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martes, 17 de diciembre de 2024

EL FINAL DEL SIGLO XIX Y LOS NUEVOS RETOS. HACIA LA SOCIEDAD DE MASAS

El concepto de masa como multitud indiferenciada donde lo individual tendía a perderse en el grupo, apareció tras la revolución francesa, cuando el “pueblo” pasó a ser protagonista; pero fue a finales del XIX cuando culminó el proceso. El proceso paralelo fue el incremento de las competencias del Estado en sanidad, transporte, educación, etc. El desarrollo de la prensa periódica ayudó mucho y fue reflejo de este proceso. Se fue imponiendo el servicio militar obligatorio y con ello se culminó el proceso iniciado por Napoleón de un ejército de masas; fue éste un camino abierto al voto universal; pues el que defendía la patria no podía dejar de ser un ciudadano pleno. 



Los obreros de las fábricas caracterizan la nueva época, la producción en serie era la exigencia y lo que favoreció que el mercado pasara a ser protagonista, y el consumo parte importante de las nuevas sociedades; a su lado caminaba la exigencia de progresiva mecanización y racionalización de la producción; en 1911 Frederick W. Taylor escribió sobre la organización científica del trabajo que garantizaba mayor productividad, aplicándose su técnica sobre todo después de la Primera Guerra Mundial (taylorismo). Entre 1896 y 1913 se produjo el desarrollo generalizado de la producción en casi todos los sectores, que llegó incluso a los países “recién llegados”, como Rusia e Italia. 

Pero la sociedad de masas no es sinónimo de sociedad democrática, pues el método plebiscitario, es decir, acudir a la consulta masiva y directa fue método del Segundo Imperio francés y de la Alemania bismarckiana; también en el XX hubo regímenes de masas que no fueron democráticos, como los totalitarismos fascista y nacionalsocialista y el comunismo. Lo que si es cierto es que en este cambio de siglo la sociedad de masas fue acompañada de una progresiva tendencia a la masiva participación política a través de la extensión del derecho a voto. Esta nueva situación afectó a la estructura y actividad de los partidos políticos que se vieron obligados, incluso los más conservadores, a buscar estrategias de atracción de masas; este nuevo formato de partido lo iniciaron los socialistas y los católicos en menor medida: estructura permanente articulada en organizaciones locales que dependen de un único centro dirigente.
 
Paralelamente se produjo un incremento notable de la organización sindical y su federación en grandes organismos. 

A la época entre 1885 y 1914 se la conoció también como “la era de la sinrazón”, la de la crisis del positivismo (en España se había recibido tarde el positivismo, irrumpió en 1875 de mano de José de Perojo,Luis Simarro y Manuel Revilla entre otros, y lo hizo de la mano del darwinismo y seguido del naturalismo); se había entrado en la crisis científica y de pensamiento. En 1901 Freud publicó La interpretación de los sueños, prestando atención a los motivos no racionales de la conducta humana (Sorel lo manifestó como pensador político y Vilfredo Pareto como sociólogo), y Ernst Jung iniciaba sus trabajo, mientras Einstein publicaba su primer documento científico sobre la relatividad en 1905. Darwin había establecido la selección natural. O sea que la ciencia tenia alto prestigio porque casi cada año tenía lugar algún fenómeno relevante: la luz, el automóvil, etc. Pero la visión del mundo ligada a una idea de progreso constante entró en decadencia y el método positivista ya sólo sirvió para la investigación científica, no como sistema de valores, porque se acabó la confianza ilimitada. 

En el campo filosófico, Nietzsche declaró que “Dios ha muerto” (además de oponer al progreso lineal la idea del eterno retorno), entrando en crisis también la religión; Freud era ateo y el darwinismo había hecho su parte frente a la ortodoxia religiosa. Los grandes científicos, como Einstein, perdieron la fe religiosa, pero se entiende que fue el estudio comparado de las religiones, el análisis histórico de los textos religiosos basándose en el método critico en vigor en la historiografía alemana, lo que más influyó en esta tendencia.

Entre 1890 y 1914 se produjo el desarrollo de la sociología, como una consecuencia natural de la llegada de la sociedad de masas y de los cambios vertiginosos que se estaban produciendo. Los pioneros fueron Comte, Marx y Spencer y la generación que les siguió fue la que llegó a la madurez, con Emile Durkheim y Max Weber principalmente: Weber continuó la tarea de Marx y Durkheim sucedió a Comte. El estudio científico de la sociedad se asimiló en muchos casos al análisis político. Weber estudió la autoridad política,Michels los partidos políticos, Durkheim analizó la relación entre individuos y comunidad en un marco industrial urbano cada vez más complejo: el término que introdujo fue “anomia”, que venía a significar desarraigo, desasosiego por falta de una guía reconocida en una gran sociedad que vino a sustituir a las comunidades tradicionales fuertemente integradas. La política pasaba de la fase de construcción constitucional, de la “abstracción” como dijo Wallas a la problemática social, a hacer encajar la sociedad surgida en esa construcción. 



En Literatura la palabra clave en los setenta era “naturalismo” representado por Émile Zola como la vía literaria del interés sociológico. En España fueron difusas las fronteras con el realismo, pues chocaba con las creencias religiosas; Emilia Pardo Bazán publicó en 1882-1883 La cuestión palpitante, que provocó un gran debate; en esa literatura se buscaron los inframundos, la depravación, lo que más perturbaba a la cómoda clase burguesa que prefería no ver otros ámbitos sociales; se basó en el darwinismo y en las nuevas corrientes científicas en boga, y en ese sentido aparece como una historia social. En arte surgió el simbolismo (1886), como alternativa a su incapacidad de transformar la realidad social. En realidad el grueso se centraba en un ataque a la respetabilidad victoriana, en un intento de escandalizar a la burguesía. 

