Escapar. Siempre hacia delante, sin mirar atrás, sin recordar el pasado. Pasado que da dolor. Pasado que recuerda lo que perdió.
La batalla había diezmado a su ejército: Miles yacían desperdigados por el campo a merced de los cuervos y los carroñeros que disfrutaban de tan generosos festín de carne gratuita. Los supervivientes no tuvieron mejor suerte: apresados, maniatados, mutilados... habían pagado el precio de su supervivencia con una eterna vida de esclavitud y servidumbre a su nuevos amos, los vencedores, mientras sus tierras y campos habían quedado arrasados. Toda una vida sepultada bajo cenizas y sal.
Solo quedaba huir de ese lugar. Escapar hacia delante sin mirar atrás. Intentar olvidar todo y seguir adelante.
En su camino encontró un caballo. El animal había escapado de la masacre y relinchaba nervioso. Consiguió calmarlo y, tras comprobar que no estaba herido, subió a su grupa. Cabalgó primero despacio, luego más rápido, intentado huir del campo de batalla, de la muerte y de la peste que impregnaba las tierras que recorría. La batalla había acabado pero sus estragos estaban todavía presentes y frescos en las tierras y las aldeas. Aldeas arrasadas, quemadas, destruidas.
Galopando cada vez más rápido, las lágrimas aparecieron en su rostro, recordando cuánto había perdido, cuánto dolor y sufrimiento había padecido y ocasionado y cuántos fantasmas acudían a atormentarle en sus sueños y sus memorias. Había sobrevivido, si, era verdad, pero el terror y la muerte le perseguían.
Azuzando a su caballo, galopó hacia el horizonte intentando huir de la devastación y de la muerte que imperaba. Pero su recuerdo y su pérdida le atormentaría durante todo el viaje y durante toda su vida.
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