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lunes, 13 de febrero de 2017

LARRA: UNA FIGURA CLAVE EN EL PERIODISMO ESPAÑOL

La figura de Mariano José de Larra ha dejado un antes y un después en el periodismo y en la literatura española. Es considerado, junto con Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro, la más alta cota del romanticismo literario español.

Larra representa el «romanticismo democrático en acción»: Periodista, crítico satírico y literario, y escritor costumbrista, publicó en prensa más de doscientos artículos a lo largo de tan sólo ocho años, impulsando el desarrollo del género ensayístico, disfrazándose bajo los seudónimos Fígaro, Duende, Bachiller y El Pobrecito Hablador.

LA VIDA DE LARRA

Mariano José de Larra nació en Madrid en 1809, pero se trasladó a Francia en 1813. Su familia se exilió allí con motivo del trabajo del padre como médico en el ejército francés de José Bonaparte. En 1818 Larra volvió con sus padres a España; estudió Derecho en Valladolid y Medicina en Valencia. A los 19 años abandonó los estudios para dedicarse al periodismo.

Larra se casó con Josefina Wetoret en 1829. Este matrimonio duró poco y terminó en separación en 1834. Larra mantuvo unas relaciones amorosas con Dolores Armijo que duraron hasta el final de su vida. En 1836 fue elegido diputado por Avila, aunque las elecciones se anularon en toda España tras el motín de los Sargentos de la Granja ocurrido en ese mismo año. Larra se suicidó de un pistoletazo en febrero de 1837, muy poco después de escribir su famoso artículo "La Nochebuena de 1836" y tras el desengaño producido por la ruptura con Dolores. Otro posible motivo del suicidio fue el desespero que sentía Larra frente al fracaso de las ideas liberales en el ámbito político de la época.

Larra compuso poemas poco importantes, algunas obras dramáticas y una novela histórica, El doncel de don Enrique el Doliente (1834).
Mariano José de Larra

Pero la importancia de Larra en la literatura española radica en los artículos periodísticos. De él se ha dicho que es el mejor periodista español de su tiempo y el creador del periodismo moderno. Desde muy joven fundó diversas publicaciones satíricas y colaboró en importantes revistas y periódicos de su época. Empleó diversos seudónimos para firmar sus colaboraciones, hasta adoptar definitivamente el de "Fígaro"

La sátira que emplea Larra en “El pobrecito”, como indica Kirkpatrick, refleja la confianza en la razón, en el libre intercambio de ideas y el conocimiento positivo de los sentimientos y dogmas que defiende en los artículos, a la vez que procura ser claro para un público inexperto, ilustrándola con anécdotas entretenidas y convincentes. Larra quiere ser un puente entre una élite avanzada que podía entender las alusiones más sutiles y un público más amplio, aún no convencido de la urgencia del progreso y las nuevas ideas.

En sus artículos de costumbres, trata de condenar los males sociales que observa en la sociedad española, para minar el despótico régimen político existente. Cree que la revisión de las grandes instituciones no se podrá efectuar sin antes efectuar un cambio en las unidades menores, la familia y el individuo. Al enfocar esta crítica al individuo, irresponsable o poco colaborador, elude también al censor (al descargar de culpa al Gobierno), pero a la vez incide en la necesidad del examen de conciencia individual, previo a la concienciación de la necesidad de un cambio político. Dijo Clarín de él que: No sólo se adelantó a su tiempo, sino que aún en el nuestro los más de los lectores se quedan sin comprender mucho de lo que en aquellos artículos de aparente ligereza se dice, sin decirlo”.

UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA LITERATURA Y EN EL PERIODISMO

Como muchos autores románticos, Larra combinó sus actividades periodísticas y literarias con su interés en la política. Fue un escritor comprometido en el sentido más moderno del término. La literatura para Larra era un instrumento del progreso humano. Junto con Goya, Larra representa el paso del neoclasicismo al romanticismo, y pueden considerarse como iniciadores del arte moderno en España.

Larra cultivaba diferentes géneros literarios, pero es más conocido por sus artículos periodísticos publicados bajo el seudónimo de Fígaro o el de El pobrecito hablador. Su actividad periodística puede clasificarse en artículos de costumbres, artículos literarios y artículos políticos.

