A mediados de siglo se inició en un buen número de países un proceso de reformas que transformarían los sistemas de gobierno. Las instituciones representativas se convertirían en norma y no en la excepción.
El liberalismo triunfaría en los principales estados europeos, al optar las autoridades por dirigir y controlar unos cambios, que se veían inevitables, para así alejar amenazas revolucionarias. La crisis económica de finales de la década de 1840 fue seguida por unas décadas de expansión que trajeron prosperidad y progreso a un número creciente de ciudadanos. Los cambios fueron especialmente visibles en Inglaterra, mientras el continente continuó siendo mayoritariamente agrario.
Las décadas centrales del siglo vieron el triunfo del nacionalismo. Si en la centuria anterior la identidad local o regional tenía más fuerza que la idea de pertenecer a una “nación”, en este período el nacionalismo se convirtió en un elemento fundamental del escenario político europeo.
Una paz relativa, con ausencia de guerras generalizadas permitió a los grandes Estados emprender reformas políticas, económicas, sociales, culturales, sin tener que exigir en exceso a sus ciudadanos, alejando así el fantasma de la revolución y el caos social.La Inglaterra victoriana
Los inicios de la época victoriana
En 1837, la joven Victoria subió al trono, con solo 18 años, tras la muerte de su tío Guillermo IV. Se iniciaba un larguísimo reinado que confirmó y consolidó el papel protagonista de Gran Bretaña no sólo en el marco europeo.
Reina Victoria |
Los whigs, que gozaban de una amplia mayoría desde la aplicación de la Ley de Reforma de 1832, fueron los grandes protagonistas de las primeras décadas del período victoriano. Tras unos inicios en los que acometieron importantes reformas, las divisiones en el seno del grupo entre los ricos aristócratas reacios a nuevos cambios (lord Melbourne) y los más progresistas (lord Brougham y lord Durham) frenaron su marcha, haciendo que su programa perdiera atractivo. Los whigs parecían incapaces de animar el comercio, solucionar el creciente desempleo o aliviar la situación de las clases populares. La hostilidad contra el gobierno creció cuando en 1839 fue rechazada la primera petición de los cartistas.
Políticos radicales, artesanos, obreros y clases medias, respaldaban la Carta del Pueblo que contenía seis reclamaciones fundamentales: sufragio universal masculino para mayores de 21 años, voto secreto, distritos electorales similares, eliminación de requisitos para ser parlamentario, un sueldo por representar el puesto y elecciones todos los años. El fracaso del movimiento cartista se debió a que reunía en su seno a grupos con objetivos demasiado variados: políticos, económicos y sociales. La vía violenta elegida por algunos de los cartistas dividió y debilitó al grupo. Sin embargo, con el paso del tiempo sus reivindicaciones, excepto las elecciones anuales, serían finalmente adoptas.
En 1841, Gran Bretaña se enfrentaba a una difícil situación económica y cuando se celebraron elecciones el proyecto conservador, encabezado por Robert Peel, parecía más fiable a la hora de animar el comercio y la industria, y en consecuencia paliar el desempleo. Los votantes concedieron la mayoría a los tories, que empezaban a ser conocidos como Conservadores. Durante los cinco años en que estuvo al frente del gobierno, Peel promovió importantes reformas económicas y sociales, pero no pudo superar el problema en torno a las Corn Laws, que se venía arrastrando desde 1815 y que enfrentaba a proteccionistas y librecambistas. Estas leyes que mantenían alto el precio del pan perjudicaban a las clases populares cuando se producían malas cosechas, pero el movimiento Anti-Corn Laws iba más allá. Los temas que discutía incluían la libertad de comercio, la capacidad de competir de la agricultura británica, las consecuencias para trabajadores agrícolas e industriales… Tras reducir ligeramente los impuesto sobre el grano, Peel aprovechó la crisis de la patata en Irlanda (1845) para plantear la supresión de las Corn Laws.
Aunque finalmente consiguió sacar adelante el proyecto (1846), el coste político fue muy elevado. El partido conservador, debilitado por su profunda división interna en este tema, no volvió al poder hasta 1866. Al contrario, los cartistas de la Liga Anti-Corn Laws, con objetivos claros y precisos, defendidos por líderes de gran talla, pudieron hacer valer sus propuestas, lo que supuso un gran avance en la implantación del librecambismo.
