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jueves, 27 de marzo de 2025

VIEJAS PALABRAS

Siempre había querido palabras, le encantaban, se había criado con ellas. Las palabras le daban claridad, le aportaban razón y forma. En cambio, yo pensaba que las palabras deformaban los sentimientos, como ocurre con los bastones, al introducirlos en el agua. 

Las palabras son buenas. Las palabras son malas. Las palabras ofenden. Las palabras piden disculpas. Las palabras queman. Las palabras acarician. Las palabras se dan, se intercambian, se ofrecen, se venden y se inventan. Las palabras están ausentes. Algunas palabras nos absorben y no nos sueltan; Son como las garrapatas: anidan en libros, periódicos, papeles y carteles. Las palabras aconsejan, sugieren, insinúan, ordenan, imponen, segregan, eliminan. Son melifluos o ácidos. El mundo funciona con palabras lubricadas con el aceite de la paciencia. Los cerebros están llenos de palabras que viven en paz con sus opuestos y enemigos. Por eso la gente hace lo contrario de lo que piensa, creyendo que piensa lo que hace. Hay muchas palabras.

Esas palabras se convierten y cristalizan en recuerdos en nuestra mente. ideas que toman forman rompiendo la abstracción, dejando una huella en nuestra memoria, una imagen nítida de nuestro pasado y nuestras vivencias. Hay que saber esperar y recoger, durante toda una vida, posiblemente larga, sentido y dulzura, y luego, justo al final, quizá se puedan escribir quince líneas o diez versos válidos. Porque las letras no son, como la gente cree, sentimientos (que se compran prematuramente), sino experiencias. Para escribir un verso hay que ver muchas ciudades, hombres y cosas, hay que conocer animales, hay que entender el vuelo de los pájaros y el gesto con el que nacen las florecillas por la mañana. Hay que saber recordar senderos en regiones desconocidas, encuentros inesperados y vacaciones largamente esperadas, días de infancia aún indescifrados, padres a los que nos vimos obligados a herir cuando nos trajeron una alegría y no la comprendimos (era una alegría para otra persona), enfermedades infantiles que empezaron así de extrañas, con transformaciones tan profundas y serias, días en habitaciones silenciosas, recogiendo y mañanas en el mar, sobre todo en el mar, en los mares, noches de viaje que pasaron entre ruidos fuertes y volaron junto a las estrellas, y aún no es suficiente. Pensar en todo esto. Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, ninguna igual a la otra, de gritos de parto y de puérperas blancas y ligeras que regresan. Pero es necesario haber estado junto a los moribundos, es necesario haber permanecido junto a los muertos en la habitación con la ventana abierta y los ruidos a todo volumen. Y aún así tener recuerdos no basta. Es necesario saber olvidarlos, cuando son demasiados, y tener mucha paciencia para esperar a que regresen. Porque los recuerdos aún no están ahí. Solo cuando se convierten en sangre, mirada y gesto en nosotros, anónimos e indistinguibles de nosotros mismos, solo entonces es posible que en un instante muy raro te alejes de su centro y surja la primera palabra de un verso.

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