¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

AL NO PODER ACEPTAR QUE SOMOS LIBRES EN JAULAS, NOS MOVEMOS EN MUNDOS DE PALABRAS QUERIENDO SER LIBRES

TRADÚCEME

COMPAÑEROS DE LUCHA EN PLUMA AFILADA

AVISO TODOS LOS TEXTOS ESTÁN REGISTRADOS

Blog bajo licencia Creative Commons

Licencia de Creative Commons

TODOS LOS TEXTOS ESTÁN REGISTRADOS

POEMAS, CUENTOS Y ESCRITOS REVOLUCIONARIOS DE DANIEL FERNÁNDEZ ABELLA is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Para utilizar primero y siempre sin ánimo de lucro ha de consultar al autor. Daniel Fernández Abella todos los derechos reservados.

viernes, 1 de noviembre de 2024

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Uno de los procesos más influyentes en la sociedad occidental de finales del siglo XVIII fue el cambio, político, social y económico ocurrido en Francia entre 1789 y 1799, la revolución francesa. Durante los diez años que duró se produjo el despertar de la sociedad a un sistema de relaciones entre el pueblo y sus dirigentes. Fue una transformación radical del sistema de poder, no solo en Francia sino en toda Europa, suprimiéndose el dominio absoluto ejercido por la monarquía y se redactaron las Constituciones liberales que proclamaron la separación de poderes para proteger los derechos del ciudadano. 

Este gran cambio político y social dio origen a un “Nuevo Régimen” también en el continente europeo. Francia instauró el primer régimen monárquico constitucional con la total separación de poderes: el Ejecutivo lo ostentaba un rey hereditario con poderes recortados, el Legislativo, con gran capacidad de actuación, estaba en poder de una asamblea y el Poder Judicial quedaba independiente. A partir de la implantación en Francia de la república como nuevo sistema de gobierno, el Ejecutivo pasó a ejercerlo una Comisión de gobierno, el Legislativo estuvo representado por una o dos cámaras y el Judicial continuó siendo independiente de los otros dos poderes. 

Durante la Revolución fueron eliminados los privilegios del clero y la nobleza, considerados como el primer y segundo estamentos de la sociedad, se otorgaron derechos políticos a la población en general y la burguesía se impuso a la anterior aristocracia respecto al poder político y económico. La soberanía, que hasta 1791 había estado depositada en el monarca por “derecho divino”, paso a ser depositada en la nación. 

El Antiguo Régimen en Francia había dado paso al Nuevo Régimen.


Fundamentos teóricos sobre las causas de la Revolución 

La revolución que estalló en la Francia de finales del siglo XVIII ha sido considerada como el modelo de revolución política, ya que supuso la conquista del poder por la burguesía y el desplazamiento de la aristocracia. Sin embargo, el espíritu revolucionario no surgió sólo en Francia, puesto que antes de 1789 ya había ocurrido una revolución en Norteamérica. El 4 de julio de 1776 el Congreso de las trece colonias británicas de la costa norte de América aprobó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y continuo la lucha contra su antigua metrópoli. Las trece colonias se convirtieron en los Estados Unidos de América por el Tratado de Paz de París de 1783 donde Inglaterra reconoció su independencia. Los movimientos independentistas contribuyeron a crear en las conciencias ilustradas un creciente deseo de cambios políticos, sociales y económicos que pudieran mejorar la vida de los franceses. La mayoría de los historiadores que han escrito sobre estos acontecimientos están de acuerdo en afirmar que en 1789 se inició una nueva etapa histórica con la supresión del sistema señorial, la proclamación de la libertad e igualdad de todos los hombres ante la ley y la afirmación de la soberanía nacional. 

Ya desde el inicio de los conflictos revolucionarios surgió la idea de que no fueron espontáneos, sino que estuvieron ocasionados por intrigas políticas premeditadas. El grupo más relevante estaba dirigido por Luis Felipe, duque de Orleans y primo de Luis XVI. Los valedores del duque fueron destacados protagonistas de la revolución, como el conde Mirabeau, el abate Sieyès o Choderlos de Laclos; así como otros aristócratas, políticos y burgueses de renombre se fueron uniendo desde 1789 contra el sistema de “monarquía absoluta”. Este conjunto de individuos tenía mucha influencia en Francia y se dedicaba a desprestigiar a Luis XVI y a sus sucesivos gobiernos. Los orleanistas proponían la instauración de una Monarquía liberal semejante a la de Inglaterra. Desde la residencia del duque comenzaron a organizar la sublevación de las masas. 

Estos testimonios, perfectamente documentados, pronto fueron negados y ocultados por no ser convenientes para la Historia de Francia. Los hagiógrafos de la revolución francesa como Napoleón, Sieyès y muchos de los jacobinos participantes en los acontecimientos, basaron las causas del estallido revolucionario a la injusticia social protagonizada por un grupo de privilegiados que oprimían a la población, desigualdad que era necesario eliminar. 

Otra teoría es la esgrimida por los historiadores, sociólogos y políticos de tendencias marxistas que han estudiado esta revolución, en su mayoría franceses. Louis Blanc, Jean Jaurés y Albert Soboul, entre otros, se centraron sobre todo en los problemas económicos como causa fundamental del estallido revolucionario, que al final se concretó en la lucha de clases. Algunos de ellos, han resaltado también la importancia del papel que desempeñaron los sectores más miserables de las ciudades que se organizaban igual que los burgueses, en clubes y sociedades fraternales. 

Para otros especialistas, como François Furet, la economía no fue más que una mera situación de base material para explicar la realidad social. Defiende en su tesis que la revolución francesa fue sobre todo un enfrentamiento de individuos y grupos y no solo una lucha de clases. La falta de entendimiento entre unas clases y otras y los frecuentes enfrentamientos entre los diversos grupos humanos fueron para Furet causas determinantes del estallido revolucionario. 

La Escuela historiográfica de los Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, se ha ocupado extensamente de estudiar la revolución francesa: sobre todo interesaba la búsqueda de la “historia total”. 

La recuperación de la dimensión política de los procesos revolucionarios ha sido defendida por el historiador francés René Remond para justificar que “no hay más historia total que la de la participación en la vida política”. 

Las demás revisiones historiográficas que se han realizado y las que aún se encuentran en ejecución pueden llegar finalmente a resolver el problema sobre las causas y consecuencias de la revolución francesa. 

Sin embargo, para conveniencia de los gobiernos de la República francesa desde finales del siglo XIX, el verdadero protagonista de la Revolución ha sido el pueblo francés que se sublevó contra la tiranía del rey tomando e incendiando la prisión de la Bastilla para manifestar su rechazo a los opresores monárquicos que impedían a la población evolucionar hacia la libertad, igualdad y fraternidad. Éstas son las enseñanzas que se imparten a los franceses desde su primera infancia y por lo tanto difíciles de cambiar pese a las continuas revisiones de estos hechos históricos. Aunque no hay duda de que existieron numerosos factores ideológicos, económicos, políticos y sociales que desencadenaron el estallido revolucionario. El problema es cuantificar y resolver cuál de ellos fue el más influyente. 

Contexto histórico

Durante los últimos años del reinado de Luis XVI, Francia sufría una gran crisis económica. La mayoría de los franceses pertenecía al estado llano o Tercer Estado, compuesto por el común de los vecinos de un pueblo, excepto eclesiásticos, nobles y militares. Francia era por entonces la nación más poderosa de Europa, poseía colonias en varios continentes y su cultura y su lengua dominaban en todas las cortes europeas. Sin embargo, la población francesa se encontraba cada vez estaba más descontenta a causa de un cúmulo de factores como la falta de subsistencias provocada por las malas cosechas y por la actuación de especuladores sin escrúpulos, la sangría en las finanzas debido a la participación de Francia en la guerra de independencia de Norteamérica. 

Las condiciones para el estallido revolucionario en Francia se habían ido gestando desde comienzos del siglo XVIII. La burguesía iba en aumento gracias a su progresivo enriquecimiento, pero continuaba privada de los derechos políticos suficientes para hacerse con el poder y con los privilegios que ostentaban el primer y el segundo estamento. Aunque el creciente acceso a los movimientos filosóficos y literarios fue provocando ambición política. El más influyente de todos fue el de la Ilustración, movimiento filosófico y literario del siglo XVIII caracterizado por la extremada confianza en la capacidad de la razón natural para resolver todos los problemas de la vida humana. Los “Ilustrados” franceses más destacados fueron Voltaire, con su crítica a las instituciones, Rousseau que predicaba la doctrina de la soberanía nacional y Montesquieu, defensor de la separación de poderes. Estas ideas fueron publicadas y difundidas en esa época por la Enciclopedia francesa. También influyeron en el cambio de mentalidad política la reciente Constitución de los Estados Unidos de América con su Declaración de Derechos, así como la revolución industrial que se estaba desarrollando en Inglaterra, que desde finales del siglo XVII era una Monarquía Constitucional. Las normas de convivencia y administración del nuevo Estado republicano de Norteamérica despertaron las conciencias burguesas y las prepararon para lograr la mejora de sus condiciones políticas y sociales. 

El ascenso económico que estaba suponiendo para la población inglesa las innovaciones tecnológicas y sociales, estimularon a la burguesía francesa. Por otra parte, los estamentos privilegiados exentos de pagar impuestos se encontraban insatisfechos con las reformas emprendidas por Turgot, Necker, Calonne y Brienne. Sus medidas hacendísticas no sólo perjudicaban al Tercer Estado sobre el que recaía el mayor peso fiscal, sino que incluso incidían negativamente en las prerrogativas de los privilegiados. Por unos motivos u otros, a finales del siglo XVIII diversos grupos de la sociedad francesa se encontraban preparados para afrontar el cambio político, social y económico que finalmente se precipitó en el verano de 1789. 



Crisis económica y movilización política 

En 1787, ante la inminente reforma social y económica, se había reunido en Versalles una Asamblea de Notables. Eran los representantes del Primer y Segundo Estado que deberían dar su aprobación a las propuestas del ministro Calonne sobre el establecimiento de nuevas subvenciones territoriales, que deberían abonar las propiedades agrarias según su extensión y también el rescate de los derechos señoriales percibidos por la Iglesia. Las nuevas medidas fiscales fueron rechazadas por la Asamblea de Notables. Debido a esto, Luis XVI decidió subir los impuestos y reformar la Hacienda para salir de la crisis financiera. Esta decisión llevó a los estamentos privilegiados a presentar sus protestas y a unirse para luchar contra el absolutismo monárquico. Asimismo, el malestar también aumentó en el Tercer Estado, puesto que las nuevas medidas elevarían su carga fiscal. La constante subida de los precios de los alimentos y las malas cosechas de 1787 y 1788 provocaron una crisis de subsistencia que en la primavera de 1789 se transformó en disturbios y motines. Estos tumultos se fueron convirtiendo en una de las fuerzas fundamentales del movimiento revolucionario. 