Nombres como Rimbaud, Gaugin, André Guide, Oscar Wilde, forman parte de este mundo. En España estaba dando comienzo la edad de plata de la cultura y la ciencia española, siendo largo enumerar los nombres relevantes de la generación del 98 (Galdós, Baroja, Azorín, Unamuno) a la que siguió la de 1914 (Ortega y Gasset, Francisco Ayala, Gregorio Marañón, Américo Castro, Ramón y Cajal); citemos en música a Albéniz, Granados, Manuel de Falla o Turina. 

Ésta fue la época también de la emergencia del feminismo; en España con casi una única figura en Emilia Pardo Bazán. Se mostró la inferioridad jurídica, política y económica de la mujer. Todavía era un movimiento escaso y fragmentario, pero tenía sus antecedentes. En EEUU, ya en 1848 se produjo el primer documento colectivo: la denominada Declaración de Seneca Falls; allí las condiciones sociales y culturales fueron especialmente favorables para la extensión de los movimientos femeninos. 

Y es que a pesar de que la revolución francesa buscó la igualdad de derechos del “hombre y del ciudadano”, todavía no entraba en ese concepto la parte femenina de la humanidad, que se consideraba una parte del hombre. 

Así es que la primera lucha “feminista” fue la búsqueda del derecho al voto, el movimiento sufragista.

En Gran Bretaña lo inició Mary Wollstonecraft con A vindication of the Rights of Woman, en 1792, proponiendo que “ambos sexos debieran educarse juntos, no sólo en las familias privadas sino también en las escuelas públicas”, especialmente porque “el matrimonio es la base de la sociedad”, pedía ya que las mujeres “se conviertan en ciudadanas ilustradas, libres y capaces de ganar su propia subsistencia, e  independientes de los hombres”

Entre los pensadores liberales británicos fue John Stuart Mill quien vindicó los derechos de las mujeres, en concreto el voto; llegó a presentar en 1866 una demanda en el Parlamento en ese sentido, cuyo rechazo provocó que al año siguiente surgiera el primer grupo sufragista británico, la National Society for Woman’s Suffrage; en 1869 publicó junto con su mujer, Harriet Taylor Mill, El sometimiento de la mujer; libro que se editó en muchos países y provocó la expansión e internacionalización del movimiento sufragista. Y es que esta reivindicación era todavía ajena al movimiento liberal y democrático del XIX. Fue tras la I Guerra Mundial cuando se fue extendiendo y generalizando este derecho, que se completó tras la II Guerra Mundial. 


La decadencia de los pueblos latinos y los “98” 

1870 es la fecha para la nueva cara de las relaciones económicas internacionales, es decir, de la transición del capitalismo de competencia al capitalismo monopolista. El auge de nacionalismo es otro factor del espectacular giro de las relaciones internacionales. Desde el Congreso de Viena dominaron el escenario internacional cinco grandes potencias europeas: Austria, Prusia, Rusia, Gran Bretaña y Francia; pero desde 1870 hasta 1914 fueron seis, pues se incorporó Italia recién formada como reino,mientras Prusia se había convertido en el Imperio Alemán. A partir de entonces se habló de la Europa bismarckiana pues se hizo evidente la hegemonía germánica tanto en economía, cultura, política o relaciones internacionales. Se quebró definitivamente el viejo equilibrio europeo de 1815 y una red de alianzas defensivas intentó encuadrar las aspiraciones de las potencias hacia el imperialismo. 

En ese contexto es cuando surgió la idea de la decadencia de los pueblos latinos frente al ascenso de los anglosajones y germanos, como un proceso inevitable, casi científico, favorecido por la idea de raza tan simplista como efectiva: la derrota francesa ante Prusia en 1870 inició esa tendencia que se agudizó hacia el final de la centuria. En ese mismo año se recogió esa idea en España por Cánovas, que lo expuso en el Ateneo. La crisis de 1898 fue así como una consecuencia natural de ese proceso, que afectó también a los portugueses en 1890 con la crisis Ultimátum, a los italianos en 1896 con el desastre de Adua y a los franceses con la crisis de Fashoda en 1898. 



España y el 98 

España restauró la Monarquía de los Borbones en diciembre de 1874. Con ella llegó el momento más estable del liberalismo, caracterizado por el pacto y el turnismo; a finales de siglo llegó la última muestra de su exclusión de las potencias hegemónicas; justo en el momento en que Europa iba dominando el resto del mundo a través del colonialismo, España perdía los restos de lo que había sido el mayor imperio colonial. 

El pesimismo en España se manifestó en la obra de Cánovas o la de Mallada de 1890 por el contraste entre la pobreza y atraso con el brillante apogeo de los pueblos anglosajones que optaron por la Reforma en el XVI, el racionalismo en el XVII, el empirismo del XVIII y la revolución industrial del XIX. Con la pérdida de las colonias en el 98 se produjo la “literatura del Desastre”. 

