La Gran Guerra, un conflicto por tierra, aire y mar, fue tan terrible que dejó más de ocho millones de víctimas militares y 6,6 millones de víctimas civiles. Murieron casi el 60 por ciento de las personas que lucharon. Muchas más desaparecieron o resultaron heridas. En solo cuatro años, entre 1914 y 1918, la Primera Guerra Mundial cambió los conflictos bélicos modernos, convirtiéndose en uno de los más letales en la historia mundial.
El detonante
El 28 de junio de 1914, un nacionalista serbio, Gavrilo Princip, vinculado a la clandestina “Mano Negra”, asesinaba en Sarajevo al heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando y su esposa, la duquesa Sofía Chotek. El 23 de julio, Austria-Hungría daba un ultimátum de 48 horas a Serbia para que reconociera su participación, permitiese que su policía investigase en territorio serbio y prohibiera las organizaciones nacionalistas. Cinco días más tarde Austria-Hungría declaraba la guerra a Serbia ante la negativa a aceptar tan humillantes condiciones. El 30 de julio, Rusia, en apoyo a Serbia, movilizó sus tropas, lo que implicaba la declaración de guerra a Austria-Hungría. Al día siguiente, Alemania, que tenía un pacto con esta, exigió a Rusia parar sus ejércitos, pero la negativa de Nicolás II supuso la declaración de guerra entre Alemania y Rusia. Francia, que tenía acuerdo con Rusia, movilizó tropas. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia y comenzó a invadir Bélgica. Gran Bretaña aliada de Rusia y Francia, se veía comprometida por un acuerdo con Bélgica como defensora de su libertad firmado en 1839, así que Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania. En los días siguientes, Austria-Hungría declaraba la guerra a Rusia, Francia y Gran Bretaña.
Causas profundas
La Guerra fue resultado final de varias causas: enfrentamiento permanente entre imperios, sistema de alianzas entre potencias y avispero nacionalista de los Balcanes, que provocó una reacción en cadena. Europa, a fines del XIX y principios del XX, concentraba el mayor poder económico y militar del planeta. La revolución industrial se había extendido, mientras que la economía funcionaba conectada en todo el mundo. El fuerte desarrollo económico y científico estaba ligado con el Imperialismo. Los países industrializados necesitaban importar materias primas y exportar sus artículos para su crecimiento económico, también colocar excedentes de capital para obtener mayores beneficios. Gran Bretaña era el Imperio más poderoso con superioridad militar en el mar. Aunque Alemania, con fuerte crecimiento económico, reclamaba posición en el expansionismo colonial. La necesidad de cada potencia de hacerse con mercados, controlar territorios que le permitieran su desarrollo económico y ponerlos a salvo de intervenciones de otros provocó el incremento de la industria de guerra y un fuerte militarismo. En el cambio de siglo se produjeron enfrentamientos en los que el problema colonial se encontraba entre las causas: la guerra de los Boers, en Sudáfrica —entre colonos neerlandeses y GB—, en la que el litigio era las minas de oro y diamantes; y la de los Bóxers en China, levantamiento con cariz antioccidental —anticolonial— motivado por las injusticias que sufría la población.
Dos naciones irrumpían en el colonialismo internacional: EEUU y Japón. EEUU venció a España en 1898, arrebatándole Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam; Japón derrotó a Rusia en 1905. La victoria japonesa, una sorpresa para el mundo occidental, significó el comienzo de la expansión nipona por Asia, que tuvo una de sus primeras manifestaciones en la ocupación de Corea en 1910. Para Rusia, la derrota supuso el inicio de revueltas que preparaban la Revolución de 1917. Alemania inició, en 1898, la construcción de una escuadra para competir con la inglesa, lo que puso en alerta al resto y generó recelos con Gran Bretaña.
Este imperialismo, con la carrera armamentística y desconfianza que generaba, facultó alianzas para dar cierta estabilidad al sistema ante la inexistencia de organismos internacionales que mantuvieran equilibrio. El desarrollo económico alemán y su expansión en África llenaron de reticencias a ingleses y franceses, que no olvidaban la pérdida de Alsacia y Lorena. Von Bismarck, antes de su retiro en 1890, quiso asegurar la unidad y prosperidad alemana mediante una alianza militar con Austria-Hungría, a la que se sumó Italia en 1882. Esta Triple Alianza acordó que, si uno de los firmantes entraba en guerra, los otros le apoyarían. Bismarck alcanzó otro acuerdo con Rusia, enemiga de Austria-Hungría en los Balcanes, para asegurar más esta paz necesaria a sus intereses. Pero tras el retiro los alemanes abandonaron este último, que fue aprovechado por Francia para llegar a una alianza con la Rusia zarista en 1894.
A principios de siglo, en pleno desarrollo alemán, ingleses y franceses abandonaban sus recelos colonialistas y firmaban una “entente cordiale” que, aunque no aseguraba su implicación en caso de guerra, estrechaba sus relaciones. Francia facilitó la aproximación entre GB y Rusia y en 1907 firmaban en San Petersburgo una “entente” que limitaba sus esferas de influencia en Persia y Afganistán. El doble acuerdo franco-ruso y anglo-ruso facultó la actuación conjunta de los tres en la Triple Entente. Los países de la Entente no adquirieron ningún compromiso en caso de conflicto bélico. Italia se fue alejando del acuerdo con Alemania y Austria-Hungría y acercándose a Francia e Inglaterra para salvaguardar intereses en el Mediterráneo. Al inicio de los 10 del siglo XX, el sistema de alianzas dividía a Europa en dos: Alemania y Austria-Hungría; y la Entente entre Gran Bretaña, Francia y Rusia.
Esta situación suponía que cualquier incidente podía convertirse en un gran enfrentamiento armado. Fue especialmente peligrosa en el dominio de Marruecos, con una política alemana agresiva que intentaba debilitar el entendimiento entre Francia y GB mediante el ataque a los intereses coloniales franceses; pero también en los Balcanes, donde los nacionalismos incitaban al enfrentamiento entre Rusia y Austria-Hungría.
