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miércoles, 6 de diciembre de 2023

EL FARO

El mar rompe el silencio de la noche. El sonido de las olas chocando contra las rocas y el puerto se repite de forma monótona. El pequeño pueblo costero antes boyante ahora era una mera sombra de lo que fue, el tiempo no había hecho justicia a la población: la humedad iba dejando su marca en la pintura de las casas mostrando pequeñas cicatrices, heridas no curadas que recordaban el abandono y dejadez de un pueblo antes bullicioso.

El único testigo y protagonista de tiempos mejores era el faro del puerto. Un faro majestuoso, anclado en la roca, antiguo espectador del puerto y sus espigones, de barcos y navíos que atracaron en sus tierras buscando descansar de largos viajes, buscando comerciar pieles y especias, buscando pisar tierra firme tras días eternos de mar bravía y horizontes eternos de mar. Llama de esperanza de barcos y navegantes, el faro invitaba a los marinos a atacar en tierra y descansar tras una larga travesía, salvando embarcaciones en días de niebla y borrascas, evitando que encallaran en las rocas, guiando el camino de marineros por el horizonte, permitiéndoles llegar a un buen puerto.

El farero cumplía su tarea con dedicación. Le gustaba su tarea, no sólo porque le permitía ayudar, merced a su sencillo e imprescindible foco, a veleros, yates y remolcadores hasta que se perdían en algún recodo del horizonte. Todos los días lo mismo. Misma rutina, misma dedicación. Monotonía diaria y eterna. Todos los días lo mismo: días eternos desde la salida del sol hasta su puesta. Alejado del mundo y la civilización, a pesar de su cercanía, el faro era un mundo aparte. El farero subió lentamente las escaleras: había subido tantas veces que ya olvidaba el número de escalones. Una cuesta eterna que parecía no tener fin pero en cuya meta una luz recibía al farero iluminando la oscura noche.

Había visto miles de barcos pasar ante sus ojos. Miles de embarcaciones que llegaban a buen puerto gracias a su labor. Un héroe anónimo desconocido por todos, sin boato ni palabras de agradecimiento, un trabajo imprescindible y olvidado que permitía a los barcos seguir navegando sin miedo ni problemas. Miles de barcos que obviaban quién lo había hecho posible.

Sus ojos ya estaban acostumbrados a la negra oscuridad de la noche. La espesa oscuridad siempre le provocaba insomnio, además de náuseas. a pesar de que disfrutaba de su trabajo, la monotonía empezaba a hacerle mella: todos los días lo mismo. Salvar barcos oteando el horizonte infinito. Es la calma antes de la tormenta. Sólo cuando al alba el otro faro, también llamado sol, fue encendiendo de a poco la ribera y el oleaje, el faro tuvo noción de la tragedia. 

El silencio imperaba en la oscuridad de la noche. Una sensación de vacío se apoderó de su ser, haciéndolo parecer insignificante, como si fuera un grano de arena más en el gran desierto del tiempo. Dejad que no se apague la luz. Su único propósito. Eso era lo único que importaba. Daba igual si hacía frío, lluvia o sol: eso era lo único que importaba. daba igual las miles de hojas escritas en el diario intentando pasar el tiempo, intentando ocupar la mente, impidiendo que pensamientos oscuros entraran. escribir a la luz de la vela mientras las sombras de la noche parecían materializarse ante sus ojos, figuras que le abrazaban y jugaban con su mente. Mira cómo tiemblas. Estás tan loco, que no sabes ni lo que es arriba ni lo que es abajo. ¿Cuánto tiempo hemos estado en esta isla? ¿Cinco semanas? ¿Dos días? ¿Dónde estamos? Ayúdame a recordar, ¿Quién eres tú otra vez ? Probablemente soy un producto de tu imaginación. Esta isla es un producto de su imaginación, también. Probablemente estas vagando por una arboleda de alisos, al norte, como un maníaco congelado hablando contigo mismo, hasta las rodillas de nieve.

