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lunes, 4 de agosto de 2025

TEMA 15: EL MEDITERRÁNEO EN LA EDAD DEL HIERRO

La Protohistoria mediterránea del I milenio aC


Del Bronce Final al Hierro

La Primera Edad del Hierro en las regiones del Mediterráneo está relacionada con la llegada en el siglo VIII aC de colonizadores procedentes de las lejanas costas del Mediterráneo oriental, en particular de las polis griegas y ciudades estado fenicias.

La llegada de los comerciantes y colonos orientales pudo provocar inicialmente ciertas suspicacias en las poblaciones locales. No obstante, algunas de estas comunidades no tardaron en iniciar relaciones comerciales con las gentes foráneas, lo que acabaría provocando una cadena de cambios sociales, políticos e incluso ideológicos. Lo que aconteció entre los siglos IX-VI aC fue un proceso de interacción asimétrica entre dos pueblos distintos; el mundo de los colonos, que representaba un modelo de organización política estatal y una sociedad compleja, y el mundo indígena autóctono, con un modelo sociopolítico basado en las jefaturas y centrado básicamente en la subsistencia.

Existen dos tendencias o formas de entender el proceso de aculturación y que dividen a los prehistoriadores en dos corrientes diferentes: la orientalista y la autoctonista.
Hay prehistoriadores que datan los primeros contactos con griegos y fenicios hacia los siglos X-IX aC- Esta hipótesis plantea que los primeros contactos habrían representado pequeñas operaciones mercantiles previamente a la instalación de las colonias. Los marinos griegos y fenicios habrían alcanzado las tierras de occidente tras realizar travesías de cabotaje, sin perder de vista el litoral, en navíos de poco calado. El comercio que resultaba se conoce como precolonial y representaba un volumen de negocio limitado, que no necesitaba de una estructura compleja a base de instalaciones coloniales (hipótesis precolonial).
 
Otros autores rechazan la hipótesis precolonial ante la falta de pruebas concluyentes de la llegada de mercaderes en tiempos previos al siglo VIII aC.




La Primera Edad del Hierro: Las culturas orientalizantes

La influencia grecooriental fue determinante a partir del siglo VIII aC, cuando se produjo la implantación de colonias en las costas mediterráneas occidentales: Córcega, Cerdeña, Sicilia, Malta, Campania, Andalucía y Norte de África.



La respuesta del mundo indígena fue variada. De una parte, hubo comunidades que no opusieron resistencia y que iniciaron pronto contactos comerciales y no tardaron en incorporar en sus modos de vida las nuevas costumbres, lo que supuso su aculturación y en última instancia su absorción por la cultura griega o fenicia, como por ejemplo en Sicilia. Por otro lado, hubo comunidades que mostraron mayor resistencia ante los colonos, desde una oposición frontal hasta un pasivo aislacionismo, tal y como sucedió en Córcega. Pero lejos de esas dos posiciones extremas, otros pueblos indígenas mostraron una actitud más pragmática que produjo las expresiones más interesantes de los siglos VII-V aC: las conocidas como culturas orientalizantes, con una aculturación parcial, pues preservaron su propia identidad cultural pero incorporaron algunas señas de identidad importadas del mundo colonial, algún ejemplo de este tipo de pueblos son la Cultura de los Príncipes o la Cultura Tartésica.
 
El nacimiento de las culturas orientalizantes respondió a una serie de episodios sucesivos. En una primera fase las comunidades indígenas autóctonas se limitaron a pactar con los colonos trueques, basados en el intercambio de productos interesantes para aquellos, en particular metales. El proceso no se generalizó a todas las capas de la sociedad, más bien incidió de manera particular en la personalidad de caudillos y jefes locales, que por su mayor relación con los colonos comenzaron a interesarse por la apropiación de ciertas ideas novedosas de carácter oriental como instrumento de consolidación, reivindicación y exhibición pública de su autoridad, como la organización del territorio y del poblamiento, la tecnología de la producción económica, y la ideología que sostuvo la autoridad política.
 
Los poblados indígenas no tardaron en asumir los patrones de un modelo de organización protourbano: la planificación interna del poblado; la organización jerarquizada y especializada del área habitable; o la incorporación de técnicas de construcción en piedra. De esa manera, los poblados de cierta relevancia se convirtieron en residencias de las minorías dirigentes pero también en centros de distribución de mercancías.
 
Los colonos importaron varias tecnologías agropecuarias y metalúrgicas que reformaron la economía local para intensificar la producción más allá de las simples necesidades de subsistencia. Entre estas innovaciones estaba la incorporación de la metalurgia del hierro, los cultivos especializados (vid, olivo,...), la aparición de sistemas de pesas y medidas para la contabilidad, la incorporación de técnicas avanzadas de minería y manufactura, y las nuevas prácticas de trabajo metalúrgico (filigrana, granulado y repujado).
 
El resultado fue que la sociedad indígena tradicional trascendió en complejidad, especialización y diversidad, incorporando sectores más especializados, surgiendo así alfareros, broncistas, orfebres, herreros y comerciantes.
 
Los cabecillas locales monopolizaron el dominio de la mano de obra para la producción agrícola o minera, y las tareas intermediarias basadas en el intercambio mercantil con las colonias, lo que les suministró altos beneficios económicos, es el llamado intercambio asimétrico: los jefes indígenas proporcionaban materias primas básicas a los colonos a cambio de productos manufacturados de lujo, desde espléndidos carros hasta pequeñas baratijas de marfil, bronce, vidrio,... Los príncipes indígenas adoptaron costumbres foráneas incluso en un ámbito conservador como el ideológico, pero adaptándolas a sus propios intereses.




La Segunda Edad del Hierro

En el 600 aC el Mediterráneo centrooccidental poco tenía que ver con los años previos.
Había dejado de ser un hinterland secundario solo interesado para aumentar el comercio y se había convertido en un teatro principal para la competición a todos los niveles de grandes potencias. Fueron unos quinientos años de complicada tensión que finalizó en un período de conflagración militar entre romanos y cartagineses. Los pueblos protohistóricos acabaron sumergidos de lleno en este ambiente de competitividad y acabaron entrando en conflicto con Roma, que fue conquistando sus territorios de manera paulatina: primero les tocó el turno a los pueblos protohistóricos itálicos, más tarde a los célticos mediterráneos y finalmente a los pueblos ibéricos.
 
Después de la caída de las culturas orientalizantes, el intercambio de artículos de prestigio decayó de manera generalizada y dio paso a un nuevo patrón mercantil cimentado en la circulación de productos estandarizados y artículos comunes.

La Primera Edad del Hierro: El horizonte indígena

El mundo insular


Los primeros mercantes griegos y fenicios se internaron en aguas del Mediterráneo hacia los siglos IX-VIII aC a través del litoral norteafricano de Túnez y las islas del Tirreno (Córcega, Cerdeña, Sicilia y Malta). Por entonces estaban implantadas las culturas Nurágica en Cerdeña, la Torreana en Córcega y la Pontálica en Sicilia.
 
Los pobladores nurágicos de Cerdeña pudieron ser de los primeros en entrar en contacto con el mundo oriental. La colonización adquirió su auténtica dimensión hacia el siglo VIII merced a la fundación de varias instalaciones coloniales en la costa insular. Hacia el 850 aC las nuragas se habían convertido en baluartes muy fortificados, reflejo de conflictos territoriales que no sabemos si se debieron a disputas internas entre tribus nurágicas o a la necesidad de protección ante los recién llegados colonos. Las gentes continuaron su vida en los poblados típicos. Hacia los primeros años del siglo VI aC las colonias fenicias pasaron a control cartaginés y se fortificaron de manera muy notable probablemente ante las comunidades indígenas, que mantuvieron una actitud belicosa ante el colono y vivieron un período de estancamiento cultural, un aislamiento político y parálisis económica, hasta la conquista romana.

En Sicilia los pueblos locales no tardaron en abandonar sus costumbres tradicionales por el modelo cultural griego. Los mercaderes fenicios ya recorrían las costas insulares en el IX aC. En un primer momento las comunidades pantálicas intentaron mantener su estilo de vida tradicional, pero no tardaron en adoptar cambios en sus hábitos como la adopción de un nuevo tipo de tumba, compuesta por una cámara rectangular y una techumbre adintelada.
 
Esta primera etapa es conocida como Pantálico III. En un momento tan temprano como el 850 aC las cerámicas griegas geométricas ya eran habituales en los poblados pantálicos. En el 750 las relaciones se intensificaron y la población pantálica acusó una aculturación acelerada en un período que se denominó Pantálico IV. Las comunidades nativas habían iniciado su irremediable camino a la completa helenización.

La Italia central: Culturas Villanoviana y del Lacio

La colonización en la Península itálica es contemporánea a las primeras fundaciones coloniales en Sicilia. El hito principal que representó el inicio de los contactos culturales entre indígenas y colonos fue la fundación de la colonia llamada Pithecusas hacia el 750 aC en la isla de Ischia frente a Nápoles, con un objetivo concreto: la obtención del metal de las regiones más al norte y centrales de la península, una región que estaba ocupada por pueblos de la cultura Villanoviana.

El Villanoviano fue la cultura más importante de la Primera Edad del Hierro. Sus orígenes se remontan hasta el siglo IX aC, enraizada en las costumbres locales del Bronce Final. En aquellos primeros tiempos, las gentes villanovianas vivían en pequeños poblados muy dispersos por el territorio, a manera de aldeas autónomas. Los arqueólogos han analizado los patrones de poblamiento en el territorio de Veyes. En las cercanías de Veyes se excavó un poblado disperso a lo largo de 190ha, que reunía media docena de aldeas y otros tantos núcleos de menor tamaño a su alrededor. El resultado era un conjunto arracimado de aldeas. En el transcurso al Hierro I hubo un cambio de poblamiento, motivado por el descenso de algunos poblados a las zonas bajas, surgiendo los primeros rastros de las futuras grandes
ciudades etruscas: Populonia, Vetulonia, Vulci, Bisenzo o Veyes.



Existieron necrópolis independientes por cada aldea. La Cultura Villanoviana se caracterizó por el rito de incineración, tradición continuista de la cultura de los Campos de Urnas del Bronce Final. Las urnas más curiosas eran aquellas que representaban unas réplicas cerámicas en miniatura de las auténticas viviendas, que se depositaban acompañadas de miniaturas de carros, y que se han convertido en seña de identidad de la cultura. Había ajuares diferenciados por género. Los varones se solían enterrar con sus armas (espadas de empuñadura pesada y maciza; cascos con cresta, puntas de lanza, hachas, bocados de caballos, cinturones y navajas de afeitar en forma de media luna). Las mujeres se acompañaban con sus
adornos personales (accesorios para vestir, fíbulas y artículos para tejer).
 
En cuanto a la Cultura del Lacio no tenemos mucha información sobre el poblamiento; solo sabemos que las gentes formaban agrupaciones modestas y ocupaban cabañas simples, levantadas con materiales perecederos en parajes llanos y laderas bajas. Este podría haber sido el origen de Roma, cuyos datos más remotos datan del siglo IX aC, aunque en verdad los primeros restos de la ocupación en la futura ciudad no son restos de viviendas, sino algunos enterramientos.
 