En la bancarrota que se produjo en Francia en 1789, la deuda pública desempeñó un papel muy importante. La política de prestigio internacional adoptada durante todo el siglo XVIII provocó un aumento de los gatos del Estado que tuvo que recurrir a los empréstitos, lo que agravó aún más el déficit público. Las reformas económicas habían fracasado. Los estamentos privilegiados y los representantes del Tercer Estado, enfrentados al absolutismo monárquico, exigieron a Luis XVI la convocatoria de los Estados Generales del Reino. Costumbre que se había establecido en Francia a comienzos del siglo XIV de reunir con carácter extraordinario una Asamblea donde los representantes de los tres órdenes deliberaban por separado y se reunían para aprobar las medidas fiscales. 

Ante la urgente necesidad de fondos, el Parlamento de París, haciéndose eco de los tres estamentos y para evitar el hundimiento económico del Reino, impuso a Luis XVI la condición de que para aprobar cualquier futura reforma debía convocar los Estados Generales para que éstos decidieran. El rey tuvo que someterse a las exigencias y el 5 de mayo de 1789 se reunieron en Versalles representantes del clero, nobleza y pueblo llano. Luis XVI anunció que había reunido a los Estados Generales para poner orden en las finanzas del Reino e indicó que tenía intención de mantener su autoridad al invitar a los diputados a resistirse ante el deseo exagerado de reformas. Cuando el rey abandonó la reunión, los estamentos del clero y la nobleza se retiraron a otras salas para deliberar, mientras el Tercer Estado permaneció en la original. En esos momentos comenzaron las discusiones, a la vez que por toda Francia circulaban numerosos cuadernos de quejas y súplicas donde se manifestaban las reivindicaciones del pueblo llano. El primer y segundo estamento aprovechó también este sistema de protesta para exteriorizar su rechazo al absolutismo real. 

Los representantes del Tercer Estado, decididos a rechazar el debate por estamentos, se proclamaron “Comunes”, según el modelo británico. A continuación solicitaron el aumento de sus delegados y la primacía del voto individual, con el fin de igualar su peso en el número de votos a los de los privilegiados. Mientras tanto, en París, fueron calando las protestas del pueblo llano y las insurrecciones, algaradas y tumultos se multiplicaron. El 16 de junio de 1789, ante la intransigencia del monarca y por el enfrentamiento ocurrido entre los representantes del primer y del segundo estamento, considerados como el “poder arbitrario”, los delegados del Tercer Estado, único representante del pueblo, se constituyeron en Asamblea Nacional e iniciaron los debates para la reforma fiscal. Sus miembros, con el apoyo de algunos  representantes del bajo clero, se reunieron en el pabellón del “juego de la pelota” por habérseles impedido la entrada a la sala de reuniones del palacio. Allí se juramentaron para dar al pueblo una Constitución que fuera capaz de solucionar los problemas económicos, jurídicos, políticos y sociales que afectaban a la población. Luis XVI no tuvo más opción que claudicar e invitar al clero y a la nobleza a unirse a la Asamblea del Tercer Estado. 



 La desintegración del Antiguo Régimen y la Asamblea Constituyente

La Asamblea Nacional se transformó en Asamblea Constituyente el 9 de julio de 1789, ya que su fin seria redactar una Constitución que convirtiera el antiguo sistema representativo en otro en el que el pueblo llano tuviera las mismas prerrogativas que las de la nobleza y el clero. También redactó un plan que establecía las condiciones en las que se debía basar la nueva Constitución. En primer lugar formularon una “Declaración de los derechos del hombre”, para después fijar los principios de la monarquía, los derechos de la nación y los del rey, así como los derechos de los ciudadanos bajo el gobierno francés. Además, se tenía que precisar la organización y función de la Asamblea de diputados y de las Asambleas provinciales; también convenía determinar los principios y las obligaciones del Poder judicial y las funciones y deberes del militar. El rey, temiendo una revuelta popular, concentró tropas en Versalles, lo que dio lugar a las protestas de la población. La Revolución comenzó dando fin al Antiguo Régimen. 

En París se fue caldeando el ambiente, los electores populares eligieron un Comité Permanente para dar su apoyo a los representantes del Tercer Estado, mientras que los partidarios del Duque de Orleans conspiraban para derrocar a Luis XVI. Finalmente, el 14 de julio fueron asaltadas las armerías militares con el fin de distribuir las armas entre la población exaltada. A continuación, la multitud se dirigió hacia La Bastilla, que representaba la opresión del absolutismo real, se produjo la quema de la torre y una gran cantidad de muertos y heridos entre el tumulto revolucionario. El asalto de La Bastilla se conmemora en Francia como el principal triunfo de la democracia. 

La Asamblea Constituyente abolió en agosto las prerrogativas del clero y la nobleza al suprimir el diezmo y los privilegios señoriales. Los derechos feudales habían quedado abolidos y la igualdad fiscal aprobada tras establecer la igualdad civil de todos los franceses. El 26 de agosto quedo sancionada la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que proclamaba los principios fundamentales de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. En ese momento se produjo la verdadera revolución jurídica al sustituirse el concepto de absolutismo real por el de soberanía nacional. El Antiguo Régimen había quedado suprimido; comenzaba el Nuevo Régimen. 

El comité permanente se transformó en la Comuna de París, sistema de gobierno revolucionario que comenzó a regir la ciudad desde el 16 de julio de 1789 hasta 1794, sustituyendo al gobierno del ayuntamiento parisino. La Comuna de París organizó una milicia urbana, la Guardia Nacional. El ejemplo parisino se extendió por toda Francia y rápidamente los revolucionarios se fueron haciendo con los ayuntamientos. Se organizaron también milicias armadas para reprimir a los que protestaban por el cambio de poderes que se estaba produciendo. El rey, presionado por la Iglesia y por los privilegiados, se negó a firmar las decisiones tomadas por la Asamblea. No obstante, a finales del verano tuvo que sancionar los decretos cediendo a las exigencias de la Asamblea Constituyente. 

En octubre de 1789, Luis XVI, obligado por una manifestación de mujeres parisinas que fueron a Versalles para denunciar la crisis de subsistencias y la intransigencia real, se trasladó al Palacio de las Tullerías de París. La Asamblea Constituyente estableció su sede en el mismo Palacio de las Tullerías. Con la multiplicación de los disturbios por toda Francia, se produjo la huida masiva de la nobleza y de los grandes terratenientes que contemplaban atemorizados cómo las instituciones tradicionales se iban aboliendo. 


Desde julio se había impuesto el “Gran Miedo” en todo el territorio. Los campesino soliviantados por los acontecimientos y por la escasez y carestía de los alimentos, se dirigieron a los castillos y residencias señoriales para exigir los títulos de los derechos feudales. Al resistirse los señores a entregarlos, muchos de ellos fueron ahorcados y sus castillos y palacios quemados. 
Entre febrero y julio de 1790 una comisión de la Asamblea Constituyente elaboró la Constitución Civil del Clero, que suprimió las antiguas instituciones como los cabildos catedralicios y restructuró las diócesis y parroquias. Se otorgaron derechos civiles a todos los religiosos para permitirles abandonar sus cargos y convertirse en ciudadanos, sin privilegios ni regalías. 

Con esta nueva ley, Francia consiguió la desamortización y nacionalización de los bienes de la Iglesia que dependía del Estado y no del Papado. Los obispos y sacerdotes se convirtieron en “funcionarios públicos eclesiásticos” y debían jurar la futura Constitución, los que se negaron fueron perseguidos y considerados como contrarrevolucionarios. Los bienes eclesiásticos fueron vendidos a cambio de asignados, bonos de la Deuda pública emitidos por el Estado, auténtico papel moneda. Esta medida provocó la inflación y la depreciación de su valor, aunque favoreció a la burguesía porque se hizo con gran parte del patrimonio eclesiástico. 

En 1791 se aprobó la ley Chapelier que decretó la abolición del feudalismo, instauró la libertad de empresa y prohibió las asociaciones y corporaciones gremiales. Fueron suprimidos los gremios y los monopolios y quedó regulada la actividad industrial por la ley de la oferta y la demanda. Esta ley impedía a los trabajadores y a los dueños de las industrias tomar acuerdos o deliberaciones sobre pretendidos intereses comunes. 

El Papa Pío VI manifestó su rechazo a las medidas que estaba implantado Francia e instó a Luis XVI a evitar sancionar la Constitución. El rey comenzó a solicitar ayuda a las monarquías europeas para hacer fracasar la Revolución. Impulsado por el miedo y ante la tardanza de la ayuda, el 20 de junio de 1791 huyó con su familia del palacio de la Tullerías, burlando la vigilancia de la Asamblea y de la Comuna de París. 

No obstante, los miembros reales y sus seguidores fueron descubiertos y detenidos en Varennes. Inmediatamente fueron obligados a regresar a Palacio donde quedaron en arresto domiciliario. Luis XVI fue suspendido por la Asamblea de todas sus funciones. Esta huida precipitó los acontecimientos y ocasionó la consolidación de la conciencia republicana entre los revolucionarios. 

El mundo revolucionario lo constituían varios grupos políticos. El club de los cordeleros, llamados así por reunirse en un antiguo convento de los Franciscanos o “cordeleros”, era un grupo extremista liderado por Danton y Marat, considerado plenamente demócrata porque deseaba la igualdad social y exigía la supresión del régimen monárquico y la instauración de la República. Estos republicanos junto a los jacobinos, revolucionarios exaltados que tenían sus reuniones en el expropiado convento dominico de San Jacobo, incitaron a la población parisina para que se unieran a sus reivindicaciones. El 17 de julio de 1791, una gran multitud se presentó ante el “altar de la Patria” para exigir que se suprimiese la Monarquía y se instaurase la República. Asustada la Asamblea ordenó su disolución a las fuerzas del orden que cargaron contra el pueblo. “La Matanza del Campo de Marte” aumentó la división entre los moderados monárquicos y los revolucionarios demócratas. 

Los grupos de los revolucionarios moderados, preocupados por la situación de Francia, fueron los girondinos y los cistercienses. Los primeros, pequeños burgueses defensores de la Monarquía constitucional y procedentes en su mayoría de la región de La Gironda. Los cistercienses, monárquicos liberales, tomaron ese apodo por haber establecido su club en el expropiado convento de los monjes del Císter. Ambos procedían del club de los jacobinos pero se separaron por ser contrarios a la República. No obstante, muchos de los diputados que compusieron las diversas Asambleas en esta época revolucionaria evitaron adscribirse a los clubes políticos, siendo considerados “de centro” por colocarse en los escaños del medio del hemiciclo. 

Danton, Marat y Robespierre

La Constitución de 1791 y la Asamblea Legislativa 

El 3 de septiembre de 1791 se proclamó la primera Constitución francesa y jurada el 14 de septiembre por Luis XVI, que fue repuesto en sus atribuciones. 

La Constitución garantizaba la libertad económica al abolir los monopolios, los privilegios y los gremios e instauró el principio de libre iniciativa en la creación de empresas y en las relaciones laborales. También se reformó el sistema fiscal al crearse el impuesto directo, denominado “contribución”. Otro de los logros administrativos lo constituyó la organización del Estado con la desaparecieron las antiguas provincias y su sustitución por 83 departamentos, gobernadas por un Procurador general y un Consejo elegido por los ciudadanos activos de cada departamento. 
El régimen de Monarquía constitucional y la división de poderes quedaron establecidos en diecisiete artículos. El Ejecutivo lo ostentaba un rey con poderes recortados, como representante hereditario de la soberanía nacional. Al monarca le correspondía designar a los Secretarios y dirigir el ejército y la diplomacia; el Poder Judicial debía ser independiente y el Legislativo quedaba depositado en una Asamblea Nacional Legislativa. 

Esta nueva Cámara se encontraba integrada por 745 diputados varones mayores de 25 años, que iban a ser renovados cada dos años y elegidos por los ciudadanos “activos” entre los ciudadanos “elegibles”. Estos diputados debían tener una renta superior a la media establecida de los “activos”, grupo económico al que pertenecía cualquier contribuyente que pagara impuestos directos. Así, los ciudadanos “pasivos” no podrían intervenir en la política oficial, lo que convenía a los burgueses. 

La nueva Asamblea agrupaba 264 diputados de “derecha”, en su mayoría pertenecientes al grupo de los girondinos y al club de los cistercienses, más los 345 diputados de “centro”. Estos asamblearios carecían de adscripción política y se encontraban sentados en la parte baja de la sala, en la “Llanura”. Completaban la Asamblea los 136 delegados de la “izquierda”, los pequeños burgueses partidarios de la democracia y de la República como sistema de gobierno. La mayoría pertenecía al club de los jacobinos. 

Todos los diputados elegidos como representantes del pueblo por la Asamblea Legislativa lo eran por primera vez. La vida política se había polarizó entre los grupos asamblearios, que trataban de imponer sus ideas desde los clubes, periódicos, salones aristocráticos, etc. En el exterior, los círculos de emigrantes y los gobiernos europeos alentaban a la contrarrevolución. 

El pueblo francés continuaba sufriendo las subidas de precios, las represiones contra las insurrecciones llevadas a cabo por la Guardia Nacional y los sermones de muchos eclesiásticos que aconsejaban rebelarse contra la Constitución y el gobierno revolucionario. Los monarcas europeos decidieron unir sus fuerzas y en agosto de 1791 Austria y Prusia firmaron la declaración de Pilnitz, donde alentaban a los demás gobiernos del continente a combatir a la Francia revolucionaria. En abril de 1792, Austria y Prusia formaron la Primera Coalición e invadieron Francia con sus tropas, lo que dio lugar a que la Asamblea les declarase la guerra. El ejército francés, que todavía se encontraba dirigido por aristócratas contrarrevolucionarios, fue derrotado debido a su inferior preparación. 

jacobinos contra girondinos

La Revolución popular, la convención y el terror 

La asamblea y el pueblo culparon al rey y sus fieles del fracaso militar. Se formó la “Comuna insurreccional” para luchar contra la Monarquía. A la Comuna parisina se unieron los sans-culottes, hombres del pueblo y revolucionarios partidarios del régimen republicano que vestían el pantalón popular. El 10 de agosto 1792, una multitud provista de armas asaltó el palacio y apresó al rey y a su familia y los condujeron a la prisión del Temple, momento que aprovechó la Asamblea Legislativa para despojar a Luis XVI de todas sus prerrogativas. La población, exaltada por los acontecimientos, comenzó a asesinar a todo contrarrevolucionario, produciéndose el “Primer Terror”. 

Se decidió convocar nuevas elecciones por sufragio universal masculino, lo que produjo la disolución de la Asamblea y la elección el 20 de septiembre de 1792 de una Convención. Este cambio político renovó el entusiasmo del ejército francés que ese mismo día consiguió una gran victoria en Valmy contra los ejércitos europeos invasores. La nueva Asamblea o Parlamento se radicalizó hacia la izquierda al quedar apartados los monárquicos fieles a Luis XVI. Para dirigir la nación se formó un Consejo Ejecutivo, cuyo ministro más relevante fue Danton. 

La Convención nacional comenzó siendo dirigida por los girondinos y tuvo como primera misión redactar una nueva Constitución que declarara al Estado francés como República. Al rey se le abrió un proceso judicial para culparle de los intentos contrarrevolucionarios. El 20 de septiembre de 1792, y en contra de los dirigentes girondinos, se le consideró culpable de traicionar la Revolución. La Monarquía, como sistema de gobierno había quedado abolida, ya que el 22 de setiembre de 1792 se instituyó la República como sistema político que se fundamenta en la Constitución y en la igualdad ante la Ley de todos los ciudadanos. 

Se sustituyó la era cristiana por la revolucionaria, quedando abolido el calendario gregoriano. El 20 de enero de 1793, por escasa mayoría, la Convención decidió la inmediata ejecución del rey. 
Poco tiempo antes había comenzado a prepararse una máquina para decapitar a los reos, ya utilizada en siglos anteriores, pero ahora perfeccionada y aconsejada por el cirujano y miembro de la Asamblea Nacional, Guillotin, a quien debe su nombre. El gobierno republicano impuso la guillotina como medio más rápido de ejecución y para la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clases sociales. 

El 21 de enero de 1793 Luis XVI fue guillotinado, dando fin así a la Monarquía constitucional. La ejecución del rey Borbón produjo el rechazo de los Estados europeos. Gran Bretaña, España, Holanda y otros países se unieron a la Primera Coalición antifrancesa. Para reforzar el ejército, la Convención ordenó una leva que provocó el levantamiento del campesinado y revueltas en las regiones más católicas, deprimidas y contrarias a la Revolución. El principal movimiento campesino armado se produjo en la región de la Vendée, secundado por monárquicos y religiosos. La Convención quedó dividida y los montañeses fueron consiguiendo poder por el apoyo de los sans-culottes, que deseaban una rápida mejora de las clases desfavorecidas. 

Decapitación Luis XVI

A la Convención girondina se le acumulaban los problemas: rebeliones, la huida de nobles y burguesía por el miedo a la guillotina, el aumento de la inflación, falta de víveres, las guerras exteriores, etc. Para paliar tantas dificultades comenzaron a crearse comités que controlarían cada aspecto social y político. 
Primeramente la Convención instituyó en marzo de 1793 el Tribunal Revolucionario Extraordinario para que las personas contrarias al régimen fueran juzgadas inmediatamente. También se repartieron por las ciudades los Comités de Vigilancia y de Seguridad General con el propósito de detectar y solucionar las insurrecciones. 

En abril, los diputados más radicales, como Robespierre, formaron el Comité de Salud Pública presidido por Danton, para perseguir, encarcelar y ejecutar a los enemigos de la Revolución y para controlar la actuación del gobierno girondino. Por su parte, éste creó la Comisión de los Doce que vigilaría y juzgaría a los perturbadores del orden público. Finalmente, el malestar general favoreció a los jacobinos, que tras hacerse con la Guardia Nacional, fueron arrestando a los diputados girondinos. El 2 de junio de 1793 comenzó el gobierno del Terror. 

Robespierre, la figura más destacada del club de los jacobinos, se puso al frente de la nueva Convención jacobina, dirigida ahora por los montañeses. Robespierre quería transformar la sociedad francesa que se basaría en los ideales ilustrados y en el radicalismo democrático fundado en la sola razón (la diosa Razón), debiendo estar dirigida por un Estado centralizado en el que todos sus habitantes fueran iguales en derechos y deberes. Robespierre intentó sustituir el Cristianismo por un culto de Estado dedicado al Ser Supremo. El comité de salud pública suprimió los últimos privilegios del clero, la nobleza y la alta burguesía, así como de juzgar y guillotinar a todos los sospechosos antirrevolucionarios. En el verano de 1793 quedó impuesta la “Dictadura del Terror”. 

También fue elaborada la segunda Constitución francesa. La Constitución del Año I (junio de 1793) no terminó de implantarse, pero ha sido considerada como la más democrática y avanzada. Recogía el sufragio universal masculino y directo, el poder ejecutivo debía ser elegido por la Asamblea entre los candidatos de los departamentos, se consolidaban los derechos de trabajo, asistencia e instrucción gratuita,obligatoriedad de la enseñanza primaria, la abolición de la esclavitud y el derecho a la rebelión. 

La nueva Constitución no resolvió los problemas de la sociedad francesa. Continuaron las insurrecciones en varios departamentos. Charlotte Corday, seguidora del club de los girondinos, asesinó el 12 de julio de 1793 a Marat, líder de los sans-culottes. A causa de este homicidio se desató el “Gran Terror” por parte de los jacobinos. Se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron las persecuciones. Durante el año que dominó la Convención jacobina se ajustició a la reina María Antonieta y su familia, varios revolucionarios, los diputados girondinos de la primera Convención y otros políticos como Danton y Desmoulins, partidarios de la extrema izquierda aunque contrarios a la extensión del Terror. Robespierre justificaba la represión como exigencia de la “virtud” que predicaba, y no dudó en ejecutar a destacados líderes de los sans-culottes, como Hebert. 

