Con el levantamiento de 1808, la ocupación francesa, la guerra y la revolución gaditana se inició un largo proceso que puso fin a las estructuras del Antiguo Régimen en la Península y que sentó las bases de nuestro modelo actual. Las importantes transformaciones que se produjeron fueron acompañadas de no pocas dificultades a lo largo de gran parte de la centuria. Diferentes textos constitucionales, pronunciamientos, cambios de régimen, guerras civiles, se sucedieron y contribuyeron a reforzar la imagen de un territorio peculiar, proclive al fracaso y con unos ritmos de cambio distintos de los del resto del continente.
La península en la Europa de la revolución de 1830
Los cambios en la situación internacional a partir de 1830, supusieron un duro golpe al absolutismo en la Península Ibérica. El triunfo de la revolución en Francia y la subida al poder de Luis Felipe, el “rey burgués”, parecían legitimar al liberalismo y colaboraron en el proceso de implantación del Estado liberal en los años centrales de la década. En 1830 y 1831 se produjeron levantamientos liberales, que fracasaron tanto en Portugal como en España, pero la vuelta de don Pedro desde Brasil y la enfermedad de Fernando marcaron el principio del fin del absolutismo miguelista y fernandino.
En 1831, Pedro I abdicó de la Corona en Brasil y regresó a Europa, presentándose como Regente hasta que su hija María de la Gloria pudiese ejercer el poder. Se instaló en las Azores, restableció la Carta constitucional de 1826 e inició un gobierno reformista dirigido por Mouzinho da Silveira, con la intención de terminar con el Antiguo Régimen. Pero había que destronar a don Miguel y para ello fue precisa una guerra civil entre los liberales y los miguelistas. En mayo de 1834, muerto Fernando VII y con una reina regente enfrentada al absolutismo, y tras la firma en abril de la Cuádruple Alianza por parte de las cuatro monarquías constitucionales europeas, la balanza se inclinó del lado de los liberales. Don Miguel tuvo que partir unavez más al exilio y se restableció en todo el país un régimen constitucional bajo la Carta del 26. Sin embargo, los restos del miguelismo supieron aprovechar el descontento en algunos sectores rurales, provocando la aparición de focos belicosos entre 1835 y 1839.
En España, la cuarta boda del rey Fernando y los nacimientos de sus hijas Isabel (1830) y Luisa Fernanda (1832) plantearon un problema dinástico y a la vez político, pues en torno al heredero hasta entonces, Carlos María Isidro, se habían reunido los “ultras”. En los últimos años de vida de Fernando se asistió a una intensa lucha en la Corte en torno a la Pragmática Sanción, que legitimaba la subida al trono de la quesería la futura Isabel II. En el trasfondo estaba la lucha entre los absolutistas “ultras”, partidarios de Carlos,y los realistas y liberales moderados, que consideraban la regencia de María Cristina como una oportunidad para implantar un régimen liberal, sin caer en los extremismos del Trienio. Tras los sucesos de la Granja de 1832 y los cambios en el gobierno se pudo ver claramente el triunfo de esta alianza entre moderados.
Indultos, amnistías para los liberales exiliados, reapertura de universidades cerradas, fueron algunas de las decisiones del entorno de María Cristina, anunciando la puesta en marcha de la transición hacia el régimen liberal. La muerte del rey fue el golpe definitivo. Así lo interpretaron los absolutistas y aparecieron en distintos lugares del territorio partidas carlistas dispuestas a defender los derechos de Carlos V y el Antiguo Régimen. Era el comienzo de una sangrienta guerra civil. La primera guerra carlista (1833-1840) fue el telón de fondo de las reformas que iban a establecer las bases del nuevo régimen liberal posrevolucionario.
