La leyendas cuentan que hace siglos hubo un feroz batalla en una tierra lejana. Ejércitos se enfrentaron durante varios días con sus noches, en una contienda sin fin. Los días se convirtieron en en semanas, las semanas en meses y la moción del tiempo se perdió en la vorágines de espadas y sangre derramada. La batalla había sido feroz. Los combatientes apenas podían mantenerse en pie. Los hombres estaban heridos y contusionados en brazos y piernas, sus uniformes hechos jirones y sus monturas encabritadas y deseosas de huir de aquel purgatorio, sin embargo, si algo hace percatarse de que aquello es una tragedia, es el rostro confuso y aterrorizado de esos hombres. La derrota había llegado por fin.
El ejército mantuvo durante largos días su honor y notoriedad con constantes hazañas heroicas. El gran deber que se habían encomendado y que constituía el propósito principal de su institución, a saber, la defensa de los santos lugares contra los paganos, al menos pudieron desempeñarlo con un valor y una devoción ejemplares. Durante la dilatada e inestable contienda entre los dos imperios, vertían su generosa sangre, bien en la brecha, bien en el campo de batalla. Sencillamente vestidos y cubiertos de polvo, presentan un semblante quemado por los rayos del sol, y sus miradas son arrogantes y severas: al aproximarse el momento de la lucha, envuelven de fe su ánima y de hierro su cuerpo; sus armas son sus únicas galas, y las emplean con valentía en los mayores peligros, sin temer el número ni la fuerza de los infieles: tienen puesta toda su fe en el Dios de los ejércitos, y al batallar por su causa buscan una victoria segura, o una santa y digna muerte. ¡Oh, bienaventurada forma de vivir, gracias a la cual se espera sin miedo la muerte, anhelándola con alegría y aceptándola con la certeza de la salvación eterna!
La batalla duró días, semanas, el tiempo se dilató y expandió hasta límites desconocidos mientras ambos ejércitos seguían luchando. las leyendas dicen que el polvo y la tierra se mezcló con la sangre derramada de los combatientes, uniéndose a su cuerpo. Lentamente, la rigidez fue apoderándose de los soldados de ambos bandos hasta convertirse en inmóviles estatuas dispuestas a la batalla. Pasado el tiempo, solo quedaban una escena de lucha de dos ejércitos inmóviles en un campo regado por sangre entremezclada con el barro. El tiempo pasó, las civilizaciones e imperios se derrumbaron y la historia se convirtió en leyenda. Nadie recuerda ya por qué combatían ni los nombre de los reyes a los que servían y los viandantes y visitantes solo se encontraron unas estatuas de soldados en posición de batalla, dispuesto a morir por sus señores y enarbolar sus estandartes ahora cubiertos por el lodo y el polvo del tiempo, ecos de una pasado violento y una época conflictiva.
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