Robespierre se convirtió en el “gran dictador” a finales de 1793, dominaba el ejecutivo y el legislativo. La oposición casi había sido anulada y aunque el ejército, conseguido gracias al servicio militar obligatorio, estaba cosechando triunfos contra las monarquías europeas, el elevado número de soldados había dejado al campo sin brazos. La crisis económica no terminaba de solucionarse, pese a la nueva ley de precios y salarios y la requisa de alimentos que Robespierre había decretado para evitar especulaciones ante las malas cosechas. 

En septiembre de 1793 se publicó la ley del Máximum general que fijaba los precios máximos que podían alcanzar las subsistencias y los salarios. Esta economía dirigida triunfó en ese momento y permitió alimentar a la población y al ejército, medida que propicio la aceptación del “dictador” por el pueblo francés. 

Por el contrario, la burguesía revolucionaria partidaria de la libertad económica se apartó de este gobierno que imponía todas las medidas a base del “Terror”. Robespierre con su intervencionismo político y económico dirigía todo el Estado. 

En 1794 las crisis políticas y sociales fueron en aumento. El Comité de Salud Pública fue perdiendo la conformidad de la mayoría parlamentaria, que ya estaba cansada de la represión y la intervención económica. En la Llanura, los representantes más significativos de este sector de la Convención, comenzaron a conspirar contra Robespierre y sus seguidores para hacerse con el gobierno de la Convención. El 9 de Termidor (27 de julio de 1794) dieron un golpe de Estado apresando a Robespierre y a los partidarios del terror y guillotinados inmediatamente. La República de la Virtud, patrocinada por Robespierre había finalizado. 

De esta forma se produjo otro cambio político, ahora eran los burgueses de la Llanura los que desataron lo que se ha denominado “reacción termidoriana”. Se suprimió el Comité de Salud Pública, se depuró el tribunal revolucionario y los girondinos regresaron del exilio. Se decretó la persecución contra los jacobinos dándosele el nombre de “Terror blanco”. Fue restablecido el culto católico y suprimido la ley del Máximum general, quedando restablecida la libertad de precios. Estas medidas produjeron mayor pobreza en las clases populares. La inflación y la escasez de alimentos provocada por las malas cosechas de 1795 agravaron la situación y dieron lugar a levantamientos populares que fueron reprimidos por el ejército al mando de un joven general, Napoleón Bonaparte. 




El final del final de la Revolución: El Directorio 

La tercera Constitución francesa, que supuso un amplio retroceso respecto a las dos anteriores, fue aprobada en setiembre de 1795. Sólo se mantenía la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y el derecho a la propiedad, mientras se anulaban muchos de los derechos conseguidos en las anteriores etapas revolucionarias. 

La Asamblea de diputados fue dividida en dos cámaras: el Consejo de Ancianos, que tenía la misión de aprobar las leyes; y el Consejo de los Quinientos, encargado de elaborar los proyectos de ley que debía de ratificar el Consejo de Ancianos. 

El poder ejecutivo lo ejercía un Directorio formado por cinco miembros designados por el Consejo de Ancianos sobre una lista de diez, propuesta por el Consejos de los Quinientos. Había quedado suprimido el sufragio universal, que fue sustituido por el censitario. Se mantuvo la división de la administración territorial de la primera Constitución. 

Las reformas políticas y sociales llevadas a cabo por el Directorio no consiguieron la paz interior ni exterior y el problema financiero continuaba sin resolverse. Se produjeron varias sublevaciones contra el gobierno del Directorio, como la Conjura de los Iguales, que deseaba instaurar un régimen de tipo comunista con la supresión de la propiedad privada y el establecimiento de una administración común. Estos idealistas fueron condenados y guillotinados en mayo de 1797. 

Mientras tanto, el gobierno del Directorio tuvo que volver a la moneda metálica, acción que provocó la deflación, favorecida también por las buenas cosechas de 1796 y 1797. El déficit del Tesoro continuaba sin resolverse. Para pagar las deudas del Estado, los “directores” resolvieron recurrir a banqueros, abastecedores, especuladores, etc. y gracias a las victorias obtenidas frente a las coaliciones extranjeras, decidieron abordar una reforma financiera para reducir la deuda. También se restructuró el sistema fiscal con nuevos impuestos. 

En el exterior, gracias a su ya poderoso ejército, continuó conquistando territorios europeos. Se fundaron “Repúblicas hermanas” tributarias del Estado galo. En julio de 1798, Bonaparte fue enviado a Egipto para interceptar la colonización inglesa hacia la India. Sus tropas consiguieron la ocupación del noreste africano tras el triunfo en la Batalla de las Pirámides. Sin embargo, en agosto de ese año, la flota francesa fue aniquilada frente a Egipto por el Almirante inglés Nelson. Este éxito propició la formación de una Segunda Coalición antifrancesa compuesta por Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y el rey de Nápoles. En la primavera de 1799 Francia perdió toda Italia y Alemania. 

El directorio se encontraba en su fase más baja. Sus fracasos militares, administrativos y políticos incitaron a que algunos de sus directores decidieran recurrir a la fuerza del ejército para solucionar los problemas. 

Llamaron a Napoleón Bonaparte y de acuerdo con él organizaron un golpe de Estado, que se produjo el 18 de Brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799). El triunfo de este golpe de Estado incruento puso fin a la etapa revolucionaria del Directorio e inició la del Consulado, comenzando la dominación napoleónica. 
Directorio Francés


 El difícil proceso de cambio: Alcance y trascendencia de la Revolución 

Cuando surgieron los acontecimientos revolucionarios en 1789, el Tercer Estado no pretendía derrocar a Luis XVI. El pueblo aceptó que un monarca gobernase la nación, hasta que los procesos revolucionarios fueron cambiando su mentalidad. Rápidamente, el pueblo llano asumió las ideas republicanas y el deseo de un Estado sin dirigentes privilegiados, donde todos los hombres tuviesen oportunidad de progresar. La mayoría de la sociedad francesa se fue radicalizando hacia la izquierda. En diciembre de 1792, la presión de las masas junto con la traición del rey llevaron a los diputados de la Convención a declarar la República como nuevo régimen de gobierno. 

La Revolución modificó la demografía francesa. Se produjo un retroceso de la natalidad y un aumento de la mortalidad por las sublevaciones, represiones, emigraciones, guerras, epidemias, escasez de alimentos, etc. No sólo París y las grandes urbes sufrieron enfrentamientos y revueltas, también el campo fue muy perjudicado por esas luchas, malas cosechas y la falta de brazos jóvenes. No obstante, el avance de la democracia en Francia, a partir de la instauración del nuevo régimen de gobierno, tuvo consecuencias muy positivas para el progreso mundial. El afán de Robespierre de imponer un sistema científico en todos los aspectos de la vida del hombre que pudiese mejorar y normalizar el sistema social y económico, dio como resultado la racionalización del sistema de pesos y medidas. 

A partir del triunfo de la revolución surgió la sociedad de clases que suplantó a la sociedad estamental. Esta revolución contribuyó a que en muchos de los Estados europeos del siglo XIX se proclamara la libertad e igualdad de todos los hombres ante la ley y se establecieran regímenes constitucionales cimentados en la soberanía nacional. Asimismo, fue asimilada la noción del “interés común” por encima del privado. Se consiguió pasar de la monarquía absoluta, característica del Antiguo Régimen a la división de poderes del Nuevo Régimen. 

Europa se comportó de diferente manera durante los años revolucionarios. En Suiza, Bélgica y Gran Bretaña las ideas divulgadas por Francia reavivaron lo deseos de cambio, aunque otros países como España e Italia se fueron incorporando al nuevo proceso por la fuerza de las armas francesas. En Suecia, Dinamarca, Prusia o Polonia, los gobiernos monárquicos intentaron defenderse de la influencia extranjera estableciendo sus propias reformas. En las monarquías más conservadoras como Rusia y Austria los pensamientos revolucionarios también propiciaron avances políticos. Aunque no hay duda de que fueron las tropas francesas las que propagaron las nuevas ideas y sistemas de gobierno constitucionales. 

Así, la historia de las relaciones entre Francia y Europa durante esta época ha quedado definida por el espíritu revolucionario. Los soberanos absolutistas europeos se dieron cuenta de que la única forma que tenían de frenar esa influencia consistía en la unión de todos sus ejércitos y en la total supresión del francés. 

Pero a partir de 1795 las victorias francesas hicieron que las potencias europeas comenzaran a utilizar la vía diplomática. Por el Tratado de Basilea de abril de 1795, Prusia renunció a la orilla izquierda del Rin a cambio de compensaciones en la orilla derecha. Como prolongación de este Tratado fue firmada la paz entre Francia y España el 22 de julio de 1795, acuerdo que establecía la obligación del Directorio de devolver los territorios ocupados en España y a cambio el gobierno de Carlo IV cedió a Francia la parte española de la isla caribeña de Santo Domingo. También fueron normalizadas las relaciones comerciales entre ambos países. La firma del Tratado de San Ildefonso de la Granja del 26 de agosto de 1796 entre Francia y España instauró una alianza con el Directorio para unir sus flotas y mermar el poderío de Gran Bretaña. Austria, en octubre de 1797 firmó la paz de Campoformio donde reconoció las Repúblicas establecidas por Francia. El Directorio centró sus esfuerzos en luchar contra Gran Bretaña, aunque no consiguió someterla.


LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA: LAS TRECE COLONIAS Y EL NACIMIENTO DE ESTADOS UNIDOS

La Revolución Norteamericana 

La revolución de las Trece Colonias británicas en América del norte constituyó un hito fundamental en la historia de Occidente que sirvió de referencia a las posteriores revoluciones en su lucha por el asentamiento del liberalismo. Se inició como un levantamiento pero se convirtió en un conflicto internacional que llegaría a formar la primera sociedad democrática del mundo moderno, una república federal, regida por una Constitución y por un gobierno nacional. 

Introducción

Para cuando se produjo la revolución norteamericana, disponían de un modelo, el de la cultura política inglesa en el seno de la cual vivían. Los puritanos no quieren aristocracia y esto ataca directamente a la monarquía. Muchos puritanos ingleses tras la amenaza de Jacobo I de ahorcarlos se fueron a la republicana  Holanda. Desde donde partieron a América (los que llegaron a Plymouth con el compromiso democrático, como si fuera la carta fundamental de la República en América). Cada paso va durando más de un siglo: entre la palabra de Calvino y la peregrinación puritana, entre la llegada a América y la proclamación de la República. 

