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jueves, 12 de diciembre de 2024

LA II REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y EL IMPERIALISMO

A mediados del siglo XIX se inició un nuevo ciclo de la Revolución Industrial en muchos países occidentales. Gran Bretaña seguía siendo el estado industrial por excelencia, aunque en muchos otros países europeos se había producido un gran avance industrial. Se considera que hacia 1850 se inició la fase denominada Segunda Revolución Industrial que fue impulsada por la aparición de nuevas fuentes de energía y nuevas ramas de la industria. El sistema capitalista surgido de la Primera Revolución Industrial se mantuvo, aunque asistido por novedosas fórmulas de organización empresarial y las correspondientes leyes de funcionamiento. El impulso económico que supuso esta segunda revolución industrial se orientó también hacia la búsqueda de mercados, tanto en el mundo desarrollado como en las colonias, gracias al avance en los transportes y en las nuevas vías de comunicación como el Canal de Suez. 

El período comprendido entre el final de la guerra franco-prusiana (1871) y el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914) coincidió con cuatro décadas de paz en las que Europa acabó imponiendo al resto del mundo su estilo de vida, su técnica, sus productos y su arte. Esta “edad de oro” europea fue conocida como “Belle Époque”. Las potencias europeas impusieron a partir de 1880 un nuevo método en las relaciones internacionales: el imperialismo. 

El imperialismo es un complejo fenómeno histórico cuyo rasgo distintivo es la generación de relaciones de dominio por parte de las grandes potencias sobre las áreas del planeta menos desarrolladas y la extensión a escala mundial de procesos económicos, sociales, políticos y culturales antes inéditos o restringidos a niveles menos amplios. Junto al antiguo colonialismo, basado en las relaciones comerciales, el moderno imperialismo de finales del siglo XIX implicó el control territorial y político de las zonas colonizadas. 

En los cuarenta años anteriores a la Primera Guerra Mundial, la aceptación de la hegemonía imperial de Gran Bretaña se tornó en abierta competencia entre las grandes potencias que dominaban el mundo. La superficie del planeta considerada subdesarrollada se distribuyó entre Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, Estados Unidos, Rusia, Japón y Portugal. El nuevo colonialismo fue aceptado a través de la Conferencia de Berlín de 1885, donde el canciller alemán Bismarck actuó como árbitro.

 Los Estados aceptaron el ideal colonial propuesto, que consistía en civilizar, expandir la cultura occidental, enriquecerse con las materias primas y lograr el control político de aquellos territorios que estaban sin explotar. Se fijaron las reglas para las futuras ocupaciones que fueron mayoritariamente aceptadas por todas las potencias. También se recogió el compromiso de combatir la esclavitud y mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esos territorios. 

A finales del siglo XIX el imperialismo se asoció sobre todo a la dominación económica que muchas naciones europeas impusieron a otras más débiles. Las potencias capitalistas necesitaban exportar su excedente de población y de capital, una de las causas de la ampliación del número de sus colonias. Las inversiones realizadas en ellas potenciaron la construcción de ferrocarriles, puertos e infraestructuras que facilitaban la vida de los colonos y el comercio de importación y exportación. 

Ciencia y tecnología 

El desarrollo de la ciencia, los avances tecnológicos, la fácil obtención de materias primas en los territorios colonizados y la creciente secularización del pensamiento en el siglo XIX hicieron progresar a la humanidad de una forma rápida y extensa. Los resultados del progreso científico-tecnológico alcanzaron de lleno al sector industrial. Los inventos y mejoras tecnológicas permitieron el aumento del nivel de vida en los países industrializados. El conjunto de cambios económicos favoreció el crecimiento demográfico y las migraciones. El régimen liberal, impulsor del capitalismo, evolucionó hacia la democratización de los países industrializados. El creciente papel de la ciencia como móvil de desarrollo tecnológico llevó a las grandes potencias a competir por conseguir el predominio económico en el mundo occidental.

