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miércoles, 18 de octubre de 2023

EL RELOJ

En una calle concurrida de una ciudad cualquiera amanece. El reloj del edificio más grande y llamativo llama a los viandantes con su tictac, viendo pasar miles de personas que deambulan por las calles de camino al trabajo. Vidas sencillas, monótonas, con caras largas escondidas bajo las miradas legañosas y cabizbajas que buscan pasar inadvertidos. El reloj del edificio es el observador eterno del tiempo: desde su posición miles de vidas anónimas lo han observado con angustia, curiosidad, indiferencia... ha visto los pasos de los viandantes coger impulso bajo el leve tic tac del minutero que lentamente va acercándose a la hora  anunciada por la pequeña campana que marca las horas. 

Un día determinado, a una hora concreta de un año específico, el reloj marcó la vida de los ciudadanos quedando retratada en las páginas de la historia de la ciudad. En un caluroso día, sonaron las sirenas de las alarmas antiaéreas. Un sonido repetitivo, duro, discordante. Aquel sonido era más que una señal: era un grito de guerra, un desafío, una queja rabiosa y un lamento. La gente corría despavorida por las calles buscando refugio mientras el cielo se oscurecía bajo las alas de los aviones que descargaban muerte. Las bombas cayendo y las ráfagas de ametralladoras crearon una nueva sinfonía marcada por los llantos y los gritos de aquellos que intentaban huir de la muerte caída del cielo, una melodía complementada por la sirenas y los pasos por el suelo frio en busca de refugio.

Pasado el trágico canto de las sirenas, hubo un silencio neutro en el cielo, pálido y lejano, lleno de amenazas. La ciudad estaba en ruinas tras un breve y eterno momento mientras los llantos volvían a hacer su aparición en un paisaje desolador donde la destrucción y la muerte llenaban las calles regadas con sangre y dolor. La ciudad, antes engalanada de edificios, era un vasto montón de escombros y esperanzas rotas escondidas en refugios antiaéreos. La muerte y la destrucción reinaban donde antes el paisaje estaba lleno de vida. 

Y los árboles, y la luna, y la lluvia, y el viento permanecieron sordos tras lo allí acontecido. Y el reloj sombrío, único testigo y superviviente de lo pasado y acontecido, aquel que mide indiferente las horas tristes, se había parado para siempre, recordando aquel trágico momento.

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