Las hojas de otoño se pegaban a las botas, una llovizna golpeaba los árboles. La alfombra del otoño yacía a sus pies. Los árboles de arriba estaban casi desnudos, ya que los fuertes vientos los obligaron a deshacerse de sus abrigos. El cielo era de un oscuro azul grisáceo y negro que prometía nubes que se sumarían al agua ya preparada en el suelo, la noche se acercaba rápidamente. Los pájaros trinaron sus últimas canciones y en algún lugar un pájaro carpintero llamó a la puerta.
El hada del otoño removió las hojas caídas con sus alas y se rió mientras quedaba envuelto en un efecto similar a una bola de nieve. Cayó desplomado contra una maraña de raíces de árboles. Su túnica de piel de topo, sus calzas y su sombrero de calavera de ratón estaban salpicados de tierra, pero no le importaba.
Un viento helado hizo caer más hojas y el hada subió y bailó con ellas mientras caían. Los cabellos terráqueos danzan todos iguales al son de trompetas invisibles que surgen desde las profundidades de la tierra mientras el viento transmite su melodía, creando un vals de hojas colorido donde las hojas danzan sincronizadas. El hada del otoño dirige esta melodía como un director de orquesta: una sinfonía silenciosa y un espectáculo para los observadores y viandantes.
Esta era su época favorita del año. El bosque resonaba con fuerza con su risa, pero para los oídos humanos sonaba como el murmullo del arroyo.
Hay belleza en las mañanas de Otoño, en los cielos frágiles, en la incierta brisa que anticipa la lluvia, en las nubes amenazantes que el viento desplaza a su antojo, en el sol tímido y su pulso luminoso, en el frío con amor propio que irrumpe cada amanecer, en las noches cálidas que reclaman manta y llama...¿Qué sería de nosotros sin el rigor del calendario?
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