Al iniciarse la guerra civil tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936 se encontraba en Madrid, trasladándose a Valencia a finales de 1936 y posteriormente a Barcelona. Publicó sus álbumes Galicia mártir y Atila en Galicia, en los que denunció los excesos de las tropas sublevadas en Galicia. En 1938 viajó en misión oficial a la URSS, invitado como artista a la celebración del Primero de Mayo. Luego se exilió a Nueva York donde editó el álbum Milicianos, dedicado a los civiles que combatieron a los militares sublevados en los primeros meses de la guerra civil. En 1939, tras visitar Cuba, trabajó en el álbum Debuxos de Negros, una serie de dibujos que mostraban escenas de la música, la cultura y la discriminación que sufría la población de color tanto en Cuba como en Estados Unidos.
A partir de julio de 1940 se instaló en Buenos Aires. Impulsó el Consejo de Galicia, creado en 1944 en Montevideo, que agrupaba a los diputados gallegos en el exilio, y lo presidió hasta su muerte. Fue ministro sin cartera del gobierno republicano en el exilio presidido por José Giral (1946-1947), estableciéndose en París donde vivió hasta agosto de 1947.
El 7 de enero de 1950 moría en el exilio, en Buenos Aires (Argentina), Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, padre del galleguismo político. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Galicia en 1984, y ahora descansan en el Panteón de Gallegos Ilustres, en el monasterio de Santo Domingo de Bonaval en Santiago de Compostela.
Castelao y el galleguimo
El galleguismo apareció a mediados del siglo XIX, cuando se formuló como provincialismo y posteriormente como regionalismo. El término se utiliza especialmente a partir de la constitución de la primera Irmandade da Fala en 1916 en La Coruña. Las Irmandades eran una organización en la que participaban la pequeña burguesía e intelectuales, estando lideradas por Antón Villar Ponte. Este primigenio núcleo galleguista se configura más como movimiento que como partido, es decir, como una amplia corriente de opinión que intenta aglutinar bajo unos adjetivos políticos mínimos y muy generales un amplio consenso social. La reivindicación base de este movimiento era la lengua gallega y, como su nombre indica, las Irmandades centraban su actividad casi exclusivamente en la tarea de conquistar un estatus digno para la lengua gallega.
En la década siguiente se consolidaron dos corrientes: la republicana autonomista de la ORGA, liderada por Casares Quiroga y el propio Antón Villar Ponte, fundada en La Coruña en 1929 (la cual se integraría durante la Segunda República en la Izquierda Republicana de Manuel Azaña), y la nacionalista, alrededor del Partido Galeguista de Castelao, fundado en 1931 e incluyendo numerosos militantes provenientes de la ORGA, como Villar Ponte. La ORGA participó en el Pacto de San Sebastián (1930).
Con el advenimiento de la Segunda República en 1931, se redactaron diversos anteproyectos y bases para un Estatuto de Autonomía, cuya propuesta definitiva se aprobó en diciembre de 1932 en la Asamblea de Municipios de Santiago de Compostela. En las elecciones de febrero de 1936 fue nuevamente elegido diputado en la candidatura del Frente Popular. En las semanas siguientes participó activamente en la campaña por el sí al Estatuto de Autonomía de Galicia: El Estatuto fue aprobado en referéndum el 28 de junio de 1936 y por las Cortes Españolas en 1937, en plena Guerra Civil. Dado que Galicia había permanecido desde el principio de la guerra en manos de los sublevados, no pudo aplicarse. Muchos galleguistas tuvieron que exiliarse, huyendo de la represión franquista.
DISCURSO DO DIPUTADO ALFONSO DANIEL RODRÍGUEZ CASTELAO NAS CORTES CONSTITUINTES DA II REPÚBLICA (1931) DEFENSA E LOUVANZA DA LINGUA GALEGA
Al intervenir por primera vez en los debates de este Parlamento, permitidme que os haga mi presentación. Yo no soy más que un artista, que ha puesto su arte al servicio de una bella causa: la de despertar el alma de Galicia, creyendo que es preciso añadir a nuestra vieja tradición interrumpida y olvidada, una nueva tradición. No entiendo, claro está, por tradición, la serie de actualidades superpuestas, sino lo eterno, ese eterno que vive en el instinto popular.