Durante el gobierno de Peel, el tema de Irlanda volvió a primer plano. Intentando repetir la represión que había culminado con la promulgación de la Ley de Emancipación de los Católicos a fines de los años veinte,O’Connell anunció en Tara el inminente final de la Ley de Unión de 1800 y la implantación de un Parlamento propio. Sin embargo, el gobierno de Peel anunció que la Unión nunca sería revocada y se enviaron tropas para sofocar cualquier rebelión. Fracasada su estrategia, O’Connell perdió protagonismo al frente del movimiento, siendo sustituido por políticos más jóvenes y violentos. Para calmar los ánimos, Peel hizo algunas concesiones a los católicos irlandeses lo que supuso la oposición de sectores protestantes de su partido. Sin embargo, el estallido de la crisis de la patata (1845) con su secuela de muertos y de emigrantes, alimentaria el odio irlandés hacia unos británicos incapaces de solucionar los problemas económicos y sociales de Irlanda.
Las primeras décadas del período victoriano fueron años de desarrollo económico, pero de inestabilidad política, debido a las divisiones que se produjeron en los partidos sobre los grandes temas antes citados. En el sector del partido conservador que votó con Peel la abolición de las Corn Laws, los conocidos peelitas, destacaba W.E. Gladstone, quien llegaría a convertirse en el líder de los Liberales, como empezaron a ser llamados los whigs, en cuyas filas terminaron la mayoría de los peelitas. Entre los tories proteccionistas, liderados nominalmente por lord Derby, la figura con más futuro era el joven Benjamin Disraeli. Se iniciaban unos años confusos, de predominio liberal, en los que la vitalidad del sistema contribuyó a la consolidación de las instituciones y afianzó un régimen liberal capaz de evolucionar a través de la reforma.
Unión Jack |
Hacia la segunda Ley de Reforma, 1852-1867
Muchos parlamentarios pensaron que la aprobación de la Ley de Reforma de 1832 había puesto punto y final a los avances democratizadores. Sin embargo, una combinación de circunstancias internas y externas crearon el caldo de cultivo favorable a la apertura de un debate sobre la conveniencia de nuevos cambios.
La población masculina adulta en Inglaterra y Gales superaba los cinco millones, pero solo un millón tenían derecho a voto, y las nuevas áreas industriales atraían a muchos habitantes. Ambas circunstancias hacían necesaria una nueva extensión del derecho al voto y una nueva redistribución de los escaños. Los radicales presionaban por un sistema más democrático y se le sumaron las nuevas organizaciones de trabajadores como las New Model Unions, que lograron el reconocimiento de la prensa y de políticos de diverso signo.
Tras un proyecto fallido, presentado por Russell y Gladstone en marzo de 1866, que aumentaba el número de votantes pero no la redistribución de escaños, la posibilidad de reforma quedo en manos del nuevo gobierno conservador. Derby y Disraeli no quisieron dejar pasar la oportunidad de consolidar el gobierno tory sacando adelante la esperada ley. Tras un complicado trámite parlamentario que obligó a los conservadores a introducir enmiendas más avanzadas de lo que hubieran deseado, en 1867 quedó aprobada la Segunda Ley de Reforma. El número de electores prácticamente se dobló, lo que hizo más difícil el control de los votos, y los políticos tuvieron que esforzarse para convencer a los votantes. Las campañas dirigidas por los partidos para llevar su programa a los electores cobraron gran importancia. La lucha electoral había cobrado un nuevo significado.