En Marruecos hubo dos crisis; en la primera Guillermo II de Alemania pronunció un discurso en Tánger, en 1905, en la que defendió la independencia de Marruecos frente a Francia y España, y reclamó la libertad de comercio en la zona. A requerimiento de Alemania, se convocó una Conferencia Internacional en Algeciras, en enero 1906, donde los alemanes intentaron frenar la expansión francesa en la zona. El Acta de Algeciras aceptaba la división del territorio marroquí entre Francia y España, con el beneplácito del resto de potencias. Alemania, sólo con apoyo de Austria-Hungría, había conseguido lo contrario de lo que pretendía: que GB estrechara sus lazos con Francia, cuyos intereses defendió en todo momento durante la Conferencia.
En 1911, la entrada de la cañonera alemana Panther en Agadir por el incumplimiento de los acuerdos de Algeciras (argüían la ocupación de Fez y Meknés por los franceses), provocó otra situación peligrosa. Se superó con el reconocimiento de Alemania de los derechos coloniales de Francia en Marruecos, a cambio de concesiones territoriales en el Congo Francés.
En los Balcanes, el nacionalismo serbio salía en defensa de los eslavos que vivían en los imperios austro-húngaro y otomano. Rusia había vuelto su mirada a los Balcanes, donde además de sus intereses apoyaba a Serbia y sus aspiraciones independentistas. En 1908, Austria-Hungría se anexionaba Bosnia-Herzegovina, con lo que desbarataba las pretensiones serbias. Rusia, debilitada por su derrota en Oriente y los conflictos internos, no pudo apoyar a Serbia.
En 1912, las reivindicaciones de Grecia, Serbia y Bulgaria sobre Macedonia los enfrentaron con Turquía, que se encontraba en guerra con Italia por Trípoli y las islas del Dodecaneso. Turquía fue vencida, pero surgieron diferencias entre los vencedores. Así que en 1913, explotó la segunda guerra de los Balcanes. Grecia y Serbia declaraban la guerra a Bulgaria, que quería más parte de Macedonia. Rumanía y Turquía vieron la oportunidad de recuperar posiciones y se unieron contra Bulgaria. El Tratado de Bucarest de 1913 certificaba la derrota de Bulgaria y la ocupación rumana de antiguos territorios en litigio, mientras que Grecia y Serbia se repartían Macedonia. Serbia, a pesar de las ventajas territoriales obtenidas, veía frustrada su salida al mar, pues si bien había ocupado Albania, en la paz tuvo que aceptar la constitución de un reino independiente, impuesto por las potencias y que reforzaba la posición austro-húngara. Tras esta segunda guerra, nadie estaba satisfecho: Austria-Hungría porque veía el engrandecimiento de Serbia; ésta porque no había conseguido lo que se proponía; y Rusia porque su apoyo al expansionismo serbio se había visto mancillado por la victoria diplomática austro-húngara.
Los Balcanes se convirtieron en el polvorín de Europa, así que el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, en junio de 1914, fue la chispa que lo hizo saltar en pedazos y arrastró al continente europeo a un conflicto bélico que, con el paso del tiempo, llegó a tener dimensión mundial.
La oposición a la guerra
La reacción de las potencias ante la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia no se puede entender como deseo de las potencias a enfrentarse. Alemania intentó frenar a Austria-Hungría, Francia hacía lo propio con Rusia, mientras que Gran Bretaña promovía una conferencia internacional para buscar una salida al conflicto. Las posiciones intransigentes de Austria-Hungría y Rusia arrastraron al resto a una guerra que hacía tiempo era motivo de discusión en los países. Aunque la mayoría de gente quería la paz, desde hacía años se veía la guerra como irremediable.
La oposición más importante provino de los socialistas. Los partidos socialistas se habían integrado en la estructura de los países nacionales y, llegado el conflicto, tuvieron que decidir entre las bases ideológicas y la llamada de la nación. No faltaron advertencias de líderes socialistas europeos en sus países, que recogió la II Internacional en el Congreso de Stuttgart, en 1907, donde señalaba su oposición a cualquier conflicto armado. Entre los líderes más activos destacaron al francés Jean Jaurès, que le costó la vida a manos de un nacionalista francés en París en julio de 1914. Los obreros franceses no podían abstraerse de su nacionalismo, y no olvidaban Alsacia y Lorena. Los dirigentes Guesde y Vaillant, según avanzaban los acontecimientos, formaron parte del gobierno de unidad francés para afrontar el conflicto en agosto de 1914.
En Alemania, el enfrentamiento entre miembros del Partido Socialista Alemán (SPD) fue en aumento. En los años previos, sólo una minoría con Liebknecht y Rosa Luxemburgo se opusieron, mientras que sus compañeros de partido y la masa obrera se unían al orgullo nacional que invadía la sociedad. El SPD se opuso en diferentes congresos de la Internacional Socialista a declarar la huelga general si se declaraba la guerra. Con la guerra los sindicatos hicieron fe explicita de su deber nacional y los socialistas mostraron apoyo al gobierno.
En Inglaterra, los laboristas proclamaron su oposición y votaron en contra de los presupuestos para el conflicto en el Parlamento. Pero la mayoría de obreros hicieron rectificar a sus líderes y apoyaron la contienda. Los laboristas entraron en el gobierno a fines de 1916. En definitiva, los sentimientos nacionalistas en Europa se impusieron a los planteamientos socialistas, y, llegado el momento, los trabajadores de todo el mundo ocuparon su puesto en la trinchera del patriotismo y abandonaron la de la unidad de clase.
El desarrollo de la guerra
Por un lado, las Potencias Centrales, Alemania y Austria-Hungría; por otro, los Aliados con Francia, Gran Bretaña y Rusia. Se fueron incorporando países que dieron a la guerra carácter mundial. En agosto de 1914, Japón entraba con los Aliados; Turquía con los países centrales en octubre; como Bulgaria en septiembre del 15. En mayo de 1915, Italia ingresaba en el bando aliado, en marzo y agosto de 1916 Portugal y Rumanía. La entrada de EEUU fue en abril de 1917, dos meses después Grecia completaba los aliados. El resto de países europeos mantuvieron la neutralidad como España, aunque la sociedad española mostró preferencias.
