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viernes, 25 de julio de 2025

LA MURALLA

El extremo norte de la Muralla ya está concluido. Dos secciones convergieron allí, del sureste y del suroeste. Ese sistema de construcción parcial fue aplicado también en menor escala por los dos grandes ejércitos de trabajadores, el oriental y el occidental. Este era el procedimiento: se formaban grupos de unos veinte trabajadores, que tenían a su cargo una extensión cercana a los quinientos metros, mientras otros grupos edificaba un trozo de muralla de longitud igual que se encontraba con el primero. Una vez producida la unión, no se seguía la construcción a partir de los mil metros edificados: los dos grupos de obreros eran destinados a otras regiones donde se repetía la operación.

La monumental estructura se yergue como una serpiente que zigzaguea por valles y montañas, elevándose orgullosa ante los ojos de los hombres.Su longitud desaprecía a la vista de los curiosos, perdiéndose en el horizonte, difuminándole con él .Se afirma que hay espacios vacíos que nunca se edificaron; aseveración, sin embargo, que es tal vez una de las tantas leyendas a que dio origen la Muralla y que ningún hombre puede verificaron sus ojos, dada la magnitud de la obra.

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla fue aquel primer Emperador, que temía por su trono y que alguna potencia extranjera o conocida lo usurpara. Su miedo se materializó en largos y gruesos muros de piedra que abarcaban todos sus dominios. ¿De quienes iba a resguardarnos la Gran Muralla? De los pueblos del Norte. Ningún pueblo del Norte nos amenaza. Leemos las historias antiguas, y las crueldades que esos pueblos cometen siguiendo sus instintos nos hacen suspirar bajo nuestros pacíficos árboles. En las auténticas figuras de los pintores vemos esos rostros crueles, esas fauces abiertas, esas mandíbulas ceñidas de dientes puntiagudos, esos ojitos entornados que parecen buscar carne débil para el brillo de sus dientes. Cuando los niños se portan mal les mostramos esas figuras y ellos se refugian en nuestros brazos.

Las leyendas contaban que, en una época pasada, los Monstruos atravesaron el valle y las almenaras de la muralla se tiñeron de rojo ante su cercanía; pero los más valientes se aterrorizaron al ver a los dragones de fuego y las serpientes de bronce y de hierro que ya rodeaban la colina de la ciudad; y en vano les dispararon flechas. 

Un enorme temor y una inmensa angustia se apoderaron de esa hermosa ciudad, y las calles y los caminos apartados se inundaron de llantos de mujeres y lamentos de niños y las plazas de soldados que se congregaban y tintineo de armas. Se desplegaron todas las banderas brillantes en los muros, un símbolo de esperanza para aquellos que sufrían el asedio.

Entonces los mecanismos y las catapultas del rey arrojaron una lluvia de dardos y piedras y metal derretido contra esas bestias despiadadas, y el embate hizo retumbar sus cuerpos huecos, pero no sirvió de nada porque eran indestructibles y desde su interior salían llamas ondulantes. Entonces las más grandes se abrieron por la mitad y por las aberturas salieron innumerables sombras de pesadilla; y nadie pudo describir el horror sembrado por brillo de sus cimitarras ni el destello de las lanzas de hojas anchas con las que daban estocadas. Como una mancha oscura, la marea de invasores se fue expandiendo, dejando muerte y destrucción a su paso. 

Los hombres asediados dieron batalla. La sangre y los cuerpos de los defensores yacían amontonados entre la tierra y la sangre mezclada con el barro, pero no cedieron. Los muros de la muralla se tiñeron de rojo y los cielos se volvieron oscuros por el humo de los fuegos. La batalla duró horas, días. Los contendientes de ambos bandos, defensores y atacantes, caían bajo las fechas y el acero de las espadas. Los gritos de dolor y furia recorrían los muros. Con el transcurso de las horas y los días, los gritos se fueron apagando hasta convertirse en un breve susurros de lo que fueron hasta ser un eco distante que resonaba en la muralla,  cuyos muros ahora tenían un tono rojizo, huella del paso de los invasores, siendo la única estructura que seguía invicta, un testigo mudo e impasible de lo acontecido hace ya tanto tiempo.

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