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lunes, 4 de agosto de 2025

TEMA 15: EL MEDITERRÁNEO EN LA EDAD DEL HIERRO

La Protohistoria mediterránea del I milenio aC


Del Bronce Final al Hierro

La Primera Edad del Hierro en las regiones del Mediterráneo está relacionada con la llegada en el siglo VIII aC de colonizadores procedentes de las lejanas costas del Mediterráneo oriental, en particular de las polis griegas y ciudades estado fenicias.

La llegada de los comerciantes y colonos orientales pudo provocar inicialmente ciertas suspicacias en las poblaciones locales. No obstante, algunas de estas comunidades no tardaron en iniciar relaciones comerciales con las gentes foráneas, lo que acabaría provocando una cadena de cambios sociales, políticos e incluso ideológicos. Lo que aconteció entre los siglos IX-VI aC fue un proceso de interacción asimétrica entre dos pueblos distintos; el mundo de los colonos, que representaba un modelo de organización política estatal y una sociedad compleja, y el mundo indígena autóctono, con un modelo sociopolítico basado en las jefaturas y centrado básicamente en la subsistencia.

Existen dos tendencias o formas de entender el proceso de aculturación y que dividen a los prehistoriadores en dos corrientes diferentes: la orientalista y la autoctonista.
Hay prehistoriadores que datan los primeros contactos con griegos y fenicios hacia los siglos X-IX aC- Esta hipótesis plantea que los primeros contactos habrían representado pequeñas operaciones mercantiles previamente a la instalación de las colonias. Los marinos griegos y fenicios habrían alcanzado las tierras de occidente tras realizar travesías de cabotaje, sin perder de vista el litoral, en navíos de poco calado. El comercio que resultaba se conoce como precolonial y representaba un volumen de negocio limitado, que no necesitaba de una estructura compleja a base de instalaciones coloniales (hipótesis precolonial).
 
Otros autores rechazan la hipótesis precolonial ante la falta de pruebas concluyentes de la llegada de mercaderes en tiempos previos al siglo VIII aC.




La Primera Edad del Hierro: Las culturas orientalizantes

La influencia grecooriental fue determinante a partir del siglo VIII aC, cuando se produjo la implantación de colonias en las costas mediterráneas occidentales: Córcega, Cerdeña, Sicilia, Malta, Campania, Andalucía y Norte de África.



La respuesta del mundo indígena fue variada. De una parte, hubo comunidades que no opusieron resistencia y que iniciaron pronto contactos comerciales y no tardaron en incorporar en sus modos de vida las nuevas costumbres, lo que supuso su aculturación y en última instancia su absorción por la cultura griega o fenicia, como por ejemplo en Sicilia. Por otro lado, hubo comunidades que mostraron mayor resistencia ante los colonos, desde una oposición frontal hasta un pasivo aislacionismo, tal y como sucedió en Córcega. Pero lejos de esas dos posiciones extremas, otros pueblos indígenas mostraron una actitud más pragmática que produjo las expresiones más interesantes de los siglos VII-V aC: las conocidas como culturas orientalizantes, con una aculturación parcial, pues preservaron su propia identidad cultural pero incorporaron algunas señas de identidad importadas del mundo colonial, algún ejemplo de este tipo de pueblos son la Cultura de los Príncipes o la Cultura Tartésica.
 
El nacimiento de las culturas orientalizantes respondió a una serie de episodios sucesivos. En una primera fase las comunidades indígenas autóctonas se limitaron a pactar con los colonos trueques, basados en el intercambio de productos interesantes para aquellos, en particular metales. El proceso no se generalizó a todas las capas de la sociedad, más bien incidió de manera particular en la personalidad de caudillos y jefes locales, que por su mayor relación con los colonos comenzaron a interesarse por la apropiación de ciertas ideas novedosas de carácter oriental como instrumento de consolidación, reivindicación y exhibición pública de su autoridad, como la organización del territorio y del poblamiento, la tecnología de la producción económica, y la ideología que sostuvo la autoridad política.
 
Los poblados indígenas no tardaron en asumir los patrones de un modelo de organización protourbano: la planificación interna del poblado; la organización jerarquizada y especializada del área habitable; o la incorporación de técnicas de construcción en piedra. De esa manera, los poblados de cierta relevancia se convirtieron en residencias de las minorías dirigentes pero también en centros de distribución de mercancías.
 
Los colonos importaron varias tecnologías agropecuarias y metalúrgicas que reformaron la economía local para intensificar la producción más allá de las simples necesidades de subsistencia. Entre estas innovaciones estaba la incorporación de la metalurgia del hierro, los cultivos especializados (vid, olivo,...), la aparición de sistemas de pesas y medidas para la contabilidad, la incorporación de técnicas avanzadas de minería y manufactura, y las nuevas prácticas de trabajo metalúrgico (filigrana, granulado y repujado).
 
El resultado fue que la sociedad indígena tradicional trascendió en complejidad, especialización y diversidad, incorporando sectores más especializados, surgiendo así alfareros, broncistas, orfebres, herreros y comerciantes.
 
Los cabecillas locales monopolizaron el dominio de la mano de obra para la producción agrícola o minera, y las tareas intermediarias basadas en el intercambio mercantil con las colonias, lo que les suministró altos beneficios económicos, es el llamado intercambio asimétrico: los jefes indígenas proporcionaban materias primas básicas a los colonos a cambio de productos manufacturados de lujo, desde espléndidos carros hasta pequeñas baratijas de marfil, bronce, vidrio,... Los príncipes indígenas adoptaron costumbres foráneas incluso en un ámbito conservador como el ideológico, pero adaptándolas a sus propios intereses.




La Segunda Edad del Hierro

En el 600 aC el Mediterráneo centrooccidental poco tenía que ver con los años previos.
Había dejado de ser un hinterland secundario solo interesado para aumentar el comercio y se había convertido en un teatro principal para la competición a todos los niveles de grandes potencias. Fueron unos quinientos años de complicada tensión que finalizó en un período de conflagración militar entre romanos y cartagineses. Los pueblos protohistóricos acabaron sumergidos de lleno en este ambiente de competitividad y acabaron entrando en conflicto con Roma, que fue conquistando sus territorios de manera paulatina: primero les tocó el turno a los pueblos protohistóricos itálicos, más tarde a los célticos mediterráneos y finalmente a los pueblos ibéricos.
 
Después de la caída de las culturas orientalizantes, el intercambio de artículos de prestigio decayó de manera generalizada y dio paso a un nuevo patrón mercantil cimentado en la circulación de productos estandarizados y artículos comunes.

La Primera Edad del Hierro: El horizonte indígena

El mundo insular


Los primeros mercantes griegos y fenicios se internaron en aguas del Mediterráneo hacia los siglos IX-VIII aC a través del litoral norteafricano de Túnez y las islas del Tirreno (Córcega, Cerdeña, Sicilia y Malta). Por entonces estaban implantadas las culturas Nurágica en Cerdeña, la Torreana en Córcega y la Pontálica en Sicilia.
 
Los pobladores nurágicos de Cerdeña pudieron ser de los primeros en entrar en contacto con el mundo oriental. La colonización adquirió su auténtica dimensión hacia el siglo VIII merced a la fundación de varias instalaciones coloniales en la costa insular. Hacia el 850 aC las nuragas se habían convertido en baluartes muy fortificados, reflejo de conflictos territoriales que no sabemos si se debieron a disputas internas entre tribus nurágicas o a la necesidad de protección ante los recién llegados colonos. Las gentes continuaron su vida en los poblados típicos. Hacia los primeros años del siglo VI aC las colonias fenicias pasaron a control cartaginés y se fortificaron de manera muy notable probablemente ante las comunidades indígenas, que mantuvieron una actitud belicosa ante el colono y vivieron un período de estancamiento cultural, un aislamiento político y parálisis económica, hasta la conquista romana.

En Sicilia los pueblos locales no tardaron en abandonar sus costumbres tradicionales por el modelo cultural griego. Los mercaderes fenicios ya recorrían las costas insulares en el IX aC. En un primer momento las comunidades pantálicas intentaron mantener su estilo de vida tradicional, pero no tardaron en adoptar cambios en sus hábitos como la adopción de un nuevo tipo de tumba, compuesta por una cámara rectangular y una techumbre adintelada.
 
Esta primera etapa es conocida como Pantálico III. En un momento tan temprano como el 850 aC las cerámicas griegas geométricas ya eran habituales en los poblados pantálicos. En el 750 las relaciones se intensificaron y la población pantálica acusó una aculturación acelerada en un período que se denominó Pantálico IV. Las comunidades nativas habían iniciado su irremediable camino a la completa helenización.

La Italia central: Culturas Villanoviana y del Lacio

La colonización en la Península itálica es contemporánea a las primeras fundaciones coloniales en Sicilia. El hito principal que representó el inicio de los contactos culturales entre indígenas y colonos fue la fundación de la colonia llamada Pithecusas hacia el 750 aC en la isla de Ischia frente a Nápoles, con un objetivo concreto: la obtención del metal de las regiones más al norte y centrales de la península, una región que estaba ocupada por pueblos de la cultura Villanoviana.

El Villanoviano fue la cultura más importante de la Primera Edad del Hierro. Sus orígenes se remontan hasta el siglo IX aC, enraizada en las costumbres locales del Bronce Final. En aquellos primeros tiempos, las gentes villanovianas vivían en pequeños poblados muy dispersos por el territorio, a manera de aldeas autónomas. Los arqueólogos han analizado los patrones de poblamiento en el territorio de Veyes. En las cercanías de Veyes se excavó un poblado disperso a lo largo de 190ha, que reunía media docena de aldeas y otros tantos núcleos de menor tamaño a su alrededor. El resultado era un conjunto arracimado de aldeas. En el transcurso al Hierro I hubo un cambio de poblamiento, motivado por el descenso de algunos poblados a las zonas bajas, surgiendo los primeros rastros de las futuras grandes
ciudades etruscas: Populonia, Vetulonia, Vulci, Bisenzo o Veyes.



Existieron necrópolis independientes por cada aldea. La Cultura Villanoviana se caracterizó por el rito de incineración, tradición continuista de la cultura de los Campos de Urnas del Bronce Final. Las urnas más curiosas eran aquellas que representaban unas réplicas cerámicas en miniatura de las auténticas viviendas, que se depositaban acompañadas de miniaturas de carros, y que se han convertido en seña de identidad de la cultura. Había ajuares diferenciados por género. Los varones se solían enterrar con sus armas (espadas de empuñadura pesada y maciza; cascos con cresta, puntas de lanza, hachas, bocados de caballos, cinturones y navajas de afeitar en forma de media luna). Las mujeres se acompañaban con sus
adornos personales (accesorios para vestir, fíbulas y artículos para tejer).
 
En cuanto a la Cultura del Lacio no tenemos mucha información sobre el poblamiento; solo sabemos que las gentes formaban agrupaciones modestas y ocupaban cabañas simples, levantadas con materiales perecederos en parajes llanos y laderas bajas. Este podría haber sido el origen de Roma, cuyos datos más remotos datan del siglo IX aC, aunque en verdad los primeros restos de la ocupación en la futura ciudad no son restos de viviendas, sino algunos enterramientos.
 
En las necrópolis alternaban los ritos de incineración heredados de los Campos de Urnas con las costumbres de inhumación de cuerpos enteros. En las tumbas se aprecia un tratamiento funerario muy distinto relacionado con el género y con la categoría social del difunto. Las cenizas se ocultaban en grandes vasijas llamadas dolium, junto a un ajuar simple.
 
Ninguna de las tumbas revela huellas especiales propias de lujo u ostentación, lo que denota una sociedad de tipo igualitario.
 
Hacia la mitad del siglo VIII aC comenzó un nuevo período en la Cultura Villanoviana, llamado Villanoviano evolucionado o fase Arnoaldi. La importancia de este período radica en que coincidió cronológicamente con la ocupación de la isla de Ischia por colonos griegos en busca del metal villanoviano, representando el comienzo de una intensa interacción mercantil con los griegos. Estos contactos provocaron cambios en la cultura tales como que la población de las aldeas tendió a reunirse en torno a un núcleo principal. Ciertas tumbas experimentaron un repentino enriquecimiento de los ajuares: los varones son enterrados con más armas, sobre todo espadas y cascos de bronce: mientas que las mujeres aparecen con más piezas de adorno. En tercer lugar, poblados y tumbas atestiguan la llegada de productos importados, como las cerámicas griegas de siluetas llamativas llamadas askoi, y objetos de lujo fenicios.
 
La región del Lacio todavía mantuvo la fuerte tradición anterior hacia el período 750- 700 aC.




La Italia septentrional: Culturas Atestina y Golasseca

En la vertiente norte de la Península itálica se han documentado dos culturas distintas: la Cultura del Este o Atestina en la región oriental; y la Cultura de Golasseca en la occidental.
 
Ambas culturas continuaron con los tradicionales modos pertenecientes al Bronce Final. Los orígenes de ambas culturas se remontan hasta el siglo IX aC; son los períodos llamados Este I y Golasseca I. El tránsito hacia la Primera Edad del Hierro se fundamenta en la aparición de los primeros objetos de hierro en las tumbas.

En ambas culturas los modos de poblamiento y las viviendas se mantuvieron en las tradiciones del Bronce Final. La gente siguió viviendo en poblados de pequeño tamaño y habitando modestas cabañas de materiales perecederos.

 
Las dos culturas pertenecieron al "horizonte de incineraciones" que caracterizó gran parte de la Península itálica en la Primera Edad del Hierro. Una tradición procedente de los Campos de Urnas del Bronce. Las urnas atestinas se decoraban con motivos geométricos. Las de Golasseca presentaban motivos naturalistas de carácter zoomorfo. No hay grandes diferencias en las necrópolis pero los ajuares de algunas tumbas podrían haber pertenecido a caudillos guerreros. Los ajuares de las tumbas atestinas contenían objetos variados: cerámicas a mano, armas tan peculiares como las espadas de antenas enlazadas denominadas espadas de Fermo o fíbulas, entre las que sobresalen las que tienen forma de caballito. En los ajuares de Golasseca resaltan de manera particular las espadas: unas de pomo macizo y extremo redondeado (tipo Moncucco), e incluso con antenas retorcidas (tipo Weltenburg).
 
Las rutas terrestres y marítimas permitieron la importación de cerámica a torno, cuchillos de hierro, ámbar y objetos de vidrio.



La Italia meridional: Las Culturas de inhumación

En paisaje humano de los siglos VIII-VII aC se caracterizó por una gran fragmentación cultural, aislacionismo y conservadurismo. Las culturas locales de la Primera Edad del Hierro preservaron muchas de las tradiciones ancestrales de la Edad del Bronce Final. Entre el gran número de grupos culturales distintos que se dieron en esta región, destacaremos las más importantes. En la mitad central limitando con el núcleo villanoviano surgieron dos culturas menores: el Grupo de Terni en la región de Umbría, y la Cultura de Picena. En la mitad meridional dos culturas de mayor entidad: la Cultura de las Tumbas de Fosa y la Cultura de Apulia. La influencia colonial en estas regiones más recónditas resultó mucho menor que en otros lugares.




Los arqueólogos insisten en un común denominador para las gentes de la zona meridional de Italia: la inhumación, que contrasta con la incineración propia de las culturas del norte. Los pueblos del sur enterraban a sus muertos con distintas maneras, que variaban desde la simple fosa hasta las cubiertas tumulares. Las tumbas de la Cultura Picena contenían objetos muy variados: cerámicas como cántaros, jarros con asa horizontal y vasos bicónicos de cuello cilíndrico o acampanado. En las necrópolis de Terni los ajuares presentaban como objetos más interesantes las espadas acabadas por una empuñadura de antenas unidas y fíbulas serpentiformes. En la Cultura de las Tumbas de Fosa resultaban comunes las ánforas y tazas, decoradas con incisiones meandriformes y antropomorfos.

Del Mediodía francés al Levante ibérico

La llegada de la colonización a las riberas de la Provenza, el Languedoc y Cataluña se retrasó notoriamente respecto de otras áreas. Hasta el 600aC no se instaló una colonia en esta amplia región, cuando se levantaron las primeras instalaciones de la colonia llamada Massalia (actual Marsella). Los primeros colonos no tuvieron muchos problemas con la población local

Las necrópolis abandonaron el ritual generalizado de incineración propio de los Campos de Urnas y en su lugar se impuso el ritual de inhumación, tanto en fosa como en túmulo. Las necrópolis no aparecen asociadas a grandes poblados, sino dispersas por el territorio. Los ajuares eran muy homogéneos, dando la sensación de una sociedad igualitaria.
 
En las tierras catalanas los primeros años del Hierro I representaron una evolución local continuista de la Cultura de los Campos de Urnas. Las poblaciones mantenían buena parte de la tradición del Bronce Final (cerámicas a mano, útiles en bronce, rito de incineración). Se les ha llegado a denominar a las poblaciones del noreste ibérico como Campos de Urnas del Hierro. Los cambios tuvieron lugar de manera de manera continuada, como la tendencia progresiva de asentamiento en sitios fortificados y el aumento del número de poblados, detectándose un aumento incremento de los ajuares funerarios ricos en armas, fíbulas y broches, lo que revela la consolidación de ciertas élites con el estatus de guerrero.


El horizonte orientalizante
 
La antigua Etruria: Cultura de los Príncipes
 
En pleno centro de la península itálica surgió la Cultura de los Príncipes, evolución autóctona del pueblo villanoviano, entre los años 720-580 aC. En realidad la cultura de los Príncipes representó a la perfección los procesos de interacción cultural que surgieron entre las poblaciones indígenas villanovianas y los colonos implantados en la región de Nápoles, en la colonia de Pithecusas. La capacidad de los colonos para pactar resultó tan eficaz que apenas cincuenta años después de la instalación de Pithecusas, los griegos contaban con la capacidad para instalar un nuevo asentamiento en tierra firme, en la costa de la bahía de Nápoles, que llamaron Cumas.

La presencia griega en las tierras de Etruria no alcanzó más allá de la línea litoral pero su penetración cultural fue mucho más allá. El resultado de todo fue una aculturación parcial que conciliaba buena parte de la tradición local con la foránea, un ejemplo de cultura orientalizante en pleno en pleno Mediterráneo central.

En el 700 aC los poblados habían crecido de manera notable hasta superar el carácter de pequeñas aldeas y convertirse en poblados relativamente extensos.
 
En el 700 aC muchos enterramientos aún mantenían las viejas costumbres villanovianas de la incineración, pero ya alternaban con ciertas tumbas de inhumación propias de una nueva tradición. El mayor cambio funerario se detectó en ciertas tumbas, cuyos ajuares funerarios revelan un incremento de la riqueza, un interés por manifestar el reconocimiento de la dignidad social y riqueza tras la muerte, que indica un cambio en la manera de entender el poder de las jefaturas locales.
 
En el período entre 725-650 aC aparecieron tumbas aristocráticas caracterizadas por una estructura interna compleja: por amplias plantas circulares o cuadradas, levantadas con piedra de gran tamaño; una o dos estancias interiores; y cubiertas tumulares de tierra que creaban un imponente efecto de visibilidad en el entorno. En las tumbas se depositaron ajuares muy valiosos, compuestos de carros, numerosas armas, recipientes de bronce y plata, delicados adornos de oro y cerámicas importadas. Las cenizas se depositaban en urnas muy llamativas (vasos canopos).

La base económica era agropecuaria, si bien el estímulo principal para el progreso sociopolítico de los sectores aristócratas fue la producción del mineral y su distribución mercantil entre los colonos griegos.
 
La influencia griega se percibió de manera muy notoria en las técnicas artesanales. Los talleres indígenas no tardaron en adoptar las técnicas a torno. En paralelo se produjo un incremento de la especialización que condujo a producciones especiales. Se generalizó un tipo de cerámica muy peculiar llamado impasto, realizada de manera delicada a mano o a torno lento, decorada con técnicas singulares de incisión, impresión o incrustaciones de materias exclusivas como el bronce, ámbar e incluso hueso. En cerámica aparece la llamada de bucchero, cuya calidad era tal que imitaba las vajillas de bronce (el bucchero se convertiría poco después en una seña de identidad del mundo etrusco).

La metalurgia alcanzó notable desarrollo. Los talleres indígenas elaboraron productos del gusto nativo, sobre todo una serie de vasos y carros rituales de los que conocemos excelentes ejemplos en la región de Bolonia. La influencia oriental resultó determinante en la orfebrería, que incorporó las nuevas técnicas de trabajo del oro tan habituales entre los talleres del Próximo Oriente (granulado y la filigrana).
 
La presencia griega resultó tan honda que se han hallado indicios del alfabeto griego en los poblados indígenas. Se han hallado inscripciones muy cortas en cerámicas de bucchero




El Lacio: Orientalizante latino

El territorio del Lacio también conoció un proceso orientalizante, si bien la influencia oriental no fue tan profunda por lo que muchos ámbitos culturales mantuvieron las viejas tradiciones durante casi un siglo. Los primeros signos orientalizantes en el Lacio se datan hacia el 730aC. Pero no hicieron mucha mella en los habitantes latinos, que aún vivirían hasta el 630aC en cabañas de barro y materiales perecederos. Habría que esperar hasta la mitad del siglo VII aC para apreciar los primeros pasos hacia un modelo de poblamiento mucho más sofisticado. Las jefaturas quisieron dar testimonios de su riqueza en los enterramientos, construyendo tumbas de ciertas dimensiones y con una estructura más orgánica, con inhumaciones dobles y triples y recubiertas por túmulos. La acumulación de artículos extranjeros de lujo permite calificar ciertas tumbas como principescas.

El antiguo Véneto: el arte de las sítulas

Durante el período conocido como Este III, en el norte de la Península itálica se mantuvo las tradiciones autóctonas, pero ya llegaban las primeras influencias orientalizantes del sur. Estas influencias llegaron de segunda mano, a través del tamiz de Etruria. Su llegada fue tardía, un siglo respecto al sur (hacia el 625 aC). La principal representación del influjo orientalizante se percibe claramente en unos peculiares objetos llamados situlae, llegando incluso a las regiones hallstáticas centrales y orientales (por ejemplo, la sítula de Vače).
 
La sítula más antigua procede de Benvenuto y es una buena muestra de este tipo de trabajo, con sus numerosas protuberancias y sus motivos geométricos, una decoración figurativa sobre la superficie a base de escenas de banquetes, procesión de guerreros e hileras de seres míticos.

El más remoto occidente: la Cultura Tartésica
 
El fenómeno orientalizante también alcanzó la Península Ibérica. En las regiones de Cádiz, Huelva y Sevilla germinó la llamada Cultura Tartésica. Aun asumiendo la relevancia del sustrato indígena del Bronce Final, la Cultura Tartésica resulta incomprensible sin conocer los procesos exógenos generados por la llegada de mercaderes orientales, en particular tras la fundación de la colonia fenicia de Gádir en el 750aC.

La arqueología confirma que la primera instalación de los fenicios se produjo en el siglo VIII aC en una pequeña isla situada muy cerca del litoral, con la intención de acceder al rico mercado de metales del llamado cinturón pirítico de Huelva. El nombre de Gádir procede del término semita Gdr, que significa literalmente "fortaleza". Estrabón narra la pronta fundación de un templo en honor de Melkart, dios protector del comercio, que en la tradición oriental servía como santuario y lugar de trato comercial.


 
La llegada de los fenicios provocó en los antiguos poblados indígenas un crecimiento notable en tamaño y complejidad. Setefilla, Carmona, Hispalis, Corduba, Onuba o Niebla se convirtieron en núcleos de población de cierta importancia, con capacidad centralizadora de producción y distribución regional de mercancías. La influencia colonial se dejó sentir en carios cambios de costumbres: la aparición de casas con planta rectangular, levantadas sobre cimientos de piedra, que soportaban muros de adobe y con las paredes enlucidas. Pero también dejó constancia en la construcción de poderosas murallas que rodeaban los poblados.

La combinación de tradición e innovación se reflejó de manera directa en la economía.
 
La base agropecuaria tradicional sirvió para la aplicación de las nuevas prácticas foráneas en materia de producción. La intensificación agropecuaria permitió conseguir los excedentes agrícolas para la exportación colonial. En el plano ganadero se produjo un incremento de la cabaña mayor, en particular del bovino. Pero los intereses coloniales incentivaron de modo especial el sector de la minería, mediante la intensificación de las extracciones. Las técnicas de la filigrana, granulado y repujado orientales permitieron realizar delicadas obras de arte. Este tipo de productos pequeños y delicados también se realizaron en bronce, dando lugar a una rica diversidad de artículos de lujo como quemaperfumes, jarros y escudillas.

La intensificación de los sectores económicos provocó un incremento notable del volumen de intercambio. El transporte terrestre era organizado a partir de dos grandes ejes de comunicación: la Vía de la Plata se dirigía hacia el norte, en dirección a Extremadura; y la Vía Herakleia discurría a lo largo del Guadalquivir.

Buena parte del tráfico mercantil que operaba por estas vías era monopolizada por los caudillos indígenas, a través de los contactos mercantiles obtuvieron los beneficios suficientes para su enriquecimiento económico, para aumentar sus aspiraciones políticas y para sancionar públicamente su prestigio mediante la adquisición de los artículos de lujo. Surgieron tumbas principescas, como en La Joya (Huelva), donde las cenizas de un aristócrata aparecían rodeadas de suntuosos objetos.

Los llamados popularmente tesoros son otra prueba del panorama de ostentación pública de las aristocracias indígenas orientalizadas. El Tesoro de Carambolo es uno de los más conocidos y comprendía una veintena de joyas de oro de inspiración fenicia y chipriota, con un pectoral,colgantes, plaquetas y brazaletes. El tesoro de la Aliseda contenía unas trescientas piezas de oro. El esplendor de
las tumbas y tesoros revela una aristocracia principesca con un alto nivel de vida. El historiador romano Estrabón se hizo eco de siglos más tarde de tal aristocracia, que personalizó incluso en un rey tartésico al que llamó Argantonio. Datos arqueológicos no revelan monarquía o poder centralizado alguno; todo lo más élites minoritarias a modo de régulos, caudillos, príncipes o aristócratas, que gobernaban cada núcleo o poblado. El personaje de Argantonio sería una invención, un mito, aunque con un trasfondo histórico ya que su nombre significa literalmente hombre de plata.

Después de doscientos años de esplendor, Tartesos padeció una notable recesión que acabó con su desaparición en la transición hacia el siglo V aC. Las razones pudieron ser varias: la conquista de Tiro por los asirios, el agotamiento de las minas de plata de Huelva y la recesión del sistema agrícola intensivo del Guadalquivir. No hubo una ruptura cultura entre el viejo mundo tartésico y la nueva realidad del siglo VI aC. De hecho podríamos pensar en una caída del modelo político pero no de los modos de organización socioeconómica. El modelo tartésico dejó paso a un nuevo período conocido por los prehistoriadores como ibérico antiguo que tomó cuerpo en una etnia ibérica: los turdetanos.




La Segunda Edad del Hierro
 
Los pueblos itálicos

El último capítulo de la Protohistoria itálica aparece bajo la sombra de los primeros pasos de aquella civilización romana, por lo que desde la perspectiva historicista tradicional de todo este período podría pertenecer a lo que se llama la Historia Antigua. Este período presentaría varias etapas. La primera comenzó con la expulsión de la monarquía etrusca de Roma en el 600aC, y continuó con la instalación de la monarquía romana, que llevó en 575aC a la configuración de Roma como una auténtica ciudad. La segunda etapa comenzó en el 509aC con la sustitución de la monarquía por la república romana. La tercera etapa arrancó en el 350aC y representó el salto decidido de Roma a la conquista de Italia, iniciadas con las Guerras Samnitas, que culminó en el año 265aC.
 
La cultura noroccidental de Golasseca conoció su último período de vigencia entre los años 500-350aC. La mayoría de la información procede de necrópolis, organizadas de acuerdo con los rituales tradicionales de incineración. Hay algún caso excepcional de enterramiento de inhumación en fosa.
 
La arqueología ha reconocido cierta presencia de objetos latenienses, pero no en la medida necesaria para pensar en invasiones masivas de guerreros procedentes del otro lado de los Alpes.


La cultura Atestina o Este perduró en la vertiente noroccidental. En los siglos V-IV aC los poblados experimentaron un notable incremento pero poco sabemos de su organización.
 
La mayoría de la información procede de las necrópolis. La presencia de varias estatuillas de bronce representando personajes de alcurnia, con iconografía helénica, parece revelar una destacada aculturación de las élites dominantes.
 
En la mitad centromeridional de la península itálica había una gran fragmentación tribal. Los pueblos que ocuparon el territorio revelan un modelo de atomización sociopolítica con un intenso grado de competitividad, que generaba un clima de continua inestabilidad interna. En suma, una multitud de tribus en un estado de permanente enfrentamiento.
 
Dado el gran número de pueblos en esta región, nos centraremos en los dos que tuvieron mayor repercusión: los umbros, un hinterland cultural de la Cultura Etrusca; y los Samnitas, que representaron una coalición intergrupal bajo una cohesionada unidad militar.
 
Los escritores romanos calificaron a los umbros como el pueblo más relevante de los que ocupaban las montañas interiores centrales. Su territorio limitaba con la región central de Etruria, por lo que la influencia de la esplendorosa Cultura Etrusca se dejó sentir muy pronto y de manera intensa. El poblado de Terni fue un ejemplo de esa influencia etrusca de modo que acabó por convertirse en núcleo esencial de comunicaciones entre Etruria, Lacio y Piceno.
 
Las tumbas aristocráticas reflejan el modelo etrusco, con cámaras pétreas decoradas y varias salas interiores

Los samnitas ocuparon las regiones interiores meridionales de la península. A partir del siglo IV protagonizaron un largo conflicto con la naciente Roma. Poblaron las regiones montañosas de Abruzzos y Campania y formaron en realidad una coalición político-militar que agrupó varias etnias: los pentri, caracenos, caudinos e hirpinos. Esta coalición fue llamada civitas Samnitium por Livio. La ausencia de recursos mineros les impidió cualquier desarrollo comercial. Las crónicas comentan la existencia de algunos centros de población como Bovanium o Malventum, con un patrón básico de poblamiento basado en la dispersión de aldeas, asociadas a un núcleo fortificado que ejercía de lugar central (llamado patrón pagano- vicánico).

Los pueblos celtas de la Provenza

En las tierras costeras francesas la instalación de la colonia griega de Massalia se convirtió en un foco político y económico trascendental. En los inicios del siglo V aC la región atravesaba una fase de recesión económica a consecuencia del retroceso comercial con Grecia y Etruria. La inestabilidad política y social provocó una crisis regional y una intensa atomización tribal. La mejor representación del poblado típico de la región es el yacimiento de Entremont, con su muralla de piedra caliza reforzada con bastiones, sus calles delineadas y los pavimentos de mosaico de su templo.

Frente a la mentalidad griega imperante en las colonias, muchos poblados indígenas mantenían cultos propios anclados en viejas tradiciones. En el templo de Entremont se esculpieron pilas formadas por cabezas humanas y en la muralla se clavaron cráneos humanos auténticos, un rito que produjo la aversión de los romanos en tiempos de la conquista.

La región de la Provenza revela de manera clara la complicada mezcla cultural que existía en estos momentos y la inflexible lucha de los indígenas por mantener su peculiar mundo de tradiciones propias. En ciertos poblados persistió la tradición de la cabaña de materiales perecederos hasta fechas muy tardías.

Los pueblos ibéricos
 
La Cultura Ibérica es la mejor representación de las culturas indígenas que caracterizaron la Segunda Edad del Hierro en el occidente mediterráneo. El ámbito de expansión recorría la totalidad del arco mediterráneo de la Península Ibérica. En esta enorme extensión aparecieron una multitud de etnias: los turdetanos en Andalucía; los mastetanos o bastienos en el litoral sureste; los oretanos en las tierras del interior; los contestanos y edetanos en el levante; ilercavones, cesetanos y lacetanos, entre otros, en las costas catalanas; y los ilergetes las tierras interiores del valle del Ebro.

Los orígenes más remotos de la Cultura Ibérica se remontan hasta el 500 a.C. y responden a una simbiosis entre las tradiciones indígenas del pasado y las influencias griegas de las colonias instaladas en la costa mediterránea.
 
Durante el período ibérico se produjo un incremento y una concentración de la población en núcleos de cierta entidad, sobre todo en las regiones andaluzas, que conformaron la Turdetania. Se consolidaron poblados de cierta relevancia que llamamos oppida, que se convirtieron en centros de poder sociopolítico y de control económico. Los oppida ibéricos no llegaron a la magnitud de los célebres oppida galos, pero no por ello dejaban de ser núcleos de población con carácter protourbano. Muchos oppida poseían sólidas murallas reforzadas con bastiones y torres. Las viviendas se vertebraban en manzanas y poseían la típica plante rectangular. En la región levantina, la tendencia hacia la concentración poblacional se retrasó hasta finales del siglo V aC, los oppida que surgieron tuvieron menor tamaño y alternaron con poblados abiertos.
 
En el plano sociopolítico, las etnias ibéricas poseían distintos grados de desarrollo, desde las tradicionales jefaturas hasta los pequeños estados tribales. Existía un patrón social de tipo clientelar de manera que la pirámide social se hallaba controlada por caudillos, por aristócratas o por príncipes, que contaban con una hueste de guerreros como cohorte principal.

El ritual habitual de enterramiento en el norte era la incineración en urnas cerámicas dentro de una fosa, y se acompañaban con ajuares que revelan las diferencias sociales pero sin grandes ostentaciones. El ritual en el sur resultaba mucho más complejo y denotaba una mayor complejidad social. En las necrópolis meridionales hay cabida para buena parte de la comunidad pero las tumbas más notables revelan ajuares ostentosos a tenor de la categoría social precisa del individuo. Entre los mejores ejemplos de este tipo de necrópolis se encuentra la de El Cigarralejo en Murcia con sus espléndidos ajuares o las tumbas turriformes de Pozo Moro. El último ejemplo incluye las urnas funerarias en estatuas labradas de caliza, las llamadas "damas ibéricas", que poseían un orificio para introducir en su interior las cenizas. Las Damas de Elche y de Baza representan urnas de este tipo que sirvieron como tumba para las cenizas de miembros pertenecientes a élites privilegiadas.

Las producciones cerámicas ibéricas también denotan la influencia griega. En un tipo de producción manufacturada a torno, que recurría a pastas anaranjadas y se decoraba con diversos motivos. Las cerámicas más conocidas se han reunido en dos estilos distintos: uno narrativo llamado Oliva-Liria; y uno narrativo o simbólico denominado Elche-Archena. Pero la artesanía ibérica brilló con luz propia en la orfebrería, proporcionando bellas diademas y broches de inspiración griega.




Epílogo: del antiguo Mediterráneo al "Mare Nostrum".

Deslindar de manera rotunda el paso de la Protohistoria a la Historia Antigua es una labor poco consistente ya que no hay una ruptura clara, ni ésta se produjo al mismo tiempo en todas las regiones del Mediterráneo. En otros casos la realidad que separa la Protohistoria de la Historia Antigua se reduce a la presencia de la escritura.
 
Las poblaciones protohistóricas se vieron inmersas en nuevas tendencias de cambio.
 
Un nuevo orden que poco a poco se imponía bajo el dominio de unas sociedades estatales expansionistas. En el año 300aC la estabilidad desapareció al aparecer dos poderes expansionistas: los celtas, que invadieron el norte de Italia; y los romanos. El dominio de Roma sobre los pueblos protohistóricos daba comienzo al fin de una era.
 
Después de la Península itálica le tocó el turno a las regiones meridionales de Galia y a la Península Ibérica. Estabilizada la situación política en Italia, Roma trasladó el conflicto a aquellas regiones y comenzó una segunda estrategia expansionista que tuvo como alter ego a Cartago. La vorágine desatada entre romanos y cartaginenses arrastró tras de sí a los pueblos protohistóricos que acabaron cayendo uno tras otro bajo el dominio romano, propiciando con ello el inicio de lo que podríamos entender como Historia Antigua.

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