¿POR QUÉ ESCRIBIMOS?

AL NO PODER ACEPTAR QUE SOMOS LIBRES EN JAULAS, NOS MOVEMOS EN MUNDOS DE PALABRAS QUERIENDO SER LIBRES

TRADÚCEME

COMPAÑEROS DE LUCHA EN PLUMA AFILADA

AVISO TODOS LOS TEXTOS ESTÁN REGISTRADOS

Blog bajo licencia Creative Commons

Licencia de Creative Commons

TODOS LOS TEXTOS ESTÁN REGISTRADOS

POEMAS, CUENTOS Y ESCRITOS REVOLUCIONARIOS DE DANIEL FERNÁNDEZ ABELLA is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Para utilizar primero y siempre sin ánimo de lucro ha de consultar al autor. Daniel Fernández Abella todos los derechos reservados.

martes, 11 de junio de 2024

ARQUEOLOGÍA DE LA MUERTE EN EL MUNDO ROMANO

INTRODUCCIÓN

Morir con dignidad y mantenerse vivo en la memoria colectiva era un hecho de extraordinaria importancia para los romanos. La cultura material relacionada con la esfera funeraria es el reflejo de las creencias y actos que los romanos tuvieron ante la muerte. Para interpretar estos restos es necesario partir del concepto y normativa que rodean el acto fúnebre en todas sus perspectivas, por lo que dedicaremos unas breves notas al concepto de la muerte en la Roma antigua.

Es importante transmitir el estado actual de la cuestión de las investigaciones en Arqueología funeraria aplicadas al mundo romano, que marcan el interés en la restitución del paisaje funerario para mostrar la ritualidad gestual que nos transmiten las fuentes y el tratamiento de los restos y la disposición y consistencia de los ajuares.

También es importante el estudio de las fórmulas estructurales funerarias conocidas, con sus consiguientes implicaciones sociales y económicas, y por último un repaso sobre los funerales de los emperadores

LA MUERTE EN ROMA Y SU ANÁLISIS ARQUEOLÓGICO

El concepto de la muerte en la cultura romana

Como en cualquier otra cultura mediterránea antigua, la idea de la muerte y su condición de acontecimiento inexorable marcó el pensamiento del hombre romano y de ello queda muestra visible tanto en el testimonio escrito, el pensamiento religioso y el ordenamiento jurídico, como en numerosas parcelas de la cultura material. 

La mentalidad romana necesitaba asegurarse el tránsito mediante la realización de un ritual regulado por la costumbre y el derecho. La inquietud ante lo desconocido encuentra consuelo en el rito, la disposición del lugar funerario y el mantenimiento de la memoria entre los vivos. 

Esto se orienta a la conservación de la individualidad en el Más Allá. De manera recurrente se acude a buscar la protección de los dioses o la realización de un ritual purificador, que ligan estrechamente religión y mundo funerario. Se aseguraba la protección del difunto por los dioses del otro lado y sosiego de la incertidumbre por parte de los que quedaban en este lado.

Se buscaba el descanso del alma del difunto y que no se volviera contra los impíos, ya que se creía que las almas seguían vivas en el inframundo bajo la forma de los manes. Por el contrario los espíritus de los difuntos insepultos (lémures) vagaban entre los vivos asustándoles.

La tumba se concibe como la morada perpetua y como un monumento a la memoria, ya que era importante para los romanos no caer en el olvido entre sus allegados y amigos. Es uno de los motivos por el que surgieron los collegia funeraticia una especie de asociaciones funerarias que congregaban a individuos de determinados oficios o de una determinada condición social, y mediante el pago de una cuota, se aseguraban un lugar de enterramiento y el mantenimiento periódico de los ritos post mortem.

Para las clases privilegiadas, la tumba fue también una fórmula de ostentación de su riqueza.