En las necrópolis alternaban los ritos de incineración heredados de los Campos de Urnas con las costumbres de inhumación de cuerpos enteros. En las tumbas se aprecia un tratamiento funerario muy distinto relacionado con el género y con la categoría social del difunto. Las cenizas se ocultaban en grandes vasijas llamadas dolium, junto a un ajuar simple.
 
Ninguna de las tumbas revela huellas especiales propias de lujo u ostentación, lo que denota una sociedad de tipo igualitario.
 
Hacia la mitad del siglo VIII aC comenzó un nuevo período en la Cultura Villanoviana, llamado Villanoviano evolucionado o fase Arnoaldi. La importancia de este período radica en que coincidió cronológicamente con la ocupación de la isla de Ischia por colonos griegos en busca del metal villanoviano, representando el comienzo de una intensa interacción mercantil con los griegos. Estos contactos provocaron cambios en la cultura tales como que la población de las aldeas tendió a reunirse en torno a un núcleo principal. Ciertas tumbas experimentaron un repentino enriquecimiento de los ajuares: los varones son enterrados con más armas, sobre todo espadas y cascos de bronce: mientas que las mujeres aparecen con más piezas de adorno. En tercer lugar, poblados y tumbas atestiguan la llegada de productos importados, como las cerámicas griegas de siluetas llamativas llamadas askoi, y objetos de lujo fenicios.
 
La región del Lacio todavía mantuvo la fuerte tradición anterior hacia el período 750- 700 aC.




La Italia septentrional: Culturas Atestina y Golasseca

En la vertiente norte de la Península itálica se han documentado dos culturas distintas: la Cultura del Este o Atestina en la región oriental; y la Cultura de Golasseca en la occidental.
 
Ambas culturas continuaron con los tradicionales modos pertenecientes al Bronce Final. Los orígenes de ambas culturas se remontan hasta el siglo IX aC; son los períodos llamados Este I y Golasseca I. El tránsito hacia la Primera Edad del Hierro se fundamenta en la aparición de los primeros objetos de hierro en las tumbas.

En ambas culturas los modos de poblamiento y las viviendas se mantuvieron en las tradiciones del Bronce Final. La gente siguió viviendo en poblados de pequeño tamaño y habitando modestas cabañas de materiales perecederos.

 
Las dos culturas pertenecieron al "horizonte de incineraciones" que caracterizó gran parte de la Península itálica en la Primera Edad del Hierro. Una tradición procedente de los Campos de Urnas del Bronce. Las urnas atestinas se decoraban con motivos geométricos. Las de Golasseca presentaban motivos naturalistas de carácter zoomorfo. No hay grandes diferencias en las necrópolis pero los ajuares de algunas tumbas podrían haber pertenecido a caudillos guerreros. Los ajuares de las tumbas atestinas contenían objetos variados: cerámicas a mano, armas tan peculiares como las espadas de antenas enlazadas denominadas espadas de Fermo o fíbulas, entre las que sobresalen las que tienen forma de caballito. En los ajuares de Golasseca resaltan de manera particular las espadas: unas de pomo macizo y extremo redondeado (tipo Moncucco), e incluso con antenas retorcidas (tipo Weltenburg).
 
Las rutas terrestres y marítimas permitieron la importación de cerámica a torno, cuchillos de hierro, ámbar y objetos de vidrio.



La Italia meridional: Las Culturas de inhumación

En paisaje humano de los siglos VIII-VII aC se caracterizó por una gran fragmentación cultural, aislacionismo y conservadurismo. Las culturas locales de la Primera Edad del Hierro preservaron muchas de las tradiciones ancestrales de la Edad del Bronce Final. Entre el gran número de grupos culturales distintos que se dieron en esta región, destacaremos las más importantes. En la mitad central limitando con el núcleo villanoviano surgieron dos culturas menores: el Grupo de Terni en la región de Umbría, y la Cultura de Picena. En la mitad meridional dos culturas de mayor entidad: la Cultura de las Tumbas de Fosa y la Cultura de Apulia. La influencia colonial en estas regiones más recónditas resultó mucho menor que en otros lugares.




Los arqueólogos insisten en un común denominador para las gentes de la zona meridional de Italia: la inhumación, que contrasta con la incineración propia de las culturas del norte. Los pueblos del sur enterraban a sus muertos con distintas maneras, que variaban desde la simple fosa hasta las cubiertas tumulares. Las tumbas de la Cultura Picena contenían objetos muy variados: cerámicas como cántaros, jarros con asa horizontal y vasos bicónicos de cuello cilíndrico o acampanado. En las necrópolis de Terni los ajuares presentaban como objetos más interesantes las espadas acabadas por una empuñadura de antenas unidas y fíbulas serpentiformes. En la Cultura de las Tumbas de Fosa resultaban comunes las ánforas y tazas, decoradas con incisiones meandriformes y antropomorfos.

Del Mediodía francés al Levante ibérico

La llegada de la colonización a las riberas de la Provenza, el Languedoc y Cataluña se retrasó notoriamente respecto de otras áreas. Hasta el 600aC no se instaló una colonia en esta amplia región, cuando se levantaron las primeras instalaciones de la colonia llamada Massalia (actual Marsella). Los primeros colonos no tuvieron muchos problemas con la población local

Las necrópolis abandonaron el ritual generalizado de incineración propio de los Campos de Urnas y en su lugar se impuso el ritual de inhumación, tanto en fosa como en túmulo. Las necrópolis no aparecen asociadas a grandes poblados, sino dispersas por el territorio. Los ajuares eran muy homogéneos, dando la sensación de una sociedad igualitaria.
 
En las tierras catalanas los primeros años del Hierro I representaron una evolución local continuista de la Cultura de los Campos de Urnas. Las poblaciones mantenían buena parte de la tradición del Bronce Final (cerámicas a mano, útiles en bronce, rito de incineración). Se les ha llegado a denominar a las poblaciones del noreste ibérico como Campos de Urnas del Hierro. Los cambios tuvieron lugar de manera de manera continuada, como la tendencia progresiva de asentamiento en sitios fortificados y el aumento del número de poblados, detectándose un aumento incremento de los ajuares funerarios ricos en armas, fíbulas y broches, lo que revela la consolidación de ciertas élites con el estatus de guerrero.


El horizonte orientalizante
 
La antigua Etruria: Cultura de los Príncipes
 
En pleno centro de la península itálica surgió la Cultura de los Príncipes, evolución autóctona del pueblo villanoviano, entre los años 720-580 aC. En realidad la cultura de los Príncipes representó a la perfección los procesos de interacción cultural que surgieron entre las poblaciones indígenas villanovianas y los colonos implantados en la región de Nápoles, en la colonia de Pithecusas. La capacidad de los colonos para pactar resultó tan eficaz que apenas cincuenta años después de la instalación de Pithecusas, los griegos contaban con la capacidad para instalar un nuevo asentamiento en tierra firme, en la costa de la bahía de Nápoles, que llamaron Cumas.

La presencia griega en las tierras de Etruria no alcanzó más allá de la línea litoral pero su penetración cultural fue mucho más allá. El resultado de todo fue una aculturación parcial que conciliaba buena parte de la tradición local con la foránea, un ejemplo de cultura orientalizante en pleno en pleno Mediterráneo central.

En el 700 aC los poblados habían crecido de manera notable hasta superar el carácter de pequeñas aldeas y convertirse en poblados relativamente extensos.
 
En el 700 aC muchos enterramientos aún mantenían las viejas costumbres villanovianas de la incineración, pero ya alternaban con ciertas tumbas de inhumación propias de una nueva tradición. El mayor cambio funerario se detectó en ciertas tumbas, cuyos ajuares funerarios revelan un incremento de la riqueza, un interés por manifestar el reconocimiento de la dignidad social y riqueza tras la muerte, que indica un cambio en la manera de entender el poder de las jefaturas locales.
 
En el período entre 725-650 aC aparecieron tumbas aristocráticas caracterizadas por una estructura interna compleja: por amplias plantas circulares o cuadradas, levantadas con piedra de gran tamaño; una o dos estancias interiores; y cubiertas tumulares de tierra que creaban un imponente efecto de visibilidad en el entorno. En las tumbas se depositaron ajuares muy valiosos, compuestos de carros, numerosas armas, recipientes de bronce y plata, delicados adornos de oro y cerámicas importadas. Las cenizas se depositaban en urnas muy llamativas (vasos canopos).

La base económica era agropecuaria, si bien el estímulo principal para el progreso sociopolítico de los sectores aristócratas fue la producción del mineral y su distribución mercantil entre los colonos griegos.
 
La influencia griega se percibió de manera muy notoria en las técnicas artesanales. Los talleres indígenas no tardaron en adoptar las técnicas a torno. En paralelo se produjo un incremento de la especialización que condujo a producciones especiales. Se generalizó un tipo de cerámica muy peculiar llamado impasto, realizada de manera delicada a mano o a torno lento, decorada con técnicas singulares de incisión, impresión o incrustaciones de materias exclusivas como el bronce, ámbar e incluso hueso. En cerámica aparece la llamada de bucchero, cuya calidad era tal que imitaba las vajillas de bronce (el bucchero se convertiría poco después en una seña de identidad del mundo etrusco).

La metalurgia alcanzó notable desarrollo. Los talleres indígenas elaboraron productos del gusto nativo, sobre todo una serie de vasos y carros rituales de los que conocemos excelentes ejemplos en la región de Bolonia. La influencia oriental resultó determinante en la orfebrería, que incorporó las nuevas técnicas de trabajo del oro tan habituales entre los talleres del Próximo Oriente (granulado y la filigrana).
 
La presencia griega resultó tan honda que se han hallado indicios del alfabeto griego en los poblados indígenas. Se han hallado inscripciones muy cortas en cerámicas de bucchero




El Lacio: Orientalizante latino

El territorio del Lacio también conoció un proceso orientalizante, si bien la influencia oriental no fue tan profunda por lo que muchos ámbitos culturales mantuvieron las viejas tradiciones durante casi un siglo. Los primeros signos orientalizantes en el Lacio se datan hacia el 730aC. Pero no hicieron mucha mella en los habitantes latinos, que aún vivirían hasta el 630aC en cabañas de barro y materiales perecederos. Habría que esperar hasta la mitad del siglo VII aC para apreciar los primeros pasos hacia un modelo de poblamiento mucho más sofisticado. Las jefaturas quisieron dar testimonios de su riqueza en los enterramientos, construyendo tumbas de ciertas dimensiones y con una estructura más orgánica, con inhumaciones dobles y triples y recubiertas por túmulos. La acumulación de artículos extranjeros de lujo permite calificar ciertas tumbas como principescas.

El antiguo Véneto: el arte de las sítulas

Durante el período conocido como Este III, en el norte de la Península itálica se mantuvo las tradiciones autóctonas, pero ya llegaban las primeras influencias orientalizantes del sur. Estas influencias llegaron de segunda mano, a través del tamiz de Etruria. Su llegada fue tardía, un siglo respecto al sur (hacia el 625 aC). La principal representación del influjo orientalizante se percibe claramente en unos peculiares objetos llamados situlae, llegando incluso a las regiones hallstáticas centrales y orientales (por ejemplo, la sítula de Vače).
 
La sítula más antigua procede de Benvenuto y es una buena muestra de este tipo de trabajo, con sus numerosas protuberancias y sus motivos geométricos, una decoración figurativa sobre la superficie a base de escenas de banquetes, procesión de guerreros e hileras de seres míticos.