Las fuerzas conservadoras se posicionaron a favor de las potencias centrales, los progresistas apoyaron a los aliados. Los socialistas se situaron, en principio, en contra, aunque durante el desarrollo se inclinaron al lado de Francia e Inglaterra como defensores de la democracia, pero también porque veían en su victoria la lucha por la libertad de los pueblos oprimidos y porque en su seno llevaban, según defendían, el germen de la revolución.
La posición de Alemania entre Francia y Rusia la hacía partir con cierta inferioridad al tener dos frentes en sus fronteras. El Estado Mayor alemán ya había reflexionado sobre esto en 1892. El Plan Schlieffen preveía un ataque rápido contra Francia a través de Bélgica que hiciera capitular al país galo y atender en exclusiva el frente ruso. Alemania puso en marcha el Plan en agosto de 1914. La penetración alemana en Francia por Bélgica fue rápida, en pocos días llegaban al Marne, próximo a París. Este avance hizo pensar al General Moltke que había conseguido una ventaja definitiva en el frente occidental y trasladó efectivos al frente oriental, donde los rusos avanzaban. El General francés Joffre, en unión de fuerzas inglesas, contraatacó y estabilizó el frente. La victoria francoinglesa en el Marne, entre el 5 y 12 de septiembre, significó la retirada alemana hasta el Aisne, en Lorena. Los dos ejércitos se dirigieron en marcha apresurada hacia el mar, con idea de ocupar los puertos. Esto provocó la construcción de una larga línea de trincheras que iba desde el Mar del Norte a Suiza, donde quedaron inmovilizados los dos ejércitos durante casi cuatro años.
Los rusos penetraron en Prusia, pero la llegada de efectivos alemanes de occidente dio la victoria alemana en las batallas de Tannenberg, en agosto, y de los Lagos Masurianos, en septiembre, y Prusia quedó liberada. El ejército ruso avanzó a Galitzia pero un contraataque de las fuerzas centrales estabilizó el frente. Los serbios detuvieron la invasión austro-húngara y el frente oriental quedó estabilizado. La guerra de movimientos había dado paso a una de posiciones, donde las trincheras se convirtieron en la imagen de la Gran Guerra.
En agosto, Japón había entrado en guerra con Alemania, para apoderarse de sus zonas en China y en el Pacífico de las Islas Marshall y las Carolinas y extender su dominio en el Lejano Oriente. En enero de 1915, convertía Manchuria y China del norte en su protectorado. En octubre de 1914, barcos turcos habían bombardeado puertos rusos en el Mar Negro. Los aliados declaraban la guerra a Turquía que se unía a las potencias centrales y creaba preocupación a Inglaterra por su proximidad a los dominios ingleses de Egipto y la India.
La batalla en el mar, determinante para la entrada de EEUU, había provocado las primeras escaramuzas entre las dos armadas más poderosas, inglesa y alemana. GB patrullaba las costas alemanas para evitar la entrada de mercancías. Esta situación provocó las primeras quejas de países neutrales, entre ellos EEUU, que defendían el derecho de libre comercio en los mares de productos que no tuviesen utilidad militar.
Los ejércitos aliados atacaron en Champagne y Artois, pero no obtuvieron resultados. Sí cosecharon un éxito diplomático al sumar a Italia, previa promesa de concesiones territoriales; importante porque abría un frente al sur de Austria-Hungría. Las potencias centrales sumaron Bulgaria, a quien se prometió beneficios territoriales. Alemanes y austro-húngaros atacaron la parte débil aliada: Rusia desde primavera de 1915 y fueron ocupando Galitzia, Polonia y Lituania, llegando a las puertas de Ucrania. El ejército ruso había sufrido la baja de 2 millones de hombres y empezaba a escasear armamento y víveres. Los aliados, con la idea de conectar con los rusos y aliviar su situación, lanzaron una ofensiva en Turquía, con su punto más importante en Galípoli, en abril de 1915.
Desembarcaron 450.000 hombres, en su mayoría australianos y neozelandeses. Fue un fracaso, además de no conseguir el objetivo, 150.000 hombres murieron o resultaron heridos tras ocho meses. A fines de 1915, los ejércitos centrales ocupaban Serbia, Montenegro y Albania, mientras que Bulgaria entraba en Macedonia.
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Galípoli 1915 |
Los submarinos alemanes, en respuesta a la actuación de la armada inglesa, comenzaron el bloqueo de las Islas Británicas en febrero de 1915. En mayo, el barco de pasajeros Lusitania, entre NY y Liverpool, fue hundido con 1.200 pasajeros muertos, más de 100 estadounidenses. Woodrow Wilson, advirtió a los alemanes que cualquier otro acto de esta naturaleza sería considerado como “deliberadamente inamistoso”. Los alemanes rectificaron y durante dos años utilizaron sus submarinos de forma más restringida.
A pesar de los avances centrales en el frente oriental, ambos bandos sabían que la batalla definitiva se produciría en la zona occidental. Los alemanes atacaron, en febrero de 1916, Verdún, confiada al General Petain, quien acuñó el “no pasarán”. Los bombardeos y los ataques de la infantería alemana fueron constantes durante los seis meses de asedio. La resistencia de Verdún se convirtió en emblema nacionalista francés. Las pérdidas fueron excepcionales para ambos, medio millón de bajas cada uno. Los aliados diseñaron un ataque en el Somme, para aliviar el cerco de Verdún, aunque tuvo que ser aplazado y cuando comenzó la batalla del Somme, en julio, los bombardeos aliados se combinaron con carros de combate ingleses y oleadas de soldados de infantería. En los cuatro años de batalla, los aliados avanzaron pocos kilómetros, con 500.000 soldados alemanes y unos 600.000 entre franceses e ingleses como bajas. El frente occidental continuaba estancado. Los rusos iniciaron, en junio de 1916, un fuerte ataque que obligó a los alemanes a retirar tropas de Verdún, el principio del fin del cerco. A pesar del rápido avance ruso, con 400.000 prisioneros alemanes, un duro contraataque les hizo replegarse y perder cerca de un millón de combatientes.
