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jueves, 16 de octubre de 2025

LA CASONA

Ya nadie llama a la puerta de roble.  El silencio impera en las vacías calles, entre los edificios derruidos, entre los caminos de piedra. La vieja casona sigue allí a pesar del tiempo, desafiando el paso y la fuerza de los elementos, en un pulso con la naturaleza que parece ganar la partida. A la derecha había una antigua inscripción; a la izquierda, una casa abandonada entre un jardín de siemprevivas. El camino conduce a un campo de ruinas, en cuyo centro, en el declive de una colina, las miradas se dirigen a un solitario ciprés.

Los caminantes pasan por delante de ella sin fijarse, absortos, con la mirada perdida. El tiempo lentamente va derruyendo y puliendo las rocas mientras la carcoma devora la madera. La estructura,antes imponente, se ha convertido en una sombre de lo que fue en un pasado. En los gruesos muros de piedra empiezan a aparecer grietas que surcan como ríos la superficie horadando la piedra y penetrando en ella. 

Ningún viandante conoce la historia oculta tras los muros ni siquiera los vecinos y antiguos habitantes del pueblo, o quienes lo conocían la olvidaron hace tiempo por miedo a las represalias, dejando que el silencio ocupara el lugar de la memoria, tapando los hechos y las palabras como una manta que cubre las vergüenzas ocurridas, un tupido velo de oscuridad que ayuda a denostar la realidad. Sin embargo, los muros fueron testigos silenciosos de historias y acontecimientos. Entre las grietas del tiempo, se pueden observar como la metralla incrustada y las balas forman parte de su estructura, protagonistas de una época más convulsa ya olvidada, espectadores inmóviles de acontecimientos pasados.

La guerra estaba en todas partes. Incluso en este apartado rincón, alejado del frente, de las batallas y los soldados. El jinete cabalgó por el pueblo y penetró en las almas de sus habitantes. No hubo trincheras, no hubo frente, no hubo batallas ni bombarderos, pero el fantasma de la guerra estaba presente, casi intangible. Su presencia era palpable. La necesidad inherente a la guerra es terrible, completamente diferente de la inherente a las actividades de paz; el alma se somete a ella solo cuando ya no puede escapar de ella, y mientras la evita, pasa días desprovistos de necesidad, días de juego, de sueño, arbitrarios e irreales. El peligro es entonces una abstracción, las vidas destruidas son tan indiferentes como los juguetes rotos por un niño; el heroísmo es una pose teatral teñida de jactancia. Si, además, por un instante, un influjo de vida multiplica el poder de la acción, nos creemos irresistibles en virtud de la asistencia divina que nos protege contra la derrota y la muerte. La guerra entonces es fácil y se ama de forma mezquina. Pero en la mayoría de los casos, este estado no dura. Llega el día en que el miedo, la derrota, la muerte de camaradas amados hacen que el alma del soldado se doblegue a la necesidad. La guerra entonces deja de ser un juego o un sueño; el guerrero comprende, en resumen, que realmente existe. Es una dura realidad, infinitamente demasiado dura para ser soportada porque contiene muerte.

La guerra borra toda idea de propósito, incluso la idea de los fines de la guerra. También borra la idea de terminar la guerra. La posibilidad de una situación tan violenta es inconcebible hasta que uno se ve involucrado en ella; y una vez que uno se ve involucrado, terminarla es inconcebible. Así que no hacemos nada para escapar de ella, no podemos dejar de tomar y usar armas en presencia de un enemigo armado; la mente debería prepararse para encontrar una salida, pero ha perdido toda capacidad. Está completamente ocupada en ejercer violencia sobre sí misma. Ya sea esclavitud o guerra, las desgracias intolerables, siempre presentes entre los hombres, perduran por su propio peso y, por lo tanto, desde afuera parecen fáciles de soportar; perduran porque quitan los recursos necesarios para escapar.  

Los altares de los dioses amantes de la guerra exigen el sacrificio de sangre y desatan la "Fortuna rapax" para apoderarse de quien sea elegido como víctima sacrificial. El poder tiene múltiples rostros, y muchos son los templos en los que se venera. La victoria recompensará a quienes consintieron, esta es la promesa. Pero quienes murieron, quienes ahora agonizan bajo los golpes de los ejércitos, no tendrán respuesta a lo que se preguntaron en sus últimos momentos antes de cerrar los ojos para siempre. Las poderosas máquinas de la Reconstrucción se asegurarán de que hasta la última gota de sangre desaparezca, y un nuevo orden construido sobre los escombros demostrará que estos fueron solo "efectos colaterales". Construir para olvidar, vertiendo toneladas de escombros para silenciar las huellas de un pasado violento, para acallar gritos mudos de terror en una tierra donde el barro y la sangre formaron un extraño simbionte donde nuevos brotes suplieron aquellos arrancados de cuajo.

La guerra terminó pero los vencedores no lograban saciar su sed de sangre, buscando embriagarse en la venganza y la represión. Aquellos que perdieron intentaron esconderse, pero los espíritus sedientos y hambrientos de almas les persiguieron. Aporrearon la puerta de madera. Un silencio fue la respuesta. Volvieron a golpearla, haciendo que ojos dormidos y miradas curiosas y furtivas dirigiera su atención hacía la puerta que custodiaba el muro de piedra.Al final abrieron la puerta. Con un empujón sacaron de la casa a sus propietarios sin tener tiempo ni de cerrar la puerta, con las manos amarradas. En la calle esperaban dos personas más, dos seres de sombra, oscuros, con ojos sedientos de sangre y venganza y vacíos de humanidad al mismo tiempo. Si no lo experimentas en el territorio donde se combate, se convierte, aunque sea remotamente, en una época del alma que engulle cualquier otra luz...

Tarde o temprano, el alma se satura de horror y a menudo se defiende con renovada indiferencia y un egoísmo omnipresente. ¿Cómo puedes protegerte de la oscuridad? Cada uno busca con pericia un punto de fuga luminoso hacia el que dirigir sus acciones y pensamientos pacíficos, mientras se hunde en la oscuridad que engulle cada porción de luz. El mundo cambió desde ese momento. El enemigo cambió. La muerte tenía nuevas caras que aún no conocíamos. Sombras oscuras deambulaban silenciosas y vigilantes por las calles, omnipresentes y ocultas. su presencia helaba el alma y una pesadumbre aparecía, ahogando y precipitando hacia el abismo a los viandantes que aceleraban el paso intentando caer en ese pozo frío y oscuro. La muerte no se veía, ni se tocaba, ni se olía. Incluso nos faltaban palabras para describir a quienes le temían al agua, a la tierra, a las flores, a los árboles. Porque nunca había sucedido algo así. Todo seguía igual: las flores tenían la misma forma, el mismo olor, y aun así podían matar. El mundo era el mismo, y ya no era el mismo...

Los pasos se perdieron en la oscuridad camino a la colina de las afueras mientras el silencio hizo su aparición, dejando un tupido velo que cubrió todo el pueblo. Mientras el tiempo pasaba y la miradas cerraban los ojos intentando que las lágrimas no recorrieran los rostros llenos de terror y miedo. Años más tarde, un ciprés se erguía majestuosos en la colina observando impertérrito y silencioso el viejo pueblo. Mientras las historias se convirtieron en recuerdos, y los protagonistas y testigos desaparecían siendo la vieja puerta la única testigo de lo allí acontecido.

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