En sus artículos de costumbres, Larra adopta las formas costumbristas, dotándoles de una nueva perspectiva moral y reformadora. El propósito de Larra en estos artículos es proponer el cambio social e individual. Utilizaba la sátira para retratar los diferentes defectos que observaba, pero siempre con un afán didáctico y reformador. Sus ideas liberales se observan en los artículos de asunto político en los que defiende el progreso y la tolerancia, y critica el conservadurismo y el absolutismo. Era un defensor incansable de la libertad. Su crítica más violenta iba dirigida contra el absolutismo del gobierno de Fernando VII y los carlistas, que representaba los males que amenazaban a la patria: el fanatismo, la ignorancia y el inmobilismo. Debido a su acérrimo espíritu independiente Larra también criticaba otros aspectos de los gobiernos liberales.

En los artículos literarios, Larra se centraba en la crítica teatral. Autor de un drama romántico original, Macías, y de varias adaptaciones de dramas franceses, Larra era también crítico teatral en la prensa.

Los artículos más conocidos de Larra son "Vuelva Ud. mañana," "El casarse pronto y mal," "La Nochebuena de 1836," "El castellano viejo," "Yo quiero ser cómico," "Modos de vivir que no dan de vivir," "El café," "Literatura," "Lo que no se puede decir, no se debe decir."

Además de su prolija producción periodística, Larra era autor de poemas, dramas y novelas. Por lo general sus versos son de estilo neoclásico y representan los ideales de la Ilustración. Larra dejó unos poemas amorosos dedicados a Dolores Armijo. Su novela histórica, El doncel de don Enrique el Doliente,es un modelo de este género. El protagonista de la novela aparece también en el drama Macías, y representa la figura de un trovador medieval, ejemplo y modelo de enamorados.

Otros autores contemporáneos a Larra y con quienes comparte el arte costumbrista, aunque con diferencias notables de estilo, son Ramón de Mesonero Romanos (Escenas matritenses, 1832-42) y Serafín Estébanez Calderón (Escenas andaluzas,1847).

EL ARTÍCULO DE COSTUMBRES

Larra ha dejado una huella imborrable en la literatura y en el periodismo español. Creó un nuevo estilo periodístico: el cuadro de costumbres, un artículo basado por su brevedad, caracterizado por una intención moral, donde el periodista es el protagonista del artículo y donde interactúa con otros personajes que representan estereotipos o ideas contrarias al protagonistas.

El artículo es una descripción de la sociedad contemporánea, basándose en lo pintoresco y en la profundidad. Dicho artículo testimonia los cambios en la sociedad a través del costumbrismo, un estilo literario y periodístico que observa la realidad con una lupa crítica cotidiana, y que se cristaliza a través de las columnas personales que combinan la descripción, la narración, el diálogo y la moralidad, escritas en forma de carta usando la primera y tercera persona del singular.

Los artículos de costumbres son más interesantes y, en su mayor parte, plenamente actuales y los mejores desde el punto de vista literario. Larra no se queda en la pura descripción pintoresca; lo que persigue es la crítica de lo que observa y, además, se proyecta personalmente, aportando su dolorida experiencia a lo que escribe. La crítica de Fígaro, mordaz, pesimista y satírica, se dirige a lo que él llamó el : el atraso, la pereza y holgazanería, la falta de educación, la hipocresía, la vanidad y la ignorancia.

Para ellos, el escritor utiliza varios recursos literarios variados como la apelación, el talante moral del columnista, transmitiendo los valores y las virtudes del emisor aumentando así la credibilidad del columnista creando una actitud propia.

Los principales temas tratados en los Artículos de “El pobrecito hablador”

Los temas principales tratados son: Las características del público en general. Los protagonistas del proceso literario y sus gustos o excusas (lectores, autores y libreros editores). La mala educación y formación de la juventud. La importancia de mantener las apariencias. El equilibrio entre las costumbres españolas y extranjeras. Lo “patriotero” y la zafiedad de la clase media, su mala educación y urbanidad. La pereza española y su rechazo a la innovación y a lo extranjero. La hipocresía.