Parlamento británico |
La reforma triunfaba en una Gran Bretaña que, salvo el conflicto irlandés, pasaba por un período de calma en asuntos internos. La prosperidad económica fue acompañada de una mejora en las condiciones de vida de grupos crecientes de la población, lo que también contribuyó a alejar el fantasma de la revolución. En el exterior, los sucesivos gobiernos lucharon por consolidar un Imperio librecambista, defendiendo el liberalismo, pero sin olvidar nunca la protección, por encima de todo, de los intereses británicos. En este marco general de confianza ciega en la superioridad británica, acontecimientos como el Motín de la India en 1857 sembraron las primeras dudas sobre la viabilidad del poder global de Gran Bretaña. La “joya de la Corona” del Imperio era la India. Desde la ley de 1784 el gobierno nombraba un Gobernador General que desde Calcuta adoptaba las decisiones políticas y cuyo poder aumentó sin cesar en detrimento de la Compañía de las Indias Orientales. A mediados del siglo XIX la mayor parte de la India estaba bajo control directo del gobierno británico. La anexión de Oudh (1856), lugar de procedencia de muchos cipayos, y el conflicto religioso originado por los cartuchos supuestamente contaminados con grasa de vaca y de cerdo, provocó el levantamiento de los cipayos de Meerut el 10 de mayo de 1857. El motín que se extendió por Bengala, Oudh y otras provincias con inusitada violencia y fue reprimido con igual contundencia. Como consecuencia de este choque con la realidad, los británicos se vieron obligados a frenar su política expansiva en la zona y a introducir cambios en su manera de gobernar la India, respetando la religión y las costumbres.
Las últimas décadas de la época victoriana, 1868-1901
El triunfo de los liberales en 1868 convirtió a Gladstone en primer ministro, iniciándose un período en el que los dos grandes partidos, liberal y conservador, con sus líderes Gladstone y Disraeli, se alternaron en el poder.
Muchas de las medidas de Gladstone quisieron promover la igualdad entre los ciudadanos. Se dictaron leyes que abolieron privilegios existentes en las universidades, el ejército o la administración y se extendió la enseñanza elemental. Muchas de las reformas chocaron con los intereses de grupos influyentes que se fueron alejando de los liberales. Además, la limitada eficacia de sus iniciativas en materia social y de salud pública decepcionó a amplios sectores. Sin embargo la principal preocupación y ocupación de Gladstone fue el problema irlandés. A mediados de siglo, la situación no había mejorado y eran frecuentes las revueltas en el campo. Sin embargo, la única respuesta dada por los gobiernos británicos había sido el envío de tropas. La aparición en escena en 1867 del grupo conocido como los fenianos, protagonizando acciones violentas en suelo inglés, convenció a Gladstone de la necesidad de buscar nuevas opciones para el tema irlandés. El problema era complejo. Por una parte, las demandas irlandesas se iban radicalizando y, por otra parte, en el Parlamento británico los grupos que representaban los intereses de la Iglesia anglicana y de los terratenientes anglo-irlandeses se resistían a la aplicación de cualquier medida que debilitara suposición. El proyecto para que el anglicanismo dejase de ser la religión oficial de Irlanda encontró una gran oposición en la Cámara de los Lores y tuvo que intervenir la reina para conseguir su aprobación (1869). La primera Ley de la tierra de Irlanda, aprobada en 1870, fue una mera enumeración de principios que no resolvió el problema y, por el contrario, generó aún más malestar extendiéndose los actos de violencia, lo que llevo de nuevo al gobierno a utilizar métodos represivos. En los años siguientes la situación se deterioró con la crisis agrícola y los grupos implicados se radicalizaron. La Liga de la Tierra de Irlanda, que demandaba rentas justas, arrendamientos estables y venta libre, empezó a colaborar con el más radical movimiento político a favor de la Home Rule de Parnell. Cuando en 1881 Gladstone consiguió aprobar la Segunda Ley de la Tierra, en la que se otorgaba las demandas de la Liga de la Tierra, la reforma llegó tarde. Las presiones continuaron para lograr también la autonomía política. Obsesionado por alcanzar la paz en Irlanda, Gladstone llevó al Parlamento en dos ocasiones la autonomía. Aunque los problemas económicos y sociales se fueron solucionando, las reivindicaciones políticas irlandesas pasaron intactas al siguiente siglo.
