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sábado, 25 de octubre de 2025

PADRE INVIERNO

Cuando el lento frío lame la corteza de los árboles y se retira luego dejando al descubierto la franja de escarcha  y los guijarros, los pájaros y demás animales emprenden una veloz carrera y corren sobre las las hojas caídas mientras les invade el impulso primitivo del calor. Chillando, gimiendo, gritando, pasan rozando las hojas y se alejan buscando sus madrigueras. Se apresuran, acelera, se precipitan, huyen; pero ¿Adonde, y con qué finalidad? La inquieta urgencia del melancólico otoño ha arrojado un hechizo sobre ellos y deben congregarse, girar y chillar; tenían que saturarse de movimiento antes de que llegase el invierno.

El anciano paseaba tranquilamente, sin prisa. Pasos cortos en la nieve. Sin resbalar en el hielo, deslizándose como si llevara patines. Cabello blanco como la nieve, ojos grises. Larga barba, cubierta por una capucha verde. Tatuajes dibujados una y otra vez, esbozados hasta la perfección, y luego insertados con cuidado en la piel. Tinta extendiéndose hasta los pulmones, respiraciones profundas. Rizos de pelo que caían justo por debajo de los hombros. Una mirada en reposo, tan serena que un insecto se posaría en la nariz. Largas y frondosas cejas que  escondían sus ojos color enebro con pestañas cortas y entrecortadas, como cortadas con tijeras de acero. Una larga barba blanca con tonos verdosos y oscuros, ecos de un pasado lejano que ondea al viento como una bandera. Pasos profundos y pesados pero elegantes en la nieve que aparecía en su presencia, dedos de los pies helados por el frío. Sonrisas y risas encantadoras. Una risa baja que brotaba del rugido de la garganta. Puntas de los dedos agrietadas, labios partidos. Un bastón le servía de apoyo en su caminar errático para aquellos que pudieran observarle, pero conocedor de un camino conocido que siempre recorría.

Era como si no sintiera el frío, o tal vez simplemente se negara. En cualquier caso, era evidente que estaba feliz de estar afuera, rodeado de los vastos campos que se tornaban blancos tras su pasos. Se dio la vuelta lentamente, absorbiéndolo todo. La suave nieve bajo sus pies, los copos congelados enredándose en su cabello y el viento frío rozando juguetonamente sus mejillas; parecía mimetizarse con el paisaje mientras continuaba su camino. Esbozó una suave sonrisa hacia el bosque, donde una cierva le observaba . Contempló el brillante cielo invernal unos instantes antes de adentrarse en el bosque, con el suave canto de las golondrinas dándole la bienvenida al bosque de árboles perennes. Escuchó atentamente los trinos y gorjeos de los pájaros, un canto a la vez familiar y fugaz. La cierva giró la cabeza hacia él al acercarse, como invitándolo a seguirla. Así lo hizo, y se adentró aún más en el bosque. La cierva se abrió paso ágilmente. Siguió a la cierva, pisando con cuidado las raíces expuestas de los árboles y las hojas marrones caídas. La cierva le guió sin parar, y a cada paso, el color se intensificaba. Los árboles perennes habían dado paso a arces rojos como el fuego, y la nieve a hojas moteadas de naranja. Impulsadas por la vista, ambos se dirigieron rápidamente al corazón del bosque. Allí, el aire era agradablemente fresco, y justo en medio del claro había un lago puro y no congelado aún, rodeado de hojas dispersas. Rojas, amarillas, moradas, marrones. La vista de hojas tan coloridas le hizo abrir los ojos de par en par. La cierva, sin embargo, permaneció imperturbable y comenzó a beber del lago. Observó cómo bebía hasta saciarse. Parecía que este pequeño claro aún no había caído en el invierno, pero eso pronto cambiaría. Miró al cielo, observando cómo los copos de nieve caían lentamente. Extendió la mano y atrapó uno en la palma. Se negaba a derretirse, e inclinó la cabeza con asombro. Detrás suyo, los copos de nieve caídos brillaban. Al darse la vuelta, la cierva había desaparecido. Sonrió, contemplando brevemente las hojas y la nieve, mientras reanudaba su marcha, apoyándose en su cayado. siguió su camino mientras la cierva lo observaba con curiosidad. Sus pasos eran lentos y pesados, dejando tras de sí profundas huellas que la nieve rellenaba rápidamente.

El anciano siguió su camino dejando tras de sí un manto blanco que cubrió las hojas caídas de los árboles. Sin prisa pero sin pausa, continúa su recorrido, con rumbo desconocido perdiéndose en el horizonte, ajeno a las vidas a sus pies y las miradas de los viandantes. El Padre Invierno había llegado y su camino acaba de comenzar.

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