El más remoto occidente: la Cultura Tartésica
 
El fenómeno orientalizante también alcanzó la Península Ibérica. En las regiones de Cádiz, Huelva y Sevilla germinó la llamada Cultura Tartésica. Aun asumiendo la relevancia del sustrato indígena del Bronce Final, la Cultura Tartésica resulta incomprensible sin conocer los procesos exógenos generados por la llegada de mercaderes orientales, en particular tras la fundación de la colonia fenicia de Gádir en el 750aC.

La arqueología confirma que la primera instalación de los fenicios se produjo en el siglo VIII aC en una pequeña isla situada muy cerca del litoral, con la intención de acceder al rico mercado de metales del llamado cinturón pirítico de Huelva. El nombre de Gádir procede del término semita Gdr, que significa literalmente "fortaleza". Estrabón narra la pronta fundación de un templo en honor de Melkart, dios protector del comercio, que en la tradición oriental servía como santuario y lugar de trato comercial.


 
La llegada de los fenicios provocó en los antiguos poblados indígenas un crecimiento notable en tamaño y complejidad. Setefilla, Carmona, Hispalis, Corduba, Onuba o Niebla se convirtieron en núcleos de población de cierta importancia, con capacidad centralizadora de producción y distribución regional de mercancías. La influencia colonial se dejó sentir en carios cambios de costumbres: la aparición de casas con planta rectangular, levantadas sobre cimientos de piedra, que soportaban muros de adobe y con las paredes enlucidas. Pero también dejó constancia en la construcción de poderosas murallas que rodeaban los poblados.

La combinación de tradición e innovación se reflejó de manera directa en la economía.
 
La base agropecuaria tradicional sirvió para la aplicación de las nuevas prácticas foráneas en materia de producción. La intensificación agropecuaria permitió conseguir los excedentes agrícolas para la exportación colonial. En el plano ganadero se produjo un incremento de la cabaña mayor, en particular del bovino. Pero los intereses coloniales incentivaron de modo especial el sector de la minería, mediante la intensificación de las extracciones. Las técnicas de la filigrana, granulado y repujado orientales permitieron realizar delicadas obras de arte. Este tipo de productos pequeños y delicados también se realizaron en bronce, dando lugar a una rica diversidad de artículos de lujo como quemaperfumes, jarros y escudillas.

La intensificación de los sectores económicos provocó un incremento notable del volumen de intercambio. El transporte terrestre era organizado a partir de dos grandes ejes de comunicación: la Vía de la Plata se dirigía hacia el norte, en dirección a Extremadura; y la Vía Herakleia discurría a lo largo del Guadalquivir.

Buena parte del tráfico mercantil que operaba por estas vías era monopolizada por los caudillos indígenas, a través de los contactos mercantiles obtuvieron los beneficios suficientes para su enriquecimiento económico, para aumentar sus aspiraciones políticas y para sancionar públicamente su prestigio mediante la adquisición de los artículos de lujo. Surgieron tumbas principescas, como en La Joya (Huelva), donde las cenizas de un aristócrata aparecían rodeadas de suntuosos objetos.

Los llamados popularmente tesoros son otra prueba del panorama de ostentación pública de las aristocracias indígenas orientalizadas. El Tesoro de Carambolo es uno de los más conocidos y comprendía una veintena de joyas de oro de inspiración fenicia y chipriota, con un pectoral,colgantes, plaquetas y brazaletes. El tesoro de la Aliseda contenía unas trescientas piezas de oro. El esplendor de
las tumbas y tesoros revela una aristocracia principesca con un alto nivel de vida. El historiador romano Estrabón se hizo eco de siglos más tarde de tal aristocracia, que personalizó incluso en un rey tartésico al que llamó Argantonio. Datos arqueológicos no revelan monarquía o poder centralizado alguno; todo lo más élites minoritarias a modo de régulos, caudillos, príncipes o aristócratas, que gobernaban cada núcleo o poblado. El personaje de Argantonio sería una invención, un mito, aunque con un trasfondo histórico ya que su nombre significa literalmente hombre de plata.

Después de doscientos años de esplendor, Tartesos padeció una notable recesión que acabó con su desaparición en la transición hacia el siglo V aC. Las razones pudieron ser varias: la conquista de Tiro por los asirios, el agotamiento de las minas de plata de Huelva y la recesión del sistema agrícola intensivo del Guadalquivir. No hubo una ruptura cultura entre el viejo mundo tartésico y la nueva realidad del siglo VI aC. De hecho podríamos pensar en una caída del modelo político pero no de los modos de organización socioeconómica. El modelo tartésico dejó paso a un nuevo período conocido por los prehistoriadores como ibérico antiguo que tomó cuerpo en una etnia ibérica: los turdetanos.




La Segunda Edad del Hierro
 
Los pueblos itálicos

El último capítulo de la Protohistoria itálica aparece bajo la sombra de los primeros pasos de aquella civilización romana, por lo que desde la perspectiva historicista tradicional de todo este período podría pertenecer a lo que se llama la Historia Antigua. Este período presentaría varias etapas. La primera comenzó con la expulsión de la monarquía etrusca de Roma en el 600aC, y continuó con la instalación de la monarquía romana, que llevó en 575aC a la configuración de Roma como una auténtica ciudad. La segunda etapa comenzó en el 509aC con la sustitución de la monarquía por la república romana. La tercera etapa arrancó en el 350aC y representó el salto decidido de Roma a la conquista de Italia, iniciadas con las Guerras Samnitas, que culminó en el año 265aC.
 
La cultura noroccidental de Golasseca conoció su último período de vigencia entre los años 500-350aC. La mayoría de la información procede de necrópolis, organizadas de acuerdo con los rituales tradicionales de incineración. Hay algún caso excepcional de enterramiento de inhumación en fosa.
 
La arqueología ha reconocido cierta presencia de objetos latenienses, pero no en la medida necesaria para pensar en invasiones masivas de guerreros procedentes del otro lado de los Alpes.


La cultura Atestina o Este perduró en la vertiente noroccidental. En los siglos V-IV aC los poblados experimentaron un notable incremento pero poco sabemos de su organización.
 
La mayoría de la información procede de las necrópolis. La presencia de varias estatuillas de bronce representando personajes de alcurnia, con iconografía helénica, parece revelar una destacada aculturación de las élites dominantes.
 
En la mitad centromeridional de la península itálica había una gran fragmentación tribal. Los pueblos que ocuparon el territorio revelan un modelo de atomización sociopolítica con un intenso grado de competitividad, que generaba un clima de continua inestabilidad interna. En suma, una multitud de tribus en un estado de permanente enfrentamiento.
 
Dado el gran número de pueblos en esta región, nos centraremos en los dos que tuvieron mayor repercusión: los umbros, un hinterland cultural de la Cultura Etrusca; y los Samnitas, que representaron una coalición intergrupal bajo una cohesionada unidad militar.
 
Los escritores romanos calificaron a los umbros como el pueblo más relevante de los que ocupaban las montañas interiores centrales. Su territorio limitaba con la región central de Etruria, por lo que la influencia de la esplendorosa Cultura Etrusca se dejó sentir muy pronto y de manera intensa. El poblado de Terni fue un ejemplo de esa influencia etrusca de modo que acabó por convertirse en núcleo esencial de comunicaciones entre Etruria, Lacio y Piceno.
 
Las tumbas aristocráticas reflejan el modelo etrusco, con cámaras pétreas decoradas y varias salas interiores

Los samnitas ocuparon las regiones interiores meridionales de la península. A partir del siglo IV protagonizaron un largo conflicto con la naciente Roma. Poblaron las regiones montañosas de Abruzzos y Campania y formaron en realidad una coalición político-militar que agrupó varias etnias: los pentri, caracenos, caudinos e hirpinos. Esta coalición fue llamada civitas Samnitium por Livio. La ausencia de recursos mineros les impidió cualquier desarrollo comercial. Las crónicas comentan la existencia de algunos centros de población como Bovanium o Malventum, con un patrón básico de poblamiento basado en la dispersión de aldeas, asociadas a un núcleo fortificado que ejercía de lugar central (llamado patrón pagano- vicánico).

Los pueblos celtas de la Provenza

En las tierras costeras francesas la instalación de la colonia griega de Massalia se convirtió en un foco político y económico trascendental. En los inicios del siglo V aC la región atravesaba una fase de recesión económica a consecuencia del retroceso comercial con Grecia y Etruria. La inestabilidad política y social provocó una crisis regional y una intensa atomización tribal. La mejor representación del poblado típico de la región es el yacimiento de Entremont, con su muralla de piedra caliza reforzada con bastiones, sus calles delineadas y los pavimentos de mosaico de su templo.

Frente a la mentalidad griega imperante en las colonias, muchos poblados indígenas mantenían cultos propios anclados en viejas tradiciones. En el templo de Entremont se esculpieron pilas formadas por cabezas humanas y en la muralla se clavaron cráneos humanos auténticos, un rito que produjo la aversión de los romanos en tiempos de la conquista.

La región de la Provenza revela de manera clara la complicada mezcla cultural que existía en estos momentos y la inflexible lucha de los indígenas por mantener su peculiar mundo de tradiciones propias. En ciertos poblados persistió la tradición de la cabaña de materiales perecederos hasta fechas muy tardías.

Los pueblos ibéricos
 
La Cultura Ibérica es la mejor representación de las culturas indígenas que caracterizaron la Segunda Edad del Hierro en el occidente mediterráneo. El ámbito de expansión recorría la totalidad del arco mediterráneo de la Península Ibérica. En esta enorme extensión aparecieron una multitud de etnias: los turdetanos en Andalucía; los mastetanos o bastienos en el litoral sureste; los oretanos en las tierras del interior; los contestanos y edetanos en el levante; ilercavones, cesetanos y lacetanos, entre otros, en las costas catalanas; y los ilergetes las tierras interiores del valle del Ebro.

Los orígenes más remotos de la Cultura Ibérica se remontan hasta el 500 a.C. y responden a una simbiosis entre las tradiciones indígenas del pasado y las influencias griegas de las colonias instaladas en la costa mediterránea.
 
Durante el período ibérico se produjo un incremento y una concentración de la población en núcleos de cierta entidad, sobre todo en las regiones andaluzas, que conformaron la Turdetania. Se consolidaron poblados de cierta relevancia que llamamos oppida, que se convirtieron en centros de poder sociopolítico y de control económico. Los oppida ibéricos no llegaron a la magnitud de los célebres oppida galos, pero no por ello dejaban de ser núcleos de población con carácter protourbano. Muchos oppida poseían sólidas murallas reforzadas con bastiones y torres. Las viviendas se vertebraban en manzanas y poseían la típica plante rectangular. En la región levantina, la tendencia hacia la concentración poblacional se retrasó hasta finales del siglo V aC, los oppida que surgieron tuvieron menor tamaño y alternaron con poblados abiertos.
 
En el plano sociopolítico, las etnias ibéricas poseían distintos grados de desarrollo, desde las tradicionales jefaturas hasta los pequeños estados tribales. Existía un patrón social de tipo clientelar de manera que la pirámide social se hallaba controlada por caudillos, por aristócratas o por príncipes, que contaban con una hueste de guerreros como cohorte principal.