Disraeli había ocupado el puesto de Primer Ministro durante unos meses en 1868, pero fue en su segundo mandato, a partir de 1874, cuando puso en marcha el programa político para el partido conservador que algunos denominaron Democracia Tory o Nuevo conservadurismo. Firme defensor de las instituciones tradicionales, estaba convencido de que era necesaria una reforma social que garantizase una alianza entre las clases privilegiadas y el resto de la población. Nunca se planteó cambiar la estructura de clases, aunque sí propuso medidas para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Leyes sobre vivienda, salud pública, relaciones laborales y educación ocuparon los primeros años de su gobierno. La política exterior centraría la atención en los últimos años, no en vano otro de los pilares del nuevo conservadurismo era el Imperio, entendido no sólo como la defensa de unos territorios, sino también como el fortalecimiento de las relaciones con las colonias, llevando los beneficios de la “civilización británica” a otros pueblos. Los éxitos de su política dieron un nuevo brillo al imperialismo a los ojos de la población. Sin embargo, los problemas económicos y la escasa respuesta del gobierno, así como reveses en Sudáfrica y Afganistán pasaron factura a los conservadores que dejaron paso de nuevo a los liberales en 1880. Poco después moría Disraeli dejando un partido conservador unido, nacional y ligado a la Corona y al Imperio, aunque bajo su sucesor lord Salisbury abandonaría la política de reforma social.
Imperio británico |
El período victoriano supuso la transformación y a la vez la estabilidad del sistema político británico. La Cámara de los Comunes fortaleció su papel central en la vida política, en detrimento de la Corona y los Lores. El laborismo, un nuevo grupo político, que en el siglo siguiente acabaría sustituyendo al partido liberal como uno de los dos grandes partidos, inició su actividad en los últimos años del reinado de Victoria, partiendo de diversas organizaciones socialistas y sindicales.
Sociedad victoriana |
La Francia del II Imperio
Las tensiones que acompañaron la corta vida de la II República tuvieron como consecuencia que para muchos ciudadanos el régimen se convirtió en sinónimo de inestabilidad, oportunidad que supo aprovechar el Príncipe-Presidente, Luis Napoleón Bonaparte, para difundir el mensaje de que sólo concentrando el poder en su mano y restaurando el Imperio podría Francia volver a mirar con esperanza hacia el futuro.
Segundo Imperio Francés |
Las fricciones entre el Ejecutivo y el Legislativo en 1851, las elecciones previstas para el año siguiente y el temor del posible resurgir del republicanismo de los “rojos” o “democsocs” (demócratas-socialistas), hicieron actuar a Luis Napoleón. La noche del 1 al 2 de diciembre de 1851 los líderes de los partidos fueron arrestados y la Cámara fue ocupada por las tropas. El Presidente anunció la disolución de la Asamblea Nacional y del Consejo de Estado, y su voluntad de mantener la República. Restauró el sufragio universal y anunció una nueva Constitución republicana que sometería a plebiscito. El golpe de Estado, que pretendía defender ideales democráticos republicanos, fue interpretado por casi todos como un paso sin retorno hacia la restauración del Imperio, siendo avalado en el plebiscito por una aplastante mayoría. Los intentos de resistencia fueron duramente controlados, produciéndose numerosos arrestos y deportaciones. La II República sólo sobrevivió un año. El 2 de diciembre de 1852, Luis Napoleón asumió el título imperial con el nombre de Napoleón III.
Sin embargo, gran parte de las instituciones del nuevo Imperio se habían puesto en marcha antes. La Constitución de enero de 1852 puso los cimientos del nuevo régimen, limitando el poder Legislativo y convirtiendo a Luis Napoleón, expresamente citado, en una figura muy parecida a la de un antiguo monarca.
Exceptuando el respeto al principio de sufragio universal, los restantes elementos del sistema político supusieron una vuelta a la situación anterior a 1848. Lo más llamativo del nuevo sistema es el establecimiento de un Presidente de la República, en el que se concentran todos los poderes, y que es “responsable ante el pueblo francés, a quien tiene siempre el derecho de apelar”. Sin embargo, el emperador no volvería a recurrir a los plebiscitos hasta 1870, reservándolo así para momentos claves, en que quería vincular con las masas su régimen personal. Esta fórmula política, que quería conciliar los logros de 1789 y el orden social, uniendo a todos los franceses en torno a un Estado fuerte que asegurase el desarrollo económico y la grandeza de Francia, ha sido calificada de “cesarismo democrático”.