Cierto que las colonias se formaron por iniciativa privada a espaldas de la Corona, en un proceso radicalmente diferente a la América española, lo que les favoreció la variedad: religiosa, étnica, social; pero la mayor parte eran de origen inglés y compartían cultura, educación, derechos, y, especialmente en este caso el sistema político que tenía una estructura similar a la metrópoli: Gobernador, Consejo Consultivo y Asamblea legislativa; ésta, siguiendo el ejemplo de los Comunes, tenía iniciativa legislativa y aprobaba los presupuestos. El control sobre los fondos públicos les permitió sobreponerse a los Gobernadores nombrados por la Corona en la mayoría de las colonias (excepto en Connecticut y Rhode Island, donde los elegía la Asamblea). 

Las razones de la rebelión de las colonias frente a las pretensiones del monarca inglés, Jorge III, de afianzar el poder sobre las colonias y aprovecharlas económicamente, fueron ya, significativamente, la defensa de sus intereses, la libertad y el autogobierno. Fue el momento para poner en práctica todas las ideas llegadas desde Londres, que habían ido germinando. La historiografía tradicional situó en Locke todo el mérito de esta nueva cultura política, y con él al liberalismo con su acento en la individualidad y los derechos privados. 

Los más recientes y reconocidos ana listas de la Escuela de Cambridge (Pocock, Wood, Bailyn) ponen, sin embargo, ahora el acento también (sin excluir a Locke, el Common Law, o los derechos naturales), en esta tradición de humanismo cívico, bien común y republicanismo que explicaría la vertiente social, comunitaria de la cultura política norteamericana. Ambas corrientes, liberalismo y republicanismo, con las tradiciones heredadas, se interfirieron mutuamente y se sumaron. Utilizaron tanto criterios historicistas (los derechos tradicionales) como racionalistas e iusnaturalistas para justificar su acción, pues los derechos dejaron de estar en la tradición histórica y pasaron a formar parte de la prerrogativa natural de todo ser humano. Eso les permitía incluso reformar la forma de gobierno como recoge la Declaración de Independencia. Eso les permitió incluso mantener los mismos criterios después de conseguida ésta, contra cualquier gobierno que pudiera atentar contra sus derechos. 

Pero no hicieron una revolución contra el régimen político, la Constitución inglesa de la que estaban orgullosos, sino en defensa de la misma, contra lo que percibían como su violación. Eso acabó significando que a la vez que rompían con la metrópoli buscaban la reposición de su Constitución, en su forma pura y tradicional. Aquí la tradición republicana ayudó mucho, porque aun no teniendo rey para reponer la Constitución inglesa, el núcleo común era el gobierno equilibrado de la tradición republicana que había adoptado la Monarquía inglesa. 

Tras el primer momento revolucionario, en el que se limitó radicalmente el poder Ejecutivo en la Constitución de la Confederación (aprobada en 1777 y ratificada en 1781), la evolución natural de este proceso llevó a la evidencia de la necesidad de volverlo a fortalecer para centralizar las decisiones y hacerlas más eficaces; necesidad que se hizo más evidente en el contexto de la guerra que habían que sostener contra la Metrópoli. Así se llegó a la Constitución federal de 1787 (ratificada el 21 de junio de 1788) que llega hasta nuestros días con las enmiendas precisas y que provocó un gran debate y enfrentamientos entre “federalistas” (Adams, Hamilton, Jay) y “republicanos”, de tendencias confederales, y demócratas (tal como hoy se llama el partido heredero), cuyo fundador fue Jefferson, junto con Madison. Éstos eran los que querían mantener el sistema revolucionario, el republicanismo clásico, la confederación; mientras que los “federales” querían pasar de la confederación a la federación que implicaba una concentración mayor del poder en manos del Ejecutivo y del poder central. 

Fue el momento en el que se pasó del gobierno mixto clásico a la separación de poderes propia de la doctrina liberal. Gobierno mixto implicaba asociar cada rama del gobierno a un orden social propio del Antiguo Régimen: el pueblo a Cámara de los Comunes, la aristocracia a la Cámara de los Lores, y el Rey al poder Ejecutivo. La separación de poderes desde la versión de Montesquieu se centra exclusivamente en la diferenciación de funciones públicas para evitar la concentración de poder: poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial; lo que encaja mejor con la nueva sociedad igualitaria americana, que carecía de monarquía y aristocracia. Además se empezó a creer que todos los elementos del gobierno eran representantes del pueblo, no sólo las Asambleas. Se sustituyó el gobierno directo de las democracias antiguas por el gobierno representativo; y el Ejército permanente sustituyó a las milicias ciudadanas. 

A cambio de este alejamiento del poder, los antifederalistas exigieron la declaración de derechos. Así pues, fue entre 1776 y 1787 cuando se produjo un gran cambio de la cultura política, llegándose a una perspectiva liberal y moderna, donde ya no eran necesarias pequeñas sociedades autogobernadas por sus ciudadanos, sino que las grandes naciones podían delegar esa función en sus representantes. 

En esta nueva cultura política pasó a ser central el individuo, sus derechos y su libertad, frente a lo que hasta entonces era lo central: la comunidad y la participación política intensa, el bien común, la virtud cívica del humanismo y el republicanismo clásico. El interés privado pasó a ser sagrado y respetable, frente al interés común, suponiendo que éste se conseguía satisfaciendo aquél. Ahora el individuo podía dedicarse a sus asuntos privados y no a los públicos porque éstos estaban garantizados en un sistema garantista, con una organización institucional liberal, llena de equilibrios y controles mutuos que habría de funcionar casi automáticamente. Así que los ciudadanos pasaron a centrarse más en consentir el gobierno que a participar en él

Fundamentos teóricos y contexto 

Los fundamentos políticos de los ilustrados no habían arraigado de forma práctica en la sociedad del Antiguo Régimen pero habían dejado una huella profunda en todas las personas con sensibilidad ante los conflictos y tensiones que se estaban sucediendo. Hasta la revolución, los colonos americanos se habían mantenido fieles a la Corona británica; incluso la revolución se inició teniendo muy en cuenta la defensa de la Constitución británica. Los problemas con la metrópoli fueron el detonante para que una sociedad peculiar con unas normas propias rompiera con el pasado para convertirse en la vanguardia de la libertad y el republicanismo. 

La convulsión política de las colonias coincidió con la revolución industrial. El conflicto se inició en unas circunstancias de crisis económica por el alza de precios y estancamiento de mercancías que tuvo lugar en 1770, pero el malestar de los colonos por su situación y la conciencia de que era necesario un cambio venía de tiempo atrás. 

Una vez ganada la contienda, a la hora de establecer un nuevo sistema político, los ideólogos americanos tuvieron muy en cuenta la idea de que el poder del gobierno derivaba del pueblo, pero dieron un paso más al afirmar que la soberanía permanecía siempre en el pueblo y que el gobierno era solamente un organismo que le representaba de forma temporal y revocable. 

La interpretación que han hecho los historiadores de la revolución americana ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Durante los primeros años se explicó como una lucha por la libertad contra la tiranía de los británicos. Ya en el siglo XIX, G. Bancrof y sus seguidores contemplaron la revolución como el “cumplimiento providencial del destino democrático del pueblo americano”. En el siglo XX, el historiador C. 

Becker y su escuela veían en el levantamiento algo más que una revolución colonial, y se inclinaban a pensar que los colonos no sólo pretendían un gobierno propio sino también establecer en qué manos iba a recaer ese gobierno. Otros autores han resaltado la faceta social como desencadenante de los hechos. A partir de la mitad del siglo XX se ha debatido sobre el carácter conservador y constitucional de la revolución, llegando a interpretaciones de gran complejidad intelectual. 

Las colonias británicas en América antes de la revolución 

Las trece colonias británicas establecidas en la costa este de América del Norte eran New Hampshire, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Delaware, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. 

En los años previos a la revolución las colonias formaban un pequeño mundo de gran dinamismo y movilidad que aumentaba de población a un ritmo extraordinario. 

La corriente migratoria desde las Islas Británicas en el siglo XVIII era incesante; protestantes irlandeses y escoceses habían iniciado la emigración a principios de siglo, pero su marcha se hizo aún más intensa después de la guerra de los Siete Años (1758-1763), este aumento ocasionó una gran presión demográfica. 

Las colonias estaban situadas en la costa atlántica, desde las fronteras de Canadá hasta la península de la Florida

En algunas regiones del este, las tierras de labor habían sido cultivadas en exceso y en los primeros años del siglo XVIII estaban agotadas; las ciudades más antiguas como Nueva York empezaban a estar superpobladas y a los jóvenes ya no les era posible adquirir fácilmente tierras al llegar a la mayoría de edad; tras la derrota francesa, las gentes se trasladaban en busca de terrenos donde establecerse en el interior y muchos colonos y especuladores se dirigieron al oeste y al sur creando a su paso multitud de nuevas poblaciones que servían para abastecer a los viajeros y extender el comercio. Entre 1756 y 1765 se fundaron en Pensilvania veintinueve ciudades; Carolina del Norte se convirtió en 1775 en la cuarta colonia más poblada. Pero también a partir de 1760 se inició la exploración de nuevos caminos hacia el oeste por cazadores y exploradores, cruzando los Apalaches. 

Otros se encaminaron al sur, hacia el nacimiento de los ríos Cumberland y Tennesse o hacia el noroeste siguiendo el recorrido del Kentucky o las cuencas del Ohio y Mississippi hasta la recién incorporada provincia de Florida occidental. 

La población no se concentraba mucho en las ciudades, hacia 1765 sólo cinco de ellas tenían más de ocho mil habitantes. Las más pobladas en esos momentos eran Filadelfia, Nueva York y Boston. 

No todos los inmigrantes procedían de Inglaterra. A los puritanos ingleses se habían unido poco a poco campesinos escoceses, irlandeses, alemanes, holandeses y protestantes franceses, que no sentían lealtad a la Corona británica. El origen de Nueva York había sido holandés y paso a la Corona británica en el siglo XVII. Los holandeses habían estimulado la inmigración concediendo vastos territorios a los patronos que llevaran consigo a cincuenta trabajadores. El carácter de estos hombres era emprendedor, agresivo, con hábitos de libertad. A pesar de esta diversidad en el origen de los colonos, la vida social se regía en la mayor parte de los estados por las normas británicas. 

Los puritanos ingleses, muy apegados a las tradiciones, habitaban las colonias del norte, llamadas de Nueva Inglaterra. Se dedicaba a la agricultura en pequeña escala, tenían muchos recursos madereros, caza de ballenas, abundante pesca y comercio marítimo. 

