en el siglo II aC, en buena medida por el incremento de la demanda de metal a cargo de Roma, y por un aumento del consumo interno en los oppida. La consecuencia del aumento de la producción fue la diversificación del instrumental cotidiano. El resultado fue la gran revolución instrumental.
Durante las primeras etapas latenienses las redes comerciales se limitaban al mercado estrictamente local. La producción tenía carácter autárquico, si bien existieron algunas rutas regionales relativas al intercambio de materias primas (hierro, sal, bronce, vidrio, grafito, ámbar y oro). Probablemente la red regional más importante giraba en torno a la sal, con el foco central en las minas de Dürnberg.
Las redes comerciales no se recuperaron hasta mediados del siglo II aC, cuando tuvo lugar la expansión romana más allá de los límites de la Península itálica. Su reanudación permitió un comercio a larga distancia basado en multitud de productos, aunque con un predominio de las manufacturas metálicas (hachas, broches de cinturón, anillas, yunques de hierro, copas de cobre o bronce... Entre los más demandados por los romanos se hallaba el hierro, las pieles, los cueros y finalmente los esclavos. En contrapartida, los pueblos centroeuropeos obtenían productos de lujo, pero en producciones limitadas. El artículo más demandado era el vino, a través de una red de larga distancia que utilizaba la vía fluvial del Ródano y los pasos transalpinos. La enorme cantidad de ánforas recuperadas en muchos oppida revela la trascendencia del comercio del vino en aquellas tierras.
Uno de los fenómenos que caracterizaron el final de este mundo lateniense fue la incorporación de la moneda. En varios oppida de los siglos II-I aC hay pruebas de acuñación.
Sin embargo, hay que entender que las piezas latenienses tenían poco valor por lo que, si bien las monedas eran útiles para facilitar la distribución centralizada de bienes básicos y el intercambio entre los oppida, no podían usarse de manera normalizada y habitual.
El arte
El arte lateniense era una combinación sutil de ancestrales raíces autóctonas y modelos estilísticos de raigambre oriental, hasta el punto de considerarse una de las expresiones artísticas orientalizantes. Combinaron su particular universo iconográfico con unas expresiones estilísticas nuevas: animales fantásticos, reconvertidos en ampulosos y curvilíneos motivos geométricos, alternaban con espirales y entrelazados, que representaban una elaboración intelectual de la propia naturaleza. El arte lateniense se centró en pequeños artículos de prestigio, como joyas, jarros, espejos, piezas de banquete; y en armas como espadas, cascos, arneses de caballo o elementos de carros de tiro. Los trabajos obedecían a
una esfera artesanal y revelan de manera explícita el vínculo de los artesanos con las minorías dirigentes.
Los especialistas han dividido el extenso desarrollo del arte de La Tène en una serie de períodos llamados estilos:
A la primera fase (dividida en tres períodos) se conoce como estilo primitivo o temprano. La segunda fase se denomina estilo Waldalgesheim o estilo vegetal. Y la tercera fase se califica como estilo de las espadas.
El arte lateniense decayó drásticamente a partir del año 150 aC pues el desarrollo de los oppida impuso nuevas normas en la artesanía. El trabajo artesanal en estos lugares tenía carácter más "industrial" pues perseguía sobre todo la intensificación de la producción y la elaboración de grandes cantidades de artículos antes que la delicada manufactura de tiempos pasados.

Religión e ideología
Se acostumbra a hablar de las ceremonias culturales en escenarios naturales, siguiendo las crónicas romanas no exentas de descripciones imaginativas. Entre los rituales que parecen más seguros se halla la costumbre de ofrendas en las aguas, como avalan hallazgos como un caldero lleno de fíbulas, brazaletes y sortijas, oculto bajo las aguas de una fuente termal cerca de Duchcov, en Bohemia. Se ha interpretado como lugares de culto ciertos lugares de planta circular o rectangular, con cella central rodeada de una galería; así como unos recintos cuadrangulares sobre una elevación de tierra generalmente rodeada de fosos. En uno de estos recintos hallado en Baviera se hallaron numerosos restos humanos interpretados como sacrificios, rituales comunes en la Céltica mediterránea.
La religión en las tierras latenienses parece haber sido de tradición hallstática y regido por un panteón de tradición indoeuropea. En materia de iconografía hay una especia de triada constituida por las divinidades Esus, con una cabeza juvenil rodeada por un torque; Teutates, representado como un jabalí; y Taranis, presentado como rueda estilizada. Más autóctonos son los cultos solares, las cabezas de todo y las inmolaciones de cérvidos.
Europa septentrional
Las Islas Británicas
La parte meridional de Gran Bretaña permaneció relativamente aislada de los avatares que sucedieron en el continente entre los siglos VI-II aC. Hoy día el registro arqueológico revela una continuidad cultural respecto a la Primera Edad del Hierro, incluyendo aspectos claves como la cerámica y la plantas de las viviendas, aunque no quiere decir que fueran poblaciones por completo aisladas. De hecho, en el siglo V aC el sur de Inglaterra recibía productos latenienses como armas o fíbulas.
Buena parte de la población insular vivía en un entorno rural agropecuario de poblados y granjas, pero
también surgieron grandes poblados amurallados sobre colinas (hillforts) como Danebury, que poseía una muralla relativamente compleja, remodelada varias veces para asegurar su conservación y aumentar su capacidad defensiva. En el interior del poblado se hicieron cabañas de planta rectangular y circular. Las viviendas circulares eran las más habituales, de unos cinco/quince metros de diámetro, tejado cónico y paredes de piedra sin mortero. Las viviendas del poblado de Danebury eran tan similares que los investigadores han pensado que se trataba de una sociedad igualitaria, en la que no cabían diferencias entre sus miembros.
