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miércoles, 12 de febrero de 2014

CLARA CAMPOAMOR. Artículo de Ángeles Llopis

El 1 de octubre de 1931, el Congreso de los Diputados de las Cortes Republicanas aprobaba el derecho de voto para las mujeres por 161 votos a favor y 121 en contra. Por sólo 40 votos de diferencia podían ejercer una parte esencial de sus derechos: ser electoras. El artículo 36 de la Constitución Republicana estableció que “los ciudadanos de uno u otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales”. El 9 de diciembre de 1931 fue aprobada la Constitución que estableció por primera vez el reconocimiento de la igualdad de derechos políticos entre los ciudadanos. Para llegar a esta situación la mujer tuvo que recorrer un arduo camino, ganando poco a poco parcelas reservadas únicamente a los hombres. Artífice de este avance democrático fue Clara Campoamor.

Clara Campoamor nació en el seno de una familia humilde en el barrio madrileño de Maravillas, el 12 de febrero de 1888. A la muerte de su padre, contable en un periódico, dejó sus estudios para ayudar a su madre, costurera de profesión. Tras ejercer varios trabajos, en 1914 hace oposiciones para profesora de adultas en el Ministerio de Instrucción Pública y tras sacar el número uno de su promoción, se convierte en profesora. Sin embargo, al no tener el bachiller sólo puede impartir clases de taquigrafía y mecanografía, decide seguir estudiando, compaginando sus trabajos en el Ministerio y de secretaria en el periódico maurista “La Tribuna”, donde empieza a interesarse por la política. En 1923 participa en un ciclo sobre Feminismo organizado por la Juventud Universitaria Femenina donde comienza a desarrollar sus ideario sobre el derecho a la igualdad de las mujeres.

Con 36 años obtiene la licenciatura de derecho, cambiando a partir de ahí de forma radical su trayectoria profesional, comienza a ejercer de abogada en 1926, siendo una de las primeras mujeres en actuar ante el Tribunal Supremo y ante un Tribunal Militar (defendiendo a los implicados en la rebelión de Jaca). Su trabajo como abogada se centró fundamentalmente en las cuestiones relacionadas con la capacidad legal de la mujer, y, tras la aprobación de la Ley de divorcio en 1932, actuó en dos casos de divorcio muy célebres en aquella época, el de la escritora Concha Espina, de su marido Ramón de la Serna, y el de Josefina Blanco, de Valle-Inclán. En 1929 fundó con otras cuatro abogadas europeas la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas y fue miembro de la Academia de Jurisprudencia y Legislación.

En 1929 formó parte del comité organizador de la Agrupación Liberal Socialista, Clara por sus ideas republicanas y contraria al régimen dictatorial de Primo de Rivera, intentó, sin éxito, que la Agrupación se desmarcara de la Dictadura y al no conseguirlo abandonó poco después de ingresar el comité. Mantuvo una gran actividad como conferenciante en la Asociación Femenina Universitaria y en la Academia de Jurisprudencia, defendiendo siempre la igualdad de derechos de la mujer y la libertad política. Coherente con sus ideas republicanas, rechazó la cruz de Alfonso XII, que le otorgó la Academia de Jurisprudencia, por su Premio Extraordinario.

Tras la dictadura, entra a formar parte del Partido Radical, al considerarlo afín a su ideario político (republicano, liberal, laico y democrático), forma parte de las listas del mismo a las elecciones de 1931 para las Cortes Constituyentes de la Segunda República, obteniendo un escaño como diputada por Madrid. Participó en la Comisión Constitucional encargada de elaborar la Carta Magna republicana, integrada por 21 diputados, y allí luchó eficazmente para establecer la no discriminación por razón de sexo, la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal, consiguió todo, excepto lo relativo al voto, que tuvo que debatirse en el Parlamento.

Desde su tribuna ejercerá una enardecida defensa del sufragio femenino, con la oposición de sus propios compañeros de partido y de la diputada del partido radical socialista, Victoria Kent, convertida en la portavoz del “no”, al argumentar ésta que se opone al derecho electoral de las Busto de Clara Campoamor en Madrid, obra de Lucas Alcalde (2006) mujeres ya que éstas, influidas por el confesor o el marido, votarán conservador. Clara se mantiene fiel a sus principios y defiende el derecho de las mujeres a ser consideradas ciudadanas por encima del sentido de su voto. El debate fue extraordinario y Campoamor fue considerada como la vencedora.

En el resultado final de la votación de este artículo de la Constitución votaron a favor la mayoría del Partido Socialista, el Partido Agrario y los republicanos conservadores. Votaron en contra la mayoría del Partido Radical (su partido), del Partido Radical-Socialista y Acción Republicana.

En 1933 no renovó su escaño, la CEDA se proclama vencedora de los comicios y toda la izquierda culpa de su derrota a Clara (Es su muerte política). Aunque podemos decir que una de las principales causas de esta derrota fue la falta de unión electoral de los partidos de izquierdas.

En 1934 abandonó el Partido Radical por su subordinación a la CEDA y los excesos en la represión de la insurrección revolucionaria en Asturias. Pero cuando ese mismo año, intentó (con la mediación de Santiago Casares Quiroga) unirse a Izquierda Republicana (fusión de radicalsocialistas, azañistas y galleguistas), su admisión fue denegada. Entonces escribió y publicó, en mayo de 1935, Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, un testimonio de sus luchas parlamentarias.

En 1936, tras el golpe militar del general Franco contra la República, se exilia a Paris, donde escribe y publica “La revolución española vista por una republicana”. Vivió una decada en Argentina ganándose la vida haciendo traducciones, dando conferencias y escribiendo biografías. En 1955 se instaló en Lausana (Suiza), donde trabajó en un bufete hasta que perdió la vista. Fallece en 1972 sin haber tenido la oportunidad, ante las condiciones impuestas por la dictadura franquista, de regresar a España como era su deseo. Sus restos mortales fueron traslados algunos años después de su muerte al cementerio de Polloe en San Sebastián (Guipúzcoa).

Fueron palabras suyas, ya en el exilio, “Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que hice yo: el voto femenino”

ÁNGELES LLOPIS

Clara Campoamor

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