Y es que la segunda revolución industrial amplió la distancia entre los países ibéricos y las potencias más desarrolladas, y España buscó el recogimiento, temerosa de la alianza con cualquier potencia que pudiera hacerla invertir en conflictos internacionales. Pero no se buscó el aislamiento porque se pretendía mantener la tradición de buenas relaciones con Londres y París, guardianes del statu quo. Se esforzó en presentar una buena imagen externa del Estado y mantener y mejorar las relaciones con las potencias, pero evitó todo compromiso. En 1898 España estaba en pleno aislamiento; sin alianzas no le fue posible mantener sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Carolinas, Marianas y Palaos)y el llamado “Desastre” fue la consecuencia lógica. 

Estados Unidos mostró su pretensión hegemónica en la Cuba española materializando aquel principio de “América para los americanos” de la etapa posnapoleónica. Con la nota de 16 de abril de 1876, el gobierno español se comprometió ante el norteamericano “a cambiar en sentido más liberal y amplió el régimen imperante en Cuba” y promover la emancipación de los esclavos; a suprimir las trabas que entorpecían el comercio de la isla con Estados Unidos y a darle representación en el Parlamento como se había dado a Puerto Rico. 




La Paz de Zanjón de 10 de febrero de 1878 había puesto fin a la Guerra de los Diez Años (libertad de expresión, posibilidad de constituir partidos políticos, liberación de los esclavos que lucharon por la independencia). Martínez Campos, general en jefe de Cuba desde el 9 de octubre de 1876, se empeñó en poner en práctica la Paz de Zanjón favoreciendo el desarrollo de la isla con las necesarias reformas económicas y aboliendo la esclavitud; esto afectaba a los intereses españolistas. Por ello se creó en la isla un partido españolista y se envió a Martínez Campos a la península. De este modo, ni se llevarona cabo las reformas económicas ni se abolió totalmente la esclavitud porque se estableció el sistema de patronato durante ocho años. Más tarde, Sagasta se enfrentó también a los intentos de reforma política, social y económica de Maura (1892-1895). 

El 25 de febrero de 1895 se retomó la guerra con el llamado “Grito de Baire”, levantándose casi simultáneamente Filipinas; fue el fin de la tregua de Zanjón fracasada por los fuertes grupos de presión en la isla empeñados en obstaculizar el paso hacia la autonomía. Ante el fracaso del partido autonomista fue creciendo el partido independentista liderado por José Martí, el partido revolucionario cubano creado en 1892, que se convirtió en el motor de la rebelión y tuvo como cabecilla militar a Antonio Maceo. La crisis económica del azúcar hizo más impopular al gobierno. 

Grito de Baire

El movimiento se inició en la parte oriental de la isla, y su base social fue el campesinado. El general enviado fue Martínez Campos, que confiaba más en la autonomía que en la represión y advirtió que sus principios y sentimientos le hacían incapaz de aplicar otras medidas que la guerra convencional, a pesar de que resultaría ineficaz por el respaldo social que tenía la sublevación. Fue sustituido por Weyler en enero de 1896 que practicó la concentración de la población para evitar el apoyo social, e invirtió mucho dinero en la actuación militar (que ayudó al déficit de Hacienda), a pesar de lo cual no consiguió dominar a los insurrectos, lo que provocó alguna crisis política. Polavieja fue enviado a Filipinas y los liberales tomaron como programa de gobierno la autonomía para Cuba y la destitución de Weyler. Su actuación dio el pretexto a EEUU para intervenir. 

El gobierno liberal de Sagasta relevó a Weyler el 9 de octubre de 1897, nada más llegar al poder, sustituido por el general Blanco, y el 27 de noviembre implantó por decreto la autonomía para Cuba y Puerto Rico con la Constitución colonial preparada por Moret. Pero ya era demasiado tarde, dos meses después, en febrero de 1898, se produjo la voladura del Maine que facilitó la intervención estadounidense. 

Explosión del Maine

Desde mayo del 97 los estadounidenses habían concedido beligerancia a los insurrectos cubanos. Casi un año después, el 20 de abril, el Congreso de Estados Unidos a propuesta del presidente declaró la guerra a España, a pesar de la intensa labor diplomática buscando garantía de las grandes potencias, consiguió sólo una protesta moral en su apoyo. El 21 se comunicó a España la decisión, y el 25 se declaró oficialmente la guerra. Cuba y Filipinas tenían un gran interés estratégico en la coyuntura imperialista y la crisis del 98 produjo la redistribución colonial entre las grandes potencias; no caben los argumentos filantrópicos frente a la política militar de Weyler, pues ya había sido relevado. La actuación posterior de EEUU también contradijo ese argumento, pues con la Enmienda Platt de 1901 sujetaron bajo sus intereses al nuevo Estado cubano (art. III: “EEUU puede ejercitar el derecho de intervenir”). 

El 3 de julio se produjo la desastrosa derrota de Cervera con el hundimiento de toda la escuadra en la bahía de Santiago. El Gobierno temía llegar a la paz, no queriendo exponerse a repatriar un Ejército disconforme y falto de ocupación, temiéndose que se aprovechara esa situación por los generales abiertamente disconformes, como Weyler. Para la paz se pidió la mediación de Francia y se suscribió el Protocolo de Washington el 11 de agosto, antecedente del Tratado de Paz de París de 10 de diciembre por el que España reconocía la independencia de Cuba y cedía a EEUU Puerto Rico, Filipinas y Guam.
 