Las características del público en general

 Este es el tema básico de “¿Quién es el público y dónde se encuentra?”. Larra, en su alter ego del pobrecito bachiller, inicia estos artículos y se pregunta “antes de dedicarle nuestras vigilias y tareas quisiéramos saber con quién nos las habemos”. Así paseando por la ciudad y recogiendo impresiones suyas o de con quién conversa va indicando que: “el público pierde el tiempo”, “que tiene mal gusto”, “que es caprichoso”, “que le gusta hablar de lo que no conoce”, que tiene gustos dispares”, “que es una excusa para quien lo cita”, etc. Concluye resumiendo su opinión, tras repasar las notas del día, en que el público es un pretexto tapador de los fines individuales, hasta de los suyos propios “so pena de tener que confesar que escribo para mí”. Además, indica que no existe un público único, que cada uno tiene el propio y que este es heterogéneo como los hombres que lo componen. Este público puede ser: intolerante y sufrido; rutinario y novedoso; preferir sin razón y decidir sin motivo, amar sin porqué y aborrecer sin causa; maligno, malpensado y mordaz; sentir en masa distinto de en particular; atraído por la medianía intrigante y charlatana; olvidadizo con facilidad; ingrato de los servicios importantes; y premia a quien le lisonja y le engaña. También indica que se identifica a este público con la posteridad, y ésta casi siempre revoca sus fallos.

También, al inicio de “El mundo todo es máscaras”, cita la dificultad de escribir cada día para el público y contentarlo, cuando hay tantas clases de públicos distintos: necios y discretos, cuerdos y locos, ignorantes y entendidos, dichosos y desgraciados.

Los protagonistas del proceso literario y sus gustos o excusas (lectores, autores y libreros editores).
 Se trata este tema en la “Carta a Andrés”. Inicia el artículo con una duda: ¿No se lee en este país porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?, que le da pie para exponer sus ideas y concluir convirtiendo la pregunta en afirmación: En este país no se lee porque no se escribe, y no se escribe porque no se lee. Por tanto “aquí ni se lee ni se escribe”, y con su fina ironía colige que ello es de agradecer a Dios para el bien y eterno descanso de los incultos habitantes de “las Batuecas”.

Comienza repasando las opiniones de los partícipes de este círculo vicioso. Dice el librero que no hay buenos autores, ni público comprador; el autor que no hay libreros que paguen lo justo, ni público comprador; y el posible lector dice que no hay buenos autores nacionales y aunque tenga dinero no compra libros, lo más los toma prestados. Aquí Larra introduce un tema discordante con otras posiciones suyas, en cuanto a que lo único que interesa, si es que interesa algo, son autores extranjeros. Parece que el pueblo español reacio a las ideas del exterior no lo es tanto en cuanto a la literatura y teatro.

Otro tema, que cita con relación a la lectura, es que esa clase media adinerada piensa que la cultura es para los pobres, obligados a trabajar en oficios que no dan dinero pero necesitan de esa cultura (literatos, médicos, abogados, herbolarios, funcionarios, etc.), subestimando los dañinos efectos de su ignorancia.

La mala educación y formación de la juventud. ¿Costumbres españolas o extranjeras?

 Aparece en “Empeños y desempeños y “El casarse pronto y mal” . Al inicio del primer artículo mencionado, describe en su supuesto sobrino los vicios de esa juventud de Madrid que de nada sabe y de todo quiere hablar; que no sabe llevar sus cuentas y prefiere que se las lleven sus acreedores; que no tiene dinero para el tren de vida que quiere llevar y que es capaz de empeñar lo que no es suyo para disimular y mantenerlo; que sólo ha aprendido a bailar y a montar a caballo; que maltrata el español e intenta hablar en su mal francés o italiano; que no cree en Dios, por querer ser ilustrado y cree en rufianes; que tiene tal pundonor que por una bagatela da una estocada a su mejor amigo; que con todo ello ocupa su lugar en la corte y es un adorno de la sociedad de buen tono de la capital; y que, además, son ingratos cuando se les hacen favores.

En “El casarse pronto y mal”, trata de las malas consecuencias de esta deficiente educación y formación, y de los excesos de la educación “liberal” que lleva al libertinaje y al desastre. En su final moralizante, otro supuesto sobrino después de haber matado a su mujer y su amante, antes de suicidarse, encomienda el cuidado de sus hijos a su madre y le pide que los instruya mejor que a él. Así mismo el autor, en su conclusión, aboga por no imitar en todo a los extranjeros, sino en lo bueno y a la vez a mantener las buenas costumbres españolas. No hay que querer ir demasiado rápido ni demasiado lento, ni excesivamente ilustrados ni conservadores y, aunque seamos criticados por unos y por otros, hay que buscar la vida media, ni avanzados, ni retrógrados. Este artículo constituye una parodia y una sátira de aquellos “afrancesados” que creen que imitando indiscriminadamente esa cultura y sin el espíritu de sacrificio que caracteriza a las naciones progresistas, se conseguirá mejorar la situación española.

La importancia de mantener las apariencias

 Tema central de “Empeños y desempeños”, en el que efectúa una sátira despiadada de la buena sociedad madrileña que, para mantener sus apariencias, no duda en empeñar sus joyas o sus pieles a personajes rufianescos a los que suplica e invita a sus fiestas, y a las que los prestamistas acuden con las pieles empeñadas por sus anfitriones. Larra describe la vanidad y el orgullo por mantener falsas apariencias de esa clase aristocrática, irremediablemente venida a menos ante el ascenso de la burguesía, por mucho que ellos no lo quieran reconocer y, en una espiral sin fin, empeñen e hipotequen bienes y patrimonios. Por el artículo desfilan esos personajes, enseñando sus miserias, para poder seguir aparentando en público.

Este rasgo se acentuará, en “El mundo todo es máscaras” y derivará en hipocresía, como se comentará posteriormente.

Lo “patriotero” y la zafiedad de la clase media, su mala educación y urbanidad.

Tema central de “El Castellano viejo”. El protagonista, Braulio, es la expresión del “patrioterismo” español, de que todo nuestro es bueno y lo de fuera malo. Es también un modelo de la zafiedad de la clase media y baja española. No sabe lo que son los usos sociales (más allá de unas frases hechas de cortesía), ni el respeto mutuo, ni delicadeza de trato, ni decir lo que agrada y callar lo que ofende y se muere por “plantar cara al lucero del alba”. Para Braulio, cumplimiento es cumplo y miento, urbanidad es hipocresía, decencia son monadas y a toda cosa buena le aplica un mal apodo. Pero este no es un hecho aislado, los comensales de que se rodea son similares a él.

Cuando “Fígaro” —y aquí ya aparece el seudónimo que utilizará Larra posteriormente— consigue escapar de la horrible comida, pasa por su casa para cambiarse de ropa y se va a ver a sus amigos y así “olvidar tan funesto día entre el corto número de gentes que piensan, que viven sujetas al provechoso yugo de una buena educación…” Larra trata de decir, que las buenas maneras y el refinamiento, son ingredientes de esenciales de toda cultura civilizada.

Este artículo se debe contemplar dentro del contexto de la época; hoy sería políticamente incorrecto cargar en un periódico con tal dosis de ironía contra los bajos gustos o educación de las clases más numerosas. Por ejemplo: la gran audiencia de los teleprogramas basura, la exaltación desaforada de los triunfos deportivos en vez del “fair play”; el éxito editorial de obras mediocres convertidas en “best sellers”; etc., etc. Probablemente, Larra podía efectuar esas feroces críticas porque las clases criticadas no leían nada, ni sus artículos.

 La pereza española y su rechazo a la innovación y a lo extranjero.

Tema de su artículo más conocido “Vuelva Vd. mañana”. La pereza, vicio español por antonomasia: “No comerán por no llevarse la comida a la boca”, “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”, y rizando el rizo Larra implica al lector y a él mismo en el vicio nacional, “¿Habrá el perezoso lector llegado hasta aquí” (hasta el final del artículo), “lector de mi alma, te declararé que de tantas veces estuve desesperanzado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza” y al final confiesa hasta su pereza en escribir este artículo que lleva ya tres meses de elaboración.

