Europa ha sido foco de civilización desde que nació para la historia; sin embargo, todavía no se había constituido en naciones. Heredera de la cultura griega, heredera de Roma, de la concepción judeo-cristiana de la vida, así como de las fecundas energías germánicas y escandinavas, Europa ha vivido durante quince siglos una aventura que es única en la historia del mundo.
Vistos desde muy cerca, sus anales ofrecen la imagen de un campo cercado o bien de una selva impenetrable. Vistos desde arriba, vueltos a colocar dentro de la escala mundial, su evolución aparece como un fenómeno profundo de transfiguración del hombre y de la tierra en beneficio del hombre. Gracias a Europa, el mundo ha evolucionado vertiginosamente, en estos últimos quince siglos, como no lo había hecho durante milenios. Hoy, a fuerza de haber prodigado sus lecciones a los demás pueblos, Europa ha dejado de ser el único crisol donde se prepara el futuro. Olvidando aquello que aún los separa demasiado, ha llegado el momento de que los europeos tengan por fin conciencia de la incomparable misión humana que les ha sido encomendada desde sus orígenes y recuerden que tal misión, por encima de sus rivalidades y de sus odios, siempre los unió formando un solo pueblo. Es preciso que miren hacia atrás, no para deleitarse en el recuerdo de sus glorias muertas, sino para hacer surgir una nueva luz.
Europa crece y se multiplica
Tal vez, de manera menos efectista que la industria y las técnicas, pese a que la medicina y la higiene más lentas en hacer visibles sus efectos, éstas contribuyeron poderosamente en la metamorfosis del aspecto de Europa. La mortalidad infantil disminuyó ostensiblemente y el promedio de duración de la vida se hizo a la vez mayor. Desde que, en el año 1796, el inglés Jenner hizo retroceder el peligro de la viruela, las victorias de la medicina fueron incontables. Basta mencionar los nombres de los ingleses Parkinson, Bell, Hodgkin y Addison, de los franceses Bichat, Laennec, Broussais y Dupuytren o los alemanes como Virchow, Traube y Wunderlicht o el húngaro Semmelweis, que acabó con la fiebre puerperal..
El Londres que describe de Dickens, en 1840, tenía menos de 2 millones de habitantes, pero cuarenta años más tarde se acercaba a los cuatro millones. El centro de la ciudad se reservó para el mundo de los negocios, el mundo en que se alojaba Oliver Twist, un extenso y regular trasiego de transportes urbanos, del centro a los aledaños le dio a Londres un aspecto singular. Esta vida agitada llevó a los ingleses a crear el "descanso de fin de semana -the week end-, hábito que se extendió, poco a poco, a todos los países europeos.
El movimiento urbano fue menos importante en Francia, país de aldeas y en las dos terceras partes de sus provincias hubo un rápido aumento de la población rural. Bajo Napoleón III y el impulso de Haussmann, París se convirtió en un muy importante centro urbano de Europa; su población de 1.000.000 de habitantes, se duplicó. Otras ciudades importantes de Europa oriental la seguían: San Petersburgo, Moscú y Viena, con 800 mil, 600 mil y 700 mil, respectivamente.
Un siglo antes, José II había hecho un paseo público del famoso Prater de Viena, tan famoso como los Campos Elíseos, de París.
Berlín, en muy poco tiempo pasó a ser una de las mayores ciudades del mundo; los 150 mil berlineses de 1800, ochenta años más tarde pasaron a ser una población de 1.150.000, convertida en la capital industrial y comercial de Alemania, sin rival en el comercio de granos.
Se construyeron dársenas en las desembocaduras del Sena, del Escalda, del Támesis, del Elba, que recibían a los barcos de todo el mundo descargando mercaderías de lejanos países. Hamburgo se transformó en el primer puerto del continente, como lo fue Liverpool en Gran Bretaña. Marsella, bajo Napoleón III , sintió llegada su hora, construyendo dársenas, muelles y almacenes.
El Mediterráneo recobraba la importancia que le había hecho perder el uso de la ruta de El Cabo, y si Venecia era centro para dirigir los negocios internacionales, contaba con puertos como Trieste, Génova y Brindisi para disputarse la ruta de la Indias.
La historia de Europa comienza en una leyenda
Europa era una mujer muy bella, con piel de lirio, que vivía en Fenicia, donde Agenor, su padre, era rey. Un día, mientras jugaba con sus amigas a la orilla del mar, la vio el ardiente Zeus, quedó prendado de ella y se transformó en blanco toro para acercársele. Confiada, Europa montó sobre el lomo del animal. No bien lo hizo, el toro se lanzó al agua y atravesó el mar con la joven fenicia sobre él hasta llegar a la isla de Creta. De aquella unión nacieron cuatro hijos: el heroico Sarpedón, héroe asiático, y Minos, Eaco y Radamanto, tres legisladores tan famosos que luego llegarán a ser jueces indiscutidos de los infiernos...
Aquí la leyenda se aleja para dar paso a la historia.
Europa era una mujer muy bella, con piel de lirio, que vivía en Fenicia, donde Agenor, su padre, era rey. Un día, mientras jugaba con sus amigas a la orilla del mar, la vio el ardiente Zeus, quedó prendado de ella y se transformó en blanco toro para acercársele. Confiada, Europa montó sobre el lomo del animal. No bien lo hizo, el toro se lanzó al agua y atravesó el mar con la joven fenicia sobre él hasta llegar a la isla de Creta. De aquella unión nacieron cuatro hijos: el heroico Sarpedón, héroe asiático, y Minos, Eaco y Radamanto, tres legisladores tan famosos que luego llegarán a ser jueces indiscutidos de los infiernos...
Aquí la leyenda se aleja para dar paso a la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario