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lunes, 8 de septiembre de 2025

JUNTOS

Respiro en el borde de tus párpados
Y entre tus dedos corres por mis días brillantes
Lejos de ti mi voz es tu fuente
Y en mi sueño tu sangre fluye a través de mí
Gran sombra blanca en mi rostro
Que nadie puede ver y que abre mi vista
Mi presencia es mi alegría solo en tu luz
Recuesta la cabeza en tu hombro:
Te acaricio con un gesto lento,
como si mi mano recorriera
un largo pergamino invisible.
No solo sobre tu cabeza: en todos los frentes
Qué dolor de tormento y fatiga
en estas ciegas caricias mías,
como hojas amarillas de otoño
en un charco que refleja el cielo.

domingo, 7 de septiembre de 2025

EL EJÉRCITO ETERNO

Los enemigos en vida siguen incluso después de haber cruzado el umbral de la muerte. Los apenas trescientos hombres que se agazapan en la cumbre, empapados hasta los huesos y contraídos por la tensión, tiemblan ante el sonido de los más de veinte mil hombres que les vienen encima. Algunos murmuran los que pueden ser sus últimos rezos para así preparar su espíritu antes de dar cuentas ante Dios. Otros, al borde del colapso psicológico, se acuerdan de los cálidos abrazos de sus mujeres y las palabras de despedida ofrecidas a sus hijos.

La leyendas cuentan que hace siglos hubo un feroz batalla en una tierra lejana. Ejércitos se enfrentaron durante varios días con sus noches, en una contienda sin fin. Los días se convirtieron en en semanas, las semanas en meses y la moción del tiempo se perdió en la vorágines de espadas y sangre derramada. La batalla había sido feroz. Los combatientes apenas podían mantenerse en pie. Los hombres estaban heridos y contusionados en brazos y piernas, sus uniformes hechos jirones y sus monturas encabritadas y deseosas de huir de aquel purgatorio, sin embargo, si algo  hace percatarse de que aquello es una tragedia, es el rostro confuso y aterrorizado de esos hombres. La derrota había llegado por fin.

El ejército mantuvo durante largos días su honor y notoriedad con constantes hazañas heroicas. El gran deber que se habían encomendado y que constituía el propósito principal de su institución, a saber, la defensa de los santos lugares contra los paganos, al menos pudieron desempeñarlo con un valor y una devoción ejemplares. Durante la dilatada e inestable contienda entre los dos imperios, vertían su generosa sangre, bien en la brecha, bien en el campo de batalla. Sencillamente vestidos y cubiertos de polvo,  presentan un semblante quemado por los rayos del sol, y sus miradas son arrogantes y severas: al aproximarse el momento de la lucha, envuelven de fe su ánima y de hierro su cuerpo; sus armas son sus únicas galas, y las emplean con valentía en los mayores peligros, sin temer el número ni la fuerza de los infieles: tienen puesta toda su fe en el Dios de los ejércitos, y al batallar por su causa buscan una victoria segura, o una santa y digna muerte. ¡Oh, bienaventurada forma de vivir, gracias a la cual se espera sin miedo la muerte, anhelándola con alegría y aceptándola con la certeza de la salvación eterna!

La batalla duró días, semanas, el tiempo se dilató y expandió hasta límites desconocidos mientras ambos ejércitos seguían luchando. las leyendas dicen que el polvo y la tierra se mezcló con la sangre derramada de los combatientes, uniéndose a su cuerpo. Lentamente, la rigidez fue apoderándose de los soldados de ambos bandos hasta convertirse en inmóviles estatuas dispuestas a la batalla. Pasado el tiempo, solo quedaban una escena de lucha de dos ejércitos inmóviles en un campo regado por sangre entremezclada con el barro. El tiempo pasó,  las civilizaciones e imperios se derrumbaron y la historia se convirtió en leyenda. Nadie recuerda ya por qué combatían ni los nombre de los reyes a los que servían y los viandantes y visitantes solo se encontraron unas estatuas de soldados en posición de batalla, dispuesto a morir por sus señores y enarbolar sus estandartes ahora cubiertos por el lodo y el polvo del tiempo, ecos de una pasado violento y una época conflictiva.