Las colonias situadas en el centro, con ciudades tan importantes como Nueva York y Filadelfia, se dedicaban al comercio por el río Hudson hasta el estrecho de Long Island. Poco a poco se habían ido fundiendo con las del sur de Nueva Inglaterra. 

Los grandes propietarios, con haciendas dedicadas al cultivo de tabaco y algodón, se habían establecido en el sur. Comerciaban también con artículos navales y maderas. Llegaron a contar con un gran número de esclavos procedentes de África. Las ciudades más importantes en las colonias del sur eran Charleston, en Carolina del Sur, y Savannah, en Georgia.


La vida política en las Colonias 

Cada colonia se regía de distinta forma dependiendo de su origen, pero el sistema político continuaba basándose en el británico. Estaban regidas por un gobernador y organizadas en asambleas elegidas por sufragio restringido. En algunas el gobernador era nombrado por el monarca, en otras era elegido por los propietarios de bienes raíces o por la asamblea. 

La vida política era muy activa, las sesiones públicas se preparaban en reuniones privadas en las tabernas y a pesar de que eran pocos numerosos los que tenían derecho a voto, toda la población se interesaba por las luchas que mantenían los electores para defender la Carta de la colonia, para mantener en su sitio al gobernador o para resistir a las presiones de los grandes propietarios de bienes raíces. Cada Estado o colonia podía funcionar de forma casi autónoma a pesar de que la metrópoli intentaba reorganizar la administración colonial.

A pesar de las diferencias administrativas, las colonias tenían economías complementarias y se relacionaban con mucha frecuencia. Esta relación fue la base de una conciencia común que se manifestó al iniciarse el movimiento de protesta contra Gran Bretaña.

La economía colonial 

La base de la próspera economía de las colonias inglesas era la agricultura, la caza, la pesca y el comercio. 

La mayor parte de la población trabajaba el campo y adoptó muchas de las técnicas de cultivo de los indios. 

En Nueva Inglaterra se cultivaba maíz, avena, centeno, trigo y frutales. En el sur se cultivaba tabaco, arroz, índigo, morera y cáñamo. 

El resto de la población lo constituían mercaderes, marineros, mineros y pequeños artesanos ya que la mayoría de las manufacturas eran importadas desde Gran Bretaña. La metrópoli recibía especias, maderas, pieles, aceite de ballena, salitre, pez, cáñamo, etc. Las colonias tenían por obligación que comprar sus manufacturas a la metrópoli y utilizar para sus exportaciones navíos ingleses o que todas las importaciones de otro país a las colonias tuvieran que pasar por un puerto inglés y pagar un peaje. A partir de 1660, por el Acta de Navegación, el gobierno obligó a las colonias a reservar ciertos productos como el tabaco, el azúcar, el índigo, el algodón y algunos otros en exclusiva para el mercado inglés. Estas cargas se fueron haciendo muy impopulares entre los colonos, ya que les impedían desarrollar libremente su comercio. 

Los intentos de reforma colonial del Gobierno Británico 

La reforma de la administración colonial había sido discutida en el Parlamento británico en muchas ocasiones, sin llegar a concretarse. A pesar del contrabando, las colonias resultaban rentables con el comercio de distintos productos que la metrópoli trataba de monopolizar. 

La llegada al trono de Jorge III en 1760, un monarca que decidió intervenir activamente en los asuntos de Estado, cambiaría las relaciones con los colonos. El gobierno se enfrentó a la necesidad de reorganizar los nuevos territorios adquiridos de Francia y España al finalizar la Guerra de los Siete Años (1758-1763) y regular el comercio indio. Además, trató de solucionar los problemas financieros derivados del conflicto con nuevos impuestos sobre las colonias. 

Una de las primeras medidas fue volver a poner en vigor la prohibición de comerciar con cualquier otro país que no fuera Inglaterra. Poco más tarde la Sugar Act (1764) gravó las importaciones sobre las melazas que las colonias adquirían en las Antillas Francesas y de las que obtenían grandes beneficios. 

El Parlamento aprobó también una nueva ley que les prohibía emitir monedas. En 1765 se gravó mediante la Ley del Timbre todos los documentos legales y comerciales que se enviaban a las colonias y también periódicos, folletos, libros, etc., sin consultar a las asambleas coloniales, como era costumbre. El aumento de la presión fiscal llegaba en unos momentos en que la economía sufría un estancamiento como consecuencia de la Guerra de los Siete Años. Las colonias reaccionaron ante estas medidas y en octubre de 1765 nueve de ellas enviaron delegados a un ilegal Congreso reunido en Nueva York, en el que decidieron rechazar los nuevos impuestos decretados por un Parlamento en el que no se sentían representados. Surgieron asociaciones radicales para oponerse a esas “Imposiciones sin representación”; se limitaron las importaciones que venían de Inglaterra y los colonos consiguieron la derogación de la Stamp Act. 

Pero de nuevo el Parlamento de Londres votó en 1767 otros impuestos sobre el té, el vidrio y el plomo. Los disturbios ocasionados por esta nueva decisión terminaron con la “matanza de Boston”, donde murieron cinco colonos en un enfrentamiento con los soldados británicos. 

Los colonos consiguieron en 1770 que se derogarán los impuestos sobre el vidrio y el plomo sin lograr lo mismo con el que gravaba al té; además, en 1773 el Parlamento concedió a la Compañía de las Indias Occidentales el monopolio de dicho producto, desatando las iras de los colonos que asaltaron los barcos de la Compañía arrojando al mar sus cargamentos. 

Motín del Té

La reacción de la metrópoli no se hizo esperar; se movilizó al ejército y el Parlamento aprobó cuatro leyes coercitivas, el cierre del puerto de Boston, la abolición de la asamblea de Massachusetts, el traslado de los implicados en los sucesos a Londres y la obligación de las colonias de abastecer al ejército, que fueron calificadas por los colonos como “intolerables”. 

Por el Acta de Quebec de 1774 el gobierno de Londres anunció la expansión de esta provincia al interior hasta los ríos Ohio y Misisipi. Las tierras que bordeaban los Alleghanys (Apalaches), el Misisipi y Los Lagos se dedicarían a reservas indias. Se prohibía a los colonos establecerse en estos nuevos territorios. Con estas medidas, el Parlamento británico pretendía organizar la administración de los nuevos dominios, además de evitar los enfrentamientos con los indios. Esta prohibición indignó a los colonos, que se empezaban a considerar ciudadanos de segunda clase utilizados por la Corona para sufragar con impuestos los gastos de la guerra, pero a los que no compensaba con los territorios conquistados. 

A partir de 1772, personalidades de la vida política entre las que se contaban Jefferson, Patrick Henry, Washington y Adams, compartían información y transmitían a través de los Comités de Correspondencia a sus inquietudes políticas; pretendían establecer los derechos de los colonos, negando la autoridad del Parlamento de Londres sobre ellos y planeaban acciones conjuntas dirigidas a unir a los colonos en contra de la represión británica. En 1774, Thomas Jefferson y John Adams sostenían que las cámaras legislativas norteamericanas independientes eran soberanas en Norteamérica; el Parlamento no tenía ninguna autoridad sobre las colonias sólo vinculadas al Imperio británico a través del monarca. 

 En Septiembre de 1774 los colonos convocaron el Primer Congreso Continental de Filadelfia, con la asistencia de delegados procedentes de doce colonias (todas menos Georgia). Después de encendidos debates en los que algunos de los miembros eran partidarios de la resistencia abierta a las leyes “intolerables”, el Congreso, que aún no estaba preparado para la independencia, decidió proclamar una Declaración de Derechos de las Colonias, mantener el boicot a las mercancías inglesas hasta que se reconociera su autonomía legislativa y dar fuerza legal a los Comités de Correspondencia para difundir las ideas independentistas.

La Guerra de la Independencia 

La guerra se inició como una represión de los británicos a los colonos rebeldes para convertirse más tarde en una contienda generalizada entre Gran Bretaña y varias grandes potencias extranjeras. 

El gobierno británico creía que Boston era el foco del conflicto y que castigando a esa ciudad portuaria sometería a los rebeldes, terminando con su resistencia. Las leyes coercitivas de 1774 se basaban en ese supuesto y los hechos que desencadenaron el enfrentamiento se fundamentaban en la misma presunción. 

Los primeros choques entre los colonos y las tropas reales tuvieron lugar el 18 de Abril de 1775, cuando los soldados británicos trataban de incautarse de armas y municiones rebeldes, almacenadas en Concord. 

La lucha se inició en Lexington y continuó en la ciudad de Concord, con el triunfo de los rebeldes. En su huida hacia Boston, los británicos se vieron acosados por los rebeldes desde Charleston y Dorchester. 

Los colonos no tenían ejército ni marina profesionales, cada colonia aportó una milicia local que carecía de entrenamiento, de uniformes, de la disciplina propia de los soldados profesionales y sólo contaban con armas ligeras, pero eran más numerosos y en estas primeras escaramuzas vencieron también al ejército real en Saratoga. En Junio de 1775 las tropas reales, con un refuerzo de soldados llegados por mar, derrotaron por primera vez a los colonos en Bunker Hill. En mayo de 1775 las noticias de los enfrentamientos habían llegado a Filadelfia, donde se hallaba reunido el Segundo Congreso Continental que asumió las responsabilidades de un gobierno de todas las colonias. El Congreso decidió establecer un ejército regular para coordinar todas las fuerzas nombrando comandante en jefe a George Washington, rico terrateniente de Virginia. El Congreso autorizó la invasión de Canadá, emitió papel moneda para sustentar a las tropas y nombró una comisión que pudiera negociar con otros países. Los colonos se declaraban abiertamente en guerra contra la metrópoli. El 4 de Julio de 1776 el Congreso votó a favor de la independencia de los Estados Unidos. 

En el verano de 1775 la situación estaba totalmente fuera de control y el gobierno británico se convenció de que lo sucedido en las colonias no era una simple revuelta. En agosto de 1775 el rey Jorge III proclamó a las colonias en rebeldía, en octubre las acusó de levantarse para conseguir la independencia. En diciembre se declaró el bloqueo marítimo, de forma que los buques británicos podían confiscar todos los barcos que pretendieran comerciar o auxiliar a los norteamericanos. 

La formación del Ejército Continental fue muy problemática y durante toda la guerra Washington utilizó tanto tropas regulares como milicias locales. En noviembre de 1775, por una resolución del Congreso Continental, se creó en Filadelfia un cuerpo de ejército, origen del actual cuerpo de Marines. 

