El auge demográfico del Setecientos
Introducción
El s. XVIII sigue mostrando las características del régimen demográfico antiguo (elevada mortalidad ordinaria, alta mortalidad infantil, fuerte dependencia de los ciclos naturales de las cosechas, escasa capacidad defensiva ante las enfermedades, mortandades extraordinarias periódicas, y por lo tanto una baja esperanza de vida), aunque en determinadas zonas ya se van intuyendo los cambios que permitirían considerarlo un periodo de transición:
- Descenso significativo de la mortalidad infantil.
- Mejora sustancial en la alimentación.
- Avances médicos.
- Menor frecuencia de grandes epidemias.
Gracias a ello aumenta la esperanza de vida y, por primera vez en la Historia, se da un crecimiento sostenido de la población.
Es ahora cuando los tratadistas y políticos comienzan a considerar el número de habitantes como la piedra angular de la prosperidad y fuerza de un país → Se inician los grandes censos de población organizados por los gobiernos (especialmente en la segunda mitad del siglo, influidos por la Ilustración) y realizados con una precisión cada vez mayor. Surge así la demografía, interesada en conocer la cuantía y los detalles más concretos de la población (sexo, grupos de edades, estado civil, etc.), junto a datos de tipo económico, como la distribución geográfica de los habitantes, sus actividades... Sorprende que tales iniciativas no se llevaran a cabo en Inglaterra o Francia, los dos países más avanzados del continente, hasta 1801.
A los censos oficiales se unieron algunos privados, indicativos del interés que comenzaba a despertar la cuestión entre algunos ilustrados. Pese a su abundancia, y a la fiabilidad de muchos de tales recuentos, el conocimiento detallado de la demografía del s. XVIII sigue basándose como fuente primaria en los registros parroquiales, únicos que permiten conocer el comportamiento de los factores que determinan el incremento o descenso de una determinada población: natalidad, nupcialidad, mortalidad y migraciones.
El crecimiento de la población
El crecimiento no afectó por igual a todos los países europeos, hubo importantes diferencias regionales. Los principales incrementos demográficos se dieron en países que vivieron una fuerte expansión económica o en territorios anteriormente poco poblados y con economías débiles, que fueron objeto de una intensa inmigración colonizadora. Este segundo caso se observa en la Pomerania prusiana, el ducado de Prusia, Silesia, Hungría o el interior de la Rusia europea; pero el mejor ejemplo es el Nuevo Mundo (mayores aumentos demográficos del siglo), y en concreto las colonias inglesas de Norteamérica, que batieron todos los récords (300.000 habitantes en 1700, más de 5 millones en 1800), debido a la inmigración masiva desde Europa (si bien hay que tener en cuenta también otros factores demográficos).
- GRAN BRETAÑA: el caso británico es la mejor prueba de los efectos positivos que solía tener la interrelación entre economía y demografía. Su crecimiento es aún mayor si tenemos en cuenta el millón de personas que emigraron a América del Norte.
- FRANCIA: crecimiento relativamente escaso; estructura económica con fuerte desproporción entre población y trabajo (4-5 millones de pobres en 1790), bajo nivel de salarios reales, incidencia de las crisis cerealistas, edad relativamente alta de acceso al matrimonio o una importante proporción del celibato. Algunos de tales elementos contribuyen a explicar también la compleja crisis que llevaría a la Revolución.
- ESPAÑA: crecimiento también moderado, con diferencias regionales importantes. Mayores crecimientos en el litoral mediterráneo, más moderados en el interior castellano, Extremadura y Andalucía, y prácticamente nulos en el Cantábrico (habían llegado prácticamente al límite de sus posibilidades tras el aumento demográfico del s. XVII gracias al maíz). Los excedentes de población de Galicia, Asturias o el País Vasco emigraron a Madrid, Andalucía y América.
- ITALIA: gran diferencia entre el norte, más próspero, que creció menos, y el sur o las islas, que aumentaron en mayor medida, especialmente el reino de Nápoles.
- PROVINCIAS UNIDAS: cierto estancamiento demográfico.
- ALEMANIA: tras recuperar en 1730-40 los niveles anteriores a la Guerra de los 30 Años (unos 20 millones), llegó a haber incrementos del 100% en regiones orientales.