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Guerra de trincheras |
La guerra en el mar continuaba sin grandes batallas hasta el enfrentamiento en Jutlandia, entre Alemania y Gran Bretaña el 31 de mayo y el 1 de junio de 1916. La mayor batalla naval no tuvo vencedor claro, con lo que el poderío inglés en el mar continuaba junto al bloqueo que tanto daño estaba haciendo a la economía alemana.
La guerra también se decidía en maniobras diplomáticas desde prácticamente el inicio. Aliados y países centrales no perdían ocasión de dirigirse a los grupos descontentos de los territorios controlados por el bando enemigo. Los aliados ofrecían la independencia a las minorías nacionalistas del Imperio Austro-Húngaro. Los ingleses provocaron, con el coronel T.E. Lawrence (“Lawrence de Arabia”), una insurrección de tribus árabes contra el Imperio Otomano; lo que no les impidió prometer, en la nota de Balfour de 1917, una nación judía en Palestina. Alemania prometía una Polonia independiente, incitaba el nacionalismo ucraniano y promovía la insurrección en Egipto o apoyaba a los irlandeses contra Gran Bretaña y a los argelinos contra Francia. Hasta buscaba apoyos en EEUU. El secretario de estado alemán para Asuntos Extranjeros, Arthur Zimmermann, envió un telegrama, en enero de 1917, a la legación alemana en Ciudad de México en el que se informaba al presidente que, si EEUU entraba en guerra con Alemania, ésta lo apoyaría para recuperar las pérdidas territoriales del conflicto de 1848. El telegrama, enviado también al embajador alemán en Washington, fue interceptado y publicado por periódicos estadounidenses, causando fuerte preocupación en la opinión pública. Pero el pueblo estadounidense, según interpretaban sus dirigentes, no quería entrar. Wilson, en su reelección, en noviembre de 1916, prometió mantener a EEUU al margen. De hecho, protagonizó dos intentos de paz, una solución al conflicto en la que todos los implicados pudieran salvar su honor, “paz sin victoria”. Pero tanto aliados como potencias centrales quisieron imponer unas condiciones tan duras al contrario que lo impidieron.
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hundimiento del RMS Lusitania por un submarino alemán |
Los años de guerra hacían mella en los principales dirigentes y en la población. Carlos I de Austria, durante 1917, realizó varios contactos con Francia para una paz por separado. Entre las cláusulas del armisticio figuraban la devolución de Alsacia y Lorena a Francia y la independencia de Bélgica. El primer ministro francés, Clemenceau, hizo públicas las negociaciones ante las declaraciones del ministro de exteriores austriaco en las que aseguraba que era Francia la que había solicitado las conversaciones. Estas revelaciones colocaron al emperador en situación delicada ante Guillermo II, a quien tuvo que hacer declaración pública de lealtad.
En Alemania también surgían cada vez más voces que querían el fin de la guerra. Organizaciones que habían defendido el inicio de la contienda, se enfrentaban en significativas disensiones. Dirigentes del SPD exigían la vuelta al objetivo revolucionario y la oposición a la guerra, lo que provocó, en abril de 1917, su escisión. El nuevo Partido Social Democrático Independiente (USPD), cuyo primer presidente Hugo Haase, contó con la adhesión de los “espartaquistas” —de Espartaco, el esclavo que se levantó contra el Imperio Romano—, Liebknecht y Luxemburgo.
Entre las pretensiones del partido figuraba el fin de la contienda sin beneficios territoriales para Alemania. En diversas ciudades se realizaron huelgas para protestar por la escasez, que tuvieron un repunte durante 1918, donde las exigencias de paz se mezclaban con llamamientos a la revolución y, en el caso del Imperio Austro-Húngaro, con reivindicaciones nacionalistas. Hay que tener en cuenta lo que sucedía en Rusia, donde la revolución protagonizada por los bolcheviques cambió ya no solo la evolución de la guerra, sino el mundo en las décadas siguientes.
La Revolución Rusa
El fin del imperio zarista
A fines del XIX, Rusia era atrasado en relación con el resto de Europa. Seguía en el absolutismo y sus estructuras sociales y económicas se encontraban anquilosadas, con predominio agrícola. Los campesinos eran el 80% de población, pero la tierra estaba en manos de una nobleza que los mantuvo como siervos hasta 1861, cuando Alejandro II abolió la servidumbre.
La estructura de la propiedad descansaba sobre grandes latifundios en manos de la aristocracia, la Corona, la Iglesia y unos pocos agricultores acomodados. La tierra era trabajada por campesinos analfabetos. Con el fin de evitar una oleada revolucionaria, el zar Alejandro II en 1861 abolió la servidumbre. Sin embargo, las condiciones de los nuevos siervos liberados siguieron siendo extremas provocando propiedad campesinas colectivas, creando kulaks (campesinos propietarios) y mujiks (campesinos sin tierra). El campesinado constituía el estrato social mayoritario. Éste se organizaba en unidades aldeanas denominadas "Mir", que el Estado favorecía y alentaba; su condición continuó siendo semiservil hasta 1861 y sus condiciones de vida eran muy penosas. Desde el punto de vista económico, la liberación de los siervos no trajo consigo una modernización del campo, ya que no se introdujo la mecanización en el mismo. La productividad del campo ruso siguió siendo bajísima. En vísperas de la 1ª Guerra Mundial sólo el 14,5 % de la población vivía en ciudades.
Paradójicamente, el sector agrario era incapaz de proveer de suficientes recursos a la población, dado su carácter primitivo y tradicional, ajeno en gran medida a las transformaciones de la "revolución agrícola" que habían alterado los cimientos económicos de otros países.
Los campesinos recibieron parte de la tierra que habían trabajado, por la que tuvieron que pagar importantes cargas a los señores. No significó un cambio importante y siguieron con escasez y miseria, por lo que muchos se fueron a las ciudades donde se desarrollaba una industria incipiente.