El ritual habitual de enterramiento en el norte era la incineración en urnas cerámicas dentro de una fosa, y se acompañaban con ajuares que revelan las diferencias sociales pero sin grandes ostentaciones. El ritual en el sur resultaba mucho más complejo y denotaba una mayor complejidad social. En las necrópolis meridionales hay cabida para buena parte de la comunidad pero las tumbas más notables revelan ajuares ostentosos a tenor de la categoría social precisa del individuo. Entre los mejores ejemplos de este tipo de necrópolis se encuentra la de El Cigarralejo en Murcia con sus espléndidos ajuares o las tumbas turriformes de Pozo Moro. El último ejemplo incluye las urnas funerarias en estatuas labradas de caliza, las llamadas "damas ibéricas", que poseían un orificio para introducir en su interior las cenizas. Las Damas de Elche y de Baza representan urnas de este tipo que sirvieron como tumba para las cenizas de miembros pertenecientes a élites privilegiadas.

Las producciones cerámicas ibéricas también denotan la influencia griega. En un tipo de producción manufacturada a torno, que recurría a pastas anaranjadas y se decoraba con diversos motivos. Las cerámicas más conocidas se han reunido en dos estilos distintos: uno narrativo llamado Oliva-Liria; y uno narrativo o simbólico denominado Elche-Archena. Pero la artesanía ibérica brilló con luz propia en la orfebrería, proporcionando bellas diademas y broches de inspiración griega.




Epílogo: del antiguo Mediterráneo al "Mare Nostrum".

Deslindar de manera rotunda el paso de la Protohistoria a la Historia Antigua es una labor poco consistente ya que no hay una ruptura clara, ni ésta se produjo al mismo tiempo en todas las regiones del Mediterráneo. En otros casos la realidad que separa la Protohistoria de la Historia Antigua se reduce a la presencia de la escritura.
 
Las poblaciones protohistóricas se vieron inmersas en nuevas tendencias de cambio.
 
Un nuevo orden que poco a poco se imponía bajo el dominio de unas sociedades estatales expansionistas. En el año 300aC la estabilidad desapareció al aparecer dos poderes expansionistas: los celtas, que invadieron el norte de Italia; y los romanos. El dominio de Roma sobre los pueblos protohistóricos daba comienzo al fin de una era.
 
Después de la Península itálica le tocó el turno a las regiones meridionales de Galia y a la Península Ibérica. Estabilizada la situación política en Italia, Roma trasladó el conflicto a aquellas regiones y comenzó una segunda estrategia expansionista que tuvo como alter ego a Cartago. La vorágine desatada entre romanos y cartaginenses arrastró tras de sí a los pueblos protohistóricos que acabaron cayendo uno tras otro bajo el dominio romano, propiciando con ello el inicio de lo que podríamos entender como Historia Antigua.

viernes, 1 de agosto de 2025

LAS DINASTÍAS DE CHINA

Nos debemos remontar a más de 4.000 años de antigüedad para descubrir la primera gran dinastía China de la antigüedad. Se considera que fue la Dinastía Xia la primera que reinó en China, entre el 2100 a.C. y el 1.600 a.C., aunque apenas se tiene información ni detalles. La Dinastía Shang que supuestamente sucedió a la Xia, si pude considerar como la primera gran Dinastía documentada de la historia de China.

Es verdad, que resulta muy difícil determinar quienes son los autores auténticos de muchos inventos, porque, muy a menudo, tanto por modestia como por desinterés, los inventores de otros tiempos no permitían que sus nombres se difundieran entre el pueblo. Pero, según los numerosos testimonios de que se dispone actualmente, no parece dudoso que se deba atribuir estas dos invenciones al pueblo chino.


Dinastía Xia (mito o realidad)

En la historia de China, como en la historia del mundo en general, las guerras o conflictos están muy presentes. Era muy raro que una dinastía se apartase para dejar paso a otra nueva. La segunda dinastía solía establecerse tras la caída de la primera.

Además, la dinastía derrocada seguía existiendo con pretendientes que buscaban reestablecerla. Sin duda, nos remontamos a una historia de hace cerca de 3500 años.

Supuestamente, la cultura china se inauguró con tres emperadores: Fuxi, Shennong y el emperador amarillo Huang, que es considerado el verdadero creador de la cultura china. No obstante, hablamos de «supuestamente», ya que no existen registros históricos que demuestren la existencia real de estas personalidades, que datan según la tradición de en torno al año 3000 a.C.

Para aprender a entender la cronología de la historia de China, quizás te resulte útil conocer las fechas de las dinastías chinas más importantes. Antes de las dinastías reales, China vivió un periodo denominado Periodo de los Tres Augustos y Cinco Emperadores (三皇五帝 sān huáng wǔ dì), que según las fuentes historiográficas dató del año 2070 a.C. hasta el 1600 a.C. (470 años). Como ya hemos dicho, resulta que en este periodo se solaparon múltiples dinastías.

A nivel histórico estamos hablando de la Edad de Bronce. 🥉

La dinastía Xia (夏朝 Xiàcháo (Sia)) va desde 2205 a.C. hasta 1570 a.C. (635 años). Es la primera dinastía china, que se caracteriza por ser la primera dinastía hereditaria en la historia de la cultura china. Según las memorias de Sima Qian, en ella se sucedieron 17 reyes. Esta dinastía desapareció cuando su gobernante fue expulsado de la ciudad por la opresión a su pueblo y el abuso de poder.

Dinastía Shang (1600-1046 a.C.)

La dinastía Shang (商朝 Shāngcháo Chen) se sitúa desde el siglo XVII a.C. hasta los años 1050/1025 a.C., aproximadamente (unos 550 años). Conocida también como «Dinastía Yin», es la primera de la que guardamos documentación histórica. Su extensión territorial abarcaba el valle del río Amarillo y en ella se sucedieron un total de 29 reyes. 🐉


Dinastía Zhou (1046-256 a.C.)

La dinastía de los Zhou occidentales (西周xī zhōu) fue desde 1050/1025 a.C. hasta 771 a.C. aproximadamente (270-280 años).

La dinastía de los Zhou orientales (東周 dōng zhōu)va de 771 a.C. hasta el año 256 a.C. (515 años), que se dividió en dos:

Periodo de las Primaveras y Otoños (春秋 chūn qiū): desde el año 722 a.C. hasta el año 481 a.C. (14 reyes). Su nombre proviene de una crónica cuya autoría se atribuía a Confucio. Durante este período, el poder se descentralizó. Fue un periodo de la historia de China muy convulso al sucederse numerosas batallas y anexiones. Debido al lento progreso de la nobleza, se produjo un aumento en la alfabetización, lo que animó a su vez a la libertad de pensamiento y al avance tecnológico.




Periodo de los Reinos Combatientes (戰國 zhàn guó): desde el año 481 a.C. hasta el 222 a.C. (11 reyes). 

Esta denominación proviene del Registro de los Reinos Combatientes, compilado en los primeros años de la dinastía Han.

La construcción de la Gran Muralla China tal y como la conocemos hoy en día, empezó en el siglo III a. C. (-300 a -201) y continuó hasta el siglo XVII de nuestra era.

Dinastía Qin (221-206 a.C.)

A partir de aquí comienza el periodo de las dinastías chinas imperiales: Edad del Hierro y época feudal.

El mundo chino vivió muchos cambios. Antes de la Revolución Cultural, la llegada del partido comunista e incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, varias dinastías fueron sucediéndose en el poder.

La dinastía de los Qin (秦 qín) va de 221 a.C. hasta 206 a.C. (15 años). Esta dinastía llegó con el primer emperador de China, Qin Shi Huangdi. Esta dinastía se caracterizó por una China más reunificada y grande que la gobernada por los Zhou, una China más fuerte, centralizada y unificada. Además, tuvo 4 reyes y 3 emperadores. Liu Bang, que dirigió una rebelión militar contra el ejército Qin, se proclamó emperador, fundando así una nueva dinastía.



Dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.)

En la dinastía de los Han hubo 15 reyes. Con esta dinastía, China pudo prosperar con rapidez en la agricultura 🍚, la industria y el comercio 🍵. El general Zhang Qian fue enviado a las regiones del Oeste para buscar caballos que pudieran ayudarles a librar las guerras contra los hunos. A su vuelta, se inauguró la Ruta de la Seda.

Se inventó el papel, promoviendo así la educación y una serie de técnicas nuevas que revolucionaron el país. Los ideales que fundamentaron esta dinastía fueron desapareciendo y consigo aumentó el malestar y las revoluciones en distintos puntos. En esta dinastía, encontramos los siguientes periodos:

La dinastía de los Han occidentales (西漢 xī hàn): 206 a.C. hasta 9 d.C.

La dinastía Xin (新 xīn) – Interregno de Wang Mang: 9 d.C. hasta el año 24 d.C. Este período estuvo caracterizado por el «usurpador» Wang Mang, quien instauró su propia dinastía y trató de instaurar un estado basado en el pensamiento confuciano.

La dinastía de los Han orientales (東漢 dōng hàn): desde el año 25 d.C. hasta el 220 d.C.


Dinastías Jin y otras menores

Aúnas varias dinastías en este apartado porque no tienen tanta relevancia histórica; por lo que junto a la dinastía Jin se suele hablar también de otras dinastías menores que hubo con anterioridad.

Época de los Tres Reinos

Estamos hablando de la época de los Tres Reinos (三國 sān guó) que fue desde el año 220 d.C. hasta el año 280 d.C.

  • El reino de los Wei: 6 emperadores (220 a 265)
  • El reino de los Shu: 4 emperadores (221 a 263)
  • El reino de los Wu: 2 emperadores (222 a 280)

Dinastía Jin

La dinastía de los Jin (西晉 xī jìn) va desde el año 265 d.C. hasta el año 420 d.C. Tras un periodo bastante convulso con la anterior época, la dinastía Jin propició la reunificación a partir de dos etapas: los Jin Occidentales (266-316) y los Jin Orientales (317-420).

Sin embargo, esta reunificación no duraría demasiado, puesto que algunos pueblos nómadas del norte habían formado varios estados y tenían una larga tradición militar. Finalmente, estos estados del norte acabarían conquistando más terreno y el estado Jin desaparecería del norte de China para pasar a dividirse en un total de 16 reinos. Debido a esta conquista del norte, se produjo un importante éxodo de la población desde el norte hacia el sur.


Época de los 16 Reinos de los Cinco Bárbaros

Luego de los Jin, vino la época de los 16 Reinos de los Cinco Bárbaros (十六國 Shíliùguó) en China del Norte: de 304 hasta 439 (11 emperadores). Esta etapa se caracterizó por ser un periodo de fragmentación política y de caos. Estos reinos estaban constituidos por pueblos de etnia que no era de origen chino.

Dinastía de los Wei del Norte

La dinastía de los Wei del Norte (China del Norte) fue desde el año 386 hasta el 535.

Época de las 6 dinastías en China y China del Sur

La época de las 6 dinastías en China y China del Sur (六朝 Liù Cháo): desde el año 420 hasta el 589. Los tuoba, otro pueblo de etnia no china, consiguieron unificar el norte de china al derrotar a todos esos pequeños estados y proclamar la dinastía de los Wei del Norte.

Con la unificación del norte, China quedaría dividida en dos estados: uno al norte en el que se sucederían las dinastías septentrionales (Wei del Norte, Wei del Este, Wei del Oeste, Qi del Norte y Zhou del Norte) y otro al sur, donde se sucedieron las dinastías de los Song, los Qi, los Liang y los Chen.

