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lunes, 18 de noviembre de 2024

ESTABILIZACIÓN Y DESARROLLO DE LOS GRANDES ESTADOS NACIONALES DURANTE EL SIGLO XIX

A mediados de siglo se inició en un buen número de países un proceso de reformas que transformarían los sistemas de gobierno. Las instituciones representativas se convertirían en norma y no en la excepción.

El liberalismo triunfaría en los principales estados europeos, al optar las autoridades por dirigir y controlar unos cambios, que se veían inevitables, para así alejar amenazas revolucionarias. La crisis económica de finales de la década de 1840 fue seguida por unas décadas de expansión que trajeron prosperidad y progreso a un número creciente de ciudadanos. Los cambios fueron especialmente visibles en Inglaterra, mientras el continente continuó siendo mayoritariamente agrario. 

Las décadas centrales del siglo vieron el triunfo del nacionalismo. Si en la centuria anterior la identidad local o regional tenía más fuerza que la idea de pertenecer a una “nación”, en este período el nacionalismo se convirtió en un elemento fundamental del escenario político europeo. 

Una paz relativa, con ausencia de guerras generalizadas permitió a los grandes Estados emprender reformas políticas, económicas, sociales, culturales, sin tener que exigir en exceso a sus ciudadanos, alejando así el fantasma de la revolución y el caos social.


La Inglaterra victoriana 

Los inicios de la época victoriana 

En 1837, la joven Victoria subió al trono, con solo 18 años, tras la muerte de su tío Guillermo IV. Se iniciaba un larguísimo reinado que confirmó y consolidó el papel protagonista de Gran Bretaña no sólo en el marco europeo. 

Reina Victoria

Los whigs, que gozaban de una amplia mayoría desde la aplicación de la Ley de Reforma de 1832, fueron los grandes protagonistas de las primeras décadas del período victoriano. Tras unos inicios en los que acometieron importantes reformas, las divisiones en el seno del grupo entre los ricos aristócratas reacios a nuevos cambios (lord Melbourne) y los más progresistas (lord Brougham y lord Durham) frenaron su marcha, haciendo que su programa perdiera atractivo. Los whigs parecían incapaces de animar el comercio, solucionar el creciente desempleo o aliviar la situación de las clases populares. La hostilidad contra el gobierno creció cuando en 1839 fue rechazada la primera petición de los cartistas.

 Políticos radicales, artesanos, obreros y clases medias, respaldaban la Carta del Pueblo que contenía seis reclamaciones fundamentales: sufragio universal masculino para mayores de 21 años, voto secreto, distritos electorales similares, eliminación de requisitos para ser parlamentario, un sueldo por representar el puesto y elecciones todos los años. El fracaso del movimiento cartista se debió a que reunía en su seno a grupos con objetivos demasiado variados: políticos, económicos y sociales. La vía violenta elegida por algunos de los cartistas dividió y debilitó al grupo. Sin embargo, con el paso del tiempo sus reivindicaciones, excepto las elecciones anuales, serían finalmente adoptas. 

En 1841, Gran Bretaña se enfrentaba a una difícil situación económica y cuando se celebraron elecciones el proyecto conservador, encabezado por Robert Peel, parecía más fiable a la hora de animar el comercio y la industria, y en consecuencia paliar el desempleo. Los votantes concedieron la mayoría a los tories, que empezaban a ser conocidos como Conservadores. Durante los cinco años en que estuvo al frente del gobierno, Peel promovió importantes reformas económicas y sociales, pero no pudo superar el problema en torno a las Corn Laws, que se venía arrastrando desde 1815 y que enfrentaba a proteccionistas y librecambistas. Estas leyes que mantenían alto el precio del pan perjudicaban a las clases populares cuando se producían malas cosechas, pero el movimiento Anti-Corn Laws iba más allá. Los temas que discutía incluían la libertad de comercio, la capacidad de competir de la agricultura británica, las consecuencias para trabajadores agrícolas e industriales… Tras reducir ligeramente los impuesto sobre el grano, Peel aprovechó la crisis de la patata en Irlanda (1845) para plantear la supresión de las Corn Laws.

Aunque finalmente consiguió sacar adelante el proyecto (1846), el coste político fue muy elevado. El partido conservador, debilitado por su profunda división interna en este tema, no volvió al poder hasta 1866. Al contrario, los cartistas de la Liga Anti-Corn Laws, con objetivos claros y precisos, defendidos por líderes de gran talla, pudieron hacer valer sus propuestas, lo que supuso un gran avance en la implantación del librecambismo. 

Durante el gobierno de Peel, el tema de Irlanda volvió a primer plano. Intentando repetir la represión que había culminado con la promulgación de la Ley de Emancipación de los Católicos a fines de los años veinte,O’Connell anunció en Tara el inminente final de la Ley de Unión de 1800 y la implantación de un Parlamento propio. Sin embargo, el gobierno de Peel anunció que la Unión nunca sería revocada y se enviaron tropas para sofocar cualquier rebelión. Fracasada su estrategia, O’Connell perdió protagonismo al frente del movimiento, siendo sustituido por políticos más jóvenes y violentos. Para calmar los ánimos, Peel hizo algunas concesiones a los católicos irlandeses lo que supuso la oposición de sectores protestantes de su partido. Sin embargo, el estallido de la crisis de la patata (1845) con su secuela de muertos y de emigrantes, alimentaria el odio irlandés hacia unos británicos incapaces de solucionar los problemas económicos y sociales de Irlanda. 

Las primeras décadas del período victoriano fueron años de desarrollo económico, pero de inestabilidad política, debido a las divisiones que se produjeron en los partidos sobre los grandes temas antes citados. En el sector del partido conservador que votó con Peel la abolición de las Corn Laws, los conocidos peelitas, destacaba W.E. Gladstone, quien llegaría a convertirse en el líder de los Liberales, como empezaron a ser llamados los whigs, en cuyas filas terminaron la mayoría de los peelitas. Entre los tories proteccionistas, liderados nominalmente por lord Derby, la figura con más futuro era el joven Benjamin Disraeli. Se iniciaban unos años confusos, de predominio liberal, en los que la vitalidad del sistema contribuyó a la consolidación de las instituciones y afianzó un régimen liberal capaz de evolucionar a través de la reforma.

Unión Jack

Hacia la segunda Ley de Reforma, 1852-1867 

Muchos parlamentarios pensaron que la aprobación de la Ley de Reforma de 1832 había puesto punto y final a los avances democratizadores. Sin embargo, una combinación de circunstancias internas y externas crearon el caldo de cultivo favorable a la apertura de un debate sobre la conveniencia de nuevos cambios. 

La población masculina adulta en Inglaterra y Gales superaba los cinco millones, pero solo un millón tenían derecho a voto, y las nuevas áreas industriales atraían a muchos habitantes. Ambas circunstancias hacían necesaria una nueva extensión del derecho al voto y una nueva redistribución de los escaños. Los radicales presionaban por un sistema más democrático y se le sumaron las nuevas organizaciones de trabajadores como las New Model Unions, que lograron el reconocimiento de la prensa y de políticos de diverso signo. 

Tras un proyecto fallido, presentado por Russell y Gladstone en marzo de 1866, que aumentaba el número de votantes pero no la redistribución de escaños, la posibilidad de reforma quedo en manos del nuevo gobierno conservador. Derby y Disraeli no quisieron dejar pasar la oportunidad de consolidar el gobierno tory sacando adelante la esperada ley. Tras un complicado trámite parlamentario que obligó a los conservadores a introducir enmiendas más avanzadas de lo que hubieran deseado, en 1867 quedó aprobada la Segunda Ley de Reforma. El número de electores prácticamente se dobló, lo que hizo más difícil el control de los votos, y los políticos tuvieron que esforzarse para convencer a los votantes. Las campañas dirigidas por los partidos para llevar su programa a los electores cobraron gran importancia. La lucha electoral había cobrado un nuevo significado.

Parlamento británico

La reforma triunfaba en una Gran Bretaña que, salvo el conflicto irlandés, pasaba por un período de calma en asuntos internos. La prosperidad económica fue acompañada de una mejora en las condiciones de vida de grupos crecientes de la población, lo que también contribuyó a alejar el fantasma de la revolución. En el exterior, los sucesivos gobiernos lucharon por consolidar un Imperio librecambista, defendiendo el liberalismo, pero sin olvidar nunca la protección, por encima de todo, de los intereses británicos. En este marco general de confianza ciega en la superioridad británica, acontecimientos como el Motín de la India en 1857 sembraron las primeras dudas sobre la viabilidad del poder global de Gran Bretaña. La “joya de la Corona” del Imperio era la India. Desde la ley de 1784 el gobierno nombraba un Gobernador General que desde Calcuta adoptaba las decisiones políticas y cuyo poder aumentó sin cesar en detrimento de la Compañía de las Indias Orientales. A mediados del siglo XIX la mayor parte de la India estaba bajo control directo del gobierno británico. La anexión de Oudh (1856), lugar de procedencia de muchos cipayos, y el conflicto religioso originado por los cartuchos supuestamente contaminados con grasa de vaca y de cerdo, provocó el levantamiento de los cipayos de Meerut el 10 de mayo de 1857. El motín que se extendió por Bengala, Oudh y otras provincias con inusitada violencia y fue reprimido con igual contundencia. Como consecuencia de este choque con la realidad, los británicos se vieron obligados a frenar su política expansiva en la zona y a introducir cambios en su manera de gobernar la India, respetando la religión y las costumbres.

 Las últimas décadas de la época victoriana, 1868-1901 

El triunfo de los liberales en 1868 convirtió a Gladstone en primer ministro, iniciándose un período en el que los dos grandes partidos, liberal y conservador, con sus líderes Gladstone y Disraeli, se alternaron en el poder. 

Muchas de las medidas de Gladstone quisieron promover la igualdad entre los ciudadanos. Se dictaron leyes que abolieron privilegios existentes en las universidades, el ejército o la administración y se extendió la enseñanza elemental. Muchas de las reformas chocaron con los intereses de grupos influyentes que se fueron alejando de los liberales. Además, la limitada eficacia de sus iniciativas en materia social y de salud pública decepcionó a amplios sectores. Sin embargo la principal preocupación y ocupación de Gladstone fue el problema irlandés. A mediados de siglo, la situación no había mejorado y eran frecuentes las revueltas en el campo. Sin embargo, la única respuesta dada por los gobiernos británicos había sido el envío de tropas. La aparición en escena en 1867 del grupo conocido como los fenianos, protagonizando acciones violentas en suelo inglés, convenció a Gladstone de la necesidad de buscar nuevas opciones para el tema irlandés. El problema era complejo. Por una parte, las demandas irlandesas se iban radicalizando y, por otra parte, en el Parlamento británico los grupos que representaban los intereses de la Iglesia anglicana y de los terratenientes anglo-irlandeses se resistían a la aplicación de cualquier medida que debilitara suposición. El proyecto para que el anglicanismo dejase de ser la religión oficial de Irlanda encontró una gran oposición en la Cámara de los Lores y tuvo que intervenir la reina para conseguir su aprobación (1869). La primera Ley de la tierra de Irlanda, aprobada en 1870, fue una mera enumeración de principios que no resolvió el problema y, por el contrario, generó aún más malestar extendiéndose los actos de violencia, lo que llevo de nuevo al gobierno a utilizar métodos represivos. En los años siguientes la situación se deterioró con la crisis agrícola y los grupos implicados se radicalizaron. La Liga de la Tierra de Irlanda, que demandaba rentas justas, arrendamientos estables y venta libre, empezó a colaborar con el más radical movimiento político a favor de la Home Rule de Parnell. Cuando en 1881 Gladstone consiguió aprobar la Segunda Ley de la Tierra, en la que se otorgaba las demandas de la Liga de la Tierra, la reforma llegó tarde. Las presiones continuaron para lograr también la autonomía política. Obsesionado por alcanzar la paz en Irlanda, Gladstone llevó al Parlamento en dos ocasiones la autonomía. Aunque los problemas económicos y sociales se fueron solucionando, las reivindicaciones políticas irlandesas pasaron intactas al siguiente siglo. 

Disraeli había ocupado el puesto de Primer Ministro durante unos meses en 1868, pero fue en su segundo mandato, a partir de 1874, cuando puso en marcha el programa político para el partido conservador que algunos denominaron Democracia Tory o Nuevo conservadurismo. Firme defensor de las instituciones tradicionales, estaba convencido de que era necesaria una reforma social que garantizase una alianza entre las clases privilegiadas y el resto de la población. Nunca se planteó cambiar la estructura de clases, aunque sí propuso medidas para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Leyes sobre vivienda, salud pública, relaciones laborales y educación ocuparon los primeros años de su gobierno. La política exterior centraría la atención en los últimos años, no en vano otro de los pilares del nuevo conservadurismo era el Imperio, entendido no sólo como la defensa de unos territorios, sino también como el fortalecimiento de las relaciones con las colonias, llevando los beneficios de la “civilización británica” a otros pueblos. Los éxitos de su política dieron un nuevo brillo al imperialismo a los ojos de la población. Sin embargo, los problemas económicos y la escasa respuesta del gobierno, así como reveses en Sudáfrica y Afganistán pasaron factura a los conservadores que dejaron paso de nuevo a los liberales en 1880. Poco después moría Disraeli dejando un partido conservador unido, nacional y ligado a la Corona y al Imperio, aunque bajo su sucesor lord Salisbury abandonaría la política de reforma social. 

Imperio británico

Dejando a un lado el problema irlandés, el principal logro de los liberales en su nuevo paso por el gobierno fue la Tercera Ley de Reforma. La Ley de Prevención de Prácticas Ilegales de 1883 completó la aprobación del voto secreto de 1872, que había buscado con relativo éxito la corrupción y el soborno. La nueva ley limitó la cantidad de dinero que un partido podía gastar en cada distrito en una campaña, en función del número de votantes, y estableció normas para controlar las variadas formas que se empleaban para transportar a los votantes a los colegios electorales. Sin embargo, los mayores logros fueron la Ley de Reforma Parlamentaria de 1884 y la Redistribución de Escaños de 1885. Por la primera se extendieron los derechos electorales que ya se disfrutaban en los distritos urbanos a los distritos rurales. La segunda cambió el mapa electoral, recuperando 142 escaños de zonas poco pobladas y redistribuyéndolos en áreas de mayor densidad de población. Conservadores y liberales pactaron esta reforma, que supuso un nuevo paso adelante en el camino que llevaría de una política de minorías a la democracia de las masas. Sin embargo, aún quedaban cosas por hacer, como implantar el voto femenino o acabar con el voto plural. 

El período victoriano supuso la transformación y a la vez la estabilidad del sistema político británico. La Cámara de los Comunes fortaleció su papel central en la vida política, en detrimento de la Corona y los Lores. El laborismo, un nuevo grupo político, que en el siglo siguiente acabaría sustituyendo al partido liberal como uno de los dos grandes partidos, inició su actividad en los últimos años del reinado de Victoria, partiendo de diversas organizaciones socialistas y sindicales.

Sociedad victoriana

La Francia del II Imperio

Las tensiones que acompañaron la corta vida de la II República tuvieron como consecuencia que para muchos ciudadanos el régimen se convirtió en sinónimo de inestabilidad, oportunidad que supo aprovechar el Príncipe-Presidente, Luis Napoleón Bonaparte, para difundir el mensaje de que sólo concentrando el poder en su mano y restaurando el Imperio podría Francia volver a mirar con esperanza hacia el futuro. 

Segundo Imperio Francés

Las fricciones entre el Ejecutivo y el Legislativo en 1851, las elecciones previstas para el año siguiente y el temor del posible resurgir del republicanismo de los “rojos” o “democsocs” (demócratas-socialistas), hicieron actuar a Luis Napoleón. La noche del 1 al 2 de diciembre de 1851 los líderes de los partidos fueron arrestados y la Cámara fue ocupada por las tropas. El Presidente anunció la disolución de la Asamblea Nacional y del Consejo de Estado, y su voluntad de mantener la República. Restauró el sufragio universal y anunció una nueva Constitución republicana que sometería a plebiscito. El golpe de Estado, que pretendía defender ideales democráticos republicanos, fue interpretado por casi todos como un paso sin retorno hacia la restauración del Imperio, siendo avalado en el plebiscito por una aplastante mayoría. Los intentos de resistencia fueron duramente controlados, produciéndose numerosos arrestos y deportaciones. La II República sólo sobrevivió un año. El 2 de diciembre de 1852, Luis Napoleón asumió el título imperial con el nombre de Napoleón III.

Sin embargo, gran parte de las instituciones del nuevo Imperio se habían puesto en marcha antes. La Constitución de enero de 1852 puso los cimientos del nuevo régimen, limitando el poder Legislativo y convirtiendo a Luis Napoleón, expresamente citado, en una figura muy parecida a la de un antiguo monarca. 

Exceptuando el respeto al principio de sufragio universal, los restantes elementos del sistema político supusieron una vuelta a la situación anterior a 1848. Lo más llamativo del nuevo sistema es el establecimiento de un Presidente de la República, en el que se concentran todos los poderes, y que es “responsable ante el pueblo francés, a quien tiene siempre el derecho de apelar”. Sin embargo, el emperador no volvería a recurrir a los plebiscitos hasta 1870, reservándolo así para momentos claves, en que quería vincular con las masas su régimen personal. Esta fórmula política, que quería conciliar los logros de 1789 y el orden social, uniendo a todos los franceses en torno a un Estado fuerte que asegurase el desarrollo económico y la grandeza de Francia, ha sido calificada de “cesarismo democrático”. 

El nuevo régimen se sustentaba en una administración centralizada, compuesta por funcionarios leales al Emperador. Los prefectos de los departamentos vieron ampliados sus poderes. Controlaban la prensa y ningún periódico podía publicarse sin la autorización del gobierno. El ejército se vio favorecido con aumentos de sueldo y compartió la gloria del Imperio, lo que reforzó su simpatía por el nuevo régimen. 

Napoleón III contribuyó a aumentar la riqueza y la influencia de la iglesia en el terreno educativo. Durante la década de 1850 el Imperio gozó de aceptación popular. Fueron años de estabilidad económica que aseguraron la paz social y el apoyo de los grupos burgueses. Financieros y banqueros colaboraron en las grandes obras del barón Haussmann para transformar el centro de París en el escaparate del Imperio y sus créditos permitieron disparar la construcción de ferrocarriles, que contribuyeron a la consolidación de un mercado más amplio para los productores franceses. La resurrección del espíritu imperial y la bonanza económica tenían inevitablemente que llevar a Francia a reivindicar una posición acorde en la escena europea, aspiración que pareció cumplir el Congreso de París de 1856 que puso fin a la guerra de Crimea. 

Sin embargo, pronto se pondría de manifiesto lo infundado de estas pretensiones y, a la larga, sería precisamente la política exterior la que acabaría con el Imperio. 

Con el final de la década de 1850 empezaron a manifestarse los primeros signos de la debilidad del régimen. No era fácil gobernar conciliando los intereses de los diferentes grupos. La posición antiaustriaca y el apoyo al nacionalismo italiano le granjearon la enemista de los católicos. La firma de un tratado de libre comercio con Gran Bretaña provocó el descontento de los medios de negocios proteccionistas, a pesar de que la libre competencia demostró ser un revulsivo para Francia. Necesitado de respaldo, en 1859 decretó una amnistía para los proscritos del 51 y adoptó una postura de mayor tolerancia hacia la prensa. En 1860 el legislativo recibió el derecho a responder al discurso de la Corona, pronunciado una vez al año por el Emperador, se autorizó la publicación de los informes completos de los debates y, un año después la Cámara y el Senado obtuvieron un mayor control sobre los presupuestos. Estas medidas indignaron a los bonapartistas más reaccionarios sin llegar a reconciliarle con la mayoría de los republicanos. En las elecciones de 1863, los candidatos no oficiales, muy divididos, sumaron dos millones de votos. Los candidatos republicanos triunfaron en París, Lyón, Marsella y el resto de las grandes ciudades seguían si apoyar al Imperio. A sus grupos más desfavorecidos fueron dirigidas algunas de las nuevas medidas del régimen de esta tímida apertura. A partir de 1864, las huelgas serían toleradas y se permitieron ciertas formas de organización sindical. Tras las elecciones fue cobrando fuerza en la oposición moderada un grupo que presionaba desde la Asamblea, reclamando la restauración de las libertades individuales y parlamentarias. La respuesta imperial fue una serie de leyes aprobadas entre 1867 y 1869 por las que se concedieron el derecho de interpelación y se restableció casi totalmente la libertad de reunión y la de prensa. Las nuevas elecciones se celebraron con una prensa, que vio su papel político reforzado, y un Legislativo que empezó a dar muestras de independencia.

La política exterior dio pocas alegrías al Emperador en esta segunda parte de su reinado. Es cierto que había conseguido extender la influencia francesa en ultramar (Argelia, Senegal, Camboya) y que aún disfrutó de momentos brillantes, como la inauguración del canal de Suez. Sin embargo, el desastre de la aventura mexicana mostró las limitaciones de su ambiciosa política. El fusilamiento en 1867 del archiduque Maximiliano, abandonado por aquellos que le habían embarcado en la aventura y le habían instalado en la ciudad de México como Emperador tres años antes, fue un duro golpe para el prestigio de Napoleón III.  Las elecciones de 1869 mostraron que, aunque la mayoría seguía apoyando al Emperador, había un grupo cada vez más numerosos de ciudadanos favorable a las reformas liberalizadoras. Su debilidad empujó al Emperador a continuar por la senda reformista. El cuerpo legislativo recibió el derecho de iniciativa y poco después, un republicano moderado, Emile Ollivier, era encargado de formar un gobierno que sería responsable ante el Legislativo. Era la culminación de una serie de reformas que modificaban la Constitución de 1852. El plebiscito convocado en 1870 para ratificar las reformas fue un nuevo triunfo del emperador, a pesar de la oposición republicana

Batalla de Sedán 1870

Sin embargo, apenas cinco meses después del triunfo en el plebiscito, el régimen cayó como consecuencia de la derrota militar en la guerra franco-prusiana. Tras la debacle de Sedán, el 2 de septiembre de 1870, nada obstaculizaba el avance de las tropas alemanas hacia París. El gobierno convocó al cuerpo legislativo, cuyas deliberaciones fueron interrumpidas por grupos de obreros que reclamaban la destitución del Emperador. Encabezados por diputados republicanos, entre los que destacaban Léon Gambetta y Jules Favre, la multitud se dirigió al Ayuntamiento, donde se proclamó la República. Para continuar la guerra se constituyó un Gobierno de Defensa Nacional, presidido por el general Trochu, pero controlado por Gambetta. El 19 de septiembre de 1870 la capital quedó aislada. Este primer sitio de París provocó la hambruna entre la población, cada vez más exaltada y proclive a organizar una comuna, es decir una municipalidad democrática. Fracasados los intentos de Thiers de conseguir ayuda en el extranjero y derrotado el ejército del Loira de Gambetta, el gobierno provisional francés firmó un armisticio en enero de 1871, en el que se acordó la celebración de elecciones para que la Asamblea resultante ratificase el tratado de paz. Triunfaron los realistas partidarios de una paz rápida. Adolphe Thiers fue nombrado jefe del ejecutivo de la República y firmó el tratado de Fráncfort que ponía fin a la guerra. Las duras condiciones de paz (Francia cedía Alsacia y parte de Lorena) irritaron a la izquierda republicana.

La decisión de instalar la Asamblea en Versalles y de enviar al ejército a un París, claramente republicano, provocó una insurrección popular. Los parisinos eligieron un consejo que proclamó la Comuna de París. Esta asamblea decretó la separación Iglesia-Estado, intentó organizar una enseñanza laica y tomo medidas para mejorar la vida de los trabajadores. Desde el principio se manifestaron divisiones entre los communards, siendo los más extremistas los que se hicieron con la situación en medio de grandes tensiones. El segundo sitio de París radicalizó más a la comuna y estalló la guerra civil. En la conocida como la semana sangrienta, del 21 al 28 de mayo de 1871, el ejército reconquistó la capital. La firmeza de Thiers en la represión a la comuna convenció de que una república controlada por él mismo podía ser sinónimo de orden y sustituir al Imperio derrotado

Comuna de París

Los Estados Unidos de América hasta el final de la guerra civil 

Los Estados Unidos estaban cambiando con gran rapidez, en 1820 eran ya 22 estados. Las elecciones de 1828 supusieron un importante cambio en el sistema. Hasta ese momento, aunque las leyes permitían una amplia participación, el interés popular por la política había sido limitado. Andrew Jackson aprovechó el malestar ocasionado por las anteriores elecciones para movilizar en torno suyo a una gran coalición de agraviados. En 1828 fue la primera gran batalla electoral moderna de la historia americana. La decisión estaba en manos de los hombres blancos mayores de edad y se usaron todos los medios para mover a las masas, desarrollando una organización que se convertiría en el esqueleto del Partido Demócrata. La elección de Jackson se presentó como el triunfo del pueblo soberano. En las décadas de 1820 y 1830 se consolidó el Partido Demócrata y la organización de un partido de oposición llamado Whig. Los demócratas se presentaban como defensores de estados fuertes y un gobierno federal débil, contrarios a la existencia del Banco Nacional, se presentaban como los defensores del “common man”. Los Whigs recogían a partidarios del Banco, grupos de industriales y manufactureros proteccionistas, sureños desencantados, defensores del Congreso frente al poder del Presidente querían eliminar el veto presidencial y limitar el ejercicio de la presidencia a un solo mandato. Eran etiquetados como aristocracia o representantes de los ricos y triunfaron en las elecciones de 1840, que supusieron la culminación del proceso que había llevado al país a convencerse que era posible hacer una revolución dentro de la legalidad cada cuatro años.


Aunque los americanos eran cada vez más conscientes de pertenecer a una entidad que iba más allá del estado individual, la población aún se identificaba con las tres grandes áreas que componían el país: norte,sur y los territorios del oeste. Diferencias geográficas y económicas se polarizaban en torno a un tema fundamental: la esclavitud. Los dos partidos sabían que era un asunto que había que abordar con carácter de urgencia, pero que inevitablemente les ocasionaría grabes problemas internos vinculados a las diferencias regionales y procuraron evitarlo hasta que fue demasiado tarde, cuando este problema podía llegar a poner en peligro la Unión. La línea Mason-Dixon de la época colonial representaba una frontera cultural entre estados del norte y del sur, ambos en proceso de expansión hacia el oeste. La mayoría de la población estaba formada por agricultores, pero el clima de los estados del sur, el enorme auge del algodón y la mano de obra esclava había determinado el éxito de la plantación al sur de la línea. En la época colonial la esclavitud había sido aceptada como una necesidad económica, pero con la Revolución y el triunfo de las ideas de libertad comenzó a manifestarse la discrepancia entre teoría y práctica. Los estados del norte no tuvieron problemas para abolir la institución, pero no ocurrió lo mismo en el sur. El problema para estos estados era la repercusión que tendría en la mano de obra, el porcentaje que en su zona representaba la población esclava y las dificultades que ocasionaría su asimilación. Acciones como la creación en 1822 dela república independiente de Liberia en África occidental, cuya capital fue llamada Monrovia en homenaje al presidente Monroe, responden a este estado de opinión generalizada entre los blancos americanos, incluso entre algunos propietarios de plantaciones. Las dificultades para convencer a los descendientes de esclavos hicieron fracasar este proyecto. Los movimientos abolicionistas se fueron generalizando y contribuyeron a movilizar y agrupar fuerzas que se oponían a una posible expansión del modelo sureño en los territorios del oeste que pudiese afectar al equilibrio de la Unión.

El “destino manifiesto” que justificaba la expansión de los Estados Unidos, había llevado las fronteras hasta el Pacífico. El modo de afrontar los nuevos estados el tema de la esclavitud coloco en primer término del debate político el conflictivo asunto que los partidos intentaban evitar. Los aspectos morales eran menos importantes que sus implicaciones políticas. El norte, gracias a las oleadas migratorias procedentes de Europa superaba al sur en población, lo que le permitía dominar la cámara baja. Sin embargo, la representación por estados mantenía el equilibrio en el Senado. El compromiso de Misuri (1820) o el Compromiso de 1850 consiguieron salvar la situación en diferentes momentos, pero solo aplazaron el problema de la existencia de dos modelos irreconciliables en una misma Unión.

La Unión contra la Confederación


Las tensiones regionales y la exigencia de una postura clara en el tema de la esclavitud dificultaba la existencia de los partidos nacionales que veían surgir facciones irreconciliables en su seno. En el 1854,una coalición de whigs, demócratas disidentes y seguidores de diversos grupos migratorios fundaron el Partido Republicano. Era un partido no nacional, cuya fuerza radicaba en los estados del norte, defensor de tarifas aduaneras, reparto de tierras entre los colonos del oeste y se oponía a la extensión a aquellos territorios de la esclavitud. La victoria, en 1860 del candidato republicano Abraham Lincoln, supuso un duro golpe para el sur. Algunos de los candidatos sudistas ya habían anunciado durante la campaña su decisión de no permanecer en la Unión si triunfaba un Presidente sólo respaldado por el norte. El primer estado en llevar adelante esta amenaza fue Carolina del Sur, seguida poco después por otros seis estados algodoneros (Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas), con el argumento de que la única forma de proteger los derechos del Sur era la secesión. La victoria republicana de 1860 supuso un giro radical en el poder político. El rápido crecimiento demográfico y económico del norte imposibilitaba el equilibrio en el gobierno federal. Lincoln había asegurado que no pensaba interferir en la organización del sur, era evidente que a la larga el freno a la expansión del modelo esclavista llevaría a su abolición. Los Secesionistas respaldaban su decisión en la historia de la propia Unión, formada por estados que se habían asociado voluntariamente y que conservaban el derecho a recuperar su independencia cuando lo creyeran oportuno. Estos estados sureños se unieron en una Confederación (febrero de 1861), eligiendo como presidente a Jefferson Davis. 

Cuando el 4 de marzo de 1861, Lincoln ocupó el cargo intentó buscar una solución de compromiso para mantener la Unión pero el incidente en el Fort Sumter (Charleston, Carolina del Sur.) precipitó los acontecimientos. La guerra civil americana es considerada por muchos como la primera guerra moderna. 

Abraham Lincoln

No tanto por su duración (cuatro años) o por su dureza, sino por ser en gran medida una guerra ideológica. 

Sin duda había también implicaciones económicas, pero estas no eran insalvables. Mucho más complicado era llegar a un compromiso en el campo de las ideas. El Sur luchaba por mantener su forma tradicional de vida, amparándose en viejos principios; el Norte, por defender los ideales que desde Andrew Jackson y sus sucesores simbolizaba la Unión “la libertad y la democracia”, creencia claramente recogida en el discurso de Lincoln en Gettysburg (1863). 

Aunque el Norte contaba con una aplastante superioridad numérica y económica, los estados del Sur supieron sacar partido al hecho de combatir en su territorio y a la defensiva. Finalmente, las difíciles relaciones entre el gobierno confederado y unos estados celosos de sus derechos, los enfrentamientos entre el presidente Davis y otros miembros de su gobierno, los graves problemas derivados de la financiación de la guerra y el fracaso a la hora de forzar una intervención europea a su favor, pasaron factura a los confederados. La victoria sólo podía decantarse del lado de la Unión y el 9 de abril de 1865, en Appomattox, el general Lee se rindió ante el general Grant. Lincoln moría pocos días después en Washington, asesinado por un fanático confederado, John Wilkes Booth. La Unión se había salvado y la esclavitud había sido abolida, pero aún quedaba una larga tarea de reconstrucción en el sur, así como dos grandes temas por resolver: los términos de la reincorporación de los estados del sur y cuál sería la posición en la sociedad de los antiguos esclavos. Un nuevo período no exento de dificultades se abría para el joven país.

La Europa postrevolucionaria en sus relaciones internacionales: la guerra de Crimea y su significado 

Tras el estallido del 48, el movimiento de las nacionalidades, que había agitado a Europa pasó por un período de tregua. La atención de las grandes potencias se vio atraída por “la cuestión de Oriente”. A mediados de siglo el derrumbe del Imperio otomano estaba cada vez más cerca, lo que inevitablemente afectaba a los intereses de las potencias. Los deseos rusos de mantener una especie de protectorado sobre un Imperio otomano débil, que asegurase una salida marítima vital para su ejército y su comercio, habían fracasado con la firma de la Convención de los Estrechos (1841), en la que Gran Bretaña, Austria, Prusia, Rusia y Francia acordaron el “cierre” de los Dardanelos y el Bósforo a buques de guerra en tiempo de paz. 

La gran beneficiada fue Gran Bretaña que seguía manteniendo su hegemonía en el Mediterráneo. A partir de este momento, Rusia sabía que tenía que contar con Londres en cualquier proyecto pacífico que implicase un reparto del Imperio otomano y es en este contexto en el que se explican las conversaciones que sobre el tema mantuvo el zar Nicolás I durante su visita a Londres en 1844. Los británicos desconfiaban de las intenciones rusas, pues Moscú se estaba convirtiendo en un peligroso rival para los intereses británicos. Para frenar a los rusos, el gobierno de Londres estaba dispuesto a consolidar el Imperio otomano. A mediados de siglo tuvo lugar un acontecimiento que juagaría un importante papel en la crisis que conduciría a la guerra, en Francia una revolución había llevado a una República que un Bonaparte encaminaba hacia un segundo Imperio, ante el temor de la Rusia zarista que veía peligrar los acuerdos de 1815. Sus miedos se verían confirmados por la actitud de Napoleón III, deseoso de cimentar su posición en una política exterior de prestigio.

Guerra de Crimea

La chispa que hizo saltar el polvorín turco fue la situación y los derechos de los monjes católicos y ortodoxos en los Santos Lugares. Napoleón III intentó reforzar la posición de Francia apoyando a los monjes católicos y el sultán cedió a sus presiones y concedió ciertos privilegios a los católicos. Nicolás I, protector de los ortodoxos, lo vio como un intento de suplantar la influencia rusa en la zona y preparo un contragolpe. El zar envió un nuevo embajador a Constantinopla para presionar al sultán, quien restauró los privilegios de los ortodoxos, pero se negó a conceder a Nicolás I el estatuto de protector de todos los cristianos del Imperio, lo que hubiera otorgado al zar una magnífica excusa para intervenir en los asuntos internos de la Sublime Puerta. Con los rusos amenazando con intervenir en los principados turcos de Moldavia y Valaquia, Constantinopla se convirtió en el centro de una intensa actividad diplomática, que no tardó en ser apoyada por las flotas de Francia y Gran Bretaña que se movieron hasta la entrada de los estrechos. El Imperio Habsburgo, cuyas fronteras se verían directamente amenazadas con el estallido de una guerra ruso-turca, inició una actividad mediadora para evitarla. Pero el zar, que no acababa de creer las amenazas franco-británicas y que confiaba en la neutralidad de Austria y Prusia, en julio de 1853 ocupó los principados turcos. 

Poco después, Turquía declaró la guerra a Rusia y sus tropas cruzaron el Danubio para entrar en los principados controlados por los rusos. Prusia se desmarcó del problema y los austriacos intentaron seguir negociando pero británicos y franceses ordenaron a sus barcos dirigirse a Constantinopla. Era el fin del acuerdo de los Estrechos y la ruptura del equilibrio en la zona. La batalla de Sinope en aguas del mar Negro (noviembre de 1853), donde la flota turca fue derrotada por la rusa, fue vista como un reto a la presencia de barcos franceses y británicos en la zona. En marzo de 1854, tras la firma de una alianza con Turquía, Londres y París declararon la guerra a Rusia.

La guerra podía haber terminado casi sin haber empezado, pues poco después del desembarco franco-británico en Gallipoli y Scutari, los rusos, presionados por los turcos y temiendo que Austria también entrara en la guerra, se retiraron de los principados, que fueron ocupados por los austriacos. Ni Londres ni París querían abandonar la zona sin una victoria que reforzase su posición en las negociones de paz. Ésta fue la razón de la expedición a Crimea, donde turcos, franceses y británicos intentarían apoderarse de la base naval rusa de Sebastopol. Su caída supondría un duro golpe para el predominio ruso en el mar Negro y fortalecería la posición de los otomanos. La guerra fue larga y difícil, con episodios que se han convertido en leyenda como la carga de la brigada ligera en Balaclava. El sitio de Sebastopol se convirtió en una operación de desgaste y, finalmente en septiembre de 1855, pocos meses después de que Alejandro II sucediera a Nicolás I, las tropas rusas abandonaban la base tras hundir sus barcos y volar sus polvorines. 

Guerra de Crimea

En febrero de 1856 se reunió el Congreso de París, que colmó las ansias de protagonismo de Napoleón III. 

La Paz de París supuso un balón de oxígeno para el Imperio otomano. Rusia dio la espalda a Europa y se concentró en su expansión hacia Asia. Gran Bretaña y Francia aseguraron su posición en el mar Negro. 

Austria consiguió un Danubio libre de la influencia rusa, pero su debilidad se había puesto de manifiesto y pronto tendría que hacer frente a nuevos movimientos nacionalistas. Prusia se había mantenido al margen, pero paradójicamente en los años venideros sería la potencia más beneficiada por la solución que las potencias habían dado a la crisis.

Guerra de Crimea

ACCIDENTE LABORAL

hoy vuelve a haber un accidente de trabajo
otro más en una larga lista interminable
para la prensa otro dato más
para el gobierno otro número más
para la patronal otra incidencia más
tardarán en echarle la culpa
por no hacer el curso de riesgos laborales
para su clase otra herida más
para su familia un sueldo y una vida menos

viernes, 15 de noviembre de 2024

DEL LIBERALISMO AL PROBLEMA SOCIAL Y NACIONAL: LA REVOLUCIÓN DE 1848 Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS BURGUESÍAS NACIONALES

Durante el primer semestre de 1848 una nueva oleada revolucionaria recorrió Europa continental. Francia,  Italia, el Imperio Austrohúngaro y la Confederación Germánica sufrieron una enorme convulsión. Ni a Rusia,  ni a la Europa meridional, excepto a Italia, les afectaron en demasiá las revueltas por lo atrasado de su  sociedad civil, y en el caso de Rusia, por el enérgico y represivo sistema zarista que hasta el momento  había impedido el más mínimo atisbo democrático. 

Definida por Eric Hobsbawm como la Primavera de los Pueblos, la revolución se caracterizó por su brevedad y rapidez, y su objetivo fue finiquitar el sistema absolutista renacido en el Congreso de Viena de  1815. La revolución de 1848 significó un nuevo avance del liberalismo y el inicio de la cuestión social y de  las corrientes nacionalistas. 

Como consecuencia de este movimiento, cayó la monarquía francesa de Luis Felipe, dando paso a la II República, y se inició la disolución de los grandes imperios austriaco y otomano. De la semilla del nacionalismo nacerán dos grandes estados, con la unificación de Italia y Alemania, retocando, una vez más, el mapa de la vieja Europa. 


La revolución de 1848 

Una serie de factores comunes a gran parte de la sociedad europea fue lo que desencadenó la expansión de un movimiento tan amplio. En primer lugar, la crisis económica del bienio 1846-1847 que afectó sucesivamente a la agricultura, a la industria y al comercio. Las malas cosechas duplicaron los precios, ocasionando hambrunas y enfermedades. El descenso del poder adquisitivo obligó a cerrar fábricas, con el aumento de la miseria. Por último la falta de capital y el miedo generaron el hundimiento de las bolsas. 

Los gobiernos, ocupados en adquirir productos básicos en el extranjero a elevados precios, no pudieron acudir en auxilio de las sociedades crediticias, por lo que gran parte de la economía europea de desplomó, suscitando un clima de profundo malestar. 

Para algunos historiadores, no sólo se trató de una crisis económica, pues entonces las revueltas hubiesen  estallado en 1847, sino que a ella se unió la inquietud social tanto de obreros, que habían comenzado a organizarse en pequeños grupos que serían los embriones de los futuros sindicatos; como de intelectuales,  de tendencia socialista (Étienne Cabet o Luis Blanc), comunistas (Karl Marx) o anarquista (Mijaíl Bakunin),  que empezaron a publicar, en torno a 1848, sus reflexiones sobre desigualdades y la explotación de los  trabajadores. Sus ideas alentaron los movimientos revolucionarios. 
Europa en 1848

Francia: la revolución de febrero de 1848 

Como ya sucediera en 1830, de nuevo el proceso se inició en París. Los franceses habían alcanzado uno  de los sistemas menos opresivos de Europa, pero esta madurez civil y cultural la había convertido en una  sociedad más intolerante con las oligarquías y con la monarquía liberal de Luis Felipe de Orleans.  Luis Felipe había basado su política en satisfacer los intereses de la burguesía, pero medidas como la  libertad de enseñanza habían defraudado tanto a los grupos católicos, al arrebatarles el dominio intelectual,  como a los partidos de izquierdas ávidos de extender sus ideales. A la vez, el cierre de fábricas provocado  por la crisis económica aumentó el desempleo y el hambre, con las consiguientes protestas de los obreros,  apoyados por la baja burguesía y los estudiantes. El malestar generó un amplio frente de oposición que iba desde los liberales progresistas a los demócratas, desde los bonapartistas a los socialistas. 

El detonante se produjo cuando, el 22 de febrero de 1848, el primer ministro Guizot prohibía un banquete  republicano en un restaurante de los Campos Elíseos. Como respuesta, se iniciaron manifestaciones con enfrentamientos callejeros. Cuando el Gobierno intento movilizar a la policía y las fuerzas armadas, estas  se negaron a actuar, provocando la dimisión de Guizot. Al día siguiente continuaron las manifestaciones y  los disturbios. París se llenó de barricadas, abdicando Luis Felipe. 

El 24 de febrero, un Gobierno Provisional proclamaba la II República. Su programa político se basaba en el sufragio universal masculino, la abolición de la esclavitud en las colonias, la libertad de reunión y de prensa y la supresión de la pena de muerte. En los aspectos sociales, las propuestas abogaban por el derecho al trabajo, la libertad de huelga, la jornada laboral de 10 horas y la creación de talleres nacionales  para acoger a los desempleados. Para no inquietar al resto de las naciones, se ofreció una imagen de paz y moderación a las cancillerías europeas. 


La Segunda República francesa 

La actividad política se desató a lo largo de las siguientes semanas. Proliferaron periódicos y clubs dispuestos a difundir los nuevos ideales republicanos. Para éstos, el objetivo máximo era el sufragio universal, es decir, la concesión del derecho de voto a todos los ciudadanos varones sin restricciones económicas ni sociales. El plebiscito se concebía como la verdadera expresión del principio desoberanía  popular y el medio más seguro de conseguir los ideales de justicia social. 