Galicia no cuenta con una gran ciudad, pero tiene el mar, y posee un fuerte anhelo de ciudadanía. De mi pueblo deciros que prefiere ayudar a la creación de una ciudad que vivir en una gran ciudad, ya hecha, definitivamente terminada que, a lo mejor, resulta centro de una civilización muerta. Creo que los hombres de espíritu libre, libre incluso de los prejuicios de una gran cultura, deben ser, en cierto modo como los pájaros; los gorriones viven bien en las ciudades, pero los pájaros que saben cantar huyen de los centros populosos. Yo bien sé que hay gorriones de ciudad que no sabrían vivir en provincias.
Yo soy, pues, un aldeano: no traigo la voz de la calle, ni del café, ni del Ateneo; traigo el mandato de un grupo de hombres, de muchachos estudiosos que pretendían realizar allá, en mi tierra, un ensayo del Paraíso; demasiado, quizá, pero siempre buenos y generosos.
Voy a defender, nada más, que la intención con que hemos presentado esta enmienda. Si nosotros fuésemos catalanes, nada tendríamos que objetar a la redacción del artículo 4º del proyecto que se discute, porque el hecho lingüístico de Cataluña, está ya reconocido y amparado por Decretos, muy laudables, por cierto, emanados del Gobierno Provisional de la República; pero, señores diputados, la lengua gallega no ha merecido aún el reconocimiento de su existencia, y permitidme que os diga que esta injusticia y desigualdad bien pudiera perdurar.
Desde que los Reyes Católicos verificaron el hecho que Zurita llamó doma y castración del Reino de Galicia, la lengua gallega ha quedado prohibida en la administración, en los tribunales, en la enseñanza, y la Iglesia misma evitó que nosotros, los gallegos, rezásemos en nuestra propia lengua.
(Esta política de asimilación y hostilidad, sólo ha conseguido en tanto este pobre triunfo: que los niños de las escuelas gallegas creen que hablar castellano es hablar bien, y que hablar gallego es hablar mal. Por esto y por lo otro, el Galleguismo es sólo un caso de dignidad colectiva, que ha resonado en el pecho de intelectuales que tienen corazón, en el de los que pretenden suprimir las miserias cotidianas del vivir labriego y marinero, y en el de los que sueñan con llevar ideas y sentimientos nuevos a la corriente universal.
Nuestro idioma gallego debe merecer toda vuestra simpatía, porque es la lengua del trabajador, del obrero, del artesano, del labriego, del marinero; fue la lengua de vasallos y de magnates, y sólo despreciada por esos señoritos cursis y desocupados de las capitales de provincia).
La resurrección de nuestra lengua en el siglo XIX fue un revivir de la democracia, y los poetas gallegos fueron los creadores del aliento civil de mi tierra. El gallego es hablado por la inmensa mayoría de los habitantes de Galicia y es comprendido por todos. Los maestros lo emplean como inevitable recurso pedagógico, al margen de toda legalidad, en las escuelas de primera infancia; y lo emplean los jueces del país cuando quieren esclarecer la verdad, y lo emplean los notarios y los empleados de la Administración en sus relaciones con la gente del pueblo. En estos últimos años, con el evidente renacer de nuestros estudios y de nuestra literatura, el gallego consiguió, logró categoría de lengua culta.
Pero aún hay más: con la dignificación de nuestra lengua logramos quizá o nos acercamos a realizar el gran hecho histórico: la compenetración ibérica que todos anhelamos; porque tengo que recordaros, señores diputados, que el galaico-portugués es hablado por unos cuarenta millones de personas.
Al presentar esta enmienda, los gallegos no hemos querido más que una cosa: que quedase en la Constitución el respeto para nuestro idioma, y para merecerlo, yo no he de recurrir solamente a razones de sentimiento, confiando en vuestra cordialidad de hermanos.
El Gallleguismo es algo más que un Partido Político. Y ese algo más que tiene, es por lo que yo fui siempre galleguista, y de todos lo problemas que interesan a nuestro Partido ninguno para mí es tan importante como el que se refiere a la dignificación del idioma. Porque, señores diputados, si los gallegos aún somos gallegos, es por obra y gracia del lenguaje, porque un cultivo estético y científico de nuestra lengua viene a ser la reconquista de todo cuanto tuvimos, y porque perdiéndose nuestro lenguaje, ya no nos quedaría ninguna esperanza de revivir.