El progreso técnico ocurrido en los transportes y comunicaciones contó con dos factores fundamentales: el ferrocarril y la navegación a vapor. En este segundo período industrial fueron los vehículos a motor, automóviles y aviones, los que más impacto produjeron en el avance del transporte. En cuanto a la aplicación de los inventos en las comunicaciones de larga distancia hay que destacar la utilización masiva del telégrafo eléctrico, del teléfono inventado por Graham Bell en 1876, de la telefonía sin hilos utilizada por Branly en 1890 y de la radiodifusión, experimentada por Marconi a finales del siglo. Comenzaba la era del capitalismo. 

La producción aumentó al ser planificadas las fábricas por los empresarios para obtener mayor rendimiento. Las nuevas máquinas lograron elaborar productos en serie que unido al sistema de fabricación en cadena inventado por el norteamericano Taylor abarató los productos, a la vez que la mano de obra ya no participaba en la elaboración total de los mismos. 

El avance científico y técnico logró que muchas industrias mejoraran y que se crearan otras. También existió un fuerte interés en descubrir y analizar nuevas especies de animales y plantas, conocer territorios ignotos y realizar investigaciones de todo tipo, lo que, gracias al imperialismo y al avance del colonialismo, hizo que muchos científicos se lanzaran a la aventura consiguiendo avances en la biología o la botánica, que tanto favorecieron a las industrias química y farmacéutica. 

La nueva industria y las nuevas energías 

Así como en la primera fase de la industrialización las fuentes más importantes fueron el carbón y el hierro, que se utilizaron principalmente para la aplicación del vapor en la producción y en los transportes, en este segundo ciclo surgieron otras utilizaciones de esas fuentes energéticas. Las industrias metalúrgicas cobraron un gran desarrollo gracias al empleo de numerosos metales y aleaciones que beneficiaron también a la industria siderúrgica. El hierro se aleó con el carbono para la fabricación de acero, material clave en la industria siderúrgica. El acero fue desplazando al hierro en la construcción de edificios, por ejemplo la torre Eiffel, inaugurada en 1889. 

La producción de aceros más especializados como el acero inoxidable requirió del níquel, metal cuya extracción en gran escala se produjo desde 1880. El acero también se utilizó en la fabricación de automóviles, maquinaria agrícola, trenes o aviones mejorando las comunicaciones. El aumento de la inversión militar, que varios países llevaron a cabo, benefició a la producción siderúrgica. La técnica armamentística fue evolucionando, la artillería y los blindados necesitaron aceros especiales para su mejor funcionamiento, así como los submarinos y acorazados. La empresa alemana Krupp se convirtió en un gran imperio empresarial y sus inversiones en investigación y en la fabricación de todo tipo de armamento la llevaron a dominar este sector industrial. 

Otra materia prima fundamental de esta época fue el petróleo, que desde mediados del siglo XIX hasta ahora ha constituido la principal fuente de energía. El petróleo es una sustancia aceitosa de color oscuro a la que, por sus compuestos de hidrogeno y carburo, se denomina hidrocarburo, que puede estar en estado líquido o gaseoso. Al primero se le llama “crudo” y al segundo “gas natural”. Es un recurso natural no renovable que aporta el mayor porcentaje del total de la energía que se consume en el mundo. A finales del siglo XIX ya comenzó a utilizarse para hacer funcionar los motores de los automóviles, aviones, equipos industriales, calderas y para la fabricación de disolventes, etc. 

Estas novedosas fuentes de energía abrieron muchas posibilidades a la industria en diversos sectores, sobre todo en la metalurgia y siderurgia. Sin embargo, el carbón mineral, en sus variantes más comunes como el lignito o la hulla, continuó utilizándose mayoritariamente en el consumo energético mundial. Su abundancia en la naturaleza, los bajos costes de explotación y la mayor potencia calorífica aconsejaron su empleo en numerosos países europeos. La máquina de vapor potenció la industria textil a partir de 1850, así como los transportes ferroviarios, fluviales y marítimos, que continuaron perfeccionándose y creciendo.