- ESCANDINAVIA Y ESTE: disponibilidad de espacio y tierras y coyuntura favorable → incremento demográfico con fuerte peso de la inmigración colonizadora.
Las ciudades
El crecimiento demográfico benefició ampliamente a las ciudades, pese a lo cual seguían teniendo mucha menos población que el mundo rural. Sin embargo, el aumento de la población urbana no estuvo relacionado necesariamente con la expansión demográfica de la zona respectiva, pues los mayores incrementos se dieron tanto en territorios cuya población crecía como en otros en los que estaba estancada o retrocedía. En cuanto al ritmo, el único territorio europeo que experimentó un proceso de urbanización gradual durante toda la Edad Moderna fueron las Islas Británicas, incluida Irlanda. Las demás áreas registraron la mayor parte de su crecimiento urbano en un periodo relativamente breve de la misma.
La proporción de habitantes de las ciudades aumentó en general a lo largo del siglo, a causa sobre todo de la inmigración rural, que compensaba la tendencia urbana al predominio de la mortalidad sobre la natalidad. Poca higiene, excrementos, malos olores, escasa pavimentación, falta de agua, mala iluminación nocturna, inseguridad o enterramientos dentro de las ciudades eran algunas de las condiciones de la vida urbana, que empeoraban en los barrios más populares y afectaban de manera especial a los inmigrantes pobres. Otro de los grandes peligros urbanos era el fuego.
Porcentajes de población urbana en 1800 según Jan de Vries: Holanda (28,8%), Inglaterra y Gales (20,3%), Países Bajos españoles (18,9%), Escocia (17,3%), Italia (14,4%), España (11,1%), Francia (8,8%), Portugal (8,7%), AustriaBohemia (5,2%), Escandinavia (4,6%), Suiza (3,7%), Polonia (2,5%).
En 1700 había 10 ciudades con más de 100.000 habitantes; en 1800 eran diecisiete. Las de más de 10.000 habían pasado de 154 en 1500 a 364 en 1800; en el s. XVII, el 71% de ellas estaba en el sur, poco más de un tercio en 1800.
Las ciudades europeas más pobladas seguían siendo Londres, París y Nápoles, que continuaron su crecimiento (Londres, con 900.000, se convertía en la segunda ciudad del mundo después de Tokio). Las ciudades que más población ganan en el s. XVIII fueron las capitales políticas (factor decisivo en los casos de Berlín, Dresde o San Petersburgo). También creció la población de los puertos de mar, como Nantes (comercio de esclavos), Le Havre, Marsella, Bristol y sobre todo Burdeos y Liverpool. Un tercer grupo de ciudades que ahora crecen son las industriales, especialmente en Inglaterra: Leeds, Birmingham o Manchester (en el XIX, símbolo por excelencia de la Revolución Industrial).
Causas del crecimiento de población
El crecimiento demográfico, si aislamos los movimientos migratorios, se debe a la combinación favorable de los comportamientos de la natalidad y la mortalidad. En el s. XVIII varios factores favorecieron dicha evolución favorable:
- CLIMATOLOGÍA: el s. XVIII hubo una mejora generalizada del clima, que disminuyó la frecuencia e intensidad de las crisis de subsistencias (con la excepción del invierno de 1709, que fue especialmente crudo en Francia).
- COMERCIO: la expansión de los intercambios y la integración progresiva de los mercados al ampliar el radio de acción del comercio y facilitar así el abastecimiento a zonas más lejanas.
- MEJORA DE LA ALIMENTACIÓN: difusión de cultivos de rendimientos muy superior a los cereales tradicionales como el maíz o la patata, aunque también contribuyó la expansión del trigo y algunos cereales secundarios.
- MEDIDAS HIGIÉNICAS PÚBLICAS: cementerios fuera de las ciudades, limpieza de calles, recogida de basuras, pavimentación, canalizaciones, alcantarillado, etc. No son generalizadas y no van acompañadas de mejoras en la higiene privada personal.
- MENOR INCIDENCIA DE EPIDEMIAS: retirada de la peste de Europa occidental gracias a la eficacia lograda tras siglos de lucha contra ella (aunque siguió siendo endémica en los Balcanes). Hubo otras enfermedades y epidemias (viruela, tifus, tuberculosis), pero de mucha menor mortandad que la peste.