En las dos últimas décadas del XIX, Rusia se fue industrializando con ayuda de capital extranjero. La industrialización implicó transformaciones económicas y sociales similares a las de otros lugares de Europa, la población asalariada fue en aumento y los obreros soportaban largas jornadas de trabajo o salarios mínimos. Hubo una cuestión que difirió: la concentración de trabajadores en las fábricas rusas. Casi la mitad de los obreros trabajaban en empresas de más de 500 operarios, lo que favoreció la concienciación de clase de este nuevo proletariado. Otra diferencia era la falta de derechos sindicales y de huelga por lo que cualquier protesta implicaba graves enfrentamientos con empresarios y poderes públicos.
Nicolás II dirigía de forma absolutista, apoyado en un gran ejército y en la Iglesia ortodoxa. Estaba en contra de cualquier cambio que implicara merma de sus poderes, por lo que no aceptaba ningún tipo de control ni representación política. Con el cambio de siglo, aparecieron grupos opositores. La primera oposición vino del medio rural, donde los anarquistas promovían el cambio en la estructura de la propiedad agraria y la transformación de la sociedad, apoyándose en acciones violentas. En 1901, se fundó el partido Social Revolucionario, que defendía los intereses de los campesinos, a quienes señalaba como sujetos de la futura revolución.
Los obreros de las ciudades tuvieron en el partido Social Demócrata, constituido en 1898, su baluarte. Los socialdemócratas pensaban que el proletariado urbano era la clase revolucionaria llamada a dirigir la sociedad que nacería tras el fin del capitalismo. En 1903, el partido Social Demócrata quedó dividido entre revolucionarios bolcheviques (mayoría) y moderados mencheviques (minoría). En los primeros, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, se convirtió en el principal dirigente. Lenin defendía la actuación de una minoría muy concienciada que dirigiera el partido en su cúspide de forma autoritaria, los mencheviques apostaban por un partido más amplio y menos centralizado. Los bolcheviques querían una revolución socialista e implantar la dictadura del proletariado, mientras que los mencheviques estaban dispuestos a colaborar con liberales y demócratas para realizar los cambios necesarios en la sociedad.
El partido Social Revolucionario y el Social Demócrata eran clandestinos y sus militantes, jóvenes intelectuales de clase alta y media. Si en Europa la legalización de partidos socialistas había facilitado su integración en el sistema democrático, en Rusia, su clandestinidad ayudó al triunfo de posiciones extremistas, defensoras de la vía revolucionaria. Dentro de la oposición, se constituyó, en 1905, el partido Constitucional Demócrata (KD) —“cadetes”—, partido liberal formado por la burguesía urbana junto con terratenientes, y cuyo objetivo fundamental era la constitución de un parlamento elegido por sufragio.
La Revolución de 1905
Las causas que provocaron la revolución de 1905 hay que buscarlas en la difusión de ideas socialistas y liberales desde la propaganda realizada por partidos políticos que exigían una sociedad más justa y democrática; y las protestas de campesinos y obreros que reclamaban mejoras. Las derrotas sufridas por el ejército ruso en su guerra colonialista contra Japón, en 1905, actuaron como desencadenante.
Los obreros realizaron peticiones que pretendían hacer llegar al Zar. En enero de 1905, una manifestación de 200.000 ciudadanos se dirigió al Palacio de Invierno en S. Petersburgo. Solicitaban jornada de 8 horas, incremento de salario, sustitución de funcionarios corruptos y una asamblea constituyente elegida democráticamente. El ejército que custodiaba el palacio disparó matando a trescientas personas e hiriendo a más de mil. Fue el “domingo sangriento”, el inicio de huelgas y levantamientos revolucionarios que de San Petersburgo se extendieron por el país.
El partido Social Demócrata, con mayoría menchevique, organizó soviets (consejos) de trabajadores en las principales ciudades y promovió una huelga general. Los dirigentes del partido Social Revolucionario capitaneaban la ocupación de tierras de los campesinos. Los “cadetes” apoyaban el movimiento con esperanza de lograr sus aspiraciones liberales. Ante la grave situación, el Zar prometió libertades, una constitución y una Duma (asamblea) con poderes legislativos. Eran suficientes para los demócratas liberales, pero no para los socialistas. La vuelta del ejército de Extremo Oriente posibilitó la represión y el fin de la revolución.
Nicolás II no lo cumplió. Aunque convocó la Duma entre 1906 y 1916, no permitió ningún tipo de control sobre su actuación, ni la participación real del pueblo, ni un régimen democrático. Entre 1906-1911, su primer ministro, Stolypin, realizó cambios para mejorar la situación del campesinado, que incluía la posibilidad de abandonar la comuna donde trabajaban o reformas en la propiedad. Las medidas fueron insuficientes, por lo que los campesinos siguieron viviendo en la miseria y reclamando tierra para trabajar.
La Revolución de febrero de 1917
La entrada de Rusia en la IGM no contó con el apoyo de la inmensa mayoría de población. Las derrotas, las pérdidas territoriales, la muerte de dos millones de soldados, acompañadas de una grave crisis económica, la escasez de alimentos y la acción decidida de los revolucionarios rusos provocaron la revolución de 1917.
Tuvo dos fases, la primera en febrero de 1917 y la segunda en octubre—marzo y noviembre respectivamente, según el calendario occidental—. La de febrero fue una revolución democrática, pero derivó, por el impulso de los dirigentes bolcheviques, hacia un régimen comunista. El origen está en la oposición de la población a la participación en la guerra mundial. Al descontento por la evolución de la contienda, se unió una crisis económica que provocó el desabastecimiento en las ciudades. La población se movilizó provocando motines y huelgas en San Petersburgo, que cambió por Petrogrado con el inicio de la guerra mundial.
En la capital se organizó un soviet de Diputados de los Obreros y Soldados, el Zar reaccionó disolviendo la Duma.