El territorio insular británico padeció un período crítico de aislamiento entre los siglos IV-II aC, un paulatino retroceso de los poblados fortificados en altura, que algunos asocian con un entorno de mayor pacificación territorial y menor conflictividad social.
Pero la situación de las islas cambió radicalmente en la Edad del Hierro tardía, entre los siglos II-I aC. En este período reapareció el sistema de fortificaciones en altura y se reanudó también el contacto con el continente. La introducción del torno de alfarero en los poblados ingleses también se considera una adopción foránea. El asentamiento de Hengistbury Head representó un importante puerto de comercio en pleno litoral meridional de Inglaterra, donde llegaban barcos del continente con productos de lujo como ánforas vinarias y cerámica de barniz negro campaniense. Los británicos exportaron a través de Hengistbury Head materias primas como hierro, cobre y estaño.
Las tumbas muestran cierta concentración de riqueza, motivada por un leve aumento de los torques de oro y la presencia de objetos excepcionales de artesanía de claro influjo lateniense. Julio César indicó la existencia de élites dirigentes cuyo destino hacia el 20-15aC provocó el establecimiento de reinos tribales con caudillos de nombre propio, que se denominaron reyes y llegaron a acuñar moneda. Los arqueólogos incluso han pensado en la existencia de confederaciones lideradas por un estado central, del que dependían otros estados secundarios.
Norte de Alemania y Dinamarca
La Segunda Edad del Hierro en las tierras del Norte de Alemania y Dinamarca mantuvo la larga tradición del período anterior. La población habitaba pequeños poblados, aldeas y granjas. Este modo de convivencia pacífico aseguraba poblados abiertos y la ausencia de necesidades de defensas en los mismos. En estas zonas no se incorporaron novedades tecnológicas de primer orden como el torno de alfarero, no se recurrió a la utilización de moneda, no llegaron redes de intercambio comercia del sur.
La economía era agropecuaria, con notable importancia del centeno por su capacidad para resistir las bajas temperaturas, y del ganado bovino. Las viviendas de Jutlandia prueban la importancia del ganado en la vida cotidiana, donde parte de la vivienda era residencia y la otra parte cuadras para el ganado. En Dinamarca la distribución de los poblados fue condicionada de manera estricta por la distribución de los mejores suelos. Los enterramientos no se conocen bien, pero en aquellos que se documentan aparece el uso del rito de incineración, con las cenizas en cerámicas toscas y rodeadas de un ajuar pobre.
Este modelo de sociedad no superaba el nivel tribal o de jefaturas poco desarrolladas, lo que contrastaba con las regiones de más al sur. Que mantuvieron contactos ocasionales con esas culturas sureñas como La Tène lo demuestra la aparición del caldero de Gundestrup hallado en Jutlandia y de origen lateniense.
Europa oriental: La Cultura Escita
Los escitas padecieron una invasión militar hacia el 513 aC del poderoso ejército persa de Darío I. Pero el pueblo escita superó estos contratiempos, hasta el punto de que en los siguientes dos siglos se recuperaron de manera plena y conocieron su época de mayor esplendor político.
El poder de los reyes escitas fue creciendo hasta chocar con otra potencia emergente, la Macedonia de Filipo II, que les infringió una derrota en el 339 aC. Unos cuarenta años después desaparecieron por causas todavía no consensuadas: tal vez una invasión extranjera de los sármatas; quizás una crisis económica; o tal vez circunstancias climáticas.
La presencia escita tiene su representación más característica en el yacimiento de Belsk, que se fundó hacia el 610 aC. Se trata de un recinto fortificado que alcanzó los 33km de recorrido. Pero quizás lo más llamativo son las extraordinarias tumbas reales, de las cuales conviene mencionar tres.
El kurgán de Tolstaia Mogila de mediados del siglo IV aC. Encaramado en el lugar más elevado de una larga cadena de veinte kurganes, que ocupaba dos kilómetros de largo. Tenía una altura de 9m y un diámetro de unos 60, rodeado por un foso ancho de dos metros y metro y medio de profundidad. Se hallaron ánforas y huesos de varios animales, que testimonian un banquete fúnebre. El túmulo cubría dos sepulturas: la primera un dromos, y una cámara con los despojos de un hombre y su servidor, junto a los cadáveres de dos caballos con sus respectivos arreos y de dos palafreneros, uno de ellos un niño de unos diez o doce años. En la segunda sepultura había los restos de una mujer y un niño, próximos a los cuerpos de dos servidores. El cuerpo de la mujer estaba cubierto por joyas de oro y rodeado de una vajilla de plata, cerámica y vidrio. El cuerpo del niño reposaba en un sarcófago de madera.
El kurgán de Solokha en la orilla izquierda del Dniéper a principios del siglo IV aC. El túmulo alcanzó una altura de 19 metros y tenía un diámetro de 100m, ocultando dos grandes tumbas. La principal con los restos de una mujer y dos caballos. La segunda contenía el cadáver de un individuo masculino, junto al de un portador de armas, un sirviente y cinco caballos.
La tercera tumba es la de Koul-Oba, en Crimea oriental, datada en el 400-350 aC. Tenía una planta casi cuadrada y se alzaba unos 5,3m de altura. Daba cobijo a un hombre que reposaba en tarima con una diadema coronada por un sombrero con colgantes de oro, un disco de oro de casi medio kilo en su cuello y pulseras en cada muñeca. Próximo al cuerpo se hallaba un sarcófago con una mujer, cubierta con un vestido de brocado y numerosos objetos de oro como una diadema con colgantes. En la tumba se halló un tercer cadáver, que se ha interpretado como un posible palafrenero.