Dinastía de los Sui

La dinastía de los Sui (隋 suí): desde el año 581 hasta el 618 (5 emperadores). Esta dinastía logró derrotar a la dinastía Chen del Sur por lo que se pordujo una reunificación del Norte y del Sur. Fue en este momento en el que se amplió la Gran Muralla China y se promovió el budismo.

Dinastía Tang

La dinastía Tang (唐 táng): desde el año 618 hasta el año 907 (7 emperadores). Destaca porque una de las concubinas del reinado del segundo emperador de esta época logró alcanzar tal poder que se proclamó como emperatriz: la Emperatriz Wu, la única mujer que gobernaría China en toda su historia, quien a su vez fundó la nueva dinastía Zhou (690-705).



Época de las Cinco dinastías y de los Diez Reinos

La época de las Cinco dinastías y de los Diez Reinos (五代十國 wǔ dài shí guó): desde 907 hasta el año 960 (7 emperadores y 10 reyes).

La inestabilidad ha sido clave en el país a lo largo de su historia, y como no iba a ser distinto, también lo fue en estos años, donde se sucedieron cinco dinastías muy breves en el norte de China, mientras que aparecieron diez reinos independientes en el sur. De ahí el nombre de este período de la historia de China.

Dinastía Liao

La dinastía de los Liao (遼 liáo): desde 907 hasta 1125.

Segunda Dinastía Jin

La segunda dinastía Jin (金 Jīn): desde 1115 hasta 1234.

Dinastía Song

La dinastía de los Song (宋 Sòng). Esta dinastía nació a continuación de las cinco dinastías que se sucedieron en el norte del país.
  • Los Song del Norte (北宋 běi sòng): desde 960 hasta 1126 (9 emperadores). En esta época, la dinastía controlaba la parte principal del territorio histórico de China.
  • Los Song del Sor (南宋 nán sòng): desde el año 1126 hasta el 1279 (9 emperadores). Tuvieron que refugiarse en el sur tras la derrota frente a los Jin, uno de los estados de etnia no china que se sucedieron en el norte.

Dinastía Yuan

Sin embargo, la reunificación de China vino de la mano de los mongoles, un pueblo extranjero que conquistó el territorio chino, proveniente del norte. Este hito marcaría el final de la dinastía Song y el principio de la de los Yuan.

La dinastía de los Yuan (元 yuán) o la dinastía de los mongoles fue desde 1279 hasta 1368 (15 emperadores). Como hemos dicho, este pueblo nómada del norte llegaría para establecer uno de los mayores imperios de la historia de la humanidad. Gracias a sus conquistas, se extendieron hasta Europa Oriental, Irán y China.


Dinastía Ming (1368-1644)

La dinastía de los Ming (明 míng) va desde 1368 hasta 1644 (16 emperadores).

Las dos últimas dinastías de China abarcan un gran periodo histórico: 544 años para ser más exactos. La dinastía de los Ming incluye 16 emperadores, pero también indica la época en la que reinaron. La familia de los Zhu la fundó en 1368. El símbolo chino utilizado para designar esta dinastía significa «luz, claridad».

La dinastía de los Ming sucedió a la dinastía Yuan, una dinastía llegada directamente de Mongolia. Tras más de un siglo dominados por un pueblo extranjero, los chinos rechazaron este reinado y se inclinaron hacia la dinastía Ming. Una revuelta campesina empujó a los Yuan a la frontera de las estepas mongolas y luego permitió a la dinastía Ming establecerse. Estos son los emperadores que se sucedieron a la cabeza de la dinastía Ming:
  • Hongwu (1368-1398)
  • Jianwen (1398-1402)
  • Yongle (1402-1424)
  • Hongxi (1424-1425)
  • Xuande (1425-1435)
  • Zhengtong (1435-1449)
  • Jingtai (1449-1457)
  • Chenghua (1464-1487)
  • Hongzhi (1487-1505)
  • Zhengde (1505-1521)
  • Jiajing (1521-1566)
  • Longqing (1567-1572)
  • Wanli (1572-1620)
  • Taichang (1620)
  • Tianqi (1620-1627)
  • Chongzhen (1627-1644)
La dinastía Ming fue la primera de origen Han. En la época de la dinastía Ming, China era un país más fuerte y avanzado de la tierra: se produjo un renacimiento cultural ✨, las artes se desarrollaron y, también bajo esta dinastía, aparecieron las primeras obras de porcelana. 🏺

Además, el comercio chino se expandió por todo el océano Índico y hasta el continente africano. El ejército chino se amplió y contaba con un millón de hombres por aquel entonces. Cada año se producían más de cien mil toneladas de hierro. Por otra parte, también bajo la dinastía Ming, se imprimieron y comercializaron los primeros libros con caracteres chinos (sinogramas) móviles.



Dinastía Qing (1644-1912)

Última dinastía imperial y desafíos frente a la modernización.

La dinastía de los Qing (清 qīng) o la dinastía manchú fue desde 1644 hasta el año 1912 (12 emperadores).

La dinastía Qing consolidó la expansión territorial de China al incorporar otros terrenos como Taiwán, Tíbet, XInjiang o Mongolia. A pesar de su fortaleza militar, se sucedieron también numerosas rebeliones, destacando la Rebelión Taiping.


La Imprenta en China

Los chinos fueron los primeros en lograr imprimir algunos textos, lo que ocurrió por el siglo II a.C. Pero, para llegar a este logro, ya disponían de papel, cuya técnica de manufactura dominaban muy bien, desde hacía muchas décadas; también, disponían de tinta, otro elemento esencial, que los chinos conocían ya hacía unos 25 siglos y, finalmente, sobresalían en el arte de hacer relieves. Esta técnica la empleaban utilizando mármol para escribir en relieve pensamientos budistas; las superficies se untaban con tinta y, los peregrinos, provistos de una hoja de papel, presionaban sobre el relieve para obtener una copia de lo escrito y de la misma manera y propósito, se hicieron sellos con frases o figuras religiosas. Pero, pronto surgió la necesidad de reemplazar tales materiales. Estos son los primeros pasos del arte de imprimir y hubo de transcurrir tiempo para que los signos de los textos se fabricaran en madera y separados unos de otros; pero el inconveniente surgía por el trabajo que demandaban y también por la dificultad de lograrlos idénticos. Pero fue un avance y hubo que esperar hasta el siglo XI para que el alquimista chino Pi Sheng concibiera la idea de disponer de tipos movibles capaces de soportar ser usados varias veces. Utilizó una amalgama de arcilla y cola, cocida al horno. Componía los textos juntando los tipos en una lámina de hierro, cubierta con una mezcla de resina, cera y cenizas de papel. Calentaba suavemente la lámina y, luego, la dejaba enfriar para que el tipo se solidificara. 

Los chinos necesitaban transmitir el legado de los emperadores y de sus religiones (el budismo y el confucionismo) a su población para justificar la estructura social, el machismo imperante del confucionismo y buscar un sentimiento de unidad de los diferentes reinos que existían en Oriente. Esta unificación política y cultural se cristalizaría con la llegada del emperador Shi Huang-di, el cual establecería una unificación económica y un nuevo sistema de escritura china, basado en un nuevo conjunto de caracteres (los sellos pequeños) desarrollando por Li Si,  que se basaba en el conjunto de caracteres usados en el estado de Qin, convirtiéndolo en la escritura oficial del imperio, eliminando el resto de caligrafías de los reino chinos. Los edictos escritos con los nuevos caracteres fueron tallados en los muros de montañas sagradas por toda China, como propaganda política y también para propagar la nueva escritura entre el pueblo. Los medios de comunicación fueron controlados por el emperador para justificar y mantener la estructura social y las relaciones económicas feudales, por lo que, a diferencia de Europa, el lenguaje se convirtió en una herramienta de dominación cultural, añadiéndose a la dominación política garantizada por el ejército. 

La imprenta era conocida en China desde hacía largo tiempo, aunque la perfección de su técnica solo se alcanzó hacia el siglo VI de nuestra era, cuando los emperadores chinos de esos años, ordenaron imprimir, entre otros, los cuatro libros de Confucio y algunos clásicos para su uso en la educación de jóvenes.

La técnica empleada por los chinos era la xilografía que se imprimía en planchas de maderas. Pero hacia el siglo X, los chinos ya emplearon, también, separadas, letras de cobre para hacer la composición del texto. El uso de estas letras de cobre pasó en 1205 de la China al Japón.

El descubrimiento del imán por los chinos se remonta a épocas muy antiguas. En el diccionario etimológico Tchuwen, compilado por Hiu-kiun. hacia el año 121 d.C., se encuentra ya el término imán y la explicación que lo describe, dice "Nombre de una piedra con la cual se da la dirección a una aguja".
Un pasaje análogo, pero más detallado y preciso, se encuentra en un gran diccionario Pei-wen-yun-fú compuesto en el siglo IX. Se dice allí que ya bajo la dinastía de los Tsin (265-419 d.C.) los marinos habían encontrado la dirección del sur valiéndose del imán.

La brújula utilizada por los chinos estaba constituida por una aguja imantada que reposaba por intermedio de una chapita de cobre sobre una punta situada en el interior de una caja de madera, la cual estaba cerrada por una lámina de mica. La división del limbo de la brújula no estaba unificada. Según se tratase de brújulas náuticas, geográficas, astronómicas o astrológicas, el limbo estaba dividido en 4-8-12-16-24 partes.

Los chinos no solamente sabían que la aguja imantada se dirige aproximadamente según la línea norte-sur, sino que sabían también que no toma exactamente esta dirección, pero que se separa muy poco de ella. Conocían, por lo tanto, la declinación magnética. En la obra de Ken-tsung-chi escrita hacia el siglo XII, se encuentra una descripción de la declinación magnética: (Si se frota la punta de una aguja con la piedra magnética, señala en seguida el sur, pero no muy exactamente, desviándose un poco hacia el este).

La brújula fue empleada por los arquitectos chinos para orientar los edificios. A causa de las condiciones climáticas, las casas de habitación en China están generalmente orientadas hacia el sur; lo mismo ocurre con ciertos monumentos. Así los muros de la ciudad de Pekín, reconstruida en tiempos de los Ming (1368-1644), tienen la forma de un rectángulo cuyos dos lados menores, están dirigidos según la línea norte-sur, no exactamente en el meridiano geográfico, sino desviándose hacia el este 2° 30'. Ahora bien, las medidas de declinación magnética, hechas primeramente por los misioneros europeos del siglo XVIII y después por el observatorio imperial de Pekín, muestran que la declinación magnética de la ciudad no ha experimentado variaciones de más de un cuarto de grado y que la declinación conserva el valor 2° 30' desde hace dos siglos. La concordancia de este valor con el de la orientación de las murallas de la ciudad, nos proporciona una información muy preciosa sobre la constancia de la declinación magnética en la región de Pekín.