En 1900 España vendió a Alemania los tres archipiélagos del Pacífico por 25 millones de marcos; había gastado desde mayo de 1895 unos 2.000 millones de pesetas. A partir de entonces, la atención española se centró en el eje Canarias-Baleares, pasando por el Estrecho y el Mar de Alborán. 

batalla de Cavite, pérdida de Filipinas

En Portugal, eliminado de América desde la emancipación de Brasil, se intentó soldar Angola y Mozambique con los territorios intermedios, y ahí chocó con los proyectos expansivos de Inglaterra (el congreso de Berlín de 1885 había repartido África para Inglaterra, Francia, Alemania y Bélgica). La iniciativa portuguesa dio lugar al ultimátum británico exigiendo una respuesta “aquella misma tarde” del 11 de enero de 1890. Esto obligó al gobierno a telegrafiar desde Lisboa al gobernador de Mozambique las instrucciones de Londres, lo que supuso una profunda humillación y un clima de profundo pesimismo, de amargo resentimiento contra la vieja aliada. En España se hacen eco y se comienza a hablar de un Zollverein peninsular. El tratado luso-británico de 20 de agosto de 1890 restableció esas relaciones y determinó los límites de las colonias portuguesas en África meridional, prohibiendo a Portugal enajenar parte del territorio sin consentimiento británico. En 1898 volvieron a peligrar esas relaciones por el acuerdo secreto entre Inglaterra y Alemania para un eventual reparto del imperio portugués, pero la guerra anglo-bóer hizo cambiar los intereses ingleses que ratificó formalmente su alianza con Portugal, llegándose al tratado de Windsor en 1899, que significó para Portugal la protección de Inglaterra, saliendo así incólume el imperio portugués.

En Francia, Fashoda significó el enfrentamiento entre Francia e Inglaterra por terrenos en África en el afán de establecer una línea de comunicaciones Norte-Sur. Inglaterra pretendía conseguir un territorio desde el Sur hasta Egipto y desde el Este al Oeste; Francia pretendía obtenerlo desde el Congo a Sudán. La mediación de Rusia evitó la guerra y probablemente se acordó que Egipto quedara para Inglaterra y Marruecos para Francia. 



En Italia, el desastre de Adua en 1896 significó la congelación de sus aspiraciones en el nordeste de África. 

La batalla tuvo lugar en Abisinia. Tras la derrota, Italia firmó el Tratado de Addis Abeba reconociendo a Abisinia como un Estado independiente. La humillación de Italia fue sentida durante casi 40 años, hasta que Mussolini ocupó de nuevo Abisinia. 

Desarrollo y extensión de los sistemas representativos. La III República francesa y su significado histórico 

La Francia del último cuarto de siglo, tras el Imperio, introdujo en Europa el modelo de república dominante en el XX: la República parlamentaria, heredera del modelo monárquico, pues el parlamentarismo fue el modo como se pudo estabilizar la Monarquía constitucional, al establecer un segundo ejecutivo, elegible y responsable, por debajo del monárquico, permanente y no compatible con la responsabilidad política. 

Francia sufría un fuerte conflicto interno; en la capital se pensó que la caída del II Imperio era la ocasión de comenzar un nuevo proceso revolucionario, pero las fuerzas conservadoras y moderadas dominaban en el resto del país y sólo aspiraban a firmar la paz. Se eligió una Asamblea Nacional que se reunió en Burdeos el 12 de febrero bajo la presidencia de Thiers, que se estableció como jefe del poder ejecutivo, pasando en agosto a ser presidente provisional de la República hasta 1873, cuando le sucedió Mac-Mahon. Se consiguió bastante pronto la reconstrucción política, llegándose a la República desde una Asamblea Nacional mayoritariamente monárquica. No se restauró la monarquía a causa de la división entre los legitimistas que querían reponer a los Borbones y los orleanistas que querían al heredero de Luis Felipe; éstos pactaron con los republicanos moderados, llegándose así a la República más por necesidad que por convicción. También consiguieron bastante rápidamente la reconstrucción económica sobre la base de una fuerte presión fiscal y en el fin de siglo a su política colonial. 

III República francesa


El modelo republicano quedó aprobado en 1875 por una Constitución formada por tres leyes constitucionales. No se reprodujo el modelo republicano constitucional, el norteamericano presidencialista sino el heredado de la Monarquía, el parlamentario que estabilizó la revolución, manteniendo así la estructura monárquica y cambiando únicamente el modo de llegar a la Jefatura de Estado; esto significó un Legislativo con doble Cámara, siendo la de los Diputados elegida por sufragio universal masculino, mientras el Senado estaba compuesto por senadores vitalicios y senadores electivos, hasta que en 1879 se hizo totalmente electivo tras reformarse la Constitución. El Presidente de la República era el jefe del Poder Ejecutivo, como el Rey o el presidente americano, pero en este caso era nombrado por el Legislativo (como el Gobierno), reunidas ambas Cámaras y por siete años, con amplios poderes teóricos, como el Rey; igual que éste no gobernaba, pues lo hacían sus ministros, que eran los responsables políticos; él nombraba a los ministros que salían de la mayoría de las Cortes, como en todo modelo monárquico parlamentario; tenía capacidad de disolver las Cámaras y proponer leyes, de indultar, era jefe del Ejército; no estaba sujeto a responsabilidad. 