El pensamiento filosófico analiza actitudes y conceptos que manifiestan que hubo voces en contra de la tradición y la superstición. Las escuelas epicúrea y estoica mantienen un cierto escepticismo. La primera se enfrenta al momento final intentando despojarlo de supersticiones e instando a eliminar el miedo a la muerte, con la consideración de que el alma moría con el cuerpo como culminación natural de un proceso biológico. El pensamiento estoico llegará a negar la existencia de un Más Allá. Opuesto a estas dos posturas filosóficas es el cristianismo, que defendía la vida después de la muerte y basaba parte de su pensamiento en la existencia de un plan de salvación colectivo. 

Una tercera vía de acercamiento a la consideración de la muerte en Roma viene dada por el ordenamiento legal. Es conocida la prohibición que figura en la Ley de las XII Tablas sobre la realización de enterramientos dentro de los recintos urbanos. También regula el ordenamiento jurídico el carácter individual de la propiedad de la tumba, prohibiendo su uso, disposición o venta a los herederos quienes, deben hacerse cargo de sus cuidados y mantenimiento. El incumplimiento de estas normas se penaba con multas, algunas de las cuales eran impuestas por el mismo difunto en su testamento, y que se orientaban a penalizar el empleo de la tumba por quien no tuviera derecho a ello o por actuar en contra de la voluntad expresa del difunto.

La Arqueología de la Muerte en el mundo romano

La Arqueología de la Muerte en la zona occidental del Imperio viene siendo objeto de un particular interés investigador en la última década. Está en proceso de renovación, gracias al aumento de los trabajos de campo y al intercambio y discusión teórica en los últimos años. 

Destacan los grandes proyectos de Arqueología preventiva que han sacado a la luz importantes espacios funerarios, permitiendo poner en práctica novedosas aplicaciones de análisis antropológicos y de la Arqueología de la Muerte sobre grandes superficies excavadas.

La Arqueología de la Muerte en el mundo romano se está beneficiando también de la renovación de las aproximaciones teóricas que se realizan desde la Historia de las Religiones y que pretenden definir los objetivos y los métodos de trabajo de una Arqueología del ritual. 

La investigación arqueológica posibilita la captación de comportamientos y actitudes gestuales que han dejado su huella en el registro arqueológico, completando y enriqueciendo las informaciones transmitidas por los testimonios escritos. Las reglas rituales testimoniadas por las necrópolis permiten entender mejor el estatuto de los textos épicos o normativos, confirmando o relativizando la información que éstos proporcionan.

No es fácil restituir gestos a partir de restos materiales, pero es evidente que tras ellos existe una intencionalidad que trasluce una creencia personal o una concepción religiosa. En este sentido pueden interpretarse los restos de fauna que a menudo se encuentran en las necrópolis romanas. Son esqueletos de animales, depositados junto al cadáver o asociados a los niveles de ocupación contemporáneos al uso de la necrópolis. También se hallan restos de alimentos consumidos por los vivos en el momento de la cremación o en sus visitas periódicas a la tumba. Estos restos tanto animales como vegetales pueden ser concebidos como ofrendas en homenaje al difunto.

En el ámbito de la antropología funeraria hay importantes avances. En las inhumaciones se analiza el cadáver en sentido global, teniendo en cuenta desde su postura y todos los detalles de la deposición, hasta el análisis paleopatológico que desvelará las causas de la muerte y sus condiciones físicas en vida. Estos análisis describen la calidad de vida de las poblaciones antiguas y muestran patologías específicas ligadas a determinadas condiciones económicas o al desarrollo de prácticas concretas. 



EL PAISAJE FUNERARIO

Uno de los aspectos que más contribuyen a perfilar el paisaje funerario romano es la situación de las necrópolis fuera del recinto urbano, como establece la Ley de la XII Tablas, que prohíbe la realización de enterramientos en el interior del pomerium. De esta prohibición quedaban exentos los niños fallecidos antes de los cuarenta días de vida, que podían inhumarse en el interior de las casas. Esta norma condiciona la disposición de las tumbas fuera de las ciudades, alineándose a ambos lados de las vías de salida y entrada de la ciudad, aunque algunos se enterraban en sus propios fundi.

El paisaje funerario romano está conformado por verdaderas “vías mortuorias” dispuestas en las márgenes de los caminos, que se convierten en una auténtica columna vertebral del espacio cementerial. También las necrópolis se podían situar en vías construidas a tal efecto.

Estos cementerios extraurbanos solían presentar un carácter variopinto por cuanto convivían en ellos enterramientos de muy diversas tipologías y dimensiones. Naturalmente, la opción de una modalidad u otra de estructura funeraria está condicionada por la capacidad económica del individuo. El tamaño de las tumbas es un rasgo interesante ya que es sumamente variable de unos lugares a otros en función del precio del suelo.

El crecimiento de las necrópolis a partir del pomerium y de la vía suele proporcionar una estratigrafía horizontal, por lo que los enterramientos más cercanos a las murallas y a la vía son los más antiguos. 

Aunque también se puede pensar que dado el elevado precio del terreno funerario, la proximidad al núcleo urbano lo encarecería.

Por último un ingrediente más del paisaje es la delimitación del especio funerario. La imposición del límite se da por el carácter de lugares religiosos que poseen las zonas funerarias, pero también en la propiedad privada del terreno fúnebre. Existen diversos elementos para marcar la delimitación de las tumbas que varían según las épocas, lugares y formas monumentales adoptadas. Los sistemas más comunes fueron los cipos de límite, que eran como una estela redondeada. Podían estar asociados o no a un recinto murado o cerramiento. Se disponían en las extremidades frontales o en los cuatro ángulos. Los cerramientos pudieron tener carácter familiar o pertenecer a un collegium funeraticium.

EL RITUAL Y LOS AJUARES

La palabra latina funus define el conjunto de todos los ritos funerarios que culminaban con el sepelio, cuya práctica aseguraba el tránsito feliz al Más Allá e impedía la condena del alma a vagar por la tierra bajo la forma de un fantasma maligno. Existen una serie de ceremonias comunes e imprescindibles para asegurar la inmortalidad y mantener la memoria del fallecido.

Las primeras ceremonias se llevaban a cabo en la propia casa y comienzan en el momento de la muerte, cuando se deposita el cadáver en la tierra cerrando así el ciclo iniciado con el nacimiento, momento en el que se efectuaba la misma acción. Tras algunos gestos de piedad comenzaba la ceremonia principal o velatorio, durante esta velada los presentes gritan el nombre del difunto repetidamente para comprobar su ausencia, denominado conclamatio; se colocaba una moneda en la boca para pagar al barquero Caronte el paso de la laguna, finalmente se expone el cadáver en el atrio de la domus sobre el lectus funebris donde era homenajeado y obsequiado con flores y coronas.

Luego se realizaba la pompa o procesión fúnebre se celebraba de noche hasta el lugar del entierro. En personas adineradas era una auténtica ostentación de su riqueza, por lo que se promulgaron leyes para limitarla.

Al retorno del funeral los parientes se someten a rituales de purificación con fuego y agua y comienzan las celebraciones destinadas a mantener la memoria del difunto y que se realizan en la propia casa o en la tumba con el banquete fúnebre.

Estas ceremonias duraban nueve días e incluía el banquete ritual (silicernium) en el que se hacía participar al muerto, ofreciéndole alimentos y bebidas (libationes) y se repetía después el día del cumpleaños del difunto o días establecidos para ello.

La cremación y la inhumación son los dos rituales característicos, si bien en determinados momentos predomina uno sobre el otro. 

Para llevar a cabo la cremación existían dos fórmulas diferentes, el bustum y el ustrinum. El primero, la cremación directa que se lleva a cabo en el mismo lugar de la sepultura, es característico de las clases más humildes; el ustrinum consiste en un simple agujero u oquedad o en una construcción destinada a la cremación situados en lugares específicos de las necrópolis. Tras la cremación, las cenizas se trasladaban a una urna que se depositaba en la tumba.

A finales del siglo I d.C. y en el s. II, la inhumación reemplaza de forma progresiva a la cremación y la sustituye definitivamente en los siglo III y IV.

Cualquiera que fuera el rito elegido, se realizaban ofrendas que podían arrojarse al fuego o depositarse junto a las cenizas, son vasos cerámicos que contenían alimentos, ungüentarios de vidrio destinados a aceites, lucernas que simbolizan la luz como signo de supervivencia, divinidades protectoras en bronce o terracota, monedas para el pago del viaje al Más Allá y clavos de bronce interpretándose estos como pertenecientes a los ataúdes de madera, pero que su aparición en enterramientos infantiles en ánforas permite intuir un valor profiláctico.

En el ritual funerario de los cristianos del Bajo Imperio, se sabe de la prohibición de los cánticos funerarios, sustituidos por salmos en los que se habla del perdón y de la muerte como liberación. 

En el ritual de época paleocristiana se comienza por el lavado del cadáver y se amortaja. Se traslada al cadáver en compañía de un cortejo formado por familiares y personas de la comunidad vestidos de negro que entonan salmos y oraciones. En el momento del enterramiento se lleva a cabo el rito de purificación del cadáver con agua, se le disponía orientado con la cabeza hacia el occidente. Los funerales terminan con un banquete ritual que se lleva a cabo el noveno día estando claramente entroncado con la tradición pagana. Las mujeres de la familia siguen de luto para guardar la memoria aunque los actos funerarios hayan terminado.

NECRÓPOLIS Y MONUMENTOS FUNERARIOS

La posesión de un locus sepulturae se podía obtener por diversas vías legales: compra a la ciudad, compraventa, donación o concesión entre particulares, admisión en una tumba privada, pertenencia a un collegium funeraticium, munificencia pública o privada y donación honorífica por parte del ordo decurionum.

La prohibición de enterrar en la ciudad era una norma que se imponía en todas la ciudades del Imperio, por razones tanto legales como de carácter higiénico y de seguridad ante los incendios provocados por las incineraciones.

En algunos lugares se constatan necrópolis ocupadas de forma temporal y que se trasladan a otros lugares con el paso del tiempo.

Aunque la utilidad de los enterramientos era albergar a los difuntos, para las clases altas eran lugares de ostentación y de auto-representación, que se manifiestan en la grandiosidad del edificio, en el esplendor de la decoración y la elección del lugar.

Hay una gran diversidad de monumentos funerarios en el mundo romano que depende de las tradiciones, ritos funerarios, posición social del difunto o simplemente de la moda. La importancia dada a esta última morada en el mundo romano se manifiesta en la constitución de los denominados colegios funerarios que aseguraban, tras el pago de una cotización, un lugar en el cementerio.

Tumbas y monumentos menores

En el estudio de las tumbas hay que distinguir dos zonas diferentes, por un lado el lugar que alberga el cadáver en el subsuelo y por otro, el monumento visible que señalaba el enterramiento.

Por lo que se refiere a la parte subterránea, el tipo más simple es la sepultura directa en la tierra, fosa excavada o en un pozo. 

El receptáculo donde se introducía el cadáver podía ser de distintos tipos, cuando es una incineración se utiliza la urna cineraria que puede ser de cerámica, mármol o vidrio.

En el caso de la inhumación existen diferentes tipos de sepulturas:

  • El ánfora, está rota por el cuello para poder introducir el cadáver y luego tapada por un fragmento de terracota.
  • El ataúd de madera que no suele conservarse, pero la presencia de clavos es indicio de su existencia.
  • La cista es una caja construida con tegulae, placas de cerámica o lajas de piedra de forma rectangular o cuadrada y con cubierta plana o a doble vertiente.
  • El sarcófago de plomo o piedra, liso o decorado.