El creciente temor de la alta burguesía, ante las exigencias democráticas de los pequeños propietarios, impulsó una masiva retirada de depósitos bancarios. A continuación, una amplia crisis económica provocó  el desplome de la Bolsa. En abril de 1848, se celebraron las primeras elecciones por sufragio universal masculino, que llevaron a la Asamblea a una mayoría de liberales moderados, fracasando las opciones tanto de derechas como de izquierdas. 

Descontentos con la marcha de los acontecimientos, en julio, tras cerrarse los talleres nacionales, los obreros de nuevo se revelaron, siendo cruentamente reprimidos. Tras los disturbios, la burguesía impuso su orden conservador y elaboró una Constitución favorable a sus intereses con sufragio limitado, y con amplios poderes para el presidente de la República. En noviembre se ratificó el texto y se iniciaron las elecciones para la asamblea legislativa. Un mes después, con el apoyo de los monárquicos, se designó como presidente al candidato más conservador: Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del que fuera emperador. Las clases dominantes tradicionales habían manipulado a la opinión pública para conseguir un giro hacia posiciones conservadoras, con lo que fracasaba el intento de una república moderada. Durante este período, la asamblea legislativa elaboró una serie de leyes que derogaban el sufragio universal, el derecho a asociación y la libertad de prensa y enseñanza. 

A lo largo de los tres años siguientes, hasta diciembre de 1851, la sociedad francesa se debatió en frecuentes tensiones entre los monárquicos (divididos entre legitimistas, orleanistas y bonapartistas), los republicanos moderados y los radicales. Todos ellos se enfrentaban a los socialistas protagonistas de la 
revolución de febrero y defensores del socialismo utópico. Las fuertes discrepancias entre los distintos grupos y el Presidente desembocaron en el golpe de Estado de Luis Napoleón el 2 de diciembre de 1851, que acabó con la república, proclamándose un año después el Segundo Imperio. En apenas cuatro años, tras una revolución que había derrocado una monarquía liberal, se pasó de una república social a una monarquía autoritaria. 


La revolución en el resto de Europa 

En Austria las exigencias de reformas políticas habían provocado fuertes tensiones sociales. Aprovechandolas revueltas de París, se desencadenaron disturbios en Viena. El 13 de marzo de 1848, estudiantes y obreros exigieron al emperador Fernando I una Constitución y la dimisión de Metternich, quien huyó a Londres. El emperador prometió la creación de un gobierno liberal, la organización de una Guardia Nacional y la libertad de prensa. Un día después estallaba la revolución en Hungría, que desembocó en una guerra civil por la que los magiares alcanzaron un gobierno autónomo y la gestión de sus propios impuestos. En la Confederación Germánica, los grupos liberales de Baden, además de exigir al rey de Prusia libertad de prensa y juicio por jurado, reclamaban la creación de un parlamento alemán, elegido por sufragio universal, extremo que añadía un elemento nacionalista a sus reivindicaciones. Sin utilizar la violencia, la revolución se extendió, consiguiendo que se convocara por sufragio universal masculino una Asamblea Constituyente en Frankfurt. Pero las discrepancias de los grupos políticos acabaron con la revolución: ni se alcanzó la unificación pretendida por los nacionalistas ni un modelo político constitucional. Por otra parte, la solicitud de liberar a los campesinos de las cargas feudales, chocó con los intereses de los terratenientes que constituyeron un Parlamento de propietarios. Además, los intentos de ayudar a la revolución de Viena obligaron a Federico Guillermo de Prusia a reprimir el movimiento. 

En Italia, se exaltaron los ánimos de los independentistas y nacionalistas que intentaron expulsar a los austriacos. En marzo de 1848 estallaron en Venecia y Milán varios levantamientos a los que se unieron los piamonteses dirigidos por Carlos Alberto de Saboya que declaró la guerra. Un año después,la revolución era sojuzgada por las tropas imperiales. Al fracasar, Carlos Alberto abdicó en su hijo Víctor Manuel II, quien más adelante hará posible la unificación. 

A mediados de 1849 los diferentes movimientos revolucionarios parecían estar sofocados. Los grupos de poder tradicionales habían conseguido frenar los movimientos nacionalistas y sociales. A menudo se achaca el fracaso de esta revolución a la falta de integración del mundo rural, indiferente a los avances 
democráticos y nacionalistas de los grupos urbanos que la promovieron. También afectaron las disensiones entre los liberales y demócratas, las contradicciones sobre el alcance de los principios revolucionarios y la insolidaridad entre los grupos. Frente a la unidad inicial, una vez alcanzadas ciertas reivindicaciones, los revolucionarios se mostraron más preocupados por mantener la ley y el orden que en proseguir con el proceso. Aún así, el sufragio universal se estableció en Francia y la mayor parte de Europa fue evolucionando hacia sistemas más democráticos y parlamentarios. 

 El sufragio universal y la democracia 

Durante el primer decenio del siglo XIX, el sufragio universal (masculino) fue defendido por los grupos demócratas, mientras que los moderados y liberales se mostraban favorables al sufragio restringido, limitado a los estamentos con capacidad económica o los individuos con méritos contrastados. Tras la 
revolución de 1848, muchos demócratas comprobaron como la reforma volvía a entregar el poder a los grandes propietarios y al clero, que eran quienes influían sobre las clases bajas. A la vista de los hechos, algunos conservadores apoyaron el cambio al observar que se trataba de un instrumento de estabilización política y social. 

A finales del XIX y principios del XX el sufragio universal masculino se impuso en la mayoría de los países dotados de instituciones representativas. El sufragio universal pleno debió esperar. El primer país en adoptarlo fue Nueva Zelanda en 1893, seguido por la Rusia revolucionaria en 1917. En España se alcanzará en 1931. 

Al acudir millones de electores a las urnas, los grupos de poder tradicionales perdieron su influencia sobre los elegidos. El sufragio generalizado propicio la organización de partidos políticos dotados de burocracia propia. A partir de entonces, los partidos controlaran a los miembros de los parlamentos y el jefe del partido obtendrá un gran poder ocupando, por lo general, el cargo de primer ministro y designando a su equipo de gobierno. 

El sistema de partidos políticos fue capaz de conciliar el sufragio universal con el mantenimiento de una sociedad desigual, consiguiendo domesticar a la democracia. Los partidos limaron las aristas de los conflictos de clase, protegieron la propiedad y el sistema de mercado, además de afianzar ciertos derechos civiles y recortaron algunas diferencias de clase.


El marxismo: de El manifiesto comunista a El capital 

De la confluencia de las ideas socialistas con el movimiento obrero nació el socialismo científico, elaborado por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). El marxismo se inspiró en tres fuentes: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo utópico. Durante la revolución de 1848 en Alemania, Marx agitó a las masas desde el periódico en que trabajaba. Ese mismo año, junto a Engels, publicó El manifiesto comunista. En sus páginas, se exponía un análisis crítico sobre la sociedad del momento, la industrialización, la emigración del campo a la ciudad, la formación de la nueva clase obrera y sus míseras condiciones laborales. Además, desarrollaban los principios económicos del capitalismo y las consecuencias sociales de su implantación. Marx, al fracasar la revolución, huyó a París, desde donde se trasladó a Londres para redactar El capital. 

Sus tesis defendían que en el modo de producción capitalista coexistían dos clases sociales antagónicas: una clase dominante y minoritaria, propietaria de los medios de producción, la burguesía; y otra mayoritaria pero dominada, el proletariado, obligada a trabajar y a percibir una retribución inferior a lo que aportaba por su trabajo. La diferencia entre lo contribuido y lo percibido por el trabajo es la plusvalía, cantidad que queda en manos de la burguesía y que es el beneficio. Esta explotación había provocado la lucha de clases que era el verdadero motor de la historia. El proletariado era la clase nacida de la industrialización y acabaría con el capitalismo. Para emancipar a la sociedad de la opresión, el proletariado emprendería una revolución que impondría su dictadura, con el fin de crear una nueva sociedad, la sociedad comunista. Sin propiedad privada ni clases sociales se acabaría definitivamente con la explotación humana. 

Entre los seguidores del marxismo pronto surgieron dos tendencias, los ortodoxos, que mantenían la línea ideológica trazada por Marx, y los revisionistas, que pretendían alcanzar el socialismo mediante las reformas propuestas por los representantes obreros en los parlamentos nacionales, y no a través de una revolución. El revisionismo se impuso, a la vez que los partidos marxistas se fueron adaptando a los parlamentos de sus respectivos países. Sus representantes trabajaron a favor de sus compatriotas para obtener mejoras legislativas, por lo que el internacionalismo del movimiento pasó a un segundo plano.



La construcción de las grandes naciones 

En la segunda mitad del siglo XIX, una serie de factores económicos, sociales e ideológicos crearon un sentimiento de unidad en algunos pueblos con características comunes. Bien en forma de idealismo romántico, como es el caso de Italia, o bien partiendo de un proceso económico, en el caso de Alemania, en ambos casos se unieron un componente racial, contribuyendo a que alcanzaran su unidad política bajo una estructura de gobierno monárquica. 

Italia

La unificación italiana, 1849-1870 

A mediados del siglo XIX, un conglomerado de territorios que habían sido repartidos y reordenados por Napoleón y los congresistas de Viena, formaban la actual Italia. Desde 1815, la única monarquía italiana propia era la de Cerdeña, también denominada de Saboya o Piamonte. Ocupaba, además de la isla sarda, el noroeste de la península y actuaba de estado-tapón frente a Francia. Hacia el este, la Lombardía y Venecia, pertenecían al Imperio austriaco desde 1814. Príncipes austriacos también regían el ducado de la Toscana o los pequeños ducados de Módena, Parma y Lucca. En el centro se hallaban los Estados Pontificios y en el sur, una rama de los Borbones gobernaba desde 1735 el reino de Nápoles o de las Dos Sicilias. 

Estos estados, además de diferencias políticas, presentaban enormes contrastes económicos. El norte era la zona más avanzada, con una rica y variada agricultura, además de una saneada industria textil. Los Habsburgo habían invertido en grandes obras públicas y creado una amplia red ferroviaria que facilitaba la integración de esta zona en las redes comerciales europeas. En el centro, los Estados Pontificios, separaban este norte modernizado del sur pobre y subdesarrollado. El poder vaticano se hallaba en manos de una pequeña oligarquía de prelados que perseguía tanto a liberales como a demócratas cuyos movimientos eran condenados en los documentos pontificios. 



El Risorgimento 

Pero los intelectuales, las necesidades económicas y la actividad política de algunas figuras emblemáticas crearon la conciencia nacional italiana. El sueño unitario había sido expresado a principios del XIX en los escritos románticos. Durante los tiempos de Napoleón, floreció un anhelo creciente de resucitar la grandeza de la antigüedad y del Renacimiento, un resurgimiento que fue tomando forma apoyado en los movimientos liberales. Sobre esa base ideológica y literaria, se sustentaron las propuestas políticas para la construcción de la Italia unificada. 

Los inicios del proceso de unificación 

El proceso de unificación italiano puede dividirse en cuatro fases de acción que abarcaría desde el año 1859 hasta el 1870. Si bien es cierto que algunos territorios no se recuperarían hasta 1919, hay que destacar que fue la primera nación en conseguir su independencia y unidad territorial en la Europa del siglo XIX.

Las revoluciones románticas y liberales de 1815 y 1830 habían fracasado en Italia. Aun así, la burguesía patriota se había organizado en sociedades secretas. El pensamiento unitario se fue desarrollando en torno tres propuesta, desde los supuestos más conservadora, auspiciados por Gioberti y Balbo, que buscaban una unión en torno al Papa; las tesis monárquicas, que apoyaban el liderazgo de la casa de Saboya (Massimo d’Azgelio), hasta las concepciones más demócratas y socialistas que aspiraban a la creación de una república. En esta línea, Giuseppe Mazzini fundó en 1831 una asociación política, La Joven Italia, cuyo fin principal era el de soliviantar a las masas para expulsar a los austriacos y propiciar la unificación. 


La zona norte

Tras la ocupación de Ferrara en 1847 por las tropas austriacas para detener la revolución, los saboyanos decidieron apoyar a los milaneses y en pocas semanas acordaron la unión de Piamonte, Lombardía y Venecia para enfrentarse a los Habsburgo. Fueron directos al fracaso. Víctor Manuel II de Saboya comprendió la necesidad de buscar el apoyo extranjero y se ocupó de convertir la unidad de Italia en un asunto internacional. Para ello, se embarcó en la guerra de Crimea (1853-1856) como aliado de Inglaterra y Francia en contra de Rusia. De este modo pudo exigir en la mesa de negociaciones el reconocimiento de la unidad italiana. 

Víctor Manuel II

Por otra parte, también Pío IX hubiera aceptado encabezar la unificación italiana, pero la violencia revolucionaria de 1848 y el republicanismo radical le hicieron retroceder y abandonar la causa del nacionalismo italiano, sobre todo después de ser expulsado de Roma por Mazzini al proclamar la República Romana de 1849. 

A favor de la unificación estaban los empresarios y comerciantes de toda la península que abogaban por una infraestructura viaria común y la supresión de las barreras aduaneras. El primer ministro del Piamonte, Cavour, supo armonizar la confluencia de intereses políticos y económicos para hacer posible la unificación. 

Cavour fue nombrado por Víctor Manuel II primer ministro del Piamonte. Adoptó una política económica librecambista firmando tratados comerciales con Francia, Inglaterra, Bélgica y Austria. De ellos consiguió financiación para aumentar la red de ferrocarriles y la construcción de puertos, inversiones para aumentar el regadío, y el apoyo decidido al comercio exterior al suprimir los aranceles sobre el grano. Tendió a la laicización del Estado al suprimir los privilegios eclesiásticos, atreviéndose a eliminar varias fiestas religiosas e incautarse de inmuebles de la Iglesia. El Piamonte de Cavour se convirtió en el punto de referencia de la burguesía liberal de toda la península. 

Cavour

Desde Saboya, Cavour se propuso alcanzar la unidad italiana. Para ello, necesitaba que la monarquía saboyana se convirtiera en una potencia media europea. Con una sutil destreza diplomática, primero incitó a los franceses y, a continuación consiguió provocar deliberadamente a los Habsburgo para asegurarse la adhesión de los primeros. 

Napoleón III sentía por Italia un afecto especial. Consideraba la consolidación de las nacionalidades como un avance histórico y ante los liberales franceses, le favorecía mostrarse en contra de la Austria reaccionaria. 

Por eso accedió a mantener una entrevista secreta con Cavour, acordando el apoyo francés a la unificación italiana. Con esta promesa, Saboya declaró la guerra a Austria en mayo de 1849. Mientras tanto, el ejército francés cruzaba los Alpes. 

Ante la conquista de la Lombardía por los saboyanos, los austriacos desplazaron sus tropas por el Rin. Los italianos, crecidos por la derrota austriaca de Magenta y Solferino, iniciaron movimientos revolucionarios para derrocar los gobiernos existentes. Entretanto, la opinión pública francesa estaba impresionada por el alto coste financiero y humano del conflicto, acusó a Luis Napoleón de involucrarlos en una guerra innecesaria. Resultaba paradójico estar protegiendo al Papa en el Vaticano y a la vez apoyando la independencia italiana. 

En el verano de 1859, cuando la situación era favorable a los italianos, Napoleón decidió interrumpir la campaña y firmar con Austria el Armisticio de Vilafranca. A modo de consolación, los Habsburgo cedían la Lombardía al Piamonte pero mantenían el Véneto bajo su dominio. La traición indignó a los demócratas italianos. 

Pero la unificación era imparable. Cavour promovió revueltas en el centro de la península consiguiendo que la Toscana, Módena, Parma y la Romaña se incorporasen al reino de Piamonte-Lombardía. En 1860 se reunió en Turín el primer Parlamento con la participación de representantes de todos los Estados. 

Finalmente, a cambio de ceder a Francia Niza y Saboya, Luis Napoleón reconoció el extendido Estado Piamontés. Gran Bretaña, por su parte, respaldó este nacimiento que debilitaba a los austriacos y mantenía a raya a Francia. 

La zona sur

El deseo de expulsar a los opresores extranjeros y de unir a toda la nación itálica tuvo en Giuseppe Garibaldi (1807-1882) , revolucionario nacido en Niza, uno de sus pilares. Junto a José Mazzini dirigió el Partido de Acción, que cifraba sus esperanzas en el pueblo y en audaces acciones revolucionarias. Aunque no pudo llevar la lucha hasta la instauración de una república, mucho hizo por la unidad nacional. Por eso la Historia le otorgó el título más alto que se da a un genuino luchador: el de patriota.

Garibaldi marchó sobre Sicilia con los Mil Camisas Rojas y se convirtió en su gobernador, a la vez que rechazó entregarle el control a Víctor Manuel II. En mayo de 1859 organizó un grupo de 1500 seguidores para efectuar una expedición armada contra los Borbones. Como a Cavour le resultaba imposible patrocinar abiertamente la invasión de un estado vecino, se desatendió de la marcha de Garibaldi. Éste desembarcó en Sicilia, donde se le unieron los revolucionarios locales, iniciando su exilio el gobierno de Fernando II. Garibaldi se nombró dictador y constituyó un nuevo gobierno.

Garibaldi

Pero a Garibaldi le resultaba complicado avanzar hacia Roma, pues tendría que enfrentarse a las tropas francesas defensoras del Papa y, a la vez, al escándalo internacional. Así pues, fue Cavour quien resolvió la situación. Sin acercase a Roma dirigió el ejército piamontés hacia Nápoles y conquisto el territorio que Garibaldi pretendía convertir en república. Un plebiscito confirmaba la unión del norte y el sur, quedando fuera Roma y Venecia. Formalmente, el 17 de marzo de 1861 se proclamó el reino de Italia bajo la corona de Víctor Manuel II. En 1866, como reconocimiento a la ayuda italiana a Prusia, tras la batalla de Sadowa, Austria tuvo que entregar Venecia. Cuatro años más tarde (1870), con la caída del Segundo Imperio francés en Sedán se retiraron las tropas galas del Vaticano. El ejército italiano cruzó la frontera papal y Roma quedó anexionada al reino de Italia después de un plebiscito

En seguida se apreciaron las consecuencias de la unificación, tanto la positivas, como la supresión de aranceles, el uso de la moneda única, un código penal uniforme; como las negativas, entre las que sobresalía el sentimiento de los nacionalistas de una unión inconclusa. Consideraban el Trentino, Trieste, Niza, Saboya y algunas islas dálmatas como territorios amputados. Éste fue el inicio de su discurso sobre la Italia irredenta, que llegó hasta la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, aquí no terminó la unificación, sino que siguieron avanzando hacia la tercera fase: la incorporación del Véneto. Aprovechando que los prusianos querían terminar con la hegemonía austríaca, los italianos se aliaron con ellos en la guerra de las Siete Semanas. Aunque las tropas de Víctor Manuel sucumbieron ante el poder de los austríacos en la segunda batalla de Custozza y perdieron la flota en Lissa, los prusianos salieron victoriosos en Sadowa. Esto permitió que el Véneto se pudiese unir al nuevo reino de Italia en 1866.

La conquista de Roma

La cuarta y última fase del proceso de unificación fue la anexión de los Estados Pontificios en 1870. Tras la derrota francesa de Sedán, los galos retiraron todas sus tropas de los territorios extranjeros. Esto afectó al destacamento que tenían en los Estados Pontificios, dejando vía libre a Víctor Manuel II para ocupar Roma. La “ley de garantías” le dejó al papa sólo el territorio del Vaticano y algunos pequeños territorios de uso eclesiástico.

Hasta aquí llegó la unificación italiana, que fue la primera que se realizó en Europa en el siglo XIX. Sin embargo, hay que destacar que Italia no recuperaría el Tirol Meridional (Alto Adigio y Trentino) hasta la disolución del Imperio de los Habsburgo en 1919.

La ocupación de Roma también abrió una brecha entre el Estado italiano y el papado. Hasta la llegada al poder de Benito Mussolini en 1929, el papado no reconoció al Estado Italiano.  Por el Tratado de Letran (1929), suscrito entre Benito Mussolini y el Papa Pio XI, quedo solucionada la Cuestión Romana. Por dicho Tratado, se reconocía la existencia del pequeño Estado del Vaticano (Estado que queda dentro de la ciudad de Roma) y el Papa era, también, reconocido como su soberano. Se le reconocieron todos los derechos y todas las prerrogativas que corresponden a los estados soberanos e independientes.

Del mismo modo se agudizó el abismo entre el norte y el sur, pues, víctima de la emigración hacia el norte, el sur se deprimió aún más. La salida de los Borbones no significó la entrada de la ley, sino la persistencia del desorden, la extorsión y el mal gobierno.

A pesar de tratarse de una monarquía parlamentaria, sólo una pequeña parte de la población tenía derecho a voto. Hasta 1913 no se amplió considerablemente el sufragio. Y, bajo nuevas formas, el socialismo, el marxismo, el anarquismo o el sindicalismo continuaron exigiendo sus reivindicaciones. No por ello, la unificación dejaba de ser una realidad de la que podían enorgullecerse todos sus actores. 



Alemania

El proceso de unificación alemana, 1862-1870 

De Alsacia a Polonia y de los Países Bajos a los Balcanes, hasta su disolución en 1806 para evitar que Napoleón tomara el título de emperador, el Sacro Imperio Romano Germánico había ocupado gran parte de Centroeuropa. Era un territorio sin fronteras tangibles, donde no existía el concepto de Alemania. 

Durante el Congreso de Viena de 1815 se había constituido la Confederación Germánica con 39 estados, entre los que Austria y Prusia irrumpieron como los más potentes, seguidos de Baviera, Wuttemberg, Hannover y Sajonia, hasta llegar a las pequeñas ciudades libres de Hamburgo y Fráncfort. Sólo había un órgano común, la Dieta federal presidida por el emperador de Austria, quien pretendía mantener el statu quo. 

En 1834, entre los Estados del norte de Alemania y auspiciado por Prusia, se estableció una unión aduanera, el Zollverein. Los comerciantes y fabricantes comprobaron las ventajas de esta alianza. En 1835 se inauguraba la primera línea férrea y en poco tiempo, obviando las divisiones políticas, todo el norte de Alemania se hallaba enlazado por una tupida red de ferrocarriles que contribuyó a la unidad alemana. 

El fracaso de la revolución de 1848 había llenado de confusión a nacionalistas y liberales. Habían pretendido la unificación alemana de un modo constitucional, a través de la Asamblea de Fráncfort, pero las luchas intestinas hicieron patente su incapacidad para garantizar la ansiada unidad. El desacuerdo oscilaba entre incluir a Austria o no, adoptar un modelo de estado autoritario o liberal, centralizado o federal; un sistema de sufragio censitario o democrático, y, respecto al imperio, hereditario o electivo. Los conservadores apoyaban una confederación que respetara a los soberanos, mientras que los liberales defendían un estado federal con un emperador y poderes reducidos para los diferentes linajes. Los demócratas sólo consideraban la posibilidad de eliminar cualquier resto de la vieja Alemania. El acuerdo resultaba imposible. 


Las nuevas revueltas de mayo de 1849 de carácter democrático y obrero, incrementaron el miedo de la burguesía a una revolución social. Los estados con más peso, Austria y Prusia reprimieron los movimientos en su área. Todo ello no impidió el desarrollo económico, sobre todo en la zona del Rhur, ni tampoco la continuación del proceso de unificación en Prusia, al reorientar las ideas nacionalistas, liberales y sociales hacia la unificación pero alrededor de un nuevo imperio. La tenacidad del canciller prusiano Otto von Bismarck (1815-1898) alcanzará la confluencia. 

El reino de Prusia era un estado con gran prestigio internacional gracias a su ejército, la guardia de Postdam. Federico Guillermo III, tras unas buenas negociaciones en el Congreso de Viena de 1815, había conseguido extender su territorio al anexionarse Renania. El aumento de extracción de minerales y de producción de maquinaría se vio potenciado gracias al Zollverein. Así Prusia se convirtió poco a poco en una potencia dentro de la Confederación. 

La Constitución promulgada por Federico Guillermo IV en 1850, progresista en su momento, acabó creando una situación de privilegio para los grandes terratenientes e industriales, puesto que su parlamento, formado por dos cámaras, elegía por sufragio masculino a la cámara baja siguiendo un proceso censitario según el pago de impuestos. 

La conciencia política de la burguesía liberal se vio reforzada por el crecimiento económico hasta el punto de crear en 1861 el partido Progresista Alemán, que obtuvo un gran peso en el parlamento prusiano. Su fuerza le permitió negar la asignación de fondos para reformar el ejército, solicitada por Bismarck. El “Canciller de Hierro” no se arredró, y durante cuatro años gobernó sin la aprobación parlamentaria del presupuesto. En ese tiempo modernizó el ejército y preparo a Prusia para situarla al frente de un nuevo imperio que contrapesase el poder de Austria y Rusia. Bismarck estaba convencido de que las fronteras prusianas fijadas en 1815 eran injustas y que su país debía estar listo para extenderse hasta donde le correspondía en cualquier momento. 

De pensamiento conservador, creía en el cumplimiento del deber, el orden y el servicio y el temor a Dios.  Desconfiaba de la sociedad alemana y de la occidental, que consideraba turbulentas, librepensadoras y  materialistas. Juzgaba de ignorantes e irresponsables tanto a los órganos de gobierno como a los  parlamentarios. Le repugnaba el liberalismo, la democracia y el socialismo. 

Para situar a Prusia al frente de un Estado alemán unificado, Bismarck se involucró en tres guerras sucesivas. A la vez, estableció un gobierno fuerte que superara las críticas del liberalismo y la acción diplomática necesaria para excluir a Austria de la Confederación Germánica. 


La formación del imperio alemán, 1864-1871 

La puesta en marcha del programa bismarckiano tuvo su primer acto en 1864. El escenario: los ducados de Schleswig-Holstein y Lauenburgo, de población alemana pero gobernados por príncipes daneses. 
Dinamarca deseaba agregar estos territorios. Al morir el príncipe danés Cristian de Gluksburgo sin descendencia masculina, la Dieta de la Confederación Germánica reclamó estos territorios. Ante la negativa de Dinamarca, la Dieta propuso entrar en guerra para recuperar los ducados. Por su parte, Bismarck implicó a Austria en la guerra y, de este modo, consiguió Schleswig y el puerto de Kiel sin alterar el estatuto territorial del Congreso de Viena. Holstein pasó a ser austriaco. 

Dos años después, las disputas por los derechos de paso y el mantenimiento del orden interno en los Ducados acabarían en una guerra entre Austria y Prusia, que se resolvió brillantemente a favor de la segunda en la batalla de Sadowa. La rapidez del ferrocarril y el uso del fusil de aguja Dreyse arrasaron con las tropas austriacas, lo que constituyó el segundo acto en el programa del Canciller. 
  • Batalla contra Austria
Después de la Guerra de los Ducados, Austria se había quedado con el ducado de Holstein. Bismarck estaba descontenta con la administración austríaca en el condado y declaró la guerra a Austria en el año 1866. Prusia derrotó a Austria en la guerra y pasó a dominar a los Estados del norte de la Confederación.



En 1866, Bismarck disolvió la confederación alemana y Austria le declaró la guerra a Prusia, confiando en la victoria. No obstante, no tuvieron en cuenta la destreza y la fortaleza del ejército prusiano. Las fuerzas prusianas arrasaron el territorio austríaco a una velocidad alarmante y el poder del imperio Habsburgo austríaco fue debilitado para siempre cuando los austríacos fueron vencidos el 3 de julio de 1866, en la batalla de Sadowa. Bismarck luego formó la confederación del norte de Alemania, con Prusia como su miembro más poderoso. 

Además de aplastar al enemigo, Bismarck consiguió desacreditarle frente a la diplomacia internacional. Por unas u otras razones, la mayoría de los Estados aplaudieron a Prusia. 

Al firmarse la paz de Praga, en agosto de 1866, Prusia se extendió sobre Schleswig-Holstein y la ciudad libre de Fráncfort. Bismarck terminó con la Dieta federal, reunió a 21 estados formando la Confederación Alemana del Norte, evidentemente bajo su control, e Italia recibió Venecia. El éxito en el interior no fue para menos, Bismarck se reconcilió con los liberales, la burguesía le entregó su total confianza para financiar el desarrollo económico y los nacionalistas lo consideraron el único capaz de alcanzar la unidad de un nostálgico imperio desmembrado a partir de la paz de Westfalia en 1648. 

Para la nueva Confederación, Bismarck dictó en 1867 una Constitución que sancionaba al rey de Prusia como jefe hereditario y ante quien era responsable el gobierno. El Parlamento se dividía en dos cámaras: la alta, que representaba a los Estados, y la baja o Reichstag, que representaba al pueblo, y era elegida por sufragio masculino. Para gran disgusto de Marx, los socialistas alcanzaron un acuerdo con Bismarck: aceptaban la Confederación Alemana a cambio de un sufragio democrático; por su parte Bismarck obtenía la aprobación popular de su naciente imperio. Las leyes sociales del Canciller, unidas a la entrega de algunos cargos a los demócratas, desactivaron durante cuatro décadas al partido socialista. Por último, el Canciller entabló una batalla legal contra la influencia de los católicos (el Kulturkampf), restándoles poder sobre la sociedad civil y la educación, aunque terminase aliándose con ellos en contra de los liberales. 
  • Batalla contra Francia 
Pero Francia no iba a consentir la existencia de otro estado fuerte al este de sus fronteras. Aún estaban en liza cuestiones como la romana, donde el emperador galo custodiaba al Papa e impedía que Roma formase parte del reino de Italia y la tendencia profrancesa de algunos estados del sur de Alemania, que huían del dominio prusiano. A pesar de su debilidad, Napoleón III consideraba que una victoria podría devolverle el poder frente a la opinión pública gala. Pronto surgió una excusa: el trono de España. La revolución de 1868 había derrocado a Isabel II y el gobierno español proponía a varios candidatos para el reino. Uno de ello será Leopoldo de Hohenzollern, primo del rey de Prusia. Francia protestó ante la posibilidad de hallarse rodeada de alemanes, pero Bismarck manipuló de tal forma un telegrama enviado por el embajador francés al rey de Prusia que Napoleón apareció como el agresor frente a los intereses prusianos. La injuria obligó a Napoleón a declarar la guerra el 19 de julio de 1870. El 2 de septiembre, tras la batalla de Sedán, Francia se rendía. Napoleón izó la bandera blanca rindiéndose con todo su ejército. 

La batalla de Sedan, en el oriente de Francia, el 1 y 2 de septiembre de 1870, fue la escena de un conflicto desigual entre las fuerzas prusianas y las francesas. Las fuerzas francesas fueron superadas en número, de dos a uno. Aunque Leboeuf, el ministro de Defensa francés, había asegurado que la preparación francesa era total, cuando la batalla comenzó se encontró con que no todos los carabineros franceses tenían un rifle. Rodeados e incapaces de huir, Napoleón III y una tropa francesa de 85.000 hombres finalmente fueron obligados a rendirse. 

Batalla de Sedán

Con un ejército formado por militares prusianos y germánicos, Prusia condujo la invasión y conquista de Francia. Guillermo I fue proclamado emperador de Alemania en 1871, completando el proceso de unificación de Alemania. En 1871 fue firmado el Tratado de Frankfurt entre Francia y Alemania. Como vencidos, los franceses tuvieron que pagar una elevada indemnización de guerra y ceder a Alemania los territorios de Lorena y Alsacia.

En París, dos días más tarde, una junta de defensa nacional proclamaba la III República. Las tropas alemanas sitiaron la capital francesa, que se negó a capitular hasta cuatro meses después. 

El 18 de enero de 1871, en el salón de los Espejos del palacio de Versalles, Bismarck proclamaba el Imperio alemán. El rey Guillermo I de Prusia recibía el título hereditario de Káiser del Segundo Reich. Con Napoleón preso, la falta de un gobierno francés impidió al Canciller firmar la paz. El general prusiano exigió una elevada cantidad en metálico, cinco millones de francos oro, y los territorios de Alsacia y Lorena como reparación de guerra. Los franceses nunca olvidaron aquella humillante derrota. 

Tras la victoria de Prusia en la Guerra Franco-Prusiana, se consigue la unificación de los diferentes estados alemanes, excluyendo a Austria. De esta manera Prusia se convierte en Alemania bajo el régimen del canciller Otto von Bismarck, uno de los estadistas más importantes del siglo XIX. A partir de entonces se inicia un período de gran desarrollo nacional en los ámbitos de economía, política y milicia. Desde entonces, Alemania es considerada junto con el Reino Unido, una de las principales potencias del mundo. Bajo este liderazgo, Alemania experimentó rápida industrialización, y el nacionalismo alemán militante surgió a finales del siglo XIX.


El kaiser Guillermo I

Partidario de una monarquía fuerte, emprendió inmediatamente una profunda reorganización del ejército con el objetivo de hacer realidad la realpolitik, el proyecto de unidad alemana. El Landtag, el parlamento bicameral, no aprobó las partidas presupuestarias necesarias para su financiación, pero Bismarck, su nuevo canciller, hizo caso omiso tanto del voto parlamentario como de las protestas de la oposición y llevó adelante los planes.

Después de la guerra de los Ducados (1864-1865), autorizó, no sin reparos, la guerra contra Austria, que fue derrotada en Sadowa. Tras la victoria militar, se anexionó los estados de Schleswig, Holstein, Hannover, Hesse electoral, Hesse-Nassau y Frankfurt, logró el apoyo de otros en el seno de la Confederación Alemana del Norte y firmó alianzas militares con los estados del sur.

Durante la Guerra Franco-Prusiana, el 18 de enero de 1871, Guillermo fue proclamado Emperador Alemán en el Palacio de Versalles. Este título fue elegido cuidadosamente por Bismarck después de la discusión hasta (y después) el día de la proclamación.

Guillermo I


La figura de Otto von Bismark

En el año 1862, el rey prusiano Guillermo I eligió para ser el primer ministro de Prusia, al político y diplomático Otto von Bismarck, apodado el Canciller de Hierro. La idea de Guillermo I era unificar los Estados alemanes, un proceso que sería organizado por el líder político. Sin embargo, Bismarck creía que para eso sería necesario el camino militar. Para lograr su objetivo, Bismarck pasó a aumentar el poder bélico de Prusia, ampliando el número de militares e invirtiendo en la producción de armamentos.

Desde que el rey Guillermo I le nombró canciller (primer ministro) en 1862, puso en marcha su plan para imponer la hegemonía de Prusia sobre el conjunto de Alemania, como paso previo para una eventual unificación nacional. Empezó por reorganizar y reforzar el ejército prusiano, al que lanzaría a continuación a tres enfrentamientos bélicos, probablemente premeditados, en todos los cuales resultó vencedor: la Guerra de los Ducados (1864), una acción concertada con Austria para arrebatar a Dinamarca los territorios de habla alemana de Schleswig y Holstein; la Guerra Austro-Prusiana (1866), un artificioso conflicto provocado a raíz de los problemas de la administración conjunta de los ducados daneses y dirigida, en realidad, a eliminar la influencia de Austria sobre los asuntos alemanes; y la Guerra Franco-Prusiana (1870), provocada por un malentendido diplomático con la Francia de Napoleón III a propósito de la sucesión al vacante Trono de España, pero encaminada de hecho a anular a Francia en la política europea, a fin de que dejara de alentar el particularismo de los Estados alemanes del sur.

En cada una de aquellas guerras Prusia acrecentó su poderío y extendió su territorio: en 1867 ya fue capaz de unir a la mayor parte de los Estados independientes que subsistían en Alemania, formando la Confederación de la Alemania del Norte; en 1871, además de anexionarse las regiones francesas de Alsacia y Lorena, impuso la creación de un único Imperio Alemán bajo la corona de Guillermo I, del que sólo quedó excluida Austria.

La política interior de Bismarck se apoyó en un régimen de poder autoritario, a pesar de la apariencia constitucional y del sufragio universal destinado a neutralizar a las clases medias (Constitución federal de 1871). Inicialmente gobernó en coalición con los liberales, centrándose en contrarrestar la influencia de la Iglesia católica (Kulturkampf) y en favorecer los intereses de los grandes terratenientes mediante una política económica librecambista; en 1879 rompió con los liberales y se alió al partido católico (Zentrum), adoptando posturas proteccionistas que favorecieran el desarrollo de la revolución industrial. En esa segunda época centró sus esfuerzos en frenar el movimiento obrero alemán, al que ilegalizó aprobando las Leyes Antisocialistas, al tiempo que intentaba atraerse a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento.

En política exterior, se mostró prudente para consolidar la unidad alemana recién conquistada: por un lado, forjó un entramado de alianzas diplomáticas (con Austria, Rusia e Italia) destinado a aislar a Francia en previsión de su posible revancha; por otro, mantuvo a Alemania apartada de la vorágine imperialista que por entonces arrastraba al resto de las potencias europeas.  En 1872 Alemania, Rusia y Austria firmaron la Liga de los Tres Emperadores. La Liga de los Tres Emperadores se fue renovando hasta 1887, siendo cancelada por el zar como consecuencia de sus rivalidades con Austria en los Balcanes.

En 1882  formó la Triple Alianza promovida por el canciller alemán Bismarck,  constituida por Alemania, Austria-Hungría e Italia. Sin embargo esta última no cumplió sus compromisos cuando estalló la guerra y en principio se mantuvo neutral hasta intervenir más tarde como miembro del bando contrario. Fue precisamente esta precaución frente a la carrera colonial la que le enfrentó con el nuevo emperador, Guillermo II (1888), partidario de prolongar la ascensión de Alemania con la adquisición de un imperio ultramarino, asunto que provocó la caída de Bismarck en 1890.

Otto von Bismarck

La industrialización de Alemania

En la industrialización alemana, el Estado jugó un papel muy activo. La intervención estatal fue relevante a la hora de la modernización del sistema de comunicaciones, la mayoría de las líneas ferroviarias fueron construidas con participación estatal. A fines de los años 1870, la política arancelaria volvió hacia el proteccionismo debido a la gran depresión, tanto para la industria como la agricultura.

Los aranceles proteccionistas favorecieron la expansión de las exportaciones industriales alemanas, ya que las empresas pudieron vender a precios elevados en el mercado interno, protegido por barreras aduaneras, y a precios bajos en el mercado externo, practicando políticas de dumping.
 
Los bancos constituyeron un factor decisivo en el proceso de industrialización de Alemania. Existió una relación más estrecha entre crédito bancario y desarrollo industrial. Los bancos, además de otorgar créditos, promovía la formación de nuevas empresas y canalizaban el ahorro hacia ellas. Los bancos se convirtieron en grandes accionistas de las empresas industriales, a tal punto de poder participar en la dirección de ella.  

Las grandes empresas también cumplieron un rol decisivo en la industrialización. Se incrementaron la cantidad de sociedades anónimas, se aceleró el proceso de propiedad y gestión. La competitividad de las grandes empresas, llevaron a la adaptación de medidas eficaces en la organización y al desarrollo tecnológico. Una de las características distintivas de las empresas alemanas fue su tendencia a la expansión y la integración vertical, con el fin de controlar las diversas fases de producción.

Etapas de la industrialización alemana

1780-1840: Primera industrialización 
  • Comienzo de la mecanización, se realizaron reformas institucionales aboliendo el feudalismo y favoreciendo al libre comercio y los mercados de mano de obra y de tierras.  
  • El incremento de la población se vio acompañada por un incremento en la producción agrícola.
  • Se mecanizaron la industria textil y metalúrgica.  
  • Zollverein, unión aduanera, abolición aduanera que permitió la integración económica dentro del país. 
1840 -1870: El despegue 
  • Desarrollo del ferrocarril y su impacto en las industrias del carbón, hierro y maquinarias, que pasaron a ser sectores líderes en la industria alemana. 
  • La red ferroviaria disminuyó los costes de transporte e hizo posible el transporte a larga distancia.  
  • La red ferroviaria fue clave para la integración del mercado interno..la red ferroviaria dio impulso a la expansión de la industria siderúrgica y mecánica.
  • Al principio, los insumos eran importados, pero posteriormente fueron reemplazados por productos nacionales. 
  • Rápida innovación tecnológica, nuevos métodos de producción para la industria pesada.  
1870 -1914: Fase industrial madura  
  • Difusión de la industria moderna, aceleración del cambio estructural y de la urbanización.
  • Expansión internacional de la economía alemán, desplazando a Gran Bretaña del liderazgo industrial.  
  • Crecimiento del PIB per cápita. 
  • Exportación de bienes de capital. 
  • Expansión de nuevos sectores de punta. 
  • Desarrollo del sistema educativo. 
  • El estado social alemán
Bismarck entendió que, al movimiento obrero, organizado a través del SPD, no se le podía acallar simplemente con represión. Y que el Estado debía intervenir con alguna medida de tipo social para contentar a los trabajadores y sofocar las demandas socialistas más radicales y revolucionarias.

Bismarck entendió que, al movimiento obrero, organizado a través del SPD, no se le podía acallar simplemente con represión. Y que el Estado debía intervenir con alguna medida de tipo social para contentar a los trabajadores y sofocar las demandas socialistas más radicales y revolucionarias.

En el mensaje imperial de noviembre de 1881, fueron aprobadas las siguientes leyes: el seguro público de salud en 1883, un segundo seguro de accidentes en 1884 y la pensión por discapacidad y las jubilaciones en 1889. Este seguro al igual que los dos anteriores era obligatorio, con contribuciones progresivas por parte del patrón, empleado y Estado. El Estado social, se convierte entonces, en un contrato social entre los ciudadanos y el gobierno, como instrumento de bienestar, para la población. 

El estado del bienestar de Bismarck no fue fruto de la generosidad y la empatía para con los trabajadores, sino, más bien, una medida ante la amenaza que podría llegar a suponer el movimiento obrero organizado. Pero sirvió a Bismarck para cohesionar a la nación, puesto que el sistema de pensiones era un bien común que incumbía a todos los alemanes. Defender el estado del bienestar suponía, también, defender a la nación política que lo sustentaba.

Con la unificación de Italia y Alemania se transformó una vez más la geopolítica europea. Los acuerdos de Viena de 1815 e incluso de los Westfalia de 1648, que impedían el dominio de unos estados frente a otros, fueron anulados. La idea de Bismarck de una unificación sin Austria, dejaba aproximadamente una sexta parte los germanos fuera del Reich. Doce países y diez nacionalidades tuvieron que diseñar un futuro común alrededor de Austria. Alemania, por su parte, asumía su nuevo lugar en el concierto de las naciones.