Entre las industrias más exitosas de esta segunda fase industrial hay que destacar la industria eléctrica. En realidad, la electricidad en sí misma no constituye una fuente de energía como lo pueda ser el petróleo o el carbón. No obstante, la energía eléctrica obtenida a partir de cualquier fuente primaria, ya sea carbón, saltos de agua o petróleo, presenta la ventaja de ser fácilmente transportable y divisible. Sus numerosos usos (luz, calor y fuerza motriz) generalizaron su utilización. Países carentes de petróleo o carbón encontraron en la electricidad el motor para su industrialización. La invención de transformadores y alternadores junto con el perfeccionamiento de los cables de alta tensión resolvieron las dificultades para la conducción de la electricidad a grandes distancias. La facilidad de la inmediata aplicación de la electricidad a cualquier utilización como la iluminación para el alumbrado de los hogares y ciudades, fue facilitada al inventar Edison en 1880 la lámpara de filamento incandescente, la bombilla. También la electricidad se ha empleado desde entonces en procesos electroquímicos. Asimismo, comenzó a ser utilizada para la calefacción y refrigeración, y en los trenes eléctricos y tranvías, grandes logros de la época. 

Otra aplicación de la electricidad se debió a la aparición de la electrólisis en la metalurgia, que permitió la aparición del aluminio, metal no ferromagnético que se extrae de la bauxita, mineral que mediante el “proceso Bayer” se transforma en alúmina y aplicando la electrólisis se convierte en aluminio. Este metal, por su escaso peso y otras características, como ser buen conductor de la electricidad y del calor y poseer baja densidad y alta resistencia a la corrosión, resulta muy adecuado para usos domésticos e industriales. 

Una importante concentración industrial se produjo en la fabricación de material eléctrico por grandes empresas como Phillips en Holanda o Siemens en Alemania. Estas sociedades requerían determinados metales como el cobre y el plomo, cuyos precios subieron considerablemente beneficiando a los países productores. Con el paso del tiempo, la electricidad fue desplazando a la utilización del vapor en la industria y fue aplicada a la mayoría de los electrodomésticos y utensilios domésticos, como el aparato de radio, comercializado desde comienzos del silgo XX. La radio ha significado uno de los avances técnicos del uso de la electricidad que más ayudó a difundir los nuevos modos de vida, secundado además por la invención del cinematógrafo. 

Las industrias químicas tuvieron también una estrecha relación con la investigación científica. Demostraron un mayor dinamismo debido a una serie de condiciones indispensables para su desarrollo: laboratorios de investigación y destacados especialistas, así como la utilización de productos de bajo costo por la masiva obtención de caucho y látex en las colonias asiáticas. El caucho comenzó a ser utilizado en la fabricación de neumáticos para las industrias de locomoción: automóviles, bicicletas, aviones, etc. Aunque la elaboración final de los productos químicos necesitaba procedimientos muy costosos, las empresas se fortalecieron al requerir una producción a gran escala y una base industrial y financiera suficiente para poder obtener grandes beneficios. La experimentación de las vacunas, de los nuevos productos farmacéuticos y del avance de la técnica médica supuso la eliminación de las grandes epidemias, lo que produjo un aumento de la población. Asimismo, el sector químico también produjo abonos, pesticidas, explosivos... 

La nueva industria del petróleo surgió de la explotación del yacimiento tras importantes mejoras en la técnica de perforación del subsuelo. El primer pozo petrolífero se puso en funcionamiento en 1859 en Estados Unidos, país líder en este sector industrial que contaba con importantes compañías. No obstante, a finales de siglo, Rusia se convirtió en la primera potencia petrolífera al desarrollar sus yacimientos de Bakú. Grandes compañías holandesas y británicas controlaron el proceso de extracción, comercialización y distribución del petróleo en Europa. Desde la invención del motor de explosión y el de combustión, presentado por Diesel en la exposición universal de París de 1900, este producto energético se fue aplicando, sobre todo, en la industria automovilística y de aviación. Debido a la utilización de los nuevos inventos, a su cantidad de materias primas y el aumento demográfico, Estados Unidos se puso a la cabeza de los países industrializados en 1900. 

