La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano es, junto con los decretos del 4 y el 11 de agosto de 1789 sobre la supresión de los derechos feudales, uno de los textos fundamentales votados por la Asamblea nacional constituyente formada tras la reunión de los Estados Generales durante la Revolución Francesa. La Declaración sirvió como afirmación de los valores fundamentales de la Revolución francesa y tuvo un gran impacto en el desarrollo de la libertad y la democracia en Europa y en todo el mundo.
La revolución va a modificar profundamente esos equilibrios pluricelulares. Se atacan tanto las palabras como los privilegios y realidades sociales que las sostienen, es decir los bienes de ciertas categorías. Nace un nuevo imaginario colectivo: surge una Francia en donde la gente está orgullosa del título de ciudadano, en donde el tuteo se impone, por lo menos en el año II (1793), reforzado por la reforma vestimentaria, cuyo anhelo es la igualdad por medio del vestido.
Los símbolos de la revolución su popularizan, conociéndoselo en símbolos universales
Siguiendo el ejemplo americano, el 26 de agosto de 1789 los miembros de la Asamblea Constituyente aprobaron una relación de derechos del ciudadano que había de servir de preámbulo a la constitución. La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (con una visión más universalista que su homónima americana) establecía los principios de libertad, igualdad, inviolabilidad de la propiedad y resistencia a la opresión, que iban a constituir la base de toda la legislación revolucionaria. El rey no la aceptó hasta el mes de octubre; después, se trasladó a París y se alojó en el Palacio de las Tullerías. La Asamblea se trasladó también a la capital y se dispuso a continuar allí su labor.
La figura de Napoleón Bonaparte emergió durante la Revolución Francesa, y con el paso de los años se agigantó hasta convertirse en uno de los símbolos militares y políticos más importantes de la historia de Europa. Como emperador, dominó su país y lo embarcó en una espiral expansionista: las Guerras Napoleónicas. Consumado estratega, ganó buena parte de las batallas que libró, hasta las que fueron sus dos grandes derrotas, en Leipzig y Waterloo.
Aprovechando su gran popularidad en Francia dio el golpe de estado del 18 de Brumario del año VIII de la Revolución (9 de noviembre de 1799), para instaurar un triunvirato formado por Sièyes, Ducos y él mismo. Poco después se proclamó primer cónsul, cargo que le permitía gobernar durante diez años.
En 1804, se convirtió en Emperador y buscó tener el control de todo Europa. En esta etapa invadió muchos países y obtuvo grandes victorias, como en las batallas Austerlitz (1805), Jena (1806) y Friedland (1807). Pero también grandes fracasos, como sus campañas a Rusia y España.
El 19 de octubre de 1813, Napoleón fue derrotado en la batalla de Leipzig por una coalición formada por Inglaterra, Rusia, España, Portugal, Prusia, Austria y Suecia. Entonces se exilió en la isla de Elba (4-5-1814). Pero en marzo de 1815 regresó a Francia y formó un nuevo ejército, soñando recuperar su imperio.
Sin embargo, la llamada Séptima Coalición, encabezada por Inglaterra, lo derrotó definitivamente en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. Napoleón fue capturado y llevado a la isla Santa Elena (Océano Atlántico), donde murió el 5 de mayo de 1821.
Se formó una séptima coalición la cual declaró la guerra al reinstaurado Imperio francés, derrotándolo completamente en Waterloo, y por segunda vez restauró a Luis XVIII en el trono de Francia, esta vez de forma definitva. Luis XVIII gobernó como rey por un poco menos de una década.
Los Borbones no fueron restablecidos en Francia por una meditada reflexión de los Aliados vencedores de Napoleón. Porque, cuando todavía sus ejércitos avanzaban hacia París, seguían dudando acerca del régimen del que habrían de dotar a la Francia postnapoleónica. Austria deseaba una regencia de la emperatriz María Luisa (hija, al fin, de su corte), durante la minoría del rey de Roma; el zar, ya descontento con las intrigas entre ingleses y austríacos, quería tratar con deferencia a los franceses, dándoles un régimen que les agradase. Único soberano en desplazarse a París con los ejércitos aliados, Alejandro se dejó seducir por la idea de una restauración de los Borbones, por las artes de su anfitrión Talleyrand y el control que ejercía sobre una ciudad como Burdeos, en medio del delirio popular, la influyente sociedad realista les Chevaliers de la foi.
El rey llamó entonces de nuevo al duque de Richelieu, que hizo votar medidas reclamadas por la derecha: el restablecimiento de la censura de los periódicos y la ley del doble voto para las elecciones legislativas (junio de 1820), gracia a la cual, los electores más ricos, a menudo grandes propietarios agrarios, votarían dos veces.
