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La Revolución Norteamericana
La revolución de las Trece Colonias británicas en América del norte constituyó un hito fundamental en la historia de Occidente que sirvió de referencia a las posteriores revoluciones en su lucha por el asentamiento del liberalismo. Se inició como un levantamiento pero se convirtió en un conflicto internacional que llegaría a formar la primera sociedad democrática del mundo moderno, una república federal, regida por una Constitución y por un gobierno nacional.
Introducción
Para cuando se produjo la revolución norteamericana, disponían de un modelo, el de la cultura política inglesa en el seno de la cual vivían. Los puritanos no quieren aristocracia y esto ataca directamente a la monarquía. Muchos puritanos ingleses tras la amenaza de Jacobo I de ahorcarlos se fueron a la republicana Holanda. Desde donde partieron a América (los que llegaron a Plymouth con el compromiso democrático, como si fuera la carta fundamental de la República en América). Cada paso va durando más de un siglo: entre la palabra de Calvino y la peregrinación puritana, entre la llegada a América y la proclamación de la República.
Cierto que las colonias se formaron por iniciativa privada a espaldas de la Corona, en un proceso radicalmente diferente a la América española, lo que les favoreció la variedad: religiosa, étnica, social; pero la mayor parte eran de origen inglés y compartían cultura, educación, derechos, y, especialmente en este caso el sistema político que tenía una estructura similar a la metrópoli: Gobernador, Consejo Consultivo y Asamblea legislativa; ésta, siguiendo el ejemplo de los Comunes, tenía iniciativa legislativa y aprobaba los presupuestos. El control sobre los fondos públicos les permitió sobreponerse a los Gobernadores nombrados por la Corona en la mayoría de las colonias (excepto en Connecticut y Rhode Island, donde los elegía la Asamblea).
Las razones de la rebelión de las colonias frente a las pretensiones del monarca inglés, Jorge III, de afianzar el poder sobre las colonias y aprovecharlas económicamente, fueron ya, significativamente, la defensa de sus intereses, la libertad y el autogobierno. Fue el momento para poner en práctica todas las ideas llegadas desde Londres, que habían ido germinando. La historiografía tradicional situó en Locke todo el mérito de esta nueva cultura política, y con él al liberalismo con su acento en la individualidad y los derechos privados.
Los más recientes y reconocidos ana listas de la Escuela de Cambridge (Pocock, Wood, Bailyn) ponen, sin embargo, ahora el acento también (sin excluir a Locke, el Common Law, o los derechos naturales), en esta tradición de humanismo cívico, bien común y republicanismo que explicaría la vertiente social, comunitaria de la cultura política norteamericana. Ambas corrientes, liberalismo y republicanismo, con las tradiciones heredadas, se interfirieron mutuamente y se sumaron. Utilizaron tanto criterios historicistas (los derechos tradicionales) como racionalistas e iusnaturalistas para justificar su acción, pues los derechos dejaron de estar en la tradición histórica y pasaron a formar parte de la prerrogativa natural de todo ser humano. Eso les permitía incluso reformar la forma de gobierno como recoge la Declaración de Independencia. Eso les permitió incluso mantener los mismos criterios después de conseguida ésta, contra cualquier gobierno que pudiera atentar contra sus derechos.
Pero no hicieron una revolución contra el régimen político, la Constitución inglesa de la que estaban orgullosos, sino en defensa de la misma, contra lo que percibían como su violación. Eso acabó significando que a la vez que rompían con la metrópoli buscaban la reposición de su Constitución, en su forma pura y tradicional. Aquí la tradición republicana ayudó mucho, porque aun no teniendo rey para reponer la Constitución inglesa, el núcleo común era el gobierno equilibrado de la tradición republicana que había adoptado la Monarquía inglesa.
Tras el primer momento revolucionario, en el que se limitó radicalmente el poder Ejecutivo en la Constitución de la Confederación (aprobada en 1777 y ratificada en 1781), la evolución natural de este proceso llevó a la evidencia de la necesidad de volverlo a fortalecer para centralizar las decisiones y hacerlas más eficaces; necesidad que se hizo más evidente en el contexto de la guerra que habían que sostener contra la Metrópoli. Así se llegó a la Constitución federal de 1787 (ratificada el 21 de junio de 1788) que llega hasta nuestros días con las enmiendas precisas y que provocó un gran debate y enfrentamientos entre “federalistas” (Adams, Hamilton, Jay) y “republicanos”, de tendencias confederales, y demócratas (tal como hoy se llama el partido heredero), cuyo fundador fue Jefferson, junto con Madison. Éstos eran los que querían mantener el sistema revolucionario, el republicanismo clásico, la confederación; mientras que los “federales” querían pasar de la confederación a la federación que implicaba una concentración mayor del poder en manos del Ejecutivo y del poder central.
Fue el momento en el que se pasó del gobierno mixto clásico a la separación de poderes propia de la doctrina liberal. Gobierno mixto implicaba asociar cada rama del gobierno a un orden social propio del Antiguo Régimen: el pueblo a Cámara de los Comunes, la aristocracia a la Cámara de los Lores, y el Rey al poder Ejecutivo. La separación de poderes desde la versión de Montesquieu se centra exclusivamente en la diferenciación de funciones públicas para evitar la concentración de poder: poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial; lo que encaja mejor con la nueva sociedad igualitaria americana, que carecía de monarquía y aristocracia. Además se empezó a creer que todos los elementos del gobierno eran representantes del pueblo, no sólo las Asambleas. Se sustituyó el gobierno directo de las democracias antiguas por el gobierno representativo; y el Ejército permanente sustituyó a las milicias ciudadanas.
A cambio de este alejamiento del poder, los antifederalistas exigieron la declaración de derechos. Así pues, fue entre 1776 y 1787 cuando se produjo un gran cambio de la cultura política, llegándose a una perspectiva liberal y moderna, donde ya no eran necesarias pequeñas sociedades autogobernadas por sus ciudadanos, sino que las grandes naciones podían delegar esa función en sus representantes.
En esta nueva cultura política pasó a ser central el individuo, sus derechos y su libertad, frente a lo que hasta entonces era lo central: la comunidad y la participación política intensa, el bien común, la virtud cívica del humanismo y el republicanismo clásico. El interés privado pasó a ser sagrado y respetable, frente al interés común, suponiendo que éste se conseguía satisfaciendo aquél. Ahora el individuo podía dedicarse a sus asuntos privados y no a los públicos porque éstos estaban garantizados en un sistema garantista, con una organización institucional liberal, llena de equilibrios y controles mutuos que habría de funcionar casi automáticamente. Así que los ciudadanos pasaron a centrarse más en consentir el gobierno que a participar en él
Fundamentos teóricos y contexto
Los fundamentos políticos de los ilustrados no habían arraigado de forma práctica en la sociedad del Antiguo Régimen pero habían dejado una huella profunda en todas las personas con sensibilidad ante los conflictos y tensiones que se estaban sucediendo. Hasta la revolución, los colonos americanos se habían mantenido fieles a la Corona británica; incluso la revolución se inició teniendo muy en cuenta la defensa de la Constitución británica. Los problemas con la metrópoli fueron el detonante para que una sociedad peculiar con unas normas propias rompiera con el pasado para convertirse en la vanguardia de la libertad y el republicanismo.
La convulsión política de las colonias coincidió con la revolución industrial. El conflicto se inició en unas circunstancias de crisis económica por el alza de precios y estancamiento de mercancías que tuvo lugar en 1770, pero el malestar de los colonos por su situación y la conciencia de que era necesario un cambio venía de tiempo atrás.
Una vez ganada la contienda, a la hora de establecer un nuevo sistema político, los ideólogos americanos tuvieron muy en cuenta la idea de que el poder del gobierno derivaba del pueblo, pero dieron un paso más al afirmar que la soberanía permanecía siempre en el pueblo y que el gobierno era solamente un organismo que le representaba de forma temporal y revocable.
La interpretación que han hecho los historiadores de la revolución americana ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Durante los primeros años se explicó como una lucha por la libertad contra la tiranía de los británicos. Ya en el siglo XIX, G. Bancrof y sus seguidores contemplaron la revolución como el “cumplimiento providencial del destino democrático del pueblo americano”. En el siglo XX, el historiador C.
Becker y su escuela veían en el levantamiento algo más que una revolución colonial, y se inclinaban a pensar que los colonos no sólo pretendían un gobierno propio sino también establecer en qué manos iba a recaer ese gobierno. Otros autores han resaltado la faceta social como desencadenante de los hechos. A partir de la mitad del siglo XX se ha debatido sobre el carácter conservador y constitucional de la revolución, llegando a interpretaciones de gran complejidad intelectual.
Las colonias británicas en América antes de la revolución
Las trece colonias británicas establecidas en la costa este de América del Norte eran New Hampshire, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Delaware, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
En los años previos a la revolución las colonias formaban un pequeño mundo de gran dinamismo y movilidad que aumentaba de población a un ritmo extraordinario.
La corriente migratoria desde las Islas Británicas en el siglo XVIII era incesante; protestantes irlandeses y escoceses habían iniciado la emigración a principios de siglo, pero su marcha se hizo aún más intensa después de la guerra de los Siete Años (1758-1763), este aumento ocasionó una gran presión demográfica.
Las colonias estaban situadas en la costa atlántica, desde las fronteras de Canadá hasta la península de la Florida
En algunas regiones del este, las tierras de labor habían sido cultivadas en exceso y en los primeros años del siglo XVIII estaban agotadas; las ciudades más antiguas como Nueva York empezaban a estar superpobladas y a los jóvenes ya no les era posible adquirir fácilmente tierras al llegar a la mayoría de edad; tras la derrota francesa, las gentes se trasladaban en busca de terrenos donde establecerse en el interior y muchos colonos y especuladores se dirigieron al oeste y al sur creando a su paso multitud de nuevas poblaciones que servían para abastecer a los viajeros y extender el comercio. Entre 1756 y 1765 se fundaron en Pensilvania veintinueve ciudades; Carolina del Norte se convirtió en 1775 en la cuarta colonia más poblada. Pero también a partir de 1760 se inició la exploración de nuevos caminos hacia el oeste por cazadores y exploradores, cruzando los Apalaches.
Otros se encaminaron al sur, hacia el nacimiento de los ríos Cumberland y Tennesse o hacia el noroeste siguiendo el recorrido del Kentucky o las cuencas del Ohio y Mississippi hasta la recién incorporada provincia de Florida occidental.
La población no se concentraba mucho en las ciudades, hacia 1765 sólo cinco de ellas tenían más de ocho mil habitantes. Las más pobladas en esos momentos eran Filadelfia, Nueva York y Boston.
No todos los inmigrantes procedían de Inglaterra. A los puritanos ingleses se habían unido poco a poco campesinos escoceses, irlandeses, alemanes, holandeses y protestantes franceses, que no sentían lealtad a la Corona británica. El origen de Nueva York había sido holandés y paso a la Corona británica en el siglo XVII. Los holandeses habían estimulado la inmigración concediendo vastos territorios a los patronos que llevaran consigo a cincuenta trabajadores. El carácter de estos hombres era emprendedor, agresivo, con hábitos de libertad. A pesar de esta diversidad en el origen de los colonos, la vida social se regía en la mayor parte de los estados por las normas británicas.
Los puritanos ingleses, muy apegados a las tradiciones, habitaban las colonias del norte, llamadas de Nueva Inglaterra. Se dedicaba a la agricultura en pequeña escala, tenían muchos recursos madereros, caza de ballenas, abundante pesca y comercio marítimo.