- AVANCES MÉDICOS: métodos contra la viruela (inoculación preventiva y la vacuna descubierta por Edward Jenner en 1796)
Estos factores contribuyeron a que la natalidad aumentara en un contexto económico favorable y a que ni las carestías ni las grandes epidemias volvieran a provocar mortandades masivas en la Europa occidental y nórdica. Si bien las tasas de la ordinaria no experimentaron cambios significativos, si se redujeron mucho las mortandades extraordinarias.
Se ha señalado también la menor envergadura y frecuencia de las guerras, así como la mayor disciplina de los ejércitos (menos saqueos y actos vandálicos). Es discutible, ya que hubo muchas guerras y la mortalidad fue muy elevada. La Guerra de Sucesión de España, con 1.250.000 víctimas, fue la más mortífera desde la Guerra de los Treinta Años hasta las napoleónicas del s. XIX.
En conjunto, el incremento de la población obedeció a diversas causas, algunas de las cuales fueron a su vez estimuladas por el crecimiento demográfico: expansión agraria y mejora de cultivos, incremento de la producción manufacturera e industrial, auge del comercio y las comunicaciones, etc.
El control de la natalidad
A finales del s. XVIII, buena parte de Europa constituye un área de baja nupcialidad. En la Francia posterior a 1770, hubo una tendencia a la reducción de la natalidad debido al descenso de la nupcialidad, el aumento del celibato, el retraso de la edad del matrimonio o la reducción de la fecundidad. Lo más novedoso fue el inicio de cierto control de los nacimientos. Las prácticas contraceptivas alcanzaron en Francia una extensión hasta entonces desconocida, con la particularidad de que tal fenómeno afectó en buena medida a sectores sociales elevados, llegando en las últimas décadas a los grupos populares, como una consecuencia de la incipiente descristianización.
Colonización y emigración
El fuerte crecimiento demográfico de muchos territorios de la Europa oriental halla su principal explicación en la colonización de nuevas tierras y la emigración generada por ella. Al retirarse los turcos, muchos colonos germanos avanzaron hacia zonas escasamente pobladas de Hungría y el sur de Rusia. La conquista de Silesia por Prusia (1740) fue seguida de una intensa colonización con vistas a consolidar su dominio. La disponibilidad de tierras favorecía en todas estas zonas la reproducción de los recién llegados. Otro caso fue Alsacia, desolada durante la Guerra de los Treinta Años, que ya desde mediados del s. XVII acogió una importante inmigración. Carlos III promovió el asentamiento de colonos católicos suizos y alemanes en Sierra Morena (Andalucía). Con todo, la migración más importante fue la que se desplazó a otros continentes. Hacia 1800 América del Norte e Iberoamérica estaban pobladas respectivamente por 5,5 y 4 millones de habitantes de origen europeo, sobre todo británicos, españoles y portugueses.
Los privilegiados: nobleza y clero
Durante el s. XVIII persistió la sociedad estamental, sólo alterada en la última década por los cambios revolucionarios en Francia. Los privilegiados seguían protegidos por leyes privadas que certificaban la desigualdad ante la ley, más favorables que las que afectaban al común; dichos privilegios se veían amplificados por el reconocimiento de los demás y el respeto social que se debía a su superioridad.
- La nobleza
Con frecuencia se ha considerado el s. XVIII como una etapa de decadencia y debilidad de la nobleza ante el acoso de la burguesía, pero la realidad es que los privilegios se mantuvieron y en ciertas zonas se reforzaron. El volumen de sus patrimonios o el predominio social de sus valores así lo certifican. Fue de hecho un periodo de estrecha colaboración entre la corona y la nobleza, una vez superadas las tensiones anteriores, condición indispensable para el triunfo del absolutismo. Ello es visible en la participación de nobles en el poder político. En Prusia y Rusia, potencias emergentes del este europeo, el incremento del poder real se basó en el fortalecimiento de los privilegios nobiliarios. Ningún monarca podía prescindir del apoyo de sus nobles.
