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jueves, 5 de julio de 2018

CUANDO NADA VALE NADA

El hombre empezó a notarse insignificante, como si fuera una mota de polvo más en el inmenso desierto que es el mundo. La sensación de ahogo y de impotencia inundaba su cuerpo, oprimiendo su pecho, dificultando su respiración. Luchó por respirar con bocanadas fuertes, forzando sus pulmones, buscando una mísera gota de aire, pero fue inútil.

La sensación de ahogo iba a más y empezaba a jugar con sus percepción de la realidad. La habitación parecía plegarse sobre si misma, las paredes iban retrocediendo cada vez más, estrechándose, devorando cada rincón y cada espacio, atrapándole en un zulo estrecho, oscuro y frío. Luchó por escapar, por salir de ahí pero algo le retenía las piernas y le inmovilizaba en contra de su voluntad. era como una cadena invisible que lo ataba y le impedía moverse, por más que zafara y luchara por romperla, sus eslabones no cedían.
  
El dolor, la impotencia y la rabia aparecieron. Sus ecos empezaban a resonar en su cabeza, recordando su pasado, su vida. Empezó a golpear su cabeza contra las paredes con el objetivo de librarse de esos ecos que resonaban en su cerebro y que le hacían la vida imposible. El dolor le devolvió momentáneamente a la realidad, pero a un gran coste.

Los golpes habían provocado convulsiones y problemas en su coordinación. La estructura de su cuerpo estaba visiblemente dañada:  empezó a temblar violentamente, perdiendo el equilibrio. Sus piernas ya no le sostenían, no soportaban la acumulación de dolor físico y depresión que se acumulaban en sus rodillas. Necesitaba pisar tierra firme.

Cayó de rodillas. Notó como el peso de su cuerpo era una pesada carga que oprimía su pecho, impidiéndole respirar. Era un embalse demasiado lleno que necesitada evacuar su carga, carga que le ahogaba. Las lágrimas empezaron a surcar su rostro, liberando la rabia y la impotencia convirtiéndose en un eterno torrente de dolor y sufrimiento que formaba charcos en el suelo.

Recordó el pasado. Su infancia feliz, su familia y sus amigos. El pasado siempre es recordado con dolor, dolor por lo que pasó, por lo que perdimos, por lo que ya no tenemos. Todo eso ya pasó. No volvería. 

Ahora estaba solo.

Una ráfaga de aire frío le golpeó. Agradable al principio por la sensación de frescor, el frío empezó a quemarle los pulmones, impidiéndole respirar.

Conmocionado por la falta de aire y dolor acumulado, caminó tambaleándose y se dirigió a su habitación, chocándose con las paredes, cayendo numerosas veces al suelo y volviéndose a reincorporar. Entró en una amplia sala donde kilos de ropa sucia estaban desperdigados, formando pequeños montones. Colocadas sin orden, la sensación de caos era una de las primera manifestaciones de su locura. Los muebles estaban rotos por los golpes y la rabia que había descargado en ellos, colocados y desperdigados de forma caótica tras uno de los tsunamis de rabia que le había golpeado.

La locura iba ganando terreno. Nublada su juicio y se alimentaba de su dolor y su rabia. La razón iba desapareciendo, poco a poca hasta que se convirtió en un polvo que borró la última brisa de la primavera. Sumido por la vorágine, creyó ver la figura de su hermano en la habitación. Ese hermano, excluido por ser diferente del resto de la gente por la enfermedad que padecía, silenciado por Dios eternamente sin que él pudiera hacer algo para impedir que cayese a ese gran pozo oscuro, sin fondo, que es el morir.

El recuerdo de su hermano le hizo caer de dolor y pena. Su cuerpo chocó con el suelo, haciendo que sus rodillas sangrasen. Estaba solo. No podía soportarlo. No era lo suficientemente fuerte. No había otra salida.

Recordó en ese momento una estrofa de una canción que decía:

“CUESTA DISTINGUIR LA REALIDAD CUANDO LA VIDA NO VALE NADA Y CUANDO NADA VALE NADA YA”

Esa idea germinó en su mente. Poco a poco fue creciendo hasta convertirse en una obsesión. Era verdad. No había otra salida. No podía evitarlo. tenía que hacerlo. tenía que acabar con su sufrimiento.  Abrió de golpe los armarios, tanteó las paredes y los suelos. No lo encontraba. Pero la encontraría. Al final la halló, una cuerda fuerte. Esa serviría.

Se detuvo un momento. ¿estaba dispuesto a hacerlo? ¿no había otra solución? Los recuerdos se agolpaban en su cabeza y la duda apareció por primera vez en toda la noche. Una ráfaga de aire frío le golpeó de frente, haciendo que empezase a temblar violentamente y a estornudar. No, no había otro modo. Tenía que hacerlo. Tenía que seguir adelante.

Su cuerpo tembló violentamente cuando tiró la silla que mantenía sus pies en el suelo. La soga no le había roto el cuello así que notaría cómo su cuerpo buscaba los últimos vestigios de aire y luchaba por respirar. La sangre se agolpaba en su cuello y no subía a la cabeza, dejándole sin oxígeno sumergiéndole en una oscuridad y en el vacío infinito. Un último espasmo en las piernas, que quedaron totalmente inmóviles confirmaba su fatal desenlace. 

El silencio y la oscuridad inundaron la sala.
...

El dispositivo policial estaba ya montado. El barrio antaño tranquilo, estaba en ebullición. Los vecinos de un pequeño bloque de viviendas  habían denunciado que, desde hacía varios días, no se veía a de sus propietarios. Preocupados llamaron a su puerta, pero, al no recibir respuesta y después de intentar tirar la puerta abajo sin éxito, llamaron a la policía.

Tras tirar la puerta abajo, la policía se encontró con el cuerpo de hombre colgado en una habitación. Inspeccionaron la casa, buscando pruebas o indicios que explicaran que había pasado. Uno de los
oficiales entró el dormitorio. Los armarios estaban abiertos y todo estaba en desorden. Encontró el cadáver de un hombre colgado del techo. Debajo de él, había un trozo de papel.

El oficial lo recogió y lo leyó. En él, había escrito:

Perdóname por haber sido uno más

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