El resultado fue el regreso masivo de los ultras a la Cámara de los Diputados, renovada enteramente. Y forzaron a Richelieu, en diciembre de 1821, a dejar el poder, sustituyéndolo por uno de los suyos. Entre estos, el rey eligió a Joseph de Villèle, un modesto hidalgo de Toulouse, competente en materia financiera y más sensato que la mayor parte de sus colegas de bancada, que rechazaba alguna de las exageraciones de su partido. Apoyándose en el rey, Villèle va a impulsar una política relativamente moderada hasta 1824.
Sin embargo, las nuevas medidas en prensa y elecciones parecían cerrar la vía legal del poder a la oposición liberal; y una fracción de esta volcó hacia la acción violenta de las sociedades secretas.
La más importante iba a ser la Charbonnerie o Carbonarisme (el Carbonarismo, los Carbonarios), importada del reino de Nápoles, donde había funcionado, paradógicamente, en favor del Borbón Ferdinando IV expulsado del trono, contra el intruso Murat; y luego, ya movimiento liberal, para expulsar a los austríacos y contra el autoritarismo. Sus miembros se agrupaban en la base en “ventas” municipales de diez miembros. Por encima, se hallaban las ventas departamentales y, en la cúspide, una venta suprema o comité central, la haute vente, presidida, un tiempo, por La Fayette. Los carbonarios debían obedecer ciegamente a las órdenes recibidas. Y en su seno se codeaban republicanos, bonapartistas, burgueses, obreros, estudiantes y oficiales, nostálgicos de la Grande Armée. De 1820 a 1823 la Charbonnerie iba a provocar una serie de levantamientos chapuceros, fácilmente reprimidos por el poder. Si la ejecución de cuatro sargentos (les quatre sergents de la Rochelle), jóvenes idealistas que habían participado en un complot, conmovió a la opinión pública y sirvió para alimentar, durante un tiempo, fáciles imágenes populares, las sociedades secretas se desacreditaron pronto, tanto por la excesiva prudencia personal, si no cobardía, de sus jefes, como por sus fracasos.
Y, en 1824, cuando los ultras no se enfrentaban ya a ninguna oposición activa en el país, vino a morir Luis XVIII.
Al subir al trono tras la muerte de su hermano, Carlos X -antes conde de Artois que con su frivolidad había animado otrora los salones del brillante Versalles de María Antonieta-, había manifestado enseguida su fidelidad de pensamiento al Antiguo Régimen, haciéndose coronar en Reims, a la vieja usanza de la monarquia. De él se podría decir cabalmente aquello que los liberales atribuían, no sin malicia, a todos los realistas: “Ils n’ont rien oublié ni rien appris”, porque Luis XVIII, sí había aprendido ciertas cosas, y alguno de sus ministros también.
Las otras revoluciones francesas del siglo XIX
En 1830 los parisinos obligaron a huir al último rey Borbón, Carlos X, en la llamada Revolución de Julio, mediante un levantamiento popular. Sin embargo, la instalación de una República, era todavía un sueño lejano.
Los sectores liberales moderados, lograron coronar a Luis Felipe de Orleáns, quien gobernó como monarca constitucional. Sus poderes estaban limitados por una asamblea, cuyos miembros eran elegidos por voto restringido. De ideas discretamente liberales, el nuevo gobierno buscó en el plano exterior una aproximación con Gran Bretaña y continuó la expansión imperialista sobre Argelia. A pesar de que en un principio la política económica fue eficaz, en el último tiempo debió soportar una grave crisis, sumado a la corrupción administrativa.
En febrero de 1848 la insurrección, protagonizada por sectores pequeño-burgueses, obreros y estudiantes forzó la abdicación de Luis Felipe y la proclamación de la IIª República bajo un régimen de acusado matiz social que implementó las siguientes medidas: sufragio universal masculino (frente al censitario), libertad de prensa, libertad de asociación y derecho al trabajo.
El gobierno provisional contó por primera vez con miembros socialistas (Louis Blanc) que implantó la jornada laboral de 10 horas. Además, con el fin de mitigar el paro obrero (más de 100.000 desempleados solo en el distrito de París) fueron creados los Talleres Nacionales, impulsados desde el Estado, si bien constituyeron un fracaso y fueron clausurados tras pocos meses de funcionamiento.
En junio la revolución se radicalizó y la pequeña burguesía que había estado del lado de las clases obreras se alió con la alta burguesía. La lucha contra el absolutismo se transformó en una lucha interclasista entre burgueses y obreros que se saldó con una fuerte represión (más de 1.500 ejecutados).