La brújula fue también empleada para los viajes terrestres. Las obras históricas escritas en la época de los Han (202 a.C.-220 d. C.) habían mencionado ya coches provistos de brújulas que los emperadores empleaban en sus expediciones a través de su inmenso imperio. Se les llamaban carrozas magnéticas. Estas carrozas magnéticas eran coches de dos ruedas: delante del asiento se encontraba una pequeña estatua móvil alrededor de un pivote y con un brazo extendido en que se encontraba una pequeña barrita imanada, gracias a la cual el brazo indicaba siempre la dirección del sur. Al lado de esta estatua, hay otra que indica la distancia recorrida: cada vez que el vehículo había recorrido una milla china, la segunda estatua hacia sonar una campana. Se puede decir que realmente en aquella época estaba ya inventado el odómetro.

El empleo de la brújula para la navegación probablemente vino después que las carrozas magnéticas. No obstante, se sabe que los chinos habían emprendido ya bajo la dinastía Tang (siglos VI y VII d.C.) viajes muy largos por mar. Partiendo de Cantón, atravesaban el estrecho de Malaca para ir a Ceilán, a la costa de Malabar y aun hasta la desembocadura del Indo y del Eufrates. Tales viajes no podrían haberse hecho sin brújula.

miércoles, 30 de julio de 2025

TEMA 14: LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO EN LA EUROPA TEMPLADA

La Cultura de la Tène. Concepto y cronología

El marco geográfico y cronológico
 
La Segunda Edad del Hierro en la Europa Templada es conocida como Cultura de la Tène. Hoy en día sabemos que la Cultura de La Tène surgió en una franja territorial muy amplia, distribuida por Francia oriental, Alemania meridional, Austria, República checa, Eslovaquia y Hungría. En el transcurso del siglo V aC la Cultura lateniense se propagó por regiones limítrofes (buena parte de Francia hasta los Pirineos, Países Bajos y Alpes italianos).

 
La Cultura de la Tène discurrió a lo largo de cuatrocientos años, desde la primera mitad del siglo V aC hasta la mitad del siglo I aC. Los últimos momentos de la Edad del Hierro se sitúan en torno al 52 aC (fecha convencional que representa la definitiva conquista romana de Las Galias tras la célebre campaña de Julio César y la toma del conocido oppidum galo de Alesia. Generalmente los historiadores han pretendido dividir la cultura lateniense en diversas etapas, tres o cuatro en función de distintos aspectos según los autores, desde los que fijan estas etapas a partir de la evolución tipológica de los principales objetos metálicos (espadas, puñales y fíbulas), hasta los que se basan en los tipos de enterramientos y en los objetos hallados en las necrópolis.

Hoy día la periodización más utilizada es la diseñada por John Collis, que registra tres
períodos sucesivos:
  • La Tène A o período clásico (500-400aC).
  • La Tène B o período de expansión (400-150aC).
  • La Tène C o período de los oppida (150-50aC).
Generalmente también se aceptan dos grandes períodos para esta cultura. El primer período entre los años 500-250aC, calificado como período de "Reflujo de la Marea". Fue un período de crisis aguda, un largo episodio de recesión económica en relación con la caída de los principados del Hallstat y cuya consecuencia más notable fue la vuelta a los modos autárquicos de producción. El segundo período entre los años 250-50aC, representó un "Renacimiento económico", un nuevo impulso del comercio mediterráneo estimulado por griegos e itálicos, incorporando nuevas bases de producción e intercambio que tuvieron su mejor expresión en los famosos oppida.

 
 La Cuestión Celta
 
Durante mucho tiempo, los prehistoriadores asociaron la Cultura de la Tène con los pueblos llamados celtas, conocidos a través de textos clásicos escritos por varios literatos y cronistas grecolatinos, como Tito Livio, Heródoto o Plinio el Viejo. La palabra celta tiene su origen en el vocablo griego "keltoi", usado para calificar a todos aquellos pueblos "bárbaros" situados al margen de la cultura helénica, más allá de los limites de la "civilización" que asociaban a su propia cultura helénica. Era una manera de designar la barbarie o lo extranjero. Para el caso concreto de los celtas centroeuropeos, la narración básica consiste en una crónica militar, la que escribió Julio César a mediados del siglo I aC y que se conoce como "La Guerra de Las Galias"

En el ámbito académico hay dos posturas respecto a los pueblos celtas. De una parte los partidarios de reconocer la existencia de pueblos celtas y de considerarlos la imagen de las comunidades centroeuropeas de la Segunda Edad del Hierro. La teoría sostiene que los celtas representaron una civilización vigorosa, un pueblo dotado de una identidad cultural común, incluyendo la pertenencia a una misma comunidad lingüística. Algunos autores propusieron varias regiones en el continente, cada una con sus propios rasgos pero unidas por una causa común: 
  1.  la Céltica Continental (Galia, Italia del Norte, España septentrional, Bohemia, Transilvania, Rusia septentrional, Alemania meridional, Austria y Hungría); 
  2. la Céltica Insular (Inglaterra, Escocia e Irlanda); 
  3.  la Céltica Germánica (Alemania del Norte, Dinamarca y Suecia).
La otra propuesta está representada por los partidarios de considerar los pueblos celtas simplemente una construcción cultural artificial creada a lo largo de los siglos de la historia europea por literatos e historiadores. Para estos autores nunca existió en la Segunda Edad del Hierro un pueblo celta común, ni comunidades celtas partícipes de un mismo destino como cultura, civilización o lengua. Esos supuestos celtas no fueron más que un caleidoscopio dispar de culturas, comunidades y etnias, imposibles de unificar bajo un mismo concepto.
 
La evolución histórica
  • La Tène A
Los orígenes de la cultura se sitúan en la primera mitad del siglo V aC en dos zonas; la primera fue la región francesa de la Champaña, y la segunda la región alemana de Hünsruk Eifel en el curso medio del Rhin. Durante los tiempos de la Primera Edad del Hierro ambas regiones habían sido territorios ocupados por la Cultura Hallstat, las futuras tierras latenienses conformaban una sociedad de agricultores y ganaderos, regida por jefaturas de poca importancia y viviendo de un modo bastante autárquico.
 
Pero la situación de los poblados cambió radicalmente hacia el 450aC debido a varios factores. En primer lugar se produjo un crecimiento notable de la población regional que originó los primeros problemas serios de presión demográfica. En segundo lugar se produjo un incremento notabilísimo de la producción de hierro. Y en tercer lugar se registró un crecimiento del comercio interregional, impulsado por los mercaderes orientales.

Tras la caída de los principados hallstáticos, poco a poco los poblados latenienses sustituyeron a los desaparecidos principados del Hallstat, ocuparon su lugar y desencadenaron un nuevo período. Los arqueólogos han podido rastrear en las tumbas el  comienzo de los cambios; en contraste con las tumbas igualitarias de tiempos pasados, en los primeros enterramientos latenienses se aprecian rasgos del incremento de la desigualda social, reconocible en el enriquecimiento de los ajuares de las minorías dirigentes.

  • La Tène B
Hacia el año 400 aC los productos latenienses ya inundaban un amplio territorio de la Europa Templada, desde Calais en Francia hasta los montes de Transilvania en Rumanía, y desde el Po hasta las llanuras de Polonia.
 
Los relatos de Livio o Plinio el Viejo retratan los años 400-300aC con migraciones masivas de pueblos celtas por buena parte del continente. Estas crónicas coinciden al mostrar un panorama de enormes turbulencias y desórdenes generalizados. La presión celta resultó tan abrumadora que en el año 386aC sus huestes llegaron a las puertas de Roma y no dudaron en reducirla a escombros. El poder celta llegó a tal punto que en el año 335 aC ciertas tribus pactaron con Alejandro Magno a orillas del Danubio. Varios pueblos avanzaron hacia el sur para saquear el santuario de Apolo en el 279aC, mientras que algunas tribus atravesaban el Estrecho del Helesponto, penetraban en Anatolia y daban inicio al reino de Galacia.
 
Plinio el Viejo buscó una explicación y relacionó las migraciones y conquistas militares celtas con un aumento excesivo de la población, una presión demográfica tan exacerbada que provocó una desconocida hasta entonces desestabilización sociopolítica. Las duras condiciones de vida que tenían que afrontar las gentes más modestas hizo que no tuvieran más remedio que emigrar en busca de fortuna y medios de vida más seguros, ya fuera por vía pacífica, ya por vía violenta. Los movimientos actuaban como oleadas sucesivas a modo de reacción en cadena, pues cada migración o conquista desplazaba a los antiguos invasores, que buscaban nuevas tierras cada vez más lejos de sus tierras de origen.
 
Ciertos prehistoriadores rechazan de plano la hipótesis invasionista. En su opinión no hay pruebas arqueológicas convincentes para avalar esa hipótesis sino más bien al contrario.
 
Por ejemplo, los datos arqueológicos del siglo IV aC revelan un mundo rural, muy alejado de lo imaginable para una vida militar: no hay ni grandes poblados ni sólidas fortificaciones, tan sólo núcleos modestos de población a modo de aldeas y granjas. Este patrón de poblamiento cuadra mejor con un modo de vida pacífico.
 
  • La Tène C
El último período ocupó los siglos II y I aC. Fue a principios de esta etapa cuando comenzaron a experimentarse rápidos cambios de tendencia, sintetizados en los siguientes puntos: la concentración de la población en los núcleos fortificados (oppida); la implantación de formas de gobierno mucho más complejas; el incremento de la conflictividad y de la competencia; y el inicio de un ciclo de crecimiento económico basado en el aumento de la complejidad tecnológica. Este período ha sido calificado como "Renacimiento económico".

Los siglos II y I aC fueron una etapa muy complicada para los celtas a raíz de continuos reveses militares en toda Europa. En el sur toparon con el agresivo ímpetu expansionista de Roma, que ocupó de modo decidido la cuenca del Po (197-196aC) y el litoral mediterráneo francés (125aC). En oriente sufrieron los embates del poderoso reino de la Dacia. Mientras que en el norte sucumbieron frente a una confederación de tribus germánicas oriundas de Jutlandia y litoral del Mar del Norte, liderada por cimbrios y teutones, que acabaron arrasando parte de Alemania, Chequia, Hungría, Países Bajos y Francia (120aC). Cuando los anhelos de Roma se dirigieron hacia las tribus celtas de Las Galias en una campaña dirigida por Julio César, la historia de los pueblos celtas acabó en el 52aC y sus tierras se convirtieron en provincias romanas.



La Cultura de La Tène. Del hábitat a la ideología
  • Poblamiento y hábitat
Durante la mayor parte de la Cultura lateniense predominó un modelo de poblamiento de carácter disperso, a partir de aldeas de una extensión muy reducida, y que formaban modestas granjas habitadas por unas pocas familias y que carecían de defensas, lo que da cuenta de un modelo de convivencia pacífica y de un sistema de baja conflictividad. Las casas eran modestas, de plantas rectangulares, divididas en tres estancias según un tipo de planta tripartita que los arqueólogos consideran prototipo de la casa indoeuropea. Entre las viviendas se han hallado hoyos que se han interpretado como silos para el almacenamiento, aunque algunos pudieron haber sido usados como simples basureros. Esos pequeños núcleos rurales revelan un alto grado de autosuficiencia y descentralización.

Aquel sistema cambió hacia la mitad del siglo II aC. Los pequeños poblados no desaparecieron, pero junto a ellos surgieron nuevos poblados fortificados (oppidum), cuya aparición vincularon (los autores clásicos) a los temores celtas ante la aparición de hordas germánicas de cimbrios y teutones, que obligaron a levantar plazas fortificadas para la defensa del territorio, y que va unido a la implantación de un modelo de centralización política, basado en clases dirigentes que utilizaron los poblados como residencias y a la creación de plazas adecuadas para centralizar un nuevo y potente mercado interregional basado en un mayor tráfico de productos como metal, cuero, grano y esclavos.