La nobleza seguía siendo el modelo social de referencia y eran numerosos los personajes del estado llano que ansiaban consagrar su ascenso social integrándose en la nobleza. Los monarcas lo aprovecharon para satisfacer sus necesidades fiscales y ampliar su respaldo social mediante la dispensa generosa de títulos y reconocimientos de nobleza, al tiempo que se hacían menos exigentes los requisitos para acceder a ella. Su encumbramiento solía deberse al servicio al rey (en la economía, la política, el ejército, etc.), lo que muestra la importancia que había alcanzado la corona en el juego de poderes → Cambio importante en los componentes de los sectores más elevados de la nobleza: algunos viejos linajes, dañados por la crisis económica del siglo anterior, el agotamiento biológico o la pérdida de poder político, fueron sustituidos por nuevos nobles. En buena parte de Europa, la aristocracia tradicional se vio obligada a compartir el poder político con burgueses y nuevos nobles. La vieja nobleza quedó relegada a organismos en decadencia como los consejos españoles o los parlamentos franceses, mientras los burgueses y nuevos nobles ocupaban mayoritariamente los nuevos cargos unipersonales: miembros de gabinete en Francia o Inglaterra, o secretarios de estado en España.
El origen burgués influyó en cierto cambio de mentalidad de la nobleza, mucho menos reacia a las actividades productivas. Muchos nobles supieron gestionar hábilmente sus patrimonios para obtener de ellos un mayor beneficio. Aumentaron sus posesiones agrarias, las modernizaron aplicando en ellas medidas propuestas por la fisiocracia o por el naciente capitalismo agrario. En Inglaterra participaron ampliamente de los enclosures, que les permitieron aumentar sus propiedades, y tanto en Francia como en otros países hubo nobles implicados en fenómenos similares de concentración y utilización capitalista de tierras, en perjuicio habitualmente de los pequeños campesinos y los usos comunitarios de la tierra. Las actividades mercantiles o industriales, con las que muchos de los nuevos nobles se habían enriquecido, fueron también adoptadas por miembros de la vieja nobleza, especialmente en Inglaterra.
Algunos gobiernos trataron incluso de animar a la nobleza a que participara en los negocios. Ya desde tiempos de Colbert, diversos edictos la exhortaban a ello. En España, la autorización para comerciar se les dio en 1765. Con todo, persistieron las prevenciones contra determinadas actividades, así como la tendencia del estamento a cerrar sus filas frente a los advenedizos.
La nobleza era siempre minoritaria, pese a que hubiera variaciones importantes entre unos y otros países o territorios. En Francia era el 1,4% de la población en 1789. En España el 4,5%, con diferencias regionales. En Inglaterra, un 3%. Por regla general, allí donde eran menos abundantes los nobles se diferenciaban más del común, mantenían mayores privilegios y eran más ricos. La proporción de nobles tendió a descender: se crearon nuevos, pero también hubo familias que desaparecieron o fueron incapaces de mantener su estatus, al tiempo que el aumento generalizado de la población contribuyó a reducir el porcentaje.
- El clero
En los países católicos, la Ilustración favoreció la secularización y el absolutismo ilustrado se empeñó en reforzar el control regalista de los monarcas sobre las Iglesias nacionales, lo que les permitió reducir las exenciones fiscales, los derechos de asilo y otros privilegios. Además, muchas de las reformas católicas tenían en el punto de mira la enorme propiedad territorial de la Iglesia, que serviría para aliviar las necesidades fiscales de la corona y para modernizar la propiedad y mejorar el rendimiento de la tierra. Muchos ilustrados consideraban que había un número excesivo de clérigos, frailes, monjes y monjas; criticaban el celibato al no contribuir al aumento de la población, o consideraban que se trataba de un sector improductivo y ocioso, cuando no ignorante. El más criticado era el clero regular, especialmente los jesuitas. Todos los gobernantes inspirados en la Ilustración deseaban reducir su número.
En el mundo protestante no existía un clero tan variado y estructurado como el católico. Sus riquezas y tierras eran mucho menores a las de la Iglesia romana, por lo que no puede hablarse propiamente de un clero privilegiado similar al católico, aunque gozaba también del reconocimiento y el respaldo social, junto a su ascendente moral. También en el mundo protestante el clero quedó subordinado a los intereses del soberano, como en Prusia, Rusia o Suecia, donde eran casi funcionarios. En Inglaterra y la Irlanda anglicana, la dependencia de los pastores con respecto a los propietarios territoriales atrajo hacia tales puestos a muchos segundones de la gentry.