El nuevo régimen se sustentaba en una administración centralizada, compuesta por funcionarios leales al Emperador. Los prefectos de los departamentos vieron ampliados sus poderes. Controlaban la prensa y ningún periódico podía publicarse sin la autorización del gobierno. El ejército se vio favorecido con aumentos de sueldo y compartió la gloria del Imperio, lo que reforzó su simpatía por el nuevo régimen.
Napoleón III contribuyó a aumentar la riqueza y la influencia de la iglesia en el terreno educativo. Durante la década de 1850 el Imperio gozó de aceptación popular. Fueron años de estabilidad económica que aseguraron la paz social y el apoyo de los grupos burgueses. Financieros y banqueros colaboraron en las grandes obras del barón Haussmann para transformar el centro de París en el escaparate del Imperio y sus créditos permitieron disparar la construcción de ferrocarriles, que contribuyeron a la consolidación de un mercado más amplio para los productores franceses. La resurrección del espíritu imperial y la bonanza económica tenían inevitablemente que llevar a Francia a reivindicar una posición acorde en la escena europea, aspiración que pareció cumplir el Congreso de París de 1856 que puso fin a la guerra de Crimea.
Sin embargo, pronto se pondría de manifiesto lo infundado de estas pretensiones y, a la larga, sería precisamente la política exterior la que acabaría con el Imperio.
Con el final de la década de 1850 empezaron a manifestarse los primeros signos de la debilidad del régimen. No era fácil gobernar conciliando los intereses de los diferentes grupos. La posición antiaustriaca y el apoyo al nacionalismo italiano le granjearon la enemista de los católicos. La firma de un tratado de libre comercio con Gran Bretaña provocó el descontento de los medios de negocios proteccionistas, a pesar de que la libre competencia demostró ser un revulsivo para Francia. Necesitado de respaldo, en 1859 decretó una amnistía para los proscritos del 51 y adoptó una postura de mayor tolerancia hacia la prensa. En 1860 el legislativo recibió el derecho a responder al discurso de la Corona, pronunciado una vez al año por el Emperador, se autorizó la publicación de los informes completos de los debates y, un año después la Cámara y el Senado obtuvieron un mayor control sobre los presupuestos. Estas medidas indignaron a los bonapartistas más reaccionarios sin llegar a reconciliarle con la mayoría de los republicanos. En las elecciones de 1863, los candidatos no oficiales, muy divididos, sumaron dos millones de votos. Los candidatos republicanos triunfaron en París, Lyón, Marsella y el resto de las grandes ciudades seguían si apoyar al Imperio. A sus grupos más desfavorecidos fueron dirigidas algunas de las nuevas medidas del régimen de esta tímida apertura. A partir de 1864, las huelgas serían toleradas y se permitieron ciertas formas de organización sindical. Tras las elecciones fue cobrando fuerza en la oposición moderada un grupo que presionaba desde la Asamblea, reclamando la restauración de las libertades individuales y parlamentarias. La respuesta imperial fue una serie de leyes aprobadas entre 1867 y 1869 por las que se concedieron el derecho de interpelación y se restableció casi totalmente la libertad de reunión y la de prensa. Las nuevas elecciones se celebraron con una prensa, que vio su papel político reforzado, y un Legislativo que empezó a dar muestras de independencia.