Fernando VII, María Cristina y Carlos María Isidro |
En 1834, en los dos países peninsulares se habían dado pasos hacia el régimen constitucional. En Portugal con el restablecimiento de la Carta Constitucional; en España con la promulgación del Estatuto Real. Pero con ambos textos se frustraron las esperanzas de muchos liberales. El Estatuto Real no era una Constitución, sino un “artificio político” obra de Martínez de la Rosa. Propugnaba un régimen basado en la soberanía del Rey y de la Cortes, si bien éstas sólo podían legislar a propuesta del monarca, quien también tenía la facultad de nombrar y cesar libremente al Presidente del Consejo de Ministros. El Parlamento era bicameral, con una Cámara reservada a la nobleza, los Próceres, y una cámara baja, la de los Procuradores del Reino, elegida por sufragio censitario. Se echaba en falta la mención a la soberanía nacional y la enumeración y garantía de los derechos individuales. Así, mientras se daban los primeros pasos para la transición al liberalismo, el gobierno tenía que hacer frente no sólo a una guerra civil contra los carlistas, sino también a una oposición liberal cada vez más radicalizada, a la que se empezaba a conocer como “progresista”.
Incidentes como el de Madrid en julio de 1834 o el pronunciamiento de Cayetano Cordero en enero de 1835 y sobre todo la ineficacia frente a los carlistas, pusieron en evidencia la incapacidad de los liberales moderados para controlar la situación. La Corona intento un acercamiento a los progresistas con la subida al poder de Mendizábal, cuyo gobierno es conocido sobre todo por su labor desamortizadora, pero fue incapaz de solucionar los problemas políticos a que se enfrentaba el régimen. Por ello los progresistas no dudaron en recurrir al pronunciamiento; finalmente, el motín de un grupo de sargentos en La Granja (agosto de 1836) obligó a la Regente a jurar la Constitución de 1812.
Primera Guerra Carlista |
Un renovado gobierno progresista convocó cortes constituyentes de acuerdo con las normas de la Constitución de 1812 y se elaboró una nueva constitución, aprobada en 1837. Ésta mantenía la soberanía nacional y algunos derechos individuales, fortaleciendo a su vez la posición del monarca que era el que convocaba y disolvía las Cortes y nombraba y separaba a los ministros. El nuevo parlamento era bicameral y los diputados eran elegidos por sufragio censitario. Esta nueva Constitución era un texto transaccional, que intentaba conciliar a las dos ramas del liberalismo, manteniendo un cierto equilibrio entre moderados y progresistas. Una Monarquía constitucional y un primer sistema de partidos quedaban esbozados, aunque la práctica política demostró muy pronto que el régimen liberal aún no estaba sólidamente asentado. De hecho, pronto se puso en evidencia que los militares iban a desempeñar un papel importante ante la debilidad del poder civil. Espartero y Narváez se convirtieron en los “espadones” de las dos tendencias del liberalismo español y protagonizaron junto con otro general, O’Donnell, la política española en los siguientes años.
Motín de la Granja (1837) |
El restablecimiento del régimen liberal en Portugal en 1834 no había terminado con las diferencias entre los liberales portugueses, bien al contrario, las discrepancias entre los moderados partidarios de la Carta, “cartistas”, y los defensores de la soberanía nacional, herederos de los “vintistas”, habían aumentado. De hecho en 1836, la tensión llegó a su punto álgido con un movimiento revolucionario en Lisboa, obligando a María II, reina desde hacía dos años, a poner en vigor la constitución de 1822. Durante cuatro años, los “septembristas”, nombre con el que fueron conocidos desde ese momento los liberales más progresistas en Portugal, controlaron el poder. Eran partidarios de eliminar el poder moderador del rey, de suprimir la Cámara de los Pares, del control del ejecutivo por las Cortes, de las elecciones directas y de la extensión del derecho de voto. Los intentos “miguelistas” y “cartistas” de desbancar a los “septembristas” llevaron a intentar una solución de compromiso que asegurase la monarquía constitucional. Se elaboró una nueva constitución, que entro en vigor en abril de 1838; pero su vida sería corta. La colaboración con los “cartistas” pasó factura a los septembristas que en las elecciones de agosto de 1838 aparecieron muy divididos, lo que facilitó la consolidación de un bloque liberal moderado que, apoyándose en Costa Cabral y a través de un pronunciamiento (1842) reinstauró la Carta Constitucional de 1826, texto en el que primaban los intereses de la élite social. Así Portugal retornaba a la vía liberal moderada pero la presencia de Costa Cabral, representante del sector más conservador al frente del gobierno, auguraba nuevos enfrentamientos.
