Una mirada perdida. Un instante fugaz. Un momento eterno. Un recuerdo imborrable. Ahora lo sé. Sus ojos no podían verme y sin embargo los míos la reconocieron en un instante. Con palabras mudas he pronunciado tu nombre más de una vez, con palabras mudas una vez más quizás por temor, y no temor al viento, ni al mar, ni al horizonte, ni a que todos lo escuchen, los de aquí, los de allá, los del mundo entero, pero con temor.
Aquel retrato de mujer, de espaldas con una trenza decorada con una rosa roja, me eligió. Tu retrato, tu esencia. Más de una vez te soñé, antes de ti, antes de mí, antes de los dos incluso, te soñé y estabas ahí junto a mí, abrazándome, dándome consuelo, tan distante y tan cercana a la vez. Y te extrañaba, te deseaba todo lo que un hombre a una mujer y tan solo tu presencia en mi memoria me hacía feliz.
Niña extraña, niña conocida. Tan cercana y tan distante a la vez. Inalcanzable. Espero que tu rostro gire y me mire, que tus palabras sean melodía en mis oídos. Imagino rozar tu piel quebrada por el paso del tiempo. Todo este tiempo no he hecho otra cosa que buscarte sin encontrar pista alguna de tus andanzas, he recorrido el mundo entero y nada de ti. Mi vida no ha sido más que una búsqueda para encontrar a la mujer amada con quien nunca dejé de soñar, con quien continúo soñando.
Juntos viajamos hasta perdernos en el oscuro infinito, más que dos peces, más que dos aves sin rumbo alguno, sin ver el tiempo siquiera en un maldito reloj, y tú eras yo y yo era tú y juntos éramos los dos, yo en ti, tú en mí, como uno solo. Éramos libres y no había nadie en mi universo, solo cielo, solo espacio y era feliz, así como feliz eras tú también. No hubo sentencias ni impedimentos, no había noche ni amanecer, solo ese par de ojos verdes donde se reflejaba lo más profundo de mi corazón, aquel sitio del que nunca supe antes de ti.
Te yergues ante mis ojos, majestuosa. Pareces perfectamente labrada por los mismos dioses, tan bella como la misma Afrodita, con su pálido maravilloso y brillo eterno, pura sensualidad desprendida…. Tan distante e inalcanzable, como un sueño, un recuerdo de una fotografía amarilla, de un cuadro en la pared.
Por eso temo pronunciar tu nombre, por mí mismo, porque me es prohibido ante este cielo, porque he vivido sin cesar todo tu cuerpo y no ha hecho falta para nada tu permiso ni el de nadie, porque mis sueños solo míos son y dentro de ellos puedo amarte cuando y cuanto quiera…
Cuanto sentimiento!
ResponderEliminarRealidad en sueños.
Precioso Daniel
Maravilloso!! Gracias.
ResponderEliminar