En el artículo se enfrenta la actividad europea, representada hasta por el nombre del francés “Monsieur Sans-delay”, con la inercia y pereza española. La frase “vuelva Vd. mañana”, ha trascendido de su época y entorno, para convertirse en una muletilla nacional y demostrar la vigencia actual de Larra. Lo que se dice de la pereza, la vagancia, la incompetencia del genealogista, del traductor, del escribiente, del sastre, del zapatero, de la planchadora, del sombrerero, y del oficial de registro, piensan muchos que aún es aplicable en la España actual, y posiblemente exageran, pero si exageran es que algo hay de verdad en eso y en la vigencia de Larra.

Larra aumenta su tono irónico al indicar las razones de la denegación del permiso: Las cosas se han de hacer como siempre, aunque estén mal, para no perjudicar a los que las hacen mal. Hay que poner obstáculos a todo lo bueno. Tenemos el loco orgullo de no saber nada, de querer adivinarlo todo, de no reconocer maestros, de rechazar a los extranjeros y sus innovaciones.

Frente a ello, el narrador defiende que los extranjeros no vienen a llevarse el dinero del país, sino que se establecen, hacen negocios, y al cabo de unos años, ya no son extranjeros, porque sus intereses y la familia les ligan al país. Toman cariño al lugar donde han hecho fortuna y al pueblo donde han escogido compañera. En vez de llevarse el dinero han venido a crear riqueza y han dejado su talento que vale más que el dinero. Han dado de comer a los naturales del país y han contribuido al aumento de población. Los gobiernos sabios y prudentes, no el español, han dado hospitalidad a los extranjeros.

Este mensaje de Larra mantiene su vigencia en épocas de expansión. No obstante, en épocas de crisis, los gobiernos y sus votantes, tienen la tendencia de aplicar medidas proteccionistas, que no suelen ser la solución, porque aislando no se mejora, no se “pueden poner puertas al campo”. ¡Ojalá fuese hoy Larra vigente, en estas visionarias líneas, frente a proteccionismos autárquicos que sólo logran “encastillarse” temporalmente hasta que los otros toman la fortaleza, que ya no vale nada de aislada que ha estado del mundo real!

La hipocresía

Tema de fondo de “El mundo todo es máscaras”. Después de mostrar los bailes de máscaras, como una alegoría de la sociedad española, describe su uso para engañar y las confusiones que se producen, e introduce su tema de fondo, indicando que la mejor careta de los personajes no es la que se ponen sino la cara que llevan puesta normalmente, su hipocresía que quieren ocultar.

Hambriento y soñoliento, se duerme y sueña que Asmodeo (El Diablo cojuelo, inspirador de “El duende”) se lo lleva en un viaje por el cielo de Madrid para que vea el auténtico Carnaval que dura todo el año con disfraces o engaños mayores que los de los bailes de máscaras: Viejos y viejas que se disfrazan de jóvenes; abogados que ocultan su ignorancia con una librería de consulta; moribundos que se arrepienten falsamente de sus pecados; médicos que embroman con su disfraz de sabios; entierros con gente afligida, que cuentan los días en que ya podrán volver a divertirse; militares que alardean de batallas perdidas por el enemigo y ganadas por la casualidad; amigos… esposas… amantes…; y ,al fin, la hipocresía del teatro, con personajes que actúan y luego llevan una vida completamente distinta. Resumen, hay máscaras todo el año ya que la hipocresía domina.

DÍA DE DIFUNTOS

El día de difuntos de 1836. ¿Les suena? Nuestro querido escritor y periodista de final genial, Mariano José de Larra, ya habló del día de hoy con el ingenio y la elegancia que le caracteriza.

He aquí un fragmento de su artículo: "El día de difuntos de 1836".

Día de difuntos!- exclamé.

Y el bronce herido que anunciaba con lamentable clamor la ausencia eterna de los que han sido, parecía vibrar más lúgubre que ningún año, como si presagiase su propia muerte. Ellas también, las campanas, han alcanzado su última hora, y sus tristes acentos son el estertor del moribundo; ellas también van a morir a manos de la libertad, que todo lo vivifica, y ellas serán las únicas en España ¡santo Dios! que morirán colgadas. ¡Y hay justicia divina! La melancolía llegó entones a su término; por una reacción natural cuando se ha agotado una situación, ocurrióme de pronto que la melancolía es la cosa más alegre del mundo para los que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión... -¡Fuera, exclamé, fuera! - como si estuviera viendo representar a un actor español-: ¡fuera!-, como si oyese hablar a un orador en las Cortes. Y arrojéme a la calle; pero en realidad con la misma calma y despacio como si tratase de cortar la retirada a Gómez. Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid!

Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid.


Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario.

-¡Necios!- decía a los transeúntes-. ¿Os movéis para ver muertos? No tenéis espejos por ventura. ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados, ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí los puso, y ésa la obedecen.

[...]

Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!

¡Silencio, silencio!

Larra sobre los escritos satíricos

La sátira es es un género de la literatura que tiene la finalidad de ridiculizar a una persona o que busca burlarse de determinadas situaciones. Con antecedentes en la poesía yámbica, la sátira nació en la poesía y en la prosa hasta alcanzar otros soportes de expresión, como el dibujo, el teatro y el cine.

Sin embargo, para Larra la sátira tiene otra función: debe tener una responsabilidad social y los escritores satíricos de quienes destaca su mordacidad y su acrimonia, deben ser garantes de dicha responsabilidad desmontando el mito popular de que solo son escritores que se dedican a criticar los defectos de las personas.

Larra afirma que para ser satírico se necesita perspicacia y penetración: el escritor satírico debe desentrañar la verdadera naturaleza del ser humano para realizar una buena sátira, debe descubrir el carácter de dicha persona y no realizar una mera critica y burla de los defectos físicos de la persona: es decir, debe realizar una introspección psicológica de las personas: criticar sus acciones y sus actos.

Por tanto, la sátira tiene una función social: Intentar mejorar la sociedad en la que habita el escritor.
Por supuesto, las sátiras de Larra o Marcial, por ejemplo, no son iguales sino que tiene rasgos distintivos  puesto que las etapas de la historia del hombre no son iguales. Valores como la sociedad, las leyes, los gobiernos, la propia cultura, los propios valores éticos… varían y los escritores de una época determinada no enfocan de la misma manera la crítica, puesto que está supeditada a los valores de dicha época; aunque la esencia de la sátira permanece: los autores critican rasgos de la sociedad en la que habitan.

Larra realiza una defensa de los escritores satíricos (y, por ende, de sí mismo), Destacando dos aspectos fundamentales de los escritores satíricos:
  • En primer lugar  intenta establecer mediante ejemplos de la literatura (Aristófanes, Juvenal), que los escritores son buenos ciudadanos e iguales al resto de los hombres sin ningún tipo de defecto psicológico.
  • En segundo lugar justifica que las sátiras no son sino un mecanismo de los propios escritores para denunciar la sociedad donde viven, criticando sus costumbres, el propio sistema político vigente y, además, a la propia sociedad de la época
Los satíricos que define Larra en su artículo son personas que se crean enemistades con el resto de la sociedad, por lo que la sátira se convierte en un arma contra la sociedad, contra las costumbres y contra el propio régimen político. Al utilizar la sátira, el autor se queda solo contra el mundo, uno de los principales rasgos de la literatura del Romanticismo, época a la que Larra pertenecía; puesto que, al realizar las sátiras, se gana nuevos enemigos a los que debe hacer frente él solo.

Pero los satíricos son necesarios porque realizan una crítica a la sociedad, señalando sus carencias y sus defectos. La sátira se convierte en un elemento de responsabilidad social porque pretender enseñar deleitando, mostrar dichos defectos con el fin de arreglarlos y construir una sociedad mejor.

Los artículos costumbristas son un claro ejemplo de literatura construidos para el periódico y desde el periódico, con una perspectiva en la que el autor se dirige a unos lectores con el propósito de mantener con ellos una relación directa a través de una realidad común y cotidiana., creando una confidencialidad con sus lectores. 

1 comentario:

  1. La figura de José María de Larra siempre me ha parecido de una lucided, un afescura y una elocuencia admirable. Si visión de los temas que suele abordar acertada y sus críticas en muchos casos se podrían extrapolar a hoy mismo, corrupción, estupidez incultura, etc. Todo ello con un humor que genera la sonrisa al lector, o le hace cabrearse, según cada cuál...

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