La consolidación de la burguesía
El dinero había permitido ya a los primeros burgueses bajomedievales romper la división horizontal estática de los estamentos para elevarse hacia los superiores. Sus diferencias con muchos de sus integrantes del estado llano eran mayores que las que le separaban de la nobleza. En el s. XVIII se consolida dicho grupo y se puede hablar de burguesía como sector social específico de rasgos definidos.
- BURGUESÍA DE LOS NEGOCIOS: los principales burgueses eran comerciantes internacionales, armadores, propietarios de manufacturas destacadas y, sobre todo en Inglaterra, de las nuevas industrias, empresarios mineros, asentistas y arrendatarios de impuestos, inversores de cierta cuantía en las compañías por acciones, banqueros y otros. Más que una mentalidad, lo que les definía era un nivel aceptable de riqueza obtenida en actividades capitalistas, distintas de las formas tradicionales de acumulación.
- BUROCRACIA ESTATAL: venía desarrollándose desde los siglos anteriores, los miembros de la burocracia de monarquías y poderes soberanos, por sus ingresos y patrimonio, por su mentalidad, sus relaciones sociales y su cultura, estaban muy cerca de los sectores sociales más elevados, con quienes frecuentemente se relacionaban.
- PROFESIONALES LIBERALES: abogados, médicos, impresores, periodistas, libreros, militares (el desarrollo de la carrera militar abrió la posibilidad de un ennoblecimiento rápido), etc. Existían con anterioridad, pero ahora reforzaron sus perfiles.
Se trataba de un sector heterogéneo. Los más ricos eran los más importantes, y por debajo había un grupo numeroso, de clase media, con menores niveles de riqueza o de influencia. Según William Doyle, fue la desigualdad entre ellos lo que dio lugar a la Revolución francesa, por rencor de una burguesía inferior que se había ido creando unas expectativas que el Antiguo Régimen no fue capaz de satisfacer.
Muchos burgueses buscaron y acabaron integrándose en la nobleza. No planteaban un conflicto con la nobleza, sino que aspiraban a beneficiarse de las ventajas que ofrecía su inclusión en ella. Lentamente estaba esbozándose la transición de la sociedad estamental hacia la sociedad de clases, basada en la riqueza y en los valores burgueses, que no acabarían de imponerse hasta el s. XIX. Será entonces, con el liberalismo fruto de la Revolución francesa, cuando se afirme propiamente una ética burguesa. Mientras tanto se desarrollaba una valoración nueva del trabajo y el mérito, además de virtudes y actitudes distintas a las de la nobleza, principios propios de un sector social que llevaba en su desarrollo un germen de destrucción de los valores nobiliarios, y especialmente los privilegios recibidos por nacimiento. La propia Ilustración fue en gran medida el resultado de una concepción burguesa del mundo.
Numerosos disidentes religiosos se contaban entre los burgueses. Muchos mercaderes, manufactureros o industriales británicos eran baptistas, congregacionistas o cuáqueros, de la misma forma que casi toda la comunidad mercantil irlandesa era católica o presbiteriana, la burguesía de las ciudades del sur de Francia era mayoritariamente protestante, y en Alemania y la Europa oriental los judíos desarrollaban buena parte del comercio.
Fueron los países más avanzados los que experimentaron una mayor presencia burguesa. Inglaterra, que contó con la más abundante y diversificada gracias al inicio de la Revolución Industrial, era un caso paradigmático de como los principales grupos sociales participaban y obtenían beneficios de la economía capitalista sin las contradicciones que se daban en el continente, manteniendo a la vez los valores sociales tradicionales. La nobleza intervenía ampliamente en las actividades económicas, mientras que los burgueses tenían intereses también en la agricultura y, si lograban ennoblecerse, no tendían a abandonar sus actividades. El modelo contrario es el de Francia, cuya crisis social y política responde al anquilosamiento de los modelos sociales y la consiguiente falta de perspectiva para los burgueses fuera del camino clásico de ennoblecimiento mediante la compra de tierras u oficios y el olvido del comercio, finanzas o cualquier otra actividad que les hubiera hecho ascender. Mientras que los burgueses ingleses accedían a la Cámara de los Comunes, los parlamentos franceses eran un coto cerrado de los oficiales y la noblesse de robe.