(Pero hay muchos que nos combaten por razones de patriotismo, y es preciso decirles que los galleguistas no queremos más que una cosa: que el gallego, si no en lo oficial, sea, por lo menos, tan español como el castellano. Y con esto ya queda dicho que no somos separatistas, porque si separatismo viene de separar, separatista será el que no quiera que el gallego sea también un idioma español). Y hay otros que desprecian nuestros anhelos por creer que un idioma no es más que un medio de expresión. Si así fuese, tendríamos que matar el gallego evidentemente; pero también permitidme que os diga que después, quizá, tuviésemos que matar el castellano, hasta llegar al idioma que tuviese más altos créditos científicos, y más grande valor bibliográfico, si no queríamos acogernos a un idioma artificial. Pero el idioma, más que un medio de expresión, es una fuente de arte, es el vehículo del alma original de un pueblo, y, sobre todo, es en sí una gran obra de arte que nadie debe destruír. Y hay otros que se ríen de nosotros, porque sueñan todavía con el triunfo de un idioma único. Esta es una bella ilusión que no se llegará a realizar nunca. Hace ya algunos años me encontraba yo una tarde, allá en Finisterre (Bretaña), pensando en mi tierra, y cantó el cuco, y noté que aquel cuco cantaba como los nuestros, y ladró un perro, y noté que el perro ladraba como los nuestros, y entonces surgió en mi imaginación esta gran verdad: los pobres animales aún están en el idioma universal, y hay quien piensa que es preciso que matemos el gallego para que podamos entendernos mejor en la emigración. ¡Qué pobre y qué miserable idea! (Nosotros aspiramos a que todos los gallegos sepan hablar perfectamente el gallego, y sepan hablar perfectamente el castellano; pero, ya que se habla de emigración, es preciso decir que los galleguistas aspiramosa una cosa: a suprimir la necesidad de emigrar; porque, amigos y hermanos, Galicia debe ser algo más que un criadero de carne humana para la explotación, porque, después de todo, la riqueza de unos cuantos indianos, más o menos filántropos, no puede compensarnos de la tuberculosis que debemos a la emigración).
Tenemos en nuestra tierra gallega muchos propagandistas de magnífica buena fé que hablan siempre en castellano en sus propagandas, en un castellano muy malo por cierto, porque quizás ignoran que la dignificación de la lengua materna corresponde al grado superior de la conciencia política y social para gobernar. El desprecio de la lengua materna significa un renunciamiento de derechos, y proviene de una anestesia de la dignidad colectiva.
Yo he visto en el año 1921, en Amberes, a Verderbelde, al frente de una importante manifestación que, entre otras cosas, reclamaba la oficialidad de la lengua materna. ¡Y hay quien quiere negar la importancia de nuestro idioma! Pero es preciso decir que es el último lazo que une a España con Portugal. Porque, amigos y hermanos, es preciso pensar en Portugal. Se habla muchas veces de una confederación ibérica como bella ilusión; pero es preciso deciros que no hay más que una puerta por donde España pueda comunicar con Portugal: esa puerta es Galicia, y es el idioma. Y también hay mucha gente en nuestra tierra, casi siempre señoritos desocupados, que dicen no sentir la necesidad de hablar gallego; pero como yo lo hablo cordialmente, tengo que contestar una cosa siempre: que esa necesidad no se siente en el vientre.
Cuando yo fui a la escuela no sabía aún hablar en castellano, porque yo tengo que deciros que soy hijo de una familia humildísima. Fui a la escuela muchas veces descalzo, con un pedazo de pan de maíz en el bolsillo. Por eso el tiempo feliz de la infancia, ese tiempo que es el más feliz en todos los hombres; pero yo creo que en mí lo es aún más, porque soy aldeano, y por serlo, y por haber probado la miel de otros idiomas, es por lo que quiero dignificar el habla de mi pueblo, la lengua del único rey español que se llamó sabio, el viejo idioma que supieron guardar como oro nuestros trabajadores del mar y de la tierra, de estos trabajadores gallegos que son de mi sangre y son de mi carne.
Señores diputados: si aprobáis esta enmienda, u otra cualquiera que signifique respeto para nuestra lengua, Galicia entera os lo agradecerá.
Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao |
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