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viernes, 9 de febrero de 2024

EL MUELLE

El mar rugía con fiereza sacudiendo violentamente las olas contra las negras rocas que la resaca dejaba inundadas de una espuma blanca y brillante. Las olas chocaban furiosas contra los muros del puerto, dejando heridas de espuma. El paso del tiempo había dejado mella también en el embarcadero, un lugar que había visto y vivido miles de historias: pescadores que volvían de faenar, barcos que llegaban de lugares lejanos trayendo objetos exóticos, comida, especias... donde las ciudades y pueblos nacieron y cayeron con el paso del tiempo que los barrió como las olas limpian la arena y chocan contra los espigones.

Miles de historias habían acontecido en sus aguas: En los soberbios edificios, allí donde residían los comerciantes más ricos del mundo y donde se concentraba el lujo más fastuoso de Occidente, vive hoy gente pobre, sencilla y puritana. En sus calles ahora no se oye el molesto alboroto de los turistas que llegan en oleadas como modernos piratas para saquearlo todo y romper la paz de los residentes, no surcan sus canales raudas barcazas de vapor con visitantes curiosos, tan solo artistas y escritores que ansían la llegada de Euterpe, Talia, Polimnia y Calíope Los pintores disponen aquí de incontables estampas intimistas: los antiguos edificios desconchados por el salitre y erosionados por el sol, los antiguos astilleros que recuerdan un pasado industrial ya lejano, historias olvidadas por el mundo recordadas en la memoria de los ancianos.

He ido al puerto. Una escultura de un hombre con una maleta y un niño en brazos me saluda. Historias de un pasado reciente olvidado por el mundo y por la gente. El ruido de los motores de un barco se mezclaba con los llantos de los niños. Una enorme y abigarrada multitud en la que figuraban miles de soldados del disuelto ejército republicano, daba una impresión lastimosa. Hombres, mujeres, niños, aguantan a pie horas y horas la llegada de un hipotético barco que les ponga a salvo de la que imaginan sed de venganza del enemigo de ayer. El miedo en sus ojos, el dolor, el terror...estaban presentes. Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos cadáveres flotan junto al rompeolas. Un individuo que pasea por el muelle con aparente tranquilidad se pega un tiro en la cabeza. Otro muchacho se pega un tiro y la bala después de atravesar su cuerpo hiere mortalmente a un viejo de pelo blanco. El caos es completo.

Hay aquí quien está esperando dos días con sus noches. Cuando sale la flota, la decisión de expatriarse no está tomada de antemano. Nada se sabe de los otros barcos prometidos.  Por fin, el barco zarpa hacía rumbo desconocido. Los pasajeros ven lentamente alejarse el barco del puerto que va empequeñeciéndose hasta no ser un mal recuerdo de un pasado cercano cruel. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de estas pobres gentes no tienen porque expatriarse. ¿Podrán? Durante la noche, con la escuadra en alta mar, las dudas son muchas. Esa noche pocos tienen ganas de enganchar el coy, esa cama de lona con manta y colchoneta colgada entre dos barras, en los sollados. Esa noche casi todos los coys se quedan en la batayola, el redil donde se guardan. La noche va cayendo y el barco surca el mar alejándose de la pesadilla vivida, dejando atrás el dolor y el terror y aquellos que no pudieron escapar.

Son pasajeros obedientes a otra ley a a otra justicia que nada tienen que ver con lo que vino y se enseñoreó de su solar, de sus ríos, de su tierra, de sus ciudades. Aquellos que miraron sus pensamientos uno por uno, aquellos que suspiran por su paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso donde quedó la muchacha, el muchacho, la sonrisa, la canción, la flor, el amor, la juventud, los ojos, los labios tensos para besar, la mano amiga en la mano, los dedos entre el pelo, la gracia, la palabra, la camaradería, la promesa, el gesto, el aliento, todo, todo, todo ... 

El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! Nos separa de un paraíso de calles deshechas, de muertos sin enterrar. Un paraíso de muros derruidos, de torres caídas y campos devastados donde la esperanza se oculta bajo las ruinas, las casas volcadas y los campos ardiendo. La sombra, la silueta, el ruido de los pasos del silencio, las voces perdidas. 

El tiempo pasa y, al igual que las olas se llevan la arena, los recuerdos y las historias se disipan en la aire y parecen hundirse en el mar, quien lo arrastra con su oleaje los desconocido, al horizonte, a las profundidades donde se ahoga en entre miles de historias anónimas de un pasado cercano ya olvidadas, pero que el mar recuerda y el puerto no olvida.


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