Más débil era la de otros países, limitándose a una burguesía esencialmente mercantil en las principales capitales políticas, ciudades importantes o puertos de mar con mayor actividad. En España, la burguesía industrial solo aparece tímidamente en Cataluña, vinculada al sector textil. La burguesía es evidentemente una clase urbana, por lo que a medida que avanzamos hacia el este de Europa, la ausencia de ciudades importantes y el fuerte predominio agrícola señorial dejaban escasas opciones a los pocos burgueses. La propia nobleza terrateniente polaca o rusa se ocupó de gestionar el comercio, las manufacturas o la minería, beneficiándose en tales actividades del trabajo de los siervos, igual que hacían en sus tierras.
Campesinos y trabajadores de las ciudades
El campesinado
La gran mayoría de la población europea seguía siendo campesina y se mantenía la vieja división del río Elba entre el campesinado libre al oeste y la servidumbre al este. Dentro del campesinado de la Europa occidental existían numerosas diferencias, marcadas habitualmente por la cantidad de tierras que poseían, si bien los arrendatarios decierta importancia y con arrendamientos cómodos formaban parte de la élite rural.
El cambio más importante en cuanto a la propiedad de la tierra se dio en Inglaterra donde los más de 4000 Enclosure Acts dictados por el Parlamento facilitaron la concentración de la propiedad en manos de aristócratas y miembros de la gentry, en perjuicio de arrendatarios y propietarios de menor envergadura (yeomen). Muchos campesinos emigraron a la ciudad o a las nuevas industrias, al tiempo que el incremento de las explotaciones y la búsqueda de una mayor productividad ampliaba la demanda de mano de obra jornalera, en un claro proceso de proletarización, que implicaba un deterioro de las condiciones de trabajo. A finales de siglo, los pequeños propietarios poseían cerca del 20% de la superficie cultivada en Inglaterra. En España era del 22% y se concentraba principalmente en las regiones del norte. Había excepciones como la de Suecia, donde pasó del 31,5 al 52,6%.
En la Europa continental, la situación del campesinado apenas varió, La estructura de la propiedad experimentó pocos cambios, y la actividad agrícola y ganadera continuó dependiendo estrechamente de la naturaleza y sus ciclos, todo ello agravado por el peso de la fiscalidad real, las rentas, los diezmos y las contribuciones a la Iglesia católica o las deudas contraídas. Quienes se encontraban en peor situación eran los jornaleros, que en los malos tiempos se veían abocados a emigrar y pasar a engrosar en muchos casos la amplia categoría de los pobres y mendigos. Muchos campesinos complementaban su actividad con labores manufacturas de trabajo a domicilio, así como numerosos trabajadores urbanos realizaban alguna tarea agraria destinada generalmente al autoconsumo.
Los trabajadores urbanos
Artesanos agremiados y trabajadores asalariados convivían en la ciudad. Entre estos últimos, los más numerosos eran criados y sirvientes. Otro número importante de trabajadores urbanos, gran parte de ellos nuevos inmigrantes, se dedicaba a trabajos eventuales, incluso de un solo día.
Los gremios estaban fuertemente instalados en toda Europa, especialmente en Europa central y el Mediterráneo.
Pese a su utilidad para estructurar y controlar el mundo del trabajo, el sistema gremial entró en decadencia en buena parte del continente, antes de su desaparición definitiva con las reformas liberales decimonónicas. A sus problemas internos, derivados del dominio de los maestros, la dependencia excesiva y el bajo salario de muchos de los aprendices, o la frustración de los oficiales ante la exigencia de la obra maestra o las facilidades que encontraban los hijos de los maestros, se añadía de la competencia de los mercaderes empresarios (putting-out system). Por ejemplo, en Lyon, el conjunto de los productores de seda se enfrentaba con los grandes mercaderes empresarios, que dominaban la producción y el mercado de la que era la principal manufactura de la ciudad.
Fuera de los gremios las condiciones de trabajo tendían a empeorar. Esto ocurría especialmente en las nuevas fábricas, concentraciones de trabajadores que surgen allí donde se inician las primeras fases de la Revolución Industrial y cuyos ambientes poco higiénicos propiciaban además la aparición de enfermedades laborales. Las leyes de mercado, útiles para el empresario y el empleador, desprotegían ampliamente a los trabajadores y la naciente industria daba lugar a jornadas aún más abusivas, más disciplina horaria, mayor exigencia productiva, mayor control de la vida privada y salarios por detrás de los precios, adecuándose únicamente en áreas en que creció rápidamente la demanda de trabajo, como el norte de Inglaterra o Cataluña. Los trabajadores trataron de defenderse formando asociaciones, que fueron prohibidas reiteradamente tanto en Francia como en Inglaterra. Entre las existentes(secretas) destacaban los compagnonages, surgidos inicialmente para agrupar en Francia a oficiales descontentos.
La obsesión por la productividad en los inicios de la Revolución industrial deterioró las condiciones del trabajo, las viviendas y la salubridad que rodeabala vida de los trabajadores, la mayoría de los cuales se había visto forzada a abandonar el más protector mundo campesino del que procedían. Se iniciaba así el proceso de proletarización, que acercaba los trabajadores a los pobres difuminando con frecuencia las fronteras entre ellos, lo que implicaba el aumento de la pobreza en unas dimensiones que no había tenido hasta entonces. En la Europa del este, la situación del trabajador de las minas o la metalurgia no era distinta a la de los siervos del mundo campesino. En muchos casos, como ocurría en las minas, proliferó el trabajo infantil, por no hablar del tradicional trabajo de las mujeres en la hilatura, o en la manufactura sedera del norte de Italia o del valle del Ródano.
La tecnificación de la producción dio lugar a la figura del especialista, demandado y capaz de obtener importantes salarios y ventajas en virtud de sus conocimientos y el dominio de unas técnicas que todos deseaban copiar.
Pobreza y marginación. La conflictividad social
Los pobres
Las mayores concentraciones de pobres se daban en las ciudades, atraídos también por la mayor presencia en ellas de instituciones de caridad y asistencia. En momentos de carestía, muchas ciudades reforzaron la vigilancia en las puertas para impedir la entrada masiva.
Los tratadistas ilustrados se preocuparon de distinguir al pobre coyuntural, merecedor de ayudas, del vago y ocioso, que vinculaban a la delincuencia, por lo que propusieron que fuera aislado y reprimido para proteger el orden público.
Desde los siglos anteriores venían creándose instituciones que combinaban la reclusión con el trabajo obligatorio, y que proliferaron en el s. XVIII: casas de trabajo en Berlín, las workhouses inglesas, los alberghi dei poveri de Nápoles o Palermo; o el hospicio y casa de corrección creado en San Fernando de Henares.
Las carestías
Los desórdenes provocados por la carestía fueron frecuentes en los años de malas cosechas. Habitualmente se trataba de motines, rurales y urbanos, de carácter local. La culpa por el desabastecimiento recaía habitualmente sobre las autoridades municipales, y en los casos más graves tendía a desplazarse hacia los más ricos, a quienes se culpaba de especular con la escasez. La decisión de liberalizar el comercio de grano exacerbaba los temores al desabastecimiento local. Es el caso de los abundantes motines que tuvieron lugar en España en 1766, tras la liberalización en 1765 del comercio interior de granos; en el caso del tumulto que se desarrolló en Madrid, conocido como motín de Esquilache, el descontento fue aprovechado para organizar un motín de corte con intenciones evidentemente políticas. También en Francia, la llamada “guerra de la harina” de 1775, no se debió exclusivamente a la mala cosecha de aquel año, sino a los temores creados por la eliminación el año anterior de las restricciones al comercio de cereales.
Enclosures y destrucción de máquinas
Ciertas manifestaciones de violencia rural obedecen al malestar provocado por fenómenos concretos:
- Acciones contra los enclosures en Gran Bretaña. En 1742 se produjo en el SE de Escocia la llamada Levellers Revolt (revuelta igualitaria), caracterizada por acciones de violencia nocturna contra los propietarios de cierta importancia, para evitar que expulsaran a sus arrendatarios para cercar sus tierras y convertirlas en pastos. En los 60, los whiteboys irlandeses se opusieron también a los enclosures, destruyendo vallas o mutilando ganado.