Esta eligió un comité de parlamentarios que compartió el poder en la ciudad con el soviet. El comité de la Duma constituyó un gobierno provisional con el príncipe Lvov como presidente. En el gobierno estaba el representante del partido Social Revolucionario, Kerensky. El Zar intentó hacerse con el control, pero los soldados de Petrogrado se sumaron a la revolución y Nicolás II abdicó el 17 de marzo de 1917. El gobierno provisional publicó un programa moderado, democrático y constitucionalista, con libertad de reunión y opinión, derecho de huelga, abolición de privilegios o asamblea constituyente mediante sufragio universal masculino. Frente al gobierno provisional estaba el soviet de Obreros que, formado por social-revolucionarios, mencheviques y bolcheviques, defendía ideas socialistas.
La decisión del gobierno de no poner fin a la presencia en la guerra fue decisiva. Entendió que la retirada podía implicar reacción aliada y la pérdida de territorios, por lo que intentó convencer a obreros y soldados para continuar para defensa del régimen democrático. Los soviets de Petrogrado y Moscú entendían prioritario la salida inmediata y convocaron manifestaciones contra la decisión del gobierno. La llegada de Lenin en abril de 1917, procedente de Suiza donde había pasado los años de guerra, dio un impulso a la revolución. Lenin defendió, en sus “tesis de abril”, el fin de la participación, exigió todo el poder para los soviets y se posicionó contra las democracias parlamentarias.
El gobierno provisional prometía reformas, pero no llegaban. Las revueltas se sucedían y se creaban soviets en toda Rusia, al tiempo que las derrotas continuaban en el frente. El gobierno provisional de Lvov dimitió y Kerensky ocupó el puesto de primer ministro. En julio, los bolcheviques protagonizaron un levantamiento armado que fracasó, algunos dirigentes fueron detenidos mientras que otros, como Lenin, lograron huir.
En agosto, un antiguo general zarista, Kornilov, intentó un golpe de estado, pero fue derrotado por los soldados y revolucionarios de Petrogrado, con actuación destacada bolchevique. Este intento supuso el descrédito de Kerensky y el reconocimiento popular de los bolcheviques, que incrementaron su presencia en los soviets. Lenin lanzó su: ¡Todo el poder a los soviets!, al tiempo que supo interpretar la situación y los deseos del pueblo en un programa: paz inmediata con las potencias centrales, reparto de tierras entre campesinos, control obrero de las fábricas y entrega de poder a los soviets. El soviet de Petrogrado, que desde el principio estuvo en manos de socialrevolucionarios y mencheviques, pasó, en septiembre, a estar dominado por bolcheviques, que colocaron como presidente a Trotski.
El 10 de octubre, Lenin imponía sus tesis revolucionarias en el Comité Central del partido bolchevique, que decidía la insurrección para alcanzar el poder. Se fijaba la fecha del 25 de octubre, día en el que se celebraba en Petrogrado el Congreso de Soviets de Rusia. En los días 24 y 25, la Guardia Roja dirigida por Trotski, junto con los marinos de la base de Kronstadt y soldados y obreros simpatizantes bolcheviques ocuparon lugares clave como la oficina de teléfonos, las estaciones de ferrocarril o las instalaciones eléctricas. La sede del gobierno, el Palacio de Invierno, fue ocupada el día 25, Kerensky huía a EEUU.
El Congreso de los Soviets nombró gobierno, bajo nombre de Consejo de Comisarios del Pueblo. Lenin fue el presidente; Trotsky, en Asuntos Exteriores; Stalin, en Nacionalidades; Lunacharsky, en Cultura; Antonov Ovseenko, como ministro de Guerra o Rykov, en Interior. Lenin presentó dos medidas: negociaciones para una paz justa sin anexiones ni indemnizaciones y confiscación de la propiedad de la tierra sin compensaciones para su distribución entre los campesinos.
Tras el triunfo de la revolución, el gobierno celebró elecciones para Asamblea Constituyente el 12 de noviembre de 1917. Los bolcheviques obtuvieron el 25% de votos, los socialrevolucionarios, el 60%. La Asamblea se constituyó en enero de 1918 e inmediatamente Lenin la disolvió. No había llevado a cabo la revolución para establecer un régimen democrático, sino para instaurar la dictadura del proletariado. Fueron prohibidos los partidos liberales y constitucionalistas, que pasaron a filas de la contrarrevolución, mientras que mencheviques y socialrevolucionarios mantuvieron la legalidad unos meses. En marzo de 1918, el partido bolchevique pasó a llamarse Partido Comunista.
Tras difíciles conversaciones, firmaron el tratado de Brest Litovsk con Alemania, en marzo de 1918, por el que Rusia perdía Polonia, Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania, Georgia y Ucrania. Al tomar el poder en Rusia, los bolcheviques tenían la esperanza de que se produjera un levantamiento revolucionario en Europa. Este no se produjo, y la paz prometida en octubre pasó a ser una necesidad absoluta para satisfacer las demandas del ejército y de los campesinos. Se trataba al mismo tiempo de firmar la paz, de negociar la política expansionista territorial de los gobiernos burgueses, pero sin que pareciera que se claudicaba ante los Imperios centrales.
Se firmó un armisticio el 15 de diciembre y los debates sobre la paz comenzaron el 22 de diciembre, siendo comandada la delegación rusa por Trotsky, que hizo publicar todos los tratados secretos y acuerdos sobre cambios territoriales alcanzados previamente entre ambas potencias. Las exigencias alemanas fueron enormes: Polonia, Lituania y Bielorrusia debían pasar a estar bajo ocupación alemana. Se inició así un acalorado debate en el seno del partido bolchevique, donde se confrontaban tres posiciones. Unos, como Bujarin, defendían la necesidad de una guerra revolucionaria, Lenin opinaba que había que dar el brazo a torcer, y Trotsky, que venció en la votación con nueve votos a favor por siete en contra, propuso rechazar la firma de una paz que conllevara cambios territoriales pero que sí que había que declarar el fin de la guerra.
Como respuesta, el ejército alemán lanzó una ofensiva el 17 de enero, avanzando rápidamente en Ucrania. La posición de Lenin, favorable a la firma inmediata de la paz, fue ganando adeptos dentro del partido, pero los alemanes endurecieron las condiciones del tratado de paz. El 3 de marzo de 1918, los bolcheviques firmaron el tratado de Brest-Litovsk, por el cual Rusia perdía el 26% de su población, el 27% de su superficie cultivada y el 75% de su producción de acero y de hierro. La situación económica de la joven república soviética, ya agravada por una guerra mortuoria que había durado cuatro años, se presentaba desesperante.