Las colonias situadas en el centro, con ciudades tan importantes como Nueva York y Filadelfia, se dedicaban al comercio por el río Hudson hasta el estrecho de Long Island. Poco a poco se habían ido fundiendo con las del sur de Nueva Inglaterra.
Los grandes propietarios, con haciendas dedicadas al cultivo de tabaco y algodón, se habían establecido en el sur. Comerciaban también con artículos navales y maderas. Llegaron a contar con un gran número de esclavos procedentes de África. Las ciudades más importantes en las colonias del sur eran Charleston, en Carolina del Sur, y Savannah, en Georgia.
La vida política en las Colonias
Cada colonia se regía de distinta forma dependiendo de su origen, pero el sistema político continuaba basándose en el británico. Estaban regidas por un gobernador y organizadas en asambleas elegidas por sufragio restringido. En algunas el gobernador era nombrado por el monarca, en otras era elegido por los propietarios de bienes raíces o por la asamblea.
La vida política era muy activa, las sesiones públicas se preparaban en reuniones privadas en las tabernas y a pesar de que eran pocos numerosos los que tenían derecho a voto, toda la población se interesaba por las luchas que mantenían los electores para defender la Carta de la colonia, para mantener en su sitio al gobernador o para resistir a las presiones de los grandes propietarios de bienes raíces. Cada Estado o colonia podía funcionar de forma casi autónoma a pesar de que la metrópoli intentaba reorganizar la administración colonial.
A pesar de las diferencias administrativas, las colonias tenían economías complementarias y se relacionaban con mucha frecuencia. Esta relación fue la base de una conciencia común que se manifestó al iniciarse el movimiento de protesta contra Gran Bretaña.
La economía colonial
La base de la próspera economía de las colonias inglesas era la agricultura, la caza, la pesca y el comercio.
La mayor parte de la población trabajaba el campo y adoptó muchas de las técnicas de cultivo de los indios.
En Nueva Inglaterra se cultivaba maíz, avena, centeno, trigo y frutales. En el sur se cultivaba tabaco, arroz, índigo, morera y cáñamo.
El resto de la población lo constituían mercaderes, marineros, mineros y pequeños artesanos ya que la mayoría de las manufacturas eran importadas desde Gran Bretaña. La metrópoli recibía especias, maderas, pieles, aceite de ballena, salitre, pez, cáñamo, etc. Las colonias tenían por obligación que comprar sus manufacturas a la metrópoli y utilizar para sus exportaciones navíos ingleses o que todas las importaciones de otro país a las colonias tuvieran que pasar por un puerto inglés y pagar un peaje. A partir de 1660, por el Acta de Navegación, el gobierno obligó a las colonias a reservar ciertos productos como el tabaco, el azúcar, el índigo, el algodón y algunos otros en exclusiva para el mercado inglés. Estas cargas se fueron haciendo muy impopulares entre los colonos, ya que les impedían desarrollar libremente su comercio.
Los intentos de reforma colonial del Gobierno Británico
La reforma de la administración colonial había sido discutida en el Parlamento británico en muchas ocasiones, sin llegar a concretarse. A pesar del contrabando, las colonias resultaban rentables con el comercio de distintos productos que la metrópoli trataba de monopolizar.
La llegada al trono de Jorge III en 1760, un monarca que decidió intervenir activamente en los asuntos de Estado, cambiaría las relaciones con los colonos. El gobierno se enfrentó a la necesidad de reorganizar los nuevos territorios adquiridos de Francia y España al finalizar la Guerra de los Siete Años (1758-1763) y regular el comercio indio. Además, trató de solucionar los problemas financieros derivados del conflicto con nuevos impuestos sobre las colonias.
Una de las primeras medidas fue volver a poner en vigor la prohibición de comerciar con cualquier otro país que no fuera Inglaterra. Poco más tarde la Sugar Act (1764) gravó las importaciones sobre las melazas que las colonias adquirían en las Antillas Francesas y de las que obtenían grandes beneficios.
