Durante más de mil años y extendiendo su influencia a lo
largo de todo el mundo mediterráneo y más allá, la religión de los griegos
ofrecía planos muy diversos. Desde luego, estaban aquellos, como los héroes
sobre los escribió Homero, que no abrigaban la esperanza de tener una
existencia bendita después de la muerte, y aquéllos, como los de Platón, que
esperaban un juicio después de la muerte, que separara al bueno del malo.
La religión abarcaba con la piedad a los simples campesinos y, además, era la fuente de las especulaciones de los pensadores sofisticados; la religión griega tuvo diversas formas de observancia que iban de los excesos orgiásticos de los adoradores de Dionisio a los que se esforzaban para la purificarse con rígidas restricciones dietéticas. Los griegos aceptaban que los extranjeros reverenciaran a sus propios dioses, siempre que se respetaran los cultos locales. Los dioses fijaban su morada en los templos, donde recibían ofrendas de los fieles, consistentes, entre otras cosas, en sacrificios de animales. Cada polis tenía sus propias divinidades, aunque el más importante de todos, considerado padre de la humanidad, fue Zeus.
Los orígenes de religión griega se pierden en la prehistoria. En el siglo II a. C. pueblos que hablaban griego vinieron desde el sur a la península, que ahora conocemos como Grecia, trayendo sus dioses; más tarde, en la segunda mitad del siglo II a.C.la civilización griega de Micenas, se centró en el continente. Escritas en tablillas de arcilla en una escritura conocida como B Lineal, se grabaron archivos que detallaban las ofrendas - los vasos de oro, las ovejas, el trigo, los agasajos de miel-, con la que estos griegos presentaron a sus deidades, algunas de los cuales siguieron siendo adoradas cuando se formalizó la nación griega.
La multitud de dioses griegos, se distinguían de los hombres porque los dioses eran inmortales. Se pensaba que controlaban varias fuerzas naturales o sociales: Zeus, el tiempo, Poseidón, el mar, Remeter, la cosecha, Hera, la maternidad y el matrimonio y, así, sucesivamente. Las actividades de las deidades mayores fueron expresadas por sus epítetos: Zeus Maimaktes, era tormentoso; Zeus Xenios, protegía a los invitados; Zeus Ktesios, era el protector de la casa. Las deidades distintas eran adoradas en lugares diferentes, pero los bardos crearon un sistema unificado de pensamiento, referido en las épicas Homéricas, que retrataron a los dioses mayores y su comportamiento en Monte Olimpo, bajo el soberanía de Zeus Padre. Además del Olimpo, los griegos adoraron varios dioses campesinos: Las Ninfas, las Nalas, las Neridas (que vivían en primaveras), las Driadas (que moraban en los árboles), los Sátiros, y otros. Además, estaban los poderes oscuros del mundo subterráneo, como Funes, que perseguía a los culpables de crímenes contra los parientes consanguíneos. Los griegos establecieron cultos para las figuras que fueron héroes en el pasado, entre los más importantes estaban Heracles y Asclepius(el sanador).
El acto más importante de culto griego era el sacrificio. Las víctimas para el
sacrificio eran distintas, según fuera el dios al que se les ofrecía: las vacas
para Hera, los toros para Zeus y los cerdos para Demeter. El procedimiento del
sacrificio también variaba: una ofrenda se dirigida a un dios del Olimpo se
hacía en un altar al venir el alba; del animal sacrificado, ciertas porciones
eran reservadas para el dios; el resto era compartido en una comida común de los
participantes. Los sacrificios a los dioses del mundo subterráneo se ofrecían
por la tarde; las víctimas eran característicamente negras, y en lugar de
comerlos, íntegros, los metían en un hoyo y los lapidaban. Las ceremonias
comprendían oraciones, libaciones y otras ofrendas, incluidas procesiones y
otros actos, especialmente la adivinación, a través de los oráculos y pájaros.
El adivinador se pasaba la noche de víspera en un templo, esperando ser
visitado por la divinidad en un sueño.
Los dioses se dirigían a los hombres por medio de oráculos o respuestas expresadas a través de sacerdotes y sacerdotisas. El dios más consultado era Apolo, a quien se erigió un importante templo en la ciudad de Delfos.
Los griegos recurrían frecuentemente a las artes de adivinación, especialmente, cuando deseaban acometer una empresa importante para sus vidas. Las observancias religiosas podrían ser privadas, limitadas a los grupos particulares, o por toda la ciudad-estado.
En este caso estaban las grandes fiestas que tenían nombres propios, como el Panathenaea en que los atenienses ofrendaban una nueva túnica a Alhena Polias y a la Ciudad Dionisia en Atenas, en el curso de las cuales los actores representaban tragedias famosas. Estas fiestas y otros actos de culto se centraron, a menudo, en los templos, pero en los tiempos micénicos, se realizaron en la explanadas de los palacios, al lado para los dioses; sin embargo, a finales de las Edades Oscuras, la celebración a esos dioses tenían lugar en sus propios templos. Cada cuatro años los griegos celebraban una fiesta a Zeus, en el Peloponeso Occidental, que data del 776 a.C, fiestas que incluyeron los juegos Olímpicos que contemplaban cuatro concursos panhelénicos de atletismo. No todos los griegos adherían a su religión con igual fervor. Ya en el VI siglo a.C., hubo filósofos en Ionia, que estaban desarrollando una crítica racionalista de las creencias tradicionales y de las prácticas, tarea crítica continuada por los sofistas y los dramaturgos Eurípides y Aristófanes. La historia griega sigue con la conquista de la ciudad-estado y el imperio del persa por Alejandro, el Grande, de Macedonia y el periodo de helenístico vio el florecimiento de las religiones como los cultos egipcios de Isis y Osiris, y la astrología. Durante los trescientos años, después de la muerte de Jesús Cristo, las nuevas religiones cristianas, despacio, pero inexorablemente conquistaron a un creciente número de griegos. Finalmente, con la muerte de emperador Julián, las viejas religiones perdieron a su último gran defensor, pero los elementos de religión griega sobrevivirían en los cultos del cristianismo y en las tradiciones locales.