Los oppida se construyeron sobre pequeñas colinas y valles, con sólidas empalizadas y murallas, que constituían una línea continua hasta el punto de superar cualquier accidente topográfico, ya fueran vaguadas, ya montículos. Estos rasgos son comunes a los más de cincuenta oppida detectados en el área nuclear lateniense. La extensión media de estos poblados se sitúa en las 90ha, algunos llegaron hasta las 600 e incluso los hay mayores como el de Heidengraben, de 1.500ha. Los oppida más conocidos son los descritos por Julio César en la campaña de las Galias del 50aC, Bibracte y Alesia, de entre 100 y 150ha.

Los oppida contaban con un poderoso sistema defensivo. Los modelos técnicos para levantar los muros eran dos: la muralla Gálica y la Kelheim. Julio César proporcionó una descripción precisa de la técnica conocida como murus gallicus; se trataba de una muralla levantada a partir de una tablazón de hiladas de postes de madera en vertical y horizontal, los postes verticales estaban clavados firmemente en paramentos de piedra seca, a intervalos regulares. Para aumentar la solidez aún más se procuraba recubrir la superficie exterior de la muralla con un terraplén de cuatro metros de altura y otros cuatro de grosos, a base de un rellene de piedras, gravas y tierra apelmazada. El muro era precedido por un foso ancho y profundo, así como por campos de largas piedras hincadas sobre el suelo para frenar a la
caballería enemiga.
 
La áreas habitadas de los oppidum contaban con un núcleo central -tal vez vinculado a las minorías dirigentes-, zonas residenciales y barrios artesanales. En muchos casos existía una distribución jerárquica, como por ejemplo en Bibracte, donde la parte más alta del poblado albergaba el santuario, la meseta situada por debajo acogía las residencias aristocráticas, y las zonas bajas, próximas a la puerta principal, por el barrio de artesanos. En varios oppida tardíos, como Bibracte, la nobleza levantó residencias de grandes dimensiones pero ya por influencia romana.
 
Desde el punto de vista socioeconómico, los oppida fueron agrupaciones de población de crecimiento rápido, levantadas de manera planificada tras un apresurado proceso de concentración y centralización. Los oppida se convirtieron en centros multifuncionales; como centro político, centro de administración económica, centro militar y, posiblemente también como centro religioso.


Enterramientos
 
Durante la mayor parte de la Cultura lateniense se mantuvo la tradición de inhumación en tumbas individuales planas. El paisaje funerario respondía a multitud de cementerios de tamaño muy reducido, muy al uso del mundo rural de pequeños poblados y aldeas agropecuarias. En muchos casos los cadáveres se enterraban sin ningún objeto o a lo sumo con elementos ordinarios muy sencillos. La presencia de amuletos era habitual en las tumbas de mujeres y niños. En resumen, la imagen que desprenden estos enterramientos se corresponde con una sociedad sencilla y humilde, sin preocupación por la acumulación de riqueza.

Las tumbas de los sectores dirigentes eran minoritarias y destacaban por el depósito de objetos más suntuosos, si bien la acumulación de riquezas nunca dio lugar a tumbas principescas. Las sepulturas más espléndidas poseían como mucho unas docenas de objetos: espadas, puñales y de modo ocasional petos, cascos y carros de dos ruedas. En una tumba en Wadalgesheim se hallaron un elaborado collar, un par de brazaletes -todos ellos de oro-, una sítula de bronce y varias piezas de bronce para decorar un carro. Otra tumba de Dürnberg contenía piezas de oro (en particular brazaletes), armamento ofensivo de hierro (una espada y dos puntas de lanza), un casco de bronce, una sítula, una copa, un kylix ático y diversas
piezas de hierro integrantes de un carro de madera.
 
Las necrópolis del período La Tène C pertenecientes a las oppida son mal conocidas.
Algunos prehistoriadores lo interpretan como consecuencia del aumento del ritual de incineración realizado directamente sobre la tierra, sin siquiera recoger las cenizas.


Sociedad
 
La mayoría de la población se componía de agricultores y ganaderos, y se sospecha que se organizaban en unidades familiares autónomas y reducidas, con sus pequeños cultivos y rebaños, practicando una artesanía local para el consumo propio y llevando un modo de vida autárquico. Los artesanos especialistas y comerciantes eran minoría. El mejor ejemplo de estas minorías especializadas se registra en el complejo minero austriaco de Dürnberg. En las tumbas próximas a ese yacimiento no se han reconocido diferencias sensibles, más bien una absoluta igualdad. Sin embargo, la mayor parte de la información sobre esas minorías dirigentes puede rastrearse a partir del mundo funerario, aunque las tumbas de estos cabecillas se caracterizaron por el escaso interés mostrado por enterrarse con bienes de lujo.
 
El interés de los cabecillas residía en aumentar su prestigio no por la acumulación de objetos de lujo sino por la realización de acciones militares dignas de recuerdo en la comunidad. Es un tipo de caudillaje llamado primus inter pares ("el primero entre iguales"). El poder de liderazgo de estos cabecillas residía en el control inmediato de la milicia. En otras palabras, sobre milicianos que servían básicamente a su caudillo. La representación de guerreros a caballo parece apuntar que los caciques se presentaban con la dignidad de un caballero, pues en aquella época los caballos eran artículos de prestigio social y un símbolo principal de poder. Este liderazgo resulta ideal en sociedades expansionistas y presenta una organización sociopolítica de indudable éxito para un mundo de conquista militar y razzias de combate.
 
La distribución igualitaria de la riqueza en las tumbas guerreras apunta hacia que la milicia lateniense no formaba una casta cerrada, sino un grupo abierto que facilitaba una gran movilidad social. De ese modo cualquier joven podía convertirse en un vasallo militar y tomar parte en una carrera guerrera plagada de esperanzas y posibilidades.

Pero este sistema político tenía dos graves contrapartidas: la competencia entre caudillos para alcanzar el poder era una fuente de tensiones continuas, y el uso de la guerra como instrumento para ascender socialmente convirtió los saqueos y pillajes en unas necesidades endémicas para perpetuar el sistema político. El resultado fue un clima de permanente inestabilidad. La expansión hacia el exterior, la ocupación de nuevas tierras y las razzias destinadas al saqueo se convirtieron en medidas necesarias para permitir el ascenso de los jóvenes guerreros. Pero en ningún sistema político se puede mantener de manera permanente este modelo de crecimiento, lo que llevó a implantar el período de los oppida en un momento de máxima tensión e inestabilidad. De esta manera, la Segunda Edad del Hierro representó un universo político muy heterogéneo: junto a pueblos organizados al modo de pequeños estados, otros se mantenían como jefaturas tribales y otros como simples aldeas de granjas.

En la Guerra de Las Galias se describe un interesante modelo de jerarquía en ciertas tribus: una especie de magistrados-reyes ocupaban la cúspide; por debajo figuraba un consejo formado por nobles ancianos; y más abajo aparecía una asamblea popular integrada por varones adultos, libres y con capacidad para tener armas, con una tendencia, en la época de las oppida, a la pérdida relativa de poder de líderes militares y el ascenso de una oligarquía comercial y administrativa.
 
Economía
 
La economía se centraba en la producción agrícola y ganadera. Pero la producción de las modestas granjas latenienses tuvo que afrontar un panorama bastante acuciante a raíz de las necesidades causadas por la presión demográfica. Se adoptaron estrategias para aumentar la producción con la que alimentar a una población en continuo aumento como la incorporación de nuevos aperos de labranza gracias al desarrollo de la metalurgia del hierro, la roturación de tierras antaño baldías y la puesta en marcha de nuevos cultivos más resistentes como el centeno.
 
Los herreros comenzaron a confeccionar hoces, guadañas, cuchillos de poda o azadas.
 
El incremento de la producción agrícola se completó con la mejora de las técnicas de procesamiento de las materias primas, cuya mejor muestra fue la invención del molino giratorio.
 
La cabaña ganadera comprendía principalmente vacuno, seguido de ovino y porcino.
 
En un principio la cabaña ganadera mantuvo un régimen autárquico para el autoabastecimiento familiar, pero la aparición de los oppida supuso un cambio al estimular un incremento de la producción. En el poblado de Manching se han hallado concentraciones masivas de restos de animales que superaban con creces las necesidades del poblado, esto podría apuntar a que Manching operaba como un centro ferial y plaza de mercado regional, donde acudían las gentes del entorno para la compraventa de animales.

  • La cerámica
Aunque el torno de alfarero ya era conocido a finales de Hallstat, durante los primeros tiempos de La Tène, la mayor parte de la producción cerámica aún se hacía a mano. En este marco, la cerámica común se limitaba a producciones sencillas hechas a mano (ánforas de cuello alto con bandas pintadas o incisas, escudillas con pie y urnas).

El torno no tuvo importancia hasta el período de La Tène C (siglo II aC), cuando se realizaron producciones cerámicas masivas en los talleres de los oppida. Aparecieron productos de lujo y artículos cotidianos para cocina y bebida. Estas producciones eran  básicamente locales de modo que cada oppidum producía su propia cerámica, destinada al autoabastecimiento. Los productos de mayor calidad eran llamativas cerámicas pintadas, que necesitaban unas arcillas depuradas completamente blancas. La producción habitual tenía motivos decorativos geométricos pintados a base de bandas de colores rojo y blanco.

  • La minería y metalurgia
Hacia el siglo V aC el hierro se usaba para modelar herramientas corrientes: sobre todo aperos de labranza; pero también fíbulas y broces de cinturón; y de manera ocasional algunas armas como espadas, cascos y escudos. Durante los siglos V-III aC los herreros realizaron modelos de espadas cortas, ideales para la lucha a poca distancia, pero el modo de lucha evolucionó y se manufacturaron espadas pesadas, muy largas pues superaban el metro de longitud, y con filos paralelos. La artesanía del hierro brilló con luz especial en las vainas que protegían las espadas, consistentes en láminas finas de hierro decoradas con grabados y adornos repujados.
 
Las puntas de lanza presentaron muchas adaptaciones, pero entre todas destacaron piezas semejantes al pilum romano, conformadas por un cuerpo corto y una hoja ancha cordiforme. Los yelmos también ofrecieron muchas variaciones, pero cabe destacar dos tipos: los largos de morfología puntiaguda; y los hemiesféricos con peculiares protecciones para el cuello o con láminas metálicas para cubrir las carrilleras.

El bronce quedó relegado como metal para la manufactura de objetos de lujo, sobre todo para vasijas y joyas como fíbulas o brazaletes. El oro se empleó para la producción de adornos, sobre todo torques, brazaletes y piezas singulares.

Los herreros asumieron un rol muy distinto del vigente en la Primera Edad del Hierro para los broncistas: abandonaron la tutela clientelar respecto de los linajes aristocráticos, que habían perdido además el control de la producción, y de este modo pudieron alcanzar un nuevo estatus de importancia, en este sentido casi todas las tumbas de metalúrgicos se hallaban bien surtidas, demostración palpable de la alta valoración social de los profesionales del metal.