Por otra parte, la industria agropecuaria fue mejorando desde mediados del siglo XIX en casi todos los países industrializados debido a la nueva maquinaria agrícola y a la utilización de fertilizantes químicos. Al reducirse la mano de obra y aumentar la producción, los grandes terratenientes incrementaron su rentas y la población urbana se benefició de la abundancia y bajada de los productos del campo. Sin embargo, los pequeños agricultores y campesinos asalariados tuvieron que emigrar a las ciudades y a otros países. El aumento de la población en Europa exigía un mayor abastecimiento para alimentarla y vestirla que ese continente no lograba producir en cantidad suficiente. Así, con el aumento de la ganadería y de los cultivos en los países ultramarinos y en las colonias de Asia y África, las potencias europeas obtenían las materias primas necesarias. 

Otras industrias como el textil, calzado y las papeleras se aprovecharon de las nuevas máquinas e inventos, incrementando su productividad y sus empresas en los países desarrollados. 

El proceso industrial, junto con la comercialización y el crecimiento de las ciudades, cambio el sistema de distribución de la población. El sector primario fue cediendo ante el secundario y el terciario, además aumentó la participación de las mujeres en el sector industrial, lo que provocó una clara aceleración del movimiento feminista en el último tercio del siglo XIX. El mayor protagonismo y seguimiento del feminismo estuvo condicionado por claros cambios sociales en los países más desarrollados. 

De la competencia al monopolio 

Al incremento de la producción agraria e industrial debido al avance tecnológico, correspondió un desarrollo de los canales de distribución y venta que facilitaron la expansión del comercio. Los intercambios de materias primas y manufacturas excedieron las fronteras nacionales hacia la formación de un mercado mundial. El descubrimiento y explotación de minas de oro en California, Australia o Sudáfrica, favorecieron los nuevos métodos adoptados por el capitalismo para aprovechar la disponibilidad de la masa monetaria en circulación. En la mayoría de los países desde 1880 se adoptó el patrón oro. 

El dinero aumentaba en consonancia con el incremento de la cantidad de metales preciosos y de las reservas de oro en el mundo que, junto con los medios de crédito y financiación de las empresas, dispararon las ganancias bancarias. La Banca fue el canal que habilitó cuantiosas sumas para la inversión en todos los sectores productivos. Los bancos dirigieron hacia los sectores más lucrativos el ahorro de la población y se especializaron según las actividades ejercidas. Existían bancos de depósito, comerciales y de crédito industrial. La conjunción entre la banca y la industria constituyó la esencia del capitalismo. 

Las sociedades anónimas, la concentración empresarial y las prácticas monopolísticas son otras características del llamado capitalismo financiero. Las grandes empresas se convirtieron en los agentes principales de la economía de un país. Ya no era suficiente el capital aportado por unos cuantos socios, se necesitaba captar los ahorros de personas que nada tenían que ver con la dirección de esas sociedades. 

Así, se formaron las sociedades anónimas por acciones, que incluso, si eran suficientemente fuertes, cotizaban en bolsa en los mercados de valores de las potencias capitalistas. Para lograr la confianza de los inversores se produjo un cambio legal en los países más avanzados. En ellos fue aceptado el principio de responsabilidad limitada, por el que cada accionista sólo tenía que responder de las deudas de una empresa con la cantidad que había invertido en ella. 

Las empresas se fueron concentrando para conseguir mayores beneficios: de forma horizontal, que era la agrupación de las sociedades del mismo sector; o vertical, cuando se agrupaban empresas de diferentes sectores para la obtención final de un mismo producto. 

La concentración de empresas reducía costes y competencias. Sin embargo, cuando esa agrupación de empresas abarcaba toda la producción de un sector se producía el monopolio, sistema empresarial capitalista generalizado a finales de siglo que la autoridad competente concedía a una empresa o asociación de empresas para que se aprovecharan con carácter exclusivo de alguna industria o comercio. 