El Tratado puede ser condensado de la siguiente manera:
- Artículo 1:Se declara el fin de la guerra.
- Artículo 2:Los poderes firmantes suspenderán la propaganda contra el otro bando.
- Artículo 3: Rusia renuncia a cualquier reclamación sobre los territorios al oeste de la línea de influencia trazada previamente. El futuro estatus de dichos territorios será determinado por Alemania y Austria-Hungría.
- Artículo 4: Alemania continuará ocupando territorios al este de la línea de influencia trazada hasta que Rusia no desmovilice sus tropas. Batum, Kars y Ardahan serán despejados de tropas rusas y cedidas al Imperio otomano.
- Artículo 5: Rusia debe limpiar sus aguas de barcos de guerra de las otras naciones aliadas. Rusia debe limpiar las aguas del Mar Báltico y Mar Negro de sus minas, e indicar las rutas de navegación seguras.
- Artículo 6: Rusia debe suspender la lucha contra la República Popular Ucraniana. Rusia debe desocupar Estonia y Livonia, que serán ocupadas por policías alemanes. Rusia debe devolver a todos los habitantes de estas regiones que fueron deportados o arrestados. Rusia debe desocupar Finlandia y las islas Åland, incluyendo sus puertos. Si el hielo no permite que los barcos rusos dejen los puertos, debe dejarse una tripulación mínima en los mismos. Las islas Åland no deben volver a ser fortificadas.
- Artículo 7. Rusia debe reconocer que Persia y Afganistán son estados libres e independientes.
- Artículo 8 Los prisioneros de guerra de ambos bandos deberán ser liberados y devueltos a sus naciones de origen.
- Artículo 9: Ambos bandos renuncian a reclamar indemnizaciones de guerra.
- Artículo 10: Se reinician las relaciones diplomáticas entre ambos bandos.
- Artículo 11: Las relaciones económicas entre los bandos serán definidas en otros apéndices.
- Artículo 12: Las relaciones legales públicas y privadas serán discutidas en posteriores tratados, al igual que el intercambio de prisioneros y navíos mercantes en poder del otro bando.
- Artículo 13: Se define la autoridad de los textos firmados.
- Artículo 14: El Tratado debe ser ratificado en Berlín en un lapso inferior a dos semanas.
El 3 de marzo de 1918, el gobierno ruso se vio obligado a aceptar las condiciones de un tratado por el cual debía reconocer la independencia de Ucrania, Georgia y Finlandia, y debía entregar Polonia y los estados bálticos de Lituania, Letonia y Estonia a Alemania y Austria-Hungría, cediendo las poblaciones de Kars, Ardahan y Batum a Turquía. El tratado fue ratificado por el Congreso de los Soviets el 15 de marzo de ese mismo año.
El tratado, sin embargo, quedó anulado cuando Alemania perdió la guerra ocho meses después, pero los territorios que el Gobierno bolchevique había cedido a principios de 1918 se mantuvieron independientes. Rusia se lanzó entonces a recuperar sus antiguos dominios: entre 1919 y 1920 recuperó Ucrania y Bielorrusia y, constituidas en la Unión Soviética desde 1922, recuperó el este de Polonia, los Estados bálticos y parte de Finlandia al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939.
Además de las mermas territoriales, los problemas derivados de la participación rusa en la guerra vinieron de sus antiguos aliados, que se unieron a las fuerzas contrarrevolucionarias para acabar con el poder bolchevique.
Rusia se vio envuelta en una guerra civil con participación de las potencias extranjeras. Los bolcheviques estaban solos frente a liberales, demócratas, burgueses y campesinos propietarios, a los que se fueron uniendo, según la represión se extendía, los socialrevolucionarios y mencheviques; por otra parte, se enfrentaron a las potencias occidentales, que ayudaron al conglomerado contrarrevolucionario con la esperanza de conseguir la vuelta de Rusia a la guerra mundial. Las fuerzas internacionales estuvieron formadas por japoneses, que veían la posibilidad de ampliar su imperio a costa del ruso, estadounidenses, franceses e ingleses.
La victoria de los aliados
La revolución en Rusia provocó una difícil situación para las potencias aliadas que se vio compensada con la entrada de EEUU. El cambio de táctica de Alemania en la guerra submarina facilitó la beligerancia norteamericana. El bloqueo inglés hacía cada vez más daño a Alemania que entendió que la única forma de conseguir la victoria era llevar la lucha submarina a sus últimas consecuencias. Alemania reanudó, en febrero de 1917, el bloqueo naval a las Islas Británicas, con advertencia de que hundiría cualquier barco que se dirigiese a puertos británicos, independiente de la mercancía. Pensaban que podían acabar con GB en seis meses, tiempo que consideraban insuficiente para que EEUU, en caso de que les declarara la guerra, pudiera transportar tropas a Europa. El presidente norteamericano rompió las relaciones diplomáticas. La opinión pública americana conoció el telegrama Zimmermann. El hundimiento de varios barcos con bandera estadounidense por submarinos alemanes supuso el fin de las reticencias. EEUU declaraba la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917. En un principio, la guerra submarina consiguió el objetivo previsto: el hundimiento de buen número de barcos y la reducción de reservas de alimentos en las Islas Británicas, las medidas de los aliados, como cargas de profundidad, minas y la organización de desplazamientos en convoy —en el que iban barcos mercantes y de guerra—, disminuyeron su efectividad.
A la espera de las tropas norteamericanas, el frente occidental, durante 1917, continuó estancado. Lo que no impidió desgastadoras batallas, como Passchendaele, en verano de 1917, donde los ingleses perdieron cerca de 400.000 hombres, o la de Caporetto, en octubre, donde los italianos sufrieron una derrota con medio millón de bajas, entre muertos y prisioneros. Donde los aliados progresaron fue en Oriente Medio: los ingleses entraron en Bagdad, en marzo, y “Lawrence de Arabia”, al frente de tribus árabes, tomó Aqaba, en julio, mientras que tropas inglesas ocupaban Jerusalén en diciembre.