En principio, los británicos creyeron que muchos de los colonos permanecerían fieles a la Corona, pero solo entre un 15% y un 20% fueron leales a la Corona británica. En cuanto a los indios, la guerra afecto mucho a los que vivían al este del Misisipi. Algunas tribus se relacionaban de forma amistosa con los colonos. La Confederación Iroquesa se dividió ante el conflicto. 

Al iniciarse el conflicto Gran Bretaña parecía tener todas las bazas posibles para ganar rápidamente la contienda. Su armada era la mayor del mundo y poseían un ejército profesional, bien entrenado. Pero las desventajas británicas eran muy grandes. Tenían que dirigir las operaciones desde el continente, con los consiguientes problemas en las comunicaciones y el avituallamiento del ejército, combatían en un terreno desconocido, de gran extensión, donde las maniobras y desplazamientos constituían graves problemas. 

Otra desventaja importante para los británicos era la de no poder enfrentarse a un ejército en batallas organizadas. Al carecer los norteamericanos de un ejército profesional, la mayor parte de la contienda se desarrolló en ataques de guerrillas locales, con un gran apoyo de la población que les acosaba, les impedía avituallarse y les cortaba el paso. Lo que en un principio parecía una tarea fácil se convirtió para los británicos en un infierno. 

En el verano de 1776 William Howe, general en jefe del ejército británico al frente de 30.000 hombres, llegó al puerto de Nueva York con la intención de aislar a Nueva Inglaterra del resto de los rebeldes. En una campaña que duraría dos años, el general y su hermano el almirante Richard Howe llevaron a cabo una campaña en la que se mezclaban las acciones de guerra y los intentos de pacificación.
 
En Agosto de 1776 el ejército de George Washington fue derrotado en Long Island, viéndose obligado a salir de forma apresurada de Nueva York. Howe ocupó Nueva Jersey y distribuyó sus tropas por varias ciudades de la zona para convencer a los rebeldes de que estaban perdiendo la guerra. Muchos de los colonos leales a los británicos que permanecían escondidos se unieron a las tropas de Howe, y otros varios miles de colonos aceptaron la oferta de indulto si juraban lealtad a la Corona. Éste fue uno de los momentos en que los norteamericanos estuvieron a punto de perder la guerra. Pero la política de pacificación de los hermanos Howe se vio perjudicada por los saqueos de los soldados británicos y el triunfo de Washington al tomar los puestos avanzados de Trenton en diciembre de 1776 y Princeton en enero de 1777. El ejército de Howe tuvo que retirarse de las orillas del río Delaware, lo que permitió a las milicias patrióticas volver a conquistar las zonas abandonadas. 

Los británicos continuaban en la creencia de que si aislaban Nueva Inglaterra conseguirían terminar con el foco principal de los rebeldes y ganar la guerra. Con este fin, en 1777 movilizaron a 8.000 hombres, al mando del general Burgoyne, que debía dirigirse desde Canadá hacia el sur; en las cercanías de Albany debían reunirse con las tropas mandadas por el teniente coronel Barry St. Leger, que se desplazarían hacia el este y con las del general Howe, que desde Nueva York debía ir hacia el norte por el valle del río Hudson. 

Pero Howe, en vez de colaborar en el plan, pensando que muchos de los colonos de los estados del centro continuaban fieles a la Corona, decidió tomar la ciudad de Filadelfia, sede del Congreso. El 11 de septiembre, Washington se enfrentó con Howe en Brandywine, cerca de Pensilvania y el 4 de Octubre en Germantown. Los británicos vencieron en ambas batallas, pero el ejército norteamericano demostró que podía enfrentarse a los británicos en un combate organizado. Las tropas de St. Leger fueron vencidas en Oryskany, cerca de Nueva York en el verano de 1777 y el numeroso ejército al mando del general Burgoyne pasaba por grandes dificultades para desplazarse. Los británicos iban perdiendo fuerzas mientras los norteamericanos se recuperaban. Al llegar a Saratoga, el ejército de Burgoyne, debilitado por las emboscadas, los sufrimientos y el hambre se enfrentaron a más de diez mil soldados americanos al mando del general Horatio Gates, y tuvo que rendirse. 

George Washington

La Internalización de la Guerra. La Batalla de Saratoga 

Tras la derrota inglesa en Saratoga en octubre de 1777, la contienda tomó un carácter internacional al firmar las colonias un tratado con Francia en 1778, y con España en 1779. Lo sucedido en Saratoga decidió a los británicos a ofrecer un acuerdo a los rebeldes, dándoles la posibilidad de volver a la situación anterior a 1763; la oferta no fue aceptada pero sirvió como baza a Benjamin Franklin para negociar un acuerdo comercial y otro militar muy beneficio con Francia. Desde el comienzo de la guerra, Francia había estado suministrando a los rebeldes en secreto armas y dinero para vengarse de su derrota en la Guerra de los Siete Años y con la esperanza de recuperar sus antiguos territorios. En 1780, Rusia firmó la Liga de Neutralidad Armada con el resto de las potencias marítimas de Europa, dejando a Gran Bretaña aislada por primera vez en su historia. 

Batalla de Saratoga

Las campañas militares se desplazaron hacia el sur y tuvieron lugar en la Antillas, donde Gran Bretaña trataba de defender sus posiciones. Con el apoyo de la Armada desplegada por la costa, los británicos bombardearon puertos de forma despiadada e hicieron incursiones al interior, tratando a la vez de negociar y atraerse a los líderes rebeldes, sin conseguir grandes resultados. Concentraron sus fuerzas en el sur, se mantuvieron a la defensiva en Nueva York y Rhode Island y abandonaron Filadelfia. Sus planes eran conquistar el sur, donde creían tener suficientes apoyos. Pero la retirada de Filadelfia le proporcionó a Washington la oportunidad de atacar a los británicos con un ejército mejor organizado y más disciplinado.

La batalla tuvo lugar el 28 de Junio de 1778 sin que ninguno de los dos ejércitos venciera, pero para los americanos significó una victoria por haberse enfrentado sin ser derrotados a las bien entrenadas tropas británicas. 

En el invierno de 1778-1779 los británicos consiguieron victorias importantes en el sur, tomaron Savannah, Augusta y restablecieron el gobierno de la Corona en Georgia. En 1780 consiguieron conquistar Carolina del Sur, venciendo a un ejército al mando de Benjamin Lincoln que supuso la mayor derrota de los patriotas en toda la guerra. Para detener la ofensiva, el general Gates se enfrentó en agosto del mismo año a los británicos. De nuevo los americanos fueron derrotados, pero las victorias de los británicos no sirvieron para pacificar y consolidar los territorios conquistados. Los saqueos de los casacas rojas y las represalias de los leales a la Corona contra los revolucionarios hicieron que muchos de los habitantes de Carolina del Sur y Georgia apoyaran la revolución. 

El general británico Cornwallis, atacado constantemente por la guerrilla revolucionaria, decidió en el otoño de 1780 llevar sus tropas hacia Carolina del Norte, pero las noticias de que una parte de su ejército había sido destruido le hicieron volver a Carolina del Sur. Los americanos, entretanto, habían logrado organizar un nuevo ejército en el sur que trató por todos los medios de dividir las fuerzas del enemigo. En enero de 1781 la destrucción de la legión británica Tory de Tarlenton hizo que los británicos abandonaran su base en Charleston, reunieran sus tropas en Carolina del Norte para pasar a Virginia y dejaran el terreno libre para que los patriotas recuperaran el sur en la primavera y verano de 1781. 

En Virginia, los británicos eligieron Yorktown como cuartel general. Fuerzas conjuntas americanas y francesas reunieron un ejército muy poderoso al mando de Washington y el conde de Rochambeau para atacar a los británicos. Una flota francesa impidió a la armada inglesa prestar apoyo al general Cornwallis, que en octubre tuvo que rendirse con sus 8.000 hombres. La guerra continuó durante unos meses más, pero la victoria de Yorktown significó el triunfo de los norteamericanos. 

Una vez ganada la guerra, los americanos tuvieron que negociar una paz complicada por las alianzas a las que habían llegado durante la contienda con Francia y España. Ni a Francia ni a España les interesaba una Norteamérica poderosa e independiente y España temía que las ideas republicanas se extendieran a sus colonias de América. Los diplomáticos enviados a Europa para la negociación, decidieron negociar solamente con Gran Bretaña y consiguieron que reconociera unos límites muy ventajosos para el nuevo país. Una vez conseguido el preacuerdo con Gran Bretaña los embajadores americanos negociaron con Francia, que aceptó el acuerdo con algunas reticencias. España tuvo que renunciar a su pretensión de que le fuera devuelto Gibraltar. En el tratado de Versalles firmado en Septiembre de 1783 se reconocía la independencia de los Estados Unidos por parte de la Corona británica. 

La mayor parte de los realistas permanecieron en Estados Unidos después de la guerra, aproximadamente 37.000 marcharon a Canadá, donde el gobierno británico creó para ellos en 1784 la provincia de New Brunswick, algunos se exiliaron en Inglaterra y en las Indias occidentales. 



Del modelo Confederal a la Federación 

En el verano de 1776, cuando los británicos iban ganando la guerra, se reunió de nuevo el Congreso Continental de Filadelfia. La violencia y el bloqueo a que estaban sometidos los colonos les hizo cambiar de actitud y exigir la independencia política. 

Con la guerra como telón de fondo, el 4 de julio de 1776 el Congreso aprobó el Acta de Independencia basada en un borrador elaborado por Thomas Jefferson, John Adams y Benjamín Franklin. Los principios en los que fundamentaron el Acta de Independencia tenían su origen en Locke, quien había demostrado que todo sujeto posee derechos naturales y que, en el caso de que éstos fueran violados, el pacto social entre el soberano y el pueblo quedaba deshecho. El Acta de Independencia también tenía influencias de Rousseau, al declarar que el objetivo de todo gobierno era la garantía de los derechos del hombre. 

El proceso político siguiente pasó por profundas divisiones entre los delegados de los distintos Estados.  Los federalistas pretendían que se instaurara un fuerte gobierno central, con mayor poder en manos del  ejecutivo; los más radicales se sentían republicanos confederales y demócratas y se oponían tanto a la  monarquía como a un gobierno que limitara el poder de los grupos locales. 

