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sábado, 13 de marzo de 2021

LOS RAYOS X

¡Hágase una radiografía! Esta es una orden que, a menudo, imparten los médicos en clínicas y hospitales. La radiografía es como una fotografía interior del cuerpo humano, lo que permite a los galenos tener mejor base para sus diagnósticos. ¿Y cómo es posible tal cosa?

El científico que hizo factible este hecho, nació el 27 de marzo de 1845, en Lennep, una pequeña ciudad alemana del Ruhr. La revolución que agitó a Alemania en 1848, obligó a la familia a emigrar a Holanda. Por eso, el pequeño Wilhelm Conrad Roetgen, tomó la nacionalidad holandesa. Se sabe que durante su período escolar, no se distinguió por ser un buen estudiante y ya un joven universitario, se vio envuelto en un incidente del que era ajeno y fue expulsado de la Universidad de Utrecht. Este hecho lo obligó a ingresar en la Universidad de Zürich, titulándose de ingeniero mecánico. Pero, lo que verdaderamente interesaba a Roetgen era la investigación en la Física. Fue alumno de Clausius, a quien la ciencia llama el padre de la termodinámica.

Roetgen, estudiante universitario, casi a diario, visitaba el restaurante "El Vaso Verde", regentado por un intelectual alemán, emigrado. Ahí, se reunían todos los jóvenes científicos, bebían y discutían. Conrad, además, cortejaba a una hija del posadero. (Es curioso consignar que la novia, antes de casarse, debió vivir varios meses en casa de su futura suegra, en Holanda, aprendiendo los secretos de la cocina holandesa). Ya casado, Roetgen aceptó un nombramiento en la Universidad de Würzburg, pero no pudo recibir su sueldo por no tener el grado académico exigido. Se trasladó, entonces, a Estrasburgo, donde permaneció nueve años. Ahí se dedicó a perfeccionar sus técnicas de investigación y publicó muchos trabajos que le dieron gran prestigio en el mundo científico, a tanto que varias universidades se interesaron por él y, curiosamente, también lo llamó la Universidad de Utrech, de la que había sido expulsado. Además, el Claustro de Würzburg, la universidad que le había negado el derecho a enseñar por falta de un requisito académico, le ofreció el cargo de Director del Instituto de Física. Y, en estas tareas, fue tal su capacidad de trabajo y las demostraciones de su talento que, en 1894, fue nombrado Rector. Un año más tarde, se enteró de los trabajos que otros científicos realizaban sobre los rayos catódicos y decidió ampliar sus laboratorios para poder iniciar sus propias investigaciones en estas materias.

Los experimentos se realizaban en tubos Lenard, envueltos cuidadosamente en cartón, pero dejando una pequeña ventanilla para observar las relaciones entre las fluorescencias de la pantalla y la luminosidad en el interior del tubo. Un día, cubrió totalmente el tubo más potente, apagó la luz del cuarto y luego encendió el tubo. Observó, casualmente, que se reflejaba sobre una mesa, a poco más de un metro de distancia, una luz trémula y tenue. Pensó que la luz interior del tubo escapaba por alguna diminuta rendija, pero pese a sus ajustes, el hecho se repetía cada vez que encendía el tubo. Intrigado, prendió una cerilla y vio que sobre la mesa, en el punto en que se reflejaba la débil luz, olvidada por él, estaba una pantalla de platinocianuro de bario que había usado en un experimento anterior.

Todos los científicos estaban de acuerdo en que los rayos catódicos apenas podían atravesar unos pocos centímetros del espacio. ¡Y la pantalla estaba a más de un metro de distancia! Hizo cientos de experiencias para detener la expansión de los rayos y solo lo logró cuando, para interferirlos, empleó una lámina de plomo. Desde hacía algún tiempo, los científicos sabían que los rayos catódicos eran capaces de impresionar una placa fotográfica; Roetgen quiso comprobar, si estos rayos desconocidos eran capaces de hacer lo mismo. Llamó a su mujer y le pidió que pusiera su mano sobre una placa fotográfica; encendió el tubo durante varios minutos. Al revelar la placa, el esqueleto de la mano de su mujer aparecía claramente dibujado en ella, incluso, las dos sortijas que adornaban sus dedos!

Era un descubrimiento importantísimo para la Física. Sin embargo, los primeros en sacarle provecho fue la Medicina. Ahora los médicos, porque ahora podían estudiar las estructuras anatómicas internas de sus pacientes.

Los rayos que debieron llevar el nombre de Roetgen, su descubridor, son conocidos en todo el mundo por su nombre popular de Rayos X.

Rayos X

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