La política exterior dio pocas alegrías al Emperador en esta segunda parte de su reinado. Es cierto que había conseguido extender la influencia francesa en ultramar (Argelia, Senegal, Camboya) y que aún disfrutó de momentos brillantes, como la inauguración del canal de Suez. Sin embargo, el desastre de la aventura mexicana mostró las limitaciones de su ambiciosa política. El fusilamiento en 1867 del archiduque Maximiliano, abandonado por aquellos que le habían embarcado en la aventura y le habían instalado en la ciudad de México como Emperador tres años antes, fue un duro golpe para el prestigio de Napoleón III. Las elecciones de 1869 mostraron que, aunque la mayoría seguía apoyando al Emperador, había un grupo cada vez más numerosos de ciudadanos favorable a las reformas liberalizadoras. Su debilidad empujó al Emperador a continuar por la senda reformista. El cuerpo legislativo recibió el derecho de iniciativa y poco después, un republicano moderado, Emile Ollivier, era encargado de formar un gobierno que sería responsable ante el Legislativo. Era la culminación de una serie de reformas que modificaban la Constitución de 1852. El plebiscito convocado en 1870 para ratificar las reformas fue un nuevo triunfo del emperador, a pesar de la oposición republicana
Batalla de Sedán 1870 |
Sin embargo, apenas cinco meses después del triunfo en el plebiscito, el régimen cayó como consecuencia de la derrota militar en la guerra franco-prusiana. Tras la debacle de Sedán, el 2 de septiembre de 1870, nada obstaculizaba el avance de las tropas alemanas hacia París. El gobierno convocó al cuerpo legislativo, cuyas deliberaciones fueron interrumpidas por grupos de obreros que reclamaban la destitución del Emperador. Encabezados por diputados republicanos, entre los que destacaban Léon Gambetta y Jules Favre, la multitud se dirigió al Ayuntamiento, donde se proclamó la República. Para continuar la guerra se constituyó un Gobierno de Defensa Nacional, presidido por el general Trochu, pero controlado por Gambetta. El 19 de septiembre de 1870 la capital quedó aislada. Este primer sitio de París provocó la hambruna entre la población, cada vez más exaltada y proclive a organizar una comuna, es decir una municipalidad democrática. Fracasados los intentos de Thiers de conseguir ayuda en el extranjero y derrotado el ejército del Loira de Gambetta, el gobierno provisional francés firmó un armisticio en enero de 1871, en el que se acordó la celebración de elecciones para que la Asamblea resultante ratificase el tratado de paz. Triunfaron los realistas partidarios de una paz rápida. Adolphe Thiers fue nombrado jefe del ejecutivo de la República y firmó el tratado de Fráncfort que ponía fin a la guerra. Las duras condiciones de paz (Francia cedía Alsacia y parte de Lorena) irritaron a la izquierda republicana.
La decisión de instalar la Asamblea en Versalles y de enviar al ejército a un París, claramente republicano, provocó una insurrección popular. Los parisinos eligieron un consejo que proclamó la Comuna de París. Esta asamblea decretó la separación Iglesia-Estado, intentó organizar una enseñanza laica y tomo medidas para mejorar la vida de los trabajadores. Desde el principio se manifestaron divisiones entre los communards, siendo los más extremistas los que se hicieron con la situación en medio de grandes tensiones. El segundo sitio de París radicalizó más a la comuna y estalló la guerra civil. En la conocida como la semana sangrienta, del 21 al 28 de mayo de 1871, el ejército reconquistó la capital. La firmeza de Thiers en la represión a la comuna convenció de que una república controlada por él mismo podía ser sinónimo de orden y sustituir al Imperio derrotado
Comuna de París |
Los Estados Unidos de América hasta el final de la guerra civil
Los Estados Unidos estaban cambiando con gran rapidez, en 1820 eran ya 22 estados. Las elecciones de 1828 supusieron un importante cambio en el sistema. Hasta ese momento, aunque las leyes permitían una amplia participación, el interés popular por la política había sido limitado. Andrew Jackson aprovechó el malestar ocasionado por las anteriores elecciones para movilizar en torno suyo a una gran coalición de agraviados. En 1828 fue la primera gran batalla electoral moderna de la historia americana. La decisión estaba en manos de los hombres blancos mayores de edad y se usaron todos los medios para mover a las masas, desarrollando una organización que se convertiría en el esqueleto del Partido Demócrata. La elección de Jackson se presentó como el triunfo del pueblo soberano. En las décadas de 1820 y 1830 se consolidó el Partido Demócrata y la organización de un partido de oposición llamado Whig. Los demócratas se presentaban como defensores de estados fuertes y un gobierno federal débil, contrarios a la existencia del Banco Nacional, se presentaban como los defensores del “common man”. Los Whigs recogían a partidarios del Banco, grupos de industriales y manufactureros proteccionistas, sureños desencantados, defensores del Congreso frente al poder del Presidente querían eliminar el veto presidencial y limitar el ejercicio de la presidencia a un solo mandato. Eran etiquetados como aristocracia o representantes de los ricos y triunfaron en las elecciones de 1840, que supusieron la culminación del proceso que había llevado al país a convencerse que era posible hacer una revolución dentro de la legalidad cada cuatro años.
