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jueves, 3 de agosto de 2023

DÍAS DE LLUVIA

El cielo se oscurecía lentamente y las nubes hacían acto de presencia. El invierno era cruel y caprichoso, jugaba con el tiempo como un niño y cambiaba el clima a su gusto.  Llovía todo el tiempo, afuera tupido y gris, la lluvia limpiaba la calle y la gente corría a resguardarse ante tan inminente aguacero.

Pequeños ríos cruzaban las calles desiertas mientras la melodía de las gotas cayendo al suelo rompían la monotonía del silencio. Las calles, antes rebosantes de gentes y de ruido, ahora callaban y la eterna melodía de la lluvia hacía su aparición, aumentando in crescendo el tempo creando una monótona sinfonía rota solo por la luz de los relámpagos y el sonido de los truenos.

La lluvia cae, toda la ciudad está en silencio. Pequeños ríos hacen su aparición, pequeños charcos que limpian la suciedad acumulada, la mugre acumulada de tanto tiempo que lentamente desaparece y que el agua se lleva a otra parte, alejándola de mi vista. Cae la lluvia como la melancolía, como la música que acompaña la mañana, todo se instala en el cristal, las gotas del agua limpian lentamente su rostro, desvelando su belleza oculta a los viandantes y habitantes, seres nunca atentos a tal acontecimiento, absortos en sus propios pensamientos y problemas.

Pequeños charcos donde empapar la rutina del hoy, todo ha cambiado en un momento: el paisaje antes bullicioso respira una clama y una paz casi divinas, impensables hace unos minutos. El silencio hace su aparición. En la calle, los árboles pierden las últimas hojas del otoño, una amalgama de colores ocres, amarillos, verdes parecen  forman una inmensa, ligera  y frondosa alfombra de hojas mojadas.

La lluvia arrecia y las aceras empiezan a brillar reflejando el paso ligero de los pocos paseantes. Las farolas reflejan la lluvia al caer que, poco a poco,  a pesar de ese instante, va perdiendo fuerza. Mirando por la ventana que da a la calle siento que el murmullo de la lluvia va decayendo. Las gotas de lluvia mojan poco a poco los cristales de mi ventana, resbalan por ella como si bailaran una danza lenta y triste, como si una extraña timidez les impidiera empeñar el cristal. 

Pequeños momentos de felicidad y paz que rompen la monotonía de una ciudad y una sociedad apresurada, sin tiempo para disfrutar y reflexionar.

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