El Parlamento aprobó también una nueva ley que les prohibía emitir monedas. En 1765 se gravó mediante la Ley del Timbre todos los documentos legales y comerciales que se enviaban a las colonias y también periódicos, folletos, libros, etc., sin consultar a las asambleas coloniales, como era costumbre. El aumento de la presión fiscal llegaba en unos momentos en que la economía sufría un estancamiento como consecuencia de la Guerra de los Siete Años. Las colonias reaccionaron ante estas medidas y en octubre de 1765 nueve de ellas enviaron delegados a un ilegal Congreso reunido en Nueva York, en el que decidieron rechazar los nuevos impuestos decretados por un Parlamento en el que no se sentían representados. Surgieron asociaciones radicales para oponerse a esas “Imposiciones sin representación”; se limitaron las importaciones que venían de Inglaterra y los colonos consiguieron la derogación de la Stamp Act.
Pero de nuevo el Parlamento de Londres votó en 1767 otros impuestos sobre el té, el vidrio y el plomo. Los disturbios ocasionados por esta nueva decisión terminaron con la “matanza de Boston”, donde murieron cinco colonos en un enfrentamiento con los soldados británicos.
Los colonos consiguieron en 1770 que se derogarán los impuestos sobre el vidrio y el plomo sin lograr lo mismo con el que gravaba al té; además, en 1773 el Parlamento concedió a la Compañía de las Indias Occidentales el monopolio de dicho producto, desatando las iras de los colonos que asaltaron los barcos de la Compañía arrojando al mar sus cargamentos.
Motín del Té |
La reacción de la metrópoli no se hizo esperar; se movilizó al ejército y el Parlamento aprobó cuatro leyes coercitivas, el cierre del puerto de Boston, la abolición de la asamblea de Massachusetts, el traslado de los implicados en los sucesos a Londres y la obligación de las colonias de abastecer al ejército, que fueron calificadas por los colonos como “intolerables”.
Por el Acta de Quebec de 1774 el gobierno de Londres anunció la expansión de esta provincia al interior hasta los ríos Ohio y Misisipi. Las tierras que bordeaban los Alleghanys (Apalaches), el Misisipi y Los Lagos se dedicarían a reservas indias. Se prohibía a los colonos establecerse en estos nuevos territorios. Con estas medidas, el Parlamento británico pretendía organizar la administración de los nuevos dominios, además de evitar los enfrentamientos con los indios. Esta prohibición indignó a los colonos, que se empezaban a considerar ciudadanos de segunda clase utilizados por la Corona para sufragar con impuestos los gastos de la guerra, pero a los que no compensaba con los territorios conquistados.
A partir de 1772, personalidades de la vida política entre las que se contaban Jefferson, Patrick Henry, Washington y Adams, compartían información y transmitían a través de los Comités de Correspondencia a sus inquietudes políticas; pretendían establecer los derechos de los colonos, negando la autoridad del Parlamento de Londres sobre ellos y planeaban acciones conjuntas dirigidas a unir a los colonos en contra de la represión británica. En 1774, Thomas Jefferson y John Adams sostenían que las cámaras legislativas norteamericanas independientes eran soberanas en Norteamérica; el Parlamento no tenía ninguna autoridad sobre las colonias sólo vinculadas al Imperio británico a través del monarca.
En Septiembre de 1774 los colonos convocaron el Primer Congreso Continental de Filadelfia, con la asistencia de delegados procedentes de doce colonias (todas menos Georgia). Después de encendidos debates en los que algunos de los miembros eran partidarios de la resistencia abierta a las leyes “intolerables”, el Congreso, que aún no estaba preparado para la independencia, decidió proclamar una Declaración de Derechos de las Colonias, mantener el boicot a las mercancías inglesas hasta que se reconociera su autonomía legislativa y dar fuerza legal a los Comités de Correspondencia para difundir las ideas independentistas.
George Washington |
Batalla de Saratoga |