El “destino manifiesto” que justificaba la expansión de los Estados Unidos, había llevado las fronteras hasta el Pacífico. El modo de afrontar los nuevos estados el tema de la esclavitud coloco en primer término del debate político el conflictivo asunto que los partidos intentaban evitar. Los aspectos morales eran menos importantes que sus implicaciones políticas. El norte, gracias a las oleadas migratorias procedentes de Europa superaba al sur en población, lo que le permitía dominar la cámara baja. Sin embargo, la representación por estados mantenía el equilibrio en el Senado. El compromiso de Misuri (1820) o el Compromiso de 1850 consiguieron salvar la situación en diferentes momentos, pero solo aplazaron el problema de la existencia de dos modelos irreconciliables en una misma Unión.
La Unión contra la Confederación |
Cuando el 4 de marzo de 1861, Lincoln ocupó el cargo intentó buscar una solución de compromiso para mantener la Unión pero el incidente en el Fort Sumter (Charleston, Carolina del Sur.) precipitó los acontecimientos. La guerra civil americana es considerada por muchos como la primera guerra moderna.
Abraham Lincoln |
No tanto por su duración (cuatro años) o por su dureza, sino por ser en gran medida una guerra ideológica.
Sin duda había también implicaciones económicas, pero estas no eran insalvables. Mucho más complicado era llegar a un compromiso en el campo de las ideas. El Sur luchaba por mantener su forma tradicional de vida, amparándose en viejos principios; el Norte, por defender los ideales que desde Andrew Jackson y sus sucesores simbolizaba la Unión “la libertad y la democracia”, creencia claramente recogida en el discurso de Lincoln en Gettysburg (1863).
Aunque el Norte contaba con una aplastante superioridad numérica y económica, los estados del Sur supieron sacar partido al hecho de combatir en su territorio y a la defensiva. Finalmente, las difíciles relaciones entre el gobierno confederado y unos estados celosos de sus derechos, los enfrentamientos entre el presidente Davis y otros miembros de su gobierno, los graves problemas derivados de la financiación de la guerra y el fracaso a la hora de forzar una intervención europea a su favor, pasaron factura a los confederados. La victoria sólo podía decantarse del lado de la Unión y el 9 de abril de 1865, en Appomattox, el general Lee se rindió ante el general Grant. Lincoln moría pocos días después en Washington, asesinado por un fanático confederado, John Wilkes Booth. La Unión se había salvado y la esclavitud había sido abolida, pero aún quedaba una larga tarea de reconstrucción en el sur, así como dos grandes temas por resolver: los términos de la reincorporación de los estados del sur y cuál sería la posición en la sociedad de los antiguos esclavos. Un nuevo período no exento de dificultades se abría para el joven país.
La Europa postrevolucionaria en sus relaciones internacionales: la guerra de Crimea y su significado
Tras el estallido del 48, el movimiento de las nacionalidades, que había agitado a Europa pasó por un período de tregua. La atención de las grandes potencias se vio atraída por “la cuestión de Oriente”. A mediados de siglo el derrumbe del Imperio otomano estaba cada vez más cerca, lo que inevitablemente afectaba a los intereses de las potencias. Los deseos rusos de mantener una especie de protectorado sobre un Imperio otomano débil, que asegurase una salida marítima vital para su ejército y su comercio, habían fracasado con la firma de la Convención de los Estrechos (1841), en la que Gran Bretaña, Austria, Prusia, Rusia y Francia acordaron el “cierre” de los Dardanelos y el Bósforo a buques de guerra en tiempo de paz.
La gran beneficiada fue Gran Bretaña que seguía manteniendo su hegemonía en el Mediterráneo. A partir de este momento, Rusia sabía que tenía que contar con Londres en cualquier proyecto pacífico que implicase un reparto del Imperio otomano y es en este contexto en el que se explican las conversaciones que sobre el tema mantuvo el zar Nicolás I durante su visita a Londres en 1844. Los británicos desconfiaban de las intenciones rusas, pues Moscú se estaba convirtiendo en un peligroso rival para los intereses británicos. Para frenar a los rusos, el gobierno de Londres estaba dispuesto a consolidar el Imperio otomano. A mediados de siglo tuvo lugar un acontecimiento que juagaría un importante papel en la crisis que conduciría a la guerra, en Francia una revolución había llevado a una República que un Bonaparte encaminaba hacia un segundo Imperio, ante el temor de la Rusia zarista que veía peligrar los acuerdos de 1815. Sus miedos se verían confirmados por la actitud de Napoleón III, deseoso de cimentar su posición en una política exterior de prestigio.