La primera etapa republicana se la conoce como “República conservadora”, y duró hasta 1879 cuando ya los republicanos llegaron a ser mayoría en las Cámaras y Mac-Mahon dejó de ser presidente, sustituido por Jules Grévy; fue sustituida por la llamada “República oportunista”, de gobiernos moderados, que algunos prolongan hasta 1885 y otros hasta 1898 (cuando comienza la fase radical); eran como el nexo entre el viejo liberalismo y el ideal republicano; fueron los que negociaron, pactaron, fueron posibilistas, al estilo del transformismo italiano o el turnismo español, en base a un sistema clientelar. La República de los“oportunistas” fue sustituida por la República “de los republicanos” en 1885, pero que, dirigida por los progresistas, mantuvo el estilo del pacto hasta 1898, favorecido por las directrices de León XIII en 1892 para el acercamiento de los católicos (ralliement o reconciliación) Así, entre 1898 y 1918 se desarrolló la República radical (el tránsito del liberalismo a la democracia) con un recrudecimiento de la lucha anticlerical (gobiernos Waldeck-Rousseau y Combes), la reforma del Ejército “liberalizándolo” y la política social. Desde 1904 se restringió a las órdenes religiosas el derecho a sostener colegios, previendo su fin para 1914. Se denunció el Concordato y se separó totalmente la Iglesia y el Estado en 1905. 

Una consecuencia de la debilidad del sistema y de los sucesivos escándalos fue el intento de un general con fama de republicano, Boulanger, que en 1886 lideró un amplio movimiento a favor de la reforma de las instituciones en sentido autoritario y antiparlamentario, bonapartista, utilizando el espíritu de la revancha contra Alemania; en 1889 fue acusado de complot contra la República y en 1890 se dictó prisión contra él. 

General Boulanger


Uno de los escándalos que más perjudicó la imagen de la III República fue el caso Dreyfus, que la hizo tambalear, pues mostró la corrupción existente en la administración y el Ejército. Hacía tiempo que existía una campaña de antisemitismo que afectaba también a los altos oficiales del Ejército. En 1894 se descubrió que se habían vendido desde el Estado Mayor documentos a la embajada alemana, y se acusó de ello al capitán Dreyfus, judío de origen alsaciano. Se falsificaron pruebas documentales y después de un proceso de cuatro días a puerta cerrada, se le condenó a degradación y deportación a la Guayana. En 1896 se descubrieron las falsificaciones y los autores de la venta, pero no se quiso revisar el juicio; se presionó al coronel Picquart para acallarlo y fue enviado en misión especial al desierto de Túnez. Quienes lo destaparon finalmente fueron los intelectuales, en concreto Zola, que escribió una carta abierta al presidente Félix Faure en enero de 1898, el famoso J’accuse; también sufrió por ello proceso por difamación y fue condenado, logrando huir a Gran Bretaña. Con el concurso de Clemenceau, Anatole France y otros intelectuales, se consiguió finalmente la revisión del proceso y la rehabilitación de Dreyfus por gracia del Presidente, con apoyo de los socialistas, radicales y una parte de los republicanos moderados; ello supuso un gran descrédito para el Ejército y la Magistratura. 

L'affaire Dreyfus

En 1899 ganó la izquierda y se formó un gobierno de coalición republicana con un miembro socialista. Alexandre Millerand, sobreponiéndose en los años sucesivos la Francia laica a la derecha nacionalista y clerical; se depuraron los altos mandos del Ejército.
 
Los nuevos retos y la reforma liberal. La transformación del estado 

El nuevo liberalismo 

La crisis del modelo liberal fue muy aguda, parecía irremediable que desapareciera el Estado liberal de derecho. Este no respondía ya a la necesidad de correcta representación social, pues las fuerzas sociales se estaban transformando rápidamente. La nueva sociedad de masas, la nueva economía capitalista y la política de expansión no parecían caber en las estructuras estrechas del liberalismo clásico; por eso surgieron planteamientos reformadores del liberalismo atendiendo a la necesidad de intervención del Estado en todos los sectores: económicos, educación, sociales...Pero también surgieron las doctrinas contrarias al liberalismo por miedo a que fuera superado por las masas, lo que favoreció el auge de los totalitarismos que llegaron con la “legitimidad” que les daba buscar soluciones al problema social (nacionalsocialismo), y que impidió por el momento el triunfo de estas nuevas doctrinas liberales que buscaron una solución intermedia, armónica, entre el liberalismo y el socialismo. 

Esa revisión afectaba, en primer lugar, al tradicional individualismo radical del liberalismo, que concebía la sociedad como una suma de individuos; frente a ello, se entendió que la persona es un ser eminentemente social y solidario, y a la sociedad se la comparó con un organismo que necesitaba la confluencia armónica de todos sus órganos para vivir y desarrollarse. 

Igualmente, frente a la concepción clásica, fundamentalmente negativa, de la libertad que exigía un abstencionismo total del Estado, es decir, un mero Estado-policía, se opone una definición positiva que exigía al Estado su intervención para poner al alcance de todos los individuos unas condiciones consideradas como mínimas para poder practicar la libertad. Es así como surge la necesidad de sumar a los derechos conocidos y admitidos, los del hombre y del ciudadano clásicos, los denominados derechos sociales. Es, pues, un liberalismo social, democrático y orgánico.

El liberalismo social se extiende entre finales del siglo XIX y principios del XX por Europa, pero sobre todo por Inglaterra entre los idealistas de la Escuela de Oxford a cuya cabeza estaba Thomas Hill Green. En Francia este liberalismo social se conoce como “solidarismo”, promovido por algunos ministros como León Bourgeois, que fue Premio Nobel de la Paz. También tuvo cierto influjo en Alemania e Italia. No cambia la organización institucional pero sí las funciones del Estado, teniendo como objetivo la construcción de un Estado social de derecho. 