- Otra forma de protesta, conectada al putting-out system, era la destrucción de instrumentos de trabajo, de materias primas, o el incendio de la casa del empresario; formas de atacarle para obtener aumentos salariales.
La introducción de máquinas amplió los motivos de protesta, añadiendo al descontento de los operarios el temor de que redujeran el número de trabajadores.
La revuelta de los camisards
Fue una de las principales revueltas campesinas en la Europa occidental. Se produjo en el Languedoc en 1702-05, en plena Guerra de Sucesión de España. Los participantes eran hugonotes y el desencadenante fue la persecución de los campesinos protestantes de las Cévennes, que se opusieron a los diezmos para mantener al clero de una Iglesia que no era la suya. Pese a la dura represión, el protestantismo no pudo ser erradicado de entre los campesinos del Languedoc.
La situación en Europa del este
En conjunto, sin embargo, el s. XVIII fue un periodo de relativa tranquilidad en el mundo rural de Europa occidental, gracias a la buena coyuntura económica y a la menor incidencia de epidemias, guerras y otros azotes. Pero no así en la Europa del este, donde la mala situación del campesinado, sujeto a la servidumbre, corveas, tributos, etc., hizo de las revueltas un fenómeno endémico:
- En Bohemia en 1755, tras el fallido intento del emperador José II de suavizar las presiones sobre el campesinado, bandas armadas se apoderaron de buena parte del reino, quemaron castillos, amenazaron a los administradores y proclamaron la abolición de las corveas. Fueron reprimidos con facilidad, pero el temor infundido en los señores permitió al emperador atemperar las corveas y otras prestaciones sin la oposición que había encontrado antes.
- En Hungría tuvo especial importancia la revuelta de Rákóczi (1703-11), levantamiento nacional generalizado, que creó grandes dificultades al emperador, involucrado en la Guerra de Sucesión de España. Más tarde, en 1784, las revueltas de Transilvania dieron lugar a la abolición de la servidumbre en Hungría.
- El campesinado ruso era el que padecía la servidumbre más dura → mayor frecuencia, amplitud y violencia de las rebeliones. Con todo, la pulsión principal del siervo ruso era la huida, frecuente pese a las muchas leyes que trataron de evitarla. Uno de sus principales destinos era la tierra de los cosacos, en el SE, junto a los ríos Don, Volga y Jaik, territorios fronterizos dedicados principalmente a la ganadería. Allí tuvieron lugar muchas de las grandes revueltas en respuesta al intento del gobierno de perseguir a los siervos allí refugiados, destacando la de Kondraty Bulavin (1707-08), aplastada por las tropas imperiales, que establecieron guarniciones en la zona.
Muchos de los cosacos se desplazaron entonces más al este, junto al Jaik, donde se iniciaría en 1772 la formidable revuelta encabezada por Yemelián Pugachov, un aventurero que se hizo pasar por Pedro III, marido de Catalina II, asesinado 10 años antes y popular entre los siervos, entre los que provocó levantamientos hasta implicar quizás a unos 3 millones de campesinos. La revuelta se deshizo por la hostilidad de los cosacos del Don, la retirada de los campesinos ante la llegada del invierno y la firma de la paz de Rusia con Turquía. La dura represión tuvo además el efecto de reducir la cantidad e importancia de los levantamientos campesinos en los años siguientes. Las revueltas llevaron a una identificación aun mayor entre la zarina y los intereses de la nobleza, que acentuó el control y la represión de los siervos.
Las revueltas urbanas
La causa principal de las protestas urbanas, entre las que se incluyen las huelgas y sus incidentes asociados, eran los bajos salarios, coincidiendo con los periodos de carestía, por lo que se las ha denominado tumultos del pan. Una forma de manifestar las quejas eran las peticiones al rey o a los parlamentos y eran frecuentes las marchas hacia Westminster o Versalles, lo que denotaban una notable capacidad organizativa de los convocantes, pese a su escasa eficacia. A veces las alteraciones eran el reflejo de la lucha política, reacción típica de los sectores sociales emergentes y excluidos del poder, como ocurrió en Ginebra (1781-82) o en Lieja (1789-90)
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