Uno de los procesos más influyentes en la sociedad occidental de finales del siglo XVIII fue el cambio, político, social y económico ocurrido en Francia entre 1789 y 1799, la revolución francesa. Durante los diez años que duró se produjo el despertar de la sociedad a un sistema de relaciones entre el pueblo y sus dirigentes. Fue una transformación radical del sistema de poder, no solo en Francia sino en toda Europa, suprimiéndose el dominio absoluto ejercido por la monarquía y se redactaron las Constituciones liberales que proclamaron la separación de poderes para proteger los derechos del ciudadano.
Este gran cambio político y social dio origen a un “Nuevo Régimen” también en el continente europeo. Francia instauró el primer régimen monárquico constitucional con la total separación de poderes: el Ejecutivo lo ostentaba un rey hereditario con poderes recortados, el Legislativo, con gran capacidad de actuación, estaba en poder de una asamblea y el Poder Judicial quedaba independiente. A partir de la implantación en Francia de la república como nuevo sistema de gobierno, el Ejecutivo pasó a ejercerlo una Comisión de gobierno, el Legislativo estuvo representado por una o dos cámaras y el Judicial continuó siendo independiente de los otros dos poderes.
Durante la Revolución fueron eliminados los privilegios del clero y la nobleza, considerados como el primer y segundo estamentos de la sociedad, se otorgaron derechos políticos a la población en general y la burguesía se impuso a la anterior aristocracia respecto al poder político y económico. La soberanía, que hasta 1791 había estado depositada en el monarca por “derecho divino”, paso a ser depositada en la nación.
El Antiguo Régimen en Francia había dado paso al Nuevo Régimen.
Fundamentos teóricos sobre las causas de la Revolución
La revolución que estalló en la Francia de finales del siglo XVIII ha sido considerada como el modelo de revolución política, ya que supuso la conquista del poder por la burguesía y el desplazamiento de la aristocracia. Sin embargo, el espíritu revolucionario no surgió sólo en Francia, puesto que antes de 1789 ya había ocurrido una revolución en Norteamérica. El 4 de julio de 1776 el Congreso de las trece colonias británicas de la costa norte de América aprobó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y continuo la lucha contra su antigua metrópoli. Las trece colonias se convirtieron en los Estados Unidos de América por el Tratado de Paz de París de 1783 donde Inglaterra reconoció su independencia. Los movimientos independentistas contribuyeron a crear en las conciencias ilustradas un creciente deseo de cambios políticos, sociales y económicos que pudieran mejorar la vida de los franceses. La mayoría de los historiadores que han escrito sobre estos acontecimientos están de acuerdo en afirmar que en 1789 se inició una nueva etapa histórica con la supresión del sistema señorial, la proclamación de la libertad e igualdad de todos los hombres ante la ley y la afirmación de la soberanía nacional.
Ya desde el inicio de los conflictos revolucionarios surgió la idea de que no fueron espontáneos, sino que estuvieron ocasionados por intrigas políticas premeditadas. El grupo más relevante estaba dirigido por Luis Felipe, duque de Orleans y primo de Luis XVI. Los valedores del duque fueron destacados protagonistas de la revolución, como el conde Mirabeau, el abate Sieyès o Choderlos de Laclos; así como otros aristócratas, políticos y burgueses de renombre se fueron uniendo desde 1789 contra el sistema de “monarquía absoluta”. Este conjunto de individuos tenía mucha influencia en Francia y se dedicaba a desprestigiar a Luis XVI y a sus sucesivos gobiernos. Los orleanistas proponían la instauración de una Monarquía liberal semejante a la de Inglaterra. Desde la residencia del duque comenzaron a organizar la sublevación de las masas.
Estos testimonios, perfectamente documentados, pronto fueron negados y ocultados por no ser convenientes para la Historia de Francia. Los hagiógrafos de la revolución francesa como Napoleón, Sieyès y muchos de los jacobinos participantes en los acontecimientos, basaron las causas del estallido revolucionario a la injusticia social protagonizada por un grupo de privilegiados que oprimían a la población, desigualdad que era necesario eliminar.
Otra teoría es la esgrimida por los historiadores, sociólogos y políticos de tendencias marxistas que han estudiado esta revolución, en su mayoría franceses. Louis Blanc, Jean Jaurés y Albert Soboul, entre otros, se centraron sobre todo en los problemas económicos como causa fundamental del estallido revolucionario, que al final se concretó en la lucha de clases. Algunos de ellos, han resaltado también la importancia del papel que desempeñaron los sectores más miserables de las ciudades que se organizaban igual que los burgueses, en clubes y sociedades fraternales.
Para otros especialistas, como François Furet, la economía no fue más que una mera situación de base material para explicar la realidad social. Defiende en su tesis que la revolución francesa fue sobre todo un enfrentamiento de individuos y grupos y no solo una lucha de clases. La falta de entendimiento entre unas clases y otras y los frecuentes enfrentamientos entre los diversos grupos humanos fueron para Furet causas determinantes del estallido revolucionario.
La Escuela historiográfica de los Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, se ha ocupado extensamente de estudiar la revolución francesa: sobre todo interesaba la búsqueda de la “historia total”.
La recuperación de la dimensión política de los procesos revolucionarios ha sido defendida por el historiador francés René Remond para justificar que “no hay más historia total que la de la participación en la vida política”.
Las demás revisiones historiográficas que se han realizado y las que aún se encuentran en ejecución pueden llegar finalmente a resolver el problema sobre las causas y consecuencias de la revolución francesa.
Sin embargo, para conveniencia de los gobiernos de la República francesa desde finales del siglo XIX, el verdadero protagonista de la Revolución ha sido el pueblo francés que se sublevó contra la tiranía del rey tomando e incendiando la prisión de la Bastilla para manifestar su rechazo a los opresores monárquicos que impedían a la población evolucionar hacia la libertad, igualdad y fraternidad. Éstas son las enseñanzas que se imparten a los franceses desde su primera infancia y por lo tanto difíciles de cambiar pese a las continuas revisiones de estos hechos históricos. Aunque no hay duda de que existieron numerosos factores ideológicos, económicos, políticos y sociales que desencadenaron el estallido revolucionario. El problema es cuantificar y resolver cuál de ellos fue el más influyente.
Contexto histórico
Durante los últimos años del reinado de Luis XVI, Francia sufría una gran crisis económica. La mayoría de los franceses pertenecía al estado llano o Tercer Estado, compuesto por el común de los vecinos de un pueblo, excepto eclesiásticos, nobles y militares. Francia era por entonces la nación más poderosa de Europa, poseía colonias en varios continentes y su cultura y su lengua dominaban en todas las cortes europeas. Sin embargo, la población francesa se encontraba cada vez estaba más descontenta a causa de un cúmulo de factores como la falta de subsistencias provocada por las malas cosechas y por la actuación de especuladores sin escrúpulos, la sangría en las finanzas debido a la participación de Francia en la guerra de independencia de Norteamérica.
Las condiciones para el estallido revolucionario en Francia se habían ido gestando desde comienzos del siglo XVIII. La burguesía iba en aumento gracias a su progresivo enriquecimiento, pero continuaba privada de los derechos políticos suficientes para hacerse con el poder y con los privilegios que ostentaban el primer y el segundo estamento. Aunque el creciente acceso a los movimientos filosóficos y literarios fue provocando ambición política. El más influyente de todos fue el de la Ilustración, movimiento filosófico y literario del siglo XVIII caracterizado por la extremada confianza en la capacidad de la razón natural para resolver todos los problemas de la vida humana. Los “Ilustrados” franceses más destacados fueron Voltaire, con su crítica a las instituciones, Rousseau que predicaba la doctrina de la soberanía nacional y Montesquieu, defensor de la separación de poderes. Estas ideas fueron publicadas y difundidas en esa época por la Enciclopedia francesa. También influyeron en el cambio de mentalidad política la reciente Constitución de los Estados Unidos de América con su Declaración de Derechos, así como la revolución industrial que se estaba desarrollando en Inglaterra, que desde finales del siglo XVII era una Monarquía Constitucional. Las normas de convivencia y administración del nuevo Estado republicano de Norteamérica despertaron las conciencias burguesas y las prepararon para lograr la mejora de sus condiciones políticas y sociales.
El ascenso económico que estaba suponiendo para la población inglesa las innovaciones tecnológicas y sociales, estimularon a la burguesía francesa. Por otra parte, los estamentos privilegiados exentos de pagar impuestos se encontraban insatisfechos con las reformas emprendidas por Turgot, Necker, Calonne y Brienne. Sus medidas hacendísticas no sólo perjudicaban al Tercer Estado sobre el que recaía el mayor peso fiscal, sino que incluso incidían negativamente en las prerrogativas de los privilegiados. Por unos motivos u otros, a finales del siglo XVIII diversos grupos de la sociedad francesa se encontraban preparados para afrontar el cambio político, social y económico que finalmente se precipitó en el verano de 1789.
Crisis económica y movilización política
En 1787, ante la inminente reforma social y económica, se había reunido en Versalles una Asamblea de Notables. Eran los representantes del Primer y Segundo Estado que deberían dar su aprobación a las propuestas del ministro Calonne sobre el establecimiento de nuevas subvenciones territoriales, que deberían abonar las propiedades agrarias según su extensión y también el rescate de los derechos señoriales percibidos por la Iglesia. Las nuevas medidas fiscales fueron rechazadas por la Asamblea de Notables. Debido a esto, Luis XVI decidió subir los impuestos y reformar la Hacienda para salir de la crisis financiera. Esta decisión llevó a los estamentos privilegiados a presentar sus protestas y a unirse para luchar contra el absolutismo monárquico. Asimismo, el malestar también aumentó en el Tercer Estado, puesto que las nuevas medidas elevarían su carga fiscal. La constante subida de los precios de los alimentos y las malas cosechas de 1787 y 1788 provocaron una crisis de subsistencia que en la primavera de 1789 se transformó en disturbios y motines. Estos tumultos se fueron convirtiendo en una de las fuerzas fundamentales del movimiento revolucionario.
En la bancarrota que se produjo en Francia en 1789, la deuda pública desempeñó un papel muy importante. La política de prestigio internacional adoptada durante todo el siglo XVIII provocó un aumento de los gatos del Estado que tuvo que recurrir a los empréstitos, lo que agravó aún más el déficit público. Las reformas económicas habían fracasado. Los estamentos privilegiados y los representantes del Tercer Estado, enfrentados al absolutismo monárquico, exigieron a Luis XVI la convocatoria de los Estados Generales del Reino. Costumbre que se había establecido en Francia a comienzos del siglo XIV de reunir con carácter extraordinario una Asamblea donde los representantes de los tres órdenes deliberaban por separado y se reunían para aprobar las medidas fiscales.
Ante la urgente necesidad de fondos, el Parlamento de París, haciéndose eco de los tres estamentos y para evitar el hundimiento económico del Reino, impuso a Luis XVI la condición de que para aprobar cualquier futura reforma debía convocar los Estados Generales para que éstos decidieran. El rey tuvo que someterse a las exigencias y el 5 de mayo de 1789 se reunieron en Versalles representantes del clero, nobleza y pueblo llano. Luis XVI anunció que había reunido a los Estados Generales para poner orden en las finanzas del Reino e indicó que tenía intención de mantener su autoridad al invitar a los diputados a resistirse ante el deseo exagerado de reformas. Cuando el rey abandonó la reunión, los estamentos del clero y la nobleza se retiraron a otras salas para deliberar, mientras el Tercer Estado permaneció en la original. En esos momentos comenzaron las discusiones, a la vez que por toda Francia circulaban numerosos cuadernos de quejas y súplicas donde se manifestaban las reivindicaciones del pueblo llano. El primer y segundo estamento aprovechó también este sistema de protesta para exteriorizar su rechazo al absolutismo real.
Los representantes del Tercer Estado, decididos a rechazar el debate por estamentos, se proclamaron “Comunes”, según el modelo británico. A continuación solicitaron el aumento de sus delegados y la primacía del voto individual, con el fin de igualar su peso en el número de votos a los de los privilegiados. Mientras tanto, en París, fueron calando las protestas del pueblo llano y las insurrecciones, algaradas y tumultos se multiplicaron. El 16 de junio de 1789, ante la intransigencia del monarca y por el enfrentamiento ocurrido entre los representantes del primer y del segundo estamento, considerados como el “poder arbitrario”, los delegados del Tercer Estado, único representante del pueblo, se constituyeron en Asamblea Nacional e iniciaron los debates para la reforma fiscal. Sus miembros, con el apoyo de algunos representantes del bajo clero, se reunieron en el pabellón del “juego de la pelota” por habérseles impedido la entrada a la sala de reuniones del palacio. Allí se juramentaron para dar al pueblo una Constitución que fuera capaz de solucionar los problemas económicos, jurídicos, políticos y sociales que afectaban a la población. Luis XVI no tuvo más opción que claudicar e invitar al clero y a la nobleza a unirse a la Asamblea del Tercer Estado.
La desintegración del Antiguo Régimen y la Asamblea Constituyente
La Asamblea Nacional se transformó en Asamblea Constituyente el 9 de julio de 1789, ya que su fin seria redactar una Constitución que convirtiera el antiguo sistema representativo en otro en el que el pueblo llano tuviera las mismas prerrogativas que las de la nobleza y el clero. También redactó un plan que establecía las condiciones en las que se debía basar la nueva Constitución. En primer lugar formularon una “Declaración de los derechos del hombre”, para después fijar los principios de la monarquía, los derechos de la nación y los del rey, así como los derechos de los ciudadanos bajo el gobierno francés. Además, se tenía que precisar la organización y función de la Asamblea de diputados y de las Asambleas provinciales; también convenía determinar los principios y las obligaciones del Poder judicial y las funciones y deberes del militar. El rey, temiendo una revuelta popular, concentró tropas en Versalles, lo que dio lugar a las protestas de la población. La Revolución comenzó dando fin al Antiguo Régimen.
En París se fue caldeando el ambiente, los electores populares eligieron un Comité Permanente para dar su apoyo a los representantes del Tercer Estado, mientras que los partidarios del Duque de Orleans conspiraban para derrocar a Luis XVI. Finalmente, el 14 de julio fueron asaltadas las armerías militares con el fin de distribuir las armas entre la población exaltada. A continuación, la multitud se dirigió hacia La Bastilla, que representaba la opresión del absolutismo real, se produjo la quema de la torre y una gran cantidad de muertos y heridos entre el tumulto revolucionario. El asalto de La Bastilla se conmemora en Francia como el principal triunfo de la democracia.