 La doctrina social de la Iglesia y el sindicalismo cristiano 

Para el cristianismo el individualismo era tan erróneo como el colectivismo y tanto el social-marxismo como el capitalismo se enfrentaban al cristianismo y sus valores. Iban mermando las prácticas religiosas tradicionales rurales, como el culto al santo patrón, pero fue compensado con el ascenso de una religiosidad más individual y mejor controlada por la jerarquía, como los nuevos cultos mayoritarios a la Virgen de Lourdes o al Sagrado Corazón de Jesús. A la par, surgió la corriente “modernista”, que buscó conciliar la doctrina cristiana con los avances científicos y filosóficos, aplicando el método de la crítica histórica y filológica a los textos sagrados. Y junto a ello el proceso de secularización de la sociedad. 

Pero con la emergencia de la sociedad de masas la Iglesia encontró el modo de redirigir su misión; por una parte podía suplir el desarraigo social que provocaba la industrialización y la urbanización, a través de las parroquias, de las asociaciones caritativas y de la Acción Católica; por otro, la llegada al Papado de León XIII en 1878 impulsó la nueva misión de la Iglesia. Apoyó la formación de partidos católicos, como en Bélgica (1884) y en Austria (1887) siguiendo el ejemplo del Zentrum alemán (1871), que fueron derivando hacia la “democracia cristiana”. En España surgió ya en 1919 como alternativa social católica el Partido Social Popular, impulsado por Ossorio y Gallardo. 

La Iglesia se redirigió hacia lo social. Ése fue el sentido de la Encíclica Rerum Novarum de mayo de 1891, dedicada a la condición obrera. Condenó el socialismo por su raíz materialista y defendió la concordia entre las clases, para lo que estableció los deberes de obreros (laboriosidad, respeto a la jerarquía) y patronos (salario justo, respeto a la dignidad humana); señaló el derecho de los trabajadores a una propiedad estable, que debía ser protegida por los gobiernos, así como la institución familiar, o la propiedad privada (subordinada al bien común); apoyó la intervención del Estado para proteger a las clases sociales más débiles a través de la legislación social, y animó a los trabajadores a que se sindicaran en asociaciones en defensa de sus intereses. Así nació un sindicalismo de base cristiana que tuvo más fortuna en el campo que en la industria. 

León XIII y su encíclica Rerum Novarum

La crisis del parlamentarismo 

La necesidad de eficacia gubernamental en todas las esferas resultaba contradictoria con la demora de las discusiones parlamentarias, todavía no limitadas reglamentariamente. Esta necesidad venia dada por la certeza de que en aquellos momentos lo que contaba era la lucha por el dominio del mundo en el avance del colonialismo, y la preocupación por el surgir de los EEUU como nueva potencia. En ese contexto, la eficacia del sistema surgido de la estabilización liberal de los años 30 fue puesta en duda, mientras se admiraba el presidencialismo norteamericano. El problema era que en una monarquía no era posible insertar ese modelo al tener un jefe de Estado permanente que había dado lugar al “segundo Ejecutivo”, el gobierno de gabinete nombrado por el Rey y responsable ante las Cortes; mientras que en el presidencialismo el jefe del Ejecutivo y jefe de Estado se reúnen en la misma persona que es elegida por los ciudadanos y tiene igual representatividad que el Poder Legislativo. 

Y es que los dos términos clave de la época eran “eficacia” y “democracia”. Y eran los retos a los que tenía que enfrentarse el gobierno parlamentario. En España, Adolfo Posada reconoció esas dos cuestiones fundamentales; del mismo modo, en Francia decía Dendias que ante la crisis del parlamentarismo sólo quedaba “perfeccionarse o desaparecer”; pero perfeccionarse significaba aumentar los poderes del jefe del Estado. 

Esta crisis llegó incluso al país del gobierno parlamentario por excelencia, el Reino Unido, donde ya se veía por algunos con mejores ojos al poder Ejecutivo que al Legislativo, con las consecuencias que llegan hasta hoy, cuando se ésta intentando corregir precisamente esta tendencia triunfante con una reforma constitucional. Entonces se observó con atención las diferencias entre los dos modelos y la necesidad de reformar aspectos importantes del parlamentario para acercarlo a lo que parecía eficacia del presidencialista. Punto clave fue la relación entre los poderes y especialmente el papel del Jefe del Estado en la Monarquía, que muchos pensaron que tenía que fortalecerse; fue el caso de España, donde un analista y político conservador como Sánchez de Toca aseveró que “el peligro de los tiempos nuevos no es ciertamente de reyes despóticos, sino de reyes reducidos a simulacros vanos”. Fue esta misma razón por la que Silvela se empeñó en demostrar que el adolescente que iba a tomar la corona en 1902, Alfonso XIII, era ya todo un hombre, con ideas propias y capacidad de liderazgo. 



Los nacionalismos, 1870-1914 

Otro desafío al liberalismo en esta época procedió de los nacionalismos, de la modificación del ideal nacional. El cambio se produjo tras la unificación alemana a “sangre y hierro” realizada por Bismarck,y sobre todo con el imperialismo colonial; asimismo el sentido “internacionalista” del movimiento obrero provocó una reacción nacionalista de estilo patriótico y guerrero entre la burguesía conservadora; con ello el nacionalismo iba caminando hacia la derecha desgajándose de su origen liberal revolucionario, asumiendo además las nuevas teorías darwinianas que fueron derivando hacia la idea de raza superior. 