Ya desde mediados de 1775 los rebeldes habían conseguido controlar políticamente la mayor parte del territorio. Las trece colonias se denominaban a sí mismas Estados, habían expulsado a los gobernadores británicos, cerrado los tribunales e iban preparando Constituciones propias que desplazaran las cartas  otorgadas por la Corona británica. La primera Constitución estatal ratificada fue la de New Hampshire, en 1776, seis meses antes de la Declaración de Independencia. Poco después Virginia, Carolina del Sur y Nueva Jersey redactaron nuevos textos constitucionales mientras que en Connecticut y Rhode Island continuaron rigiéndose por sus cartas otorgadas de las que habían eliminado cualquier alusión a la Corona. 

La diferencia social en la población de cada nuevo estado tuvo una gran influencia en las distintas situaciones adoptadas en relación con las cuestiones constitucionales como el sufragio universal o el censitario; el poder ejecutivo más o menos fuerte frente al legislativo o la legislatura unicameral o bicameral. 



En 1777 el Congreso aprobó los Artículos de la Confederación y Unión Perpetua, que se ratificarían en Marzo de 1781 pasando a denominarse Congreso de la Confederación. Los Artículos de la Confederación establecían, entre otras cuestiones, que el Congreso era la única institución por encima de los trece Estados, pero afirmaba la prioridad de los Estados separados sobre el gobierno de la Confederación y limitaba los poderes del gobierno central a dirigir las relaciones exteriores, a declarar la guerra; a establecer los pesos y medidas y a ser árbitro final en las disputas entre los Estados miembros; cada uno de los Estados tenía un voto en el Congreso de la Confederación y una delegación de dos a siete miembros que eran designados por los órganos legislativos locales. Se requería la aprobación de nueve Estados para admitir a otros en la Confederación y se aprobó por adelantado la admisión de Canadá. La Confederación aceptaba la deuda de guerra del Congreso antes de la promulgación de los artículos. 

El deseo de mantener su independencia llevó a los colonos a no querer establecer un gobierno nacional poderoso. El Congreso, para proteger la libertad de cada uno de los Estados, creó una estructura unicameral débil. 

Los problemas surgieron enseguida. Cada Estado actuaba de forma soberana y disponía de un solo voto en la asamblea legislativa y esto daba lugar a que los más poblados se veían en muchas ocasiones bloqueados por las decisiones de otros más pequeños. 

En cuanto a la política exterior, cada uno defendía sus intereses de forma que para que los tratados fueran eficaces las potencias extranjeras tenían que firmarlos con cada Estado, lo cual era un peligro ya que existían serias amenazas de las potencias vecinas que aún tenían colonias. Los que estaban situados en la costa, que tenían gran actividad comercial, gravaban las mercancías que pasaban por sus tierras en dirección a sus vecinos del interior. Otros llegaban a acuñar su propia moneda. Las relaciones comerciales y la libre circulación se veían coartadas también por las rencillas y por las distintas leyes locales. 

Durante la guerra, el país había contraído una enorme deuda, el Congreso Continental había recurrido a la emisión de papel moneda para financiar la contienda que perdió rápidamente su valor, la inflación se disparó y los soldados se lamentaban de que sus pagas llevaban muchísimo retraso. 

No todos los Estados tenían la misma capacidad para gestionar sus asuntos públicos. La mayor parte de los Estados del sur, con la excepción de Carolina del Norte y Georgia, que prosperaron, decidieron no pagar sus deudas lo que significó una grave depresión de las economías privadas y un importante deterioro del crédito público. 

Los artículos de la Confederación no sirvieron para establecer el nuevo Estado ya que no eran suficientes para afrontar todos los problemas del país. Se basaban en la buena voluntad, no podían garantizar los compromisos adquiridos ni hacer respetar los tratados de paz. El poder federal era muy débil, existía un vacío en la legislación y era necesario crear una administración interior y una hacienda capaz de hacer frente a la fuerte deuda exterior.



La Convención de Filadelfia 

Ante este cúmulo de problemas parecía inevitable que se revisaran los artículos de la Confederación. Los representantes de Virginia y Maryland, que querían llegar a un tratado que regulara el comercio y la navegación por el río Potomac, se reunieron en Alexandría (septiembre 1786) y decidieron celebrar una convención de todos los Estados para tratar en común muchas cuestiones pendientes. 

En Mayo de 1787 se reunió la Convención en Filadelfia como Convención Federal, con la asistencia de todos los Estados (menos el de Rhode Island), representados por sus hombres más notables. Como presidente fue elegido George Washington, por su reconocido prestigio militar y político. 

En principio, los dirigentes políticos creían que debía darse nuevos poderes al Congreso para enmendar los artículos de la Confederación, y conceder al Congreso autoridad para regular el comercio y establecer impuestos. La delegación de Virginia, representada por Madison, inició el debate con propuestas radicales que no eran una revisión de los artículos de la Confederación sino un proyecto para un cambio muy significativo del gobierno. Los representantes de los Estados grandes apoyaban la propuesta de Madison, propugnando la creación de un nuevo gobierno nacional mucho más poderoso que fuera capaz de resolver todos los problemas pendientes en cuanto al comercio, las relaciones exteriores, el crédito, etc.

El Plan de Virginia proponía la creación de dos cámaras, una elegida por sufragio universal y otra elegida por la primera. La representación en ambas debía ser proporcional a la población. El ejecutivo y el judicial debían ser elegidos y nombrados por las Cámaras, que podían decidir sobre la constitucionalidad de las leyes votadas por los distintos Estados. 

Muchos de los delegados rechazaron el plan de Madison porque suponía ir mucho más allá de los que en un principio habían proyectado, que era una reforma de los artículos de la Confederación otorgando más poder al gobierno federal. El Plan presentado por Virginia suponía debilitar de forma extraordinaria la autoridad estatal. William Paterson, representante de Nueva Jersey, de acuerdo con los delegados de 
Connecticut, Delaware y Nueva York presentó otra propuesta para aumentar los poderes del Congreso, reformar los artículos de la Confederación y conservar la soberanía de los Estados. Los nacionalistas, representados por Madison y Wilson, convencieron a la mayoría para que rechazaran este plan que mantenía todos los artículos de la Confederación que habían sido causa de debilidad. No obstante, tuvieron que hacer algunas concesiones de importancia como ceder en su propuesta sobre la autoridad de la asamblea nacional para vetar la legislación de los Estados o el principio de representación proporcional en ambas cámaras. Pero ganaron la batalla al conseguir la aprobación sobre los puntos fundamentales como el referido a la creación de un poderoso gobierno central. 

La primera dificultad fue conseguir el consenso entre las propuestas de los grandes y los pequeños Estados, que hasta esos momentos tenían derecho a un voto en el Congreso. Los grandes proponían una representación proporcional a la población y a los impuestos directos, mientras que los pequeños pretendían que se siguiera con un voto por Estado. 

Finalmente, una comisión formada por un miembro de cada Estado presentó un informe, conocido como la Transacción de Connecticut que fue aceptado: se crearían dos Asambleas, una como Cámara de los representantes, dando a cada Estado un número de diputados proporcional a la población; la segunda, el Senado con dos senadores por Estado independientemente de la población de éste. Se crearía una Federación, la soberanía popular pasaría de los Estados a dicha Federación; los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que emanaban del pueblo se mantendrían totalmente separados y se controlarían mutuamente. El ejecutivo sería ejercido por un presidente elegido por cuatro años, mediante un sufragio indirecto. El poder judicial se confió a un Tribunal supremo de nueve jueces, designados por el presidente de acuerdo con el Senado, y sería el encargado de dirimir los conflictos entre el Congreso y el presidente. 

El Congreso, compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes, ostentaría el poder legislativo y podría proponer enmiendas a la Constitución, que a su vez tendrían que ser ratificadas por los Estados. En este nuevo modelo político, los representantes de los Estados del norte pidieron ventajas en materias comerciales, y los del sur lucharon por conservar la esclavitud.



La Federación: La Constitución
 
La Constitución fue redactada durante el verano de 1787, aprobada por la Convención el 17 de Septiembre de 1787 y enviada para su ratificación a los trece Estados el 28 de Septiembre del mismo año. 

En los debates para la ratificación del texto constitucional los antifederalistas estaban en contra de instituir un fuerte gobierno central que consideraban parecido a una monarquía, puesto que concentraba el poder  a expensas de la libertad de los Estados; además, consideraban que no sería posible gobernar una república tan extensa sin caer en la tiranía al eliminar la soberanía independiente de cada uno de ellos. 

Creían que la nueva Constitución iba en contra de los principios revolucionarios y de los de la Confederación. Pero los federalistas se oponían a estos argumentos al afirmar que no negaban el principio de soberanía sino que lo trasladaban a todo el pueblo. Así se creaba una nueva forma de relación del gobierno con la sociedad.

Jefferson, antifederalista, manifestó que no podía considerar completo el texto constitucional mientras no se le añadiese una Declaración de Derechos, como compensación por haber cedido ante cuestiones 
importantes en las que no estaba de acuerdo con los federalistas. Madison propuso una serie de enmiendas que constituían una garantía de las libertades humanas. Aseguraban la tolerancia religiosa, la libertad de pensamiento, de prensa, de reunión y la libertad del pueblo para llevar armas, constituyendo el conjunto más completo de garantías que ninguna sociedad había tenido hasta el momento. 
Las instituciones políticas inglesas se tuvieron presentes en todo momento, hay que recordar que la mayor parte de los revolucionarios americanos se habían formado en la metrópoli y en cierto modo, se sentían culturalmente británicos. 


La influencia de la Revolución Norteamericana 

Con el nacimiento de los Estados Unidos se inició en Europa un período de grandes conmociones ya que la Constitución americana supuso un antes y un después en la vida política del mundo occidental. La formación de un nuevo país, con una constitución democrática en la que se plasmaban de forma práctica los principios enunciados por los filósofos de la Ilustración mostraba a los europeos que era posible romper con el absolutismo monárquico y el conjunto de normas obsoletas del Antiguo Régimen. También a las colonias iberoamericanas llegó el eco de la revolución y tuvo una gran importancia a la hora de plantear su independencia. La propaganda del proceso revolucionario se extendió gracias a los diplomáticos americanos y a los militares europeos que habían luchado en la revolución. En 1789, en Inglaterra, Irlanda, Bélgica, Suiza y las Provincias Unidas se iniciaron protestas poco antes de que estallara la revolución francesa, y en todo el continente se vivía un ambiente de levantamiento en contra del orden establecido, que sin duda debía tener una conexión directa con lo sucedido al otro lado del Atlántico.