Tras la aprobación de la Constitución fue nombrado presidente de la República Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, quien en 1852 se proclamó emperador con el nombre de Napoleón III, dando al traste con la mayor parte de las reivindicaciones revolucionarias e inaugurando el Segundo Imperio francés.
Tras la derrota en 1871 en la guerra franco-prusiana, donde Francia cedió Alsacia y Lorena al II Reich alemán de Guillermo I y Otto von Bismark, los problemas no terminaron para Napoleón III: París fue sometida a un sitio de más de cuatro meses (19 de septiembre de 1870-28 de enero de 1871), que culminó con la entrada triunfal de los prusianos —que se retiraron de inmediato— y la proclamación imperial de Guillermo I de Alemania en el Palacio de Versalles.
El movimiento popular parisino se organizó en la llamada "
Comuna de París", quien creó un poder popular y revolucionario que organizó al pueblo parisino, siendo una de las primeras expereincias revolucionarias de los trabajadores del siglo XIX. Todas las medidas tomadas por la Comuna suponía una amenaza para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Por primera vez el proletariado derrocaba al poder establecido y establecía sus propios órganos de gobierno y reemplazaba al estado monárquico- burgués capitalista, que veía como la Comuna les hacia perder todos sus privilegios económicos y sociales. Lo que explica también la fuerte represión que se ejercería sobre los "communards" y que gran parte del mundo viera a la Comuna como una revuelta de "vagos" proletarios.
La Comuna es, finalmente, aplastada el 28 de mayo de 1871.
La creación de la III República
En 1873, Francia se liberó de las tropas prusianas, que abandonaron el territorio. La Asamblea le quitó a Thiers su voto de confianza, y éste renunció.
La forma de gobierno definitiva para el estado francés, en ese momento a cargo del conservador Thiers, fue objeto de disputas, pues se pretendía instaurar una monarquía constitucional a cargo de Enrique V, nieto de Carlos X, apoyado por el bando de los legitimistas, aunque los Orleanistas, pretendían que el trono fuera ocupado por Luis Felipe, Conde de París. El acuerdo al que se arribó que consistía en que ocupara el trono el primero, y a su muerte, el segundo, no pudo realizarse pues Enrique V, quería establecer una monarquía absoluta y no constitucional, rechazando la bandera tricolor, y exigiendo la blanca de Enrique IV.
En el mes de febrero de 1875, luego de una serie de acuerdos legales, se consolidó la Tercera República, creándose los cargos de Presidente de la República, Presidente del Consejo y un Poder Legislativo, a cargo de un Parlamento bicameral.
El gobierno republicano no pudo zanjar definitivamente las diferencias internas, que se reflejaban el seno mismo del gobierno. Así, dos años más tarde, el duque de Magenta, Patrice MacMahon, presidente de la república, de ideas monárquicas, desplazó de su cargo al Presidente del Consejo, Jules Simon, de ideas republicanas, disolviendo también el Parlamento, para intentar restaurar la monarquía, pero su intento fracasó debiendo renunciar en enero del año siguiente.
En 1880, creció la fama del general Georges Boulanger, que contaba con el apoyo de todos los sectores, y era el candidato favorito a ganar las elecciones del mes de julio de 1889, pero desde el gobierno republicano se temió que su ascenso significara la extinción de ese régimen para establecer una dictadura, disponiéndose su arresto bajo el cargo de traición. El candidato huyó, y dos años más tarde se suicidó.
En 1894 ocurrió el denominado “Caso Dreyfus”, que reveló las divisiones ideológicas internas, mostrando un gran sector conservador, ultra-monárquico y antisemita, uno de cuyos grandes exponentes fue el periodista Charles Maurras, y la corrupción del sistema de justicia militar de la república francesa. El capitán Dreyfus, era alsaciano y judío, y fue condenado al destierro, por espionaje hacia el gobierno alemán. Comprobada su inocencia y hallado el verdadero culpable, que no fue sindicado como tal y enviado al norte de África, para luego absolverlo, no se levantaron los cargos contra Dreyfus, que fue defendido por el escritor Émile Zola, en su obra “Yo acuso”.
La Tercera República Francesa, debió afrontar ambas guerras mundiales, saliendo airosa de la Primera Guerra Mundial, pero sin poder resistir en la Segunda Guerra, la invasión nazi de 1940, que estableció la república de Vichy, por medio de un acuerdo entre el mariscal Philippe Pétain, con los alemanes, que consistió en el establecimiento de un gobierno títere, presidido por Pétain, que respondía a las órdenes alemanas.