La península en la Europa de la revolución de 1848
En la década de 1848, la sustitución del Antiguo Régimen por un Estado Liberal en la Península era ya irreversible. Durante los años 30 se habían realizado profundas reformas en el terreno económico, social y político, que debilitaron a los antiguos estamentos, privándolos de su posición privilegiada. Pero el régimen recién nacido arrastró algunos problemas desde el principio. El final de las guerras civiles entre liberales y absolutistas no significó la desaparición del uso de la fuerza como arma política.
En España, el abrazo de Vergara en 1839 anunciaba el final de la primera guerra carlista, que había marcado el desarrollo de la revolución liberal. Una de las consecuencias de la guerra fue la importancia que cobraron los militares en la política; tanto la Corona como de los partidos mostraron una tendencia a recurrir a los generales, que pasaron a constituir un elemento fundamental en los cambios políticos. La regencia de Espartero constituye un buen ejemplo de la nueva relación entre políticos y militares. La actitud de los moderados, convirtiendo al general Narváez en el valedor de María Cristina, constituyó la confirmación de la aparición de los militares en la dirección política. De hecho, cuando Espartero, debido a sus errores políticos, perdió el apoyo popular y de gran parte de los progresistas, fue el general Narváez quién terminó haciéndose con el control de la situación. Comenzaba el largo período conocido como “la década moderada” (1844-1854), que supuso una rectificación en clave conservadora de la revolución liberal.
Espartero y Narváez |
La reinado de Isabel II. Moderados, progresistas y demócratas
- La década Moderada (1844-1854)
Los moderados tenían su base en la nueva burguesía mercantil e industrial y su ideario político era el liberalismo doctrinario, de raíz francesa. Entre los elementos esenciales de esta filosofía estaban la defensa de la propiedad privada como un principio absoluto y sagrado, el orden público y el centralismo. La nueva Constitución de 1845 respondió a estos principios. Se volvió a la soberanía compartida entre las Cortes y el Rey; se suprimió la Milicia Nacional; se fortaleció el poder del Gobierno, regulando los derechos de los ciudadanos; el Senado dejó de ser una Cámara electiva y se rompió con el equilibrio que se había alcanzado con la Constitución del 37 entre progresistas y moderados. La Ley Electoral dejó reducido el número de electores a menos de 100.000 personas.
El concordato de 1851 restablecía las relaciones entre la Iglesia y el Estado tras las medidas desamortizadoras. Se reconocía la religión católica como “única de la Nación”, con exclusión de cualquier otro culto, y el Vaticano renunciaba a revertir las desamortizaciones, mientras el gobierno se comprometía a sostener económicamente a la Iglesia en compensación, con lo que se fortalecía y complicaban los lazos que ligaban al Estado con la Iglesia en España.
La obra de los moderados se caracterizó por su sesgo centralizador y racionalizador. En todos los ámbitos se optó por una organización jurídica única para toda España, por el contrario, no fueron capaces de hacer funcionar el sistema y de dotar al sistema de estabilidad política. Divididos en tres tendencias ejercieron el poder con el apoyo de la Corona, marginando a la oposición progresista, que estalló en levantamientos en el 48, 54 y 68.
Los progresistas, la oposición a los moderados, tenían su base en los niveles inferiores de las clases medias urbanas, el artesanado y en amplios sectores del ejército. Reclamaban que todo el poder del Estado emanase de la voluntad nacional. Con Espartero en el exilio carecían de un líder claro, convirtiéndose la prensa en su principal portavoz. La revolución de febrero de 1848, que tanta repercusión tuvo en otros lugares de Europa, tuvo escasa repercusión en España. Si acaso, las jornadas de marzo y mayo en Madrid y otras ciudades sirvieron para que el partido moderado girase a la derecha. Su dureza le valió la admiración de las potencias conservadoras europeas. Por el contrario, la sospecha del apoyo de la embajada británica a los amotinados, provocó una ruptura diplomática. Narváez salió fortalecido de la crisis y gobernó de forma dictatorial durante nueve meses.
La derrota supuso un golpe para los progresistas, que vieron cómo se desgajaba por su izquierda la facción más radical, que comenzó a ser conocida como “demócratas”, y que pasarían a ser los defensores del sufragio universal, alejándose con el tiempo de la monarquía para propugnar la república como único régimen aceptable.