Fueron frecuentes los acuerdos entre grandes firmas para dominar el mercado. En Alemania se generalizó el cártel, que constituía convenios entre varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción, venta y precios en determinado campo industrial. La diferencia entre monopolio y cártel radica en que en este último los beneficios totales son repartidos entre los productores.

Mientras que en Estados Unidos las agrupaciones se convirtieron en trust, unión de empresas distintas bajo una misma dirección central con la finalidad de ejercer un control de las ventas y la comercialización de los productos. El trust podía ser “horizontal”, cuando las empresas prestaban los mismos servicios o producían los mismos bienes; o “vertical”, cuando las empresas efectuaban actividades complementarias que podían acogerse a diversas formas de holding. La estructura holding se refiere a la compañía matriz de varias empresas especializadas en distintos campos enfocada a un mismo sector, lo que le confiere un ventajoso poder de mercado sobre el mismo. 

Todos estos sistemas monopolistas impidieron la libre competencia entre empresas y países en el mercado mundial y fueron muy discutidos por la justicia norteamericana que dictó leyes antitrust a finales de siglo, como el Acta Sherman de 1890 que por primera vez los declaró ilegales. Asimismo, desde Rusia, Lenin denunciaba este capitalismo empresarial en su libro el imperialismo, fase superior del capitalismo. 

La exportación de capital fue una de las novedades más importantes en la economía de finales del siglo XIX. La compraventa de productos fue estimulada por los nuevos medios de comunicación, que también impulsaron la propaganda comercial. La agilización de las transacciones producía una mayor rentabilidad, aunque también una fuerte competencia entre personas y sociedades. Los inversores de los países más desarrollados eran los que obtenían mayor rendimiento de sus acciones empresariales, de los bonos de gobiernos extranjeros y de los ventajosos préstamos de sus bancos. Así, los inversores de los países más fuertes invertían en países en vías de desarrollo. Sin embargo, todas estas transformaciones económicas produjeron fases de crecimiento y expansión general, seguidas de otras de depresión y crisis. Estos ciclos económicos no afectaron por igual a los países industrializados, que incluso debían competir entre ellos. 

Proteccionismo e imperialismo: la expansión económica y la necesidad de los mercados 

A mediados del siglo XIX Gran Bretaña, que ya dominaba algunos territorios asiáticos, como la India, comprobó que para seguir predominando en los países industrializados debía administrar directamente sus colonias y así lograr las necesarias materias primas para su desarrollo industrial y comercial. En 1857 Inglaterra estableció en la India un control directo. En sus otras posesiones, la administración inglesa introdujo el proteccionismo comercial para impedir a las demás potencias intercambiar sus productos con estos territorios. Lo mismo hizo Francia en sus colonias de Indochina y África, y Holanda o Alemania en las suyas. La carrera colonial impedía la apertura de mercados a todas las potencias por igual. Esta forma de actuar sólo beneficiaba a las metrópolis, ya que los territorios colonizados debían aceptar la explotación y las disposiciones económicas y políticas de las potencias imperialistas. Las rivalidades coloniales fueronuna de las causas de la crisis económica internacional de finales del siglo XIX. 

La crisis económica que se inició en Europa en 1873, conocida en su momento como la “gran depresión”, supuso el fin de la supremacía económica e industrial británica. Otros países europeos se habían ido incorporando a la industrialización y la producción había crecido tanto que en algunos sectores se llegó aun exceso de oferta. Gran Bretaña paso de ser la primera potencia a competir con Estados Unidos y Alemania. Los productos americanos, de bajo precio, saturaron el mercado internacional con la consiguiente reducción de beneficios. La política librecambista había dado lugar a una expansión del comercio internacional y a la especialización de la producción. Esta técnica económica, que en principio parecía un avance, constituyo un grave problema, llevando a la bancarrota a numerosos negocios de inversión. 

Entre 1873 y 1894 la tasa de crecimiento económico en la mayoría de los países europeos bajó considerablemente; descendieron los precios, los intereses financieros y la producción. Ante esta situación, y para evitar la creciente competencia internacional y poder lograr la superación de la crisis económica, la mayor parte de los gobiernos volvieron a implantar medidas proteccionistas elevando los aranceles aduaneros para encarecer los productos importados, como apoyo a las industrias nacionales. Estas disposiciones llevaron a un enfrentamiento comercial y político entre varios países.

Los estados que fueron fieles al librecambio (Gran Bretaña) que se habían especializado en diferentes sectores comerciales para la exportación, lograron tener un saneado comercio exterior. El proteccionismo emprendido por muchos gobiernos para proteger las industrias y empresas nacionales dio lugar a que las potencias europeas se apresuraran a la apertura de nuevos mercados en los territorios que iban ocupando. 

El descubrimiento de nuevas fuentes de energía o la innovación tecnológica hizo que ciertos países salieran de la crisis. La expansión militar a otros continentes como consecuencia del imperialismo, proporcionó a los Estados europeos otra vía para superar la depresión. 

En el último tercio del siglo XIX el capitalismo había modificado las leyes económicas. El funcionamiento del sistema de libre concurrencia evolucionó hacia la implantación de los monopolios empresariales, base del imperialismo. La crisis de 1873 fue una de las causas de la expansión imperialista. 

La implicación del Estado en la expansión económica 

La implicación del Estado en la vida económica y social de las principales naciones europeas adquirió una gran importancia desde 1870. Los gobiernos tomaron conciencia de la conveniencia de la participación de la función pública en la vida económica y social de sus países. Así, el Estado se implicó en la expansión económica del país y de sus empresas; y progresivamente en la cobertura social de sus ciudadanos. De esta forma, el devenir económico y social de las naciones europeas hacia responsable a los gobernantes, que dictaban medidas para incrementar el gasto público con relación al producto nacional. 

Poco después de comenzar este nuevo modelo económico protagonizado por los Estados de la Europa industrializada, se inició la crisis de 1873 que tanto les afectaría. Durante algo más de veinte años la depresión económica se apoderó de todas las economías, impidiendo su expansión. Con objeto de incentivar las inversiones, los gobiernos europeos y norteamericano publicaron varias leyes para restar responsabilidad a pequeños y grandes accionistas en el mercado de valores. Así, si una compañía quebraba, el inversor solo perdía el volumen de sus acciones en esa empresa. Con estas favorables medidas, las sociedades empresariales fueron creciendo y fortaleciéndose, aunque tuvieron que aceptar la presencia de bancos y organizaciones financieras entre sus mayores accionistas, mientras sus gobiernos trataban de buscar mercados para dar salida a los productos nacionales. 

El capital privado que se invertía en el exterior se vio apoyado por los Estados imperialistas, a los que convenía que sus empresarios e industrias se beneficiaran con su proteccionismo. La mayoría de los países industrializados promovieron el crecimiento económico a través de las empresas públicas y privadas. La base tecnológica en que se asentó el proceso de creciente integración económica internacional de esa época continuó estando mayoritariamente asociado al desarrollo del ferrocarril y de la navegación a vapor, lo que se tradujo en una marcada caída en los costes del transporte. El incremento del proteccionismo estatal se manifestó con más fuerza con el estallido en 1914 de la Gran Guerra y se convirtió en uno de los factores clave de su evolución en el concierto internacional. 

En estos años se inició la transición entre el Estado Guardián, característico del sistema liberal, hacia el Estado Providencia, que se preocupaba del interés de cada ciudadano y del interés general, origen del concepto actual de Estado del Bienestar. El “Welfare State” significa una combinación especial de democracia, bienestar social y capitalismo. El sector público comenzó a emprender funciones hasta ahora fuera de su ámbito. El peso creciente que los gastos económicos y sociales adquirieron en los países más avanzados de Europa se reflejó en sus presupuestos. La industria militar, las infraestructuras y las comunicaciones experimentaron un gran desarrollo. Este incremento del presupuesto llegaría a ser irreversible. La intervención del sector público fue cubriendo nuevas parcelas que antes se situaban bajo la iniciativa privada. El estado se vio cada vez más involucrado en el desarrollo económico y social de las potencias europeas.

El cambio de mentalidad de la sociedad, que marcó el inicio de una nueva época, también estuvo propiciado por los movimientos sociales como el socialismo o el anarquismo. En los años que precedieron a la I Guerra Mundial, se manifestó también un incremento notable en los flujos transfronterizos de bienes, capital y fuerza de trabajo. 


La economía colonial y el nacimiento de las nuevas potencias: hacia la Primera Guerra Mundial 

El imperialismo a fines del siglo XIX, como nuevo instrumento de conquista y explotación de territorios que pudieran aportar materias primas, prestigio internacional, nuevos mercados y reubicación del excedente de población, fue motivado sobre todo por causas económicas. Aunque también los Estados tendieron a expandirse por ambición de poder, prestigio, seguridad y ventajas diplomáticas respecto a otros Estados. 

En Europa entre 1850 y 1914 se había producido un espectacular aumento de la población gracias a la disminución de la mortalidad o las innovaciones científicas. Cerca 40 millones de europeos tuvieron que salir de su país para instalarse en colonias o en otros estados. 

Debido a la llegada de colonos blancos, la población autóctona sufrió una drástica reducción como consecuencia de enfrentamientos militares y de la introducción de enfermedades desconocidas en esas regiones. Las colonias se convirtieron en abastecedoras de lo necesario para el funcionamiento de las industrias metropolitanas, mientras éstas colocaban sus productos manufacturados en los dominios coloniales. La economía tradicional, basada en la agricultura autosuficiente y de policultivo fue sustituida por otra de exportación, en régimen de monocultivo, que provocó en gran medida, la desaparición de las formas ancestrales de producción y la extensión de los cultivos tales como el café, cacao, caucho, etc., que alteraron el paisaje. 

Las compañías comerciales, primeras interesadas en la explotación de los nuevos territorios, iniciaban el proceso colonial hasta que sus gobiernos enviaban fuerzas militares y administrativas suficientes para someter, organizar y administrar la región. Se emplearon diferentes sistemas de colonización: si los territorios eran gobernados solo por la potencia invasora, estos recibían el nombre de colonias, que podían ser de explotación o poblamiento. A la larga, las colonias de poblamiento conseguían instituciones de autogobierno y terminaban convirtiéndose en dominios. 

Otra de las figuras administrativas fue la de los protectorados, que se diferenciaba de las colonias por el mantenimiento en ellos de una teórica autoridad del gobierno autóctono o del jefe nativo, aunque sería un comisario o gobernador, representante de la metrópoli el que dirigía el país colonizado. La figura del condominio aparece cuando la soberanía de la nación protegida es compartida por las potencias imperialistas (ej. Marruecos). Modelos coloniales también fueron los mandatos, concedidos por acuerdos internacionales a una potencia que debía ejercer la potestad para intervenir en aspectos políticos y culturales sobre un país considerado atrasado. 

Si el país que se deseaba ocupar era demasiado grande y difícil de conquistar se establecían esferas de influencia, factorías, enclaves, etc., con la connivencia de las autoridades locales, que lograban así detener la invasión extranjera y conseguir que las potencias imperialistas construyeran con sus inversiones las infraestructuras necesarias para los intercambios comerciales. 

  •  La carrera colonial de las potencias imperialistas y sus consecuencias 

Para conocer el proceso colonizador de finales del siglo XIX es necesario remontarse a la Conferencia de Berlín de 1885 donde las potencias europeas dispusieron el reparto del continente africano. Europa se hallaba en pleno desarrollo industrial y los países europeos deseaban expandirse hacia otros continentes donde lograr materias primas y mercados para sus productos. África, el continente que quedaba por explorar, fue el objeto de la ambición colonizadora europea.

África vivía en esa época dos procesos dispares; de una lado la presencia y expansión del Islam, y de otro la colonización europea que comenzaba a abandonar las zonas costeras buscando el control de las materias primas del interior. En 1880 África era un continente casi desconocido. 