La Asamblea Constituyente abolió en agosto las prerrogativas del clero y la nobleza al suprimir el diezmo y los privilegios señoriales. Los derechos feudales habían quedado abolidos y la igualdad fiscal aprobada tras establecer la igualdad civil de todos los franceses. El 26 de agosto quedo sancionada la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que proclamaba los principios fundamentales de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. En ese momento se produjo la verdadera revolución jurídica al sustituirse el concepto de absolutismo real por el de soberanía nacional. El Antiguo Régimen había quedado suprimido; comenzaba el Nuevo Régimen.
El comité permanente se transformó en la Comuna de París, sistema de gobierno revolucionario que comenzó a regir la ciudad desde el 16 de julio de 1789 hasta 1794, sustituyendo al gobierno del ayuntamiento parisino. La Comuna de París organizó una milicia urbana, la Guardia Nacional. El ejemplo parisino se extendió por toda Francia y rápidamente los revolucionarios se fueron haciendo con los ayuntamientos. Se organizaron también milicias armadas para reprimir a los que protestaban por el cambio de poderes que se estaba produciendo. El rey, presionado por la Iglesia y por los privilegiados, se negó a firmar las decisiones tomadas por la Asamblea. No obstante, a finales del verano tuvo que sancionar los decretos cediendo a las exigencias de la Asamblea Constituyente.
En octubre de 1789, Luis XVI, obligado por una manifestación de mujeres parisinas que fueron a Versalles para denunciar la crisis de subsistencias y la intransigencia real, se trasladó al Palacio de las Tullerías de París. La Asamblea Constituyente estableció su sede en el mismo Palacio de las Tullerías. Con la multiplicación de los disturbios por toda Francia, se produjo la huida masiva de la nobleza y de los grandes terratenientes que contemplaban atemorizados cómo las instituciones tradicionales se iban aboliendo.
Desde julio se había impuesto el “Gran Miedo” en todo el territorio. Los campesino soliviantados por los acontecimientos y por la escasez y carestía de los alimentos, se dirigieron a los castillos y residencias señoriales para exigir los títulos de los derechos feudales. Al resistirse los señores a entregarlos, muchos de ellos fueron ahorcados y sus castillos y palacios quemados.
Entre febrero y julio de 1790 una comisión de la Asamblea Constituyente elaboró la Constitución Civil del Clero, que suprimió las antiguas instituciones como los cabildos catedralicios y restructuró las diócesis y parroquias. Se otorgaron derechos civiles a todos los religiosos para permitirles abandonar sus cargos y convertirse en ciudadanos, sin privilegios ni regalías.
Con esta nueva ley, Francia consiguió la desamortización y nacionalización de los bienes de la Iglesia que dependía del Estado y no del Papado. Los obispos y sacerdotes se convirtieron en “funcionarios públicos eclesiásticos” y debían jurar la futura Constitución, los que se negaron fueron perseguidos y considerados como contrarrevolucionarios. Los bienes eclesiásticos fueron vendidos a cambio de asignados, bonos de la Deuda pública emitidos por el Estado, auténtico papel moneda. Esta medida provocó la inflación y la depreciación de su valor, aunque favoreció a la burguesía porque se hizo con gran parte del patrimonio eclesiástico.
En 1791 se aprobó la ley Chapelier que decretó la abolición del feudalismo, instauró la libertad de empresa y prohibió las asociaciones y corporaciones gremiales. Fueron suprimidos los gremios y los monopolios y quedó regulada la actividad industrial por la ley de la oferta y la demanda. Esta ley impedía a los trabajadores y a los dueños de las industrias tomar acuerdos o deliberaciones sobre pretendidos intereses comunes.
El Papa Pío VI manifestó su rechazo a las medidas que estaba implantado Francia e instó a Luis XVI a evitar sancionar la Constitución. El rey comenzó a solicitar ayuda a las monarquías europeas para hacer fracasar la Revolución. Impulsado por el miedo y ante la tardanza de la ayuda, el 20 de junio de 1791 huyó con su familia del palacio de la Tullerías, burlando la vigilancia de la Asamblea y de la Comuna de París.
No obstante, los miembros reales y sus seguidores fueron descubiertos y detenidos en Varennes. Inmediatamente fueron obligados a regresar a Palacio donde quedaron en arresto domiciliario. Luis XVI fue suspendido por la Asamblea de todas sus funciones. Esta huida precipitó los acontecimientos y ocasionó la consolidación de la conciencia republicana entre los revolucionarios.
El mundo revolucionario lo constituían varios grupos políticos. El club de los cordeleros, llamados así por reunirse en un antiguo convento de los Franciscanos o “cordeleros”, era un grupo extremista liderado por Danton y Marat, considerado plenamente demócrata porque deseaba la igualdad social y exigía la supresión del régimen monárquico y la instauración de la República. Estos republicanos junto a los jacobinos, revolucionarios exaltados que tenían sus reuniones en el expropiado convento dominico de San Jacobo, incitaron a la población parisina para que se unieran a sus reivindicaciones. El 17 de julio de 1791, una gran multitud se presentó ante el “altar de la Patria” para exigir que se suprimiese la Monarquía y se instaurase la República. Asustada la Asamblea ordenó su disolución a las fuerzas del orden que cargaron contra el pueblo. “La Matanza del Campo de Marte” aumentó la división entre los moderados monárquicos y los revolucionarios demócratas.
