El mar, ese dios indómito y caprichoso. Tan generoso y a veces tan cruel. Los hombres siguen subestimando su naturaleza, sus cambios y piensan inocentemente que pueden dominarlo y controlarlo. La tripulación del pesquero disfrutaba ese día de un mar en calma, un sol radiante y temperatura tropical. Utilizaban enormes binoculares instalados en las zona mas altas del barco para detectar los bancos de pescado, bien localizando los pájaros, los objetos y también la “serguera”, espuma blanca que formaban los cientos o miles de atunes atacando en superficie a los bancos de pequeños peces de los cuales se alimentan.
El mar es tan impredecible y aún así es posible contar los momentos de tempestad. Dominio de Poseidón, Anfítirite, y Tritón, imperio de Océano y Tetis, su vasta superficie ha atraído a miles de pueblos y culturas a lo largo de la historia. Miles de embarcaciones cruzaron sus aguas: minoicos, griegos, aqueos, filisteos, licios... recorrieron sus dominios en busca de un futuro mejor, siendo su vía d escape y huida de la destrucción y la muerte. El mar es desafío y abandono, aprensión y temor. Una representación de lo más grandioso e indomable. Aquello que sitúa al hombre abruptamente en su lugar, como la mera criatura impotente e indefensa que es. Un lugar en el que «navegando en las lúgubres tinieblas, bajo el ronco huracán y la nevada», el hombre se debate y lucha contra la naturaleza desnuda.
La tripulación había tenido un buen día. La captura había sido buena. La mayoría de los marinos eran mayores, curtidos en la mar, veteranos de tormentas y mareas, maestros en el arte de la pesca, especialistas a la hora de coser un aparejo roto, abrir las capturas más grandes con cuchillo, veteranos saladores que calculan, en una fracción de segundo, la cantidad de sal que hay que añadir necesaria para su conservación.
Aquí el tiempo cambia en cuestión de pocas horas, el sol que nunca calienta se esconde entre las nubes. Al navegar en el mar, es fundamental comprender el tiempo para tomar decisiones informadas y evitar situaciones peligrosas. El leve cambio del viento, la dirección de las olas, las mareas... puden ser la diferencia entre la vida y la muerte. No pueden bajar la guardia ni confiarse.
Un vendaval otoñal arreció con fuerza y, sin previo aviso, se convirtió en una lluvia torrencial. Caía la noche, las pesadas gotas golpeaban la proa y se derramaban a torrentes por la superficie del barco brillando con el brillo apagado del metal. El ruido al estallar sobre la cubierta era ensordecedor. El barco por completo se cubría continuamente con la fría y abundante espuma del mar. Los winches, los cabos, la bañera, el barco entero era engullido por uno de los mares más ariscos y salvajes que los marinos habían conocido. El viento, potente y recio, rugía sus 35 nudos en medio de la noche La situación era peor de lo que habían previsto. Llovía a cántaros, acompañado de un vendaval muy fuerte. El rugido de los truenos anunciaba el comienzo de una tormenta.
El fondo del barco ya estaba inundado unos quince centímetros y su nivel subía con la lluvia. El capitán hizo sonar rápidamente la sirena para pedir ayuda y agarró unos cubos. Unos hombres con los ojos adormilados salieron de sus camarotes para ayudar y él los dirigió hacia la zona inundada, donde repartió cubos y gritó instrucciones. Su voz era apenas audible por encima de la fuerte lluvia y los truenos, pero parecieron entender. Se pusieron manos a la obra de inmediato, llenando cubos con agua de lluvia y vertiéndolos al mar. El trabajo era extremadamente duro y el clima lo dificultaba aún más. Los hombres solo llevaban la ropa de dormir y quedaron completamente empapados en los primeros minutos. La repentina alarma de emergencia no les había dado tiempo a abrigarse.
Fue una lucha entre los hombres y las poderosas fuerzas de la naturaleza. La lluvia torrencial, el viento fuerte y las violentas olas parecían destinadas a hundir el barco. Lo único que los hombres podían hacer era tener esperanza y seguir trabajando. El marinero trabajaba con ellos, rezando desesperadamente a Dios pidiendo ayuda, llenando cubo tras cubo de agua y vertiéndola en el mar. Cada estruendo producido por los relámpagos rajaba el cielo de arriba abajo.
En cada chispazo de luz, se apreciaban las caras desencajadas Las olas habían empezado a pasar sobre la cubierta calándonos por completo y destrozando todas las maniobras. En medio de la inquietud desatada por los reventones del cielo, los marineros empezaron a convencerse de que no les pasaría nada.
El viento rasguñaba el casco, los herrajes crujían. Todos los materiales, empujados a su máximo punto de resistencia, chillaban. El esqueleto entero gemía, esforzándose para pasar bajo el viento que lo trituraba contra el agua. Sumido en el torbellino, el barco era como el gato que soporta la caricia arqueando la columna vertebral para esquivar el peso de la mano que lo aplasta. El barco se contraía, flanqueado por fuerzas que le imponían torsiones, forzándolo a una resistencia que acaso ningún ingeniero hubiera previsto.
Sonaron las alarmas. un hombre había sido arrastrado por una ola. El mar era un espejo y el hombre no paraba de agitar los brazos en demanda de nuestra atención. Los gritos de los marineros avisando del incidente se mezclaron con los truenos y la mar embravecida. Se desató una lucha entre los hombres y las poderosas fuerzas de la naturaleza. La lluvia torrencial, el viento fuerte y las violentas olas parecían destinadas a hundir el barco. Lo único que los hombres podían hacer era tener esperanza y seguir trabajando. Los marineros trabajaba, rezando desesperadamente los dioses pidiendo ayuda, llenando cubo tras cubo de agua y vertiéndola en el mar.
La tormenta continuaba. La superficie del mar se encrespó, comenzó a soplar un fuerte viento. Bajo los truenos de las profundidades superiores; muy, muy abajo en el mar abismal, la tormenta duerme su sueño ancestral, sin sueños, invadido: las tenues luces del sol huyen sobre sus lados sombríos; sobre ella se hinchan enormes esponjas de crecimiento y altura milenarios; y a lo lejos, en la luz enfermiza, desde muchas grutas maravillosas y celdas secretas, innumerables y enormes pólipos avientan con brazos gigantescos el verde adormecido. Allí ha yacido durante siglos y yacerá, alimentándose de enormes gusanos marinos en su sueño, hasta que el fuego postrero caliente las profundidades; entonces, una vez vista por hombres y ángeles, rugiendo se elevará y morirá en la superficie.

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