La metalurgia del hierro conoció un segundo gran auge en el siglo II aC, en buena medida por el incremento de la demanda de metal a cargo de Roma, y por un aumento del consumo interno en los oppida. La consecuencia del aumento de la producción fue la diversificación del instrumental cotidiano. El resultado fue la gran revolución instrumental.
 

  • El intercambio comercial
Durante las primeras etapas latenienses las redes comerciales se limitaban al mercado estrictamente local. La producción tenía carácter autárquico, si bien existieron algunas rutas regionales relativas al intercambio de materias primas (hierro, sal, bronce, vidrio, grafito, ámbar y oro). Probablemente la red regional más importante giraba en torno a la sal, con el foco central en las minas de Dürnberg.
 
Las redes comerciales no se recuperaron hasta mediados del siglo II aC, cuando tuvo lugar la expansión romana más allá de los límites de la Península itálica. Su reanudación permitió un comercio a larga distancia basado en multitud de productos, aunque con un predominio de las manufacturas metálicas (hachas, broches de cinturón, anillas, yunques de hierro, copas de cobre o bronce... Entre los más demandados por los romanos se hallaba el hierro, las pieles, los cueros y finalmente los esclavos. En contrapartida, los pueblos centroeuropeos obtenían productos de lujo, pero en producciones limitadas. El artículo más demandado era el vino, a través de una red de larga distancia que utilizaba la vía fluvial del Ródano y los pasos transalpinos. La enorme cantidad de ánforas recuperadas en muchos oppida revela la trascendencia del comercio del vino en aquellas tierras.
 
Uno de los fenómenos que caracterizaron el final de este mundo lateniense fue la incorporación de la moneda. En varios oppida de los siglos II-I aC hay pruebas de acuñación.
 
Sin embargo, hay que entender que las piezas latenienses tenían poco valor por lo que, si bien las monedas eran útiles para facilitar la distribución centralizada de bienes básicos y el intercambio entre los oppida, no podían usarse de manera normalizada y habitual.

 
El arte
 
El arte lateniense era una combinación sutil de ancestrales raíces autóctonas y modelos estilísticos de raigambre oriental, hasta el punto de considerarse una de las expresiones artísticas orientalizantes. Combinaron su particular universo iconográfico con unas expresiones estilísticas nuevas: animales fantásticos, reconvertidos en ampulosos y curvilíneos motivos geométricos, alternaban con espirales y entrelazados, que representaban una elaboración intelectual de la propia naturaleza. El arte lateniense se centró en pequeños artículos de prestigio, como joyas, jarros, espejos, piezas de banquete; y en armas como espadas, cascos, arneses de caballo o elementos de carros de tiro. Los trabajos obedecían a
una esfera artesanal y revelan de manera explícita el vínculo de los artesanos con las minorías dirigentes.
 
Los especialistas han dividido el extenso desarrollo del arte de La Tène en una serie de períodos llamados estilos:

A la primera fase (dividida en tres períodos) se conoce como estilo primitivo o temprano. La segunda fase se denomina estilo Waldalgesheim o estilo vegetal. Y la tercera fase se califica como estilo de las espadas.

El arte lateniense decayó drásticamente a partir del año 150 aC pues el desarrollo de los oppida impuso nuevas normas en la artesanía. El trabajo artesanal en estos lugares tenía carácter más "industrial" pues perseguía sobre todo la intensificación de la producción y la elaboración de grandes cantidades de artículos antes que la delicada manufactura de tiempos pasados.

 
Religión e ideología

Se acostumbra a hablar de las ceremonias culturales en escenarios naturales, siguiendo las crónicas romanas no exentas de descripciones imaginativas. Entre los rituales que parecen más seguros se halla la costumbre de ofrendas en las aguas, como avalan hallazgos como un caldero lleno de fíbulas, brazaletes y sortijas, oculto bajo las aguas de una fuente termal cerca de Duchcov, en Bohemia. Se ha interpretado como lugares de culto ciertos lugares de planta circular o rectangular, con cella central rodeada de una galería; así como unos recintos cuadrangulares sobre una elevación de tierra generalmente rodeada de fosos. En uno de estos recintos hallado en Baviera se hallaron numerosos restos humanos interpretados como sacrificios, rituales comunes en la Céltica mediterránea.

La religión en las tierras latenienses parece haber sido de tradición hallstática y regido por un panteón de tradición indoeuropea. En materia de iconografía hay una especia de triada constituida por las divinidades Esus, con una cabeza juvenil rodeada por un torque; Teutates, representado como un jabalí; y Taranis, presentado como rueda estilizada. Más autóctonos son los cultos solares, las cabezas de todo y las inmolaciones de cérvidos.
 
Europa septentrional
 
Las Islas Británicas
 
La parte meridional de Gran Bretaña permaneció relativamente aislada de los avatares que sucedieron en el continente entre los siglos VI-II aC. Hoy día el registro arqueológico  revela una continuidad cultural respecto a la Primera Edad del Hierro, incluyendo aspectos claves como la cerámica y la plantas de las viviendas, aunque no quiere decir que fueran poblaciones por completo aisladas. De hecho, en el siglo V aC el sur de Inglaterra recibía productos latenienses como armas o fíbulas.

Buena parte de la población insular vivía en un entorno rural agropecuario de poblados y granjas, pero
también surgieron grandes poblados amurallados sobre colinas (hillforts) como Danebury, que poseía una muralla relativamente compleja, remodelada varias veces para asegurar su conservación y aumentar su capacidad defensiva. En el interior del poblado se hicieron cabañas de planta rectangular y circular. Las viviendas circulares eran las más habituales, de unos cinco/quince metros de diámetro, tejado cónico y paredes de piedra sin mortero. Las viviendas del poblado de Danebury eran tan similares que los investigadores han pensado que se trataba de una sociedad igualitaria, en la que no cabían diferencias entre sus miembros.

El territorio insular británico padeció un período crítico de aislamiento entre los siglos IV-II aC, un paulatino retroceso de los poblados fortificados en altura, que algunos asocian con un entorno de mayor pacificación territorial y menor conflictividad social.

Pero la situación de las islas cambió radicalmente en la Edad del Hierro tardía, entre los siglos II-I aC. En este período reapareció el sistema de fortificaciones en altura y se reanudó también el contacto con el continente. La introducción del torno de alfarero en los poblados ingleses también se considera una adopción foránea. El asentamiento de Hengistbury Head representó un importante puerto de comercio en pleno litoral meridional de Inglaterra, donde llegaban barcos del continente con productos de lujo como ánforas vinarias y cerámica de barniz negro campaniense. Los británicos exportaron a través de Hengistbury Head materias primas como hierro, cobre y estaño.
 
Las tumbas muestran cierta concentración de riqueza, motivada por un leve aumento de los torques de oro y la presencia de objetos excepcionales de artesanía de claro influjo lateniense. Julio César indicó la existencia de élites dirigentes cuyo destino hacia el 20-15aC provocó el establecimiento de reinos tribales con caudillos de nombre propio, que se denominaron reyes y llegaron a acuñar moneda. Los arqueólogos incluso han pensado en la existencia de confederaciones lideradas por un estado central, del que dependían otros estados secundarios.



 
Norte de Alemania y Dinamarca
 
La Segunda Edad del Hierro en las tierras del Norte de Alemania y Dinamarca mantuvo la larga tradición del período anterior. La población habitaba pequeños poblados, aldeas y granjas. Este modo de convivencia pacífico aseguraba poblados abiertos y la ausencia de necesidades de defensas en los mismos. En estas zonas no se incorporaron novedades  tecnológicas de primer orden como el torno de alfarero, no se recurrió a la utilización de moneda, no llegaron redes de intercambio comercia del sur.

La economía era agropecuaria, con notable importancia del centeno por su capacidad para resistir las bajas temperaturas, y del ganado bovino. Las viviendas de Jutlandia prueban la importancia del ganado en la vida cotidiana, donde parte de la vivienda era residencia y la otra parte cuadras para el ganado. En Dinamarca la distribución de los poblados fue condicionada de manera estricta por la distribución de los mejores suelos. Los enterramientos no se conocen bien, pero en aquellos que se documentan aparece el uso del rito de incineración, con las cenizas en cerámicas toscas y rodeadas de un ajuar pobre.
 
Este modelo de sociedad no superaba el nivel tribal o de jefaturas poco desarrolladas, lo que contrastaba con las regiones de más al sur. Que mantuvieron contactos ocasionales con esas culturas sureñas como La Tène lo demuestra la aparición del caldero de Gundestrup hallado en Jutlandia y de origen lateniense.
 


Europa oriental: La Cultura Escita
 
Los escitas padecieron una invasión militar hacia el 513 aC del poderoso ejército persa de Darío I. Pero el pueblo escita superó estos contratiempos, hasta el punto de que en los siguientes dos siglos se recuperaron de manera plena y conocieron su época de mayor esplendor político.
 
El poder de los reyes escitas fue creciendo hasta chocar con otra potencia emergente, la Macedonia de Filipo II, que les infringió una derrota en el 339 aC. Unos cuarenta años después desaparecieron por causas todavía no consensuadas: tal vez una invasión extranjera de los sármatas; quizás una crisis económica; o tal vez circunstancias climáticas.
 
La presencia escita tiene su representación más característica en el yacimiento de Belsk, que se fundó hacia el 610 aC. Se trata de un recinto fortificado que alcanzó los 33km de recorrido. Pero quizás lo más llamativo son las extraordinarias tumbas reales, de las cuales conviene mencionar tres.
 
El kurgán de Tolstaia Mogila de mediados del siglo IV aC. Encaramado en el lugar más elevado de una larga cadena de veinte kurganes, que ocupaba dos kilómetros de largo. Tenía una altura de 9m y un diámetro de unos 60, rodeado por un foso ancho de dos metros y metro y medio de profundidad. Se hallaron ánforas y huesos de varios animales, que testimonian un banquete fúnebre. El túmulo cubría dos sepulturas: la primera un dromos, y una cámara con los despojos de un hombre y su servidor, junto a los cadáveres de dos caballos con sus respectivos arreos y de dos palafreneros, uno de ellos un niño de unos diez o doce años. En la segunda sepultura había los restos de una mujer y un niño, próximos a los cuerpos de dos servidores. El cuerpo de la mujer estaba cubierto por joyas de oro y rodeado de una vajilla de plata, cerámica y vidrio. El cuerpo del niño reposaba en un sarcófago de madera.

El kurgán de Solokha en la orilla izquierda del Dniéper a principios del siglo IV aC. El túmulo alcanzó una altura de 19 metros y tenía un diámetro de 100m, ocultando dos grandes tumbas. La principal con los restos de una mujer y dos caballos. La segunda contenía el cadáver de un individuo masculino, junto al de un portador de armas, un sirviente y cinco caballos.
 
La tercera tumba es la de Koul-Oba, en Crimea oriental, datada en el 400-350 aC. Tenía una planta casi cuadrada y se alzaba unos 5,3m de altura. Daba cobijo a un hombre que reposaba en tarima con una diadema coronada por un sombrero con colgantes de oro, un disco de oro de casi medio kilo en su cuello y pulseras en cada muñeca. Próximo al cuerpo se hallaba un sarcófago con una mujer, cubierta con un vestido de brocado y numerosos objetos de oro como una diadema con colgantes. En la tumba se halló un tercer cadáver, que se ha interpretado como un posible palafrenero.