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viernes, 22 de junio de 2012

RÉQUIEM

Cuando el tiempo apaga la llama de la vida con el gélido viento del otoño que anuncia la llegada del invierno, nos damos cuenta cuan frágiles somos, cuan miserables, cuando las lágrimas acuden a las cuencas secas de los ojos, deseosas de ser derramadas como la sangre en una batalla.
Cuando noto que tu aliento se apaga y tu alma abandona tu cuerpo, dejando una cáscara de piel y huesos inerte mientras te sujeto fuertemente la mano contra mi pecho, realizando un pulso con los dioses en mi Odisea particular donde mis fuerzas nacen de la rabia, el dolor y la tristeza y parecen doblegar montañas, derribar muros, destruir imperios creando una nada existencial, donde el único sonido es el susurro del silencio imperante.
Cuando las penas empiezan a golpearnos con fuerza en el pecho, es el preciso instante cuando nos damos cuenta de las palabras del poeta Manrique  
de cuán silenciosa llega la muerte, 
tan callando, de cómo al recordar duele, provoca dolor que significa que no somos de piedra sino de carne y hueso y sentimientos entremezclados, recordando como cualquier tiempo pasado fue mejor antes de que el cuerpo vuelva a la tierra, polvo al polvo, cenizas a las cenizas.
Y no hay mejor homenaje a los muertos que recordar los buenos momentos pasados con ellos: alegrías, tristezas, lloros, llantos, risas... todos en paz y armonía, todos en comunidad, todos en familia... en fin, todos como seres humanos que vivimos, crecemos y morimos pero que albergamos la esperanza de que nuestros cuerpos vuelvan a la madre tierra con más calor y puedan germinar nuevos brotes de esperanza y vida en un nuevo amanecer, en nuevo mañana, pues la rueda del tiempo nunca para a pesar de todo dolor y pena, siempre está en continuo movimiento.
Y, desgraciadamente, no hay peor sentimiento ni peor oficio para un escritor la llegada de la muerte, esa misteriosa dama que viene disfrazada de blanca virgen, de negra túnica portadora de una guadaña afilada, que empieza la siega de las vidas del mundo, esa humilde dama que mueve la pluma y empapa de tinta negra de luto nuestros corazones que el fallecimiento de un ser próximo, un ser querido y que acompaña en su bote hacia el Hades, donde volvemos a encontrarnos con nuestros amigos, familiares, conocidos, enemigos con los que yaceremos eternamente en la memoria de nuestros corazones y en las historias que siempre recordarán y contarán sobre nuestra ida y venida en este mundo.
Allá donde estés, va esta carta de despedida que sabré si llegará a su destino, sino que tendré que esperar a mi hora para conocer si el destinatario la ha recibido.
Descansa en paz, allá donde estés.

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