En Alemania, mientras que el gobierno alemán deseaba negociaciones para un acuerdo de paz, la cúpula militar, con los generales Ludendorff y Hindenburg a la cabeza, lo rechazaban. Los responsables militares diseñaron un ataque masivo en el frente occidental, en marzo de 1918, con más de 3 millones de soldados, la última gran ofensiva alemana. El avance fue espectacular los primeros meses, llegando a cruzar el Marne y llegar cerca de París. Pero el ejército francés del General Foch, que dirigía todas las fuerzas aliadas incluidas las norteamericanas, detuvo el avance y contraatacó, haciendo retroceder a los alemanes hasta el Aisne. Esta segunda Batalla del Marne fue determinante. El ejército alemán estaba prácticamente agotado. Los aliados mantuvieron la iniciativa; los americanos, en septiembre, atacaron en la Argonne, en las Ardenas, los ingleses en Flandes. Los generales alemanes reconocieron ante el Kaiser su imposibilidad de ganar la guerra y aconsejaron la formación de un gobierno, lo más plural posible, para enfrentarse a las negociaciones de paz.
Los países que habían luchado al lado de las potencias centrales fueron cerrando su participación en la guerra. Bulgaria firmó el armisticio en Salónica el 30 de septiembre. En Oriente Medio, los ingleses, en colaboración con los árabes, tomaban Amán, en septiembre, y Damasco, en octubre. Los franceses entraban en Beirut. Turquía pedía el alto el fuego y, el 30 de octubre, firmaba el armisticio.
Austria-Hungría iba a protagonizar su última batalla en el frente sur. El ejército italiano ganó la decisiva Batalla de Vittorio Véneto, con 400.000 prisioneros. Fue el fin del Imperio Austro-Húngaro y también el punto final para Alemania. El Kaiser había nombrado el gobierno solicitado por los militares, y las negociaciones de paz comenzaron mientras continuaba la guerra. Las conversaciones se dilataban sin acuerdo, además Ludendorff llevaba a cabo una política de destrucción en los territorios que abandonaba y de resistencia a ultranza, que provocaron la desconfianza aliada. El gobierno alemán cesó a Ludendorff. La caída de Austria-Hungría fue determinante. La orden dada a los marineros para librar su última batalla naval contra los ingleses, a fines de octubre, provocó el amotinamiento en el puerto de Kiel. A la rebelión de marinos le sucedió la de los soldados de tierra y las de trabajadores en las principales ciudades. El 9 de noviembre el jefe del gobierno nombrado por el Kaiser para las negociaciones de paz, el príncipe Max Von Baden, cedía el poder al líder del Partido Socialista Alemán, Friedrich Ebert. El mismo día, para evitar disturbios y la actuación de una minoría revolucionaria, Guillermo II fue obligado a abdicar. La comisión encargada de negociar firmó el armisticio el 11 de noviembre de 1918. La I Guerra Mundial había terminado.
Características de la Gran Guerra
La IGM tuvo características especiales. Era la primera vez que un conflicto bélico adquiría el carácter de mundial, pues habían participado países de todos los continentes y se había desarrollado en buena parte del mundo. Fue una guerra total porque no afectó sólo a soldados, sino que repercutió en la población civil de retaguardia. Todos los recursos se emplearon en la guerra y la industria se reconvirtió con el objetivo de producir materiales para el frente.
Cada Estado intervino en todos los resortes de su economía, se pasó de un liberalismo económico al control exhaustivo en el comercio, la producción, la distribución de los productos, la moneda...
Aparecieron nuevas formas de guerra y nuevas armas. Con el estancamiento de los frentes, la guerra de trincheras fue característica. Los ataques mantenían un esquema básico: fuerte ataque de artillería durante días, seguido de grandes oleadas de soldados de infantería. Las trincheras representan la imagen de esta guerra. Lugares insalubres con largas alambradas de espino, donde las condiciones eran inhumanas y se extendían las enfermedades; y entre trincheras, de uno y otro bando, una tierra de nadie donde se acumulaban los cadáveres.
En armamento, la gran revolución fueron las ametralladoras, con su capacidad de tiro que destruía la formación de atacantes. La artillería logró un gran desarrollo, su precisión y calibre aumentaron con el paso del conflicto. El cañón más espectacular fue Gran Berta, de Alemania, con calibre de 420 mm. Aparecieron los carros de combate o tanques, utilizados por los ingleses, aunque no alcanzaron el rendimiento de guerras posteriores. Se emplearon como apoyo a la infantería o la destrucción de trincheras. Los productos químicos, prohibidos por la Conferencia de la Haya de julio de 1899, hicieron acto de presencia. El más popular fue el gas mostaza, que producía ampollas; otros eran más letales como el fosgeno, asfixiante. En contra de ellos se inventaron las máscaras, que redujeron su efectividad.
En el mar, la mayor innovación fue el submarino por Alemania. En contra de ellos se emplearon las cargas de profundidad, minas y convoyes. En el aire los Zeppelines fueron usados para el bombardeo de ciudades, pero con escasa repercusión. Los aviones de caza aparecieron en 1915. El alemán Von Richthofen, el Barón Rojo, fue el aviador más conocido, prototipo de caballerosidad de la época y héroe nacional. Aparecieron las fotografías aéreas, los lanzabombas y la inclusión de la ametralladora en los aviones, pero también la artillería antiaérea. En cuanto a los transportes los más utilizados fueron el ferrocarril y el automóvil, mientras que en comunicación fueron esenciales la radio, el teléfono y el telégrafo.
En un breve balance de pérdidas humanas, hay que señalar que la guerra costó 10 millones de muertos, mientras que los heridos se cifran en el doble. Cada una de las principales potencias sufrió una pérdida de entre uno y dos millones de soldados. Por su parte, EEUU tuvo más de 100.000 muertos, y es que el ejército norteamericano sólo combatió los últimos meses de la guerra, aunque su intervención fue decisiva para la victoria final de los aliados.
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