Guerra de Crimea |
La chispa que hizo saltar el polvorín turco fue la situación y los derechos de los monjes católicos y ortodoxos en los Santos Lugares. Napoleón III intentó reforzar la posición de Francia apoyando a los monjes católicos y el sultán cedió a sus presiones y concedió ciertos privilegios a los católicos. Nicolás I, protector de los ortodoxos, lo vio como un intento de suplantar la influencia rusa en la zona y preparo un contragolpe. El zar envió un nuevo embajador a Constantinopla para presionar al sultán, quien restauró los privilegios de los ortodoxos, pero se negó a conceder a Nicolás I el estatuto de protector de todos los cristianos del Imperio, lo que hubiera otorgado al zar una magnífica excusa para intervenir en los asuntos internos de la Sublime Puerta. Con los rusos amenazando con intervenir en los principados turcos de Moldavia y Valaquia, Constantinopla se convirtió en el centro de una intensa actividad diplomática, que no tardó en ser apoyada por las flotas de Francia y Gran Bretaña que se movieron hasta la entrada de los estrechos. El Imperio Habsburgo, cuyas fronteras se verían directamente amenazadas con el estallido de una guerra ruso-turca, inició una actividad mediadora para evitarla. Pero el zar, que no acababa de creer las amenazas franco-británicas y que confiaba en la neutralidad de Austria y Prusia, en julio de 1853 ocupó los principados turcos.
Poco después, Turquía declaró la guerra a Rusia y sus tropas cruzaron el Danubio para entrar en los principados controlados por los rusos. Prusia se desmarcó del problema y los austriacos intentaron seguir negociando pero británicos y franceses ordenaron a sus barcos dirigirse a Constantinopla. Era el fin del acuerdo de los Estrechos y la ruptura del equilibrio en la zona. La batalla de Sinope en aguas del mar Negro (noviembre de 1853), donde la flota turca fue derrotada por la rusa, fue vista como un reto a la presencia de barcos franceses y británicos en la zona. En marzo de 1854, tras la firma de una alianza con Turquía, Londres y París declararon la guerra a Rusia.
La guerra podía haber terminado casi sin haber empezado, pues poco después del desembarco franco-británico en Gallipoli y Scutari, los rusos, presionados por los turcos y temiendo que Austria también entrara en la guerra, se retiraron de los principados, que fueron ocupados por los austriacos. Ni Londres ni París querían abandonar la zona sin una victoria que reforzase su posición en las negociones de paz. Ésta fue la razón de la expedición a Crimea, donde turcos, franceses y británicos intentarían apoderarse de la base naval rusa de Sebastopol. Su caída supondría un duro golpe para el predominio ruso en el mar Negro y fortalecería la posición de los otomanos. La guerra fue larga y difícil, con episodios que se han convertido en leyenda como la carga de la brigada ligera en Balaclava. El sitio de Sebastopol se convirtió en una operación de desgaste y, finalmente en septiembre de 1855, pocos meses después de que Alejandro II sucediera a Nicolás I, las tropas rusas abandonaban la base tras hundir sus barcos y volar sus polvorines.
Guerra de Crimea |
En febrero de 1856 se reunió el Congreso de París, que colmó las ansias de protagonismo de Napoleón III.
La Paz de París supuso un balón de oxígeno para el Imperio otomano. Rusia dio la espalda a Europa y se concentró en su expansión hacia Asia. Gran Bretaña y Francia aseguraron su posición en el mar Negro.
Austria consiguió un Danubio libre de la influencia rusa, pero su debilidad se había puesto de manifiesto y pronto tendría que hacer frente a nuevos movimientos nacionalistas. Prusia se había mantenido al margen, pero paradójicamente en los años venideros sería la potencia más beneficiada por la solución que las potencias habían dado a la crisis.
Guerra de Crimea |