En el caso británico fue el problema irlandés la gran cuestión política entre 1885 y 1921; el nacionalismo irlandés supo capitalizar las oportunidades abiertas por las reformas electorales británicas de la década de 1880, que ampliaron el electorado y otorgaron más escaños para Irlanda; de este modo en las elecciones de noviembre de 1885 amplió su representación a 86 de los 103 que tenía asignados, y así se mantuvo prácticamente hasta 1918. 

En Francia el nacionalismo más radical no apareció como referencia a una política o enemigo exterior sino al “enemigo” interno: protestantes, inmigrantes, sobre todo judíos, y todo aquello que se consideró algo extraño a la nación y causante de los males modernos. En el mismo sentido antijudío relacionado con la raza aria superior, se fue desarrollando en Alemania el nacionalismo, pero fundamentalmente no en una tradición católica reaccionaria sino en la idea de pueblo (Volk) proveniente del romanticismo, que promovió el movimiento “pangermánico” para unir a todos los alemanes que habían quedado fuera de la unificación. 

En Rusia surgió el paneslavismo, para justificar su política imperial, en base al tradicionalismo y el antisemitismo que tenía en la Europa oriental fuertes raíces populares. Se materializó el afán de constituir un Estado judío en Palestina para reunir a la nación dispersa por el mundo; así nació en 1896 el sionismo, fundado por el escritor judío vienés Theodor Herzl. 

Fue en los años transcurridos entre 1880 y 1914 cuando el problema nacional se extendió y radicalizó, abarcando un amplio espectro étnico y reivindicaciones nacionales: croatas, serbios, eslovenos, macedonios, checos, polacos, eslovacos, ucranianos, georgianos, bálticos, noruegos, finlandeses, irlandeses, albaneses, armenios, catalanes, vascos, gallegos, greco-chipriotas, flamencos y judíos. Se produjeron movimientos que reivindicaban la autonomía o la independencia. 


Pacifismo y guerra 

La época de fin de siglo también vio surgir movimientos pacifistas; en 1864 dieciséis países redactaron la Convención de Ginebra para la creación de la Cruz Roja Internacional, ratificada en 1906 con sucesivas ampliaciones, para “mejorar la suerte de los militares heridos en los ejércitos en campaña”. Otro proceso de paz internacional fue el dirigido por el zar ruso, Nicolás I, que parecía seguir la estela de la Santa Alianza del primer Alejandro; él consiguió reunir el La Haya en 1899 a 26 representantes de Estados para acordar la limitación de armamentos, además del reconocimiento del arbitraje como el “medio más eficaz para resolver cuestiones internacionales”, aunque de momento no fuera un deber sino un derecho. La consecuencia inmediata fue la formación de un tribunal internacional para arbitrar conflictos, con sede en el Palacio de la Paz pagado por Carnegie, rey americano del acero; en principio sólo fue efectivo para casos menores. También destaca la iniciativa de Alfred Nobel y la de Andrew Carnegie, con sendos premios para la paz internacional. 

El juego de las alianzas fue iniciado por Bismarck para consolidar su imperio, sobre todo preocupado por Francia, buscando que no tuviera aliados. Georges Boulanger había predicado la Revanche por la guerra franco-prusiana, pero el problema de los alsacianos no era volver a Francia sino conseguir un régimen de igualdad con los restantes Estados alemanes, consiguiendo una cierta autonomía en 1911. Bismarck consiguió la Liga de los Tres Emperadores, con Austria y Rusia, vendiendo el peligro francés que no era otro que el de exportar el virus democrático. Pero resultó una liga difícil porque Rusia y Austria eran irreconciliables, ya que ambos tenían puestos los ojos en Constantinopla. Rusia vio el peligro de la política de Bismarck de provocación a Francia, y se negó a seguirla (1875); eso hizo que Bismarck favoreciera siempre en los Balcanes a Austria frente a Rusia, hasta que en 1885 esta última abandonó. Facilitó así la incorporación de Italia como aliada formándose la Triple Alianza; Italia cubría con ello su temor al posible apoyo francés al poder papal, y protegía su anexión de Túnez en 1881. Rusia buscó en París lo que había perdido en Berlín, y en 1891 llegó la alianza franco-rusa. Gran Bretaña acabó uniéndose a éstos a la muerte dé Victoria y la llegada de Eduardo VII. Parecía un equilibrio duradero, pero en los Balcanes se encendió la mecha que hizo saltar “el barril de pólvora europeo”, según la profecía, y que llevó a la I Guerra Mundial, como parecían anunciar ya las guerras balcánicas de 1912-1913.

La Paz Armada

La paz armada (1871-1914) fue una de las causas más notorias de la Primera Guerra Mundial. Las continuas tensiones entre Estados a causa de conflictos tanto nacionalistas como imperialistas dieron lugar a que cada Estado destinara gran cantidad del capital estatal a la inversión de la industria de armamento y al fomento del ejército. Todo ello dio lugar a un complejo sistema de alianzas en las que las naciones se hallaban en conflicto sin estar en guerra. Paz armada es un notable oxímoron (términos contradictorios).

Francia y Alemania

Desde 1848, los sentimientos nacionalistas promovidos especialmente por los románticos alemanes exaltaban la idea de que cada individuo pertenecía a una Nación. Este nuevo concepto englobaba a todas aquellas personas con una cultura, raza e historia común. Estas teorías y pensamientos inspiraron a personajes como Otto von Bismarck, que lucharía por la unificación del Zollverein creando así una Nación para todos aquellos de cultura y habla alemana. De esta manera se arrebataron los territorios de Alsacia y Lorena a Francia. Estos dos territorios eran ricos en minerales y favorecían enormemente a la economía francesa, por lo que Francia y Alemania estaban ya en conflicto desde este momento

Crisis Balcánicas

Los Balcanes siempre han sido un importante punto de conflictos, ya que se mezclan diversidad de pueblos, idiomas, religiones, etc. El Imperio Austrohúngaro y el Imperio Ruso buscaban acrecentar su influencia en los Balcanes aprovechando la debilidad del Imperio Turco. El Imperio Austrohúngaro se resistía a la voluntad de los eslavos del sur de unirse. Esto se debía a que Austria deseaba tener una salida al Mediterráneo a través de Serbia. Por otra parte, El Imperio Ruso defendía la creación de esta unión puesto que, siendo sus aliados, también podría salir al mar a través de sus puertos. Además, Rusia estaba atemorizada por una posible expansión austriaca. En este contexto, se desencadenaron tres crisis. En 1908 Austria se anexiona Bosnia, que la administraba desde 1878, provocando la cólera de Rusia. En 1912 se creó la Liga Balcánica gracias a las políticas paneslavistas de Rusia. Esta liga se componía de Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro. De esta forma se obligaba a Turquía a abandonar sus últimos territorios a excepción de Estambul y se reconocería la independencia de Albania. En 1913 una nueva guerra enfrentó a serbios con búlgaros. Los serbios contaban con el apoyo de otros estados y la victoria fue aplastante, los búlgaros debieron ceder grandes territorios a Serbia. Estas hostilidades se verán reflejadas posteriormente en el sistema de alianzas que se creó a causa de la Paz Armada.

Enfrentamientos coloniales

Italia con Alemania

El imperialismo fue una causa importante de las rivalidades entre ciertas potencias. Por un lado, Italia tenía ya problemas en cuanto a colonias se refiere. Al igual que el resto de los Estados, Italia deseaba tener grandes territorios en África que explotar. Estos deseos le fueron privados cuando Francia le arrebató su única colonia próxima al territorio italiano, Túnez. Ésta fue la causa del resentimiento de Italia hacia Alemania, que no se haría presente hasta 1915 cuando Italia deja el bando de los Imperios Centrales para pasarse al de los Aliados tras el Tratado de Londres. Esto se debió al deseo de Italia de poseer territorios coloniales, entre ellos, Túnez.

Francia y Gran Bretaña con Alemania
 
Alemania deseaba tener la zona de Marruecos. Para ello, en 1905 el gobierno alemán ofreció su apoyo al sultán de Marruecos para establecer allí un protectorado alemán y así resistir las presiones de los franceses que se hallaban en pleno expansionismo colonial por el norte de África. El káiser Guillermo II llegó a desembarcar en Tánger para mostrar su apoyo al sultán. Para resolver esta situación, en 1906 se convocó la Conferencia de Algeciras, que frustró las aspiraciones alemanas al convertir Marruecos en un protectorado franco-español. A causa de esta frustración, la resentida Alemania protagonizo en 1911 un nuevo incidente. Con motivo de una insurrección en el sur de Marruecos, el gobierno de Berlín envió barcos de guerra al puerto de Agadir. Al final, Alemania conseguiría ampliar su colonia de Camerún a cambio de abandonar Marruecos, aunque Gran Bretaña se había puesto incondicionalmente al lado de Francia. Este incidente haría que Francia y Gran Bretaña se enemistaran con Alemania.
Consecuencias
 
Todas estas hostilidades entre Estados tanto por conflictos nacionalistas como por conflictos coloniales se vieron reforzadas por conflictos hegemónicos. Inglaterra había sido la primera potencia mundial durante la Primera revolución industrial y Alemania lo había sido en la Segunda. Además ambos países poseían una flota naval en continuas fricciones que traían conflictos una y otra vez. Esta situación de hostilidad entre Estados creó un complejo sistema de alianzas: La Triple Entente, formada en principio por Francia, Gran Bretaña y Rusia; y la Triple Alianza, formada por Alemania, el Imperio Austro-Húngaro e Italia


La crisis del verano de 1914

El 28 de junio de 1914, el heredero al trono del imperio austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, realizó una visita oficial a Sarajevo para demostrar la soberanía austríaca en Bosnia (situada en los Balcanes), y murió en un atentado realizado por un terrorista serbio.

Esta situación fue aprovechada por Austria, que contaba con el respaldo alemán. El 23 de julio Austria planteó un ultimátum a Serbia, amenazándola con la guerra si no permitía investigar el asesinato. Pero Serbia, que estaba apoyada por Rusia, rechazó el ultimátum el 25 de julio. El 28 de julio Austria declaró la guerra a Serbia.

Rusia inició la movilización contra Austria y Alemania, y esta última le exigió que detuviera las operaciones. Al no recibir respuesta, Alemania declaró la guerra a Rusia, y después a Francia. Los alemanes pensaban que Francia apoyaría a su aliado ruso, y decidieron atacarla rápidamente.

Ya solo quedaba ver que iba a hacer Gran Bretaña, cuya postura ni siquiera Francia conocía. Pero el plan alemán, cuyo primer paso era la invasión de Bélgica, y la amenaza de la flota decidieron a los británicos, y Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania.

Italia no apoyó a Austria ni a Alemania, lo que rompía la Triple Alianza.

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