El interés por este continente vino determinado por la unificación italiana y alemana. Tras la guerra franco-prusiana de 1870, en la que Francia resultó derrotada, el escenario de rivalidad europeo se trasladó a África. En el continente negro comparecieron ingleses y franceses, superpotencias del imperialismo, pero también belgas, alemanes, italianos, portugueses y españoles. 

Con el fin de distribuir con equidad el continente africano se convocó una Conferencia Internacional en Berlín, que se inició el 15 de noviembre de 1885 y finalizó el 26 de enero de 1885. De los catorce Estados que se reunieron en la conferencia de Berlín ninguno fue africano. Bismarck abrió la primera sesión y aceptó la presidencia. En su discurso aseguró que el propósito de la conferencia era promover la civilización en el continente africano abriendo el interior del continente al comercio. Después definió los objetivos específicos de la reunión: libertad de comercio en el Congo y en el Níger y acuerdo sobre las formalidades para una válida anexión de territorios en el futuro. Señalo, igualmente, que no se entraría en cuestiones de soberanía. 

En el Acta Final de la Conferencia se proclamó, entre otros asuntos, la libre navegación marítima y fluvial, la libertad de comercio en el centro del continente africano y el derecho a colonizar un territorio si se ocupaba la costa de éste. Estuvieron muy claros los motivos de la invasión de África: la explotación de sus recursos naturales para beneficio de los países colonizadores y la incautación de sus tierras. El ejemplo lo constituye el régimen de gobierno que se practicó en el Congo belga. El rey Leopoldo II, propietario del mismo, nunca fue a esas tierras africanas, sin embargo conocía y aprobaba las muertes, amputaciones, malos tratos, represalias, etc., que se utilizaban con la población indígena que se resistía a trabajar en durísimas condiciones para uso exclusivo de los colonizadores. 

La Conferencia de Berlín no regularizó la disputa por África, sino que simplemente señalo el hecho de la participación. Al establecer en las relaciones internacionales las normas y condiciones para las nuevas y sucesivas ocupaciones en ese continente, fijó las bases de lo que iba a ser la distribución colonial entre las potencias imperialistas, ya actuantes y desde entonces incrementadas, completándose así el reparto de forma inmediata en apresuradas ocupaciones efectivas. Hubo enfrentamientos entre tribus autóctonas y enfrentamientos entre las potencias que fueron resueltos por tratados y acuerdos dentro del marco internacional. 

A la expansión económica de las empresas y a la emigración se sumó la política de las potencias imperialistas, que disponían de un creciente potencial demográfico para el alistamiento de tropas que pudieran actuar en las colonias. También los factores geoestratégicos influyeron en la carrera colonial, ya que favorecieron el dominio de las rutas navales, de los espacios continentales y de la creación de puertos, de buques más operativos para incrementar el comercio de exportación e importación en las nuevas colonias. 

Las políticas desarrolladas en África tuvieron importantes consecuencias sociales, que se manifestaron en la instalación de una burguesía de comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópoli que ocuparon los niveles más altos de la estructura colonial. 

  • Territorios colonizados por las potencias industrializadas a finales del siglo XIX 

Como consecuencias culturales del imperialismo hay que destacar la imposición en los territorios colonizados de las pautas de conducta, educación y mentalidad de los colonizadores. En general, las lenguas de las potencias imperialistas, la religión cristiana y los modos de vida como medio de culturización occidental se extendieron por varios continentes. El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y valores tradicionales de las tribus indígenas.

Por último, hay que añadir que los mapas políticos se vieron alterados por la creación de fronteras artificiales que nada tenían que ver con la configuración preexistente y que supusieron la unión o división forzada de grupos tribales provocando conflictos políticos, sociales y étnicos. El dominio ejercido por los Estados imperialistas supuso el control político, social, económico y cultural de los pueblos colonizados, que no sólo originó rivalidades entre ellos, sino que fue, junto con la carrera de armamentos y las crisis balcánicas y marroquíes de comienzos del siglo XX, una de las causas determinantes del inicio de la Primera Guerra Mundial

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