Todas estas formas de enterramiento debían tener un símbolo exterior, por lo que se erigieron diversos tipos de monumentos. Los que se detallan a continuación son monumentos menores que constan de una forma arquitectónica, campo epigráfico con inscripciones que recuerdan al difunto y decoraciones alusivas.

  • Placa. Monumento plano de forma cuadrada o rectangular que sirve para señalar un emplazamiento funerario o que se coloca sobre el nicho de los columbarios.
  • Cipo. Bloque pétreo, de forma cilíndrica o prismática y que suele estar decorado en una de las caras, donde se halla la inscripción.
  • Estela. Es la forma evolucionada del cipo, es un bloque monolítico paralelepípedo, con diversos tipos de remate, triangular, semicircular o discoideo y que suele llevar inscripción y motivos decorativos.
  • Edículo templiforme. Representa la fachada de un templo in antis, con columnas o pilastras soportando los frontones.
  • Ara funeraria. Cuerpo cuadrangular con basa y rematado por una cabecera con los característicos pulvini y el focus para las ofrendas. A veces en el interior del altar se abre una cavidad (loculus) donde se deposita la urna.
  • Cuppae. Son sillares que presentan una cara redondeada y que suelen encerrar las cenizas, presentan inscripción en el frente y orificio para las libaciones.


Monumentos funerarios

La monumentalización de los ámbitos funerarios es la consecuencia de la intención de perpetuar el recuerdo, si tenemos en cuenta que la palabra monumento viene del griego mimnesko, ,mnemo que significa recordar, de donde pasa al latín monumentum aplicada a los edificios de carácter funerario.

Podemos definir la monumentalización como el proceso de construcción de edificios en piedra u otros materiales sólidos con el objeto de perpetuar la memoria de quienes los edifican.

Los monumentos funerarios son construcciones de prestigio y auto-representación social destinadas a la exaltación del difunto y de la memoria del mismo en la sociedad, a la vez que recuerdan valores esenciales como la virtus, la pietas y el honor del difunto.

Las tumbas de Roma de los siglo IV y III a.C. han sido destruidas, solo se conserva la Tumba de los Escipiones. Excavada en el tufo tiene una sola fachada arquitectónica con una puerta abovedada que da a un vestíbulo que desemboca en una serie de galerías ordenadas de forma ortogonal inscritas en un espacio cuadrado.

Las transformaciones sociales del siglo II a.C. tienen su reflejo en las manifestaciones ante la muerte, de manera que la igualdad existente en las costumbres funerarias, a excepción de las clases dirigentes, desaparece en función de una exhibición de fortuna y rango. Los restos son escasos pero se puede analizar en la ciudad de Roma el monumento de Ser. Sulpicius Galba constituido por un cubo formado por cuatro hiladas de tufo que apoya en un zócalo y que ha perdido la parte superior. En el centro se sitúa el epitafio con relieves que representan las fasces de un lictor y una silla curul bajo la inscripción. Además de estos monumentos en el siglo I a.C. se constata la aparición de otros colectivos construidos por libertos que con su edificación hacen gala de su nueva situación jurídica.

Al final de la época republicana y el inicio de época augustea aparecen nuevos monumentos funerarios:

  • El altar funerario es el tipo más simple, su origen se encuentra en los grandes sarcófagos helenísticos de la Magna Grecia. La tumba-altar consta de una base, un cuerpo de forma cuadrangular generalmente rematado por un friso dórico y una cornisa que da paso a la mesa de altar con los característicos pulvini.
En Italia en época augustea aumenta el tamaño de la cámara sepulcral, el friso dórico se sustituye por otro de carácter vegetal y se incorporan elementos decorativos como las acroteras y los merlones.
  • Las tumbas de edículo sobre pódium son las más representativas de la arquitectura funeraria romana. Su éxito radica en la facilidad para exhibir las esculturas, por lo que es uno de los preferidos de las clases más ricas. Están constituidas por dos elementos superpuestos: un alto pódium con pilastras o columnas adosadas que sostiene un edículo en forma de naïskos, un pabellón circular o un nicho próstilo que alberga esculturas de los difuntos.


Los edificios con tholos en el piso superior son los que adquieren mayor difusión en Italia. 

Presentan un pódium sobre el que se dispone una construcción redonda monóptera y en los espacios que dejan libres las columnas están ocupados por las esculturas.

Durante los años 30-20 a.C. el pistor redemptor Eurisaces se hizo construir en Roma un curioso edificio que, a pesar de las apariencias, es relativamente canónico, ya que se compone de un pódium y un naïskos. Este edificio se considera un importante hito en la historia de la arquitectura funeraria, no por su estructura formal, sino por la exhibición de las actividades que han enriquecido al propietario y le han procurado el ascenso social.

  • Los tumuli de época romana se consideran derivados de los etruscos, si bien no debe olvidarse la influencia de los túmulos reales helenísticos. Está constituido por una cámara funeraria recubierta de tierra. Las urnas se depositan en el interior de las cámaras o directamente bajo el túmulo. El revestimiento del anillo pétreo que rodea el túmulo construido en opus caementicium se realizaba con opus quadratum, y en algunos casos recibe decoración.
  • Los monumentos funerarios en forma de exedra son construcciones de forma semicircular, que cuando están provistos de un banco se denominan scholae. En Grecia se situaban en las ágoras, gimnasios y santuarios como zonas de descanso y meditación. 

En Italia son auténticas tumbas, que alojan las urnas en el muro cóncavo y a las que se accedía por medio de una escalera que da acceso a un espacio semicircular enlosado rodeado por el muro.

  • Las pirámides son un tipo de monumento funerario de carácter exótico, del cual no se puede saber su génesis e historia pues los restos que se conversan son aislados. En Roma se conserva la pirámide de Cayo Cestius, aunque existían otras tres.

En la segunda mitad del siglo I d.C. se modifican los usos funerarios. Se da más importancia a la pertenencia a una categoría social que a la individualidad. Se retoma la moda de enterrar a los miembros de una misma familia en un edificio con todos los elementos arquitectónicos para celebrar los rituales periódicos por lo que se hace muy importante el recinto cercado por muros. 

A finales del siglo I d.C. y sobre todo durante el siglo II d.C. aparecen las tumbas-templo o monumentos naomorfos que tiene apariencia de templo en su fachada principal o en todo el edificio, en cuyo caso se articulan en pronaos y cella.

Otros edificios más simples reproducen el esquema de una casa y se denominan tumbas de cámara. Construidas con ladrillos y cubiertas por bóveda o tejado a doble pendiente, en su interior hay una única cámara en la que se abren nichos para las urnas o arcosolios para los sarcófagos. 

A finales del siglo II y III las tumbas de cámara de Ostia dejan de ser construcciones aisladas y se edifican en bloques de tres o cuatro. Otra característica de esta época tardía es la desaparición de los triclinios y hogares lo que implica una pérdida de importancia de los rituales relacionados con los banquetes.

Los columbarios constan de una gran sala abovedada, semi-subterránea a la que se desciende por una escalera y en cuyas paredes hay pequeños nichos (loculi) de forma cuadrada, semicircular o rectangular donde se depositaban las urnas funerarias. Encima de los nichos una pequeña placa nos informa del nombre, edad y condición del difunto. Son enterramientos múltiples y modestos, cuya estructura recuerda a un palomar de ahí su nombre. Aparecen en Roma a mediados del siglo I a.C.


Necrópolis y monumentos funerarios cristianos

En el siglo I d.C. no se constata ninguna necrópolis cristiana, pocas en el siglo II, ya en el siglo III adquieren extensión y la mayor parte son del siglo IV. En los primeros siglos las estructuras funerarias no se distinguen de las de los paganos y los cementerios pueden ser a cielo abierto. 

También aparecen inhumaciones bajo tierra en hipogeos y tumbas de cámara heredadas del mundo pagano. Las formas de enterramiento son variadas, como la deposición en la tierra, cubierta con lajas de piedra o ladrillo a doble vertiente, ánforas y sarcófagos en mármol para las clases altas y en madera o plomo.

  •  Catacumbas

En el mundo paleocristiano una forma de necrópolis son las catacumbas que se encuentran en las afueras de Roma, y también en Nápoles, Siracusa, Hadrumentum en África y la isla de Milo.

Aunque se han considerado lugar de refugio de los cristianos frente a las persecuciones, la realidad es que fueron exclusivamente áreas destinadas a la sepultura y al culto funerario de los miembros de las primeras comunidades.

Se caracterizan por los largos corredores subterráneos a lo largo de cuyas paredes se situaban las tumbas (loculi o arcolosia) y en ocasiones estos pasillos daban acceso a estancias de planta cuadrada o rectangular (cubicula) destinadas a familias o asociaciones. 

Los loculi se disponían en varias filas y las galerías podían estar superpuestas formando una red de corredores y cámaras sepulcrales.

Nacen a finales del siglo II d.C. y en su creación se conjugan una serie de hechos como el crecimiento de la comunidad, la conciencia de constituir un colectivo solidario, la disposición de lugares propios para la celebración de rituales y sobre todo poder garantizar una sepultura cristiana incluso a los más desfavorecidos. También por motivos económicos, como el encarecimiento del suelo por la necesidad de mayor espacio para la práctica de la inhumación.

En las zonas cercanas a las catacumbas se encuentran hipogeos familiares de mayor monumentalidad relacionados con los fundadores de las áreas funerarias, de clase elevada, convertidos al cristianismo y que cedían los terrenos o los medios para sufragarlo.

En la segunda mitad del siglo III, que se conoce como “la pequeña paz de la iglesia” hay un aumento de cristianos y de su capacidad organizativa, aumentan las áreas de cementerios bien ampliando las catacumbas existentes, bien creando otras nuevas. 

La segunda mitad del siglo III e inicios del siglo IV es también la época de mayor difusión de las catacumbas con plano de espina de pez. En esta época se registra un aumento de sepulturas monumentales como los arcosolios y grandes nichos y también los cubicula son de mayores proporciones, cubiertos con bóveda de cañón e iluminados con grandes lucernarios y arcosolios en las paredes.

El siglo IV supone un aumento importante de los espacios ocupados por las catacumbas, paralelo a las condiciones más favorables del cristianismo que tienen como consecuencia un aumento del número de adeptos. De la misma época hay sectores con tumbas de carácter monumental de clases elevadas, que consisten en cubículos con pinturas que albergan sarcófagos de mármol decorados. 

En las zonas más pobres de las catacumbas continúa la utilización de loculi de dimensiones cada vez más reducidas para permitir un mayor aprovechamiento del espacio.

En la argamasa que cierra los loculi se fijan pequeños objetos de índole personal que individualizan la tumba y sirven como pequeños adornos. Aunque parece ser también un arte alternativo que intenta emular la decoración de los cubículos de los cristianos de clase alta. Además de su función decorativa es posible que también tuviesen un papel esencial en los rituales funerarios.

El concepto de ajuar sufre un importante cambio simbólico ya que los objetos que se guardaban en el interior del sepulcro individual, pasan al exterior con lo que se ponen a disposición de toda la comunidad.

En la segunda mitad del siglo IV no se amplían o crean áreas catacumbales y muchas de las sepulturas se realizan en las basílicas edificadas a mediados de siglo como San Pedro, San Sebastián, Santa Inés y San Lorenzo. Esta costumbre hizo que se abandonara paulatinamente los enterramientos en catacumbas.