No dejes que se apague la luz. !Maldita sea! ¡Deja de repetirlo! ¡Deja de repetirlo! ¡Todos los días lo mismo! ¡Todos los días igual! tantas historias de criaturas marinas que tientan a los hombres: sirenas, tritones, ninfas... ¿por qué no acudís aquí? ¿Historias de tentaciones que en las vida real se convierte en la más marga soledad! ¡ Callaos! ¡Cerrad el pico, voces oscuras!¡Deja que Neptuno te mate! ¡Escuchad! Escucha, Tritón, escucha! Grita, dile a nuestro padre, el rey del mar, se elevan desde las profundidades, con toda su furia, olas negras llenas de espuma de sal, para sofocar esta joven boca con baba picante, para ahogaros, engordando vuestros órganos hasta que te pongas azul e hinchado con la sentina y la salmuera y no puede gritar más. Sólo cuando él, coronado en conchas de berberecho con la cola con tentáculos deslizándose y la barba humeante, toma con su brazo caído y con aletas, sus chillidos de tridente de coral en la tempestad y se zambulle a través de tu garganta, que se rompió, una vejiga abultada no más, pero ahora es una maldita cinta, un nada para las arpías y las almas de los marineros muertos para picotear, arañar y alimentarse, sólo para ser solapado y tragado por las aguas infinitas del temible emperador en persona, olvidado a cualquier hombre, a cualquier hora, olvidado a cualquier Dios o diablo, olvidado incluso al mar, para cualquier cosa o parte de él , incluso cualquier escaneado de tu alma, ya no es él, pero ahora es en sí mismo el mar.

Lo limpias de nuevo, y lo limpias apropiadamente, como esta vez, y luego lo estarás limpiando diez veces más después de eso. Y si te digo que levantes y desarmes todas las tablas del suelo y las tablillas de esta casa y las limpies con tus nudillos desnudos y sangrantes, ¡lo harás! Y si te digo que saques cada clavo de cada agujero de clavo enmohecido y chupa cada rastro de óxido hasta que todas las uñas brillen como el picoteo de un cachalote, y luego carpintería toda la estación de luz de la chatarra y luego, hazlo todo de nuevo, ¡lo harás! 
 
Soledad que acudes a mi alma en la fría y oscura noche. El sol, mi dios, la noche rumorosa, La lluvia, intimidad de siempre, El bosque y su alentar pagano, El mar, el mar como su nombre hermoso. Y sobre todos ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como al ave cansada los brazos de la piedra. Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, oigo tus oscuras imprecaciones, contemplo tus blancas caricias; erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, roncas y violentas son las noches como el mar, mi morada, mi eterno tormento como Tántalo y Sísifo, dolor que acude en las noches oscuras y en mis pesadillas, único compañero que recuerda que todavía estoy vivo.

Dolor eterno que deja huella. Escuché hablar de esa vida. Difícil. Trabaja más duro para un hombre que dos caballos, dicen. No, gracias. El mar, ella es la única situación que me falta. Delirando sobre sirenas, tritones, malos presagios y cosas por el estilo. ¿Cuánto tiempo llevo aquí ? ¿dos semanas, dos meses, dos años?  Ayúdame a recordar: las ideas se agolpan y, al final, no queda más sentido que un diente de gallina. Creía que había algo de encanto en la luz. Se dio cuenta de que San Telmo había arrojado su fuego en ella. Si la muerte pálida, con un terror agudo, hiciera de las cuevas del océano nuestro lecho, Dios que oye las olas rodar, se dignará salvar mi alma suplicante. 

Monotonía eterna.  El viento sopla violentamente mientras las olas rompen el silencio de la noche chocando contra las rocas. Nada más que tristeza dentro y fuera. Siento una oscuridad a pesar de convivir con una eterna llama encendida que ilumina el paso de los barcos por la noche, llama que no calienta ni alumbra a pesar de la luz, luz tan distante de mi ser a pesar de la cercanía.

3 comentarios:

  1. Muy bien escrito este relato. Me desorientaron un poco los tiempos verbales y manejo de los puntos de vista de el relator. Me trasmite tristeza y desazo'n... Gracias poeta!

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