Los grupos de los revolucionarios moderados, preocupados por la situación de Francia, fueron los girondinos y los cistercienses. Los primeros, pequeños burgueses defensores de la Monarquía constitucional y procedentes en su mayoría de la región de La Gironda. Los cistercienses, monárquicos liberales, tomaron ese apodo por haber establecido su club en el expropiado convento de los monjes del Císter. Ambos procedían del club de los jacobinos pero se separaron por ser contrarios a la República. No obstante, muchos de los diputados que compusieron las diversas Asambleas en esta época revolucionaria evitaron adscribirse a los clubes políticos, siendo considerados “de centro” por colocarse en los escaños del medio del hemiciclo.
Danton, Marat y Robespierre |
La Constitución de 1791 y la Asamblea Legislativa
El 3 de septiembre de 1791 se proclamó la primera Constitución francesa y jurada el 14 de septiembre por Luis XVI, que fue repuesto en sus atribuciones.
La Constitución garantizaba la libertad económica al abolir los monopolios, los privilegios y los gremios e instauró el principio de libre iniciativa en la creación de empresas y en las relaciones laborales. También se reformó el sistema fiscal al crearse el impuesto directo, denominado “contribución”. Otro de los logros administrativos lo constituyó la organización del Estado con la desaparecieron las antiguas provincias y su sustitución por 83 departamentos, gobernadas por un Procurador general y un Consejo elegido por los ciudadanos activos de cada departamento.
El régimen de Monarquía constitucional y la división de poderes quedaron establecidos en diecisiete artículos. El Ejecutivo lo ostentaba un rey con poderes recortados, como representante hereditario de la soberanía nacional. Al monarca le correspondía designar a los Secretarios y dirigir el ejército y la diplomacia; el Poder Judicial debía ser independiente y el Legislativo quedaba depositado en una Asamblea Nacional Legislativa.
Esta nueva Cámara se encontraba integrada por 745 diputados varones mayores de 25 años, que iban a ser renovados cada dos años y elegidos por los ciudadanos “activos” entre los ciudadanos “elegibles”. Estos diputados debían tener una renta superior a la media establecida de los “activos”, grupo económico al que pertenecía cualquier contribuyente que pagara impuestos directos. Así, los ciudadanos “pasivos” no podrían intervenir en la política oficial, lo que convenía a los burgueses.
La nueva Asamblea agrupaba 264 diputados de “derecha”, en su mayoría pertenecientes al grupo de los girondinos y al club de los cistercienses, más los 345 diputados de “centro”. Estos asamblearios carecían de adscripción política y se encontraban sentados en la parte baja de la sala, en la “Llanura”. Completaban la Asamblea los 136 delegados de la “izquierda”, los pequeños burgueses partidarios de la democracia y de la República como sistema de gobierno. La mayoría pertenecía al club de los jacobinos.
Todos los diputados elegidos como representantes del pueblo por la Asamblea Legislativa lo eran por primera vez. La vida política se había polarizó entre los grupos asamblearios, que trataban de imponer sus ideas desde los clubes, periódicos, salones aristocráticos, etc. En el exterior, los círculos de emigrantes y los gobiernos europeos alentaban a la contrarrevolución.
El pueblo francés continuaba sufriendo las subidas de precios, las represiones contra las insurrecciones llevadas a cabo por la Guardia Nacional y los sermones de muchos eclesiásticos que aconsejaban rebelarse contra la Constitución y el gobierno revolucionario. Los monarcas europeos decidieron unir sus fuerzas y en agosto de 1791 Austria y Prusia firmaron la declaración de Pilnitz, donde alentaban a los demás gobiernos del continente a combatir a la Francia revolucionaria. En abril de 1792, Austria y Prusia formaron la Primera Coalición e invadieron Francia con sus tropas, lo que dio lugar a que la Asamblea les declarase la guerra. El ejército francés, que todavía se encontraba dirigido por aristócratas contrarrevolucionarios, fue derrotado debido a su inferior preparación.
jacobinos contra girondinos |
La Revolución popular, la convención y el terror
La asamblea y el pueblo culparon al rey y sus fieles del fracaso militar. Se formó la “Comuna insurreccional” para luchar contra la Monarquía. A la Comuna parisina se unieron los sans-culottes, hombres del pueblo y revolucionarios partidarios del régimen republicano que vestían el pantalón popular. El 10 de agosto 1792, una multitud provista de armas asaltó el palacio y apresó al rey y a su familia y los condujeron a la prisión del Temple, momento que aprovechó la Asamblea Legislativa para despojar a Luis XVI de todas sus prerrogativas. La población, exaltada por los acontecimientos, comenzó a asesinar a todo contrarrevolucionario, produciéndose el “Primer Terror”.
Se decidió convocar nuevas elecciones por sufragio universal masculino, lo que produjo la disolución de la Asamblea y la elección el 20 de septiembre de 1792 de una Convención. Este cambio político renovó el entusiasmo del ejército francés que ese mismo día consiguió una gran victoria en Valmy contra los ejércitos europeos invasores. La nueva Asamblea o Parlamento se radicalizó hacia la izquierda al quedar apartados los monárquicos fieles a Luis XVI. Para dirigir la nación se formó un Consejo Ejecutivo, cuyo ministro más relevante fue Danton.
La Convención nacional comenzó siendo dirigida por los girondinos y tuvo como primera misión redactar una nueva Constitución que declarara al Estado francés como República. Al rey se le abrió un proceso judicial para culparle de los intentos contrarrevolucionarios. El 20 de septiembre de 1792, y en contra de los dirigentes girondinos, se le consideró culpable de traicionar la Revolución. La Monarquía, como sistema de gobierno había quedado abolida, ya que el 22 de setiembre de 1792 se instituyó la República como sistema político que se fundamenta en la Constitución y en la igualdad ante la Ley de todos los ciudadanos.
Se sustituyó la era cristiana por la revolucionaria, quedando abolido el calendario gregoriano. El 20 de enero de 1793, por escasa mayoría, la Convención decidió la inmediata ejecución del rey.
Poco tiempo antes había comenzado a prepararse una máquina para decapitar a los reos, ya utilizada en siglos anteriores, pero ahora perfeccionada y aconsejada por el cirujano y miembro de la Asamblea Nacional, Guillotin, a quien debe su nombre. El gobierno republicano impuso la guillotina como medio más rápido de ejecución y para la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clases sociales.
El 21 de enero de 1793 Luis XVI fue guillotinado, dando fin así a la Monarquía constitucional. La ejecución del rey Borbón produjo el rechazo de los Estados europeos. Gran Bretaña, España, Holanda y otros países se unieron a la Primera Coalición antifrancesa. Para reforzar el ejército, la Convención ordenó una leva que provocó el levantamiento del campesinado y revueltas en las regiones más católicas, deprimidas y contrarias a la Revolución. El principal movimiento campesino armado se produjo en la región de la Vendée, secundado por monárquicos y religiosos. La Convención quedó dividida y los montañeses fueron consiguiendo poder por el apoyo de los sans-culottes, que deseaban una rápida mejora de las clases desfavorecidas.
Decapitación Luis XVI |
A la Convención girondina se le acumulaban los problemas: rebeliones, la huida de nobles y burguesía por el miedo a la guillotina, el aumento de la inflación, falta de víveres, las guerras exteriores, etc. Para paliar tantas dificultades comenzaron a crearse comités que controlarían cada aspecto social y político.
Primeramente la Convención instituyó en marzo de 1793 el Tribunal Revolucionario Extraordinario para que las personas contrarias al régimen fueran juzgadas inmediatamente. También se repartieron por las ciudades los Comités de Vigilancia y de Seguridad General con el propósito de detectar y solucionar las insurrecciones.
En abril, los diputados más radicales, como Robespierre, formaron el Comité de Salud Pública presidido por Danton, para perseguir, encarcelar y ejecutar a los enemigos de la Revolución y para controlar la actuación del gobierno girondino. Por su parte, éste creó la Comisión de los Doce que vigilaría y juzgaría a los perturbadores del orden público. Finalmente, el malestar general favoreció a los jacobinos, que tras hacerse con la Guardia Nacional, fueron arrestando a los diputados girondinos. El 2 de junio de 1793 comenzó el gobierno del Terror.
Robespierre, la figura más destacada del club de los jacobinos, se puso al frente de la nueva Convención jacobina, dirigida ahora por los montañeses. Robespierre quería transformar la sociedad francesa que se basaría en los ideales ilustrados y en el radicalismo democrático fundado en la sola razón (la diosa Razón), debiendo estar dirigida por un Estado centralizado en el que todos sus habitantes fueran iguales en derechos y deberes. Robespierre intentó sustituir el Cristianismo por un culto de Estado dedicado al Ser Supremo. El comité de salud pública suprimió los últimos privilegios del clero, la nobleza y la alta burguesía, así como de juzgar y guillotinar a todos los sospechosos antirrevolucionarios. En el verano de 1793 quedó impuesta la “Dictadura del Terror”.
También fue elaborada la segunda Constitución francesa. La Constitución del Año I (junio de 1793) no terminó de implantarse, pero ha sido considerada como la más democrática y avanzada. Recogía el sufragio universal masculino y directo, el poder ejecutivo debía ser elegido por la Asamblea entre los candidatos de los departamentos, se consolidaban los derechos de trabajo, asistencia e instrucción gratuita,obligatoriedad de la enseñanza primaria, la abolición de la esclavitud y el derecho a la rebelión.
La nueva Constitución no resolvió los problemas de la sociedad francesa. Continuaron las insurrecciones en varios departamentos. Charlotte Corday, seguidora del club de los girondinos, asesinó el 12 de julio de 1793 a Marat, líder de los sans-culottes. A causa de este homicidio se desató el “Gran Terror” por parte de los jacobinos. Se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron las persecuciones. Durante el año que dominó la Convención jacobina se ajustició a la reina María Antonieta y su familia, varios revolucionarios, los diputados girondinos de la primera Convención y otros políticos como Danton y Desmoulins, partidarios de la extrema izquierda aunque contrarios a la extensión del Terror. Robespierre justificaba la represión como exigencia de la “virtud” que predicaba, y no dudó en ejecutar a destacados líderes de los sans-culottes, como Hebert.
Robespierre se convirtió en el “gran dictador” a finales de 1793, dominaba el ejecutivo y el legislativo. La oposición casi había sido anulada y aunque el ejército, conseguido gracias al servicio militar obligatorio, estaba cosechando triunfos contra las monarquías europeas, el elevado número de soldados había dejado al campo sin brazos. La crisis económica no terminaba de solucionarse, pese a la nueva ley de precios y salarios y la requisa de alimentos que Robespierre había decretado para evitar especulaciones ante las malas cosechas.
En septiembre de 1793 se publicó la ley del Máximum general que fijaba los precios máximos que podían alcanzar las subsistencias y los salarios. Esta economía dirigida triunfó en ese momento y permitió alimentar a la población y al ejército, medida que propicio la aceptación del “dictador” por el pueblo francés.
Por el contrario, la burguesía revolucionaria partidaria de la libertad económica se apartó de este gobierno que imponía todas las medidas a base del “Terror”. Robespierre con su intervencionismo político y económico dirigía todo el Estado.
En 1794 las crisis políticas y sociales fueron en aumento. El Comité de Salud Pública fue perdiendo la conformidad de la mayoría parlamentaria, que ya estaba cansada de la represión y la intervención económica. En la Llanura, los representantes más significativos de este sector de la Convención, comenzaron a conspirar contra Robespierre y sus seguidores para hacerse con el gobierno de la Convención. El 9 de Termidor (27 de julio de 1794) dieron un golpe de Estado apresando a Robespierre y a los partidarios del terror y guillotinados inmediatamente. La República de la Virtud, patrocinada por Robespierre había finalizado.
De esta forma se produjo otro cambio político, ahora eran los burgueses de la Llanura los que desataron lo que se ha denominado “reacción termidoriana”. Se suprimió el Comité de Salud Pública, se depuró el tribunal revolucionario y los girondinos regresaron del exilio. Se decretó la persecución contra los jacobinos dándosele el nombre de “Terror blanco”. Fue restablecido el culto católico y suprimido la ley del Máximum general, quedando restablecida la libertad de precios. Estas medidas produjeron mayor pobreza en las clases populares. La inflación y la escasez de alimentos provocada por las malas cosechas de 1795 agravaron la situación y dieron lugar a levantamientos populares que fueron reprimidos por el ejército al mando de un joven general, Napoleón Bonaparte.
El final del final de la Revolución: El Directorio
La tercera Constitución francesa, que supuso un amplio retroceso respecto a las dos anteriores, fue aprobada en setiembre de 1795. Sólo se mantenía la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el derecho a la propiedad, mientras se anulaban muchos de los derechos conseguidos en las anteriores etapas revolucionarias.
La Asamblea de diputados fue dividida en dos cámaras: el Consejo de Ancianos, que tenía la misión de aprobar las leyes; y el Consejo de los Quinientos, encargado de elaborar los proyectos de ley que debía de ratificar el Consejo de Ancianos.
El poder ejecutivo lo ejercía un Directorio formado por cinco miembros designados por el Consejo de Ancianos sobre una lista de diez, propuesta por el Consejos de los Quinientos. Había quedado suprimido el sufragio universal, que fue sustituido por el censitario. Se mantuvo la división de la administración territorial de la primera Constitución.
Las reformas políticas y sociales llevadas a cabo por el Directorio no consiguieron la paz interior ni exterior y el problema financiero continuaba sin resolverse. Se produjeron varias sublevaciones contra el gobierno del Directorio, como la Conjura de los Iguales, que deseaba instaurar un régimen de tipo comunista con la supresión de la propiedad privada y el establecimiento de una administración común. Estos idealistas fueron condenados y guillotinados en mayo de 1797.
Mientras tanto, el gobierno del Directorio tuvo que volver a la moneda metálica, acción que provocó la deflación, favorecida también por las buenas cosechas de 1796 y 1797. El déficit del Tesoro continuaba sin resolverse. Para pagar las deudas del Estado, los “directores” resolvieron recurrir a banqueros, abastecedores, especuladores, etc. y gracias a las victorias obtenidas frente a las coaliciones extranjeras, decidieron abordar una reforma financiera para reducir la deuda. También se restructuró el sistema fiscal con nuevos impuestos.