Las revueltas de la década de 1840 en Portugal
En Portugal, el pronunciamiento de Costa Cabral en 1842 había desembocado en un gobierno de “dictadura administrativa”. Al igual que su contemporáneo Narváez, su objetivo era modernizar el Estado desde el control y el orden y el ejercicio de su autoridad. Su actuación en el gobierno suscitó la oposición de todas las fuerzas políticas. En 1846 estalló la revuelta denominada “María da Fonte”, en origen un levantamiento popular ante nuevos impuestos, la realización del catastro y un decreto sanitario que prohibía enterrar en las iglesias. Esta revuelta es seguida sobre todo por los campesinos, clero y nobles de la zona del Miño.
Revolución de Maria da Fonte |
Los septembristas secundaron el levantamiento con pronunciamientos en muchas ciudades importantes, en las que se formaron juntas revolucionarias. La generalización de la protesta provocó la caída de Costa Cabral constituyéndose un nuevo gobierno con sectores moderados del septembrismo y del cartismo, bajo la dirección del duque de Palmela.
Cuando, poco meses después, la reina forzó a dimitir a Palmela, sustituyéndolo por un nuevo gobierno de cabralistas, encabezado por el general Saldanha, estalló una revuelta general, la patuleia. Esta movilización urbana tenía detrás a septembristas, cartistas moderados e incluso miguelistas, y desembocó en una auténtica guerra civil. En Oporto se constituyó una Junta del Gobierno Provisional del Reino, un gobierno revolucionario presidido por el conde das Antas, que contó con el respaldo de parte del ejército.
Ante las dificultades para lograr una victoria clara, el gobierno de Lisboa solicitó la intervención de las potencias firmantes del Tratado de la Cuádruple Alianza. Barcos británicos y tropas españolas consiguieron la rendición de la Junta de Oporto a cambio de una amnistía y la convocatoria de elecciones. Siguieron meses difíciles, mientras los cabralistas se consolidaban en el poder, los septembristas perdían por su izquierda a los sectores más democráticos, que terminarían por agruparse en torno a las ideas republicanas. Sin embargo, el gobierno no tuvo ningún problema en controlar algún que otro movimiento más testimonial que otra cosa.
El fracaso de las revoluciones europeas del 48 vino a legitimar una vez más a los defensores de la autoridad. Sin embargo, Costa Cabral demostró ser incapaz de dar una salida a las ansias de “regeneración” a que se había llegado en el país. En abril del 51, con el pronunciamiento militar del general Saldanha, se abrió un largo período de estabilidad política. Saldanha buscó una unión en el centro del espectro político, aglutinando a los cartistas más flexibles y a septembristas moderados. Este grupo, conocido como Partido Regenerador y liderado por Fontes Pereira de Melo, protagonizó una alternancia imperfecta con el grupo más progresista o Partido Histórico, cuyo jefe era el duque de Loulé. La reforma de la Carta de 1826, con la primera “Acta Adicional” (1852), introdujo elecciones directas aunque sobre la base de un sufragio a un minoritario y reforzó algo los poderes del Parlamento. El inicio del “rotativismo” entre partidos y la política “fontista” de desarrollo económico aseguraron estabilidad y mejoraron el prestigio del Estado .
La segunda fase del reinado de Isabel II (1854-1868)
El reinado de Isabel II entró en una segunda fase que coincidió con el final de la década moderada. El Partido Moderado, dividido por cismas internos, con Narváez apartado de la política, y salpicado por escándalos económicos perdió casi todos sus apoyos.
- Bienio Progresista (1854-1856)
En 1854 un pronunciamiento militar, (la Vicalvarada) protagonizado por generales descontentos, encontró eco inesperado en sectores políticos progresistas y un fuerte apoyo de las masas urbanas, provocando la caída del gobierno y el final del predominio de los moderados en el poder. El Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo, fue decisivo en la radicalización y el éxito del movimiento, presentando un programa progresista con el que difícilmente podía estar de acuerdo el moderado O’Donnell. Se iniciaba el Bienio Progresista con una alianza entre los progresistas puros y los moderados y progresistas eclécticos, la naciente Unión Liberal, representados respectivamente por dos generales, Espartero y O’Donnell. A la izquierda quedaban la minoría demócrata y a la derecha los grupos neocatólicos y algunos carlistas, que protagonizaron nuevos levantamientos.