En los siglos V y VI las catacumbas solamente se visitaban por motivos de devoción, centrándose en las áreas martiriales, convertidas en santuarios, lo que propició la restauración y la creación de itinera ad sanctos que eran los caminos seguidos por los devotos.

Catacumbas

  • Martyria

Las tumbas de los mártires comienzan en época de Constantino un proceso de monumentalización, que en esta primera época solo afecta a la creación de accesos, construcción de mesas o espacios anteriores o posteriores a la tumba.

En época del pontificado de Dámaso (366-384) se desarrolla el denominado “culto a los santos” que se oficializa en un intento de control de la devoción popular. Se reestructuran los sepulcros y los recintos, hay que destacar la inclusión de ampulosas inscripciones marmóreas colocadas sobre frontispicios arquitectónicos apoyadas en una de las paredes del sepulcro y revestidas de mármol las restantes. Junto a las tumbas se situaron mensae donde depositaban las ofrendas.

En el periodo damasiano se construyen itinerarios dentro de las catacumbas que conducen a las tumbas de los mártires, convertidas en auténticos santuarios. 

Esta veneración a los mártires tuvo como consecuencia la ampliación de las zonas de las catacumbas situadas en las proximidades de las tumbas ya que los fieles querían ser enterrados junto a los sepulcros venerados.

También se crean áreas denominadas retro sanctos situadas en las cercanías y a espaldas de los sepulcros venerados y que son utilizados por individuos de condición particularmente elevada. En otros casos las condiciones sociales de los difuntos no permitían enterrarse en las zonas retro sanctos y por ello se idearon profundos pozos para enterramientos múltiples excavados en las cercanías de las tumbas martiriales.

Martyria

LOS MAUSOLEOS IMPERIALES Y LA APOTEOSIS

Aunque en muchos casos participan de los modelos arquitectónicos ya mencionados, es imprescindible dedicar un apartado a los monumentos funerarios imperiales y a los rituales funerarios de los emperadores muertos (funus imperatorum)

  • El funus imperatorum

Herodiano es la fuente esencial para el conocimiento de los funerales imperiales, en su libro Historia Romana (240 d.C.) hace una larga descripción del tema.

Aunque cada emperador dejaba escritos sus mandata de funere, es decir, la normativa para sus funerales, hay una serie de características generales que hasta el siglo IV d.C. son prácticamente idénticas.

Las ceremonias comenzaban con la translatio o procesión del cadáver hasta la pira funeraria en el Campo Marcio, por la ruta de la Via Sacra desde la residencia imperial en el Palatino hasta los Rostra en el Foro y después hasta el Campo Marcio. 

En la procesión fúnebre abren el cortejo los músicos con instrumentos como las tubae, el lituus y los cornua, también hay canciones entonadas por un coro que sustituye a las plañideras. El lecho fúnebre es transportado en un carro adornado con oro y marfiles, en cuyo interior va el cuerpo y una imago de cera.

Hay unos elementos exclusivos de los imperiales como la presencia del Senado, el ordo ecuestre, los sacerdotes, lictores, soldados, el pueblo y también la exhibición de objetos o símbolos.

La presencia del sucesor tras el lecho mortuorio es un gesto político de afirmación de la legitimidad sucesoria.

En las manifestaciones de duelo, lo más común es la renuncia voluntaria a objetos personales como joyas, insignias o alimentos que se arrojan a la pira.

El logus o pira se levantaba en el Campo Marcio y era una estructura de madera recubierta de telas doradas, marfiles y sustancias aromáticas que constaba de varios pisos, en los que se situaban las esculturas del emperador. También desfilaba una procesión de caballería y de carros sobre los que se instalaban imágenes de cera del emperador y de los generales más famosos. Cuando la acción del fuego destruía el logus surgía de la parte alta un águila que simbolizaba la admisión del difunto entre los dioses, tradición que se instaura en los funerales de Augusto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario