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lunes, 18 de enero de 2021

BANDERAS ROTAS

Siguió caminando. A sus pies el camino parecía sencillo, pero poco a poco las astillas y piedras afiladas iban perforando sus pies, haciéndole sangrar, haciéndole callos pero no podía detenerse. Tenía que continuar. No podía quedarse allí.
Escapar. Siempre hacia delante, sin mirar atrás, sin recordar el pasado. Pasado que da dolor. Pasado que recuerda lo que perdió.
La batalla había diezmado a su ejército: Miles yacían desperdigados por el campo a merced de los cuervos y los carroñeros que disfrutaban de tan generosos festín de carne gratuita. Los supervivientes no tuvieron mejor suerte: apresados, maniatados, mutilados... habían pagado el precio de su supervivencia con una eterna vida de esclavitud y servidumbre a su nuevos amos, los vencedores, mientras sus tierras y campos habían quedado arrasados. Toda una vida sepultada bajo cenizas y sal.
Solo quedaba huir de ese lugar. Escapar hacia delante sin mirar atrás. Intentar olvidar todo y seguir adelante.
En su camino encontró un caballo. El animal había escapado de la masacre y relinchaba nervioso. Consiguió calmarlo y, tras comprobar que no estaba herido, subió a su grupa. Cabalgó primero despacio, luego más rápido, intentado huir del campo de batalla, de la muerte y de la peste que impregnaba las tierras que recorría. La batalla había acabado pero sus estragos estaban todavía presentes y frescos en las tierras y las aldeas. Aldeas arrasadas, quemadas, destruidas.
Galopando cada vez más rápido, las lágrimas aparecieron en su rostro, recordando cuánto había perdido, cuánto dolor y sufrimiento había padecido y ocasionado y cuántos fantasmas acudían a atormentarle en sus sueños y sus memorias. Había sobrevivido, si, era verdad, pero el terror y la muerte le perseguían.
Azuzando a su caballo, galopó hacia el horizonte intentando huir de la devastación y de la muerte que imperaba. Pero su recuerdo y su pérdida le atormentaría durante todo el viaje y durante toda su vida.

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