Pocas dudas caben de que Hugo Chávez es el mandatario occidental que ha sido víctima de más campañas y ataques en los medios de todo el mundo. No importa que haya ganado en buena lid 12 de los 14 comicios que se han sucedido bajo su mandato y tres reelecciones como presidente, con supervisión internacional de los procesos y resultados.
Las campañas de los medios de comunicación en América Latina y Europa han sido de libro. Muy especialmente la del diario El País de España: páginas y páginas dedicadas a anunciar la “previsible” derrota electoral de Chávez, y la proximidad de la “victoria” del inmaduro Capriles, bien glosadas por Vargas Llosa, en espacio de privilegio y titulares a toda plana sobre la pavorosa inseguridad ciudadana en Venezuela, ignorando medidas chavistas como la prohibición total de la tenencia y porte de armas, y el cierre de todas las armerías del país, inéditas en el sur y, por supuesto, en el norte del continente.
La verdad es que el diario de Prisa ha declarado la guerra a todos los países latinoamericanos cuya tendencia va contra el neoliberalismo económico que marcó el llamado “consenso de Washington”, orientación que se ha generalizado en toda el área andina, si exceptuamos a Colombia, en Argentina y parcialmente en Brasil.
Las formas de Hugo Chávez –a menudo toscas y más propias de un sargento chusquero que de un militar de alta graduación que estudió ciencias políticas durante su cautiverio– no pueden ocultar, como lo trata de hacer El País (Itálica famosa en la transición española y hoy mustio collado en manos de un fondo especulativo de Nueva York), que Venezuela es el país con menos desigualdad social de América Latina (según el índice Gini), ni que bajo Chávez se han reducido el desempleo, la pobreza y la pobreza extrema prácticamente a la mitad.
Por eso era inevitable la elección del presidente para un cuarto periodo. Por cierto, con una participación del 81%, sin precedentes en América y más propia de las democracias del norte de Europa. Ahora le toca consolidar su proyecto político, todavía un tanto deslavazado, para cuya dirección Nicolás Maduro puede ser un buen sucesor. Y acabar con la corrupción y cierta ingobernabilidad, hacia donde se han dirigido las primeras medidas tras las elecciones, a despecho de los “analistas” de El País que anunciaban como primeras decisiones “la consolidación del control estatal de la economía”.
Entre estos analistas, el más importante de la casa, con columnas reproducidas en algunos de los más importantes medios de todo el mundo, es Moisés Naím, economista al servicio de los think-tanks más conservadores de Estados Unidos, que llegó en algunas de sus columnas a aconsejar a Romney que tomara ejemplo de Capriles. Sus lectores contarían con mejores elementos de criterio si supieran que el tal Naím fue ministro de Comercio e Industria del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, con la misión de aplicar al pie de la letra las recetas del Fondo Monetario Internacional. Y que durante su mandato tuvo lugar, en los días 27 y 28 de febrero de 1989, el célebre “Caracazo”: la brutal represión llevada a cabo por el Ejército, la Policía y la Guardia Nacional contra las protestas populares en Guarenas y Caracas.
Moisés Naím criticaba con dureza estos días a Chávez por haber alcanzado una cifra de inflación de dos dígitos. Lo que no señalaba es que durante su gestión como ministro del área económica de Carlos Andrés Pérez la inflación llegó al 81% . Eso consta en las estadísticas oficiales. Lo que no consta aún es el número de muertos que dejó la represión del “Caracazo”; se habla de más de 3.000 masacrados, mientras se reivindica su consideración de “crimen de lesa humanidad”: que no “caduque” hasta que sea investigado hasta sus últimas consecuencias y castigados sus responsables.
Harían bien el analista Moisés Naím y sus cuates en el Gobierno de Carlos Andrés Perez, aprovechando el tiempo libre que les deje la propaganda de las fracasadas recetas neoliberales, en dedicarse a preparar su defensa ante la Corte Penal Internacional.
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