La Mitología nacida en los pueblos de Egipto, Fenicia y Caldea. Fue llevada a su cúspide por los pueblos de Grecia que la embellecieron con ingeniosas concepciones y l a enriquecieron con ficciones nacidas de su brillante imaginación. A sus ojos pareció demasiado sencillo lo que era tan sólo natural; los relatos de acciones verdaderas se animaron atribuyéndoles circunstancias extraordinarias. A sus ojos los pastores se tornaron sátiros y faunos; las pastoras, ninfas; los jinetes, centauros; los héroes, semidioses; las naranjas, manzanas de oro; en un bajel que navegaba a velas desplegadas vieron un dragón alado. Si un orador conseguía cautivar a su auditorio con los encantos de su elocuencia, atribuíanle el poder de haber amansado los leones y de haber tornado sensibles a los duros peñascos. De esta manera la poesía animó la naturaleza toda y pobló el mundo de seres fantásticos.
Por más que la Mitología sea, casi en su totalidad, tejido continuo de fábulas, no por eso deja de tener una utilidad incontestable. Por ella nos ponemos en condiciones de poder explicar las obras maestras de los pintores y escultores que admiramos y nos facilita la lectura de los poetas y la hace interesante. La Mitología aclara la historia de las naciones paganas, nos hace conocer hasta qué punto los egipcios, griegos y romanos vivían sumidos en profundas tinieblas. Sin duda que la mayor parte de las fábulas que la integran son falsas y absurdas: unos dioses cojos, ciegos, vulgares, luchan entre sí o contra los hombres; nos dioses pobres, desterrados del cielo, se ven obligados, mientras permanecen en la tierra, a ejercer el oficio de albañil o de pastor, quedando, de este modo, ridiculizados en extremo. Pero la Mitología ofrece frecuentemente fábulas morales en las que bajo el velo de la alegoría se ocultan preceptos excelentes y reglas de conducta.
Las Furias que se ceban encarnizadamente en Orestes, el buitre que roe las entrañas de Prometeo, trazan la maravillosa imagen del remordimiento. La historia de Narciso ridiculiza la vanidad estúpida y el exagerado amor a sí mismo. La trágica muerte de Icaro es una lección admirable para los hijos desobedientes Faetón es el tipo de los orgullosos castigados. Los compañeros de Ulises convertidos en viles puercos por los brebajes de Circe, son una imagen fidelísima del embrutecimiento a que conducen la intemperancia y el libertinaje.
¿Creían todos los sabios de la antigüedad en la verdad de las fábulas mitológicas? Seguramente que no, pero no se atrevían a combatirlas abiertamente y contentábanse con burlarse de ellas en el seno de sus familias o en la intimidad de sus amistades. Quiso Sócrates demostrar a los atenienses la existencia de un solo y verdadero Dios y atacar, por ende, el politeísmo, y pagó con la vida sus nobles propósitos. En Roma, Cicerón se atrevió en una de sus obras a chancearse al tratar de los dioses y mereció por ello la censura de sus contemporáneos.
Por más que la Mitología sea, casi en su totalidad, tejido continuo de fábulas, no por eso deja de tener una utilidad incontestable. Por ella nos ponemos en condiciones de poder explicar las obras maestras de los pintores y escultores que admiramos y nos facilita la lectura de los poetas y la hace interesante. La Mitología aclara la historia de las naciones paganas, nos hace conocer hasta qué punto los egipcios, griegos y romanos vivían sumidos en profundas tinieblas. Sin duda que la mayor parte de las fábulas que la integran son falsas y absurdas: unos dioses cojos, ciegos, vulgares, luchan entre sí o contra los hombres; nos dioses pobres, desterrados del cielo, se ven obligados, mientras permanecen en la tierra, a ejercer el oficio de albañil o de pastor, quedando, de este modo, ridiculizados en extremo. Pero la Mitología ofrece frecuentemente fábulas morales en las que bajo el velo de la alegoría se ocultan preceptos excelentes y reglas de conducta.
Las Furias que se ceban encarnizadamente en Orestes, el buitre que roe las entrañas de Prometeo, trazan la maravillosa imagen del remordimiento. La historia de Narciso ridiculiza la vanidad estúpida y el exagerado amor a sí mismo. La trágica muerte de Icaro es una lección admirable para los hijos desobedientes Faetón es el tipo de los orgullosos castigados. Los compañeros de Ulises convertidos en viles puercos por los brebajes de Circe, son una imagen fidelísima del embrutecimiento a que conducen la intemperancia y el libertinaje.
¿Creían todos los sabios de la antigüedad en la verdad de las fábulas mitológicas? Seguramente que no, pero no se atrevían a combatirlas abiertamente y contentábanse con burlarse de ellas en el seno de sus familias o en la intimidad de sus amistades. Quiso Sócrates demostrar a los atenienses la existencia de un solo y verdadero Dios y atacar, por ende, el politeísmo, y pagó con la vida sus nobles propósitos. En Roma, Cicerón se atrevió en una de sus obras a chancearse al tratar de los dioses y mereció por ello la censura de sus contemporáneos.
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