La Vicalvarada |
- La Unión Liberal (1856-1863)
La elaboración de una nueva Constitución, claramente progresista, y medidas encaminadas a continuar con la reforma de las estructuras económicas y sociales a través de una nueva política desamortizadora, dirigida por Pascual Madoz, fueron los aspectos más significativos del bienio. La Constitución nonata de 1856 es importante a pesar de no llegar a entrar en vigor, por los contrastes que ponía de manifiesto frente a la anterior del 1845. En el 56 se abandona el doctrinarismo y se da respuesta a reivindicaciones progresistas: soberanía nacional, limitación del poder real, mayor peso y autonomía de las Cortes, Senado electivo, alcaldes de elección popular, Milicia Nacional… La Constitución se había convertido más que en una norma que contuviera las reglas del juego entre los ciudadanos, en el programa político del gobierno de turno.
Espartero, Narváez y O'Donell |
Las elecciones del 63 fueron la prueba del agotamiento del sistema. Los progresistas se negaron a concurrir, alegando no sin fundamento que los “obstáculos tradicionales”, es decir el gobierno y la Corona, no les permitirían ganarlas. Se iniciaba así la política de “retraimiento” de los progresistas y su progresivo acercamiento a los demócratas. Durante cinco años alternaron en el poder de moderados y unionistas; mientras, progresistas, bajo su nuevo líder el general Prim, demócratas y republicanos preparaban la revolución. A partir de 1866, prohombres unionistas, como Cánovas del Castillo o los generales Serrano y Dulce, se adhirieron al Pacto de Ostende, que sentaba las bases de un programa común revolucionario que planteaba un eventual destronamiento de Isabel II. La revolución estalló en Cádiz en septiembre de 1868, extendiéndose por el litoral mediterráneo, con participación no sólo militar, sino también civil. Cuando los sublevados, de la mano del general Serrano derrotaron a las tropas gubernamentales en Alcolea (Córdoba), la reina cruzó la frontera con Francia, poniéndose así final a su reinado. Desaparecía así uno de los principales obstáculos al funcionamiento en España del régimen liberal que parecía haber iniciado su consolidación en torno a 1840. El escaso o nulo respeto a su papel constitucional por parte de la Corona,el protagonismo del ejército en la vida política y la debilidad del sistema de partidos habían lastrado la revolución liberal. Llegaba la hora de dar su oportunidad a la revolución democrática. Se iniciaba un complicado período de seis años, conocido como Sexenio democrático (1868-1874).
Madoz y Mendizábal, ideólogos de las desamortizaciones |
El Sexenio democrático (1868-1874)
Tras el triunfo de la Revolución de 1868 aparecieron en muchas ciudades Juntas revolucionarias, cada una con su programa político, aunque sería la de Madrid la que finalmente otorgara el mando al general Serrano,quien formaría un gobierno provisional, integrado por representantes de los diferentes grupos políticos que habían secundado la revolución. Serrano tuvo que aceptar el sufragio universal masculino y la libertad de prensa y los demócratas vieron como por su izquierda se escindía el partido republicano. Se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes que dieron la victoria a la coalición revolucionaria (progresistas, unionistas y demócratas monárquicos), aunque también estaban representados los republicanos de Pi y Margall, y los carlistas. Las discusiones en torno al nuevo texto constitucional pusieron en evidencia las enormes diferencias entre los distintos grupos. Los temas que suscitaron más debate fueron la forma de gobierno y las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La Constitución finalmente aprobada estableció la soberanía nacional, un sistema bicameral con Senado electivo, y una monarquía parlamentaria y hereditaria, con poderes muy limitados. Pero lo más importante de esta Constitución, es su Título Primero, que recoge los derechos individuales de seguridad personal, inviolabilidad de domicilio, propiedad, libertad de pensamiento, reunión y asociación, libertad de culto y enseñanza…
Pacto de Ostende |
Una vez elegida como forma de gobierno la monarquía, se designó como Regente a Serrano y se encomendó a Prim, jefe del gobierno, la búsqueda de un monarca dispuesto a poner en marcha el nuevo régimen constitucional. Era una cuestión complicada, pues cada partido propuso a su candidato. Finalmente resultó elegido por escaso margen el candidato de Prim, Amadeo de Saboya, lo que provocó nuevas tensiones en el seno de la coalición del 68. La muerte de Prim, asesinado pocos días antes de la llegada del nuevo Rey, acentuó las divisiones y progresistas y demócratas se escindieron en dos nuevos grupos políticos, los constitucionalistas de Sagasta y los radicales de Ruiz Zorrilla, partidarios de reformas más avanzadas.
La agitación social, las protestas de los sectores clericales, las tensiones con la camarilla, las partidas de carlistas pusieron en evidencia la debilidad del nuevo orden político fruto de la revolución de 1854. Espartero tuvo que dimitir y cedió el gobierno a O´Donnell, girando la política a partir de este momento en torno a la Unión Liberal. Este grupo, situado entre los viejos partidos Moderado y Progresista, protagonizando del 58 al 63, el gobierno más estables hasta entonces. Conciliando intereses, buscando un equilibrio entre libertad y orden y beneficiándose de la expansión económica y de una relativa paz social, O´Donnell y su Ministro de la Gobernación, Posada Herrera, intentaron gobernar con la anuencia de los gobernados, fabricando mayorías suficientes pero respetuosas con la oposición. Una serie de aventuras militares en el exterior (Guerra de Marruecos, México y Cochinchina) alentaron durante un breve período el espejismo de un nuevo empuje en el escenario internacional. Las disidencias entre los ministros y las fricciones con la Reina, forzaron la dimisión de O´Donnell y la vuelta de los moderados al poder. Durante su breve reinado (1871-1873), Amadeo no sólo tuvo que hacer frente al fraccionamiento político de sus posibles apoyos, sino también a la enemistad manifiesta de republicanos, alfonsinos y carlistas que pronto iniciaron una nueva guerra.
Los gobiernos se sucedían, incapaces de hacer frente a los crecientes problemas internos, entre los que destacaba un nuevo levantamiento carlista, y totalmente inermes ante la continuación de la guerra colonial iniciada en Cuba en octubre de 1868. Tras dos difíciles años, Amadeo de Saboya abdicaría mediante el envío de un mensaje a las Cortes.
Amadeo I de Saboya |
La figura del General Prim
Recordar el atentado que dio muerte al General Prim en la calle Marqués de Cubas, llamada en aquel momento calle del turco.
Alentó el Pacto de Ostende (1866) intentando derrocar a la reina Isabel II. El 19 de septiembre de 1868, después de proclamar el manifiesto España con honra apoyado por Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla, con la ayuda de Francisco Serrano Bedoya y Juan Bautista Topete, desembarcó en Cádiz. Una parte del Ejército se dirigió a Madrid y Prim consiguió las adhesiones de ciudades de Andalucía, Cataluña y Levante. Formado gobierno provisional, presidido por Francisco Serrano, le encargó el Ministerio de Guerra.
La Revolución de 1868 en España y la salida de Isabel II dio lugar a un gobierno provisional presidido por Serrano, y del que estaban también formando parte los otros generales sublevados. El nuevo gobierno convocó Cortes Constituyentes, que con una amplia mayoría monárquica, proclamaron la Constitución de 1869, que establecía como forma de gobierno una monarquía constitucional. Una dificultad inherente al cambio de régimen fue encontrar un rey que aceptase el cargo, ya que España en esos tiempos era un país que había sido llevado al empobrecimiento y a un estado convulso, y se buscaba un candidato que encajara en la forma constitucional de monarquía.
En junio de 1869 asumió la presidencia del gobierno, sin abandonar el Ministerio. Presentó la candidatura de Amadeo de Saboya, que las Cortes aceptaron (noviembre de 1870).
En el inmediato gobierno provisional presidido por Francisco Serrano, Prim se encargó del Ministerio de la Guerra; en las Cortes constituyentes defendió la definición del nuevo régimen como una monarquía democrática, que quedó plasmada en la Constitución de 1869. Serrano pasó entonces a ejercer la Regencia mientras se encontraba un rey para el trono vacante, sustituyéndole Prim como presidente del Consejo de Ministros. Desde ese cargo fue uno de los principales defensores de la candidatura de Amadeo de Saboya; pero unos días antes de que éste llegara a Madrid para iniciar su reinado, Prim murió asesinado en un atentado cuya autoría nunca ha podido ser esclarecida.
La proclamación de la Primera República (1873-874)
El mismo día de la abdicación, las dos Cámaras se reunieron y, pese a no tener mandato constitucional para ello, proclamaron la I República española. La República nacía en un contexto internacional poco propicio y marcada por la ilegitimidad de su proclamación. Los ecos de la Comuna de París de 1871 estaban aún muy cercanos y existía un fuerte recelo a todo aquello que sonase a revolución. EEUU y algunos pequeños países reconocieron enseguida al nuevo régimen, pero no así las grandes potencias europeas, como Francia, Inglaterra o Alemania. La República llegó de la mano de unas Cortes en las que los republicanos eran minoritarios, pues la mayoría correspondía a los radicales que habían optado por un cambio en la forma de gobierno para evitar el vacío de poder, pero incluso entre los republicanos había enormes diferencias entre los partidarios de una república unitaria, la que aceptaban los radicales, y los federales. En las elecciones constituyentes de mayo del 73 el “retraimiento” y la elevada abstención dieron la victoria a los republicanos de Pi y Margall. Este, presentó un proyecto de constitución de índole federal, en la que España se encontraría formada por varios estados, como describe su Título Primero.
Proclamación de la Primera República Española |
Era un proyecto novedoso en la organización del estado, que recogía lo ya estipulado por la Constitución del 69 en lo referente a derechos individuales. Texto modernizador y democrático no llegó a ser aprobado, debido al levantamiento cantonalista impulsado por los federalistas, pero de la que se hizo responsable a Pi y Margall que se vio obligado a dimitir. El levantamiento cantonal, la deriva de la guerra en Cuba y las guerras carlistas en el norte supusieron un duro golpe para los republicanos que tuvieron que recurrir al ejército y adoptar posturas conservadoras difíciles de conjugar con sus ideales. Los republicanos unitarios, Salmerón y Castelar, se sucedieron en la Presidencia de la República, dando un giro conservador y convirtiendo a los militares en árbitros de la situación, con la idea de que sólo así se podía restablecer el orden. Cuando en enero de 1874 se volvieron a reunir las Cortes, el general Pavía ocupó el Congreso impidiendo la elección de un nuevo Presidente del Poder Ejecutivo, por temor a una vuelta de los federales al poder. Castelar se negó a participar en el “gobierno nacional”, optándose por recurrir al general Serrano.
La República había terminado, aunque nominalmente duró un año más. Serrano gobernó con poderes dictatoriales, con la promesa de volver al orden constitucional del 69 aunque con la república como forma de gobierno. En realidad, el experimento democrático del Sexenio estaba liquidado y se habría un período de transición en el que el ejército y los alfonsinos preparaban la restauración monárquica.
Presidentes de la I República |
La península en la Europa del sur: regeneraçao, transformismo y caciquismo
En Portugal, desde 1851, la estabilidad fue la tónica en la vida política. El período de Regeneraçao, tenía la intención de convertir a Portugal en un país moderno. Los factores que propiciaron la estabilidad en Portugal fueron: una Corona discreta, una constitución (Carta del 26) que se fue actualizando mediante Actas Adicionales (1852 y 1885) y se mantuvo en vigor hasta la implantación de la República (1910), y el rotativismo político, o alternancia en el poder de regeneradores e históricos primero y de regeneradores y progresistas más tarde. A partir de los años setenta, fueron apareciendo en el panorama político partidos no monárquicos. En 1875 se constituyó el partido socialista y, ya en los ochenta, el movimiento re publicano se organizó también como partido político. El rotativismo, con sus limitaciones (caciquismo) funcionó con cierta tranquilidad hasta 1890, sin embargo, la regeneraçao no fue capaz de solucionar los problemas sociales y económicos del país. El descontento social iba en aumento (huelga de 1871), y la clase política se veía incapaz para solucionarlos, por lo que se produjo el colapso de la monarquía parlamentaria. En octubre de 1910 un gobierno republicano asumió el poder provisional en Portugal.
En España se alcanzó una cierta estabilidad política en el último cuarto del siglo XIX. El modelo de democracia parlamentaria, con división de poderes, bicameralismo, ministros responsables, partidos organizados y tendencia al sufragio universal frente al censitario, se extendió desde el mundo anglosajón a otras zonas del continente. En el Mediterráneo el experimento tuvo muchas limitaciones. En el caso español la estabilización, junto con la pacificación en el norte y en Cuba, vino de la mano de la “Restauración”.
La Restauración borbónica (1875-1923)
El gran artífice de la Restauración española fue Cánovas del Castillo. Tras la experiencia democrática de la revolución del 68, Cánovas planteó una restauración de la monarquía, pero en ningún caso en la personade Isabel II, y un régimen representativo, en clave doctrinaria, pero con un nuevo partido liberalconservador. Cabeza del partido alfonsino desde 1873, Cánovas se ocupó de conseguir un respaldo lo más amplio posible para la causa del joven príncipe, en quien debía producirse la restauración monárquica tras haberse conseguido la renuncia de Isabel en 1870. Elemento esencial de esta búsqueda de apoyos, es el Manifiesto de Sandhurst (1 de diciembre de 1874), redactado por Cánovas y firmado por Alfonso, en la que se presentaba a los españoles el proyecto político de una moderada y conciliadora monarquía parlamentaria.
Alfonso XII |
El manifiesto encontró muy buena acogida, lo que hizo esperar a Cánovas una pronta restauración de forma legal, por medio quizás de unas Cortes extraordinarias. Sin embargo, el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto (29 de diciembre de 1874) proclamando la monarquía en la persona de Alfonso XII y, aunque sin duda el método no era el que él hubiera escogido, Cánovas se puso al frente de un MinisterioRegencia, en el que no hizo exclusiones ideológicas. El nuevo Rey hizo su entrada en Madrid, en medio del clamor popular, el 14 de enero de 1875.
La primera tarea de Cánovas fue consolidar su jefatura política y definir las estructuras del nuevo régimen, creando un nuevo marco constitucional que conjugara los principios de 1845 con las libertades del 69. El anteproyecto constitucional, inspirado en el pensamiento de Cánovas, buscaba claramente el consenso y formulaba unas bases bastantes flexibles. Las Cortes de 1876, aprobaron el proyecto de Constitución, destinada a ser la de mayor vigencia en la vida política española, lo que se debió precisamente a su carácter ecléctico. Frente a la soberanía nacional del Sexenio, triunfó el principio doctrinario de la soberanía compartida por las Cortes con el Rey; sin embargo, en lo que se refiere a derechos individuales, el Título1º recogió con bastante fidelidad la herencia del Sexenio. La figura del Rey salía teóricamente muy reforzada por el papel medular que se le atribuía en el sistema y la materialización de su tradicional posición como jefe supremo del Ejército. Las Cortes serían bicamerales, con un Senado del que sólo el 50% era electivo, siendo el resto de los senadores representantes de los principales grupos de poder. En cuanto al procedimiento de elección de los diputados, se dejaba su definición para una ley posterior, lo que de hecho permitió restaurar el sufragio restringido (1878) y reimplantar el sufragio universal masculino más adelante (1890). En cuanto a la libertad religiosa, el Estado sería confesional, pero se reconocía la libertad de culto en el ámbito privado.
Cánovas y Sagasta |
Este mecanismo político que falsificaba el modelo, lo que algunos autores han denominado la “constitución formal”, no era algo privativo de España, sino que se dio en otros países del sur de Europa con problemas similares. Junto al rotativismo portugués, encontramos en Italia, desde 1876, el transformismo. Agostino Depretis, político procedente de la sinistra, promovió, en aras de la estabilidad, la creación de bloques parlamentarios por encima de las ideas y programas.
El “transformismo” no era plenamente representativo. Como en el caso español, los gobiernos “hacían” las elecciones, y mediante la presión administrativa y la manipulación electoral, lograban las mayorías parlamentarias que requerían.
La Restauración de Cánovas trajo estabilidad política y pacificó el país durante algunas décadas, permitiendo una modernización y desarrollo que transformaron la sociedad poniendo cada vez más en evidencia las limitaciones de un modelo que ya antes de que acabase el siglo empezó a mostrar síntomas de agotamiento.
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