En el exterior, gracias a su ya poderoso ejército, continuó conquistando territorios europeos. Se fundaron “Repúblicas hermanas” tributarias del Estado galo. En julio de 1798, Bonaparte fue enviado a Egipto para interceptar la colonización inglesa hacia la India. Sus tropas consiguieron la ocupación del noreste africano tras el triunfo en la Batalla de las Pirámides. Sin embargo, en agosto de ese año, la flota francesa fue aniquilada frente a Egipto por el Almirante inglés Nelson. Este éxito propició la formación de una Segunda Coalición antifrancesa compuesta por Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y el rey de Nápoles. En la primavera de 1799 Francia perdió toda Italia y Alemania.
El directorio se encontraba en su fase más baja. Sus fracasos militares, administrativos y políticos incitaron a que algunos de sus directores decidieran recurrir a la fuerza del ejército para solucionar los problemas.
Llamaron a Napoleón Bonaparte y de acuerdo con él organizaron un golpe de Estado, que se produjo el 18 de Brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799). El triunfo de este golpe de Estado incruento puso fin a la etapa revolucionaria del Directorio e inició la del Consulado, comenzando la dominación napoleónica.
Directorio Francés |
El difícil proceso de cambio: Alcance y trascendencia de la Revolución
Cuando surgieron los acontecimientos revolucionarios en 1789, el Tercer Estado no pretendía derrocar a Luis XVI. El pueblo aceptó que un monarca gobernase la nación, hasta que los procesos revolucionarios fueron cambiando su mentalidad. Rápidamente, el pueblo llano asumió las ideas republicanas y el deseo de un Estado sin dirigentes privilegiados, donde todos los hombres tuviesen oportunidad de progresar. La mayoría de la sociedad francesa se fue radicalizando hacia la izquierda. En diciembre de 1792, la presión de las masas junto con la traición del rey llevaron a los diputados de la Convención a declarar la República como nuevo régimen de gobierno.
La Revolución modificó la demografía francesa. Se produjo un retroceso de la natalidad y un aumento de la mortalidad por las sublevaciones, represiones, emigraciones, guerras, epidemias, escasez de alimentos, etc. No sólo París y las grandes urbes sufrieron enfrentamientos y revueltas, también el campo fue muy perjudicado por esas luchas, malas cosechas y la falta de brazos jóvenes. No obstante, el avance de la democracia en Francia, a partir de la instauración del nuevo régimen de gobierno, tuvo consecuencias muy positivas para el progreso mundial. El afán de Robespierre de imponer un sistema científico en todos los aspectos de la vida del hombre que pudiese mejorar y normalizar el sistema social y económico, dio como resultado la racionalización del sistema de pesos y medidas.
A partir del triunfo de la revolución surgió la sociedad de clases que suplantó a la sociedad estamental. Esta revolución contribuyó a que en muchos de los Estados europeos del siglo XIX se proclamara la libertad e igualdad de todos los hombres ante la ley y se establecieran regímenes constitucionales cimentados en la soberanía nacional. Asimismo, fue asimilada la noción del “interés común” por encima del privado. Se consiguió pasar de la monarquía absoluta, característica del Antiguo Régimen a la división de poderes del Nuevo Régimen.
Europa se comportó de diferente manera durante los años revolucionarios. En Suiza, Bélgica y Gran Bretaña las ideas divulgadas por Francia reavivaron lo deseos de cambio, aunque otros países como España e Italia se fueron incorporando al nuevo proceso por la fuerza de las armas francesas. En Suecia, Dinamarca, Prusia o Polonia, los gobiernos monárquicos intentaron defenderse de la influencia extranjera estableciendo sus propias reformas. En las monarquías más conservadoras como Rusia y Austria los pensamientos revolucionarios también propiciaron avances políticos. Aunque no hay duda de que fueron las tropas francesas las que propagaron las nuevas ideas y sistemas de gobierno constitucionales.
Así, la historia de las relaciones entre Francia y Europa durante esta época ha quedado definida por el espíritu revolucionario. Los soberanos absolutistas europeos se dieron cuenta de que la única forma que tenían de frenar esa influencia consistía en la unión de todos sus ejércitos y en la total supresión del francés.
Pero a partir de 1795 las victorias francesas hicieron que las potencias europeas comenzaran a utilizar la vía diplomática. Por el Tratado de Basilea de abril de 1795, Prusia renunció a la orilla izquierda del Rin a cambio de compensaciones en la orilla derecha. Como prolongación de este Tratado fue firmada la paz entre Francia y España el 22 de julio de 1795, acuerdo que establecía la obligación del Directorio de devolver los territorios ocupados en España y a cambio el gobierno de Carlo IV cedió a Francia la parte española de la isla caribeña de Santo Domingo. También fueron normalizadas las relaciones comerciales entre ambos países. La firma del Tratado de San Ildefonso de la Granja del 26 de agosto de 1796 entre Francia y España instauró una alianza con el Directorio para unir sus flotas y mermar el poderío de Gran Bretaña. Austria, en octubre de 1797 firmó la paz de Campoformio donde reconoció las Repúblicas establecidas por Francia. El Directorio centró sus esfuerzos en luchar contra Gran Bretaña, aunque no consiguió someterla.
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